Introducción
El paisaje es un objeto de estudio complejo y multifacético, además no es una entidad estática, sino que es sensible a los cambios políticos, económicos, tecnológicos, científicos y sociales. El paisaje es definido por Rodríguez y Duque (2009, 121), como el “resultado de la interacción de procesos evolutivos, tanto al interior de lo estrictamente silvestre, así como de la interacción entre el ambiente y la cultura, a través de la construcción del territorio”. Por lo tanto, el paisaje está condicionado por factores físicos y humanos; entre los primeros, se encuentran la latitud, el clima, el relieve, la altura sobre el nivel del mar, la orientación de las vertientes y la naturaleza del suelo; mientras que en los factores humanos destacan la presión demográfica, la estructura económica, la composición social, la organización política y las innovaciones tecnológicas (Zárate y Rubio 2011, 195). Souto (2011, 130) coincide con estos autores, al poner énfasis en la interacción entre los componentes naturales y la cultura.
Debido a la naturaleza dinámica del paisaje, las alteraciones no suelen ser ordenadas ni continuas, ni corresponden a las mismas motivaciones cuando son producidas por los humanos. Por el contrario, se sobreponen a través del tiempo, en un “palimpsesto de acumulaciones y sustracciones”, de tal forma que cada generación imprime su influencia en el paisaje, siendo éste, de acuerdo con Milton Santos (1995, citado en Souto 2011, 170), un producto social. Así, estudiar el paisaje por medio de la historia, ayuda a comprender su dimensión temporal, lo cual no sólo posibilita reconstruir las “capas” antecedentes (que ya no se ven), sino que permite identificar la continuidad o los cambios de las lógicas en la permanente transformación del paisaje (Contreras 2005, 69), así como quiénes fueron los responsables en modificarlo.
En este sentido, resaltan los discursos hegemónicos y la promoción del estilo de vida de ciertos grupos sociales con poder económico y político, lo cual implicó la imposición de sus patrones culturales (Pío Martínez 2002, 157). Así, la predominancia de las representaciones, ya sean escritas o pictóricas, dependió de lo hegemónicas que fueron, es decir, que hayan sido compartidas por la mayoría de la población o por aquellos grupos que ostentaron el poder (Moscovici 1988, citado en Rodríguez 2003, 61).1 Para ello, fue necesario identificar quiénes representaron al paisaje ribereño, y si tales representaciones favorecieron la intervención del entorno.
El objetivo de este artículo es identificar las distintas representaciones sociales que los habitantes de la ciudad de Colima tuvieron sobre los ríos, durante la segunda mitad del siglo XIX, y si tales representaciones guardaron alguna relación con las intervenciones que se efectuaron en el paisaje ribereño. La ciudad de Colima es la capital de un estado mexicano llamado Colima, se localiza en un valle con una altitud de 490 msnm, una temperatura media anual de 20 °C y precipitación media anual de 1,200 mm (POET 2008, 88). Para este estudio se consideró la segunda mitad del siglo XIX, debido a que en este periodo surgió una mayor diversificación de los usos de los ríos, que van desde fábricas de hilados y tejidos, baños públicos, puentes, canales, huertas, entre otras construcciones.
Las representaciones sociales fueron definidas por Serge Moscovici como la elaboración de un objeto social por un grupo de personas, con el propósito de comunicarse y comportarse (Moscovici 1985, 470).2 Denise Jodelet, influenciada por las ideas de Moscovici, menciona que una representación social tiene la capacidad de concentrar en una imagen cosificante, historias, relaciones sociales y prejuicios (Jodelet 1985, 471). Tales imágenes condensan un conjunto de significados, que son entendidos como “sistemas de referencia que nos permiten interpretar lo que nos sucede, e incluso, dar un sentido a lo inesperado”, y de esta forma utilizar las categorías resultantes para clasificar las circunstancias, los fenómenos sociales y a las personas con quienes nos relacionamos (Jodelet 1985, 472).
