Como bien se sabe, la historia de la prensa española peninsular (si hacemos caso omiso de las primeras gazetas y, en particular, de la Gazeta de Madrid nacida en 1661), se abre verdaderamente bien entrado el siglo dieciocho (tan sólo en 1737 con el Diario de los literatos de España, Madrid, 1737-1742) y fue marcada por toda una serie de altibajos.1 Por varios motivos (peso de la tradición, hostilidad, desprecio o indiferencia de las autoridades -tanto civiles como religiosas-, inexperiencia cuando no mediocridad de los primeros publicistas, recelo de un público en ciernes),2 sus primeros pasos fueron difíciles. Y huelga decir que ser periodista en la España de la doble censura (estatal y previa primero, inquisitorial, en caso de denuncia, tras la publicación) resultaba mucho más difícil y arriesgado que en otros países de la Europa de las Luces, como Inglaterra o Francia donde el género se había desarrollado con mucha más rapidez y hacia donde nuestros publicistas miraban con no poca envidia y frustración, muy conscientes de su atraso al respecto, pero con la acérrima voluntad de no quedarse a la zaga. Nadie se sorprenderá pues de que, a finales de la centuria refiriéndose a España, todavía se hablara de la prensa como de un novedoso medio de expresión, lo que se puede comprobar bajo la pluma de no pocos publicistas, entre los cuales los redactores del Memorial literario (uno de los periódicos más famosos y longevos de la época) que afirmaban en 1785: "Un nuevo género de historia literaria se inventó a finales del siglo pasado en los Reinos extranjeros que no hemos tenido en España hasta casi la mitad de nuestro siglo, que es el de los Diarios y Efemérides de los progresos de la literatura, dando razón de los escritos y descubrimientos conforme iban saliendo".3
Mucho camino quedaba por recorrer, pero es evidente que, por los años 1780, década en la que nace el famosísimo El Censor (Madrid, 1781-1787),4 la prensa española, tras varios tropiezos y no pocas experiencias fracasadas, ya había llegado a la madurez, había dejado de ser considerada por muchos como una especie de infraliteratura y había logrado granjearse el apoyo del poder civil que veía en ella un valioso instrumento para formar y moldear "el público" o lo que también podríamos llamar la opinión pública, expresión ya utilizada por Jovellanos en 1780.5 Harto significativa del interés que el poder prestaba por esas fechas a la prensa es la real Orden del 19 de mayo de 1785 (que suele ser considerada como la "primera ley de prensa"), mediante la cual el conde de Floridablanca rompió una primera y notable lanza a favor de El Censor, en particular, y de los periódicos, en general, y definió con toda claridad las ventajas de la prensa y el papel que había de cumplir:
Este género de escritos [subrayó el primer secretario de Estado], por las circunstancia de adquirirse a poca costa y tomarse por diversión, logra incomparablemente mayor número de lectores que las obras metódicas y extensas donde se hallan las mismas o semejantes especies, y [...] por consecuencia contribuyen en gran manera a difundir en el público muchas verdades o ideas útiles, y a combatir por medio de la crítica honesta los errores y preocupaciones que estorban el adelantamiento en varios ramos.6
La prensa, que podía ser un "ministro auxiliar del Gobierno", como diría más tarde José Joaquín Olavarietta,7 cobró entonces una nueva dimensión con periodistas (el término ya se empieza a utilizar con más frecuencia) que, siguiendo las pisadas de El Censor, pasaban a ser testigos impertinentes de su tiempo; determinados, en nombre de la utilidad pública, a hacer triunfar la razón, la verdad y a esparcir las luces. Salieron entonces de las imprentas cabeceras de gran calidad como el Memorial literario, instructivo y curioso de la Corte de Madrid... (1784-1808), el Correo de los ciegos (luego de Madrid, 1786-1791), el Espíritu de los mejores diarios que se publican en Europa (1787-1791), el Semanario erudito (1787-1791)... Al mismo tiempo, el desarrollo del sistema de la venta por suscripción (gracias a una sensible merma de los gastos de franqueo) brindó a varios periódicos la posibilidad de beneficiarse de una amplia difusión geográfica que podía rebasar los límites de la península para cubrir tierras lejanas como los territorios españoles de África, Canarias o hasta América.8 Y no cabe la menor duda de que, a esa altura de la centuria, el público ya se había convertido en una realidad tangible, en un mecenas colectivo que agrupaba entre sus filas a individuos socialmente muy dispares, desde el humilde artesano hasta los propios representantes de la familia real, como se puede comprobar en las listas de suscriptores que publicaban varios periódicos de la época.9 Algunos publicistas, como los memorialistas, todavía se preciaban de escribir para una elite, pero otros se ufanaban de escribir para todos.10 Con no poca satisfacción declararon, por ejemplo, los redactores del Diario curioso, erudito, económico y comercial en 1786 que "el bajo pueblo, los aguadores, los mozos de cordel en las tabernas y en sus tugurios" leían sus papeles, que no
