Introducción
El 28 de abril de 1913, un grupo de revolucionarios fueron fotografiados en la plaza de San Agustín de Pátzcuaro, preparándose para salir de la ciudad, después de que la habían tomado por varios días. Poco más de dos meses después, el primero de julio de 1913, dos maderistas fueron colgados por la gente del teniente coronel Francisco Cárdenas; uno en un árbol de ese espacio y otro en la plaza principal. En contra de lo que se pudiera considerar una inversión de poco riesgo, el mismo año de 1913 un empresario inauguró en la misma plaza de San Agustín un elaborado teatro de madera, al que le puso por nombre Salón Apolo. Las funciones que se llevaron a cabo en este recinto probablemente hacían que la gente olvidara por un momento la agitación en la que se encontraba el país. Sin embargo, en menos de dos décadas, el edificio fue desmontado, reconstruido en su totalidad y desarmado nuevamente, de manera definitiva.
A excepción de unas cuantas fotografías conocidas donde aparece este teatro y unas breves referencias publicadas, poco se sabe del edificio y de su propietario, por eso, el objetivo del presente trabajo es recuperar parte de la historia de este inmueble, contextualizada en el tiempo que estuvo en uso, así como reflexionar sobre la razón que tuvieron los empresarios encabezados por Luis Ortiz Lazcano para hacer una importante inversión al construir en dos ocasiones el inmueble y ponerlo en funcionamiento en un periodo de gran inestabilidad social. Para tratar de responderlas nos apoyamos en información localizada en actas de cabildo municipales, artículos periodísticos, fuentes bibliográficas y en el análisis de algunas fotografías encontradas del Salón Apolo en sus dos etapas.
Antecedentes del teatro en Pátzcuaro
Durante el porfiriato, las funciones de teatro, como la mayoría de los espectáculos públicos, tuvieron gran aceptación, sobre todo, entre la burguesía y clase media de las grandes ciudades. En Michoacán, sin embargo, eran pocos los edificios que se habían construido para ese fin, siendo los más importantes el teatro Ocampo de Morelia, fundado desde 1830, y el teatro Morelos de Maravatío, inaugurado en 1879.
En Pátzcuaro, antes de 1913, las funciones de teatro, circo o cinematógrafo, se llevaban a cabo dentro de carpas que se montaban de manera provisional en la plaza de San Agustín, la plaza principal, la plazuela de San Francisco y en una parcela agrícola. Según una nota de un periódico de 1901, entonces no había donde hacer espectáculos públicos, más que un corral donde se sembraba maíz y crecía un “zacatonal”. El columnista también criticaba al Ayuntamiento de Pátzcuaro por haber permitido “una triste situación económica en el comercio” al mismo tiempo que se aumentaban los impuestos y los alquileres, lo que había ocasionado que muchas familias se fueran de la ciudad.1
Ya desde el 18 de octubre de 1893, con motivo de la visita a Pátzcuaro del gobernador Mercado, Luis G. Arriaga, un importante empresario y político local, había presentado al representante del ejecutivo un proyecto para instalar un teatro en el exconvento de San Agustín de esta ciudad. El gobernador dijo no tener inconveniente en autorizar la edificación, después de que se presentara el presupuesto y los planos del proyecto, además de que se informara con qué recursos se contaba y el tiempo de construcción. Pero poco después el antiguo edificio se puso en venta y el proyecto se tuvo que desechar.
Ante la carencia de un teatro, en 1902, el gobernador Aristeo Mercado dio instrucciones al ingeniero Porfirio Díaz de León para que pasara a la ciudad a medir el terreno donde se construiría el inmueble, pero dicho proyecto se postergó y nunca se concretó. En mayo de 1905, Carlos Mongrand presentó en la plaza de San Agustín una función de cinematógrafo Lumière que causó mucho revuelo, “indicador que la gente estaba ávida de diversiones”, decía un reportero. Opinaba que era una pena que Pátzcuaro, siendo una ciudad importante en el estado, donde había mucha gente que gustaba del espectáculo “culto”, no tuviera un teatro fijo ni una biblioteca. Aseguraba que una persona de la ciudad había ofrecido un predio para que se construyera un teatro y que un ingeniero había hecho el plano, pero que, por desidia de las autoridades, no daba inicio la obra. En 1908, el administrador de rentas de Pátzcuaro Carlos Chagollán recibió 2,997.65 para la construcción del teatro, cantidad que fue depositada en el Banco del Estado de México, ubicado en Pátzcuaro, pero dicha cantidad nunca se utilizó para ese fin, según lo declaró, en 1911, Salvador Navarro, quien había sido secretario municipal en esa fecha.
