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Relaciones. Estudios de historia y sociedad

versión On-line ISSN 2448-7554versión impresa ISSN 0185-3929

Relac. Estud. hist. soc. vol.35 no.138 Zamora mar./may. 2014

 

Reseñas

 

Alexandra Novosseloff y Frank Neisse, Muros entre los hombres

 

Eduardo González Velázquez*

 

México, El Colegio de la Frontera Norte, Red Alma Mater, 2011, 240 p.

 

* Tecnológico de Monterrey-Campus Guadalajara, Escuela Nacional de Posgrado en Educación, Humanidades y Ciencias Sociales. Correo e: ihuatzio@hotmail.com

 

Muros que encierran, fragmentan, asfixian y distinguen a la humanidad

La paradoja que envuelve a la sociedad posmoderna de la información que derrumbó el muro de Berlín y apuntaló el desvanecimiento de las fronteras fortaleciendo la "apertura" como opción de convivencia es la pertinaz construcción de muros, cercas y alambradas de hambre y colonialismo que evidencian la separación de una "sociedad global". Hoy por hoy existen en el mundo diecisiete muros internacionales sobre una longitud de 7 mil 500 kilómetros, equivalente al 3 % de las fronteras, y están en proceso de construcción una treintena más. En caso de llevarse a "buen término", no tenemos indicios que muestren lo contrario, estas "fortalezas de seguridad" planetaria se extenderían por 18 mil kilómetros de linderos nacionales.

Miles de familias rotas; tejidos sociales desgajados; montones de sueños truncos y divididos; millones de historias fragmentadas; incontables sociedades separadas; persistente desconfianza hacia el vecino; constante adjetivación del diferente; y millones de dólares enviados al fondo de la sospecha y el miedo por la "peligrosa" e inevitable cercanía vecinal, se transmutan en la materia prima necesaria para integrar el libro de Alexandra Novosseloff y Frank Neisse intitulado Muros entre los hombres, con prólogo de César Gaviria y prefacio de Mario Ojeda Gómez, publicado en español (la versión original está en francés) a principios de 2011 por El Colegio de la Frontera Norte y Red Alma Mater.

La pertinencia del estudio de las barreras edificadas sobre un discurso de falsa protección que viene a justificar la separación de las sociedades resulta de primer orden al menos en dos sentidos: por un lado, el cúmulo de edificaciones que ya existen, así como las que pronto se concluirán y, por otro, los miles de muertos ocasionados a consecuencia de una política que solamente en términos discursivos recurre a la integración, pero en la práctica defiende la diferencia y la segmentación social. Los casos estudiados y presentados de manera amena y profunda, aunque en ocasiones solamente desde el divisadero europeo, a lo largo de doscientas treinta páginas son: la zona desmilitarizada entre Corea del Sur y Corea del Norte; la Línea Verde en la isla de Chipre; la línea de paz en Belfast, Irlanda del Norte; el "Berm" que recorre el Sahara Occidental; el muro fronterizo entre México y Estados Unidos; las alambradas que encierran a las poblaciones españolas de Ceuta y Melilla en Marruecos; la valla electrificada de Cachemira entre India y Pakistán; y el muro que envuelve parte de Palestina. Todas las historias son contadas desde adentro y se acompañan de un excelente material fotográfico. Todas son historias de la ignominia, del abuso, de la diferencia, de la negación, del hurto territorial, del racismo, de la separación, de la violación a los derechos humanos, de la xenofobia y de la falaz legitimación. Así, Novosseloff y Neisse nos llevan por los aleros de los muros que dividen una "aldea global" y por las luchas sociales encaminadas hacia la demolición de esas barreras. Si atendemos la retórica oficial, seis de las ocho fortificaciones estudiadas existen por "razones de seguridad", y sólo dos tienen como objetivo "detener" los flujos migratorios; aunque para muchos gobiernos la migración de los "sin papeles" también se considera un asunto de seguridad nacional.

El recorrido por la arquitectura de los baluartes y las relaciones internacionales sociopolíticas del oprobio, comienza por dos zonas "desmilitarizadas". La primera en la península de Corea, es el corredor llamado Desmilitarized Zone (DMZ), irónico nombre para una área de cuatro kilómetros de ancho, dos al norte y dos al sur que alberga un millón de minas y divide las dos Coreas, significándose como la frontera más ancha y hermética del mundo; símbolo indiscutible de una guerra intestina que fragmentó a una sociedad milenaria. Por esta razón, el principal propósito de la DMZ es evitar nuevas hostilidades, sin que ello haya relajado las relaciones bilaterales entre Pyongyang y Seúl; incluso los trabajadores norcoreanos empleados por su vecino del sur son designados por los sudcoreanos como "4D Jobs: dirty, difficult, dangerous and distan" (sucio, difícil, peligroso y distante). La segunda geografía "desmilitarizada" se ubica en Nicosia, Chipre, la última capital dividida de Europa. La ciudad se parte por los 180 kilómetros de la Línea Verde también llamada por la ONU Buffer Zone, "zona tapón", creada por la Resolución 186 de Naciones Unidas en 1964. Sin importar que sea una zona "desmilitarizada" casi libre de minas vigilada por la ONU, permanentemente ahí están apostados 12,500 efectivos de la Guardia Nacional de Chipre, 1,500 soldados griegos, y 24,000 turcos y chipriotas turcos. En ambos contextos, coreano y chipriota, la "desmilitarización" es sólo una manera de verbalizar la división, el rencor y la desconfianza.

