INTRODUCCIÓN
El exilio fue un mecanismo1 que utilizaron las dictaduras (Argentina [1976-1983] y Uruguay [1973-1985]) para “eliminar geográficamente” (Franco, 2008) a quienes se opusieron a dicho régimen autoritario. Fue una estrategia de exclusión institucionalizada (Sznajder y Roniger, 2013) que impuso el aparato represivo de las doctrinas de seguridad nacional que regían el Cono Sur en aquellos años. En este contexto histórico y político, niños y niñas también formaron parte, tanto en los modos en que las dictaduras nacionales participaron en las disputas por significar la infancia (Filc, 1997; Llobet, 2015, 2016; Osuna, 2017a, 2017b) como en los recorridos del exilio estudiado, por lo general, considerando a los sujetos adultos que formaron parte de dicha experiencia.
Para algunos de los entonces niños y niñas, el primer contacto “físico” con el país de origen fue al momento del retorno. Otros recuerdan las primeras visitas a los países de origen como las instancias que les ha permitido experimentar y contactar por ellos y ellas mismas con los espacios, las familias, los afectos, los paisajes. Fueron instancias activas en las cuales los entonces niños y niñas han creado y resignificado lazos propios con los países de origen. Algunos otros mantuvieron paisajes, lenguas, afectos que fueron reactualizando y construyendo en el exilio, a partir de los relatos de sus padres, de los adultos del entorno, de las comunicaciones posibles (incluidos los medios de comunicación). En este trabajo procuro explorar las memorias de los niños y niñas de entonces, quienes experimentaron el exilio de las últimas dictaduras de Argentina y Uruguay2 para comprender los modos en que las infancias de entonces también han sido protagonistas de dicho proceso histórico y político. A partir de la perspectiva biográfica (Delory-Momberger, 2012) atiendo al nivel sociosimbólico de análisis (Bertaux, 1999) y recupero relatos de vida (Legrand en Sautu y Bechis, 2004) a través de entrevistas biográficas (Conde, 1994).3 En particular, me detengo en las escenas (Paiva, 2018) relatadas sobre los primeros viajes a los países de origen. Se trata de una experiencia, señalada en las entrevistas, que ha sido algunas veces parte de los tránsitos orientados a un eventual retorno (incluso entre quienes no han retornado) u otros actos a través de los cuales construir pertenencias propias a partir del (re)encuentro con los vínculos, familias, cultura, lengua de origen. Entonces, el foco sobre los viajes de visita permite encontrar algunas pistas que van más allá de una anécdota en apariencia poco sustanciosa o con un cierto barniz romantizado. El texto se posa en el detalle sobre los viajes de visita porque abren la posibilidad de considerar los matices, las tensiones, los diferentes anhelos y sentidos que tuvieron los tránsitos y sus momentos para los entonces niños y niñas. De los primeros viajes rememorados me centro en cuatro dimensiones que surgen de las escenas: los viajes como actos performativos de pertenencia, los sentidos sobre el hogar que se tensionan en los viajes, los viajes dentro del viaje de los niños (en el caso uruguayo), los viajes como anticipos de un eventual retorno.
Con la llegada de las democracias y desarmadas las situaciones que empujaron al exilio se abrieron las condiciones para materializar y las posibilidades de pensar en el regreso. Pero esta posibilidad del retorno y la propia idea del regreso no estuvo exenta de múltiples sentidos, a veces contradictorios, a veces confusos, entre los miembros de las familias. En muchos casos se trató de un proceso complejo en el que intervinieron decisiones, evaluaciones, anhelos y deseos tanto a nivel social y político, familiar, como singular, involucrando tanto a adultos como a los entonces niños y niñas. Estos procesos expusieron una diversidad de necesidades y motivaciones, a veces divergentes, entre los miembros de cada familia: afectivas, ideológicas, políticas, de pertenencia, identitarias, incluso laborales. Estas decisiones estuvieron enmarcadas también por las condiciones que encontraron disponibles en ambos países para la recepción, tanto en lo relativo a las políticas para favorecer o amortiguar el impacto del retorno, como respecto a la sensibilidad en cada país y los sentidos que la sociedad colocaba sobre los exiliados al momento del retorno (Lastra, 2016).4
INFANCIA, GENERACIONES Y MEMORIA
