A la memoria de Brixie, en su cumpleaños 801
Elementos de un estilo de antropología crítica mexicana
La obra de Brigitte Boehm Schoendube puede entenderse como representativa de un determinado tipo de antropología crítica mexicana. Para esbozar este tipo, me centro, en lo que sigue, en su ya clásica obra Formación del Estado en el México prehispánico, libro voluminoso basado en su tesis doctoral.2 Trato de extraer de dicho libro tres elementos cuya combinación puede entenderse como indicadores de un estilo de antropología, en el sentido aproximado del significado que le otorgó a este término Alfred L. Kroeber para su análisis de las culturas:
Dado que la cultura humana no puede estar exclusivamente referida a los valores, sino que tienen también que adaptarse a las relaciones sociales (interpersonales) y al mundo real (circunstancias de supervivencia), la totalidad de una cultura difícilmente puede ser considerada por completo como una especie de expansión de un estilo. Sin embargo, los estilos que contienen dicha cultura, incidiendo sobre las demás actividades, pueden influir en la misma. Por consiguiente, todas las partes de una cultura tenderán a acomodarse de algún modo las unas con las otras, de modo que el conjunto puede llegar a impregnarse de una cualidad común y a poseer un grado bastante elevado de congruencia (Kroeber 1969, 146-147)
También Roberto Cardoso de Oliveira ha utilizado la noción de estilo para caracterizar y explorar comparativamente diferentes tipos o modos -nacionales- de hacer antropología.3 Aunque los dos autores citados se referían a los resultados de actividades colectivas, trato aquí de aplicar esta idea a una obra individual.
Una antropología multisubdisciplinaria y teórica
En primer lugar, se refleja en la obra de Brigitte Boehm, en general, y en el libro mencionado, en particular, la formación antropológica amplia de la época en la que la Escuela Nacional de Antropología e Historia estaba fuertemente ligada al Museo Nacional de Antropología. En consecuencia, Brigitte Boehm llegó a practicar una antropología que combinaba varias subdisciplinas de modo integral, ya que ella dominaba igualmente los campos de la historia-etnohistoria y de la antropología social-etnología; además, estaba bien familiarizada con los debates y resultados de la investigación arqueológica y manejaba con destreza la lengua náhuatl. Estaba consciente de su multisubdisciplinariedad antropológica que prefería ahondar más y más, en vez de hacerse de fragmentos de otras tradiciones disciplinarias en las ciencias sociales. Su vasto conocimiento de la civilización mesoamericana del Centro y Centro-Occidente de México pasada y presente no era solamente resultado del estudio académico, sino que estaba también anclado en el gusto personal por muchas de las facetas de esta civilización -ante todo, la artesanía, la comida y la fiesta- que se evidenciaba rápidamente al observarla en sus actividades cotidianas y en su casa, ya que su manejo fluido de varios idiomas extranjeros y la estrecha familiaridad con la cultura alemana nunca la alejaron de la fascinación por el “México profundo”.
En segundo lugar, la antropología de Brigitte Boehm fue siempre una antropología basada en materiales primarios -uno de los legados, sin duda, de su maestro Ángel Palerm-, a quien está dedicado el libro: siempre un trabajo exhaustivo con textos en varios idiomas, con artefactos, con materiales de archivos y entrevistas, con recorridos detallados y a menudo repetidos.4 Recuerdo todavía como, cuando trabajaba con códices para su tesis doctoral, me explicó que no entendía cómo se podían analizar estos materiales con fotocopias, ya que éstas -en aquel entonces únicamente las había en blanco y negro- solamente permitían interpretar las formas, pero no los colores, los cuales a otros especialistas parecían carecer de importancia.
En tercer lugar, hay que señalar que su antropología combina de modo ejemplar el análisis cualitativo detallado y preciso de un caso específico, con ámbitos socioculturales mayores y con la creación en el plano teórico general; ella queda siempre inmune contra el virus del complejo de inferioridad que a veces ataca al gremio antropológico y que le genera ansiedad por el uso de la estadística o la referencia diligente a propuestas teóricas o temáticas en boga en diferentes países, para permitirle sentirse de algún modo parte de la antropología mundial o de la ciencia social respetable.
En cuarto lugar, no puede dejarse de mencionar que muchos de los trabajos de Brigitte Boehm fueron resultado de su participación en colectivos orgánicos, por llamarlos de algún modo -desde “el seminario ‘Etnohistoria del Valle de México’ que dirigiera Ángel Palerm entre 1972 y 1976” (Boehm 1986, 15) hasta el proyecto “Patrones históricos de usos y manejo del agua en la cuenca Lerma-Chapala-Santiago”-, última aventura investigativa dirigida por ella misma (Sánchez 2006, 9). La mención de este aspecto se antoja importante en vista de la coyuntura que actualmente atraviesan las instituciones académicas mexicanas, donde muchas buenas ideas académicas son convertidas rápidamente en pesadas hipotecas institucionales a causa de su inmisericorde aplicación burocrática. Porque colectivos como los mencionados se basaban en intereses reales de conocimiento comunes y nacieron simultáneamente desde las propuestas de los líderes científicos respectivos y del consenso de diversos investigadores y tesistas5 acerca de la utilidad de su participación en el proyecto colectivo de referencia. Podría ser útil reflexionar desde allí sobre las estructuras de la comunidad antropológica en vista del individualismo competitivo promovido por determinadas instancias burocrático-políticas extra e intrauniversitarias que luego pretenden contrarrestar sus efectos más nocivos mediante agrupamientos forzosos que las más de las veces resultan inocuos, simulaciones o contraproducentes para la generación del conocimiento científico en ciencias sociales y humanas.
