El conjunto urbano de interés social (CUIS) es una estrategia de construcción de vivienda popular en grandes cantidades, que se desarrolla en vastas extensiones de terreno. La superficie de este tipo de vivienda oscila entre 42 y 76 m2. Esta estrategia fue impulsada de manera importante durante la primera década del siglo XXI, principalmente en el Estado de México (PUEC, 2013). Esto se debió a la demanda de vivienda en zonas aledañas a los sitios de trabajo, en particular los cercanos a la Ciudad de México (Hiernaux, 1995; Lindón, 2005). Constituye uno de los fenómenos de urbanización y poblamiento más intensos y significativos en la constitución de lo que se denomina la Zona Metropolitana del Valle de México (Pedrotti, 2010), integrada por la Ciudad de México, un municipio del Estado de Hidalgo y 59 municipios del Estado de México (INEGI, 2012).
Entre 1999 y 2010, según Carolina Pedrotti (2010), el Estado de México alojó 365 conjuntos urbanos con un total de 617 250 viviendas. Los municipios de la zona metropolitana en los que mayor número de viviendas nuevas se autorizó son Tecámac, con 128 349; Zumpango, con 80 210, y Huehuetoca, con 67 589. La decisión fue deliberada, pues estos tres ayuntamientos forman parte de lo que se denominó Ciudades del Bicentenario, una estrategia del gobierno mexiquense para urbanizar 31 453 hectáreas en 20 años. El propósito era impulsar “ciudades modelo, debidamente estructuradas, ambientalmente sustentables y altamente competitivas”, como consigna el plan elaborado por la Secretaría de Desarrollo Urbano Estatal (GEM, 2007; Pedrotti, 2010; Salinas, 2016).
De acuerdo con datos de la Secretaría de Desarrollo Urbano del Gobierno del Estado de México, entre 1999 y 2008, se autorizó la construcción de seis CUIS en Chalco, con 47 541 viviendas. Entre ellos, el Conjunto Habitacional los Álamos, erigido en 2004, el cual fue motivo del conflicto que da contexto a los resultados que se presentan aquí.
Esta política de desarrollo de vivienda ha sido estudiada en términos de su impacto urbanístico. Diversos investigadores coinciden en que la construcción de estos CUIS corresponde a la mercantilización del proceso de urbanización (Pírez, 2014), facilitado por el Estado en desconsideración de procesos urbanos materiales y socioculturales más amplios y significativos (Duhau y Giglia, 2008), cuyas consecuencias se manifiestan principalmente en complicaciones de impacto para la coordinación y atención de las demandas metropolitanas (Covarrubias, 2013).
El objetivo de este trabajo es mostrar que, además de las demandas metropolitanas que aluden a los servicios habitacionales y otros problemas medioambientales de referencia recurrente -agua, seguridad, nuevas exigencias sociales-, se encuentran las relacionadas con procesos de territorialidad (Melucci, 1982; Monnet, 2010) y reconocimiento (Inwood, 1992; Honnet, 1997; Giménez, 2009), que se manifiestan en las narraciones en torno a la identidad. Los procesos de transformación urbana también comprometen la gestión del territorio en términos de interacción social, como actualización -recuperación y transformación- de las pugnas recordadas y de las novedades que se viven en la cotidianidad y a partir de las cuales se imaginan otros cambios.
Por ello se recurrió a la recuperación de testimonios como narrativas de identidad de los habitantes del pueblo de Tlapala. Ubicado a 5 km de la cabecera municipal de Chalco y a 44 km del centro de la Ciudad de México, La Candelaria Tlapala forma parte de lo que se considera la Zona Metropolitana del Valle de México. En esta localidad tuvieron lugar eventos conflictivos, pese a que el CUIS Los Álamos se construyó en las tierras de propiedad privada denominadas El Cedral.