Entonces, las representaciones sociales, más que reflejar la realidad, la construyen por medio de textos, palabras, pinturas, y cualquier material cultural que comunique mensajes múltiples y heterogéneos (Contreras 2005, 57-69). Es preciso aclarar que las representaciones sociales son susceptibles de ser modificadas o remplazadas por otras que adquieran mayor importancia, ya sea por procesos de identidad, aculturación, o por el flujo de ideas científicas e intelectuales (Vera, Pimentel y Batista 2005, 441-442).
No obstante, no todos los grupos sociales tuvieron injerencia en los grandes cambios al paisaje, por el contrario, sólo las clases sociales dominantes en los ámbitos económico, político e intelectual, pudieron tener éxito en materializar sus representaciones sobre el ambiente. Ejemplo de ello fue el auge que tuvo la teoría miasmática,3 comunicada por médicos e intelectuales, aspecto que la convirtió en el paradigma reinante sobre el proceso de salud-enfermedad durante gran parte del siglo XIX, siendo una perspectiva neumato-patológica que aseguraba que las emanaciones o miasmas4 infectaban el aire e incuban epidemias (Corbin 1987, 21). La consideración de los miasmas, fue acompañada de una política higienista desarrollada en Europa, enfocada en la lucha contra los ambientes pútridos y húmedos (Corbin 1987, 27). Por consiguiente, el identificar la fuente de los miasmas, y con ello de las enfermedades, fue motivo para que los humanos alteraran su entorno, y así eliminar elementos del paisaje considerados amenazas para su salud (Braudel 1989, 23).5
Otro ejemplo fue evidente en Orizaba, Veracruz, México, ciudad cuya élite política y económica recibió la modernidad de finales del siglo XIX con el lema del “progreso”. Esto gracias a la incorporación de la ciudad a los circuitos internacionales, que trajeron conceptos y modas en la organización de la vida urbana, y que contribuyeron al ordenamiento del espacio, por medio de la ideología, la legislación y las teorías urbanísticas de la época (Ribera 2002). Tanto el higienismo como el progreso fueron representaciones promovidas por ciertos actores sociales que hicieron patente su influencia política, intelectual y económica.
Metodología
Para términos de este trabajo, sólo se consideraron aquellas representaciones que tuvieron relevancia directa o indirecta en la toma de decisiones para la modificación del paisaje. Se tomaron en cuenta representaciones sociales que involucraron posturas actitudinales (a favor o en contra), valoraciones estéticas (bello o feo), referentes higiénicos (de agrado o desagrado), pero, sobre todo, intenciones conductuales (modificar o no al entorno).
Para acceder a las modificaciones del paisaje asociadas a sus representaciones, se consultaron documentos escritos durante la segunda mitad del siglo XIX. Las fuentes consultadas fueron: actas de Cabildo de la ciudad de Colima, peticiones al Ayuntamiento de Colima, ensayos geográficos y estadísticos del estado de Colima, prensa local, obras literarias, reglamentos, memorias y un ensayo higiénico.
En el corpus documental recopilado se implementó el análisis de contenido, con el fin de identificar la relación entre las representaciones sociales y las modificaciones al paisaje ribereño. Este tipo de análisis es definido por Henry y Moscovici (1968, 36) como un conglomerado de técnicas utilizadas para procesar materiales lingüísticos, recopilados a través de encuestas, entrevistas, o materiales “naturales”, es decir, artículos de periódicos, historias, testimonios, discursos políticos, obras literarias, entre otros.
En este caso, el análisis de contenido se utilizó para identificar los elementos relacionados con las riberas colimenses, así como las representaciones asociadas a tales elementos y las acciones que se ejercieron sobre ellos. Como resultado se obtuvo un catálogo de ítems, que después fue sometido a un análisis simple de frecuencias (Íñiguez y Antaki 1994, 58). Posteriormente se enlistaron los personajes que realizaron las representaciones y modificaciones del paisaje colimense, agrupados según las características que los definían, ya sea ocupación, giro comercial, grupo social, entre otros. De esta forma se buscó identificar representaciones particulares de acuerdo al grupo que las evocó.