Igualmente es de destacar que, a contracorriente de la mezcla perniciosa de criterios empresariales, normas burocráticas y procedimientos provenientes de las ciencias naturales-exactas, que a menudo se critica en el gremio antropológico, pero finalmente se acepta sin resistencia, los estudios de Brigitte Boehm han sido resultados del trabajo pausado y reflexivo, de largo aliento, muchas veces revisados y discutidos con colaboradores y estudiantes, que no buscaban la publicación rápida, sino aportar efectivamente y sobre bases probadas al esclarecimiento de determinadas problemáticas teóricas y sociales.
Una antropología evolucionista desde América Latina
Como es sabido, los primeros grandes textos de la antropología latinoamericana, que circularon en muchos países del continente y que merecieron pronto también la atención de parte de la antropología mundial, fueron varios estudios del antropólogo brasileño Darcy Ribeiro quien trataba de responder en casi todos ellos a lo que todavía en los setenta del siglo pasado identificó como “la falta de una teoría general explicativa del proceso de formación y transfiguración de los pueblos” (Ribeiro 1992, 62). En México fue, ante todo, el trabajo pionero de Ángel Palerm quien frente a los entonces usuales enfoques sincrónicos y las historias aisladas o de poco alcance reivindicó la importancia de una teoría evolucionista nutrida por múltiples corrientes de pensamiento marxista para la comprensión tanto de la historia de Mesoamérica como de la civilización humana entera y de sus problemas contemporáneos. La compleja interrelación cultura-naturaleza, mediada por el trabajo social y atravesada por las estructuras de poder, que se encuentra en el centro del llamado Modo Asiático de Producción le proporcionaron tanto a él como a Brigitte Boehm un camino fértil6 para el análisis del poder, llegando con respecto al pasado a una conclusión que también tiene interés para el mundo actual, en el sentido de que
el origen de la agricultura y de la sociedad compleja no estuvo causado por cambios significativos en el ambiente natural que rodeaba al hombre. Tampoco por inventivas de individuos geniales ni por incursiones casuales de conocimientos generados en el viejo mundo. Las causas se encuentran en la aplicación constante de trabajo a este medio ambiente que, por un lado, produjo un conocimiento acumulado sobre el quehacer natural, por el otro, fue transformando las condiciones de vida de algunas de las especies y variedades que servían de alimento. A la vez, el medio modificado de estas especies produjo en ellas cambios genéticos. En el hombre los efectos provocados en la naturaleza por su trabajo modificaron sus formas de organización y diferenciaron los campos en que seguiría aplicando trabajo (Boehm 1986, 60).
Es importante recordar aquí que los estudios de Brigitte Boehm no solamente se referían al pasado.7 Pero incluso cuando éste era el tema, lo aprovechaba para evidenciar lo irracional de los modelos desarrollistas del -como dijera su amigo Guillermo Bonfil- “México imaginario” impuesto por el sistema capitalista cada vez más intensamente “globalizado”; en este libro lo hizo de manera muy plástica:
La desecación de la cuenca de México y la extracción de los recursos ácueos de las cabeceras de los principales ríos de México hacia el monstruo de ciudad actual están logrando a pasos acelerados convertir todo este territorio en propicio para las especies y variedades que se comen al hombre y a sus basuras: ratas, moscas, cucarachas, virus, bacterias, microbios y demás bichos que, el hombre, a su vez, encuentra difíciles de saborear y digerir (Boehm 1986, 47, nota 12).
Finalmente parece pertinente señalar que es justamente en esta relación entre sociedad y medio ambiente donde se presta atención a “distribución y densidad demográfica, patrones de asentamiento, contenidos dietéticos, sistemas de cultivo, de explotación mineral, etcétera”, todo lo cual luego es relacionado con elementos lingüísticos e historiográficos (Boehm 1986, 356), impidiendo una especie de fetichismo del Estado (capitalista) el cual entonces permeaba8 y sigue permeando buena parte de la antropología política mexicana; el enfoque escogido por Brigitte Boehm permite estudiar las relaciones de poder a partir de su construcción y reconstrucción, tal y como lo hiciera también su amigo y colega Roberto Varela,9 fallecido apenas diez meses antes y tan inesperadamente como ella. Este procedimiento permite incluso aventurar que se podría utilizar el apartado final de la obra, escrito para la Cuenca de México de hace mucho tiempo, para pensar la coyuntura actual del proceso de globalización, donde convergencia evolutiva y voluntad de dominación a escala planetaria se combinan:
Cada región contaba con los mismos recursos y con el mismo potencial de dominio que sus vecinas. En términos de su adaptación ecológica puede decirse que habían surgido muchas Teotihuacan. Al encontrarse en situación de competencia, y no de complementariedad, su lucha por la hegemonía culminó en la creación de Tenochtitlan, la cual participaba de los recursos económicos y políticos de cada una, sin identificarse con ninguna (Boehm 1986, 359).