Ese mismo año, la compañía dramática que dirigía el zamorano Juan Cachú, quien después se dedicaría a la fotografía, se presentó de manera exitosa en Pátzcuaro por varios domingos, según un periódico de la época. Al año siguiente se autorizó temporalmente la instalación de un teatro en una casa cerca del Santuario de la Salud, al que pusieron de nombre Allende. Ahí se presentó la compañía cómico-dramática que dirigía el primer actor Pedro de la Torre, con el drama Malditas sean las mujeres, la cual tuvo muy buena acogida por parte de la sociedad patzcuarense. En 1911, el señor Víctor Hernández solicitó el permiso del Ayuntamiento para presentar funciones dramáticas en su casa ubicada en la calle Romero, número 4, pero se desconoce si se autorizó.
No fue sino hasta después de iniciada la Revolución mexicana, en 1912, que tres empresarios de Pátzcuaro mandaron construir el primer teatro fijo en la ciudad, al que pusieron el nombre, poco original, de Salón Apolo, pues en varias partes del mundo ya había teatros nombrados así. Mientras tanto, en agosto y diciembre de ese año, Antonio Cachú exhibió varias funciones de cinematógrafo en la plaza de San Francisco, en un cine temporal cuyas instalaciones eran deficientes, según lo manifestó el secretario del Ayuntamiento, Luis Díaz Barriga.
El Salón Apolo en su primera etapa
El 15 de junio de 1912, Luis Ortiz Lazcano, Luis G. Arriaga Díaz Barriga y Rafael Díaz Barriga Toledo, solicitaron al Ayuntamiento de Pátzcuaro una concesión para establecer en la plaza principal o en plaza de San Agustín un teatro salón para cinematógrafo y variedades, según los proyectos y planos que más tarde se remitirían, con la promesa de sujetarse a las disposiciones que el gobierno municipal dictara. El 7 de septiembre de ese año, los empresarios presentaron un plano con el área que ocuparía el teatro y el dibujo de la fachada. En un documento adjunto proponían que el teatro funcionara por quince años y aseguraban que tendría gran beneficio para la población, por ser un negocio sin precedente. El 28 de septiembre, el Ayuntamiento resolvió autorizar la construcción del edificio en la plaza de San Agustín.
Cuando se informó al Ayuntamiento que los fondos para la construcción ascendían a 6,500 pesos, el secretario del cabildo solicitó a los inversionistas que en adelante el medio de comunicación con él sería a través de Luis Ortiz Lazcano. Unas semanas después el Ayuntamiento celebró un contrato con el mismo empresario, quien también era propietario de la Empresa de Luz y Fuerza Motriz, para el abastecimiento de alumbrado público y servicio eléctrico de la ciudad. Entre las cláusulas de este contrato se estableció que el Ayuntamiento eximía al empresario de los pagos de impuestos relativos al funcionamiento del Salón Apolo a cambio de un descuento del 50 % en el servicio eléctrico al municipio.
Pocos meses más tarde, a raíz del asesinato de Madero, se presentaron eventuales enfrentamientos entre fuerzas federales y maderistas en Pátzcuaro y sus alrededores, paralizando parte de las actividades económicas y de la vida cotidiana. El 21 de abril de 1913, un grupo de revolucionarios liderados por José Rentería Luviano dispusieron atacar la ciudad, sin encontrar resistencia, y permanecieron hasta el 28 del mismo mes. El 26 de junio, a las ocho de la mañana, los rebeldes entraron nuevamente a la ciudad sin oposición, pues no había guarnición federal. A las cuatro de la tarde evacuaron la plaza, al enterarse que el general de brigada Alberto Yarza, jefe de las armas de Morelia, había destacado una columna para perseguirles. Como reflejo de la violencia de ese año, el primero de julio, un grupo de rurales comandado por Francisco Cárdenas colgó a un hombre en la plaza principal y a otro en un árbol de la plaza de San Agustín; acontecimiento que fue fotografiado por los hermanos Cachú. Al día siguiente, arribaron tropas federales a la ciudad con el propósito de controlar a los grupos rebeldes, poner orden y proteger los intereses de los empresarios.