Este trabajo se encuentra orientado por el interés de profundizar sobre los modos en que niños y niñas también formaron parte de las experiencias del exilio y de los tránsitos que devinieron de dicho destierro. Tal como se proponen los nuevos estudios sociales de la infancia, niños y niñas son concebidos como sujetos partícipes e intérpretes sutiles de su entorno (Vergara, Peña, Chávez y Vergara, 2015, p. 56). Es por ello que las experiencias rememoradas permiten comprender los modos en que los entonces niños y niñas han sido también protagonistas del exilio como fenómeno político, histórico y social que ha atravesado de forma singular sus biografías. En este sentido, y en línea con Maynes (2008) , intento indagar en cómo los sujetos entienden su propia agencia en tanto actores centrales de sus propias historias de vida y de la historia. Así, la exploración crítica sobre la experiencia infantil permite desvanecer los supuestos en torno a la “mediación adulta respecto de la experiencia política infantil” y sobre las distancias rígidas entre el mundo infantil y adulto (Llobet, 2015, p. 49). Tanto la infancia como construcción social y dinámica como las memorias de infancia convocan el enigma de un objeto que es complejo de asir por la temporalidad mutable que los constituye. Lejos de intentar reponer una suerte de “fidelidad histórica”, las memorias de infancia deben atender a la presencia de la fantasía que puebla el recuerdo infantil (Carli, 2011, p. 26). Asimismo, procuro destacar el rasgo político de la mirada sobre la memoria infantil, en primer lugar, por la particularidad con que los acontecimientos sociales se politizan en la infancia y en sus entornos cotidianos (Moss, 2013). En segundo lugar, por los cuestionamientos y tensiones que propone la memoria infantil sobre nociones cristalizadas, representaciones sobre los acontecimientos y sobre la propia infancia. Un tercer punto que me gustaría destacar es el que señala Llobet (2018, p. 158) respecto al “esfuerzo político” implicado en el trabajo memorial, en la labor de recuperar rastros de la agencia política de los niños de entonces, afrontarlos y darles valor a esos recuerdos que, aunque usualmente se ubican como menores, pasan a tener un lugar y un valor en los modos en que los sujetos hablan de sí en la adultez. En este sentido, intenté recuperar experiencias diversas y múltiples que, lejos de intentar homogeneizar o generalizar, intento considerar su rasgo plural y las numerosas variables que pueden configurar la singularidad de las mismas.
La dimensión generacional de la memoria sobre los acontecimientos trágicos de la historia reciente5 fue abordada por investigaciones antecedentes orientadas por diversas preguntas. Hay quienes se interrogan por el lugar de la experiencia de las generaciones que participan de acontecimientos sociales traumáticos, como por ejemplo aquellos trabajos centrados en la noción de posmemoria (Hirsch, 2012). Hay abordajes que tienen como objeto de estudio a los actores sociales (Aruj y González, 2008; Cosse, 2021; Dutrénit, 2013, 2015; Porta, 2004, 2006; Sosenski, 2008), mientras que otros toman por objeto de estudio las producciones artísticas de las segundas generaciones (Alberione, 2018; Arfuch, 2016, 2018; Basile, 2019; Basso, 2019; Daona, 2017; Llanos, 2012, 2016; Saporisi, 2018).6 En cuanto al debate en torno a los modos de denominar la experiencia generacional, algunos trabajos consideran a los sujetos como parte de la noción de la segunda generación (Dutrenit, 2015), otros la denominan generación “postdictadura” (Kaiser, 2003) o “generación 1.5” (Levey, 2014), mientras que otros proponen considerarla como “exiliadxs hijxs” (Alberione, 2018). Asimismo, están quienes se focalizan en los efectos y vicisitudes que tuvo el retorno para quienes fueron niños y niñas durante el exilio (Aruj y González, 2008), y también quienes se detienen en profundizar las características identitarias que supone el no retorno del exilio para los sujetos (Norandi, 2017, 2020). En este trabajo referiré las memorias de niños y niñas en tanto sujetos y actores de la vida social. Me centro en la infancia como categoría y en los niños y niñas como actores sociales e históricos. Al mismo tiempo, recupero la categoría de generación,7 por un lado, entendiendo al exilio de las últimas dictaduras como una experiencia relevante compartida por una cohorte, por el otro, porque ofrece una mirada relacional respecto a la generación de los adultos de entonces que permite atender las diferencias generacionales para comprender la infancia, su construcción en un contexto histórico concreto y las modulaciones en las relaciones con el mundo adulto.