Representación y modificación del paisaje
A lo largo de la segunda mitad del siglo XIX, ciertos grupos se encargaron de representar al paisaje colimense, cada uno enfocado en aspectos específicos. Los personajes que tuvieron mayor presencia en los documentos de la época se pueden clasificar en cuatro grupos: los pequeños comerciantes, los políticos, los intelectuales locales y los médicos. No obstante, otros personajes también aparecen de manera intermitente, como los dueños de fábricas, algunos indígenas, y otros habitantes que no especifican su adscripción. En la siguiente tabla se muestran los grupos más relevantes, así como los elementos que representaron, los documentos que utilizaron para plasmar sus representaciones y las modificaciones que promovieron.
Grupo | Representaciones | Documentos | Modificaciones |
Políticos | Progreso y civilización. | Actas de cabildo, Periódico oficial. | Puentes, bóvedas y acueductos. |
Pequeños comerciantes | Progreso y belleza. | Peticiones al ayuntamiento. | Baños públicos, lavaderos. |
Médicos | Inmundicias, miasmas y albañales. | Ensayo de higiene. | Desecación de pantanos, embovedamientos y reglamentos de policía. |
Intelectuales | Hermosos y tropicales. | Obras literarias, pinturas y fotografías. | Influencia indirecta sobre aspectos estéticos de las riberas, las huertas y baños públicos. |
Cada grupo en la sociedad colimense realizó representaciones específicas sobre el paisaje.
Cada grupo tenía objetivos específicos para representar el paisaje, así, intereses y valores se ven reflejados en la manera en cómo escribieron sobre los ríos. Hubo otro grupo, el de los viajeros, que representó al paisaje ribereño colimense durante la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX. Estos hombres provenían de diversos países u otras regiones de México, ellos fueron Mathieu de Fossey, Alfredo Chavero, Albert S. Evans, John Lewis Geiger, Edward W. Nelson, Harry Graf Kessler y Viltold de Szyslo. Estos personajes dejaron su legado en sus diarios, representando los aspectos estéticos del paisaje ribereño colimense,6 pero también la presencia de recursos naturales,7 la variedad de vegetación,8 y la naturaleza “tropical” de la ciudad de Colima.9 Sus escritos parecían preparar a quienes posteriormente visitarían la zona con fines comerciales, aunque su influencia en la modificación del paisaje no se puede constatar, debido a que se ignora el alcance que tuvieron sus publicaciones en la ciudad de Colima. No obstante, algunos elementos, como la presencia de agua y la descripción de tierras cultivables fueron recurrentes en los diarios de los viajeros,10 aunque también representaciones como lo tropical y lo malsano11 hicieron alusión a lo incómodo e insalubre que la ciudad de Colima podía ser.
Por otro lado, los políticos magnificaron las bondades de la riqueza de las tierras colimenses, incluyendo a sus ríos. Esto fue notorio en los ensayos geográficos y estadísticos decimonónicos, los cuales fueron auspiciados por el gobierno estatal.12 Tales documentos no escatimaron en hablar de la belleza del entonces joven estado. Entre los elementos enaltecidos se encontraban los afluentes que regaban las huertas y hacían funcionar las fábricas ubicadas en la ciudad de Colima.13 Por su parte, el Periódico Oficial fue vocero de algunos políticos y figuras destacables de la sociedad colimense, al emitir críticas hacia ciertos elementos del paisaje, en específico, contra establecimientos considerados malsanos o inmorales, tal fue el caso de los arrozales14 y los baños públicos respectivamente. El Periódico Oficial también fue un foro para que los políticos expusieran diversas temáticas referentes a los ríos. En éste se abordaron la inauguración de puentes y la gestión y ensalzamiento de obras materiales, acciones que fueron representadas como el termómetro del progreso.15
La clase política utilizó representaciones como el progreso, civilización y mejoras, para referirse a obras materiales que se realizaron bajo su gestión, ya sea como gobernadores, alcaldes, diputados o munícipes. Esto con el fin de enarbolar sus decisiones, que desde su discurso fueron pensadas para el bien común. Este tipo de referencias fueron habituales cuando se aludía a los puentes, a las cañerías y acueductos que se construyeron en Colima.16 De esta forma, la clase gobernante colimense reafirmó su poder político y económico en la ciudad y en el estado.