era poco haber conseguido que un Papel continuo y repetido todos los días se vea sobre la banqueta del zapatero; que en los talleres de los artesanos se oiga con gusto; que en casi todos los lugares cercanos a Madrid se lea por los Prohombres; que ande por las tabernas, y en manos de los mozos de esquina, y vagabundos del rastro todos estos y otros que antes tenían cataratas en los ojos para conocer las letras, ya leen, y esta es una de las utilidades más considerables que puede haber traído el Diario.11
Ese público de la prensa, por supuesto, no se limitaba ni al número de compradores ni al número de lectores como lo sugieren los diaristas. Muy interesante es, al respecto, la valoración que hizo del público uno de los corresponsales del Diario de Barcelona en 1792. A la pregunta "¿Qué es el público?" contestaba:
De cada cien personas podemos asentar que las noventa y cinco forman el Público; los lectores no se tienen ni a un tres a ciento. Por esta cuenta el Público sería una cosa muy diminuta; pero no lo es, pues en esos tres lectores de cada ciento, se incluyen los que forman opinión por sí, y la hacen formar a los que no leen; y por tanto hacen subir la publicidad al número de noventa y cinco. Cada un hombre que lee dice su parecer delante de una familia; y un hombre, o una mujer en un teatro puede formar la opinión de algunos millares de personas en pocos minutos. En este Público se hallan todas las profesiones, todos los intereses, todas las miras y todas las necesidades del progreso.12
Esta prensa española, que a finales del siglo, ya ocupaba un lugar destacado en la República de las Letras, se afirmaba como uno de los principales portavoces de las Luces, y contaba con un público (lectores y oyentes) socialmente variopinto,13 suscitó entre los representantes de la Iglesia reacciones muy dispares, cuando no antitéticas. Éstas podían ir desde el odio más rancio hasta una fervorosa adhesión, pasando por la indiferencia o la mera curiosidad. Para algunos eclesiásticos, la prensa (que en algunos casos, asimismo, no dudaba en denunciar todo tipo de errores aunque se hallaran "entre el mismo Altar y el Sacerdote"14) no era sino "un cáncer" que roía inexorablemente la sociedad y que cabía erradicar cuanto antes.15 Otros, a la inversa, contaban gustosos entre su público16 y varios, incluso, no dudaron en poner su pluma al servicio de la prensa.17 Entre estos últimos figura un carmelita descalzo: el P. Manuel de Santo Tomás de Aquino, Traggia (Zaragoza, 1751-Valencia, 1817) a cuyos primeros pasos por el orbe periodístico dedicaremos estas páginas.18
Contribuir al "piadoso" Diario de Valencia: una evidencia para el P. Traggia
En 1809, nuestro fraile creó en Sevilla su propio periódico, El Vencedor católico, declaró en el prospecto del mismo:
La España se ve inundada de periódicos políticos y militares, sin hallarse uno, cuyo objeto sea la piedad y religión católica. Es cierto haberse publicado algunas exhortaciones religiosas, y en los púlpitos se han tratado puntos de religión que influyen en el día para tener de nuestra parte a este gran Dios de los ejércitos que adoramos; mas yo creo que se necesita algo más para imprimir en los corazones ciertas verdades religiosas que son de la mayor importancia. Un periódico de piedad es el medio más sencillo y eficaz. La doctrina de los sermones, no es más que una voz que pasa, y se olvida con facilidad. Ni todos pueden, ni quieren asistir a estas instrucciones largas, y a determinadas horas. No así el periódico, que es breve, sencillo, y deleitable al oído por la variedad de sucesos, máximas y doctrina. Corre por las calles y plazas; se lee en los concursos, y en el seno de las familias. Pasa de mano en mano, se puede meditar, se repite a toda hora, y se conserva cuanto se quiere.19
En una época en que, con trasfondo de guerra, la voz de la prensa descubría inesperada y repentinamente el sabor de la libertad y, que por lo tanto, se multiplicaban (en la España patriota) las cabeceras,20 Traggia pretendía abrir el paso a lo que él llamaba el periodismo "de piedad".
Pero su voluntad de hermanar prensa y predicación, de valerse de un púlpito civil para difundir, esencialmente, la voz de Dios no nació con la Guerra de la Independencia sino que ya resultaba patente cuando inició su carrera periodística prestando su pluma al Diario de Valencia.21 Este periódico, creado en 1790, por José María de La Croix, barón de la Bruére,22 junto a Pascual Marín, no podía sino satisfacer sus ambiciones como religioso y como periodista. Siguiendo las pisadas de su ilustre predecesor, el Diario de Madrid (fundado en 1758), el periódico que salió a la palestra el 1 de julio de 1790 en la ciudad del Turia constaba de cuatro páginas y fue creado con el objeto, según rezaba el Prospecto, de llegar a las "manos de todos" y de contribuir "más que otro alguno a la general ilustración, a conservar en la memoria las providencias que el Gobierno tiene a bien expedir y publicar" con la certeza de que, "en medio de la curiosidad, o de la necesidad de leer un Diario, se van introduciendo insensiblemente aquellas máximas que pueden hacer a un Pueblo feliz".23
Los datos con los que había de abrirse el periódico se centraban en gran parte en cuestiones religiosas.