EXILIO Y RETORNO
Los trabajos de Lastra (2016, 2017) comparan y ponen de relieve las diferentes respuestas que dieron las sociedades argentina y uruguaya en torno a los regresos. En ambos países el retorno comenzó a gestarse fundamentalmente a partir de las transiciones democráticas. Para Argentina fue clave la derrota militar de la guerra de Malvinas que dio inicio al derrumbe de la dictadura, al mismo tiempo que comenzaban a emerger reclamos y denuncias sobre las violaciones a los derechos humanos (Lastra, 2016, p. 19).8 Por su parte, para Uruguay, la salida a la democracia fue un proceso lento y gradual, de negociaciones entre partidos políticos y militares (Lastra, 2016, p. 19). Dicha transición sucedió con dirigentes presos y proscriptos, con acción represiva sobre sociedad civil.9 De este modo, y como señala Lastra (2016), el retorno del exilio fue un problema político que cada sociedad pudo responder, considerar a los exiliados, asistirlos, de acuerdo con las tensiones particulares de cada uno en el contexto de transición democrática. En cuanto a las atmósferas de la transición respecto a las representaciones y sentidos sobre el exilio, sobre todo en Argentina,10 se configuró11 una imagen negativa sobre los exiliados (Lastra, 2016, p. 61). Se hizo énfasis en la figura del exiliado como un “potencial generador de la violencia política” y “subversión”, al mismo tiempo que hubo un doble debate entre “los que se fueron (acusados de cobardes) y los que se quedaron (catalogados de colaboracionistas)”, calificaciones que derivaron en la opción por el silencio de la experiencia exiliar (Canelo, 2004, p. 66). Para el caso uruguayo fue central el viaje de los niños (diciembre de 1983). En este viaje, 154 niños y niñas partieron desde España hacia Montevideo a pasar la Navidad con sus familiares, mientras sus padres en el exilio aún no podían volver. Fue el resultado de la coordinación entre organismos europeos, comunidades de exiliados en España y organizaciones sociales en Uruguay. Así, mientras que el viaje colocó al retorno como “tema de agenda para el Uruguay posdictadura” (Lastra, 2016, p. 69), también colocó a la infancia como objeto de preocupación.12 Al mismo tiempo, dio una enorme visibilidad al tema del exilio e instaló en la prensa y en organizaciones políticas y sociales del país el problema del retorno en clave del “reencuentro de todos los uruguayos” (Lastra, 2016, p. 69). El viaje fue entonces una estrategia por su carácter político y por la inclusión del tema del retorno a partir de la figura de los niños. Los niños fueron considerados los protagonistas y representantes del exilio y de la problemática que implicaba el retorno.13
Así, niños y niñas también experimentaron dichas condiciones y sentidos constituidos alrededor del exilio y del retorno como intrínseco al exilio. Ahondar en el retorno supone también volver a ver los modos y las condiciones que provocaron la migración forzada, porque la noción y la estrategia del exilio, en tanto castigo político, contienen en sí la prohibición de retornar. Ese, señala Jedliki (2014), es el castigo. En esta expulsión se desplazan otros efectos para los adultos, pero también para los niños y niñas de las familias exiliadas. El regreso es el movimiento que imaginariamente vendría a poner fin al maleficio del exilio. Como antídoto, carga también con toda la densidad condensada de sentidos que asumió el exilio para quienes lo atravesaron. Sentidos que incluso formaron parte de una identidad singular que, para algunos, fue estructurante de los cotidianos, de las expectativas, de las actividades políticas, de los horizontes anhelados. Entre estos desgarros de las pérdidas también estaban los proyectos de vidas y políticos de los padres, los valores e ideales que fundaron posiciones, militancias, luchas en la construcción de un país mejor. ¿Qué significó para los niños y niñas de entonces un regreso cubierto de todas esas capas del pasado para elaborar? ¿Cómo fue elaborada la migración de regreso?
EL RETORNO COMO REGRESO AL HOGAR
Para Mohammadi y otros, el discurso clásico del retorno contiene en sí el propio concepto de “hogar” (Hugo, Abbasi-Shavazi y Kraly, 2017, p. 253). En este discurso, el regreso se ve como una solución natural para los refugiados y migrantes. En este sentido, De Sas (2014) señala la relevancia de difuminar las dicotomías que asocian al retorno con la seguridad, estabilidad y pertenencia a un espacio geográfico fijo. Estas miradas, sostiene, olvidan las rupturas provocadas “no solo por la separación física inicial de un ‘hogar’ forzada por un régimen estatal o legal, sino también por la dislocación causada por separación del estado de exilio en nombre del ‘regreso a casa’” (p. 80). El regreso también engloba profundas problemáticas, al igual que la partida al exilio. Entre ellas su carácter de “mandato familiar” Jedliki (2014), las expectativas afectivas, de pertenencia, de integración transferida respecto a los vínculos con los países de origen familiar. Esto supone también fracturas entre las experiencias vivenciadas y percibidas entre quienes retornan, entre lo experimentado y lo relatado (Martínez, 2003, p. 78). Asimismo, los trajines de las residencias a lo largo de las biografías, en muchos casos, hacen desvanecer las propias categorizaciones referidas al retorno o al no retorno. Algunos han retornado con sus familias y han vuelto a retornar, solos, a los lugares donde crecieron solos. Otros han retornado y sus familias han vuelto a migrar o han permanecido en los países de acogida. Otros han retornado con sus abuelos porque sus padres o madres fueron asesinados, hay quienes luego de regresar volvieron a partir hacia otros destinos diferentes, y hay quienes aún se encuentran en la “búsqueda del hogar” (Fortier, 2007). En este sentido, parece también productivo pensar en el retorno como parte de una temporalidad continua del fenómeno del exilio. Seccionar