Los motivos de Gustavo Madero1
En mayo de 1912, el Secretario de Relaciones Exteriores del gabinete de Francisco I. Madero, Pedro Lascuráin, sorprendió al Senado al proponer la candidatura del hermano del presidente, Gustavo A. Madero, para que fungiera como plenipotenciario de México ante el Imperio de Japón. Se decía que el presidente mexicano quería expresar su gratitud al gobierno de ese país por el envío de una misión a las fiestas del Centenario de la Independencia realizadas dos años atrás;2 sin embargo, bien pudo ser que don Francisco deseara apartar del camino a su hermano, muy criticado en los medios por su constante intromisión en los asuntos de Estado.
La verdad es que a don Gustavo sí le entusiasmaba la idea de viajar a Japón como cabeza de una misión diplomática, mas su propósito no era complacerse con los cerezos en flor o en los famosos barrios de Yoshiwara. No. Como hombre forjado en el mundo de los negocios lo motivaban las oportunidades de realizar transacciones con los japoneses, quienes participaban ya de manera destacada en el comercio mundial. Desde el momento de su designación como embajador especial, se volvieron más y más frecuentes sus visitas tanto a la Legación japonesa, ubicada frente a la plaza Río de Janeiro en la colonia Roma de la Ciudad de México, como a las oficinas que la compañía Mitsui Bussan había instalado desde 1910 para la exposición de objetos japoneses en el Palacio del Chopo.3
Así como Francisco I. Madero era un idealista que soñaba con la democracia y un régimen de libertades para México, su hermano Gustavo era pragmático, abocado más hacia la multiplicación de las riquezas y, para tal fin, el país forjado por el monarca Meiji emergía como una alternativa interesante. La historia que se cuenta a continuación tiene que ver con un objetivo muy preciso que persiguió Gustavo A. Madero, pero que la vida no le alcanzó para concretarlo: la compra de armas a los japoneses con el propósito de reforzar al gobierno de su hermano. Muertos los dos en la refriega infame de la Decena Trágica, fue Victoriano Huerta quien prosiguió con el interés de comprar armamentos a Japón. Éste es el punto de inicio de nuestro relato sobre un acontecimiento poco conocido de las relaciones entre México y Japón.
Lúcidas flores de un ingenio rudo
A sangre y fuego -aunque con innegable astucia- Huerta se adueñó de la Presidencia de México con el apoyo del embajador estadounidense, Henry Lane Wilson. El 21 de febrero de 1913, el flamante presidente organizó una recepción cuyo fin era presentarse ante el Cuerpo Diplomático, el orador oficial fue nada menos que Henry Lane. Éste descolló en halagos y bienaventuranzas para el general usurpador, quien saludó de mano a cada uno de los representantes extranjeros pero se detuvo con uno en especial: el encargado de negocios japonés Kumaichi Horiguchi. Fue tan obvia su obsequiosidad con el japonés, que inclusive el embajador cubano Manuel Márquez-Sterling reparó en ella: “Huerta dedicó lucidas flores de su ingenio rudo al hijo del Sol Naciente, iniciando allí su política japonesa, no obstante la protección del generoso Horigoutchi [sic] a la familia de Madero”.4
El norte se sublevó en contra de Huerta a través del Plan de Guadalupe proclamado en marzo; Venustiano Carranza fue investido como comandante en jefe del Ejército Constitucionalista y de inmediato se iniciaron los avances hacia el centro del país por medio de tres divisiones: la del Noroeste bajo el mando del general Álvaro Obregón, la del Norte con Pancho Villa, y la de Noreste con Pablo González. Las entidades del sur se mantenían en estado de guerra permanente con Emiliano Zapata al frente de un ejército de campesinos indomables. Los enfrentamientos se recrudecieron a mediados de 1913, y pese a que el presidente estadounidense Woodrow Wilson se había pronunciado a favor de la neutralidad e incluso había decretado un embargo de armas a los beligerantes, la realidad es que desde los Estados Unidos continuó fluyendo el tráfico de armas para beneficio de los carrancistas, y desde Guatemala para los zapatistas.
Por eso mismo, como señala uno de los pocos biógrafos de Victoriano Huerta, para éste ningún asunto militar se podía considerar de mayor importancia que la pronta adquisición de armas y municiones.5 Para fortuna suya, existían ya negociaciones avanzadas por Gustavo Madero con la empresa Mitsui para la adquisición de fusiles; era ésa una de las razones por las cuales don Gustavo frecuentaba tanto la sede de la Mitsui en México. Huerta designó para efectos de reanudar los trámites con la empresa al general Félix Díaz, designándolo como embajador especial ante Japón.
La misión de Félix Díaz se disimuló como una pretensión de agradecer el envío de un contingente japonés a las fiestas del Centenario; aunque lo que verdaderamente deseaba el dictador era alejar a Félix Díaz del escenario político para que éste no pensara tanto en la posibilidad de acceder a la Presidencia de la República. Sacó asimismo del país al general Manuel Mondragón y lo mandó a Europa como observador militar. Como secretario de Guerra del primer gabinete huertista, Mondragón había estado perfectamente al tanto de los tratos ocultos para la adquisición de armas con Japón, ya que le escribió a su hermano: “Mi queridísimo hermano: […] Importa mucho me enteres de todos los negocios que te pregunté en mi anterior referentes a barcos y Japón”.6 Ese mensaje fue interceptado por los servicios de inteligencia estadounidenses y sustentó la ira de Woodrow Wilson contra Huerta.
