En los mitos nahuas, una serie de espacios comparten la particularidad de incluir en sus nombres la palabra tlapallan, que significa “en el color”, aunque también se puede interpretar como “el lugar del color” porque suele nombrar lugares específicos. Se trata del propio Tlapallan, pero también de Tlillan Tlapallan, Tollan Tlapallan, Hueytlapallan y Huehuetlapallan; cinco sitios -por lo menos- cuya identidad es escasamente conocida, a pesar de que aparecen en relatos sobresalientes de la mitología mesoamericana. Mediante un cotejo de la documentación de tradición prehispánica y colonial del centro de México y de la Mixteca, este ensayo reflexiona sobre la especificidad y sobre los puntos comunes de estos espacios, así como las relaciones que mantenían entre sí.
Desde luego, el primer común denominador de este conjunto de sitios es la presencia de la palabra tlapallan en sus nombres. Tlapallan es un locativo construido sobre tlapalli, un sustantivo polisémico que los nahuas usaban para designar el color de manera genérica. Los hablantes de náhuatl recurrían también a tlapalli para referirse a las materias colorantes, así como para evocar ciertas sustancias y entidades rojas, en particular las que se distinguían por sus virtudes tintóreas y su brillo (Molina, 1970, i: folio 27v, ii: folio 130v; Sahagún, 2000: 1133; Campbell, 1985: 234; Dupey, 2009, 2016). Asociada a la palabra tlilli, tlapalli formaba, además, el difrasismo in tlilli in tlapalli, cuya traducción literal puede ser “tinta negra, color”. En efecto, mientras tlapalli nombraba el color y las materias colorantes, tlilli designaba la tinta preparada con negro de humo (Durán, 1995, i: 153; Molina, 1970, ii: folio 147v; Sahagún, 1953-1982, XI: 242; Sahagún, 2000: 1132). El campo semántico figurado de in tlilli in tlapalli abarcaba la creación de obras pictóricas, porque el arte de pintar consistía, para los nahuas, en aplicar colores a las formas antes de delinearlas, casi siempre con tinta negra. Aprovechando el principio de la asociación de ideas subyacente a las metáforas, este difrasismo transmitía, también, una red de nociones estrechamente vinculadas con su significado de “creación pictórica”, ya que aludía al conocimiento, la memoria, la reputación, los valores tradicionales y la ejemplaridad.1 Finalmente, al añadir un sufijo locativo, el par metafórico nombraba también uno de los sitios cuya designación incluía la palabra tlapallan, eso es Tlillan Tlapallan.
En numerosos e importantes trabajos científicos enfocados en el estudio de la antigua mitología náhuatl, es precisamente este espacio -Tlillan Tlapallan- el que ha recibido la mayor atención. Esto se debe a que se desarrolló, a partir de la década de 1960, una tradición de análisis del ciclo mítico de Topiltzin Quetzalcóatl de Tollan, según la cual este héroe abandonó la capital de su reino para dirigirse hacia Tlillan Tlapallan.2 Pese a la amplia difusión de esta corriente exegética y al renombre de los investigadores que la integraron, tal interpretación del desenlace de la vida del héroe tolteca resulta doblemente problemática. En primer lugar, porque la identificación del sitio donde terminó la gesta de Quetzalcóatl como Tlillan Tlapallan descansa sobre un único testimonio -el de los Anales de Cuauhtitlan (1992: 36)-, y por tanto silencia al conjunto sustancial de fuentes históricas que mantienen que tal acontecimiento ocurrió, más bien, en Tlapallan. En segundo lugar, porque el énfasis dado a Tlillan Tlapallan en la literatura tendió a eclipsar los demás espacios míticos que llevaban también en sus nombres la palabra tlapallan.