Las “mejoras materiales” realizadas en las riberas fueron representadas como el “termómetro de la civilización y el progreso”.17 Estas obras correspondieron a varios puentes, provisionales o de mampostería, los cuales proporcionaron la comodidad a la población para vadear los afluentes.18 Los puentes, en especial, aquellos construidos en los años setenta del siglo XIX, fueron asociados al progreso, cuando se gestionó la construcción y reconstrucción de varios de ellos. Por consiguiente, políticos como Miguel Bazán,19 Lucio Uribe20 y Gildardo Gómez,21 utilizaron el discurso del progreso junto con la construcción de obras materiales como parte de su estrategia política. En sí, el progreso daba orgullo a los colimenses, y cualquier acción que se realizara en su nombre era bienvenida.
La representación del “progreso” fue un concepto incluido en los escritos decimonónicos nacionales e internacionales, teniendo un amplio significado. En específico, en el plano local, el progreso fue asociado con construir puentes y otras edificaciones,22 así como con aspectos estéticos que “embellecían” la ciudad, pero también con la salubridad pública, asociada al ornato y al aseo, elementos que solían ir de la mano,23 siendo responsabilidad del gobierno municipal procurarlos. Dicha relación fue referida por Antonio Pérez en 1852,24 Francisco Ramírez y Ramón Pamplona en 1861,25 Miguel Bazán en 1871,26 Filomeno Bravo en 1875,27 y Antonio A. González en 1880.28
Otras representaciones del paisaje se utilizaron para eliminar al objeto representado, para ello, algunos personajes hacían uso de su influencia política. Por ejemplo, Lucio Uribe les llamó lupanares a los baños públicos, cuando buscaba la cancelación de estos establecimientos.29 Mientras que los arrozales eran denominados campos bravos,30 dañosos y emisores de exhalaciones nocivas,31 representaciones que favorecieron la prohibición de estos sitios en las inmediaciones de la ciudad en 1883.32 No obstante, tal discurso tuvo cierta resistencia de otros grupos. En el caso de los arrozales se emplearon argumentos que trataron de desmentir que dichos cultivos fueran nocivos. Así, mientras un grupo veía los arrozales como peligrosos, otros afirmaban que su presencia no afectaba la salubridad pública.33 Este último argumento provenía de un sector que se beneficiaba económicamente de los cultivos de arroz, sin embargo, al final, la prohibición se llevó a cabo.34
Un grupo asociado a los políticos, fue el de los industriales, constituido por los dueños o administradores de las fábricas de hilados y tejidos, así como por representantes de empresas comerciales y de grandes huertas como la de Álvarez. Estos personajes se caracterizaron, en su mayoría, por ser extranjeros o miembros de la elite local. En el caso de los empresarios locales, algunos tuvieron cargos públicos, como Ramón R. de la Vega, quien se desempeñó como gobernador, regidor y diputado. La importancia de este grupo radicó en su participación en el financiamiento de algunas obras materiales, como puentes y acueductos, convirtiéndolos en los habitantes, junto con los políticos, más beneficiados por las concesiones de agua otorgadas por el Ayuntamiento de Colima.35
El agua y la corriente también fueron representados por la clase política, siempre buscando que el líquido llegara a sus propiedades de manera constante y con la calidad necesaria para ser usada. Así, el político y empresario Ramón R. de la Vega y Luis Ochoa, dueño de al menos una huerta, abogaron por cañerías que garantizaran la pureza36 del líquido, además de la intervención del Ayuntamiento en el arreglo de cañerías dañadas, esto, para evitar la escasez del agua.37 Por otro lado, las inundaciones también motivaron a los políticos y a otros habitantes de la ciudad a promover ciertas modificaciones al entorno, después de que las crecientes fueran representadas como funestos desastres o catástrofes.38 Así, se construyeron obras civiles que tenían el objetivo de evitar desbordamientos, como el tajo que conectaba al río Chiquito con el Principal, esto, posterior a la inundación de 1869.39
