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Salud mental

versión impresa ISSN 0185-3325

Salud Ment vol.33 no.5 México sep./oct. 2010

 

Revisión de la bibliografía internacional

 

Agresión y violencia. Cerebro, comportamiento y bioética

 

Edgar Alonso Muñoz-Delgado

 

(Jairo Muñoz-Delgado, José Luis Díaz y Carlos Moreno. Compiladores. ISBN: 978-607-7727-08-8, Instituto Nacional de Psiquiatría Ramón de la Fuente Ed. Herder, México, 2010, 448 Págs.)

 

En el mundo contemporáneo que recibe como herencia las dos guerras mundiales y que es escenario permanente, además, de innumerables conflictos bélicos intranacionales e internacionales de menor tamaño, pero no por ello menos devastadores y rentables para los industriales de las guerras, las violencias de todo tipo resultan generadoras de hechos tan graves como el desplazamiento, la destrucción de vínculos familiares, grandes cifras de muertes y lesiones físicas y mentales irreversibles en muchos casos, además de la afectación al medio ambiente. Dentro de ellas, se distinguen tres categorías: la interpersonal (maltrato infantil, intrafamiliar, sexual, de pareja y otras); la autoinfligida y la colectiva (guerras entre naciones, las de grupos o bandas, tribus, etc.), según la clasificación que hace la Organización Mundial de la Salud OMS.1

Dentro de los factores desencadenantes hay que mencionar la desigualdad social expresada en el profundo desequilibrio en la repartición de la riqueza de las naciones -especialmente en las llamadas economías tercermundis-tas- que desemboca en la pobreza, el hambre y la miseria de la mayor parte de sus ciudadanos, que bien pueden entenderse como causas de orden social que contribuyen a explicar, por sobre todo, las violencias políticas.

De igual manera hay que reconocer, entonces, factores individuales que estimulan las conductas agresivas y violentas, dentro de los cuales hay que identificar los exógenos y los endógenos respecto del individuo, que orientan la comprensión de éstas, pero principalmente de otras violencias. Así, dentro de los exógenos hay que tomar en cuenta las peculiaridades culturales, especialmente, y dentro de los segundos, las características estructurales y de funcionamiento de la mente y el cerebro.

De unas y otras violencias se ocupan, por supuesto, no sólo todo tipo de autoridades de gobierno y organismos mundiales, sino la Academia; y en el ámbito de esta última, el producto de cierta afortunada tertulia en predios de la Universidad del Rosario en Bogotá, es este libro que se enfoca en las condiciones de la mente y el cerebro de los individuos y reúne los puntos de vista diferentes de los autores -dada la diversidad de disciplinas del saber- que conjugan tres nacionalidades diferentes, sobre un tema que, tal como lo señalan los compiladores en la presentación, no sólo es de palpitante actualidad, sino preocupación permanente de vastos sectores de las sociedades en términos de la búsqueda de mecanismos predominantes que la hagan controlable.

Agresión y violencia se revelan como dos conceptos que por hallarse tan cercanos parecieran ser lo mismo; sin embargo como lo aclaran los diferentes ensayos, el primero no implica necesariamente el segundo, aunque la violencia, por su parte, sí supone la agresión y, como se afirma reiteradamente en el texto, es mediante cierta dosis no patológica de agresión como los colectivos consolidan sus lazos de apego, se jerarquizan y definen los roles de los individuos, en esa lucha cooperante por la sobrevivencia.

Un primer punto de partida destacado por los responsables de la publicación lo constituye el documento conocido como El Manifiesto de Sevilla sobre la Violencia, redactado en 1989, Año Internacional de la Paz, en el marco de la Vigésimoquinta Conferencia General de la UNESCO realizada en París, Francia. El texto está firmado por universitarios y «científicos originarios de muchos países, del Norte y del Sur, del Este y del Oeste» y ha sido «adoptado y publicado por numerosas organizaciones científicas de todo el mundo».2

En él, luego de cinco proposiciones correlativas a cinco mitos, en las que se desmiente la idea de la inevitabilidad de la guerra y todo tipo de violencias presuntamente inscritas en la naturaleza humana, sostenida y justificada por algunas tesis científicas a modo de paradigmas, o por los usos equivocados de las teorías, los suscriptores del Manifiesto concluyen que la guerra es finalmente, una invención humana, por supuesto contextualizable en la historia y la cultura de las sociedades3 y que, como tal, puede dar lugar a la invención de su contrario, es decir, de una paz duradera.

