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Relaciones. Estudios de historia y sociedad
versión On-line ISSN 2448-7554versión impresa ISSN 0185-3929
Relac. Estud. hist. soc. vol.30 no.117 Zamora mar. 2009
Reseñas
Héctor Aguilar Camín, Pensando en la izquierda
Carlos Illades*
México, FCE, 2008, 70 P.
* UAM-Cuajimalpa. Correo electrónico: cillades@correo.cua.uam.mx
Este pequeño libro reúne y revisa nueve artículos que Héctor Aguilar Camín publicó en Milenio el año pasado, y uno más que apareció en Nexos en 2005, donde expone la situación actual de la izquierda mexicana. HAC sostiene que el único futuro posible para ésta (y por extensión para la izquierda latinoamericana), si es que quiere jugar un papel constructivo en la sociedad política, es emular a la socialdemocracia europea y, consecuentemente, aceptar el mercado, la democracia liberal y el capitalismo. Sólo de esta manera aquélla podría conciliar los ideales (equidad, justicia, fraternidad) que al autor le parecen encomiables, con los resultados concretos, disociados o de plano extraviados por prácticas que juzga reprobables (violencia, autoritarismo, estatismo).
Procede entonces a identificar las cuatro familias de la izquierda nativa: 1) la revolucionaria; 2) la comunista; 3) la estatista y nacionalista, y; 4) la utópica clásica. La primera está identificada con la violencia; la segunda con Moscú; la tercera con el populismo autoritario (Salinas dixit); y la última simplemente con los viejos ideales igualitarios. A veces se entrecruzan sus filias y fobias, pero cada una posee una identidad propia. Con escasas virtudes e innumerables taras, difícilmente podría producir algo positivo según HAC, como lo prueba el PRD. Desafortunadamente, no encontró en México una quinta familia como habría deseado, la izquierda socialdemócrata, la única portadora de progreso, para situarnos en el horizonte de la modernidad. Concluye, sin embargo, con la paradoja que le aporta el dato duro de la evidencia empírica: "quienes han estado más cerca de alcanzar los fines éticos universales de la izquierda han sido las sociedades guiadas por ideales de "derecha" (57).
La prosa de HAC es ágil y su análisis ligero. En lugar de preguntarse por qué la izquierda es ésta y no otra, lo que supondría adentrarse en su formación histórica como sujeto político, y a partir de allí evaluar sus posibilidades concretas, lo que hace es descartar una a una a las distintas corrientes, empezando por la revolucionaria. Independientemente de la crítica de las armas que sin duda compartimos, de la misma manera que a HAC le parece "increíble [...] que ande poniendo bombas por el país una organización llamada Ejército Popular Revolucionario" (17), un pasmo similar me produce que no ofrezca una mínima explicación de por qué la guerrilla en México lleva cincuenta años en acción y por qué en lugar de desaparecer se expande a pesar de la opción democrática "realmente existente". ¿No habría que buscar mejor en la endémica violencia agraria, con su lógica de acción-reacción, el origen y el alimento permanente de estos grupos? (al respecto lo remito a los excelentes estudios de Marco Berligeri y Laura Castellanos). A más democracia no hay menos guerrilla, porque su demanda fundamental no es aquélla sino la justicia social (en este sentido está emparentada con la "izquierda utópica clásica" y se remonta al primer socialismo).
La izquierda comunista le parece por lo menos inocua. Ocupada en justificar el socialismo real, no tuvo tiempo para participar en el movimiento popular, por lo que su influencia se experimentó sobre todo en el campo intelectual. De alguna manera su elitismo le otorgó el único logro asequible: la colonización del espacio cultural. Comprometida con la democracia, el pecado capital que cometió fue abrazar el estatismo (la variante autóctona de la sovietización de acuerdo con HAC) y, por tanto, le fue fácil fundirse con las corrientes emanadas de la revolución mexicana y los desprendimientos del PRI. Al respecto, las omisiones de HAC son numerosas y relevantes. En primer lugar, el PCM no agrupó al conjunto de la izquierda comunista, razón por la cual no todos abrazaron la línea moscovita. Por otra parte, en varios momentos del siglo pasado su influencia en el movimiento popular fue significativa (los treinta, finales de los cincuenta, los setenta). En tercer lugar, sus victorias no sólo fueron culturales; algunas de las libertades de las que ahora disfrutamos, en particular en la ciudad de México, son producto de las luchas de esta izquierda (la elección de los gobernantes en el DF, el reconocimiento de los derechos de las minorías, la despenalización del aborto).
A la izquierda utópica lo único que le ofrece es su condescendencia. La identifica con los militantes abnegados (los que sí creen en la causa) y no con una corriente histórica. De haberlo hecho así, tal vez habría podido brindar un cuadro más complejo de la "izquierda indigenista" más allá de decir que reedita el culto a la violencia y convierte en bandera particularismos que le parecen anacrónicos y ajenos al universalismo progresista. En este punto cabe señalar que la reivindicación del indígena no la introdujo el zapatismo en el discurso de la izquierda, ésta surge del socialismo mexicano decimonónico, así como la puesta en práctica de gobiernos locales al margen de la autoridad estatal proviene del comunalismo. Por otra parte, el multiculturalismo que HAC ve subyacente en el zapatismo y explícitamente rechaza, también posee un fundamento universalista.
Las últimas secciones del libro las dedica a mostrar a la izquierda mexicana a contracorriente de la historia que HAC lee en la clave del progreso. Súbitamente el marco nacional cede el lugar al orden planetario para presentar los dos modelos de socialismo: el soviético y la socialdemocracia. Argumenta que las políticas de izquierda no han sino socializado la pobreza (el extinto campo socialista), y como la única manera de acabar con ella es generando riqueza, las políticas de la derecha han probado ser más eficaces (Europa Occidental, Estados Unidos). Para apresurar la conclusión, HAC no se detiene ni siquiera un momento a contarnos que el socialismo realmente existente cobró vida en la periferia atrasada del sistema mundial, mientras los países centrales se desarrollaban considerablemente por la vía de la intervención estatal en la economía. Tampoco habla de la magnitud alcanzada por la desigualdad social en éstos después del desmantelamiento del Estado de bienestar. Plantea además que el utilitarismo benthamiano ha producido "los mayores niveles de igualdad que haya conocido la historia" (57). ¿Podría demostrar seriamente que los países anglosajones, guiados por aquél, tienen una mejor distribución del ingreso que Alemania, Francia o los países nórdicos? Pero, como en lugar de explicar prefiere recomendar, acaba uno de los capítulos finales con una sentencia: "de la combinación de un capitalismo moderno y un Estado con políticas sociales que redistribuyan el ingreso, puede salir lo que buscan México y América Latina: países prósperos, democráticos y equitativos" (62).