En ruta hacia Japón, Félix Díaz hizo escala en Vancouver y allí sostuvo un encuentro algo bizarro con dos emisarios japoneses que habían viajado ex profeso desde California para hablar con él, ellos eran Tadao Kamiya y el economista Juichi Soyeda. Ambos habían estado cabildeando contra una Ley recién promulgada por el Congreso de California que prohibía la enajenación de terrenos a los japoneses bajo el supuesto de ser inelegibles para la ciudadanía estadounidense;7 después acudieron a entrevistarse con Félix Díaz, mas no para tratar el asunto de la compra de armas, sino para convencerlo de que retrasara su partida hacia Japón bajo el argumento de que el monarca Taishô (Meiji había muerto en julio de 1912) no se hallaba en condiciones de recibirlo. El encuentro no escapó a la observancia del vicecónsul estadounidense en Vancouver, quien pensó que el propósito del encuentro era el de concertar una alianza entre México y Japón. “Se rumora -informó- en los círculos no oficiales que se intenta concertar algún tipo de alianza o acuerdo entre los dos países en Vancouver”.8
Félix Díaz permaneció varado en Vancouver hasta que recibió la extraña orden de la Cancillería mexicana de olvidarse de Japón y dirigirse a Europa, pese a que ya en Japón las cosas habían cambiado y se le esperaba con inusual expectación. The Japan Times, por ejemplo, publicó una editorial en la que se hablaba de él: “El enviado mexicano que está próximo a llegar -se decía-, pudiera tener una porción considerable de sangre Yamato-- de pura raza japonesa”.9 Según la historiadora Iyo Kunimoto, la súbita instrucción, girada para que Félix Díaz interrumpiese su viaje a Japón y se dirigiera a Europa, constituyó un incidente diplomático “extraño y desagradable” que puso en entredicho la honorabilidad de los mexicanos.10 Sin embargo, Friedrich Katz considera que más bien fue Japón el que actuó con deshonor, y para el caso cita un memorándum del ministro alemán en México, Paul von Hintze, a su Canciller:
El 10 de septiembre de 1913 Hintze escribió a Berlín: “El ministro de Relaciones Exteriores, señor [Federico] Gamboa, se ha expresado muy acerbamente respecto a la ayuda japonesa, esperada en vano: los japoneses nunca tienen ni dinero ni valor; no podemos confiar en ellos“.11
Katz se hallaba más cerca de la verdad que Kunimoto, y es porque como en Japón se creía que estaba muy próxima la revocación de la Ley antijaponesa en California -o al menos así se lo hicieron creer a los señores Kamiya y Soneda-, no se quiso enturbiar el proceso con muestras de simpatía hacia el enviado de Victoriano Huerta, a quien, evidentemente, el presidente Wilson detestaba. De manera que la misión de Kamiya y Soyeda llevaba más bien el engorroso propósito de frenar la llegada de Félix Díaz a Japón, con tal de evitar que se removieran los ánimos en Washington y se estropeara su labor. Acudir a decirle a un embajador que por favor no llegue a su destino, sin embargo, es en sí un acto infamante, y fue por eso que Gamboa se indignó. Por consiguiente, si Kunimoto dice que el faux pas diplomático lo cometieron los mexicanos, se equivoca,12 ya que fue la parte japonesa la que quiso canjear la revocación de la ley que prohibía la apropiación de tierras a los japoneses en California a cambio de que Japón se retirase de México.13
El corresponsal de Reuters en Tokio, Andrew Pooley, narra ese episodio y sostiene que el Ministro japonés en México, Mineichiro Adachi, trató de enmendar la situación mediante la muy encarecida solicitud a Victoriano Huerta de designar a otro representante oficial que supliera a Félix Díaz. El cargo recayó esta vez en Francisco León de la Barra.14 Éste, junto con otros oficiales del ejército, se encargaron de cerrar la compra pendiente de 50,000 rifles más cuatro millones de cartuchos a la compañía Mitsui. Como dice Pooley, los mexicanos jamás ocultaron la conclusión de esa operación,15 aunque los japoneses sí se empeñaban en disimularla para no agraviar a los Estados Unidos. Tokio sostenía que sus intereses en México eran limitados y que no pretendía jugar un papel protagónico,16 pese a que en el fondo sí tenía interés de venderle armas a México e incluso de desafiar la Doctrina Monroe.17
Mitsui Bussan bajo la mira
En Washington se quería que Japón dejara de entrometerse en México y que se sumara al bloqueo contra el gobierno huertista. Por instrucciones del secretario de Estado Bryan, el embajador en Tokio, George Guthrie, le presentó al conde Nobuaki Makino un oficio con los fundamentos de la política de Wilson en México en el que se aludía a las operaciones de compra-venta de armas a la empresa Mitsui. Guthrie atizó el fuego. Reportó que a pesar del oficio, las autoridades japonesas insistían en ordenar grandes cantidades de acero; sospechaba él que el acero pudiera utilizarse para la fabricación de las armas destinadas a Huerta.18 Informó asimismo que una fuente británica le había hablado acerca de un contrato entre el gobierno mexicano y la Mitsui para la adquisición de cinco guardacostas, y sostenía que los japoneses ya tramitaban en Europa un préstamo bancario a nombre de México para asegurar el financiamiento de los guardacostas.19 En un segundo telegrama, advertía Guthrie que el acorazado Izumo de la Armada japonesa se alistaba para dirigirse a México.20