los periodos tal vez proponga anular el rasgo continuo de los efectos y las transformaciones que movilizaron determinadas marcas. Si bien la secuencialidad temporal (en dictadura, en el exilio, al retorno) permite ordenar y organizar en etapas las experiencias, es complejo delimitar las etapas. Si el retorno “cierra” la etapa del exilio, cabe aquí la pregunta por la temporalidad experimentada de dicho fenómeno: ¿cuándo termina la experiencia del exilio?, ¿necesariamente al retorno?, ¿ha sido la misma experiencia secuencial para niños, niñas que para los adultos de las familias forzadas a migrar? Tal vez las claves de una temporalidad subjetiva permitan dar mayor espesura para comprender los procesos, los sentidos diversos y los rasgos subjetivos que permiten alojar en la memoria del exilio en la infancia una experiencia biográfica. Para Norandi (2020) , quien estudia particularmente las experiencias de quienes no retornaron, el exilio supuso “una fractura en la identidad de esta generación que ni el retorno ni el no retorno han podido enmendar” (p. 211). En este sentido, podemos preguntarnos por los modos en que, para adultos y para los entonces niños y niñas, el exilio ha impreso una huella en la experiencia biográfica. Entre las pérdidas del exilio también estuvieron los proyectos de vida y políticos de los padres y madres, los valores e ideales que fundaron posiciones, militancias, luchas en la construcción de un futuro mejor. Así, la instancia del retorno también asumió diferentes sentidos para cada miembro de las familias, entre padres e hijos. Fueron instancias de tensión y de sentidos diferentes para adultos y niños. Aún más, la propia idea del “retorno” se pone en debate para muchos y muchas de quienes fueron niños y niñas en aquel entonces. El retorno, como tal, es una palabra que caracteriza un acontecimiento del cual muchos y muchas de los entonces niños y niñas (y ya adolescentes) de ese entonces no se reconocen. Incluso el (no) retorno se propone como una categoría en la identidad de quienes forman parte de las generaciones de los hijos (tal como lo demuestran los trabajos de Norandi). Niños, niñas, algunos ya adolescentes, que retornaron lo hicieron muchas veces en familia, participando también de las tensiones, enormes dificultades y estados de ánimo que atravesaban los adultos, padres, madres, cuidadores. La vuelta supuso enfrentarse a vínculos y entornos muchas veces anhelados, idealizados, que se construyeron como legados, y que al retorno encontraron otros escenarios sociales, económicos y políticos. Espacios en donde niños y niñas debieron desplegar nuevos esfuerzos por construir nuevas pertenencias en un lugar supuestamente propio. Me pregunto aquí si es posible pensar en otras categorías que hagan propia la experiencia de niños y niñas que no sean un traslado de aquellas construidas para interpretar las adultas.
LOS VIAJES DE VISITA COMO ACTOS DE PERTENENCIA
En esta dinámica, los relatos dan cuenta de los modos en que colisionaron las expectativas en torno a los niños, niñas y sus regresos al país de origen y los sentidos y percepciones de ellos y ellas.14 Durante los regresos, tal como señala Knörr (2005), niños y niñas no suelen ser (re)considerados como inmigrantes, sino que “regresan a casa” (p. 6). Tal como destaca Knörr, este sentimiento de pertenencia, de sentirse “en casa” no es algo que viene adherido al hecho de estar en el lugar de donde son originarias las raíces nacionales, las identidades, la ascendencia de sus padres, sino que es producto de una labor para reconstruir vínculos y espacios de apego. Este momento de decisiones que hizo posible el retorno convocó también una pregunta implícita alrededor del hogar y de la pertenencia: ¿Cómo se organizan y articulan las ideas de hogar, familia y migración en la construcción de una pertenencia? (Ahmed, Castada, Fortier y Sheller, 2003). A partir de la posibilidad del regreso se pusieron en juego los diferentes hogares que son “buscados” dentro de las familias y los modos en que hogar y migración (forzada en este caso) se ligan para constituir una pertenencia. Allí, los sentidos del hogar han propuesto tensiones o diferencias entre las generaciones -adultos y niños- entre las identidades y las pertenencias de cada una. Entre las experiencias vinculadas al retorno también resaltan los primeros viajes, las visitas a los países de origen, muchas veces como instancias previas a las vueltas. Niños y niñas de entonces, en su gran mayoría, viajaron solos a sus lugares de origen, o acompañados por otros niños de las familias. Asimismo, muchos de ellos y ellas viajaron en avión, transporte que fue un rasgo particular del exilio del Cono Sur (Chmiel, 2021b). Estos primeros viajes, que pueden ser abordados como “actos de homing”, ponen de relieve la relación compleja entre la experiencia del hogar y la de fuera del hogar. Más allá del viaje como movimiento físico, las visitas y el propio retorno pueden considerarse como un “acto performativo de pertenencia” (Fortier en King, Christou y Teerling, 2011). Así, los viajes han permitido dar sentido a las relaciones “que de otra manera podrían haber sido vacías y difíciles de entender como una parte integral de la vida” (Haikkola, 2010, p. 1211).
Gabriel, de padres uruguayos nacido en Francia,15 recuerda la experiencia de su primer viaje a Uruguay, con su hermano, entre la bienvenida, los descubrimientos y el conocimiento de “primera mano”. Ese viaje le supuso a Gabriel la posibilidad de convivir, de constituirse una idea propia sobre el Uruguay que contenía un sentimiento potencial de angustia: “Cuando se organizó aquel viaje yo tenía 4 años y medio y mi hermano 5 y nosotros viajamos. Entonces claro, antes de que yo empezara a angustiarme de lo que era Uruguay, yo fui. Entonces yo tenía una imagen muy clara de lo que era aquello. Estuve 2 meses a esa edad y ¡me marcó un montón! Tengo muchas imágenes de ese viaje.”
