Introducción
Ante la necesidad de encontrar nuevas fuentes de energía para tratar de contrarrestar el agotamiento de los combustibles fósiles, la producción de biodiesel se ha considerado como una posible alternativa. Dicha iniciativa ha llevado a la búsqueda de especies vegetales oleaginosas que se destaquen por su alto contenido de aceite. Éste es el caso de Jatropha curcas que puede contener hasta 60 % de aceite en sus semillas (Sánchez et al. 2020). Si bien esta característica ha generado gran cantidad de investigaciones teóricas y aplicadas sobre esta planta desde al menos los últimos 20 años, hasta el momento, el seguimiento del conocimiento sobre el origen de otros usos que se le atribuyen (medicinal y comestible, principalmente) se encuentra fragmentado y en ocasiones se basa en antecedentes no validados. La necesidad precisamente de precisar sobre este tema adquiere relevancia en el rastreo de los elementos que pudieron dar origen o explicar la existencia actual de sus formas tóxica y no tóxica.
Como parte de la familia Euphorbiaceae (Steinmann 2002) J. curcas es una planta originaria de Mesoamérica (Rao et al. 2008), que se describe como un arbusto o árbol pequeño que puede medir hasta siete metros de altura y suele desarrollarse en diferentes condiciones de suelo, incluyendo suelos pobres, y en clima tropical y subtropical (Martínez et al. 2010). Generalmente J. curcas se considera una especie tóxica ya que se han encontrado en sus semillas compuestos conocidos como ésteres de forbol (forbol 12-miristato 13-acetato) (Makkar y Becker 1997a, 1997b), los cuales son termoestables, es decir, no se transforman al exponerse a temperaturas altas (Sánchez 2009). Sin embargo, al menos en México hay una forma cuya toxicidad es más reducida, al tener bajos contenidos de ésteres (rango de 0.12 a 0.66 mg g-1) o en ocasiones la nula presencia de estos componentes (Pecina-Quintero et al. 2014). Esta variabilidad es la que propició que los grupos humanos que han convivido con esta planta hayan considerado que algunos de sus elementos (raíces, hojas, corteza, semillas…) poseían propiedades que los hacían susceptibles de usarse en diferentes aplicaciones, aprovechando su menor o mayor toxicidad (Montero 2020).
J. curcas, una especie objeto de semidomesticación
Respecto a las áreas en las que se desarrolló la domesticación y cultivo de las plantas, Mesoamérica se distingue como una región nuclear importante en el aprovechamiento y diversificación de especies vegetales (Hawkes 1983, Casas et al. 1997, Perales y Aguirre 2008, Piperno 2011). Datos paleoetnobotánicos y genéticos reflejan que el centro, sur y occidente de México fungieron como áreas de domesticación y cultivo de especies características de la agricultura mesoamericana y, por tanto, de su tradición alimentaria (Casas y Caballero 1995, Flannery 1999, Zizumbo y García 2008, Gepts 2014, McClung et al. 2014). En tal contexto, el cultivo, así como su posible domesticación de J. curcas se iniciaron en áreas de selva baja caducifolia, entre los 600 y 1,600 msnm.
En un sentido amplio, la domesticación es un proceso evolutivo impulsado por procesos naturales y de selección humana (selección artificial), consciente o inconsciente, aplicados a poblaciones de plantas silvestres. Así se favorece y fomenta la sobrevivencia de aquellas variantes deseables para el consumo o cultivo en diferentes ambientes (Casas et al. 1997, Gepts 2004, 2014). Diversos autores (Lundell 1937, Puleston 1982, Gómez-Pompa et al. 1984, Goméz-Pompa 1985) han considerado que gran parte de los elementos florísticos de las selvas que se conservan actualmente son resultado de la práctica de la arboricultura y silvicultura que, por ejemplo, los mayas practicaron en sus territorios desde tiempos antiguos. Esto supone un ejemplo de manejo de especies vegetales útiles in situ a través de su selección y observación para su posterior semidomesticación en sus huertos familiares; los peet koot o selvas-huerto mayas (Gómez-Pompa et al. 1984). Por tanto, el ser humano ejerce un importante papel selectivo como recolector y agricultor, pero también como consumidor, pues la atracción de los humanos por nuevas formas, sabores y colores de semillas, frutos u otros elementos han sido aspectos clave para que las especies presenten una sorprendente morfología (Gepts 2014).
Esta domesticación puede presentarse de forma completa, es decir, que los organismos dependan totalmente de los humanos para su continua existencia (Gregory et al. 1973, Hawkes 1983, Koinange et al. 1996, Mao et al. 2000). Algunas especies de plantas han tenido una respuesta positiva a esta selección y al manejo agrícola, lo que da como resultado una completa domesticación. Por contra, otras especies sólo logran fijar algunos caracteres de este proceso, por lo que están semidomesticadas o en proceso de domesticación, estando aún en condiciones de reproducirse sin necesitar la intervención humana (Gepts 2004). Este proceso se logra a través de diferentes formas de manejo de las plantas. Entre las formas más habituales entre los pueblos mesoamericanos (Casas et al. 1997) se mencionan:
La recolección, donde la cosecha de los productos arvenses, silvestres o ruderales (oportunistas) implica la obtención selectiva de algunos fenotipos, la rotación de áreas de recolección, vedas, etcétera;
la tolerancia, que supone prácticas de mantenimiento de plantas útiles en ambientes sometidos a la acción antropogénica;
la protección, fomento o inducción, estrategias que aumenta la densidad de la población de especies útiles favoreciendo su propagación dentro de las mismas áreas ocupadas por las poblaciones arvenses o silvestres.