Makino le explicó a Guthrie que efectivamente el Izumo visitaría México, pero que lo haría para auxiliar a los japoneses atrapados bajo el fragor de la revolución, y desmintió las versiones de que el buque transportaría armamentos.21 Guthrie dejó en claro que los negocios de la Mitsui podían complicar las cosas, y advirtió que en el caso de una guerra entre México y Estados Unidos cualquier buque ajeno podía correr el peligro de ser atacado, en clara alusión al Izumo. Makino, sin embargo, no se intimidó y sólo lamentó que la presencia del buque japonés pudiera causar resentimientos.22
Los agentes estadounidenses en Japón procuraron dotarse de toda la información posible acerca del cargamento del Izumo. Guthrie reportó que la Mitsui ya había hecho entrega de cinco mil rifles al gobierno de Huerta y que muy probablemente se entregarían otros miles.23 Asimismo, el Cónsul en Yokohama, Thomas Sammons, se mantuvo en alerta e informó de la llegada de cuatro emisarios mexicanos encabezados por Francisco León de la Barra el 29 de noviembre; además, aseguraba que el cargamento del Izumo sí contenía armamentos, por lo que recomendó intensificar el patrullaje en las costas del Golfo de California.24 En la Ciudad de México, el emisario de Wilson destinado a negociar la salida de Huerta del gobierno, John Lind, aconsejó levantar el embargo de armas y abastecer a los constitucionalistas, o de lo contrario, los japoneses fortalecerían a Huerta y a los Estados Unidos no les quedaría más remedio que intervenir militarmente en México.25
Pese a los esfuerzos de Adachi por calmar los ánimos en torno a la misión del Izumo, siempre hubo quienes magnificaron su presencia en aguas mexicanas. The New York Times le dio seguimiento desde su partida de Yokohama, y en su edición del 22 de diciembre asentó que las verdaderas intenciones del buque consistían en contribuir a la expansión naval y al incremento del prestigio internacional de Japón.26 La prensa mexicana destacó que más allá del protocolo de amistad, la presencia del acorazado constituía una muestra clara del apoyo japonés para el caso de una intervención estadounidense. Ya El Nuevo Tiempo había notificado, desde meses atrás, que la compra de fusiles a Japón se hacía con el objeto de “resistir cualquier intervención armada de parte de Estados Unidos”.27
Odisea que terminó en Odesa
Desde febrero de 1914, Wilson levantó el embargo de armas a los contendientes y concedió el estatus de beligerante al ejército constitucionalista. Esta facción dominaba ya los estados fronterizos de Sonora, Coahuila y Chihuahua, y mientras el general Obregón avanzaba hacia Sinaloa, Pancho Villa asestó un duro golpe contra los federales al apoderarse de la estratégica ciudad de Torreón en la mañana del 3 de abril, lo cual acrecentó su popularidad. En el sur, el general Emiliano Zapata extendió su dominio sobre los estados de Morelos, Guerrero y el Estado de México. Los días de Huerta estaban contados. Quizá no lo consideraba así Adachi al remitir recortes de periódicos en los que se informaba acerca de los supuestos avances del ejército federal;28 Lind creía que Adachi era ingenuo y que influía fuertemente en él el ministro británico Carden. Así lo notificó al secretario Bryan:
[Carden] alentaba al japonés a desplegar este interés y actividad en México, con el propósito de crear una impresión en los Estados Unidos, e incluso es más que probable que Japón esté dispuesto a blofear un poco por cuenta propia. En otras palabras, considero que todo este asunto es un simulacro conjunto por parte de Inglaterra y Japón, a fin de impresionar a los Estados Unidos con la carátula de marcha conjunta con la que se presentan.29
El aprovisionamiento de armas continuó siendo un enigma para los servicios de inteligencia estadounidenses; y es que no todos los embarques de armas por parte de la Mitsui seguían la ruta del Pacífico, sino que algunos también atravesaban el Golfo de México mediante buques que los ingleses ayudaban a fletar. Debido a ello, los estadounidenses redoblaron la vigilancia en los puertos de Tampico y Veracruz, y por eso mismo el carguero alemán Ypiranga, de la Hamburg Amerika Line, apareció en el horizonte de las suspicacias. Según Katz, desde principios de 1914 se había gestionado secretamente una línea de crédito con la banca inglesa y el financiamiento habría servido para la compra de armas provenientes de fabricantes suizos, franceses y estadounidenses.30 El embarque en el Ypiranga se llevaría a cabo a través de un prestanombres: John Wesley De Kay, excéntrico dueño de una empacadora de carnes en México.31 Pese a que Katz no menciona a los proveedores japoneses, sí hace referencia al papel del vicecónsul ruso Leon Rast como agente que ayudó a Huerta a pagar y trasladar las armas desde Japón a través del estrecho del Bósforo.32
Pero sucedió algo inesperado: el cargamento proveniente de Japón no llegó a tiempo de ser embarcado en el Ypiranga debido a que fue confiscado por las autoridades aduanales en la ciudad ucraniana de Odesa, donde creían que su destino no era el gobierno mexicano, sino los rebeldes armenios que luchaban contra el Imperio otomano.33 Es importante la evocación de este suceso, significa que las armas japonesas que supuestamente se iban a embarcar en el Ypiranga junto con otras, jamás aparecieron en el cargamento por la simple razón de que no alcanzaron a llegar.