A la vez, Gabriel rememora la idea que tenía sobre Uruguay en aquel entonces, y los saberes, diálogos posibles con sus padres sobre el contexto histórico y político que, tal vez, funcionaron como resguardos contra la angustia: “pero no me angustiaba, o sea, yo sabía que estaba Uruguay, que existía, que era un país y si me interesaba algo yo leía, o sea, yo sabía dónde estaba, qué había pasado y hablaba con mis viejos de lo que ellos habían vivido y también sabía de cómo se había creado o qué en Argentina, en todo Latinoamérica.”
El viaje formó entonces parte de un modo de conocer, por él mismo, aquello que sabía, que recuerda disponer, preguntar sobre Uruguay y sobre el contexto político que había desterrado a su familia. La primera imagen “muy fuerte” que cuenta Gabriel es la de su llegada con toda su familia esperándolos en el aeropuerto: “Habían 150 personas en el aeropuerto, con pancartas. Esa me acuerdo, o sea, yo… de entrar de pasar el control de pasaportes con las azafatas que nos llevaban, nosotros con el cosito colgado y 150 personas a los gritos, ¿entendés? Esa la tengo clavada.”
Mientras cuenta sobre los perros de su abuela, el paisaje desde la casa de su familia, las “rocas” y la “rambla de Montevideo”, Gabriel se detiene en la lección del asado16 característico uruguayo y argentino:
nos enseñaron a hacer fuego a esa edad, y después mi hermano prendió fuego su colchón. Sí, así nos enseñó un tío que tenía una parrillada ¡nos enseñaba a hacer fuego directamente! Y nos pasearon por todos lados y se cagaban de risa hablando con los francesitos. Nosotros hablando con acentito francés el español de base, éramos todo... medios negros porque éramos sudamericanos. Me acuerdo de gente todo el tiempo, ¡era de no parar! De ese viaje entonces tengo imágenes, así, mucho cariño. Sí, una locura…
Entre el exotismo del acento y los rasgos similares, Gabriel rescata que el viaje le permitió saber, conocer y, sobre todo, experimentar por sí mismo el lugar de origen familiar. En este sentido, tal como señalan King, Christou y Teerling (2011, p. 12) , las visitas de infancia están pobladas de experiencias sensuales sobre la “vida anterior”: paisajes, olores, climas que impresionan particularmente a los niños y niñas visitantes. Además de toda la información disponible y de los “estímulos” -discursos y materiales disponibles en torno a la situación política-, Gabriel recuerda la posibilidad del viaje como aquella que le permitió hacer contacto con los relatos de sus padres, de la historia y de su propia identidad. Tal como señala Muggeridge y Doná (2006) , el primer contacto del viaje habilita una tranquilidad a la vuelta al país de acogida, un despojo de preocupaciones, como la de la angustia, a la que refiere Gabriel. Y al mismo tiempo, la sensación de no haber “caído del cielo”, sino de tener raíces que permiten también sentirse como en casa en el país de acogida (p. 423).
Por su parte, Fernando,17 nacido en Argentina de padres exiliados uruguayos, cuenta sobre los viajes a Uruguay durante las vacaciones: “Nosotros en verano nos íbamos a Uruguay, a Parque del Plata. Es el balneario de mi infancia, el balneario de infancia de mi mamá […] Ahí alquilábamos y ahí había un chalé, hay un chalé todavía de mis tíos abuelos, así que todos los veranos íbamos. Todos.” Para Fernando, las vacaciones en la playa uruguaya suponían una continuidad con la historia de sus padres y un legado respecto a la misma. Se trataba de una práctica familiar significativa, un acto a través del cual se afianzaba la pertenencia y la relación con el país de origen. Tan es así que Fernando recuerda las estrategias y los modos familiares para encontrar un modo de volver:
Es más, mi mamá cuenta, no hace tanto que me dijo, como que alguna vez no tenían plata y alguna vez vendió cosas personales para ir… Las vacaciones era algo importante y se ve que era importante estar en Uruguay también, evidentemente. Entonces eso siempre estuvo. […] hasta que dejé de viajar con mis papás y empecé a viajar de mochilero. Ellos sí continuamente van a Uruguay, yo más espaciadamente. Pero está, la relación con Uruguay está siempre.
Para Fernando, como para muchos otros de los entonces niños y niñas, los viajes y las vacaciones a los países de origen de sus padres portaban un significado, una relevancia y un legado particular. Así, los viajes, como gesto de pertenencia, como modo de afianzar y transmitir una identidad, también movilizan preguntas incómodas y diferencias (que construye cada individualidad) sobre las pertenencias, a medida en que se van diluyendo o afianzando los límites entre el hogar y lo extranjero, entre quienes son migrantes y quienes no. Al mismo tiempo, proponen la tensión en la experiencia entre estar de vacaciones y estar en casa. Y aún más, la tensión entre aquellos espacios que se construyen como anclajes de la pertenencia y los que se consideran como “hogar”. En ese sentido, los viajes propusieron una experiencia de acercamiento para los entonces niños y niñas, de construcción propia de pertenencias.