Apenas se puede percibir en una de las fotografías donde aparecen los hombres de Luviano saliendo de Pátzcuaro, que el Salón Apolo ya se encontraba en construcción, aunque debió suspenderse en los meses más violentos, puesto que fue inaugurado hasta el 8 de diciembre de 1913, aprovechando la fiesta dedicada a Nuestra Señora de la Salud, la más importante de Pátzcuaro. Probablemente, la construcción continuó una vez que las fuerzas federales resguardaron la ciudad y repelieron al menos dos ataques de los rebeldes comandados por Joaquín Amaro.
El día de la inauguración del Apolo se celebró una misa solemne, se efectuaron corridas de toros, tapadas de gallos prohibidas por la ley, partidas de cartas en la plaza de San Agustín, vendimias y “primorosas tandas de cinematógrafo en el nuevo teatro”. Para garantizar la asistencia de foráneos se promocionaron boletos de tren a precios módicos y se mandaron fuerzas militares para resguardar los caminos. Aun así, no hubo la cantidad de gente que se esperaba, debido a que algunos alarmistas esparcieron el rumor que habría una fuerte leva, lo cual no resultó cierto. Un periódico relataba que, a pesar de las fiestas deslucidas, el espectáculo de cinematógrafo proyectado en el Salón Apolo del “progresista señor don Luis Ortiz Lazcano” estuvo muy concurrido y fue “el que formó las delicias del pueblo” y “es de advertir que ese nuevo salón, que puede servir también para representaciones escénicas, ha venido a servir de teatro en Pátzcuaro, donde hacía tanta falta hace muchos años”.
El Salón Apolo era un edificio de madera, construido por Domingo Toro, Rafael Toro y Luis Ortega: tres carpinteros reconocidos en la ciudad por haber hecho algunos trabajos de ebanistería en templos y viviendas relevantes de Pátzcuaro, entre las que se encontraba la casa de Luis Ortiz Lazcano, que se ubicaba al norte de la plaza principal. El estilo que mostraba el Salón Apolo era un híbrido entre neogótico y neorrenacentista, con algunos elementos art nouveau, de moda en aquel momento. En su mayor parte era de un nivel, pero con una altura en el frontis que lo hacía parecer de dos pisos. El cuerpo inferior de la fachada principal estaba constituido por un pórtico formado por dos pilares esbeltos y tres arcos estilo mudéjar, mientras que en el nivel superior destacaba un elemento que simulaba un ático, con techo a dos aguas y una pequeña ventana central de arco de medio punto. Dicha fachada estaba flanqueada por dos torres de doble altura, cubiertas con cúpulas apuntadas e iluminadas por medio de ventanas verticales con arcos ojivales (véase figura 1). Los costados del edificio contaban con pórticos formados por pilares esbeltos y cinco arcos trilobulados de inspiración mudéjar.
Además del cinematógrafo, en este recinto se llevaron a cabo obras de teatro y zarzuela, orquesta y ópera, como las que se presentaban en la mayoría de los teatros del país. Algunas de las compañías artísticas llegaban a Morelia y de ahí a Pátzcuaro como parte de una gira, mientras que otras eran contratadas directamente por los propietarios en la Ciudad de México. Muchas de las actuaciones fueron muy aclamadas por los patzcuarenses, mientras que otras se criticaron y causaron escándalo porque, según los más pudorosos, iban en contra de la moral. En ocasiones, por común acuerdo, los propietarios lo prestaban al Ayuntamiento para que se llevaran a cabo reuniones políticas y presentaciones culturales dirigidas a los niños.