Pese a la amplia difusión de tal tradición de análisis, otras vías han sido exploradas por los estudiosos de Mesoamérica. Desde fechas tempranas, Seler (1990-1998, iv: 11, 163-164, v: 63, 104, 1963, i: 69, 72, ii: 11; cfr. Krickeberg, 1961: 208) recalcó que Tlapallan y Tlillan Tlapallan eran dos locativos indiferentemente usados para designar el sitio en el que aconteció el acto final de la vida de Topiltzin Quetzalcóatl, en tanto que Soustelle (1979: 103, 138), Davies (1977: 144, 180ss) y Brundage (1982: 258-267) se dieron a la tarea de explicar por qué se empleaban estos nombres y qué designaban. El mismo Davies (1977: 144) y también Graulich (1988: 74ss) son de los pocos autores que han dado a Huehuetlapallan su lugar en el estudio de la mitología náhuatl, acotando sus rasgos definitorios además de poner de relieve sus relaciones con el más famoso de los Lugares del Color, siendo éste siempre Tlillan Tlapallan.3
Si el mayor respeto de la complejidad de las fuentes documentales por parte de los últimos especialistas citados merece ser destacado, no dejamos de observar, sin embargo, que ninguno ha explicado por qué el sitio donde acabó la trayectoria del héroe tolteca se denominaba con variantes patronímicas construidas a partir de una misma palabra, ni por qué existían en la mitología náhuatl diversos lugares cuyos nombres incluían la voz tlapallan. Tampoco se ha investigado cuáles eran las características de estos espacios y la naturaleza de sus vínculos, ni si existían relaciones entre sus nombres y sus funciones en los relatos míticos. Tales preguntas son precisamente a las que intenta dar respuesta este ensayo, a partir de una inmersión en la mitología náhuatl y de un recorrido en los códices prehispánicos mixtecos, que se refieren igualmente a un Lugar del Color cuyos atributos coinciden con los rasgos definitorios de los Tlapallan nahuas.
El Lugar del Color, destino marítimo y oriental de Quetzalcóatl
Para indagar la identidad de los espacios míticos cuyo nombre incluye la voz tlapallan, así como para averiguar cuáles eran sus relaciones entre sí, un buen punto de partida son los relatos que se refieren al destino hacia el cual se dirigió Topiltzin Quetzalcóatl cuando abandonó la ciudad de Tollan. Es en relación con este mito, en efecto, que nuestras fuentes resultan más elocuentes, además de que las diferentes versiones de esta aventura revelan la existencia de distintos lugares llamados Tlapallan.4
Así, la Leyenda de los Soles (1992: 155), la Historia de los mexicanos por sus pinturas (1941: 217-218), el Códice Vaticano a (1996, folio 9v) y varios capítulos del Libro iii del Códice Florentino (Sahagún, 1953-1982, iii: 33, 35-36, 38; 2000: 322-324, 326), nos enseñan que el sitio hacia el cual se encaminó el héroe tolteca se llamaba Tlapallan.5 En un pasaje de esta misma obra, no obstante, los informantes de Sahagún (1953-1982, iii: 18; 2000: 311) afirman que Quetzalcóatl se fue, más bien, a Tollan Tlapallan, en tanto que según los Anales de Cuauhtitlan -como ya se refirió- su destino fue Tlillan Tlapallan. Parece ser, además, que este último espacio fue aludido en el Códice Vaticano a (1996, folio 9v), pues mientras las glosas del Padre Ríos explican que Quetzalcóatl se dirigió hacia Tlapallan, los pintores de este manuscrito representan a nuestro personaje en medio de una mancha roja y negra (Figura 1).6
Como lo señaló Nicholson (2001: 67), esta figura bicolor bien pudo remitir a Tlillan Tlapallan, porque la significación literal de este binomio es “Lugar de Tinta, Lugar de Color”, pero también “Lugar Negro, Lugar Rojo”. En efecto, si bien la palabra tlapalli nombraba el color al igual que ciertos rojos, el sustantivo tlilli designaba la tinta de negro de humo y transmitía también el significado “negro”, especialmente cuando entraba en composición con otras palabras (Campbell, 1985: 362-363; Dupey, 2010, II: 244).
Aun cuando las fuentes resultan versátiles respecto a la apelación del lugar donde se cerró el ciclo mítico de Quetzalcóatl, el cotejo de las variantes de este episodio permite enlistar una serie de rasgos típicos de este espacio. Entre éstos destaca su carácter marítimo, pues la mayoría de las fuentes localiza el final de la trayectoria de Topiltzin en un litoral o más allá del mar.7 Por ejemplo, el autor del Códice Vaticano a (1996, folio 9v) escribe que “caminando [Quetzalcóatl] llegó al Mar Rojo, que es éste que aquí está pintado, por ellos llamado Tlapalla”, en tanto que la figura que acompaña esta glosa es -según vimos- una mancha bicolor adornada de una franja azul, la cual sugiere efectivamente una extensión de agua (Figura 1). De la misma manera, en las obras de Alvarado Tezozómoc (2001: 470-471) y Durán (1995, ii: 23) se indica respectivamente que “fue por la mar arriba […] que […] echó el manto encima de la mar y que […] sentado empeço á caminar por el agua” y que “acia la mar se avia ydo [Quetzalcóatl,] […] solo saven quel fue a dar avisso a sus hijos los españoles, desta tierra”,8 lo que fortalece la teoría según la cual cruzó el océano.