En la primavera de 1914, ante la porfía de don Victoriano de resistirse a los embates de Washington; ante las críticas que recibía Wilson de ser burlado por los mexicanos, y ante el supuesto ultraje de la Doctrina Monroe por parte de las demás potencias, el presidente estadounidense ordenó la ocupación militar de Veracruz. La acción llevaba el doble propósito de interceptar el cargamento de armas del Ypiringa y de respaldar a los constitucionalistas, fortalecidos con las provisiones que recibían a través de la frontera. Los marines desembarcaron en Veracruz el 21 de abril, sin embargo, Huerta decidió no enfrentarlos aunque sí capitalizó el clamor nacional en contra de la intervención. Wilson esperaba que Carranza le agradeciera el supuesto favor que le hacía, pero por el contrario, el jefe del constitucionalismo denunció la violación a la soberanía y la intervención en Veracruz. Huerta finalmente fue derrotado por el ejército constitucionalista el 24 de junio, y a los pocos días estalló la Primera Guerra Mundial tras el asesinato del archiduque Francisco Fernando en Sarajevo. Quedó trunca la compra de armas que se había hecho a la compañía Mitsui.
Armas para la dictadura
Qué pasó con las armas adquiridas a la Mitsui, ¿se las apropiaron los ucranianos, logró México recuperarlas o regresaron a Japón? A continuación se narra el desenlace de este episodio.
La misión encabezada por Francisco León de la Barra para agradecer la asistencia de Japón a las fiestas del Centenario -aunque con tres años de retraso-, en realidad fue una cortina de humo para cerrar la compra de armas emprendida antes por Gustavo Madero. Como se ha dicho, amén de haber sido el hermano del presidente, Gustavo era un hombre de negocios, implicado en el aprovisionamiento de armas para la revolución maderista; su operador en el mercado estadounidense era Sherbourne Hopkins, fue él quien lo introdujo con los representantes de la compañía Mitsui en Nueva York. El golpe de estado en febrero de 1913, no obstante, dejó aquellas negociaciones en vilo; Huerta las retomó no sólo porque Wilson le había impuesto un embargo a su gobierno, sino también porque deseaba comprometer a Japón en algún tipo de alianza para hacer frente a las presiones de Washington.
Coincide lo anterior con un momento crítico en las relaciones nipoestadounidenses, derivado en buena medida de la intensidad que cobró el antijaponismo en California y, asimismo, debido al recelo que provocaba en Tokio la creciente influencia estadounidense sobre el mandatario chino Yüan Shih-kai. Desde la perspectiva japonesa, si los estadounidenses actuaban sin reservas en la región asiática, ¿por qué habrían ellos de seguir respetando los términos del Gentlemen’s Agreement pactado seis años atrás? ¿Por qué tenían que seguir acatando la cláusula monroísta contenida en ese Acuerdo, la cual hacía extensivas las restricciones migratorias a los japoneses en México?
Cuando Adachi se colocó al frente de la Legación japonesa en México, uno de sus objetivos consistió en localizar posibles sitios de asentamiento para los inmigrantes de su país. Desde su llegada, encontró un entorno desbordante en expectativas hacia Japón; su arribo fue motivo de vítores y hasta se suspendieron las actividades con tal de que el pueblo acudiera a recibir al representante del potencial aliado de México.
El negocio de las armas siguió su curso. Para los estadounidenses resultaba imperioso descubrir la relación entre la diplomacia de Adachi, los objetivos de Huerta y las operaciones de la compañía Mitsui. El propio Huerta se empeñó en que pareciera que, en efecto, sí existía una relación muy estrecha con Japón, así que dejó correr toda clase de rumores acerca de la supuesta alianza entre Japón y México. En los Estados Unidos también circularon rumores, algunos tan fantásticos como el que propaló George L. McKeeby, quien aseguraba haber detectado a, por lo menos, cuatro o cinco células clandestinas de “cholos” mexicanos armados por cuenta de los japoneses, con la misión de llevar a cabo actos de sabotaje en California.34
En febrero del 1914, el Agente Consular de Japón en Chicago, Shôtoku Baba, visitó El Paso y Ciudad Juárez con el propósito de conocer las condiciones de los japoneses afincados en esa zona, y al ser interrogado por un periodista sobre las armas compradas a su país, declaró que efectivamente Huerta había asegurado armas en Japón, mas no bajo las condiciones que se decían: “Cuando Madero era presidente -explicó Baba-, firmó un contrato con una firma privada japonesa para la compra de una cantidad [indefinida] de armas”.35 Cobra sentido el que Gustavo Madero hubiese sido designado representante ante Japón; la tragedia empero le cerró el paso.
Las armas, ¿dónde quedaron?
Recapitulemos. La compra de 15,000 rifles fue concluida por De la Barra, quien se hizo acompañar por los oficiales Manuel M. Velázquez, Miguel Bernard Perales, Fausto Becerril y Emilio Alemán, como informó en su oportunidad el cónsul estadounidense en Yokohama.36 Todos eran hombres al servicio del general Manuel Mondragón; por eso mismo, tras su remoción como secretario de Guerra, Mondragón le pidió a su hermano que le informara sobre las transacciones pendientes con Japón, y por eso mismo se avivaron las ansiedades en el gobierno de Wilson después de ser interceptada esa carta por los servicios de inteligencia.37
Todo indicaba que las armas japonesas serían embarcadas en el acorazado Izumo, aunque lo cierto es que el vicecónsul ruso en México, Leon Rast, se había prestado a intermediar para que la carga fuese trasladada desde el puerto de Kanazawa a Vladivostok, y por tierra hacia Kiev y Odesa; se pretendía que cruzara el Bósforo y de ahí al Mediterráneo para rodear la península Ibérica hasta su embarque final en Havre, a tiempo de añadirse a otros cargamentos en el Ypiranga.