Desde 2004, habitantes de los poblados aledaños a Los Álamos manifestaron desagrado por la construcción. Esto derivó en un proceso de protesta que dio lugar a tensiones que incluso llegaron a confrontaciones violentas de las que quedó constancia en la prensa local y nacional. Hubo enfrentamientos entre habitantes de Cuautzingo, Cocotitlán y Tlapala, y trabajadores de la constructora, en los que intervinieron grupos policiacos estatales y federales, e instituciones defensoras de derechos humanos (Velasco, 2005).
Los pobladores de Tlapala participaron en las protestas porque los ejidatarios fueron visitados por trabajadores de la constructora del CUIS Los Álamos para pactar el tránsito por algunas parcelas para la construcción del drenaje. Esto generó sospecha y descontento entre pobladores, quienes advirtieron que la concesión del derecho de servidumbre voluntaria que se pedía a los ejidatarios abría la puerta para que se construyera un nuevo CUIS aún más cerca de Tlapala, en la antigua Hacienda el Moral, la cual es hoy, en efecto, un CUIS. Se desencadenaron tensiones y conflictos internos, también entre ejidatarios resistentes al CUIS, líderes locales y personas interesadas (Casas, 2012).
En ese contexto, en mayo de 2005, se decidió aplicar un breve cuestionario para conocer las narraciones acerca de dos conceptos clave en torno a la identificación local de los habitantes: pobladores y pueblo. Se consideró la identificación de una experiencia secuencial del crecimiento de Tlapala: la consolidación del poblado con la habitación de la zona central, la expansión por crecimiento generacional hacia lo que llaman “la colonia”, los primeros avecindados de la Ciudad de México asentados en lo que conocen como “las quintas” y la población por compra-venta de terrenos ejidales en lo que nombran “ampliación Tlapala”.
Marco de referencia
Uno de los primeros autores que distinguió el problema de la existencia de la vida metropolitana y la individualidad fue Georg Simmel (2005). El documento clásico La metrópolis y la vida mental destaca la importancia de la experiencia y el enfoque cualitativo no sólo para describir, sino ayudar a entender cómo la metrópolis pone en tensión la imagen del ser humano en general y las manifestaciones singulares y propias (Portal, 1997; Vergara, 2003). La ciudad es escenario para la lucha y la posible reconciliación entre lo individual y lo global, diríamos ahora.
En el contexto de lo metropolitano, se busca problematizar la identidad. Este concepto es uno de los más significativos en los estudios cualitativos y convoca disciplinas como la sociología, la antropología, la psicología y la geografía humana. Su uso ronda el medio siglo y se asocia principalmente a la emergencia de los movimientos sociales que cuestionan una relación de dominación o reivindican una autonomía. Esto permite advertir su vigencia a la vez que exige sistematizar la diversidad de propuestas al respecto (Giménez, 2009). Los resultados que aquí se presentan pretenden ser un modesto aporte acerca de la especificidad de los estudios sobre la identidad, en particular el estudio de las narraciones que exponen la territorialidad y el reconocimiento en el marco de las transformaciones de la metrópoli.
Se define identidad a la manera de Giménez (2009): representación que tienen las personas de su red de pertenencias sociales, atributos y su biografía, la cual se expresa en prácticas cotidianas y en su narrativa individual.
Existe un acuerdo entre los investigadores del campo respecto de las condiciones comunicacionales, y por lo tanto, sígnicas y simbólicas de la identidad. Se accede a su comprensión y análisis por medio de las estrategias de movilización de signos y símbolos (Bajtin, 1982) de las personas en contextos y circunstancias específicas. Por ello la identidad es una suerte de entidad relacional capaz de articular y movilizar grupos de personas que, a partir de aquello con lo que se identifican, actúan y delegan a otros facultades representativas, de vocería por ejemplo (Sennet, 1982).