Otro grupo que representó al paisaje ribereño fue el conformado por pequeños comerciantes, dueños de baños públicos, lavaderos, enramadas, hortalizas y pequeñas huertas, quienes aparecieron como peticionarios ante el Ayuntamiento, generalmente para solicitar a la comisión de fuentes o a la de policía, licencias para operar u obtener mercedaciones de agua40 o propiedades en las riberas. Este grupo social representó al paisaje ribereño y a sus componentes según sus conveniencias, por ejemplo, alegando la improductividad y peligrosidad de ciertos solares, con el fin de que el Ayuntamiento les otorgara el derecho sobre algún predio.41 Los dueños de baños también tenían sus propias representaciones sobre los elementos del paisaje, ellos veían los árboles como estorbos,42 y sus establecimientos como símbolos del orden y la moralidad.43 Además, estos pequeños empresarios, señalaron la arbitraria distribución del líquido en beneficio de las fábricas de hilados y tejidos, cuyos dueños poseían influencia política durante la mayor parte de la segunda mitad del siglo XIX.44
Como es observable, los intereses sobre los ríos no sólo fueron exclusivos de los políticos, los grandes terratenientes y los dueños de fábricas. En general, los colimenses utilizaron distintas representaciones para adquirir propiedades en las riberas. Una estrategia común consistió en mencionar el riesgo percibido de ser emboscado por “maleantes”, peligro asociado al paisaje sin cultivar y “montoso”, aspecto que fue tomado como justificación por particulares al pedirle al Ayuntamiento les concedieran algunos terrenos. Uno de estos casos, fue el que se suscitó en 1861, cuando el señor Ignacio Torres Guzmán pidió al prefecto del centro del estado, se le devolviera la parte de un solar, que afirmó, era de su pertenencia. La coartada que utilizó el señor Ignacio sobre dicha demanda se sustentó en que en el “pedazo referido puedan ocultarse algunos malhechores, los que favorecidos por la obscuridad de la noche pudieran asaltar su casa”.45
Por otro lado, un grupo que no tuvo mucha injerencia directa en las modificaciones del paisaje ribereño, pero sí participó activamente representándolo, fue el de los intelectuales y artistas. Los escritores abordaron en sus obras diversas temáticas sociales, políticas e históricas. Estos personajes emplearon sus memorias y las de otras personas con las que tuvieron contacto, para representar al río de una forma idílica y nostálgica, donde se enaltecieron las actividades sociales realizadas en sitios como el Rastrillo,46 las huertas y los baños públicos;47 a la vez que hacían recorridos históricos por los acontecimientos más relevantes, como las inundaciones,48 las epidemias,49 y las oscilaciones de la corriente de los ríos, representando a esta última como un hilillo cuando era débil50 y como una creciente cuando era fuerte.51
Estos intelectuales locales fueron Gregorio Torres Quintero, Miguel Galindo, Manuel Velázquez Andrade, Felipe Sevilla del Río, Balbino Dávalos y Francisco Hernández Espinoza, quienes tuvieron su infancia y juventud en la segunda mitad del siglo XIX o inicios del siglo XX, siendo receptores de la memoria colectiva de esa época. Las mujeres también tuvieron presencia en estas representaciones. La pintora Senorina Zamora, por su parte, inauguró el paisaje ribereño colimense como motivo artístico, visto desde la perspectiva de una local, pero influenciada por las tendencias estéticas que adoptó de sus mentores durante sus estudios en la capital del país (Velázquez 2000, 23). Estos colimenses expusieron representaciones romantizadas del Colima decimonónico, que dentro de la nostalgia y la topofilia, exaltaron los elementos estéticos del paisaje ribereño, pero también reflejaron su preocupación por la desaparición de un paisaje que estaba siendo consumido por la acción humana.52