Después del título de la Obra, se pondrá [se indicó en el Prospecto] el día de la semana, mes, y año que le corresponda: Santo que celebre la Iglesia en aquel día, con especificación de ser o no Fiesta de precepto, y de si se puede trabajar o no trabajar antes o después de haber oído Misa: asimismo, si es Vigilia, Abstinencia, Tempora, o si se saca Anima; en qué Iglesia se halla el Jubileo de las Cuarenta Horas; o cualquier otra función de Iglesia, dando razón si está el Santísimo Sacramento manifiesto, si hay Sermón, y qué Orador lo predica; si hay Novena, Procesión &c. y cualquier acto piadoso de que se tenga noticia, procurando darla la víspera, si se supiese con tiempo, y se creyese necesario. También se expresarán en este Capítulo las horas de salir y ponerse el Sol y la Luna, y algunas otras afecciones astronómicas, que parecieren serán bien recibidas del Público.24
El perfil de esa primera sección, en que no escaseaban los datos relativos a religión, no era inusual. Al fin y al cabo, La Bruère no hacía sino seguir el modelo periodístico establecido por el Diario de Madrid y que también adoptaría, por ejemplo, el Diario de Barcelona (fundado en octubre de 1792). Lo que, sin embargo, no era tan común es la importancia y la extensión concedida muy a menudo a las informaciones relacionadas con temas religiosos en un periódico diario, noticiero, que constaba de tan sólo cuatro páginas y que, se suponía, había de caracterizarse por una notable diversidad temática, condición sine qua non para seducir a un público de mil rostros.
De hecho, los diaristas afirmaron de inmediato su acérrima voluntad de reservar un trato privilegiado a la información religiosa. Bien claro lo dejaron en el artículo que abría el primer número donde juzgaron procedente explicitar a sus lectores el interés que ofrecían las noticias de los Santos del día:
Nuestro fin [se podía leer en la primera plana] solo es contribuir a la felicidad de la Patria, en cuanto nos sea posible. La religión es el único principio de donde dimanan todos los bienes del hombre. Todo establecimiento que no tenga por base la Religión será un edificio construido en el aire. Deseando dar una prueba de nuestro modo de pensar en esta parte; hemos determinado ofrecerla siempre, como en primicias, las primeras líneas de nuestro Diario. La naturaleza de éste, y su pequeñez no permiten largas disertaciones. Conformándose al mismo tiempo con el espíritu de la Iglesia, nos contentaremos con hacer particular mención de aquellos Héroes de ella, que en cada día nos propone para que imploremos su protección, sirvan de modelo a nuestras operaciones, y sea la memoria de sus virtudes perpetuo lustre a la religión católica. La tranquilidad en medio de los tormentos más atroces, el portentoso dominio sobre los elementos, la práctica continúa de unas acciones, de que nos son capaces por sí las fuerzas del hombre, manifiestan claramente que un Dios Todo-Poderoso fue el Autor de la Religión que ellos siguieron. Apenas podrá darse ánimo tan depravado, que al leer una sencilla narración de la vida de algún Santo, no experimente en sí una conmoción dulce, que sin ser el parte, le infunde cierta aversión y tedio a lo malo, y excita en él un vivo deseo de asemejarse a aquel, a quien ve tan favorecido del Hacedor del Universo. Esperamos que las cortas noticias que demos en esta parte, servirán más para excitar, que para satisfacer una piadosa curiosidad. La virtud tiene demasiados atractivos para que aun con sola su recordación pueda negarse el corazón humano a los deseos de ir en su seguimiento.25
Con lo cual, el Diario de Valencia no se limitó (tal como hacía el de Madrid) a indicar cuál era el santo del día, sino que se le dedicó sistemáticamente un texto cuya extensión podía representar una parte importante de la superficie impresa. Por ejemplo, las reflexiones sobre "La Inmaculada concepción de María Santísima, Patrona de España y sus Indias", publicadas el 8 de diciembre de 1790, cubrían algo más de dos páginas y media (115 líneas), o sea, nada menos que 69.7 % de la totalidad del número. A continuación venían indicadas las celebraciones y actos religiosos del día (29 líneas), "las afecciones astronómicas de hoy" (8), las afecciones meteorológicas de antes de ayer" (4), una "Anécdota" (4) y las "Noticias Particulares de Valencia" (5). O sea que 87.2 % de las informaciones proporcionadas en dicho número tenían que ver con la religión.
Harto significativo resulta también el trato que sus redactores reservaron a la historia. En el Prospecto de la obra, se comprometieron a insertar en "el segundo capítulo" una anécdota histórica que remitiría preferentemente a la historia de España o del Reino de Valencia.26 Cumplieron con su promesa, pero se interesaron de manera casi exclusiva por la historia religiosa, tal como se puede comprobar, por ejemplo, en noviembre de 1790. Ese mes la sección "Historia" acogió un texto (objeto de tres entregas consecutivas) sobre la "Historia de la Imagen del Santísimo Sacramento de San Salvador),27 otro sobre las "Memorias de la venida del Santísimo Cristo de San Salvador a esta ciudad, de su Santuario, y prodigiosos sucesos más memorables" que dio lugar a dos remesas28 y por fin el 28 del corriente, "Domingo primero de Adviento" (según se recordó, bajo la mención de la fecha), se publicó una "Noticia de la erección de la Iglesia Mayor de Valencia, y su Torre" que, con sus 72 líneas (o sea 49.6 % de la superficie impresa), constituía, junto a un texto dedicado al papa San Gregorio (25 líneas que suponían un 17.3 %), la principal pieza del número.