En conjunto, estas alusiones al carácter litoral e incluso marino del destino de Quetzalcóatl son de sumo interés porque contribuyen a conectarlo con los demás Tlapallan de la mitología náhuatl. Gracias a Chimalpáhin (1998, ii: 20-23, 14-15, 150-155), sabemos, en efecto, que uno de éstos era una locación costeña o isleña, pues sus habitantes, los nonohualcas tlacochcalcas, lo abandonaron cruzando un gran brazo de mar en caracoles y caparazones de tortugas. En cuanto a Hueytlapallan, literalmente “Tlapallan Grande”, Alva Ixtlilxóchitl (1975, i: 530, ii: 10, 184) señala que designaba un mar rojo, que “al presente llaman de Cortés”, y donde navegaron los toltecas después de haber “costeado por la Mar del Sur”.9 En otro pasaje de su obra, el autor tezcocano se refiere a Huehuetlapallan, es decir, “Tlapallan Viejo”, como la patria de origen de los toltecas (Alva Ixtlilxóchitl, 1975, i: 264-265, 397, 412)10 y, en vista del viaje marítimo que realizó este pueblo, deducimos que al igual que los demás Tlapallan, Huehuetlapallan se encontraba probablemente en un litoral.
Volviendo al trayecto de Quetzalcóatl y respecto a la ubicación del espacio marítimo o costeño que buscaba alcanzar, es común leer en los estudios modernos que su ruta lo condujo hacia el este, o que Tlapallan y Tlillan Tlapallan eran territorios orientales, si no es que el rumbo oriental mismo.11 En la literatura mitológica de tradición náhuatl, la designación del levante como la dirección hacia la cual se encaminó el rey de Tollan no resulta, sin embargo, tan firme. De hecho, únicamente Sahagún (2000: 719) sitúa Tlapallan en el oriente, mientras que el autor anónimo de la Histoyre du Méchique indica que se fue a la costa de Cempoala (Thévet, 1905: 37), ubicada efectivamente al este del altiplano central mexicano.12 En las demás fuentes históricas, el punto final del recorrido se halla, más bien, al sur o al sureste del área central de Mesoamérica, pues se citan las zonas costeras de Tabasco y Campeche, el territorio hondureño y la península de Yucatán (Historia de los mexicanos por sus pinturas, 1941: 217; Motolinía, 1971: 83; Muñoz Camargo, 1984: 132-133; Nicholson, 2001: 261, 281). Este último dato, puesto en perspectiva con testimonios iconográficos y escritos que aluden a la llegada a Yucatán de un personaje identificado como Serpiente Emplumada, y con los rasgos arquitectónicos y escultóricos compartidos entre el sitio arqueológico de Tula -supuesta capital del reino de Quetzalcóatl- y los vestigios de la ciudad maya de Chichén Itzá (Seler, 1990-1998, i: 198-213), ha incitado a algunos investigadores a reconocer en la urbe yucateca el Tlapallan donde concluyó el itinerario del héroe tolteca (Brundage, 1979: 117; 1982: 259ss.; Jansen, 1997: 48; Jansen y Pérez Jiménez, 2007: 232).13
Sin que sea necesario volver a abrir la larga polémica acerca de la dimensión histórica o mítica de la vida de Topiltzin Quetzalcóatl,14 mi postura consiste en afirmar que en lo que a su última etapa se refiere, ésta se inscribe indudablemente en el tiempo del mito. El Tlapallan -sea cual sea su variante patronímica- que busca y a veces alcanza el rey tolteca es un espacio cuya ubicación precisa en la geográfica real es ilusoria,15 porque además de presentarlo como un espacio marítimo situado tentativamente en el este, la documentación histórica refiere que se identificaba con la Casa del Sol.