En el caso de J. curcas lo que se observan son algunos síndromes de domesticación (Pickersgill 2007) hasta el punto de reconocerse que no es plenamente silvestre (Montero 2020). Precisamente, el efecto de esta acción humana ha configurado una forma con una toxicidad reducida que permite su aprovechamiento alimentario en hombres y animales. Así, su propagación suele ser por estaca (asexual) o semilla (sexual) (Valdés et al. 2013) teniendo, de acuerdo con testimonios recogidos en campo, la propagación por estaca un mayor éxito reproductivo al conseguir producir frutos en etapas más tempranas que cuando es propagada por semillas (Montero 2020). Esto supone que los clones así obtenidos muestren síndromes de domesticación como la pérdida de mecanismos de dispersión, incremento del tamaño de la planta o del fruto o la sincronización en la maduración de frutos y semillas (Kulakow 1987, Mao et al. 2000, Cong et al. 2002).
El hecho es que los grupos humanos han aprovechado la planta a pesar de su toxicidad (Schmook y Sánchez 2000). Así, en general, su toxicidad ha limitado su uso a la aplicación medicinal; el uso más extendido. Sin embargo, en algunos casos su toxicidad se ha visto reducida por un aprovechamiento culinario que ha fomentado la selección y fomento de aquellos especímenes que mostraban menor toxicidad. Este uso comestible se registra principalmente en la región de Totonacapan, donde se ha documentado la utilidad de las semillas tostadas y molidas para preparar diversos platillos regionales (Schmook y Sánchez 2000, Valdés et al. 2013, Aguilera 2004, Montero 2020). Esto supone la posibilidad de que habitantes de dicha región descubrieran y preservaran los tipos no tóxicos de J. curcas en sus jardines y patios hasta nuestros días (Gómez-Pompa et al. 1984). Lo anterior, podría indicar que los pobladores de esta zona propagaron los especímenes no tóxicos y eliminaron los tóxicos como parte de un proceso de domesticación o conservación (Gómez-Pompa et al. 2009).
Sin embargo, se desconoce desde cuándo empezó esta asociación o si hay algún otro lugar ligado a la selección de J. curcas. En todo caso, el aprovechamiento de esta planta, que se da en la zona caliente tropical de ambas costas de México, se tuvo que iniciar con la forma tóxica y el tipo de aprovechamiento fue condicionando el desarrollo de la planta hacia la forma no tóxica. A tal respecto, lograr un rastreo de cómo es empleada y cómo se ha empleado puede ayudar a entender la historia de su propia evolución biológica, pero también su conformación como patrimonio biocultural.
El problema de determinar la historia del uso de J. curcas
Por lo ya dicho, el establecimiento de los usos de J. curcas pareciera un tema agotado. Sin embargo, ni a nivel sincrónico ni diacrónico, como se mostrará, se ha logrado una revisión exhaustiva de sus antecedentes, tema que ha padecido la acostumbrada referencia acrítica de autoridades y la falta de registro sistemático y localizado de los usos. Por tanto, es difícil tener un panorama claro de la interrelación entre los grupos humanos y esta especie, e igualmente entender cómo cada grupo humano y época se han relacionado con esta planta, además de cómo se ha ido desarrollando y adaptando a determinadas regiones.
Por ejemplo, las referencias de algunos especialistas sobre el aprovechamiento de la especie en el pasado pueden considerarse escasas o mal fundamentadas como veremos. En ocasiones caen en lugares comunes (atribución del origen de su uso a aztecas u olmecas), sobre todo, sin acceder o revisar las fuentes primarias. Por otra parte, algunos acercamientos bien planteados y originales son aproximaciones hipotéticas aún débiles. Así, siempre debemos de tomarlos con precaución, pues en la continua citación de datos entre diferentes autores apreciamos una reducción y distorsión de la información, por la propia especialización de los estudios, que afecta al valor de sus conclusiones.
Un caso ilustrativo de esto es el empleo como pigmento atribuido a esta planta. En el artículo de Haude (1998) se alude a este uso de J. curcas identificada con la cuauhyohuachtli (sic), pero no sobre un análisis directo, sino tomando de referencia el trabajo de Arie Wallert. Sin embargo, Wallert (1997, 62) al comentar el empleo como colorante púrpura de la cuauhayohhuachtli usa una identificación de la especie que no se corresponde con la fundamentación historiográfica que hace del piñón sangrenado.1 Si bien señala que de las raíces, tronco, ramas se extrae un colorante púrpura (refiriéndose al análisis de la J. glandulifera, especie asiática, hecho por Ballantine 1969), no se dice en qué fuente se cita este uso. Parece que se limita a una simple analogía con otras especies vegetales de las que sí se da referencia, como el ezcuahuitl2 (Croton o Pterocardus) del cual nos consta su uso como tintura, y la alusión a la cochinilla, Coccus axin, un insecto parásito que puede encontrarse sobre la J. curcas, pero no exclusivamente. Por tanto, no queda clara dicha aplicación, pues, Wallert sólo se basa en otro autor, Paul Standley (1967).