Ese destacable interés por la historia eclesiástica les llevó también a iniciar en julio de 1791 una "Vida de los Pontífices" que dio lugar a numerosas y acompasadas entregas. Según se advirtió el 7 de ese mes en la introducción a dicha serie o sección (de cierta manera un complemento de la de "Historia", también llamada "Sucesos históricos"), este nuevo viaje en el tiempo no podría ser cabal debido a las exigencias del soporte periodístico.
Su brevedad [la del diario, recalcaron] no sufre, ni permite escribir como corresponde al que quiere desempeñar el título de Historiador de las Vidas de todos los Pontífices. Aquí nos limitaremos a dar una breve y sencilla idea de los más principales. Pero debemos advertir: que no será completa, ni con la exactitud propia de un Escritor: digo que no estará completa, porque para esto debíamos exceder los términos del Diario.29
El tema obviamente no parecía ser el más adecuado para una publicación periódica y los redactores muy conscientes de ello, insistieron por lo tanto en los esfuerzos que estaban dispuestos a realizar para adaptarlo al vector de difusión escogido y a su público pues:
Procuraremos sí, con algún cuidado, elegir siempre las que sean más propias y proporcionadas para los sencillos Fieles [y no lectores], evitando los puntos más contestados y espinosos, que no son propios, ni proporcionados al carácter de la presente obra. Decimos también, que estas noticias no serán con la exactitud propia de un Escritor, porque éste debe seguir escrupulosamente la más exacta Cronología, y aclarar las acciones y hechos, que son objeto de la más severa crítica. Esto no puede efectuarse con la concisión indispensable que debemos observar. Mas no por esto hacinaremos las noticias confusamente, sin orden y sin estudio, antes por el contrario; así como el viajante curioso, que no puede detenerse mucho tiempo en la más brillante Corte del mundo, deja infinitas cosas sin examinar, prefiriendo algunas pocas, pero de las más preciosas y magníficas para objeto de su curiosidad e instrucción; así nosotros extractaremos de entre la Historia de diez y ocho siglos de la Iglesia algunos ejemplos y acciones que instruyan, diviertan y digan relación con el del Cristianismo, dejando todo lo restante en los Anales Eclesiásticos, para el que se halle con fuerzas, talento y tiempo para leerlos y meditarlos con fruto y utilidad.30
Y si el historiador encargado de esa sección edificante corrió el telón al cabo de 30 entregas (publicadas entre el 21 de julio de 179131 y el 24 de mayo de 179232), pronto fue sustituido: el 5 de julio un apasionado del diario (A. C.), que según decía, soñaba desde largo tiempo con servir a un "Periódico a todas luces utilísimo y recomendable", manifestó al diarista su agradecimiento por la noble tarea que se le acababa de confiar.33 Con lo cual, a los pocos días, el 12 de julio, los lectores del Diario descubrieron un nuevo retrato que cubría tres de las cuatro páginas del número: el de Inocencio I(nombrado papa en 402)34 y otros seguirían a ritmo más o menos acompasado.
Calendario y vida de los santos, historia de los papas, memorias sobre las fundaciones e institutos de las órdenes religiosas, poemas de temas sagrados, relación detallada de los actos que se celebraban, lista de los predicadores, cartas pastorales... conferían al Diario de Valencia un peculiar perfume a religión que no podía sino llamar la atención del padre Traggia cuya vocación periodística nació con el estallido de la Revolución francesa. Determinado a tomar la pluma con la esperanza de "electrizar la Nación contra los principios subversivos de Francia que comenzaban a extenderse y radicarse en España"35 se tornó con toda naturalidad hacia el "piadoso" Diario de Valencia, tribuna que le permitía acceder a un "amplio" público,36 sin el menor desembolso económico, detalle de importancia en la medida en que, según afirmó, "no tenía caudal para imprimir".37
Las "Reflexiones cristianas" del Amante de la Religión: una nueva forma de predicación
Su primera contribución al Diario de Valencia tuvo lugar el 8 de marzo de 1791, fecha en que se publicó una carta firmada M. T. C. D. (Manuel Traggia Carmelita descalzo),38 en la cual el autor, del que nada se decía, presentaba las "Reflexiones cristianas" que acababa de remitir al periódico y que los diaristas prometían publicar "los Domingos, Miércoles y Viernes de esta Cuaresma".39 Estas, según indicó, iban dirigidas "contra una casta de Filósofos Ateístas, y Libertinos, de que abunda nuestro siglo, y aunque las máximas son diversas, pero útiles para todo género de personas, me he prenxado [sic] como objeto principal, hacer conocer que la verdadera Filosofía, no puede hallarse fuera del Evangelio".40
Sin mayores dilaciones, al día siguiente, "Miércoles de Ceniza", se inició esa serie con un artículo (o mejor dicho un sermón) cuyo título, "La religión solamente puede suavizar los males de la vida, y de la muerte", iba precedido de la mención del evangelio del día: "Evang. Cum Jeuinatis. Matth. 6".41 Siguieron otras 25 entregas y el "Viernes santo 22 de abril de 1791", fecha en que se invitó al público a adorar "en un profundo silencio [el] triunfo y milagro asombroso de Jesu-Cristo",42 se dieron por concluidas dichas reflexiones.