Podemos decir, con De Certeau (1996), que las narraciones crean un teatro de acciones -funda, clasifica, ritualiza-. Establecen fronteras y producen puentes que nos dan pistas sobre lo áspero o lo lúbrico, valgan las metáforas, de las imágenes que median las relaciones entre los habitantes de los poblados, en este caso, metropolitanos y periurbanos. Por ello se recurre a la relación identidadterritorialidad como referente teórico, porque se trata de una transformación que tiende a resignificar una extensión de tierra y otros espacios asociados, por sus procesos de apropiación y marcaje sociohistórico.
A decir de Monnet (2010), es posible identificar la territorialidad por las tensiones entre actores, que otorgan significado al territorio. En marco del conflicto en el que se involucraron habitantes de Tlapala, resulta oportuno recurrir a la noción de reconocimiento. Si bien queda claro que la expansión metropolitana reedita y actualiza las exigencias sobre la igualdad en la dotación de recursos, bienes y servicios, también implica la búsqueda del reconocimiento pues, en palabras de Simmel (2005), los aspectos cualitativos de la vida metropolitana se transforman en rasgos de carácter cualitativo. Tlapala, por ejemplo, no rebasaba los 6 000 habitantes en 2005, mientras el CUIS Los Álamos alberga hoy 3 352 casas y poco más 6 000 habitantes. ¿Qué lugar tiene la búsqueda de reconocimiento en una movilización colectiva? ¿Qué ocurre con los habitantes y sus narrativas de identidad en este contexto?
Metodología
Los resultados forman parte de una investigación más amplia acerca del proceso de crecimiento urbano, el drama social y la identidad, que consistió en observación en campo, elaboración de un diario de campo, seguimiento por medio de entrevistas con informantes clave miembros del movimiento social en Tlapala y otras localidades, así como la aplicación de una encuesta para identificar rasgos de pertenencia y desapego en relación con el poblado.
Para este trabajo se recuperaron las respuestas a dos preguntas de la encuesta, que contó con quince reactivos: ¿qué opina de los pobladores del pueblo de Tlapala? Y ¿qué opina del pueblo de Tlapala? La información fue proporcionada por ochenta personas seleccionadas al azar dentro del pueblo, según su asentamiento en cuatro zonas diferenciadas de Tlapala: centro (Ce), colonia (Co), quintas (Q) y ampliación (A). La primera es la zona más antigua. Ahí se asientan principalmente las familias de quienes se consideran oriundos. La segunda es un espacio poblado por la extensión de las familias de los nacidos en el poblado, delimitado por la carretera estatal que va de Chalco a Tlalmanalco. La zona de las quintas se caracteriza por ser un asentamiento creado hacia la década de 1980, sin familiares nacidos en el centro, ubicada a un costado del panteón. Ampliación es el área que creció tras la venta de predios impulsada hacia 1994, con el cambio del artículo 27 constitucional de los Estados Unidos Mexicanos.
Las respuestas se presentan en dos apartados orientados por los ejes ellos/ nosotros, como expresiones de identificación y desapego que permiten exponer imágenes de pertenencia y atributos propios y ajenos en la narrativa personal. En la revisión de contenido se encontraron recurrencias temáticas. En el aparatado “ellos”, las recurrencias fueron: lo negado y externo; lo negativo y circunstancial -conflicto-; lo antiguo distinto; la empatía del diferente, y lo idílico del otro. Mientras, en el apartado “nosotros”, fueron: lo valorable y elogiable circunstancial; lo valorable y elogiable histórico, y lo personalizado idílico.
Para distinguir a los informantes, se coloca entre paréntesis la inicial de la zona en la que fueron encuestados, el sexo y la edad al momento de la conversación, por ejemplo, CeM30. Es importante aclarar que los datos presentados, aunque permiten observar tendencias de género, no buscan exponer sus consecuencias teórico-analíticas, cuestión que sería interesante para investigaciones posteriores relacionadas con la experiencia de la vida metropolitana.
Resultados
Los resultados se presentan en tablas por zona del poblado, la recurrencia narrativa y algunos testimonios que ejemplifican.