Como último grupo, los médicos tuvieron un papel medular en la representación del paisaje malsano y en la inserción de ideas higienistas en el Colima decimonónico. El médico que tuvo mayor peso como promotor de representaciones fue Gerardo Hurtado, quien gracias a su ensayo, Higiene pública de Colima y sus alrededores, difundió varios conceptos higiénicos. Gerardo Hurtado fue el bastión más importante de la salubridad decimonónica en Colima, quien con sus textos, introdujo en la comunidad colimense, medidas y acciones para prevenir el aumento de casos de fiebre amarilla y otras enfermedades.53 Hurtado no sólo se enfocó en las epidemias y los pantanos, también hizo alusión a la infraestructura de la ciudad, como a los puentes cómodos y de “sólida mampostería”.54
Los médicos y, en menor medida, algunos cuantos profesores, políticos y extranjeros, tuvieron cierta formación o conocimiento de los adelantos científicos de la época. Fue así que emplearon conceptos novedosos, como higiene o corrupción, para hacer referencia a la relación entre el paisaje y la pérdida de la salubridad. Estos actores también utilizaron las representaciones de lo tropical y lo ribereño, y las asociaron a lo malsano e insalubre. Ejemplo de ello fue el informe de un médico extranjero quien es citado en el Periódico Oficial, cuya principal temática fue la fiebre amarilla y el cólera, así como la relación de estos padecimientos con las zonas empantanadas.55
Además de los grupos señalados, otras clases sociales también ejercieron cierta presión en los ríos, éstos constituyeron un conglomerado heterogéneo de individuos que representaron al paisaje ribereño y a sus elementos. Su presencia se constata en diversos documentos municipales, generalmente, peticiones al Cabildo, en las que buscaban algún beneficio relacionado a los ríos. Entre estos grupos se encontraban algunos indígenas;56 los vecinos que se quejaban por las emanaciones del arroyo Chiquito;57 aquellos que pedían al Ayuntamiento les otorgara mercedaciones de agua;58 los damnificados por las inundaciones,59 entre otros. Además, algunas de estas personas también se desempeñaron como políticos municipales y pequeños empresarios.
Representaciones sociales en el Colima decimonónico
En este artículo se ejemplificó la presencia de representaciones sociales sobre el paisaje ribereño colimense. Así, la objetivación fue patente, cuando los puentes y otras obras materiales fueron asociadas a la representación del progreso. Por otro lado, el paraíso y el vergel se objetivizaron en las huertas aledañas al río Principal, mientras que los baños públicos fueron representados como lupanares, los arrozales fueron vistos como campos bravos, y el río Chiquito como un albañal. Todas estas representaciones cobraban significado en el proceso comunicativo entre los habitantes del Colima decimonónico, objetivizándose en características reconocibles del paisaje. Esto no quiere decir que las representaciones sociales hayan sido ni el único ni el elemento más importante que influyó en la modificación del paisaje, pero sí estuvieron presentes en los discursos que intentaban o lograban justificar un cambio en el entorno.
Además de la objetivación, también se observó el anclaje, es decir, la generación de una conexión definitiva entre el objeto y la representación. El anclaje, tal como se explica en la teoría de Moscovici, fue complicado de conocer en todos los grupos sociales del Colima decimonónico. Debido a que algunas representaciones, específicamente, referentes a la higiene y al progreso, sólo pudieron conocerse en los grupos que dejaron algún legado escrito. Sin embargo, el anclaje se manifestó en la acción social de los actores, que fue consecuencia de las representaciones incluidas en los discursos.