Esta nueva rúbrica que los redactores del Diario de Valencia ofrecían a sus lectores para toda la duración de la Cuaresma entraba de lleno en sus proyectos de sacar a luz un periódico "útil, político, elocuente, divertido" y también (o sobre todo) "sumamente piadoso", como afirmaron con motivo del quinto cumpleaños de su publicación.43
Pero, por muy devota que pudiera parecer, su actitud no era del todo ortodoxa. En efecto, en cualquier ciudad de cierta importancia, los párrocos solían invitar para Cuaresma prestigiosos predicadores de fuera que, sacando el trapo al púlpito (como se decía entonces), dejaban admirados a los feligreses y se ganaban (para ellos o su orden) alguna cantidad nada desdeñable. Tan grande era el honor que sacaba un eclesiástico de predicar en días de solemnidad que, en 1801, para lavarse de toda sospecha de tener problemas con la Inquisición, el canónigo de Logroño, Juan Antonio Llorente, propuso sustituirle al capuchino contratado por el cabildo para predicar en la festividad de la traslación de los mártires patronos de la catedral San Emeterio y San Celedonio, y logró este honor mediante una indemnización financiera a la altura del privilegio que se le cedía.44 Así que, al contratar a un colaborador ocasional para "cubrir" (como se diría hoy) tan señalado periodo con "reflexiones cristianas" que no eran sino sermones por escrito, los redactores del Diario de Valencia les pisaban el terreno a todos los predicadores, satisfaciendo (según la expresión ya citada del P. Traggia) a los que no podían ir a la iglesia a escucharlos, sino también a los que "no querían", lo que, desde un punto de vista religioso era muy grave. Y aunque toda comparación es odiosa (como decía Cervantes) observaremos que, en pleno siglo XX, se produjeron en los medios eclesiásticos las mismas reticencias frente a la introducción de la retransmisión en televisión de la misa dominical, manera de permitir a los enfermos asistir al santo sacrificio para los unos y a los tibios presenciarlo desde la cama.
A La Bruère, que fue uno de los primeros empresarios de prensa españoles (o el primero, a secas), no se le pudo escapar esta competencia que hacía a los "predicadores oficiales". ¿Fue Traggia o no consciente de ello? La introducción a la serie pocas dudas autoriza al respecto, ya que nuestro religioso sintió la necesidad de precisar (Excusatio non petita, accusatio manifesta): "He procurado tomar asuntos nada comunes, para no encontrarme con los Predicadores, filosofando algunas máximas de Religión, sobre el plan del Evangelio, sin detenerme mucho en su explicación, pues no la sufre su brevedad; y como este papel sea político, las he templado de modo, que no parezcan de Misionista".45
Asimismo, en febrero de 1795, volvió a justificarse ante el público y esta vez con mayores detalles, lo que no deja de ser significativo:
Nadie [cercioraba] debe pues extrañar, que procuremos por este sencillo medio comunicar algunas Reflexiones Cristianas para cada día de la Cuaresma, sacadas de la Epístola y Evangelio, que se hallan en el Oficio diario. Es verdad que hay Sermones y Predicadores que desmenuzan este sagrado Pan del Evangelio como una buena madre a sus hijos pequeñitos; pero sobre que no hay Sermones morales todos los días, tampoco todos pueden concurrir a ellos por sus tareas y ocupaciones. Los Sermones son instrucciones completas y adecuadas; estas Reflexiones son más breves e imperfectas. En aquellos se tratan las materias con extensión y profundidad, en éstas no se hace más que insinuar algunas devotas meditaciones, para inflamar el corazón cristiano, recordar el sagrado tiempo y consagrar a Dios las primicias de nuestras obras todos los días.46
Lo cierto, es que, en esta circunstancia, no fue muy ortodoxa su actitud, como nos enseña asimismo su firma: M. T. C. D. Por una parte, ofrecía toda garantía desde el punto de vista de la doctrina con las dos últimas iniciales, C. D., que cualquier contemporáneo traducía espontáneamente por "carmelita descalzo". Pero, las dos primeras, M. T., no correspondían a su nombre de religioso (Manuel de Santo Tomás de Aquino). Y se separó más aún de su calidad de religioso adoptando (a partir de febrero 1793) el seudónimo de "Amante de la religión" para firmar sus artículos,47 aunque éste, al parecer, se lo atribuyeran los propios editores del Diario.48 Estos calificativos de "Amigo..." o "Amante de..." que florecieron en la prensa hasta el final de la Guerra de la Independencia, incluso añadiendo "de la religión", tenían un claro origen francés, con L´Ami des hommes (1756-1762) del fisiócrata Mirabeau, L´Ami de la Vérité... (1767) del filósofo Gazon-Dourxigné, Les Amis de la Liberté (el nombre de un club revolucionario fundado en 1790), el Journal chrétien ou l'Ami des moeurs, de la vérité et de lapaix (órgano del clero constitucional, 1791-1792), Le Défenseur de l'Humanité ou l'Ami du genre humain (1792) de Philippeaux, diputado por la Convención.