Los pobladores y el pueblo. Ellos/nosotros
En las narrativas de identidad se muestran tensiones sociales, detalles de la historia territorial y rasgos de pertenencia y desapego, que corresponden a la circunstancia del conflicto y ahora forman parte de la memoria colectiva de la localidad.
Narrativas sobre los pobladores. Ellos
Destacan las respuestas acerca de lo negativo y circunstancial, y de rechazo por parte de las mujeres de la zona central, así como las respuestas de lo idílico del otro en los varones. Los comentarios sobre lo antiguo distinto y la empatía del diferente advierten unidad y antigüedad en las costumbres.
Las mujeres de la colonia mostraron una tendencia a reservarse una opinión o a decir cosas poco relacionadas con los acontecimientos recientes y a destacar cualidades, digamos, agradables. Sobresalen los comentarios de los hombres que hablan de lo negativo circunstancial y la referencia a “dentro de lo que cabe”: aquí está implicada la cotidianidad. Lo que no cabe es lo circunstancial, el acontecimiento que irrumpe y que al ser experimentado provoca reacciones diversas: dejar pasar por alto, manifestarse en contra, estudiar el hecho, verlo e interpretarlo. También lo ve así para quien el conflicto lleva a ciertos pobladores a ver por sus intereses y no por los del pueblo en general.
Notamos una tendencia en las respuestas: hacer demarcaciones, principalmente entre los “originarios” y los “nuevos”.
Fuente: Casas (2012).
Recurrencia | Testimonio |
Lo negado y externo |
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Lo negativo y circunstancial | Hay mucha gente que es muy envidiosa y no te deja desarrollarte en tu trabajo (CoH39). Que ven por sus intereses personales y no ven por su comunidad (CoH28). |
Lo antiguo distinto | |
La empatía del diferente |
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Lo idílico del otro |
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Fuente: Casas (2012).
Se integraron las respuestas de hombres y mujeres de las quintas y ampliación Tlapala al desvincularse del “pueblo y sus pobladores”. Los encuestados de las quintas expresaron cierto desdén por la falta de progreso y apertura de las personas originarias, mientras los entrevistados de ampliación Tlapala se refirieron en mayor medida a las circunstancias de conflicto, pues se vieron obligados a participar o tomar postura en mayor medida que las personas de las quintas. Al ser los nuevos habitantes, se les trató como el grupo por convencer y acaparar entre las facciones en conflicto.
Las mujeres de las quintas presentan a los pobladores de Tlapala -de quienes se desmarcan- como ignorantes, humildes, tradicionalistas, buenos, obstinados y ciegos. La imagen que los hombres presentan es similar: “gente de pueblo”, “provincianos”, diferentes a los de la ciudad.
Tanto los hombres como las mujeres hablan desde fuera, se desmarcan de la condición territorial. Destacan en estos comentarios las consideraciones en torno a los modos en que se percibe la llegada de los conjuntos habitacionales. Cuando el encuestado de 79 años dice que los pobladores son personas que se van desarrollando por ampliación de pobladores, lo opone al crecimiento “urbano”: migración, conurbación. Para él, esto contribuirá a la economía de los mariachis. El anciano relata de manera somera, pero concreta, cómo ha percibido la diversificación de las ocupaciones mayoritarias, en particular en la población masculina -campoobrero/bracero-mariachi-.
En la ampliación, los informantes de ambos sexos también hablaron desde fuera, no se consideraron parte del pueblo. Sus comentarios fueron negativos e hicieron alusión al hecho de que la gente del centro y la colonia, sobre todo, les han hecho saber que no pertenecen al pueblo mediante la distinción entre “originarios” y “no originarios”.
Los hombres son los que más hacen notar la relación de “discriminación” que mantienen con los “originarios”. Esto habla de que la participación en la gestión de determinados servicios -agua y electricidad, principalmente- importa en particular a los hombres, aunque no implica que las mujeres muestren desinterés al respecto. Las mujeres, en general, presentan a los pobladores originarios como antiguos, arraigados a sus costumbres, envidiosos, cerrados, peleoneros y rejegos.