LOS VIAJES Y OTROS SENTIDOS SOBRE EL HOGAR
Clara18 nació en Francia y sus padres son argentinos que debieron exiliarse. Para Clara, las visitas y las vacaciones en la Argentina le ofrecieron la posibilidad de participar de los eventos familiares, de los festejos, de ser parte también de esos momentos familiares. En particular, describe la escena de una fiesta sorpresa que les habían organizado:
¡ah! ¡de las fiestas! Acá a veces hacíamos una fiesta con los primos y los hijos de los amigos. Mis padres juntaban a todo el mundo y me acuerdo de una vez, antes de que nos vayamos, de que nos volvamos a Francia, al final de las vacaciones, nos habían organizado una fiesta sorpresa. Y entonces nos habían mandado a mirar la tele al fondo del departamento. Y iban llegando los primos, los amigos y los habían escondido a todos debajo de la mesa. Y de repente mi papá nos viene a buscar: “Vengan chicos, les voy a presentar a una tía abuela que vino a buscar” y llegamos ahí al comedor y: “¡¡baaaah!!” salieron todos los chicos. Bueno, ese tipo de recuerdos, así muy lindos.
Clara recuerda la alegría, los “mimos” y la intensidad de los encuentros con su familia en Argentina. Aunque pasaba de invierno en invierno, todos los agasajos del reencuentro, el cariño y la alegría de estar junto a la familia y a los amigos de Argentina también llevaron a Clara a reflexionar sobre las diferencias de esta experiencia con la de su vida cotidiana en Francia: “Y en comparación a la vida cotidiana en Francia, había mucha diferencia. Porque en Francia todo es mucho más distante. Más… medido, mucho más. Mucho… es menos expresivo. Entonces había mucho contraste, entre la vida en Francia y los momentos que pasábamos en Argentina. Que, de hecho, eran muy idealizados. Yo los idealizaba mucho.”
Lejos de ubicar los viajes de visitas como parte de la “ruptura de un sueño” sobre el regreso o las preocupaciones sobre no encajar, Clara recuerda la conexión afectiva, emocional y la construcción propia de un sentido de pertenencia que también resultaba idealizado y que permanecería en un lugar incierto y también deseado, porque no retornar fue para su familia, más que una decisión, un devenir.
Mientras los viajes le propusieron un modo de sentirse “como en casa” durante las visitas, también construyeron un espacio anhelado. Así, los viajes de visita también provocaban tensiones entre la experiencia de estar de vacaciones y la de estar en casa: ¿es el mismo sentido de hogar en ambas?
Por su parte, Juan19 recuerda las primeras vacaciones en Argentina. Aunque nació en el país del sur, creció y transcurrió gran parte de su adolescencia en Francia. Se detiene en lo significativo que fueron los festejos del mundial del año 1986 y en el paisaje de la victoria que le dio la bienvenida:
Recién habíamos ganado la copa del mundo 86, así que estaba hecho un argentinito más. Llegamos un día siguiente que la selección, un vuelo de Iberia y llegamos acá y eran todos los carteles, todos los gráficos, las revistas que había… Me acuerdo de La Boca, todos pintados de azul y blanco, hasta los árboles estaban pintados, los troncos de los árboles. Y eso es lo que yo recuerdo de Buenos Aires de ahí. Era como una gran expectativa que venía, y después fue medio chocante. Después cuando fuimos a la familia, toda la gente esa, al principio chocante, después fue toda una alegría saber que donde íbamos había un montón de gente, y nos charlaban, nos cagábamos de risa descubriendo cosas. Sí, era fiesta toda la noche, había libertad para hacer lo que carajo sea, con lo cual era, al lado de lo que son los franceses, viste que son así cuadraditos, acá los niños son reyes, hacen cualquier cosa y está todo bien y eso me vino, esas vacaciones ¡me vinieron bien!
Como narran Juan y Clara, estas visitas permitieron reconocer, tomar consciencia de los aspectos similares y también de los diferentes entre las costumbres y los modos de vincularse de los dos países. Para Juan fue una celebración y un impacto, el clima del mundial y también la nueva dinámica familiar. Mientras descubría semejanzas, también disfrutaba de las diferencias que le propusieron las vacaciones en su país de origen, quizá ambos formando parte de una posible idea de hogar ampliado. Así, la experiencia de la primera visita a los países de origen, señala Muggeridge y Doná (2006) , supone un primer contacto entre las fantasías y las expectativas que propuso la distancia y los relatos desde el exilio, así como la percepción directa de los lugares de origen. De este primer contacto se desprenden sentimientos encontrados que se experimentan en ese contacto. También, en cuanto a los vínculos -el reconocimiento y descubrimiento de los familiares- se desprende la posibilidad de construir lazos por sí mismos con quienes, de algún modo, ya conocían a partir de relatos o a través de su propio contacto siendo pequeños. De este modo, pese a conocer información e historias sobre los países de origen, los detalles, tal como señala el autor, se ofrecieron como partículas disponibles para cerrar las brechas entre las geografías imaginadas y las conexiones físicas y emocionales con los países de origen familiar (Muggeridge y Doná, 2006, p. 421).
