Las palabras que están evocadas en el título de este libro (de uno de los diálogos de don Enrique en La puerta Macarena de Juan Pérez de Montalbán) apuntan a un fenómeno literario de profundas raíces en lo humano: esa peculiar necesidad de contar y escuchar historias. Si en el discurso narrativo el hecho de que los personajes cuenten y escuchen relatos de amor, desventuras personales o sucesos históricos se perfila como uno de los elementos más entrañables de cuentos y novelas, en el teatro (tanto en el texto como en las tablas) este fenómeno reviste otros alcances y otras complejidades en su elaboración dramática. Esta es la materia del estudio “Escucha mi breve relación”. Puesta en escena del relato en la literatura dramática áurea española y novohispana, libro de 2022 en el que Emiliano Gopar presenta una perspectiva de análisis pertinente y propositiva en torno a un recurso discursivo cardinal para el teatro de los Siglos de Oro de ambos lados del Atlántico: la relación.
Desde las primeras páginas, la obra da pie a un diálogo enriquecedor con los textos que conforman el extenso corpus del estudio y anticipa la claridad de su propuesta con su conceptualización del término ‘relación’. Es posible que, lejos del ámbito teatral, la palabra revista otros sentidos, pero a la luz de las aproximaciones críticas sobre esta época del teatro, Gopar comprende la relación como un recurso dramático íntimamente ligado a la imaginación del receptor. El autor apuesta por concebirla como un “género discursivo”, lo que implica ya una postura sugerente, pues este recurso dramático se ha interpretado a menudo como “mero sinónimo de narración” (18). En esta línea, y en la lógica de estudiar la relación como un fenómeno que involucra tanto la dimensión espectacular como la dramática, el concepto de ‘relación’ se presenta como el relato en el que un personaje evoca verbalmente hechos difíciles de representar en la escena para recrearlos en la imaginación de los receptores (personajes y espectadores). A partir de esta aproximación al concepto, el estudio de Emiliano Gopar revela cómo los dramaturgos de los siglos XVI y XVII aprovecharon todas sus posibilidades dramáticas para caracterizar personajes y para reforzar la tensión dramática de las obras.
La claridad en la exposición de las ideas es uno de los primeros elementos que se advierten en la obra. Con un ritmo ágil, explicaciones puntuales y, sobre todo, con razonamientos que dan cuenta de una lectura crítica y rigurosa -y no por ello, menos entusiasta- de su corpus dramático, Gopar toma como punto de partida el cuestionamiento sobre cómo se lleva a la escena el relato en el teatro de los Siglos de Oro y establece las funciones, implicaciones y motivaciones que tiene esta estrategia dramática. El objetivo central de esta propuesta consiste en describir los elementos espectaculares y discursivos que vinculan el discurso con la acción para determinar la función dramática de la relación y mostrar su efecto en personajes y espectadores. Para conseguirlo, el autor argumenta que la relación, más que un mero discurso retrospectivo, es un elemento determinante de la acción dramática (18). El libro está organizado en dos grandes núcleos: uno dedicado a las características discursivas de la relación y el segundo, que se ocupa de los aspectos de la puesta en escena del relato.
Además de tener claras las directrices conceptuales que Gopar plantea sobre la relación, un aspecto que hay que considerar para valorar los alcances de esta obra es la elección del corpus. Como él mismo dice, no es su intención que el corpus dé cuenta de una evolución cronológica de la relación; se trata, en cambio, de observar el uso de este género discursivo en distintos momentos de la historiografía del teatro áureo. Por ello, son sesenta obras las que integran el corpus de Escucha mi breve relación y los criterios de selección están orientados a mostrar un panorama diverso genérica y cronológicamente. Los dramaturgos que integran esta selección son Ruiz de Alarcón, Agustín de Salazar y Torres, Bocanegra, Guillén de Castro, Lope de Vega, Sor Juana, Calderón, Pérez de Montalbán, Vélez de Guevara y Cervantes. Aunque en un primer momento podría parecer que el conjunto es muy abarcador, el núcleo argumentativo del texto demuestra que la selección del autor se justifica plenamente para explicar el funcionamiento de este género discursivo. Vale la pena notar, también, que su apreciación del fenómeno dramático áureo no hace distinciones esenciales entre el teatro hispánico y el novohispano, asumiendo ambas tradiciones como parte de una misma corriente estética.
Las nociones esbozadas en la introducción fungen como punto de partida idóneo para seguir al autor en su análisis sobre las conexiones estrechas entre palabra y acción que se establecen en todo fenómeno dramático. En la primera esfera de la obra, dedicada a las características discursivas, Gopar realiza consideraciones metodológicas y teóricas pertinentes para entender y clasificar las funciones de la relación como género discursivo. Un acierto sobresaliente consiste en discutir en profundidad el concepto de relación. A este respecto, apunto que incluso desde la introducción el autor señala la semejanza del objeto de su estudio con otros procedimientos discursivos del teatro, como el relato ticoscópico (trabajado por Santiago Fernández Mosquera). Esto es útil porque ayuda al lector a advertir la relevancia de estos mecanismos en la generación de la tensión dramática y le permite al autor ir desmontando las ideas preconcebidas de la crítica respecto a estos procedimientos como “añadidos que atentan contra la esencia del drama” (45), según él mismo señala.