Standley, sin embargo, tampoco se funda en una observación directa, sino en lo que reporta Edward Palmer a partir de sus notas, publicadas y no publicadas (Standley 1967, 8; Palmer 1894-1895), de sus viajes a México, siendo el único que señala su uso como tinte púrpura sin especificar su aplicación (Standley 1967, 640). Lo que Palmer consigna es lo que vio en sus viajes a Acapulco (1894-1895) y Durango (1896), por lo que podemos pensar en un uso nuevo o localizado. El resto de sus comentarios sobre pigmentos asociados a la planta aluden al uso de la J. curcas como huésped para el Coccus axin, aludiendo a lo referido por Urbina (1903), quien a su vez lo toma de las observaciones que hizo Pablo de la Llave en la década de 1830 en Tlacotalpan sobre el uso del axin como cera, tinte o barniz para cerámica, pinturas o madera. Así podía considerarse un “elemento” de la planta, lo que generó cierta confusión al creerse que era fruto o derivado de esta planta (Standley 1967, 641). Al respecto vemos que los anteriores trabajos no hacen más que inferir lo que creen dicho por Pablo de la Llave, y suponen con ello que se usó como pigmento en mapas o textiles, pero no se presentan pruebas de ello mediante análisis químico, entrevista u observación directa.
Esto nos lleva al problema de que muchas referencias que consultamos obvian o se basan falsamente en fuentes históricas. Con esto queremos decir que las evidencias, de haberlas, estarían en documentos. El no hacer un rastreo y revisión crítica de los mismos hace que generemos extrapolaciones poco argumentadas o repitamos de modo acrítico lo que otros dicen o parecen decir. Esto nos ilustra sobre las dificultades para rastrear la antigüedad del conocimiento y uso humano de las plantas y en concreto de la J. curcas. Esto se debe a que las formas de transmisión de estos datos no mencionan datos cronológicos o datables, así “ethnobotanic studies can rarely prove the antiquity of the medical use of plants because of the historical limitations of oral traditions. […] Thus, for cultures that do not present written records and/or archaeobotanical evidence, its practically impossible to prove antiquity uses of sources” (Dias et al. 2012, 2,721). Por tanto, un acercamiento etnohistórico sobre el aprovechamiento humano de ciertas especies con el análisis de los limitados documentos escritos u orales de los que disponemos, o contar con estudios arqueobotánicos, sea para contrastar la información o como fuente única de datos, son el medio que puede asegurar nuevas evidencias sobre el fomento y eventual cultivo de plantas y los cambios genéticos que pudieran asociarse con la interacción humana (McClung et al. 2014, 100).
Metodología
Esta situación sirve para ilustrar lo poco que sabemos sobre el uso de J. curcas y la necesidad para ello de un acercamiento etnohistórico para entender la diversidad, localización y temporalización de los usos, a pesar de todas las limitaciones que impone la falta de registros simultáneos, continuos y extensivos. Los datos que se requieren serán siempre fruto de observaciones directas y no indirectas, que acaban siendo generales e imprecisas. Por tanto, junto a los datos documentales, herbarios, reportes y artículos que contienen notas de campo y observaciones directas, existe la posibilidad de consultar fuentes históricas que recopilen dichas observaciones en momentos muy anteriores, proporcionando datos sobre la antigüedad de su aprovechamiento humano y toda la variabilidad de usos que haya podido tener.
Esto pone de relieve lo difícil que es contar con datos etnohistóricos que puedan enriquecer las investigaciones etnobiológicas (cf. Hilgert et al. 2014, Zamudio y Hilgert 2015). Así, trataremos de completar los vacíos de conocimiento sobre su empleo en el pasado rastreando las primeras menciones documentadas de la planta entre los siglos XVI y XVII. Estas fuentes nos permiten conocer el uso local y autóctono de la planta. Éstas son las fuentes principales del siglo XVI que referiremos y en las que diferentes autores han podido registrar la J. curcas.
Historia general y natural de las Indias, islas y tierra firme del mar océano (1535) de Gonzalo Fernández de Oviedo.
Libellus de Medicinalibus Indorum Herbis (Ms.) (1552) de Martín de la Cruz.
La Historia General de las cosas de la Nueva España (Ms.) (1559-1568) de Bernardino de Sahagún.
Dos libros, el uno que trata de todas las cosas que se traen de nuestras Indias Occidentales, que sirven al uso de Medicina, y cómo se ha de usar de a raíz del Mechoacán, purga excelentissima. El otro libro, trata de dos medicinas maravillosas que son contra todo veneno, la piedra bezaar, y la yerva escuerçonera (1565) de Nicolás Monardes.