Tlapallan y la Casa del Sol
Se puede leer en las obras de Sahagún (2000: 719) y de Chimalpáhin (1998, i: 174-175) que el destino hacia el cual Quetzalcóatl dirigió sus pasos al abandonar su reino se conocía no sólo como Tlapallan, sino también como la “Ciudad del Sol (ialtepepan Tonatiuh)”.16 Más específicamente, se declara que si el héroe se encaminó hacia esta “Ciudad del Sol, llamada Tlapallan”, fue porque lo mandó llamar el astro en persona (Sahagún, 1953-1982, iii: 35; Chimalpáhin, 1998, i: 174-175; Torquemada, 1975-1982, ii: 61, iii: 84).17 Curiosamente, este dato no ha retenido la atención de los estudiosos de la mitología náhuatl, que en raras ocasiones lo utilizaron para afinar la reconstrucción de la identidad de Tlapallan y la comprensión del viaje que Quetzalcóatl realizó hacia este lugar mítico. Desde mi punto de vista, no se puede ignorar, sin embargo, que la religión náhuatl contaba con más creencias y mitos acerca de tal espacio solar, y me parece sumamente interesante indagar en qué medida dichos mitos y creencias se entretejen con lo que hemos podido averiguar sobre las múltiples variantes del Lugar del Color.
Según los relatos míticos que han llegado hasta nosotros, Topiltzin Quetzalcóatl no fue el único en emprender un viaje hacia las comarcas solares. Se cuenta, en efecto, que la divinidad del aire, Ehécatl, se dirigió igualmente a la Casa del Sol, con la intención de despojar al astro diurno de sus músicos (Thévet, 1905: 32-33; Mendieta, 1993: 80). Aun cuando sus apelaciones no son del todo idénticas, no cabe duda de que la Casa del Sol hacia la cual se dirigió el dios del viento y la Ciudad del Sol llamada Tlapallan que buscaba el rey tolteca son un mismo espacio, pues ambas se sitúan del otro lado de un océano que los héroes atraviesan recurriendo a tortugas y peces en el caso de Ehécatl, a serpientes en el caso de Topiltzin, es decir, a animales conectados entre sí en la taxonomía náhuatl porque pertenecen a la esfera inferior, acuática y telúrica del cosmos (Sahagún, 1953-1982, iii: 38, 2000: 326; Mendieta, 1993: 80).18 De manera significativa, los músicos que el Sol albergaba en su morada llevaban libreas de diversos colores (Thévet, 1905: 32-33), cuya policromía recuerda el significado de “Lugar del Color” que transmite la palabra tlapallan.19 Por si fuera poco, el dios del viento Ehécatl era también conocido bajo el patronímico de Quetzalcóatl, siendo ésta una compleja figura divina del panteón náhuatl que, de acuerdo con Nicholson (1971: 429, 1979; López Austin y López Luján, 1999), estaba inextricablemente vinculada a la personalidad y a la vida del héroe de la historia mítica de Tollan: Topiltzin Quetzalcóatl.
Por otra parte, la Casa del Sol habitada por músicos de ropas abigarradas y visitada por Ehécatl se parecía, a su vez, al más allá que acogía a los individuos valientes que habían caído en el campo de batalla o que habían sido cautivados y luego sacrificados, al igual que a las mujeres que habían muerto al alumbrar (Sahagún, 1953-1982, iii: 49, vi: 161-163, 171; Sahagún, 1997: 125; Jansen, 1997: 48). Este más allá era conocido también como “La Casa del Sol”, en tanto que los difuntos divinizados que lo poblaban eran concebidos como seres multicolores (Dupey, 2010b: 365-367). Ellos eran quienes componían el séquito del astro solar durante su viaje cotidiano, que se desarrollaba en dos espacios-tiempos sucesivos: la parte oriental del cielo durante la mañana y su parte occidental durante la tarde (Sahagún, 1953-1982, vi: 38, 161-164). En el levante, que nos interesa más porque vimos que Tlapallan bien pudo ser ideado como un sitio oriental, el componente masculino del séquito se encargaba de la puesta en marcha cotidiana del Sol, dando alaridos bélicos y golpeando sus escudos con el fin de deleitar al astro y de animarle a que emprendiera su recorrido hacia el firmamento (Sahagún, 1953-1982, iii: 49, vi: 162-163; Ragot, 2000: 173).20
La Casa o Ciudad del Sol era, pues, el espacio donde empezaba a diario el ciclo solar; una deducción que resulta de primera importancia porque si la cotejamos con los datos acerca de los sitios denominados Tlapallan, constatamos que cada uno de ellos era igualmente un lugar donde iniciaban ciclos. Así, los mitos de migración hacen principiar en lugares llamados Tlapallan, Hueytlapallan o Huehuetlapallan, la historia cíclica de los pueblos.21 En lo que concierne a la historia de Quetzalcóatl, cuando pudiera parecer que Tlapallan es solamente la tierra donde ocurre su desenlace, conviene subrayar que es, más bien, un espacio donde se realiza la atadura de dos ciclos, o sea el cierre de uno y la apertura de otro. Las fuentes históricas relatan que, en el crepúsculo de su vida, Quetzalcóatl se decidió a abandonar la cabecera de su reino y partir hacia Tlapallan, porque un anciano le advirtió que allí rejuvenecería y se enteraría de su nuevo destino o, dicho en otras palabras, allí comenzaría para él una nueva existencia (Sahagún, 