El segundo referente está dado por el bicentenario del nacimiento del naturalista inglés Charles Darwin acontecido en febrero de 2009 y por el sesquicentenario de la publicación de su obra fundamental, El origen de las especies, ocurrida en Londres en noviembre de 1859, cuyas primeras anotaciones son cercanas al tiempo del desembarco del Beagle y en la que Darwin sienta las bases teóricas para la comprensión del comportamiento animal: la procedencia común de todas las especies, y la teoría de la evolución por medio de la selección natural.

Respecto de la supervivencia de los más fuertes y de la lucha por la existencia, conceptos esenciales en Darwin, Carlos Moreno y Roberto Mercadillo, en los capítulos I y IV respectivamente, resaltan la deformación que se ha hecho de tales, al extenderlos a la sociedad humana sin considerar el carácter metafórico implícito en las afirmaciones del científico inglés, y agregan que en el caso de la dura competencia por la posesión del otro sexo, tan común en las especies animales, las contiendas no terminan con la muerte del oponente, sino con su relativa marginación social y el menoscabo o merma de la oportunidad de reproducirse para el individuo perdedor, aún en los grupos humanos en los que tienen lugar este tipo de prácticas, debido a que el hombre en su proceso de selección natural ha edificado y adquirido cualidades culturales que le permiten trascender su nivel biótico, lo que supone una diferencia sustancial con las demás especies.

Pero no solamente las circunstancias culturales del hombre marcan la diferencia. La estructura anatómica de su cerebro contiene los distintos momentos de la evolución compartida, evidenciados en áreas tan complejas como el sistema límbico que nos emparenta con otros animales como el tiburón, cuyo pequeño y arcaico cerebro, en el que reside la ferocidad del que es considerado el mayor depredador de los mares, se corresponde con la denominada por Chico Ponce de León, nuestra «corteza primitiva de tres capas», en el ilustrado y muy detallado capítulo II dedicado a describir las áreas, regiones, circunvoluciones, giros y comunicaciones derivadas de las múltiples conexiones que permiten comprender la fisiología de la agresión humana, y explicar que si bien en el hipotálamo, entre otros componentes del mencionado sistema límbico y especialmente en la amígdala, residen las más elementales emociones como la ira, el miedo, el placer sexual, la agresión y otras, es en la neocorteza frontal, muy desarrollada en los seres humanos, en donde tiene lugar el control de esas emociones primarias.

La rigurosa observación de los animales no humanos, el énfasis en los antropoides -grupo compartido por monos, simios y humanos, desde las perspectivas evolucionistas- y sus estudios comparados con la conducta de los humanos, permite a Muñoz-Delgado, Santillán-Doherty y Arango, en el capítulo V, afirmar que la especie humana puede estudiarse con los mismos marcos referenciales de otros animales y que en los primates es dable apreciar cómo un alto porcentaje de sus conductas son aprendidas, mientras destacan que en los no humanos agresión y reconciliación casi inmediata, transcurren parejas, lo cual adquiere especial significación en el interés por la comprensión y control de las conductas objeto de estudio, al tiempo que se preguntan si las psicopatologías, entendidas como actuar por fuera de la norma, realmente son disfuncionales e insisten en el análisis de la interacción como fundamento de la modulación de las conductas, mediante la Función Reflexiva.

Acerca de la violencia de género Ramos y Saucedo dedican, en el capítulo VI, buena parte de su reflexión a los imaginarios de cuerpo inscritos en marcos culturales específicos y a las conductas derivadas de tales representaciones, para señalar que de algún modo estamos atrapados por las comprensiones colectivas de identidad de género, en tanto habitar un cuerpo presiona determinados comportamientos, cuyas implicaciones sobrepasan los actos violentos del hombre contra la mujer y viceversa, para llegar, incluso, a la autoagresión, cuando se pretende ser lo que la norma dicta como deber ser.

Otro interesante análisis es el que aportan Ostrosky-Solís y Ardila cuando estudian puntualmente la psicopatía y establecen las diferencias entre psicópatas primarios y secundarios, aunque advierten, apenas iniciado el capítulo VII, que desde un punto de vista clínico no todo psicópata es criminal, pues muchos de ellos se desempeñan en el mundo empresarial o de la política victimizando a la sociedad con su falta de ética, su carencia de escrúpulos y su proclividad a la corrupción, en tanto sugieren que muchas conductas antisociales pueden estar vinculadas a un mal funcionamiento de la corteza prefrontal o de las conexiones entre las áreas emocionales del cerebro y la corteza, como consecuencia de cualquier tipo de zarandeo reiterado que pudieron tener cuando niños o como producto de la ingestión frecuente de alcohol o uso de estupefacientes por la madre durante el embarazo. De este modo factores físicos cerebrales, pero también culturales como el maltrato infantil y subráyese, la sobreprotección, pueden generar individuos que deriven en psicópatas.