Se sabe que el cargamento partió de Japón en febrero de 1914, justo cuando el Izumo daba por terminada su estadía en tierras mexicanas, de manera que, obviamente, no fue el Izumo el portador de dichas armas. Sin embargo, tampoco llegaron a tiempo de ser embarcadas en el Ypiranga debido a que los ucranianos las retuvieron, suceso fortuito, ya que si la intervención estadounidense en Veracruz se justificó -entre otra razones- bajo el supuesto de que existía una alianza secreta nipomexicana, y si las armas constituían una prueba de ello, esa prueba no se dio.
Pero la compra de esos rifles fue apenas uno de cinco acuerdos pactados con la Mitsui. Los oficiales mexicanos concluyeron otro acuerdo el 2 de junio de 1913, consistente en la compra de 50,000 rifles más por valor de $795,000 dólares. El 21 de julio, firmaron otros dos acuerdos: uno para la compra de 25,000 carabinas, por valor de $352,000 dólares, y otro para la adquisición de 10 millones de cartuchos por $250,000 dólares.38 Esas gestiones coincidieron con la llegada de Adachi a México; se comprende ahora la algazara que causó su arribo, ya que Adachi y las armas japonesas fueron publicitados por Huerta como expresiones del presunto apoyo que Japón otorgaría en la defensa de la soberanía mexicana frente a las amenazas de intervención. El valor total de las compras hechas entre junio y julio de 1913, ascendía a $1,397,000 dólares; el 8 de agosto, se concertó un acuerdo más, por un “juego de piezas” (sin especificar), por valor de $12,750 dólares.
Si por medio de Rast el gobierno de Huerta efectuó un pago por $411,875 dólares mediante transferencia bancaria a la cuenta de la empresa Mitsui en el Yokohama Specie Bank, restaban por pagarse $997,875 dólares. La compañía, sin embargo, sí llegó a entregar en Manzanillo una mercancía valorada en $171,750, lo cual hace pensar que algo estaba pasando con el resto de la mercancía. Se sabe que un cargamento de rifles le dio la vuelta al mundo y quedó varado en Odesa; otro más (el de Manzanillo), no se entregó completo dado que se recibió menos de la mitad de lo pactado, y el colmo, muy posiblemente hasta acabó en manos del ejército villista tras la toma de Zacatecas. ¿Qué pasó con el resto?
Entre la caída de Huerta y la llegada de los constitucionalistas al poder, pasando por el desalojo estadounidense de Veracruz, el establecimiento y extinción del gobierno emanado de la Convención de Aguascalientes, y la posterior restitución de Carranza al frente del ejecutivo federal, transcurrió poco más de un año. Durante ese lapso, el asunto de las armas compradas a través de la Mitsui se esfumó de la memoria, además de que la guerra en Europa captaba mayormente la atención de los medios de opinión. La Mitsui guardó silencio, hasta que el 4 de junio de 1915 un personaje envanecido se apersonó en las oficinas de la Mitsui en Tokio arguyendo que llevaba instrucciones de indagar el paradero de las armas faltantes.
El “oso” de Pérez Romero
Manuel Pérez Romero decía haber sido comisionado por el presidente de facto, Venustiano Carranza, para reclamar la entrega de las armas compradas a la empresa Mitsui Bussan por los representantes del gobierno depuesto; la Mitsui se preciaba de ser uno de los conglomerados industriales y comerciales (zaibatsu) más honorables de Japón. Los ejecutivos de la empresa, sin embargo, lo recibieron bajo la creencia de que el mexicano venía más bien a liquidar un supuesto adeudo por la venta de las mentadas armas. El propio Pérez Romero informó a sus superiores que había llegado a exigir con “actitud desinteresada” que la compañía le devolviera a México el diferencial entre lo que se pagó y lo que se recibió.
Los ejecutivos -entre los que se hallaba uno de apellido Yamada quien había trabajado para la empresa en México y había conocido a Gustavo Madero- respondieron que con gusto tratarían el asunto, pero que antes se debía producir el consabido reconocimiento a Carranza por parte del gobierno japonés.39 En tono severo, incluso jactancioso, Pérez Romero reportó que creía tener a la Mitsui atrapada en su mano. Existían varias interrogantes: ¿A dónde habían ido a parar las armas pactadas? ¿Por qué no se entregó la mercancía completa? ¿Por qué la Mitsui había guardado silencio durante tanto tiempo? ¿Y por qué se cerraron las oficinas en México a principios de aquel año?
El mexicano simuló conocer los pormenores de lo pactado, cuando en realidad no contaba con la documentación completa debido a que Huerta había destruido los archivos antes de escapar al extranjero. Por eso comenzó por pedirle a la Mitsui una copia del expediente. En su informe dice: “De seguro [los japoneses] suponían que no teníamos ningún dato sobre ellos”.