De Historia Plantarum Novae Hispaniae (Ms.) (1578) de Francisco Hernández.
Junto a estas fuentes, también fueron consideradas obras derivadas de estas (reediciones, ediciones ampliadas, ediciones abreviadas, copias) u otras obras que puedan confirmar o aportar información complementaria en otros momentos históricos, y se hizo una revisión puntual de otras fuentes botánicas del siglo XVIII y XIX, aunque con el propósito de lograr cierta saturación teórica en el registro de la variabilidad de usos, en concreto la obra de Clavijero, Sesse y Mociño, Urbina y Palmer.
J. curcas en las fuentes históricas
Cuando buscamos datos sobre plantas endémicas en documentos prehispánicos, se lamenta que los códices y otros documentos conservados no traten de herbolaria, botánica o medicina (Clavijero 1780). No es arriesgado considerar que la fuente donde se esperaría encontrar una primera alusión sobre J. curcas fuera en la obra de Gonzalo Fernández de Oviedo, quien sólo incluyó “lo que a mi noticia y vista ouiere ocurrido: e de lo que bastantemente fuere con verdad informado” (1547, f. 91v). Es cierto que sus reportes se ciñen más a información recogida en el Caribe, pero no dejan de identificarse menciones que parecen ajustarse a esta planta. En su Sumario de 1526 ya alude a estas “avellanas” (Fernández de Oviedo 1950, 233-234) y en la actualización más extensa de esta obra, la Historia general, describe un arbusto en el lib. X, cap. 4 sobre “los mançanillos de las auellanas para purgar” (1547, f. 94v-95r):
Echan vnas hojas que quieren parecer algo a las del cañamo, pero mayores e mas frescas; y entrellas echan la simiente, pero colorados y en aquellos hazen vnos capullos redondos, y por esto los llamaron mançanillos: pero estos capullos están diuididos en quartos con vna ligera o delgada cascara: dentro de los quales están vnas pepitas blancas, iii o iiii en cada capillo [sic]: las quales en el sabor e blancor son como buenas auellanas e avn mojores [sic]: pero en las obras solas que ahora dire ellas no son para todos estomagos […]
Aunque Standley creyó reconocer aquí a la J. curcas (1967 640, 649), más bien se describe una J. multifida (López y Pardo 1996, 114). Sin embargo, sus propiedades y aprovechamiento son muy similares a los atribuidos a J. curcas. Fernández de Oviedo afirma haber observado en 1513 en Valladolid esas avellanas traídas de Cuba y atestiguar su potencia laxante. En un caso la ingesta de media avellana provocó la muerte de una persona en menos de 20 horas, aunque en otro caso se tomaron nueve avellanas y no tuvo ningún efecto (1547, f. 94v). Este dato nos remite quizás a la existencia de diferencias en la toxicidad que podían ser apreciadas y fomentadas por la población nativa, pero que, en cualquier caso, fue estimada por los nuevos pobladores europeos como sustituto de otros remedios. Sin embargo, por lo descrito esta adopción manifiesta de por sí un desconocimiento de estas diferencias, lo que evidencia que en ese momento los médicos locales no habían trasmitido los secretos de dicho uso. Así, pronto “començaron los cristianos a prouar y experimentar en sus personas, hasta acertar a medir sus estomagos con la cantidad que auian de tomar desta fruta, ouo hartos burlados, y otros aprouechados, porque nuestros médicos no las conoscian, o las sabian aplicar”, de modo que “para este efecto ponen en sus huertos y eredades estas plantas y avn oy en esta ciudad [Santo Domingo] las ay en muchas casas de Christianos” (Fernández de Oviedo 1547, f. 94v, 95r).
Es de presuponer que por tan notorias propiedades fuera mencionada en otras fuentes del siglo XVI. Esto es lo que algunos especialistas han supuesto, incluyendo en sus bibliografías las obras de Martín de la Cruz y de fray Bernardino de Sahagún, ambas surgidas en el Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco. Sin embargo, en cuanto al Libellus de Medicinalibus (De la Cruz 1991) sólo Reko (1947, 35) señaló que la tetzitzicaztli incluida en él era Jatropha sp. No obstante, posteriores especialistas niegan que dicha tetzitzicaztli fuera una Jatropha sp. y es identificada como Cnidoscolus sp. (Miranda y Valdés 1964, Valdés et al. 1992, Ortiz 1993, 214-215) o Cnidoscolus multilobus (De Ávila 2012). Igualmente, en la Historia general de Sahagún no está incluida ni como planta, medicamento o comida. Por tanto, las frecuentes alusiones sobre su mención en dichas obras son erróneas y deberían desestimarse por ser un mero presupuesto no comprobado. Que ambas fuentes no hablen de J. curcas puede deberse a la localización geográfica y climática en la que se realizaron ambas obras: el valle central de México. Esto supone que su acervo se refiera, sobre todo, al conocimiento botánico y medicinal del altiplano y, si acaso, de las semillas, flores, hojas, cortezas o plantas que eran traídas a esa región a través del comercio o el tributo. Su ausencia sólo ratifica su carácter local y endémico de las regiones tropicales por debajo de los 1,700 msnm (Sánchez et al. 2020).