Esto tiene que ver con el contacto con otros lugares y personas, con la movilidad y lo que la antropología llama el contacto cultural y el viaje. Quien se mueve y transita entre su lugar de vivienda y otros sitios fuera de la región, principalmente en la Ciudad de México, parece obtener en el imaginario de buena parte de los informantes una valoración particular y ambigua: por un lado, reconocimiento social, se urbaniza, se permea de una actitud menos pueblerina; por el otro, puede negar y despreciar el lugar de origen o donde habita.
Fuente: Casas (2012).
Lejos de querer mostrar una situación absurda, se desea resaltar que cada grupo de personas define sus distinciones narrativas en relación con otro. Así, la manera de referirse al otro puede ser el modo en que pueden referirse a uno. Es decir, la condición de desigualdad hace que el discriminador sea igualmente discriminado en la escala de las distinciones, aunque sea de manera verbal, ya por la clase, el nivel educativo, la ocupación o el atuendo, entre otras.
Narrativas sobre los pobladores. Nosotros
En la zona central y la colonia, los encuestados se refirieron de manera abierta y a un nosotros como pueblo o habitantes legítimos del poblado. Destacan sus testimonios debido a que manifestaron sentido de pertenencia a una colectividad socioterritorial en especial y dejaron ver su posición en el conflicto.
Hombres y mujeres de estas zonas, en su mayoría, se identificaron como “pobladores”, signo de valentía y decisión en la circunstancia de conflicto. Destacan las mujeres de la zona central y los hombres en la zona de la colonia.
Discusión. Entre el pueblo, los pobladores y las tensiones metropolitanas en las narrativas de identidad
La dinámica de la urbanización, como vemos, se presenta en buena parte de las respuestas. El proyecto de urbanización revela en sí sus propias contradicciones, que entran en juego con las preexistentes. En el debate contra lo nuevo, se apela a lo anterior, a lo preexistente. En el caso de esta localidad de la periferia metropolitana, lo preexistente va en dos direcciones: la materialidad, las prácticas y las imágenes de las ciudades centrales -Ciudad de México y Toluca-, y la que se traza con los mismos componentes, desde los pueblos a urbanizar -materialidad, prácticas e imágenes de los pueblos-. En esta dinámica, la identidad y sus narrativas se encuentran en la tensión entre la territorialidad y el reconocimiento.
En relación con la territorialidad, los testimonios que se agrupan fuera de lo circunstancial -el conflicto-, permiten describir tensiones de la dinámica metropolitana.
Por ejemplo, respecto a la situación de periferia urbana se puede decir que el que llega a la periferia, como se ve en los testimonios, suele observar como ajenos a los habitantes del territorio que comparten, salvo los comentarios en que los informantes no piensan comprometer su postura. Los nuevos aparecen como una colectividad que ahora hace uso del espacio y los servicios, que a decir de los que se consideran “de aquí”, parecen tener menor legitimidad para ello. Esto nos habla de un sentido de pertenencia que no comparten los informantes en otras zonas, en particular los de las quintas y ampliación.
Fuente: Casas (2012).
Recurrencia | Testimonio |
Lo valorable y elogiable circunstancial |
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Lo valorable y elogiable histórico |
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Lo personalizado idílico |
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Fuente: Casas (2012).
Para los “originarios”, los nuevos tienen derecho a los servicios públicos después de haber adquirido una propiedad en el pueblo Tlapala, condicionado a su participación en asuntos de interés público. Esto se debe a que la gestión de servicios ha sido parte fundamental del crecimiento del pueblo. Las faenas cumplen este vínculo del trabajo individual y colectivo, la emisión de apropiación del cuerpo sobre el espacio. Este trabajo y sus manifestaciones físicas se relatan como triunfos colectivos, como denota la mayoría de los comentarios expuestos.