Distamos mucho pues, con esta referencia, del tradicional "siervo de Dios" con el que solían presentarse los religiosos españoles. Y resulta tanto más raro (por no decir escandaloso) que era de aceptación en España considerar que cualquier eclesiástico que se había pasado a Francia, al volver, posiblemente había visto adulterarse la pureza de su doctrina.49 Aunque nunca se separó de su orden, Manuel Traggia quería manifiestamente operar una clara dicotomía entre dos aspectos de su personalidad: el carmelita descalzo, fray Manuel Santo Tomás de Aquino, y el periodista, de ahí que optara por el anonimato o el uso de un seudónimo lo que le permitía a la par no tener que someterse a la censura de su orden.50 En este segundo aspecto se mostró más que novedoso, casi imprudente.
Pero queda otra pregunta respecto a Traggia: ¿por qué ofreció prestar su pluma a los redactores de El Diario de Valencia? Dudamos un poco que la irresistible atracción que hubiera ejercido sobre él la prensa, sea una explicación totalmente satisfactoria. Piensa mal, y acertarás, dice el refrán. Y aunque carecemos de prueba, no se puede descartar el hecho de que si quiso predicar en la prensa, al poco tiempo de llegar a Valencia, fue porque no había sido invitado a hacerlo desde el púlpito. Ello explicaría su firma (o ausencia de firma), que indicaba que obraba como individuo, y no como miembro de su orden de la cual era, por entonces, escritor en el convento de San Felipe. Ello explicaría también que, para la Cuaresma siguiente, no siguió con estas "reflexiones cristianas" en el Diario de Valencia. Indudablemente, estos artículos habían gustado al público y a los redactores del periódico puesto que mantuvieron esta crónica. ¿Pero por qué, en tales condiciones, confiaron éstos a otros la continuación de esta crónica? Dos hipótesis se presentan: o fray Manuel se hallaba "contratado" (si se nos permite decirlo así) por una parroquia, fuera de Valencia y no pudo comprometerse a entregar sus artículos con la regularidad imprescindible; o fue objeto de una "corrección fraternal" por parte de sus superiores que le "aconsejaron" dejarse la pluma en el tintero. El hecho es que al año siguiente tomó el relevo un tal A. C. que completó sus "Reflexiones de Cuaresma" con varias compo siciones poéticas en relación con los Evangelios de sus Domínicas y Ferias y se convirtió en un corresponsal asiduo del periódico.51 En 1793, se encargó de dicha sección el Amante de la Verdad que, según Pacho Polverinos (al que seguimos en otras ocasiones), era uno de los seudónimos de Traggia. Pero, varios elementos nos inducen ahora a pensar que el Amante de la Verdad y el Amante de la Religión son dos personas distintas y que el Amante de la Verdad pudo ser el abogado Vicente Martínez Bonet, autor, según afirmó Justo Pastor en su Biblioteca valenciana..., de "diferentes piezas literarias, políticas y morales, publicadas en el periódico de esta capital desde primero de junio de 1791, hasta diciembre de 1811, inclusive con el nombre antonomástico de: el Amante de la verdad, de las cuales se formaron algunas colecciones".52 El Amante de la Religión, al estudio de cuyas contribuciones nos limitaremos por lo tanto, se encargó de nuevo de la rúbrica dedicada a las reflexiones cuaresmales en 1794 y la cedió (o tuvo que cederla), en 1795, al Amante de la Verdad. A todas luces no faltaban candidatos para recordar a los lectores u oyentes del Diario de Valencia que el "verdadero Cristiano, que jamás debe olvidar esta apreciable dignidad recibida en el Bautismo, tiene motivos más relevantes en el Santo tiempo de la Cuaresma para meditar las verdades de su Santa Religión".53
El Amante de la Religión: un corresponsal privilegiado
Aunque el Amante de la Religión guardó silencio en 1792, sus "Reflexiones cristianas" no pasaron desapercibidas y los diaristas publicaron en febrero de 1793 una serie de cuatro artículos (sin firmar54) que Traggia había dedicado a la milicia cuya importancia procedía resaltar en vísperas del estallido de la Guerra de la Convención que ya se perfilaba. El tema, a primera vista, podía parecer ajeno a su ministerio, pero consiguió, con toda facilidad, demostrar a sus lectores que no era el caso como evidencia el título de la primera entrega "Dios es el autor de la Milicia" y la introducción de ese artículo publicado el 16 de febrero (a los dos días de darse a conocer el testamento de Luis XVI55):
Uno de los atributos mayores de Dios, es llamarse Señor Dios de los Ejércitos, como frecuentemente se dice en la Santa Escritura. Esto prueba que la profesión de las armas no es ajena de los Cristianos. El espíritu de la Religión no condena sino los excesos y abusos que son inseparables de todo estado compuesto de hombres.56
Las siguientes remesas: "Todo hombre nace soldado",57 "La religión necesita gobernar las armas para que el valor no degenere en vicios"58 y "La virtud es gran apoyo para el militar"59 (publicadas ese mismo mes de febrero) también presentaban un fuerte cariz patriótico-religioso que sedujo tanto a los editores como a los lectores del periódico. Con lo cual Traggia se convirtió en un colaborador muy asiduo del periódico.