Debemos esperar a 1565 para tener una nueva mención con el médico Nicolás Monardes. Junto a las avellanas purgativas originarias de la isla de Santo Domingo, se añaden los piñones purgativos (Monardes 1565, f. 46-47). Respecto a las primeras Monardes no aporta nada sustancial a lo referido por Fernández de Oviedo, salvo que, para reducir la peligrosa potencia vómica y laxante de las pepitas, “algunos despues, las retificaron con tostarlas, y no son tan violentas, ni tan exorbitantes, ni hazen su obra con tantas congoxas” (f. 47v). Además, la referencia a los piñones purgativos parece mostrar similitudes con las avellanas purgativas (f. 47v-48r):
Ellos son como nuestros piñones, los quales nacen de vnas maçorcas grandes, a manera de trigo de las indias. No tienen la caxcara tan dura como los nuestros, es algo mas negra, son redondos y de dentro muy blancos, pingues y duces [sic] al gusto. Purgan valentissimamente colera y flegma, y qualquiera quosidad [sic]. Es medicina mas mansa que las auellanas, purgan por cámara, y por vomito. Si los tuestan no purgan tanto, ni con tantas congoxas. […] es purga muy vsada entre los indianos: molidos y desatados con vino, auiendo tomado primero xaraues que dispongan el humor que se pretende euacuar, y vsando la dieta conuenible, tomanse dellos cinco, o seis mas o menos, conforme a la obediencia del estomago, del que los ha de tomar. Tuestanse de ordinario porque assi son mas domesticos, y menos furiosos.
Para algunos autores, esta parece la primera mención a las semillas de J. curcas al referirse a una planta originaria de la Nueva España y usada por la población nativa. Así, se llega a considerar a las avellanas purgativas como J. multífida y a los piñones purgativos como J. curcas (López y Pardo 1996, 70; López y López 1997, 18, 67). Sin embargo, en lo que se refiere a Monardes, algunas de sus identificaciones son difíciles de confirmar y plantean dudas. A pesar de su celo, sus descripciones se basan en informes, productos y plantas descontextualizadas, ya que no estuvo en América. Así podemos pensar que la descripción que se hace de la morfología de su fruto puede remitir a la Dioon edule cuyas semillas tienen propiedades semejantes y también se aprovechan con el mismo procedimiento (Vovides y Galicia 2020). Así, en ocasiones, las identificaciones que se han ido dando merecen reconsiderarse a la luz de algunos detalles. Igual se podría decir de otra planta que nombró Monardes como higuera del infierno de Jalisco, que López Piñero y Pardo Tomás (1996, 115) identificaron también como J. curcas y que por su descripción y aplicaciones de su aceite parece más bien un tipo de Ricinus communis.
Esto no obsta para pensar que en la denominación “piñones purgantes” se engloban toda una serie de plantas en las que estaría incluida la J. curcas por todas estas características funcionales y de procesamiento. En cualquier caso, los médicos españoles empezaron a constatar cómo el piñón de J. curcas, de J. multífida o de otras plantas con características semejantes recibían este mismo tratamiento para reducir su toxicidad de cara al consumo, mostrando un continuo cultural en el modo de aprovechar determinadas plantas euforbiáceas y zamiáceas en el Caribe y Mesoamérica.
Una forma de confirmar su arraigo y la existencia de algún registro histórico es comprobar si también el doctor Francisco Hernández registra esta planta. Dado que en 1570 se le encargó la misión de recopilar toda planta, animal o mineral que tuviera aplicación medicinal, es de esperar que no se le escapara hablar de esta planta. Así, en el compendio médico que hizo Nardo Antonio Recchi de su obra, la De Materia Medica (Recchi 1998, 320), se menciona una planta que se ajusta a sus características y es nombrada quauhhayohuatli [sic].
De QVAHAYOHVATLI seu semine arboris cucurbitine, nuclei pinus forma, purgante. / Arbor est mediocris magnitudinis, folijs magnis, lappae similibus, ob rotundis et angulosis; fructu quibusdam prunis nucibusue iuglandibus simili, strobolinos ternos continente totidem secretos cauitatibus, nostratibus pineis nucibus forma, magnitudine, crusta et nucleis pares, sed facultatibus uiribusque longe dissimiles. Quando hi ui pollent, per superna atque inferna, sed maxime per superna, expurgare humores omnes, precipue crassos atque lentos. Quam ob rem aduersus vetustas egritudines magna ex parte sumuntur quinque septeniue, semper tamen impari numero, nescio qua efficaci raciocinatione aut causa; uerum prius solent reddi torrefactione mitiores, rosolui ex aqua uinoue et in eis aliquandiu macerari. Calida pinguique natura constant. Nascitur in agris calidarum regionum, qualis est Tepecuacuilcensis.3
Esta mención en la De Materia Medica es simplemente un extracto de una obra más amplia de Francisco Hernández, la Historia Plantarum Novae Hispaniae, impresa por Germán Somolinos dentro de sus Obras completas (Hernández 1959). Aquí aparecen cuatro tipos de Jatropha (lib. 2, cap. 25-28), dos de los cuales son identificados desde la revisión de Mociño y Sessé (1893) como J. curcas (Urbina 1903, Alcocer 1938, 377; Hernández 1942, I, 171; Standley 1923, III, 640) y son las siguientes:
Capítulo XXV / Del Quauhayohuachtli o semilla de calabaza de árbol. / Es el quauhayohuachtli árbol de mediano tamaño, con hojas grandes parecidas a las de lampazo, redondeadas y angulosas, y fruto semejante a ciruelas o a nueces y que contiene tres piñas encerradas en otras tantas cavidades, e iguales a las de nuestros pinos en forma, tamaño, corteza y almendra, pero muy diferentes en propiedades, pues estas tienen la virtud de purgar todos los humores y principalmente los espesos y viscosos por ambos conductos, pero sobre todo por el superior; por eso se administran generalmente contra las enfermedades crónicas, en número de cinco o de siete, pero siempre en número impar por no sé qué poderosa causa o razón. Suelen antes suavizarse tostándolas, y se disuelven en agua o en vino remojándolas en ellos por algún tiempo. Son de naturaleza caliente y grasosa. Nace en los campos de regiones cálidas, como Tepecuacuilco.