1953-1982, iii: 18, 35-36; 2000: 311). En realidad, cuando no prosigue con la partida del rey tolteca en el mar, el mito continúa relatando que, al llegar a Tlapallan, Quetzalcóatl murió arrojándose a una hoguera o sucumbió a una enfermedad.22 Sea como fuere, la predicción del inicio de una nueva existencia no estaba sin fundamentos, pues nuestro protagonista revivió unos días más tarde, convirtiéndose en el planeta Venus.23 Ahora bien, si admitimos con Graulich (1987: 186ss.) que la vida de Quetzalcóatl traslada a la escala de un individuo la historia de una era, Tlapallan, donde muere y se metamorfosea el héroe, resulta ser el lugar donde ocurre la transición entre dos edades, porque su aparición bajo la forma de Venus anuncia la creación inminente de un nuevo Sol (Graulich, 1987: 200-203).24
El Lugar del Color y las epopeyas mixtecas
Esta interpretación del Lugar del Color como un espacio donde se atan ciclos encuentra un eco en otra vertiente de la mitología mesoamericana, la epopeya de 8 Venado, al mismo tiempo que la gesta de este héroe mixteco ratifica los estrechos nexos, e incluso la identidad, entre los espacios designados con los nombres de Tlapallan y la Casa del Sol en los mitos nahuas.
8 Venado Garra de Jaguar es, sin lugar a dudas, el protagonista de mayor trascendencia en los relatos histórico-míticos mixtecos, cuyas aventuras han llegado hasta nosotros gracias a manuscritos prehispánicos como el Códice Zouche-Nuttall (1992), el Códice Colombino (2011), el Códice Becker I (1961)25 y el Códice Bodley (1960), entre otros. Originario de Tilantongo en la Mixteca Alta, 8 Venado fue un prominente guerrero que mediante campañas de conquista a lo largo y ancho del actual territorio oaxaqueño logró imponerse como el líder incontestable de la Mixteca en los siglos XI y XII d.C. En particular, las hazañas guerreras de 8 Venado lo llevaron a fundar el señorío de Tututepec, situado en la Mixteca de la Costa, antes de apoderarse del trono de Tilantongo, el señorío con mayor prestigio de la Mixteca Alta (Hermann, 2006: 22, 34-68). Lo interesante para nosotros es que los relatos mixtecos toman un corte mítico cuando cuentan que además de asentar su dominio en la acción bélica, así como en alianzas políticas y ritos de paso, 8 Venado alcanzó la cúspide del poder a raíz de sus encuentros con seres divinos, en particular con el dios Sol, que nuestro personaje fue a visitar en su territorio situado más allá del mar.
El Nuttall es uno de los manuscritos que narra con lujo de detalles esta visita al dios y al espacio solar, así como la larga expedición que la precedió. Ésta incluye, nuevamente, una serie de campañas militares, entre las cuales destaca una travesía en balsa para atacar una isla figurada en la lámina 75; una de las más bellas del códice (1992; Figura 2a). En esta imagen, apreciamos cómo 8 Venado llega a un litoral ubicado en los confines del mundo de los hombres: en el lado izquierdo de la lámina se yergue uno de los postes que sostienen el cielo y lo mantienen separado de la tierra (Anders et al., 1992: 228; Libura, 2005: 46; Hermann, 2006: 82), representado en este contexto por una columna roja y negra (figura 2a, b). Al rebasar este límite terrenal, 8 Venado se interna al parecer en la comarca solar,26 lo que no le impidió, como el héroe que era, seguir combatiendo e incluso cautivando a los guerreros del astro (Códice Zouche-Nuttall, 1992, lámina 76b-77; Hermann, 2006: 90). Finalmente, el gran conquistador tiene su encuentro con el dios Sol (Códice Zouche-Nuttall, 1992, láminas 78-79; Códice Becker i/ii, 1961, láminas 3-4), antes de subir al cielo para reunirse con los ancestros que fundaron el señorío de Tilantongo (Caso, 1960: 39; Hermann, 2006: 90-92), tal y como lo revela el Códice Bodley (1960, lámina 9-i) (Figura 3).27
Regresando al recorrido hacia el territorio solar, cabe añadir que un episodio de este viaje se narró únicamente en un pasaje del Códice Colombino, cuya maestría artística es igual de excepcional que la travesía náutica del Nuttall. En las láminas 22 y 23 del Colombino, en efecto, descubrimos a un personaje -probablemente 8 Venado- en actitud de nadar en medio de un fantástico entorno acuático (Hermann, 2011: 142) (Figura 4a, b). Además de incluir una representación arquetípica del agua,28 la escena se compone de una sucesión abigarrada de rectángulos, de los cuales emergen olas multicolores. No cabe duda de que esta composición polícroma es parte de la representación acuática, porque allí aparece nuestro protagonista nadando con flotadores de guaje, mientras que otros dos personajes circulan en canoa en la parte central de la imagen. Después de este episodio, el relato continúa, pero ahora en el Códice Becker I (1961, láminas 3-4), retomando el curso descrito arriba: 8 Venado viaja hacia la comarca solar realizando conquistas y llega a los confines de la Tierra, para luego tener su encuentro con el Sol y los fundadores del primer linaje de Tilantongo.