A los pocos días, el 26 de febrero, firmó su primer artículo con el seudónimo El Amante de la Religión: "Dios es el origen y causa de la Autoridad real" (pp. 225-228) que cubría casi la totalidad del número. Otro, "El hombre no puede vivir en Sociedad sin reconocer un Superior", siguió el día 28 (pp. 233-235), y por su extensión sólo dejó margen para unas pocas "Noticias particulares de Valencia". En el mes de marzo publicó como mínimo 10 textos, en abril 8, en mayo 9 y otros 6 en diciembre. Asimismo varios de estos artículos, cuya finalidad era "mantener los Pueblos en la dulce dependencia, tan debida a un Rey, que más que Monarca soberano, merece el nombre de Padre, contra el entusiasmo de la libertad, que tan horriblemente, se procura extender por toda la Europa", según indicó el director del periódico,60 dieron lugar, ese mismo año (lo que fue presentado como iniciativa del diarista) a la publicación de una Colección de algunas piezas interesantes al Diario de Valencia dadas a luz por el Amante de la Religión y de la pública felicidad, obra cuya tirada debió ser bastante importante ya que, según Traggia, unos 700 ejemplares fueron remitidos a la Corte.61 Estos artículos, que al poco tiempo iniciaron una segunda vida, constituían, como bien claro lo dejaban los títulos, una acérrima defensa de la tradicional alianza del Altar y del Trono, acicateada por la voluntad feroz de combatir "la mala semilla de la Revolución francesa, que se iba radicando en España":62 "Método para destruir la escandalosa libertad y entusiasmo, que hoy día conquista más Pueblos, que las armas" (pp. 7-10), "Dios es origen y causa de la Autoridad Real" (pp. 11-17),63 "El hombre no puede vivir en sociedad sin conocer un Superior" (pp. 118-22),64 "El hombre no puede vivir en Sociedad sin Religión" (pp. 23-28),65 "Los vasallos deben contribuir generosamente al Monarca, en las públicas necesidades" (pp. 29-35),66 "La religión enseña a respetar, amar y obedecer con fidelidad a los Monarcas, aunque sean malos" (pp. 35-48),67 "Diferencia notable entre un Filósofo Ateísta, y un Filósofo Cristiano que viven en Sociedad" (pp. 41-48),68 "Principios y pasos que han conducido a la ruinosa libertad que pretenden los Sediciosos" (pp. 48-54),69 "Efectos funestos de la libertad filosófica: Bienes de la dependencia" (pp. 54-60).70 Y no cabe la menor duda de que algo de frustración debió experimentar cuando, por un motivo que, según afirmó, no llegó a conocer, "se impidió la venta de un papel tan Patriota y religioso".71 Pero tuvo la satisfacción, ese mismo año, de ver salir de la Imprenta del Diario, con el título de Reflexiones sobre los excesos, sedición y Libertad filosófica de los Franceses: Milicia y Guerra del día, otra colección de artículos que había publicado en el periódico de abril a mayo y en los cuales había desenvainado con no poca determinación su afilada pluma en contra de los impíos franceses.72
Asimismo los diaristas, sensibles al celo patriótico-religioso de este prolífico articulista le confiaron al poco tiempo, principios de 1794, la redacción de una nueva sección dedicada a la explicación de los proverbios de la Sagrada escritura a la cual se daría cabida dos veces a la semana.73 Conforme a lo anunciado, el Amante de la Religión explicitó, el 6 de febrero, su "Método de proponer los proverbios sagrados..." y demostró su voluntad de ir hacia una escritura más periodística, de adaptarse al medio utilizado y pues al público de la prensa:
debo advertir lo siguiente [decía]. Primero: que para no fastidiar la nimia delicadeza de lo que se cansan hasta de lo bueno, no seguiré el orden de materias, sino el de la Escritura comenzando por los Proverbios de Salomón, haciendo un tejido de diversas flores. Lo segundo: que procuraré la brevedad en las reflexiones de los Proverbios, para que cada uno pueda adelantar el discurso. Lo tercero: que reuniré el Proverbio glosado, algunos otros de la misma Escritura que tengan relación entre sí, y aun si me ocurre, o viene bien se mezclaran los Proverbios o Adagios Castellanos, que tengan alguna similitud. Lo cuarto: daré lugar algunas veces a frases enérgicas, Enigmas de la Escritura y Parábolas del Evangelio. Lo quinto y último: para que ningún Crítico, se canse en examinar si todas las sentencias que propongo son o no propiamente Parábolas, Adagios, Apólogos, y otras doscientas cosas, procuraré que sean conforme a esta definición de San Basilio: Proposición útil con alguna obscuridad, y mayor utilidad. Esta deberá cubrir los defectos que se hallan en mi aplicación, la que deseo clara, sencilla y acomodada para todos".74