Por este motivo, algunos hablan de los pobladores como una colectividad participativa, con “tradiciones”, “cultura” e “ideología” compartidas, lo que entra en tensión con la aparición de los “que se han avecindado” y tienden a “descomponer el pueblo original”.
En general, los encuestados manifestaron que los servicios públicos, las construcciones y los sitios de esparcimiento son logros colectivos, considerados parte de la belleza del lugar. Las palabras “tranquilo” y “pacífico”, aparecen como calificativos que los habitantes dicen para reivindicar los modos en que han ocurrido los enfrentamientos donde ellos o sus conocidos han participado.
Se destaca la cualidad de la periferia respecto a la calidad del aire. La ausencia de esmog hace, de cierto modo, que quien la perciba o la reconozca se sienta en un ambiente menos denso que el de la Ciudad de México. A diferencia de la ciudad, el pueblo revela sus carencias en voz de quienes lo habitan: “falta de desarrollo”, “suciedad”, “colgados de la luz”.
La carencia de desarrollo, cuando se menciona, tiene que ver con la falta de pavimentación, electricidad, agua y seguridad. Lo que para los “originarios” son logros en servicios -a pesar de no ser de gran eficacia-, para algunos de los “nuevos” o los “avecindados” está bien, pero es poco. Todos los habitantes de Tlapala, sin importar en qué zona vivan, coincidirán en que lo que hay no es suficiente. Como expresara Melucci (1982), en los conflictos por recursos se busca luchar también por la afirmación de unidad y se pretende restablecer equilibrios y posibilitar intercambios con los otros con base en el reconocimiento mutuo.
Hacia el interior del pueblo notamos un “antes” asociado a las palabras “tranquilidad” y “bonito”. El primer calificativo abundó y fue usado para referirse a un lugar no urbano. Alicia Lindón (2005) habla de la utopía de la periferia en que lo natural, lo tranquilo y lo citadino son especialmente valorados. En relación con el calificativo “tranquilo”, hay que entenderlo en términos de lo opuesto a la aceleración de la vida metropolitana. En otras palabras, no debe asociarse a seguridad ni condiciones de vida estables (Lindón, 2005: 3-8). Parece que estamos ante una versión atenuada de la idea popular de lo “noble provinciano”, en que lo “humilde”, las “tradiciones” y las “costumbres” suponen un vínculo semántico.
Por otra parte, respecto al reconocimiento, para quienes se asumieron como parte del pueblo y se mostraron al pendiente de la resistencia social, la dinámica metropolitana fue propiamente una amenaza. Las condiciones de vida estables, el equilibrio “natural” y social se vieron vulnerados; otros racionalizaron acerca de esto.
Los pobladores originarios que enfrentaron esa amenaza para la tierra ejidal y el agua, pensaron en términos territoriales más amplios: no sólo era el pueblo sino la región la que vivía los efectos de la transformación. Había un “afuera” de mayores dimensiones que se manifestaba también en acciones inmobiliarias y autorizaciones que impactaban la administración pública y cuestionaban las prácticas habituales en la gestión de los servicios.
Por ejemplo, tanto en los pueblos como en las colonias del Estado de México, el abasto de agua es administrado por una comisión de agua potable integrada por habitantes. Según rememoraron los encuestados, la comisión de Tlapala ha estado atrapada en dificultades y pugnas entre grupos familiares y políticos.
El abasto de agua ha sido objeto de negociación y diferencias entre los “originarios” y los “nuevos” habitantes desde que recuerdan. Se trata de un recurso disputado localmente que ha dejado huella en la memoria colectiva, pues las consecuencias de su uso y gestión han tenido sus repercusiones colectivas.
Los “originarios” que resintieron la llegada de nuevos habitantes y la construcción del CUIS opinaron, en general, que los beneficiarios legítimos de los servicios educativos, de electricidad y agua son ellos. Las experiencias en las localidades cercanas, en lugares con una historia similar, se convierten en signos interpretables, que derivan -sólo por mencionar los extremos- en augurios o realidades posibles, tolerables o desdeñables.