Una de las aportaciones más sugerentes del capítulo que atiende a las características discursivas de la relación radica en la propuesta de clasificación. Como antesala a la exposición de esta tipología, Gopar brinda pautas útiles para identificar qué es una relación, como la presencia de un cauce privilegiadamente narrativo del discurso, el recurso a fórmulas de petición, apertura y cierre del relato y las apelaciones al oyente, por mencionar algunas. Es interesante, en este sentido, que el autor aclara constantemente que la relación es un fenómeno propio del nivel diegético y no del mimético, pero procura explicar sus mecanismos. En cuanto a la clasificación, hay que señalar que la propuesta está basada en “la capacidad de la relación para proyectar acciones que ocurren en tiempos y espacios distintos a los de la virtual representación” (71). Esta clasificación se vertebra en cinco tipos: la relación de hechos anteriores a la representación, la relación de hechos que se llevan a cabo simultáneamente a la representación, la relación de hechos futuros, la relación de carácter mimético y la relación de sucesos atemporales. Cada uno de los tipos de relación se presenta con una explicación puntual y concisa; quizá se echa en falta un poco más de detenimiento en cómo se desarrolla en las obras pues, para ejemplificar, el autor solamente menciona o parafrasea el episodio y da una breve explicación. Sin embargo, esta es una de las brechas de posibles estudios futuros que recuperen estos criterios de clasificación para profundizar en textos dramáticos particulares.
Esta tipología da pie al segundo núcleo del libro, “La puesta en escena del relato”, en el que Emiliano Gopar explora a detalle los matices que se tejen entre la acción dramática y la relación como género discursivo. Si bien desde la introducción el autor hace hincapié en el papel crucial que tiene la imaginación de personajes y espectadores, creo que es en este apartado en el que podemos comprender en todas sus posibilidades la conexión entre palabra, acción y pensamiento. Para ello, es fundamental la idea de “poner en escena el relato” debido a que esto implica no solamente la base del texto dramático, sino también la destreza de los actores para encarnar a un personaje que relata; de ahí que en varios momentos de este capítulo, el autor recurra a la retórica como herramienta de comprensión de ciertas dinámicas discursivas que se suscitan en las escenas en las que hay relaciones. Los vínculos entre la acción dramática y la relación propuestos como ejes para el estudio de este género discursivo son los vínculos auditivos, los visuales, los que atañen a las estructuras formularias y los que se crean a partir de referencias metadiscursivas.
Sin ánimo de incidir en cada uno de los vínculos que Gopar trata en este capítulo, sí resulta relevante que en su aproximación recupere el trabajo literario peculiar que hicieron los dramaturgos con la circunstancia del relato, tan fecunda y necesaria en los géneros narrativos y poéticos del siglo XVII. Cualquier lector de prosa y poesía de la época podría, con facilidad, establecer conexiones significativas con las afirmaciones que aquí propone el autor, en la medida en que permite la comprensión del sentido de la palabra compartida en la escena. Especialmente en la sección que dedica a las estructuras formularias, podemos apreciar las razones por las cuales el momento de enunciar la relación era tan gustado por los espectadores de la época. Se trata, como señala el autor, de pasajes en los cuales los representantes debían desplegar todas sus habilidades histriónicas para hacer que el espectador gustara de la agudeza conceptual que los dramaturgos habían elaborado en estas largas tiradas de versos. Así se explica la recurrencia de este género discursivo en los distintos momentos cronológicos que abarca el corpus y se entiende también que las relaciones se convirtieran en productos editoriales de éxito en el mercado literario de estos siglos.
Para los especialistas en el teatro áureo hispánico y novohispano, resulta un lugar común la escisión entre dimensión dramática y dimensión espectacular con la que frecuentemente nos acercamos a las obras, ya sea como lectores o como espectadores. Traigo esto a colación porque una de las virtudes centrales de Escucha mi breve relación consiste, sobre todo, en tender los puentes necesarios entre estas dos esferas claramente delimitadas. Ciertamente, como una tentativa tipológica, no plantea un estudio exhaustivo enfocado en casos específicos, o en trayectorias autorales determinadas; sin embargo, sí resulta un esfuerzo encomiable por establecer fundamentos significativos en tres sentidos: primero, como base para posibles análisis de las implicaciones de este género discursivo en textos dramáticos en su contexto; en segundo lugar, como insumo para repensar el funcionamiento de modalidades del lenguaje dramático que tienen puntos de contacto con la relación, como el soliloquio y el aparte, a la luz de estas reflexiones; por último, para valorar la riqueza de las puestas en escena contemporáneas de textos clásicos y su postura frente a la escenificación de las relaciones.
Además de la apertura de estos tres caminos, considero también que el libro consigue algo poco frecuente en los textos académicos: su sinceridad de diálogo con el lector, esa manera en la que, sin aspavientos ni grandilocuencias innecesarias, nos ofrece una travesía intelectual valiosa por un aspecto del entramado dramático. La relación se presenta, gracias a la mirada del autor, como un principio para comprender de manera más integral, más sensible y más compleja la profundidad de un teatro que es de acción y de palabra, que es imaginación e intuición, y también compendio de las diversas miradas del mundo y del arte puestas sobre la escena del XVII.