La historia del viaje de 8 Venado hacia el territorio solar, del que forma parte la travesía de un espacio acuático dotado, por lo menos en el Colombino, de características cromáticas prodigiosas, trae inevitablemente a la mente el viaje de Quetzalcóatl hacia Tlapallan, pues el Lugar del Color de la mitología náhuatl se identificaba, como vimos, con la Ciudad o la Casa del Sol. Esta cercanía entre el destino de Quetzalcóatl y el viaje de 8 Venado fue notada, en particular, por Jansen (1997; 2007: 232-233; cfr. Anders et al., 1992: 228), quien subrayó que los rectángulos de colores de las láminas 22 y 23 del Colombino se podían leer como “Lugar de Colores”, eso es, tlapallan en náhuatl. Jansen fue incluso más lejos. A partir de una interpretación bastante libre de las fuentes mixtecas, nahuas y mayas, planteó que 8 Venado y Quetzalcóatl -quien aparecería en los códices mixtecos bajo los rasgos de 4 Jaguar- hubieran emprendido juntos un viaje hacia la Casa del Sol, que el investigador identifica como un lugar real: la ciudad yucateca de Chichén Itzá. Fragilizando esta propuesta, Hermann (2006: 94) señala que, hasta donde conocemos, no existen testimonios históricos que vinculen a 8 Venado con Quetzalcóatl, ni que lo hagan partícipe de su huida hacia Tlapallan. Además, la asociación del héroe tolteca con 4 Jaguar -el protagonista de los relatos mixtecos- resulta problemática porque los atributos de aquél recuerdan más bien al dios náhuatl Mixcóatl.
Con todo, Hermann (2006: 94) no niega el parentesco entre el camino de Quetzalcóatl hacia Tlapallan (o Tlillan Tlapallan) y la expedición de 8 Venado hacia la comarca solar, pero, a diferencia de Jansen, no reúne estas historias en una sola epopeya, sino que las define como relatos pertenecientes a una misma tradición mesoamericana que narra viajes hacia el Oriente; tradición que incluye también, según Hermann, el mito del descubrimiento de la música que evocamos con anterioridad. Concuerdo con esta interpretación que consiste en aglutinar este conjunto de relatos en una tradición común, aunque me parece importante subrayar que, además de su carácter oriental, los lugares míticos en cuestión se definen por su relación con el mar, sus rasgos solares y su policromía. Respecto de este último aspecto, me parece convincente la propuesta de Jansen de otorgar el significado de “Lugar del Color” a los rectángulos multicolores de las láminas 22 y 23 del Colombino.
Más allá de su colorido, profundizar en el análisis de la exuberante escena del Colombino confirma los nexos entre las gestas de Quetzalcóatl y de 8 Venado. Llama la atención, en efecto, que la aventura evocada en este pasaje ocurre en un paisaje no sólo polícromo, sino también acuático. Ahora bien, hemos visto que los mitos nahuas que involucran el Lugar del Color y la Casa del Sol suelen incluir episodios que consisten en caminar hacia una costa, navegar sobre un océano, cruzar un brazo de mar o incluso el mar completo, además de que coinciden en llamar “tlapallan” estos espacios litorales o marítimos. La relación entre la travesía de una extensión de agua y la llegada a la región solar se encuentra asimismo en el Códice Zouche-Nuttall (1992, lámina 75), donde vemos que 8 Venado tuvo que embarcar para alcanzar los confines del mundo y, más allá, el territorio del Dios Sol, mientras que su viaje de regreso le obligó a atravesar el agua nuevamente (Códice Zouche-Nuttall, 1992, lámina 80).