La apelación a lo otro, a lo que “no es nuestro”, se encuentra en el nivel que vincula a los hombres entre sí. Este nivel corresponde al reino de lo que unos perciben de los otros, que acaba por constituir una realidad o una pugna por la definición de “la realidad” (Durand, 1971; Bourdieu, 2000; Fossaert, 1983; Corbain, 1987), en la que cada una de las partes exige una convergencia y oportunidades de reconocimiento, para dirimir las identidades.
Conclusiones
El crecimiento inmobiliario y poblacional de la zona oriente del Estado de México revela una considerable tensión urbana, que subsume las demandas de los antiguos pobladores y gestiona nuevos consumidores y ciudadanos. Estos viven con la promesa de un ascenso social mediado por la adquisición de una casa en un CUIS o en un terreno -con escasos servicios- para invadir o comprar, en el que reinvierten el tiempo y dinero para mantener un trabajo en la Ciudad de México o en pequeños negocios o empresas multinacionales, con salarios magros.
Estos grupos de personas intuyen en esta dinámica un asunto político y económico al cual poner atención. Entre las visiones de catástrofe social, cultural y ambiental y la que mira con agrado las nuevas ofertas de consumo y “progreso”, se abren escenarios de tensión entre la territorialidad y el reconocimiento. Se producen actos de lectura y de proyección de la identidad, actividades reflexivas donde la purga, el enmascaramiento, la empatía, la pérdida del temor son actos que las personas realizan sobre sí mismos para ver y juzgar mejor a las autoridades que existen en sus vidas.
A partir de la construcción de los CUIS y de la llegada de nuevos habitantes a Chalco, personas de Tlapala encontraron en la casa, la siembra, la comunidad y el pueblo espacios para refrendar reflexivamente su sentido de pertenencia. La búsqueda de permanencia, la distinción y las prácticas culturales -factores de la receptividad y la proyectividad de la identidad- operaron como elementos para tomar una posición específica. Justo lo que se interpela culturalmente con la producción masiva de nuevos habitantes, ya sea por ocupación irregular o por los CUIS es la identidad, el sentido del ser y el estar en coexistencia y convivencia en el marco del crecimiento de la metrópoli. Esto es lo que se denomina la gestión del territorio en términos de interacción social.
Una de las consecuencias de la metropolización de los espacios periurbanos consiste en que la identidad no urbana -a veces, tampoco rural- es interpelada de manera abrupta; así la incertidumbre, en términos de lo que será el espacio vivido y las relaciones sociales aparentemente estables, trabaja la territorialidad y el reconocimiento entre dos polos opuestos: la catástrofe o la euforia progresista.
Territorialidad y reconocimiento se manifestaron en el contexto local de Chalco, derivados de eventualidades materiales, políticas y afectivas. Desde la identidad de quienes se denominan “originarios”, se afrontó un escenario que impedía mirar un porvenir asociado a sus previsiones, pues al hurgar en sus referentes de permanencia, encontraron interpelaciones que trastocaron su sentido de la cotidianidad. Queda reservado un tenso trabajo de distinción, que mueve a cotejar entre los miembros del pueblo quiénes son los pares, para hallar en una práctica cultural -el campo, la siembra- un referente en apariencia sólido, porque sostiene una imagen de la tradición local, pese a que esa práctica perdió valor hace tiempo, incluso respecto de la figura de los ejidatarios.
Entre la receptividad y la proyectividad de la identidad, cuando existe un evento que implica pensar en lo grupal, lo social o colectivo se produce una tensión entre la territorialidad y el reconocimiento, la cual promueve procesos reflexivos, entendidos como experiencias singulares que descentran y separan a las personas de su realidad inmediata, y les exigen postular una definición propia, y dadas las circunstancias, asumirse como agentes del cambio.