Los ejecutivos de la empresa no sólo se rehusaron a entregarle el expediente, sino que le recomendaron que acudiera a tratar el asunto directamente en las oficinas de la Mitsui en Nueva York, lo cual irritó sobremanera a Pérez Romero; le parecía inverosímil que la casa matriz no contara con copias de los contratos y que inclusive el señor Shunzô Takaki, uno de los involucrados en las negociaciones, le dijera que hacía tiempo se habían considerado “casi canceladas” aquellas cuentas. Resuelto a desfazer el entuerto y exhibir el lado oscuro de la Mitsui, este Quijote constitucionalista enfiló hacia Nueva York. Fiel a su causa, se presentó ante la sede de la Mitsui donde se le dijo que con gusto se le atendería, pero que antes requerían saber para qué necesitaba él una rendición de cuentas; además, le avisaron que la diligencia llevaría su tiempo, en vista de que los archivos se encontraban bajo custodia en la Legación de Japón en la Ciudad de México.
El 13 de diciembre, harto de tantas evasivas, Pérez Romero dirigió una nota en términos durísimos a la comercializadora. Por la importancia que reviste y para comprender mejor el estado anímico del protagonista, se reproduce a continuación:
Tengo el gusto de referirme a su siempre grata ocho del corriente relativa al asunto sobre el cual hemos cruzado alguna correspondencia y me permito manifestar a ustedes que no veo claramente el motivo por el cual hacen, de un asunto sencillo y razonado, una cuestión difícil y complicada. La forma evasiva en que ustedes hacen referencia a la parte fundamental, me hace creer que rehúsan obsequiar los deseos del Gobierno Mexicano, no obstante el derecho que este tiene de pedir copias de cuentas cuando lo crea necesario para la regularidad de sus archivos, especialmente en la época actual en que el Gobierno está revisando todas las cuentas y operaciones de las administraciones pasadas. En mi nota treinta de Noviembre último no especifiqué propósito alguno, sino que dí una razón fuera de toda duda, para pedir la copia de la cuenta. Soy de opinión de que una Compañía como la Mitsui Bussan Kaisha, honorable por todos los conceptos, no debería rehusarse a obsequiar los deseos del Gobierno, pues de lo contrario daría lugar a malas interpretaciones, quizá infundadas. No desconozco que mi Gobierno tenga cuenta detallada de todas las operaciones efectuadas y que estas existan en los Archivos Oficiales en la Ciudad de México y en posesión del mismo, no siendo esta, sin embargo, razón por la cual esa Compañía rehúse dar la copia de cuenta que se ha pedido, salvo que la misma desee que el Gobierno ignore alguna parte de dicha cuenta.
Con el objeto de que podamos llegar a un acuerdo y evitar correspondencia inútil, muy atentamente suplico a ustedes se sirvan decirme de una vez por todas si entregarán la copia que se ha pedido. Su contestación servirá para definir la actitud que mi Gobierno deba asumir, es decir, un arreglo amigable de todos los asuntos pendientes, o bien que nos veamos en la necesidad de recurrir a los Tribunales.40
Justificó su tono a manera de reacción frente a la que consideró como actitud “poco decorosa” e “insultante” por parte de la Mitsui. En otra misiva a Relaciones afirmaba que la compañía deliberadamente no quería atender su petición, porque no deseaba que el gobierno constitucionalista se enterase de “ciertas operaciones dudosas” realizadas con Victoriano Huerta.41 Enojado e impaciente, se encaminó hacia México. Recomendó actuar con la mayor energía posible y jamás olvidar las “irregularidades” en las que había incurrido la empresa japonesa Mitsui; mas de repente ocurrió algo inesperado: el entonces secretario de Relaciones Exteriores, Jesús Acuña, recibió un memorándum del titular de Guerra, Ignacio Pesqueira, notificándole que circunstancialmente había encontrado una copia de los mentados contratos con la Mitsui. Pesqueria juzgaba que lo conveniente era frenar los ímpetus del agente mexicano en Japón.
A su vez, el inspector de los Establecimientos Fabriles Militares, Alfredo Breceda, había encontrado algo más: un proyecto de coinversión entre México y Japón para la construcción de una fábrica de armas en la Ciudad de México.42 Dicho proyecto -que no se concretó- asimismo aparece mencionado en el memorándum que el magnate dueño del conglomerado Mitsui, señor Hachirôjirô Mitsui, emitió el 23 de octubre de 1913 al ministro de Asuntos Exteriores de Japón, Makino Nobuaki.43 A diferencia de Pesqueira, Breceda sí recomendaba que Pérez Romero fuera más exigente con la Mitsui y que le pidiera una indemnización; según su aritmética, la compañía le debía a México algo más de 430,000 dólares.44
La víspera de la Nochebuena de 1915, Pérez Romero recibió al fin la respuesta a su enérgica misiva de semanas atrás; la rubricaba Takaki, quien esclarecía que la actitud de la empresa había sido guiada por la más absoluta prudencia, pero que ante la actitud del mexicano, ellos se veían precisados a revelar la realidad de los hechos. En primer lugar, decía, Huerta había suspendido totalmente los pagos convenidos, de manera que se habían ocasionado perjuicios y pérdidas de consideración para la empresa; la Mitsui había tenido que absorber gastos tales como la recuperación de la mercancía varada en Odesa, y el diseño y adquisición de equipo y tecnología para el mencionado proyecto de una fábrica de armas, que don Victoriano jamás pagó.