Una antropología crítica por antiideológica
La antropología practicada por Brigitte Boehm se nutría de una idea de ciencia que se entendía como opuesta a la ideología: conocimiento sistemático y verdadero, basado en la identificación de relaciones causa-efecto y poniendo en evidencia el discurso interesado por el mantenimiento del statu quo. Es en esta perspectiva que no simplemente festejaba de modo abstracto y sin consecuencias sociales, como en numerosos actos políticos y académicos suele hacerse, “la sabiduría” de “los antepasados”, de los campesinos y de los pueblos indígenas. En cambio, partió siempre de la reivindicación práctica y concreta del carácter histórico de las fuentes de “los vencidos”. Podría decirse que testimonió, casi a modo, la reivindicación llevada al cabo en circunstancias semejantes un siglo antes por los pioneros alemanes Heinrich Schliemann y Johann Jakob Bachofen con respecto a varias culturas de la Antigüedad mediterránea, el conocimiento acertado de la naturaleza y la sociedad que tuvieron los antiguos habitantes de la Cuenca de México (Boehm 1986, 336); en esta perspectiva estudió también fenómenos socioculturales como las migraciones intrarregionales menospreciadas por “las alusiones al primitivismo” de sus protagonistas (Boehm 1986, 262).
Sin embargo, esto no implicaba tomar como información verídica la palabra de los estudiados. Al contrario, una y otra vez llegó a criticar la historiografía mexica como ideológica (Boehm 1986, 323, 331; 1984, 11-12) y, por consiguiente, a analizarla desde una teoría del mito político, o sea, desde una teoría de la legitimación del poder político (Boehm 1986, 123).
Con esto, Brigitte Boehm se adentraba sin ambages en una perspectiva de clases sociales (Boehm 1986, 120 y ss.) hoy poco usual a causa de un repentino proceso sustitutivo de lenguaje teórico todavía no muy claro en la antropología mexicana,10 que ha tenido como una de sus consecuencias también el dejar de lado muchos aspectos “oscuros” de la cultura.11Y, sin embargo, tanto en sus estudios sobre el estado prehispánico como sobre el estado postrevolucionario actual, la desigualdad social y cultural es un elemento central.12 Su análisis de clase obtiene su agudización por la ya mencionada crítica del modelo de desarrollo vigente y de su evaluación por parte de sus beneficiarios -académicos o no-:
La evolución se mide, entonces, no por los logros unilaterales de una de las partes, sino por una serie de factores referidos a su totalidad: su capacidad de transformar sus recursos energéticos en satisfactores, versus sus desgastes inútiles; su capacidad de garantizar la subsistencia de todos sus miembros; su capacidad de concentrar el poder para fines organizativos sin desposeer a sus partes de los controles propios de su trabajo-medios de producción. En este sentido, la evolución no es siempre progresiva ni significa, tampoco, una clasificación de los grupos en una escala de valores establecida arbitrariamente por los que pretenden encontrarse en sus niveles superiores (Boehm 1986, 20).
Cabe agregar aquí que en sus últimos años, seguramente también a partir de su involucramiento intenso en la dirección de instituciones académicas y en toda una gama de comisiones de evaluación y dictaminación, formuló cada vez con más agudeza críticas acerca de la organización social de la ciencia en México, lo que implicó el escrutinio mordaz de quienes dirigen, administran, controlan y miden la creación de conocimientos científicos en el país. Estaba especialmente preocupada por el papel menospreciado de las ciencias sociales y de la antropología y defendía en muchos foros el carácter peculiar de esta última y el potencial de sus aportes para el análisis de los problemas de la nación y para la construcción de propuestas políticas.13
A modo de comentario final
La antropología es, como todas las ciencias, una empresa gremial en la que se conjuntan esfuerzos individuales y colectivos. La estilística que postulaba Cardoso de Oliveira, puede ser un camino para reconocer en estos esfuerzos determinados modos o tipos de hacer antropología, determinadas tendencias de construir conocimiento antropológico -más allá del uso de ciertas referencias bibliográficas-, siempre en peligro de obedecer más a modas pasajeras que al intento obstinado de entender la realidad sociocultural bajo examen. La lectura de la obra de Brigitte Boehm parece mostrar uno de estos estilos que tal vez se encuentre también en otras obras antropológicas mexicanas que podrían ser contadas entre las antropologías latinoamericanas o del Sur genuinas.14 En todo caso, lo aquí señalado proporciona algunas claves para la lectura y revisión comparativa de una obra de antropología política que se insertó en una antropología irrefutablemente mexicana y al mismo tiempo universal, nacional y mundial, local y global, que quería ver mejor para entender mejor y para poder aconsejar mejor las decisiones pendientes en función de la construcción de lo que actualmente sólo existe como postulado, más lamentablemente no como realidad cotidiana, o sea, la sociedad verdaderamente humana