Y en marzo, Traggia reanudó con sus predicaciones de cuaresma, con la pluma, desde la tribuna que le brindó una vez más el Diario,75 y con la voz, desde el púlpito (más ortodoxo) de la Iglesia Parroquial de los santos Juanes.76
Traggia se había convertido pues (con el Amante de la Verdad que a veces le pisaba el terreno) en uno de los colaboradores predilectos del Diario de Valencia. Así, ese mismo mes de marzo de 1794 la firma del Amante de la Religión apareció en 27 de los 31 números que se publicaron.77
Una fe en la prensa irrefragable y duradera
La abundante producción del misterioso Amante de la Religión no podía sino suscitar la curiosidad de los lectores más asiduos del Diario. Como recalcó el director en su introducción a la Colección de algunas piezas interesantes... (1793), dicho Amante de la Religión (y también de la prensa, que, bajo varios conceptos, le resultaba muy útil) pretendía ocultar su identidad, pero el secreto pronto se destapó. No faltaron pues entre el público personas capaces de relacionar ese piadoso corresponsal del Diario con el R. P. Fr. Manuel de Santo Tomás de Aquino, exlector de Sagrada Teología, y escritor de dicha Religión del Convento de Carmelitas Descalzos de San Felipe, cuyo nombre figuraba alguna que otra vez entre la lista de predicadores proporcionada por los diaristas y que, a la par, se valía del periódico para dar a conocer las obras que iba publicando utilizando sea su seudónimo, sea su nombre de religioso. El 14 de marzo de 1793, el Diario dedicó dos de sus cuatro páginas al "Prospecto de una Obra intitulada: Verdadero carácter de Mahoma y de su religión; escrita por el P. Fr Manuel de Santo Tomás de Aquino, Carmelita descalzo, Ex-lector y Escritor de su Orden" (pp. 291-292), indicando que el "Discurso liminar" se podía adquirir, a tres reales, en varias librerías de la ciudad así como en el Despacho principal del Diario. El 14 de abril 1794 se hizo referencia a la ya citada "Colección de algunas piezas interesantes al Diario de Valencia, en las que se pintan con vivos coloridos las ruinosas consecuencias de la falsa libertad que aniquila al reino de Francia",78 que se volvió a mentar el 3 de junio.79 El 29 de noviembre de 1794 se llamó la atención del público sobre las Reflexiones para las Dominicas de Adviento, Vigilia y Día de Navidad Reflexiones para las Dominicas de Adviento, Vigilia y Día de Navidad y sobre las Reflexiones para todos los días de Cuaresma, dos obritas cuya venta también asumía el periódico.80 El 3 de enero de 1795 se presentó, con cierto detenimiento, El Vencedor u oraciones para pedir a Dios nos libre de los males que nos amenazan.81 El 3 de febrero se informó de la puesta en venta de la primera colección de Proverbios de Salomón que el Amante de la Religión y de la pública felicidad había glosado (en el propio Diario).82 El 30 de marzo se volvieron a anunciar el Verdadero carácter de Mahoma... y el Vencedor...83 El 11, 14 y 17 de diciembre se publicitaron otras tres obras del carmelita.84
No cabe la menor duda de que a nuestro religioso, cuya actividad literaria fue bastante abundante durante esos años,85 no se le habían escapado las múltiples ventajas que podía brindar la prensa a quien deseaba con fervor hacer entender su voz y dar a conocer su producción literaria. En ningún momento llegó a pensar que su pertenencia al clero era incompatible con una actividad periodística y que era impropio valerse de la prensa para hacer oír la voz de Dios, para difundir, como diría el director del periódico (desde otra perspectiva, sin lugar a dudas más interesada, económicamente), "Máximas evangélicas, de Religión y Devotas", para ofrecer al público "una insinuación de nuestra Religión".86 Muy pronto entendió, al igual que el Amante de la verdad, que "la pluma siempre corre más allá de lo que puede la voz; y que la permanencia y duración tienen mejor cabida en las Prensas y papeles, que en los Púlpitos y Teatros",87 que ya no se podía prescindir de ese medio. En ello radica toda la modernidad de Fr. Manuel de Santo Tomás de Aquino cuya vocación periodística, nacida con la Revolución francesa y la Guerra de la Convención, no vacilaría con el tiempo. Llegada la invasión napoleónica, proseguiría con mayor ahínco su cruzada y el que fue un celoso colaborador del Diario de Valencia ya no se contentaría con predicar desde tribunas ajenas. Llevado por una fe incuestionable en la prensa, daría un paso decisivo creando sus propios periódicos. Pero eso ya es harina de otro costal. Y, como solían decir en aquel entonces los publicistas: Se continuará.