Por su ubicación en la ciudad, la plaza de San Agustín siempre tuvo actividad comercial, empero, una vez que estuvo en funcionamiento el Apolo, se abrieron diversos giros destinados al esparcimiento, como billares, juego de lotería y tiro al blanco. Además, con motivo de la fiesta del 8 de diciembre, se realizaban durante varios días tapadas de gallos, corridas de toros y juegos de cartas; estos últimos dentro y fuera del teatro, lo que deleitaba a muchos, pero también molestaba a otros. En 1918, por ejemplo, el señor Joaquín Sánchez Aldama, quien había sido presidente municipal un año atrás, denunció que las apuestas en los juegos de cartas que se realizaban en el Salón Apolo habían llevado a muchos a la ruina.
La reconstrucción del teatro
Hacia el final de la Revolución mexicana -y a pesar de ella-, el teatro se había consolidado como un ícono de la diversión y el entretenimiento en la ciudad. La plaza de San Agustín era hito de la vida cotidiana del pueblo; un sitio de reunión para las parejas, amigos y familias, que ocupaban las bancas para conversar y observar a las personas que entraban, salían o pasaban por el teatro, mientras degustaban dulces de avellana y leche, pasitas de almendra o fumaban cigarrillos que vendían en los puestos cercanos. Por las noches se podía comprar bebidas y alimentos, como café caliente, atole, tamales y pan.
El éxito del teatro era tal que en cada función la gente hacía filas para comprar un boleto, quedándose muchos sin un lugar. Fue entonces que el señor Ortiz Lazcano, con anuencia de sus socios, decidió desmontar el salón e hizo construir uno de mayores dimensiones y capacidad, que contara, ya no sólo con una amplia galería, sino con palcos y plateas. En esta ocasión se puso más cuidado en la decoración interior. Los pasillos estaban tapizados con gobelinos franceses, los muros estaban engalanados con cortinas rojas y el techo del cielo finamente decorado, como se hacía en los palacios franceses.
El 17 de abril de 1920, Luis Ortiz Lazcano obtuvo del Ayuntamiento autorización para “elevar un poco más” el teatro, sin abarcar más terreno. El permiso fue otorgado y se fijó la fecha de la concesión hasta 1932, no sin que el presidente municipal José Carrillo Arriaga le recordara a Ortiz Lazcano que hasta la fecha no había cumplido con la cláusula quinta del contrato de 1912, que estipulaba que la empresa se comprometía a presentar una vez al mes funciones de cinematógrafo con películas instructivas dirigidas a niños de las escuelas y a obreros. Tampoco se había respetado otra parte de la misma cláusula que establecía que cada mes debía presentarse una función que el Ayuntamiento organizaría para dedicar el producto de las entradas a mejoras materiales y gastos especiales del municipio.
Como parte de las mejoras del salón se remodeló su interior y se colocaron señalizaciones. Al año siguiente se colocaron seis puertas para evitar accidentes en las conglomeraciones que se habían vuelto comunes. Al mismo tiempo, la plaza se embaldosó, se le colocaron nuevas bancas y lámparas; estas últimas a petición de las autoridades municipales, para evitar los actos “inmorales” que se cometían a diario.
El nuevo diseño del edificio parece haber sido inspirado en la catedral de Notre Dame, París. Era de tres niveles, con una nave central flanqueada por dos torres almenadas. En el frontispicio, los dos primeros niveles del cuerpo central se dividían verticalmente en tres partes, por medio de cuatro columnas. El segundo nivel presentaba tres ventanas verticales de arco de medio punto, de inspiración gótica. La parte superior, cubierta a dos aguas, presentaba tres óculos enmarcados y rematados con formas vegetales, similares a las de algunas mansardas francesas, posiblemente, copiadas del Teatro Mexicano, de la Ciudad de México. En dos de las caras de las torres laterales se hallaba una amplia ventana neogótica con su arco de medio punto. Las ventanas del resto del edificio eran rectangulares, con disposición vertical, rematadas con un frontón triangular, similares a las del hotel De la Concordia que estaba frente al teatro.
Raúl Arreola, quien vivió su infancia en Pátzcuaro, escribió unas memorias donde señaló que eran muy comentadas las funciones dominicales de cine mudo que se proyectaban en el Apolo, con música de pianola y violín en vivo del señor José Rodríguez Collado, quien interpretaba melodías como Las bodas de la muñeca y En un pueblo español. Respecto a las cintas que ahí se proyectaron, más de una fue considerada como un atentado contra la decencia y el buen gusto, lo mismo que se había dicho de las obras de teatro y zarzuela, por lo que en más de una ocasión fue clausurado por unos días hasta que se cambiaba de película.