Otros elementos que podrían contribuir a vincular las historias de nuestros dos héroes son las columnas que portan el cielo y que se encuentran, precisamente, en el lugar donde 8 Venado franquea los límites del plano terrestre en su embarcación (Códice Zouche-Nuttall, 1992, lámina 75; Códice Becker i/ii, 1961: lámina 2). Curiosamente, estas columnas están pintadas de rojo y negro (Figuras 2a, b), lo que no deja de recordar -como lo ha señalado Hermann (2006: 82)- las versiones del mito de Quetzalcóatl que cuentan que su huida lo condujo a Tlillan Tlapallan, “El Lugar Negro, El Lugar Rojo”. Si bien no se ha identificado para la cultura mixteca un equivalente al concepto náhuatl de Tlillan Tlapallan, llama la atención que los pintores de los Códices Zouche-Nuttall y Becker hayan optado por esta combinación cromática para adornar estas columnas específicas, cuando en otras partes de sus obras, las columnas -de los templos, por ejemplo- se caracterizan por otro tipo de decoración.29
En suma, el sitio en el que culmina la epopeya del héroe mixteco reúne los rasgos definitorios de los Tlapallan de la mitología náhuatl: está asociado con el color y el sol, además de que el recorrido hacia él implica atravesar una extensión acuática. Además, se da la coincidencia de que el viaje de 8 Venado le lleva a acercarse a un lugar que asocia los colores negro y rojo. Por si fuera poco, llama la atención que el territorio del Dios Sol en el que penetra 8 Venado está poblado de guerreros (Códice Zouche-Nuttall, 1992, lámina 76b-77) (Figura 5). Estos personajes en armas que llevan la nariguera solar (Hermann, 2006: 90) no dejan de recordar las huestes de guerreros muertos que, según los antiguos nahuas, acompañaban al astro en la Casa del Sol (Jansen, 1997: 48; Boone, 2000: 116), lo que fortalece la proximidad conceptual de los mundos solares en las tradiciones mixteca y náhuatl.
Paralelamente, la información contenida en los códices mixtecos refuerza mi interpretación del significado que conviene otorgar a los espacios Tlapallan, porque la motivación subyacente a la expedición solar de 8 Venado y a sus audiencias con el Dios Sol y los ancestros de Tilantongo hace eco de lo que acontecía en los Lugares del Color de la tradición náhuatl. En el mito mixteco, en efecto, la comarca solar es el teatro de un nuevo inicio, de la atadura de dos ciclos. Los estudiosos de la figura de 8 Venado coinciden en explicar su viaje hacia el territorio solar a partir de una necesidad de legitimación. En la Mixteca prehispánica, el poder era hereditario y se transmitía en el seno de linajes que descendían de los ancestros fundadores del señorío. Pero 8 Venado no pertenecía a la dinastía reinante de Tilantongo, sino que provenía de una línea lateral y aprovechó una vacancia del trono para tomar el poder (Libura, 2005: 22). Como consecuencia, nuestro protagonista sabía su derecho a gobernar discutible y realizó descomunales esfuerzos para asentar su autoridad, en particular a través de conquistas y alianzas, pero también al someterse a la perforación del septum de la nariz que era un rito de acceso al poder en el Postclásico mesoamericano (Códice Zouche-Nuttall, 1992, lámina 52; Hermann, 2006: 36, 90). También buscó una legitimación divina, porque se pensaba que los fundadores de las familias de mandatarios eran descendientes de los dioses (Caso, 1960: 22). Ya que el poder era de origen divino, 8 Venado fue al encuentro de varias deidades así como de los antepasados fundadores del primer linaje de Tilantongo, con el fin de legitimar su derecho a gobernar y convertirse, a su vez, en el fundador de una dinastía. En cada ocasión, los seres sobrenaturales le entregaron insignias que señalaban su poder en varios ámbitos y la estrecha relación que mantenía con ellos, pues los dioses lo distinguían con sus dones.30 Así fue como a raíz de su transcendente reunión con el Sol, recibió un bastón azul con cascabeles de oro que le fue entregado por el dios en persona, al tiempo que empezó a lucir una banda con atributos solares que lo conectaba con el astro (Hermann, 2006: 92).