Cabe preguntarse por las imputaciones legales que puedan tener, entonces, tan variadas conductas agresivas o violentas y las respuestas serán correlativas a sus orígenes innatos o adquiridos vistos desde la bioética, en términos de José Luis Díaz, suscriptor de la mencionada Declaración de Sevilla, quien se refiere a lo largo del capítulo III a las razones bioquímicas de dichos comportamientos como el efecto de los neurotransmisores o de hormonas como la testosterona en el organismo, pero también a sus innegables elementos sociales constitutivos como, por ejemplo, la relación cultural entre testosterona y promoción de comportamientos agresivos en varones, lo que niega, entonces, el determinismo biológico que los pondría en situación de insolubilidad.

También desde la misma razón de ser de la bioética, entendida como puente entre las ciencias biológicas y las humanas, Ana Isabel Gómez considera que hay que encarar el tipo de futuro que le espera a la humanidad y propone en el capítulo IX una ampliación a la clasificación que hace la OMS de los fenómenos estudiados, a fin de establecer una taxonomía que facilite los abordajes, mientras resalta el rol de las diversas instancias sociales, dentro de los que menciona a los medios masivos de comunicación, en la promoción y consolidación de comportamientos. De igual manera se refiere a la transformación de los valores y a la ética de la no violencia como elementos de reflexión en la búsqueda colectiva de la felicidad y hace hincapié en la memoria como deber ético, mientras asegura que la no violencia será siempre, como en Gandhi, instrumento activo reservado a los más fuertes.

Aunque no cierra el libro, vale la pena concluir esta reseña con el texto del historiador e hispanista francés Pierre Chaunu, fallecido en octubre de 2009 a la edad de 86 años, porque sus aseveraciones pudieran resultarle provocadoras al lector. Traducido por el psiquiatra Pérez-Rincón, el francés asegura que hallazgos fijados por la arqueología como del neolítico, sugieren que fue en ese período de la historia humana cuando apareció la violencia, desordenada, caótica, o anómica en términos del autor, como producto del crecimiento de la población y de la capacidad de almacenamiento de excedentes agrícolas y pecuarios, y que es el advenimiento de la guerra, como sistema de violencia regulada -puesto que implica la imposición de normas-, la que disminuye tanto la pérdida de vidas como otras consecuencias para el equilibrio de las sociedades y junto con ello, el progreso tecnológico de las armas que deberán comprenderse, entonces, como beneficios para la especie humana y analiza ese desarrollo desde el guijarro como arma de cierto alcance, hasta la bomba atómica, al tiempo que caracteriza las grandes guerras y establece sus diferencias con las pequeñas guerras, no obstante que, unas y otras ocurren paralelas.

Así pues, desde las afirmaciones atribuidas a Hipócrates respecto de la importancia fundamental del cerebro, hasta su visibilidad gracias a los recursos tecnológicos contemporáneos -como lo asevera Juliana González en la Introducción-, pasando por toda su complejidad física, química, biológica, sus mecanismos emocionales y ciertos determinismos culturales, se halla el lector ante un libro que se pregunta constantemente por las causas de la agresión y la violencia en la especie humana, desde la premisa de que pueden ser controladas y minimizadas hasta los niveles de beneficio en la construcción de lo social.

Destinado a todo tipo de lectores, el texto puede empezarse a leer por cualquiera de sus ensayos, y de ahí saltar al que se desee, no obstante el ordenamiento sugerido por los editores pues, al fin y al cabo, un texto jamás estará terminado, mientras el lector no realice el trabajo que le corresponde.4

 

NOTAS

1 La Organización Mundial de la Salud publicó en 2002 el Informe mundial sobre la violencia y la salud, en el que hace la clasificación mencionada y presenta, además, el prólogo de Nelson Mandela en el que afirma que, contrariamente a la opinión de muchos, la violencia no es consustancial a la condición humana y que puede prevenirse.

2 UNESCO, El Manifiesto de Sevilla sobre la violencia, Presentado y comentado por David Adams, 1992. Recuperado en julio 12 de 2010, en: http://unesdoc.unesco.org/images/0009/000943/094314so.pdf        [ Links ]

3 Pierre Chaunu dirá, en el capítulo correspondiente recen en el Neolítico, entre el 7000 y 4000 a de C.

4 Leer es trabajar, dice Estanislao Zuleta en su ensayo Sobre la lectura.

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