En ese recinto también se llevaron a cabo reuniones o asambleas políticas, destacando el Primer Congreso Estatal del Frente Único de Trabajadores del Estado de Michoacán, al que convocó el general Lázaro Cárdenas los últimos tres días de enero de 1929, con una asistencia de casi 600 personas. En esta reunión se fundó la Confederación Revolucionaria Michoacana del Trabajo (CRMDT), que integró a comunidades indígenas, campesinos, profesores y trabajadores de talleres y fábricas, quienes establecieron los estatutos que les permitieran defender sus derechos laborales.
Los fundadores del Apolo
La empresa formada para la construcción y aprovechamiento del Salón Apolo, como se dijo, estaba conformada por Luis Ortiz Lazcano, Luis Arriaga y Rafael Díaz Barriga, tres reconocidos empresarios y vecinos de Pátzcuaro. Luis Gonzaga Arriaga Díaz Barriga era un médico destacado, miembro de una de las familias más opulentas de la ciudad, diputado (1904 y 1908), prefecto del distrito de Morelia en 1914 y miembro del Ayuntamiento de Pátzcuaro (1916). Rafael Díaz Barriga Toledo también era médico y había sido director de la Facultad de Medicina, Veterinaria y Zootecnia de la Universidad Nacional Autónoma de México (1890), presidente de la sociedad agrícola de Pátzcuaro (1893), diputado suplente (1894-1896), regidor del Ayuntamiento local en 1912, 1914 y 1915, y presidente municipal en 1912. Tanto Luis como Rafael eran miembros del comité formado para reelegir a Aristeo Mercado como gobernador de Michoacán. Por su parte, Luis Ortiz Lazcano era el propietario de la rica hacienda de San José de Casas Blancas, en la comunidad de Opopeo; presidente municipal en 1914, 1923 y 1924, fundador y propietario de una empresa de luz eléctrica y fuerza motriz denominada El Refugio, que suministraba el servicio a Pátzcuaro desde 1899.
Ya se dijo que la idea de construir un teatro en Pátzcuaro había surgido desde los primeros años del siglo XX, pero nunca se llegó a ejecutar. Don Luis Ortiz Lazcano, como un buen empresario que era, pensó en la oportunidad de un negocio donde no tendría competencia, y para ello invitó a dos jóvenes y adinerados vecinos. La gestión no fue sencilla, pues, para entonces los trámites de cualquier concesión llegaban a ser más complicados que en la actualidad, debido a que los presidentes municipales duraban en el cargo muy poco tiempo y no siempre se les daba seguimiento a los mismos.
El haber iniciado la construcción del teatro en esos meses bulliciosos fue arriesgado, sin duda, pero como buen empresario vio en este negocio una oportunidad; y no se equivocó, porque obtuvo buenas ganancias. Los conflictos sociales no habían sido inocuos para los intereses de Ortiz Lazcano; cuando Salvador Escalante y Braulio Mercado se levantaron contra Victoriano Huerta, en mayo de 1911, avanzaron con un grupo de hombres armados hacia Opopeo y se llevaron caballos de la hacienda Casas Blancas, sin que el propietario pudiera hacer nada. El 27 de septiembre de 1912 se reportó la presencia de unos bandoleros en la hacienda de Casas Blancas, pero sin consecuencias. Para 1920, un grupo de indígenas de Opopeo pretendían crear un ejido en parte de la misma hacienda, lo cual indignó al propietario Luis Ortiz Lazcano, quien consideró que esa acción era un asalto a sus tierras y valores. El reparto de las tierras no se consumó de inmediato, pero sí en la siguiente década. No deja de ser interesante que el primer edificio se inauguró quizás en el año más violento de la Revolución en Pátzcuaro en la región lacustre y el segundo edificio se reconstruyó en uno de los momentos más tensos del movimiento agrarista en la región.