Lo más sorprendente de esta historia fue el descubrimiento de un hecho hasta aquel momento ignorado por quien fuera cuñado de Francisco I. Madero.45 Se reveló que el gobierno constitucionalista había tenido ya un acercamiento previo con la Mitsui, y que hasta se le propuso a la compañía un “premio” a cambio de suspender la transferencia de armas al gobierno de Huerta. En esa propuesta, los constitucionalistas asumían el compromiso de adquirir para ellos el material, de pagarlo en su totalidad, e incluso de otorgar ese “premio” a los ejecutivos de la Mitsui por el favor que prestarían a la causa revolucionaria. Por eso mismo, a los ejecutivos de la Mitsui les extrañaba que Pérez Romero solicitara a nombre del gobierno de Carranza una copia de los contratos, ya que los mismos obraban desde tiempo atrás en poder del individuo con quien habían tratado el asunto del “premio”: nada menos que Roberto Pesqueria, hermano del funcionario que dijo “de repente” haberlos encontrado.46
Se le había volteado el chirrión por el palito a Pérez Romero, quien durante su encuentro con Takaki dijo sentirse extremadamente avergonzado. El japonés, sin embargo, se mostró complaciente; según sus propios cálculos el adeudo era de México, no de la Mitsui, mas no rebasaría los 800,000 dólares. El caso dio un giro insospechado. Para las negociaciones subsecuentes, Pérez Romero se acercó a un viejo conocido de la familia Madero, nada menos que el abogado Sherbourne Hopkins; ¿quién mejor que él podía conocer los pormenores del caso, puesto que había sido él el conducto a través del cual Gustavo Madero se relacionó inicialmente con la Mitsui?
Hopkins, efectivamente, tenía en su poder copia de una carta de Carranza fechada en Hermosillo, Sonora, el 30 de noviembre de 1913, en la que ofrecía términos sumamente atractivos (con premio) a la empresa Mitsui, a cambio de que ésta no le suministrara las armas al dictador Huerta. La actitud del negociador mexicano cambió por completo. Sus expresiones de vergüenza generaron empatías tales que la cultura japonesa suele dignificar, de manera que comenzó a asumir una postura achicada frente a las evidencias, pese a que mantuvo un donaire de solemnidad. En su informe del 2 de enero, admitió:
Sólo me quedó el camino de dejarlo todo a la honradez de la casa y honorabilidad de sus representantes, toda vez que las cantidades entregadas jamás podríamos justificarlas estando el gobierno [mexicano] en el desconocimiento absoluto de toda operación. Por otra parte, la argumentación de la Mitsui me ha parecido, hasta cierto punto, muy lógica.47
Una vez más la Mitsui sorprendió al mexicano, al ofrecerle la devolución de 60,000 dólares a manera de liquidación final. Pérez Romero apenas si lo creía. Conmovido por ese gesto, prometió que, en agradecimiento, la compañía se vería favorecida por el gobierno de México en los futuros negocios, y que su benevolencia no se olvidaría jamás. En aquel momento, en Europa ya resonaban los cañones de la guerra y a Estados Unidos le preocupaban más las actividades secretas de los alemanes infiltrados en las filas de Obregón y Villa,48 que los presuntos arreglos entre Carranza y los japoneses con respecto a las armas. Lo cierto es que, como producto o no de esos arreglos, con el correr del tiempo la compañía Mitsui se ha convertido en una de las compañías mejor posicionadas dentro del campo empresarial mexicano.
El “premio” prometido
Quedan abiertas algunas preguntas: por ejemplo, a cambio de qué pudo prestarse la compañía japonesa a un operativo de dilación en la entrega de la mercancía, ¿acaso se aceptó el “premio” que les ofreció Pesqueira? Iyo Kunimoto asegura que fue Hopkins quien convenció a Carranza de ofrecerle un soborno a la Mitsui equivalente a 10 % sobre el valor total de las ventas de armas,49 lo cual implicaría que los japoneses demoraron la remesa a cambio de alguna suma de dinero. Victoriano Huerta de hecho fue alertado desde El Paso acerca de esa componenda, pues, el inspector de consulados, Miguel E. Diebold, le informó que los constitucionalistas habían entrado en contacto con la Mitsui a través de Hopkins y que éste, de común acuerdo con Roberto Pesqueira, le había ofrecido a la empresa una comisión a cambio de que se dilatara la entrega de las armas.50 Debió ser por eso que Huerta despachó a tres militares a Tokio, con el propósito de asegurar que los convenios no fueran dislocados; y si acaso la Mitsui no entregó en su totalidad las remesas posteriores a aquella que quedó varada en Odesa, pudo deberse a que el gobierno huertista suspendió los pagos.
¿Por qué ni Carranza, ni los hermanos Pesqueira, ni nadie informó a Romero Pérez acerca de las gestiones secretas que ya se habían entablado con la Mitsui? ¿Acaso se les olvidó que habían ofrecido comprar la totalidad de las armas, más un porcentaje de premio a cambio de suspender la entrega? ¿Creyeron que la Mitsui lo pasaría por alto? Y más intrigante aún, ¿por qué la compañía resolvió cancelar sus reclamos, y por qué dispuso entregarle a Romero Pérez 60,000 dólares para liquidar las cuentas? No existen casualidades: esa suma de 60,000 dólares correspondía exactamente a los honorarios devengados por Hopkins, lo cual hace suponer que éste presionó a la empresa para que pagara ese monto que le correspondería cobrar a él.