Como expresan los relatos de Gabriel, Juan o Clara, las relaciones y las obligaciones entre los migrantes y los que quedan atrás pueden no transferirse automáticamente entre las generaciones (Mason en Hikkola, 2011, p. 1210). No solamente se trata de encontrar los vínculos heredados, sino que la pertenencia a la red familiar y a sus lazos afectivos deben ser también apropiados. Para ello, las visitas suponen un primer encuentro con aquel lugar de herencia y pertenencia. Así, como propone Mayall (1994) , los niños y niñas son también agentes de encuentros interactivos y participan de la creación de vínculos con otros adultos y otros niños, además del entorno familiar.
Asimismo, Muggeridge y Doná (2006) , quien trabaja justamente con las primeras visitas al país de origen, señala las complejidades que derivan del sentimiento entre la pertenencia y la extrañeza. Las expectativas sobre “sentirse en casa” en el país de origen familiar, a la vez, supone integrar sentimientos previos sobre el hogar. Es decir, los viajes previos tensionan la reflexión sobre la múltiple pertenencia y sobre las posibilidades y deseos (o no) de retornar de forma permanente. Así, y tal como se desprende de los relatos, la experiencia de visita al “hogar” nacional supone un ensayo de retorno provisional que despierta algunas interrogantes sin respuesta, reflexiones sobre qué hubiera sido vivir en dicho país, o de cómo sería efectivamente movilizar el regreso. Son eventos que dislocan, interrumpen, las nociones aceptadas de las relaciones entre lugar e identidad (Gray en Ní Laoire et al., 2010, p. 339).
EL VIAJE DENTRO DEL VIAJE
La posibilidad de “retornar a las raíces” (King y Christou, 2014, p. 89) supone tanto una movilidad física como geográfica que se expresan a través de las visitas y, a la vez, de la integración a un proyecto colectivo de reconexión con las tierras de origen (King, Christou y Teerling, 2011, p. 3). Para Haikkola (2011) , las visitas dependen mucho de las situaciones de los países tanto de acogida como de origen. Inciden las distancias, los accesos a recursos que hacen que las familias se encuentren con diferentes disponibilidades para visitar. Pero también otros factores son relevantes para considerar los rasgos particulares del caso de las infancias en el exilio. Hasta la apertura democrática y sus transiciones, padres, madres, adultos de las familias, no podían retornar a los países de origen por razones de seguridad. Algunos también por razones de legalidad, por no disponer de garantías o documentación legal para poder ingresar al país. Es por ello que, antes de la vuelta de la democracia, fue peligroso para los adultos viajar a sus países de origen, por lo que gran parte de los niños y niñas de entonces viajaron largos tramos en soledad. Llegaron a casa de familiares, sobre todo de abuelos, en instancias particulares como las vacaciones, en un contexto donde aún perduraba la censura, la violencia y la represión. Para muchos niños y niñas los viajes de visita permitieron conocer, con el cuerpo y los sentidos propios, aquello que muchas veces había sido un relato, un espacio, un mito, una historia política, una familia construida (también) a través de las palabras de los padres.
Analía,20 quien creció en Francia y cuyos padres son uruguayos, destaca el viaje particular en el que participó: “el viaje de los niños”. Ese viaje fue un acontecimiento no solo para la vida de Analía y de cada uno de los niños y niñas que participaron, sino que fue un evento histórico nacional, tal como se señaló más arriba, en las postrimerías de la dictadura uruguaya. Analía recuerda con mucha emoción el impacto del viaje: “Pah, fue muy fuerte toda la emoción y todo… Digo, yo tenía 10 años ahí en el viaje, muy fuerte con el grupo de niños y de referentes que nos acompañaban y todo pero… muy fuerte.”
Para Analía, este viaje fue una instancia clave para encontrar sus propias razones y sentidos sobre la idea de un eventual retorno: “Yo le decía [a su mamá], ¿nos volvemos? ¡Vos te volvés! ¡Yo voy a llegar! O sea, en realidad, claro, el viaje me motivó pila para irme a vivir a Uruguay. Me encantó estar con la familia, la gente tan... tan buena onda.”
En esta mención aparece la ambigüedad de, por un lado, no querer migrar para vivir en Uruguay, pero, por el otro, la incidencia del viaje y el disfrute de los encuentros familiares, con el cariño que recibió. Estos fragmentos, como un torbellino de reconstrucciones afectivas, dan cuenta de formas propias para ubicarse entre la euforia colectiva que posicionaba a los niños y niñas del viaje como representantes, como promesas y como figuras clave de un nuevo contexto político. Este primer viaje de Analía le permitió construir una imagen y una impresión propia sobre su país de origen y su gente, que amortiguó el quiebre de la decisión de retorno a Uruguay un tiempo después. En esa imagen también se encontraba la experiencia sombría del terror. Analía rememora el encuentro que tuvo durante su viaje con su primo que se encontraba preso político. Sobre su visita, aún en condiciones de dictadura, también refiere la emoción de conocer a su primo, pero también, durante su encuentro, hacer contacto con la violencia de la represión, la vivencia en la cárcel, las prohibiciones hasta para poderse saludar:
Lo que me impactó fue que después, cuando se estaba yendo, lo quería saludar ¿viste? No podía mirar hacia atrás. Eso fue la sensación así como lo más violento de ese día. Porque ya era violento que entrás y te revisan y todo, ya por más que estábamos en el patiecito donde se recibían a los niños y eso pero, horrible. O sea, esa sensación de querés saludarlo y no se puede dar vuelta, ahí fue como que dije pah... qué horrible ¿no? Lo que está viviendo... sí... y me dice: “bueno y vos, ¿cómo estás?”-“Y estoy un poco triste porque se me murió mi gato” (risas emocionadas) Siempre nos reímos de eso.