En el contexto colimense decimonónico, el anclaje se observó claramente en el cambio del paradigma miasmático al bacteriano. Esto sucedió cuando los pantanos dejaron de ser representados como fuentes de miasmas, para ser considerados nido de mosquitos, recuérdese que para inicios del siglo XX ya se conocía el papel de estos insectos como vectores de enfermedades. Así, aunque el pantano seguía siendo visto como peligroso por los colimenses, lo único que cambió fue la razón por lo cual lo era. La principal manifestación del anclaje de esta nueva representación fue que a partir de los escritos del médico Gerardo Hurtado y la introducción de la teoría bacteriana en la sociedad colimense, los miasmas dejaron de ser mencionados, y los microbios recibieron más atención como causantes de enfermedades.
Ahora bien, entender cómo el colimense decimonónico percibía el entorno explica por qué lo modificaba. En general, toda intervención que se realizó al paisaje ribereño, estuvo acompañada de un discurso impregnado de representaciones. En este caso, considerando la propuesta de Jodelet, las representaciones sociales cumplieron sus tres funciones. Es decir, integrar la novedad a un sistema cognitivo social, interpretarla, y orientar acciones específicas ante lo representado. De esta forma, y con relación a los diversos ejemplos que ya se expusieron, las representaciones sociales del paisaje ribereño, las huertas, las inmundicias, el agua, las inundaciones, las obras materiales y los arrozales facilitaron el intercambio de información entre los actores del Colima del siglo XIX, con el fin de comprender su entorno y realizar las acciones necesarias para obtener beneficios o evitar perjuicios.
Conclusión
Los miembros de la elite, generalmente, fueron los protagonistas de las representaciones e intervenciones al paisaje ribereño. Como fue observable, estos personajes mostraron interés económico y político en cada alteración del paisaje. Asimismo, las representaciones sociales distaban de ser neutrales, al contrario, promovían actitudes e intervenciones en los ríos. Razón por la que algunos elementos del paisaje representaron cosas distintas para diversos grupos, lo que demuestra que no existieron representaciones universales, sino que éstas estaban condicionadas por intereses particulares, con objetivos tan diversos como la apropiación, el control, la domesticación y el saneamiento del entorno.
En este artículo se pudo apreciar cuáles fueron las legitimaciones discursivas que los colimenses utilizaron para modificar al paisaje, ya que toda intervención iba acompañada de una interpretación del entorno, la cual estaba constituida por representaciones. Fue así que las representaciones sociales se distinguieron según quién las enunció y cómo las utilizó. Por lo tanto, los intereses particulares de cada grupo estuvieron en sintonía con las modificaciones del paisaje que promovieron. Los viajeros vieron una fuente de recursos naturales, mientras que los gobernantes trataron de sacar ventaja económica y política de cada acción que realizaban en los ríos; los empresarios y particulares, por su parte, buscaban aprovechar el agua y los terrenos cercanos a los afluentes. Pero, sobre todo, la mayoría de las representaciones aquí expuestas provienen de aquellos que dejaron registro escrito de cómo se relacionaban con el paisaje ribereño, a diferencia de los otros grupos sociales que habitaban y hacían uso de los ríos, quienes además tuvieron poco protagonismo en los documentos.
Las representaciones del paisaje fueron diversas, pero las más comunes corresponden a tres dimensiones, las representaciones estéticas, las referentes al progreso y las relacionadas con la seguridad. Las primeras estuvieron presentes en los relatos de extranjeros que visitaron a Colima durante la segunda mitad del siglo XIX, pero también fueron mencionadas por algunos personajes radicados en la ciudad. Muestra de ello, fueron los poemas de Ignacio Rodríguez y los cuentos de Torres Quintero. En estos casos, lo tropical tuvo relación con definidoras estéticas y de exuberancia, más que con el atraso o la inferioridad, ideas que los europeos asociaron a los trópicos durante el siglo XIX. En contraste, algunas de las representaciones locales de lo tropical estaban vinculadas con enfermedades como la fiebre amarilla.