No resulta del todo claro si fue gracias al soborno (“premio”) que Carranza le ofreció a la Mitsui a cambio de no entregar las armas a Huerta, o si fue debido a una decisión del vicecónsul ruso Leon Rast, pero el caso es que la primera remesa de armas siguió el trayecto más largo para su embarque en el transbordador Ypiringa, estacionado en el puerto de Havre, cosa que jamás se consumó. El Ypiranga finalmente no fue portador de las armas japonesas para Huerta; por obra y gracia de la diosa Fortuna, se vino abajo una de las razones para la intervención de 1914 en Veracruz, aunque ello no obstó para que los marines desembarcaran y ocuparan el puerto.
Villa, ¿fue cliente de Mitsui?
Existe la leyenda de que la División del Norte utilizó armas de fabricación japonesa, lo cual haría suponer que Villa entró en contacto con algún proveedor japonés. El exembajador en Japón, Sergio González Gálvez, asume que fue Saichiro Nishiyama -un recluta del ejército villista- quien posiblemente fungió como contacto con los comerciantes de armas;51 sin embargo, aunque efectivamente Nishiyama conoció a Villa, en una entrevista que fue grabada por Thomas Connell hace ya varios años, este villista japonés no comenta nada acerca de haber servido como agente para la adquisición de armas en Japón, de manera que no es posible sostener con certeza que el Centauro hubiera comprado armas a los japoneses.52
Es más probable que si acaso hubo armas japonesas en las filas villistas, se tratara de parte del armamento que se descargó en Manzanillo y que fue confiscado a los federales en la batalla de Zacatecas. Hubieron, sí, algunas insinuaciones por parte de agentes japoneses en el sentido de emprender acciones conjuntas en contra de los Estados Unidos. Lo anterior se desprende de las Memorias que el propio caudillo le dictó a Martín Luis Guzmán; se dice en ellas que en diciembre de 1914, Villa se había instalado en una casona de la colonia Juárez de la Ciudad de México cuando acudió hasta allí el capitán de un buque japonés. Para entonces, ya estaban rotas las relaciones con Carranza y tanto Villa como Zapata respaldaban al gobierno emanado de la Convención de Aguascalientes. Según Villa,
A mi cuartel general de la calle de Liverpool vino también a verme el capitán de un buque de guerra japonés. Luego luego me dijo que llegaba a expresarse conmigo a nombre y según mandatos de su gobierno, por la peripecia de no ser buenas las relaciones de amistad entre los Estados Unidos y el Japón, lo que acaso encendiera guerra entre aquellos dos países; y me añadió que para ese futuro los ejércitos y las escuadras del Japón ya se estaban preparando. Desconfiado yo, nomás lo miraba; por lo cual siguió él descubriéndome así sus pensamientos.
-Señor general Villa, es mucho lo que nosotros los hombres japoneses tenemos que sentir de los gobernantes y ciudadanos de los Estados Unidos. Forman ellos una nación ambiciosa que todo lo quiere dominar para su engrandecimiento, siempre con los peores impulsos de la conveniencia, y lo mismo en estas tierras de América, que en las rutas marítimas y los archipiélagos de Asia. Le pido yo, a nombre del gobierno de Tokio, señor general, que me declare sus sentimientos para con la referida nación americana, sabedores nosotros, los hombres del Japón, de cómo es usted el más grande hombre militar que tiene México. También espero que me anticipe cuál será su simpatía, y la de todo este pueblo mexicano, a la hora de que estalle nuestra guerra con los Estados Unidos. Ustedes, según yo creo, saben muy bien lo que los Estados Unidos son. ¡Señor, si de ellos han sufrido ya agravios como el de Texas, y el de California, y el de no sé cuántas otras comarcas que a México le quitaron! Digo, que no necesitan ustedes que nadie venga a encenderlos en su patriotismo.53
Debió ser hábil aquel capitán japonés, ya que era evidente su interés por escudriñar la opinión del general acerca de los estadounidenses con el propósito de establecer relaciones de empatía. La respuesta de Villa -muy contraria a la imagen que se difundía- constituyó un dechado de prudencia:
-Señor, yo no conozco los agravios que el Japón pueda sentir por la conducta de los Estados Unidos. Sólo sé las cosas de mi país. Mas viva seguro que si el pueblo americano entra en guerra con otro, el pueblo de México, estando yo en las alturas de la gobernación, no negará a los Estados Unidos la ayuda que ellos nos pidan para surtirse aquí de elementos, pues es buen amigo nuestro aquel gobierno de Washington, y son hombres que favorecen nuestra causa revolucionaria todos los ciudadanos americanos. Los sucesos antiguos de que usted me habla no los considero yo, aunque hayamos perdido nosotros entonces parte de nuestros territorios, porque el tiempo ha llovido mucho sobre todas esas tierras y ahora ya son otros los frutos.54
Quizá deseaba dar muestras de fidelidad en momentos en que se le mencionaba en Estados Unidos como candidato a ocupar la silla presidencial de México. Conviene decir, por otra parte, que tampoco era esa la primera vez que los japoneses se acercaban a Pancho Villa con fines de sondeo, sobre todo, si hemos de dar crédito a la versión de Paco Ignacio Taibo II, que después de la batalla de Zacatecas un enviado oficial japonés acudió a ofrecerle armas y parque, y que hasta se disculpó porque la Mitsui le había vendido armamentos y equipo a Victoriano Huerta.55
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