Siempre en relación con esta visita de 8 Venado a la Casa del Sol, sostengo que además de participar en su proceso de legitimación, esta experiencia sirvió para marcar la atadura de dos ciclos e incluso pudo fungir como un nuevo nacimiento para el héroe mixteco. En este sentido, es elocuente que después de estar en presencia del Dios Sol, 8 Venado aparezca en los códices Zouche-Nuttall (1992, lámina 78) y Becker i (1961, lámina 3) encendiendo fuego por fricción (Figura 6), es decir, talandrando un Fuego Nuevo (Nowotny, 1961: 12; Anders et al., 1992: 232). Es sabido que, en el contexto mixteco, este acto ritual era practicado en contextos fundacionales, entre los cuales se encuentra el acceso al poder (Hermann, 2006: 90), porque significaba el comienzo de un nuevo ciclo. Como lo subraya acertadamente Libura (2005: 42; cfr. Hermann, 2006: 90), aquí asistimos entonces a la inauguración de una nueva era, bajo el mando de 8 Venado. Recurriendo a un símbolo diferente, el Códice Bodley (1960, lámina 9-i) parece transmitir la misma idea. En este manuscrito, vemos cómo después de reunirse con los antepasados fundadores del primer linaje de Tilantongo, nuestro protagonista aparece acostado en una suerte de cuna (Anders et al., 1992: 236; Boone, 2000: 116) (Figura 3), una postura que sugiere tal vez el nacimiento, en el cielo, de una nueva dinastía encabezada por 8 Venado31 y que recuerda, en todo caso, la promesa de un nuevo inicio que esperaba supuestamente a Quetzalcóatl en Tlapallan.
Reflexiones finales
En los mitos nahuas y mixtecos, los Lugares del Color parecen haber sido sitios donde ocurría, a intervalos regulares, el comienzo de una serie de ciclos, cuyo modelo era el recorrido del astro diurno. Era en estos espacios, en efecto, donde comenzaba el curso cotidiano del Sol, pero también donde se daba el principio de las eras cósmicas y de las historias de los pueblos, así como el inicio del gobierno de un mandatario y la fundación de una dinastía reinante. Lo confirma el hecho de que los diversos Lugares del Color, que se manifiestan como Tlapallan o Casa/Ciudad del Sol en la mitología mesoamericana, se localizaban en litorales o espacios acuáticos, pues en algunas cosmovisiones indígenas -entre las cuales, la náhuatl y la mixteca, pero también la maya quiché-, el mar es a menudo el elemento a partir del cual inicia la creación o recreación del mundo (García 1981: 327-328; Popol Vuh, 1961: 23-25; Thévet, 1905: 28; también Códice Vindobonensis 1992 lámina 47; Nowotny 2005: 50). Igualmente, la posible localización oriental de estos lugares refuerza su capacidad a sugerir el inicio de nuevas vidas, de nuevos periodos, porque al ser el rumbo por donde sale el sol a diario, el Este transmitía la idea de origen.
En este sentido, es importante recalcar que la alusión al color transmitida por la voz tlapallan y por las imágenes de los códices mixtecos apoya en forma significativa la interpretación de los lugares en cuestión como espacios donde se abren ciclos. En los mitos cosmogónicos, en efecto, el color es el elemento que subraya la diferenciación de los seres y de los objetos entre sí, a la vez que sugiere el movimiento, de ahí que desempeña el importante papel de señalar el paso de las tinieblas primigenias a un cosmos creado, ordenado y dinámico (Dupey, 2010b, 2015). Tanto es así que la labor de los demiurgos mesoamericanos es frecuentemente comparada con actividades artísticas y especialmente con el acto de pintar (Dupey, 2010, i: 156-157; 2015), el cual implicaba -como vimos- aplicar colores y luego perfilar las formas con tinta. Esto permite esbozar una hipótesis para explicar la confusión entre Tlapallan y Tlillan Tlapallan que se da a veces en las fuentes que relatan la huida de Quetzalcóatl. En efecto, si el primero -Tlapallan- era un lugar cuyo vínculo con el color lo conectaba a la creación artístico-cosmogónica y al inicio de los ciclos, el segundo -Tlillan Tlapallan- no sólo aludía al lugar adonde se encaminó el héroe tolteca, sino que remitía también a la creación pictórica, por derivar del difrasismo in tlilli in tlapalli.