Capítulo XXVII / Del tercer quauhayohuachtli. / El tercer quauhayohuachtli es un árbol grande con tallos leonados, torcidos, de donde nacen por uno y otro lado ramas con hojas como rododendro, angostas y largas, y fruto redondo parecido a las avellanas, cuyas almendras tomadas en número de cinco o siete evacuan de manera notable los humores flemáticos, tostándolas antes un poco, machacándolas, remojándolas en vino por algún tiempo, y quitándoles cierta membrana que las envuelve. Algunos lo llaman quauhtlatlatzin o árbol crepitante. Entre los nuestros suele llamarse a sus frutos avellanas purgantes, a causa de sus propiedades. Nace en Pahuatlan y en Igualapa, junto a la costa del Mar Austral.4
En este caso vemos que la primera quauhayohuachtli es la que por su parte consideró incluir Nardo Antonio Recchi -como se advierte al comparar su traducción (nota 3) en el compendio- y el tercer tipo sólo lo vemos incluido en la obra completa de Hernández. En este caso ya no ofrece duda que su morfología se corresponde con J. curcas, para lo cual nos sirve de ayuda la ilustración que se incluiría en la publicación del Rerum medicarum Novae Hispania Thesaurus en 1651 y su comparación con una fotografía para verificar su correspondencia5 (figura 1). Los datos que nos proporciona Hernández responden a especímenes tóxicos cuyo uso es primordialmente medicinal y que se receta para expulsar todos los humores y la pituita (mucosidades, flemas, vómito esofágico) (Recchi 1998, 902-906) y que requiere en todo caso de un procesamiento previo de las semillas tostadas, peladas y maceradas. Otro dato que aporta es que se localizaron en tierra caliente, señalando el sur de la cuenca del Balsas, en la localidad de Tepecoacuilco, en la Costa Chica de Guerrero-Oaxaca en Igualapa; y en Pahuatlán en el Totonacapan poblano. Como se ve, Hernández recoge esta información de médicos indígenas en la costa guerrerense.
Como en otras investigaciones donde se ha podido contar con el apoyo de información documental (McClung et al. 2014, 99), lo que los testimonios de Monardes y Hernández permiten afirmar es que su uso purgativo es prehispánico (al menos atestiguado en el Postclásico), con toda probabilidad conocido originalmente por las poblaciones de costa y posteriormente por los nahuas que lo nombran de este modo por analogía con la pepita de calabaza, al igual que los españoles lo harían con los piñones. Así, las referencias a su toxicidad muestran diferencias que serían identificadas por la gente en el momento de su uso. Como ya se explicó, el inicio de su uso estuvo inicialmente asociado a su capacidad tóxica para atender algunas afecciones de salud, de ahí fue derivándose el conocimiento hacia formas menos tóxicas, las cuales entonces fueron objeto de interés alimenticio, diversificando su uso.
En cuanto a su consignación en recetarios, cabe señalar que, en obras de esta época, más dirigidas al ámbito hispano, su mención parece ausente. En el Tractado breve de medicina (1579) de Agustín de Farfán no se incluye, y sólo hay una posible referencia en la obra del fraile Gregorio López, Tesoro de medicinas de 1672, redactada antes de 1596. En esta obra se describe como una purga para los humores: “Tartagos, hasta seis, ò siete granos, como pildoras, comidas con higos, purgar por abaxo la colera, y flema. Hase de beber luego agua muy fria sobre ellos, y dase à lo mas hasta quinze granos con agua de chicorias, como almendra con miel: son excelentes para purgar el cuerpo” (López 1674, 69). Se observa una semejante posología a la señalada para el piñón purgante y nos genera la duda, al igual que cuando Monardes hablaba de la higuera del infierno, de si se refiere al Ricinus o a la Jatropha, en tanto que tártago e higuera del infierno son nombres dados al Ricinus communis.