Con seguridad, los empresarios estaban orgullosos de su nuevo y elegante edificio, que por fin albergaría eventos de manera regular en Pátzcuaro, sobre todo, Ortiz Lazcano, quien era el socio principal y el representante de la empresa. Tenía amistad o tratos con personas influyentes de varias partes del país, incluyendo políticos, como el gobernador Aristeo Mercado. Además, el ser propietario del teatro le permitía aumentar su prestigio y mejorar sus relaciones sociales, con más razón al poder presentar personalmente artistas de renombre a sus amistades. Es posible que su popularidad y prestigio le ayudara a conseguir la presidencia municipal tres veces, entre 1914 y 1924. Mientras tuvo este cargo hizo que se instalaran lámparas en calles y plazas, inauguró una importante obra hidráulica en la fuente de Santa María y abrió la nueva carretera que iba a la estación del ferrocarril, entre otras acciones.
Ortiz Lazcano, como muchos empresarios de su época, aprovechó sus relaciones sociales, influencias, habilidades para negociar, capacidad económica y sus cargos públicos para beneficiarse en distintas maneras, pero de manera legal. De la misma manera, levantaba la mano cuando se trataba de obras altruistas y actividades para beneficio de la ciudad. Por ejemplo, se sabe que al conmemorarse el Centenario de la Independencia de México, con recursos propios adquirió en Francia un costoso reloj para el palacio municipal, que fue develado el 16 de septiembre de 1910. Más tarde, entre 1932 a 1936, fue el diseñador y supervisor del kiosco del mirador Tariácuri, que promovió el general Lázaro Cárdenas. También fue miembro de la Sociedad de Historia de Pátzcuaro y de la Junta para la Protección de la ciudad, cuya finalidad era velar por la conservación de las tradiciones locales y de la arquitectura típica de la ciudad.
Se desmantela el teatro
Durante los años que funcionó el Salón Apolo había comunicación constante entre Luis Ortiz y el Ayuntamiento para tratar diversos asuntos relacionados con el edificio o con el convenio que tenían respecto al suministro de energía eléctrica al municipio. Las relaciones contractuales se habían venido solventando sin mayores contratiempos, a pesar de que el municipio constantemente se atrasaba en los pagos que tenía que erogar a la empresa de Ortiz. En 1913, por ejemplo, el Banco del Estado de México, con agencia en Pátzcuaro, le debía a Ortiz Lazcano 483 pesos por concepto de suministro de energía eléctrica y alumbrado público, y aunque el adeudo fue cubierto, en las siguientes administraciones los pagos se siguieron retrasando.
En 1927, surgieron algunas fricciones entre el gobierno municipal y Ortiz Lazcano, cuando el primero reclamó al empresario el pago de cien pesos mensuales por el funcionamiento del Salón Apolo y diez pesos mensuales por cada función, violando el contrato de 1912 donde se eximía el pago de impuestos a la empresa de Ortiz Lazcano a cambio de un descuento en el suministro de energía eléctrica al municipio. Cuando el empresario reclamó los pagos al Ayuntamiento, que en 1928 ascendían a 1,461.69 pesos, se le citó para discutir el asunto. Al final se llegó al acuerdo de que la tesorería cubriría el adeudo en varias ministraciones, al tiempo que Ortiz Lazcano se comprometía a ofrecer descuentos para los trabajadores del Ayuntamiento y entregar cierta cantidad de boletos gratuitos para niños.
Aun con los requerimientos de impuestos, Ortiz siguió invirtiendo en las mejoras del Salón Apolo. En 1929, solicitó permiso para arreglar los jardines de la plaza de San Agustín y fabricar dos pequeñas fuentes de ornato. La propuesta de Ortiz Lazcano era que los gastos correrían por su cuenta y, una vez hechas las obras, el municipio se encargaría de su conservación. Asimismo, solicitó la construcción de una cloaca y la instalación de un mingitorio en el teatro. Aprovechando la comunicación, pidió, como ya lo había hecho el año anterior, que le rebajaran los impuestos del teatro, ya que sus entradas se veían muy exigidas y de seguir así se vería en la necesidad de demoler el edificio. El día 13 de enero de 1930, se comunicó a los regidores que a partir de entonces el nuevo dueño del Salón Apolo era el señor Roberto López Torres. Creemos que la empresa de Ortiz Lazcano no vendió el edificio, sino que le cedió la concesión del teatro mientras ésta tenía vigencia, puesto que a principios de 1932 el gobernador del estado Lázaro Cárdenas del Río le solicitó a Ortiz Lazcano, no a Roberto López, que desmantelara el teatro de manera definitiva, ya que la concesión de 20 años otorgada había expirado. Para entonces ya existía un proyecto para demoler el antiguo convento de San Agustín y levantar un nuevo teatro con el nombre de Emperador Caltzontzin, mientras que a la plaza de San Agustín se le llamaría Gertrudis Bocanegra y se construiría en ella un monumento en honor a la heroína patzcuarense del mismo nombre. Aunque Ortiz pidió un plazo prudente para desmantelar su teatro y el presidente municipal José Ramos Chávez manifestó no considerar conveniente dejar a la población sin un edificio “tan versátil” como el Salón Apolo, el plazo no fue ampliado y finalmente se llevó a cabo el desmontaje del teatro, que concluyó el 24 de marzo de 1932.