Otro cúmulo de representaciones que moldearon el paisaje fueron las referentes al progreso, utilizadas en varios textos como los periódicos El Estado de Colima, y La Luz de la Libertad, y en los ensayos geográficos y estadísticos del estado. Además, el progreso estuvo acompañado de otras representaciones, como civilización, adelanto, mejoras, prosperidad, moral, orden, bienestar, recursos naturales, aprovechamiento, producciones, comodidad, fértil, industria, avanzado y ciencia. Todas, vistas de forma positiva, tanto por el gobierno como por la población en general; y, en consecuencia, promovidas, buscadas y perpetuadas, ya que se creía que favorecerían el bienestar y la comodidad de los colimenses.
No sólo las representaciones como el progreso acompañaron las modificaciones del entorno, también lo fueron aquellas cuyo objetivo era mantener un paisaje ribereño seguro. El aumento de establecimientos como los baños públicos, el embovedamiento del río Chiquito, así como la ley de desamortización favorecieron el acercamiento de construcciones civiles a la ribera y, con ello, el riesgo de inundaciones. De esta manera, los afluentes fueron representados como el escenario de “funestos desastres”, es decir, inundaciones, que por medio de sus avenidas, generaron “catástrofes” en la ciudad de Colima. Además, en las décadas de los ochenta y noventa del siglo XIX, el repunte de enfermedades como la fiebre amarilla y el cólera motivaron prohibiciones que afectaron los arrozales y algunas huertas, cultivos que fueron considerados causantes de las epidemias. Por otro lado, los baños públicos, pese a ser vistos como hermosos y el lugar de cita para la población colimense, fueron tildados como lupanares y escuelas de inmoralidad, en sí, un peligro para la sociedad.
Todas estas representaciones, ya sean estéticas, de progreso o seguridad, así como sus alzas y sus caídas, mutaron la ribera colimense por más de medio siglo, buscando llegar a la materialización de un río que no implicara peligros a la población, que aspirara al progreso y a la comodidad, y que a la vez fuera un paisaje bello. Alcanzable, al eliminar o evitar aquel paisaje representado como lupanar, albañal, inculto o propenso a catástrofes como las inundaciones. Fue así que los grupos sociales relacionados con las modificaciones al paisaje favorecieron en sus discursos diversas representaciones que justificaban la intervención en los ríos.
Sin embargo, en el entredicho de que las representaciones del paisaje hayan estado vinculadas con modificaciones del mismo, se entendería que este proceso fue consciente, que quien representaba tenía en claro qué resultados colaterales obtendría tras la ejecución de puentes, baños o prohibiciones. Pero eso implica considerar a los personajes colimenses, protagonistas de estas narrativas, como hábiles calculistas de los resultados de sus decisiones, situación que estuvo lejos de ser cierta. Cualquier modificación al paisaje implicó tratar de domar los ríos, para aprovechar sus aguas o facilitar la vida en la ciudad, pero no era una decisión unilateral, los afluentes seguían sus propias leyes y, en ocasiones, algunas decisiones generaron otros problemas, como el desbordamiento de los ríos. De esta forma, el paisaje ribereño no fungía como un ente pasivo, sino que ponía límites a las intromisiones humanas en su lecho.
La constante atención en el paisaje ribereño aunada con la diversificación de actividades en los ríos y la incursión del municipio en la administración del agua y el espacio favorecieron la irrupción de una red de personajes con poder económico y político en los afluentes colimenses. Esta elite local perduró a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX, y estuvo comprendida por todas aquellas personas que lograron tener influencia en la modificación del paisaje ribereño, además, dejaron registro de sus representaciones en distintos documentos. Estas personalidades fueron hombres de clase alta, miembros de la vida política y comercial local, y conforme avanzó la segunda mitad del siglo XIX, se incluyeron algunos extranjeros.