En todo caso nos sirve para atisbar que J. curcas pudo ser durante la mitad del siglo XVI un remedio socorrido que, para comienzos del siglo XIX, con la propagación de otros purgantes con mayor predicamento y comercialización (ricino, purga de Jalapa), se quedaría limitado al contexto local, rural e indígena. Así, una de las últimas referencias la proporcionaba Francisco Xavier Clavijero en su Storia Antica del Messico (1780, 212) al decir que “Tra i purganti, di cui servivansi i Medici messicani, oltre allá Sciarappa, a’ pinocchi, ed allá favetta, era presso loro comunissimo il Mecioacan tanto noto nell’Europa, come pure l’Izticpatli, cotanto celebrato dal Dott. Hernandez, e l’ Amamaxtla, volgarmente apellato Rabarbaro de’ Frati”.6 En este sentido, los mencionados pinocchi se refiere a los piñones purgantes de la J. curcas.
En cuanto a referencias sobre la forma no tóxica encontramos unos comentarios en la obra de Sesse y MociñoPlantae Novae Hispaniae, quienes señalarían que las semillas eran parte de los ingredientes del pipián. Aquí se dice que las propiedades de la J. curcas (quauhayohuachtli) son: “Semina drastica et inflamatoria virtute praedita, tostione innoxia reduntur, imo comminuta non ingratum condimentum, capsico et physali commixta prebent pipiam vulgo nuncupatum. Indigenae hujusmodi epulis et nuptialibus conviviis maxime delectantur”7 (1893, 155). Por tanto, se corrobora su identificación con la especie reseñada por Hernández, y que es la primera mención a su uso comestible mediante su tueste como ingrediente para salsas, aunque el pipián tradicionalmente se elaborara con pipas de calabaza o almendras.8 Sesse y Mociño la ubican en Chilpancingo, Guerrero, y, en todo caso, en toda tierra caliente e islas del Caribe (1893, 155). Este dato además nos ayuda a datar esta observación en torno al año 1789, cuando su expedición visitó dicha región (McVaugh 1969, 139), lo que hace situar este uso en la colonia.
Resultados
La información con los que contamos durante el periodo de tiempo señalado nos permite destacar algunos hallazgos sobre el uso de J. curcas que pueden ayudar en un futuro y con nuevos datos a esclarecer la evolución de su semidomesticación. Así, se puede observar que J. curcas es una especie que ha sido utilizada al menos desde el siglo XV y que el conocimiento de sus usos por la población indígena fue apreciado y favorecido en la colonia, desde donde se fomentó su mayor cultivo para aprovecharse en diferentes usos: medicinales, alimentarios, agropecuarios.
Por tanto, el proceso de su cultivo, originalmente protagonizado y asociado a comunidades indígenas de la costa occidental de México y desarrollado después en la costa oriental y más al sur hacia Centroamérica, tuvo un continuo no sólo con estas poblaciones, sino también con la llegada de pobladores de Europa que al menos hasta finales del siglo XVIII impulsaron la propagación de esta especie (Dias et al. 2009, 2,721). En cualquier caso, su aprovechamiento por la población local se ha mantenido hasta hoy, aunque para el periodo colonial destacan los siguientes usos.
Usos medicinales
El uso medicinal de J. curcas asociado a su toxicidad (Villar et al. 1984) es quizás el uso primario más extendido y continuo. Es cierto que por el propio carácter médico de las fuentes que hemos consultado destacan este uso, pero en sí es un reconocimiento de su importancia, reflejada en las nomenclaturas folk (piñón bronco, piñón purgante, piñón purgativo, piñón vómico, purga del fraile). Esto evidencia ante todo el aprovechamiento de la forma tóxica para resolver problemas intestinales o digestivos, y en concreto de sus semillas para tomarse como purgante, emético y laxante. Esta propiedad ya fue aprovechada por los pueblos autóctonos y según dan a entender las fuentes consultadas es un uso extendido entre los pueblos arahuacos del Caribe y los pueblos mixezoqueanos, mayances, totonacotepehuas, nahuas y otomangues en la Huasteca, Totonacapan, Istmo y Petén. Semejante situación también se describe en la adopción de su uso por los españoles sobre todo desde 1540, cuando se hizo evidente que el conocimiento de cómo prepararse, administrarse y dosificarse pertenecía a médicos locales, quienes tenían ventaja sobre los médicos españoles, en ese proceso conocido como “medicina de la conversión” (Pardo 2014). Su semejanza con el ricino y su adecuación a la teoría de los humores hizo de estas semillas un remedio popular en la farmacopea novohispana al menos hasta el siglo XVIII. Por otro lado, el uso por sus propiedades antibacterianas de la corteza, hojas, raíces y látex (Villegas et al. 1997, Osoniyi y Onajobi 2003, Andrade-Cetto 2009) o del aceite de la semilla para tratar heridas, verrugas y eccemas en piel y boca, constatado en otras regiones y entre grupos como los mixes y zoque-popolucas (Leonti et al. 2003) no se encuentra recogido en estas fuentes. Esto puede deberse a que es una aplicación no adoptada por los médicos de tradición europea, pues se necesita saber bien controlar su toxicidad. En todo caso, su uso existía entre comunidades nativas, dado que, por ejemplo, en Centroamérica está muy extendido nombrarla tempacte o tempate, nombre de origen pipil o náhuat que significa “remedio labial”.