Una vez que se desmontó el Salón Apolo, las partes del edificio fueron apiladas en la caballeriza anexa a la casa del señor Ortiz Lazcano, de su propiedad, de lado norte de la Plaza Principal, donde terminaron hechas cenizas debido a un incendio accidental. Se dice en la ciudad que los pocos muebles, cortinas y otros objetos que se habían salvado fueron vendidos por los nuevos propietarios de la casa, pero no se ha encontrado evidencia.
Conclusiones
La construcción del Salón Apolo en sus dos etapas se efectuó en plena Revolución mexicana, cuando el riesgo de sufrir algún atentado contra el edificio o los usuarios era latente, a pesar de que al iniciarse la obra el conflicto armado no llegaba a su periodo más violento. Pudo haber sido una inversión sin fruto, debido a la crisis económica que enfrentaba el país o porque el miedo a la inseguridad provocara el ausentismo de la población, como sucedió con el Teatro Ocampo, que tuvo que cerrar sus puertas por la baja asistencia de la gente a las funciones. No obstante, pese a los riesgos que representaba la erección de un teatro en este tiempo, Ortiz Lazcano, quien tenía gran intuición de empresario, aprovechó la oportunidad de tener en Pátzcuaro un lugar semifijo en donde presentar obras teatrales y cine de calidad. Su apuesta fue acertada, pues, mientras estuvo en funcionamiento el teatro tuvo gran aceptación y suficiente concurrencia.
Es posible que al construir el teatro, Ortiz Lazcano buscara más que beneficios económicos; probablemente le interesaba el prestigio personal, pues, a diferencia de sus socios, quienes prácticamente quedaron en el anonimato, él aparecía en los documentos legales como representante de la empresa y ante la sociedad se reconocía como el dueño del teatro. En el mismo sentido, pudo estar motivado por aparecer continuamente en las notas culturales de los periódicos, ya que en todos los números de los periódicos estatales de la época, como La Libertad, El Centinela y El Pueblo, se hablaba de las funciones de teatro y zarzuela en el teatro Ocampo, de los señores Alva, del antiguo teatro Morelos, del cinema en el salón Hidalgo, de los espectáculos que se presentaban en la capital y en ocasiones lo que sucedía en otras ciudades. Lo consiguió a medias, pues la noticia de la apertura de su teatro fue muy escueta, y aunque si lo felicitan y lo mencionan como un progresista, las notas no se repiten tanto ni tan ampliamente como las que se dedicaban al Ocampo. En un periódico local tuvo mejores notas y los halagos a las funciones, así como la mención de la “selecta concurrencia” de la “mejor sociedad”, dejaba a la gente agradecida no sólo con Ignacio Solchaga y José Ramos Chávez, encargados del periódico, sino con Luis Ortiz Lazcano, como anfitrión de los eventos.
En la década de 1930, las fricciones entre el municipio y el empresario por pagos mutuos fueron constantes, pero la causa de que se le pidiera la demolición del inmueble no fue por cuestiones económicas sino porque el plazo de la concesión otorgada a la empresa en 1912 ya había caducado y el gobernador Cárdenas tenía un proyecto para la plaza de San Agustín, libre de construcciones comerciales, para homenajear a la heroína de Pátzcuaro, doña Gertrudis Bocanegra.