En una lógica similar se inscribe la valla electrificada de Cachemira entre India y Pakistán, construida a partir de 2002 por el gobierno indio para protegerse de la infiltración de militares pakistaníes. El telón de fondo es la disputa territorial que mantienen India y Pakistán desde hace setenta años por el control de Cachemira.

También la Europa "unificada", la de "primer mundo", la "democrática" mantiene un muro de nueve metros de altura vigilado con cámaras de video. Se trata de la Línea de Paz en Belfast, un área entrecortada por barreras físicas nombradas irónicamente por sus habitantes peacelines, que delimitan los barrios nacionalistas católicos de las zonas residenciales de los unionistas protestantes. La mayor parte de las barreras fueron construidas de forma urgente, pero "temporal", en los años setenta, durante el periodo de "disturbios" entre nacionalistas y unionistas. La temporalidad no se cumplió, ninguna barrera desde entonces ha sido destruida, por el contrario, todas han sido progresivamente reforzadas.

África cuenta con un muro y dos alambradas. El muro es el "Berm" del Sahara Occidental, uno de los más largos y desconocidos del mundo. Lo construyeron las Fuerzas Reales Marroquíes a partir de los años ochenta del siglo pasado con la finalidad de detener las incursiones militares de las fuerzas del Frente Polisario (FP). Dicha construcción es la suma de muros de arena enfilados paralelamente con una altura de tres metros a lo largo de dos mil kilómetros de longitud que cortan en dos el territorio del Sahara Occidental, arrinconando con ello al FP en el interior de la geografía. El FP lo llama "el muro de la vergüenza", mientras para Marruecos es un muro "defensivo o de seguridad" con campos minados y "puntos de apoyo" distribuidos cada dos kilómetros para albergar un total de 120,000 soldados; además cuenta con 20,000 kilómetros de alambres de púas y equipos electrónicos de vigilancia. El costo de su mantenimiento es una ofensa más: oscila entre los dos y cuatro millones de dólares diarios, suficientes para paliar el hambre de los pueblos del Sahara Occidental.

Las alambradas irrumpen en el norte de África, en Ceuta y Melilla, dos ciudades españolas enclavadas en territorio marroquí, la geografía donde Homero, situaba una de las columnas de Hércules, sin más: el límite del mundo conocido. El divisadero mediterráneo. Desde la cartografía se ocultan las formas de la distinción; no hay cabida para la especulación: ningún mapa muestra los límites geográficos de Melilla, las calles y avenidas que desembocan en el muro "no" existen. Pareciera que la ciudad-frontera de Melilla estuviese ensimismada. Sin duda alguna, las contradicciones abundan en la sociedad melillense aferrada a un barranco: en el plano político es europea, comercialmente dominan las costumbres marroquíes, aunque África "desconoce" su existencia. Oficialmente las relaciones entre Melilla y Nador son casi inexistentes y tensas, pero la vida cotidiana transcurre en otra dimensión: diariamente atraviesan la frontera entre 20 y 30 mil marroquíes para comprar mercancías exentas de impuestos, y trabajar en la industria de la construcción o en el servicio doméstico; el mismo intercambio sucede entre Tetúan y Ceuta. Para entrar a la "España africana" los marroquíes de la frontera obtienen un permiso para ingresar a Melilla durante el día. Después de las cinco de la tarde el acceso se cierra, a menos que se tenga un pasaporte con visa. Caso contrario, los melillenses atraviesan la frontera con su identificación, pero deben tener su pasaporte si quieren salir de la provincia de Nador. Hoy, para muchos africanos, las mallas españolas construidas desde 1995 se han convertido en un obstáculo imposible de burlar en su lucha por encontrar un futuro donde vivir; tal como sucede para mexicanos y centroamericanos que miran más de mil kilómetros de muro en la frontera México-Estados Unidos, resguardado por 18,000 elementos de la Patrulla Fronteriza. Las mallas y los muros continúan simbolizando, sin distingo geográfico, a los que tienen recursos y a los desposeídos.

El muro más adjetivado es el que encierra a Palestina. Los israelíes hablan de "barrera de separación", "cierre de seguridad", "barrera antiterrorista" o "muro de hierro". Los palestinos lo verbalizan como "muro del apartheid", "muro de la segregación", "muro de anexión" o "muro de la vergüenza". La Corte Internacional de Justicia lo refiere como "muro de separación". Sea como sea, esa construcción de tres a nueve metros de altura atraviesa carreteras, caminos, barrios, parques y escuelas, aísla a Cisjordania de los conglomerados palestinos y Jerusalén. En la práctica reivindica las etapas del anexionismo israelí, a saber: aislar, cercar y vaciar. La profunda mofa de esto es que los israelíes han contratado a 20,000 palestinos "ilegales" para construir el muro. Las manos "indeseables" terminan por levantar las barreras que los dividen de una sociedad que los niega, pero los necesita y los emplea.

La profunda y sincera prosa de Alexandra Novosseloff y Frank Neisse encierra un dejo de amargura cuando miramos que las doscientas personas muertas a consecuencia del Muro de Berlín no bastaron para cambiar la historia, cayó el muro, pero levantamos muchos más. Las historias suscitadas en las barricadas fronterizas aprehendidas por la inmersión de los autores estremecen a cualquiera. Por ello, es harto necesario detener el aislamiento de los "indeseados vecinos"; se impone parar el encierro hacia afuera; urge eliminar "el lado bueno y el lado malo" de los muros; debemos dar la espalda a la geografía de la división y a la "impermeabilización del perímetro"; en caso contrario, los constructores de bardas sociales y materiales no cejarán en su empeño de fragmentar a la sociedad.

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