Usos alimentarios
El uso comestible, cuyo registro no permite situarlo antes del siglo XVIII, parece responder al empleo como sustituto de la pepita de calabaza o del cacahuate para la salsa pipián (cf. Schmook y Sánchez 2000). En el caso de J. curcas y como ya se ha mencionado con anterioridad la toxicidad se debe a la presencia de ésteres de forbol, los cuales no son termolábiles y, por lo tanto, prevalecen aún después de haberse aplicado tueste o calor, en este caso a las semillas. De ahí que forzosamente el uso como comestible ha estado asociado a formas con escaso o nulo contenido de estos compuestos tóxicos.
Este uso sólo se daría con la forma no tóxica por el menor riesgo que podía representar y aunque, en todo caso, su preparación facilitaría su digestión.9 A tal respecto, no se diferencia mucho de su preparado como medicamento mediante tueste, maceración o triturado, facilitando que se integren sus cualidades nutricionales con otros alimentos. Este uso las fuentes consultadas lo ubican en Guerrero, pero hoy ese uso se constata en el Totonacapan (Schmook y Sánchez 2000, Sánchez 2010, Lozoya 2010, Valdés et al. 2013, Martínez et al. 2006, Montero 2020) donde existe un notable consumo de semillas en mole, pipián y botana.
Usos agropecuarios
Hay ciertos usos que hoy perduran, que por sus características y lo que nos dicen las fuentes, parecen haberse desarrollado durante el Virreinato por grupos hispano-mestizos. Su uso como cerco vivo en milpas y patios, y como sementeras para la recolección de la grana cochinilla (aunque su cultivo extensivo fue más frecuente sobre nopaleras) se vio favorecido por su facilidad de cultivo mediante estaca, ayudando a propagarla y hacerla dependiente de la acción humana. Estos usos vemos que son citados en las fuentes, en el primer caso, como una práctica ya realizada en las Antillas, de ahí que se le llame piñón de cerca en Cuba. En el segundo caso como parte de las explotaciones intensivas abocadas al monopolio comercial, lo cual se refleja en que en ciertas regiones se le llame sangregado o sangregrado por ciertas propiedades pigmentarias o como soporte para la cochinilla. Así otros usos que actualmente se constatan, como su aprovechamiento como forraje con la llegada de aves de corral y ganadería porcina (Montero 2020), es un uso que pudo originarse a partir de este periodo, aunque no lo hemos visto mencionado.
Conclusiones
Los resultados que se han obtenido permiten advertir que J. curcas fue usada durante el periodo colonial tanto por españoles, criollos y mestizos como por los pueblos indígenas. Las fuentes consultadas dan cuenta de que en la época prehispánica la importancia de su uso se centró en las propiedades tóxicas de la planta, aprovechándose para atender principalmente problemas gastrointestinales mediante la ingestión de semillas debidamente preparadas. Por tal razón es probable que otros empleos medicinales que se le dan a otras partes de la planta tuvieran mayor uso en otras regiones de Mesoamérica, más meridionales. También se advierte que la forma menos tóxica permitía que las semillas también se consumieran con un fin alimenticio. Hoy se sabe que éstas tienen un alto valor nutricional (proteína cruda 19-31 %, lípidos 43-59 %, fibra cruda 3.5-6.1 % y cenizas 3.4-5 %), capaz de cubrir una buena y correcta dieta (Castillo y Sánchez 2015). Por último, se hace patente un aprovechamiento de la planta como cerco vivo y planta de patio, en ambos casos, los ejemplares sembrados son considerados clones, ya que comúnmente son propagados por estaca (vía asexual). Adicionalmente la especie se reporta como planta huésped de la grana cochinilla.
Todos estos datos ayudan a entender cómo su estrecha relación con los grupos humanos favoreció que se interviniera sobre aspectos como la selección de los especímenes en función de su grado de toxicidad y transitando desde su uso medicinal (las más toxicas) hasta su uso comestible (las menos toxicas). Se evidencia así que un acercamiento etnohistórico permite tener nuevos elementos que ayudan a trazar los factores que han contribuido a su cultivo sostenido y confirman la extensión de este aprovechamiento a buena parte del territorio de la Nueva España, en las zonas de costa y meridionales como hábitat donde propagarla y en el altiplano donde consumir sus elementos. Como señalamos, el tipo de fuentes quizás condicionen la invisibilización de otros posibles usos constatados en la actualidad (Montero 2020). Por otra parte, la escasez de referencias no nos permite más que inferencias en la suposición de usos continuados, pero, en todo caso, lo que aportan estos testimonios son nuevos datos que muchas veces se omiten en buena parte de los estudios sobre este patrimonio biocultural. Finalmente, en este devenir histórico es posible reconocer que el uso y cultivo sostenido de J. curcas han contribuido a que la especie presente varios síndromes que la pueden ubicar en cierto grado de semidomesticación.