Así, Analía evoca en su relato la experiencia infantil de la muerte del gatito que, en su dimensión menor y cotidiana, parece funcionar como un desplazamiento de la crueldad del aparato represor que aún persistía.
Por su parte, Sofía,21 también uruguaya que creció en España, relata sobre su vivencia en el viaje, como una experiencia de “alegría, llena de emoción”. Recuerda que a sus ocho años: “para mí iba a ver a mi familia, iba a ver a mi padre y... que ta, que no vi en todo el tiempo que estuve exiliada. Yo no lo vi… mi padre estaba preso en el penal, y yo las únicas veces que lo vi fue cuando vine en ese viaje”.
Para Sofía, el viaje significó, además del reencuentro con su padre, aún preso político, la experiencia de la cárcel y el desgarro que impuso la dictadura a los vínculos primarios al interior de las familias. Tanto Sofía como Analía, como muchos otros niños y niñas, a través del viaje experimentaron por sí mismos la violencia de un contexto que desterró a sus padres y madres. A la vez, según Sofía, las experiencias de los niños y niñas que participaron en el viaje fueron diferentes de acuerdo al “encare” de cada familia. Por un lado, refiere las posibilidades de brindar una explicación sobre el viaje y cómo sería el mismo: “si vos no encarás de contar bien de qué va la mano por más que yo tenía 8 años, de decirte, te está esperando fulano de tal o de darte más seguridad”. Por el otro, valora los modos en que pudo participar en la decisión del viaje: “o de mandarte obligado si vos no querés. A mí me preguntaron: ¿querés ir?, ¿o no querés ir?” Así, el fragmento que propone Sofía subraya su lugar partícipe en su familia, tanto en la decisión del viaje como también en la posibilidad de conocer sobre el mismo. Esta posibilidad del diálogo y de construir un saber en torno a los acontecimientos fue significativo, según Sofía, en el modo en que fue elaborada dicha experiencia de viaje.
De este modo, las escenas de los relatos permiten comprender los modos en que estos viajes hicieron posible a los niños y niñas de entonces construir sus propios sentidos sobre los países de los que sus familias, junto a muchos de ellos y ellas, debieron forzadamente migrar. En estas experiencias, niños y niñas han elaborado los encuentros con los universos arrancados de sus padres: la lengua, las costumbres, los afectos, los paisajes, las idealizaciones, construyendo modos propios de identificarse u oponerse a ellos, de establecer sus propios vínculos y experiencias con los afectos, los paisajes y las costumbres uruguayas y argentinas. También han experimentado directamente la hondura de la violencia, las censuras y el terror represivo que aún poblaba vínculos y espacios antes de la apertura democrática y por el cual debieron huir, así como también las dinámicas que asumían los mundos políticos de entonces, las consignas, los anhelos, y lo que aún persistía de luchas de las que sus padres participaron de diversos modos.
LOS VIAJES COMO ANTICIPOS DEL RETORNO
Asimismo, las visitas, en los relatos de los entrevistados y entrevistadas, han sido también instancias previas del retorno a los países de origen, incluso sin saberlo. Algunas familias, y en relación con la posibilidad del retorno, visitaron el destino de la migración para que los niños y niñas conocieran el lugar, las posibles nuevas residencias, las posibles nuevas escuelas. A menudo, estas visitas han ocurrido luego de que los padres resolvieran el hecho de migrar (Bushin, 2009, p. 434). Esto supuso para muchos de los niños y niñas de entonces que los viajes de visita se impregnaran de otros sentidos diferentes a los de los adultos.
Diego,22 nacido en España de padres argentinos, recuerda cuando sus padres le contaron la decisión de volver a Argentina y explica que ya en aquel entonces “tenía mucha relación con Argentina”. Recuerda que a sus siete años “había venido incluso solo, una vez” a Buenos Aires y que viajó solo con su hermano, cuidados por una azafata, y que se quedaron en casa de sus abuelos:
Nos subieron a un avión y nos mandaron acá, [a lo de] los abuelos. Sí. Y me pasé, no me acuerdo, un mes, acá, entre los abuelos. Y hasta me anotaron en una escuelita de futbol. Y fui ese mes a la escuelita de futbol acá. Entonces no es que digan: “te estamos llevando a…”, un lugar que te es totalmente ajeno. Me acuerdo perfectamente de la vuelta del avión, de todo eso, pero, no es que me tomó por sorpresa [la decisión del retorno], no, no.
Mientras Diego cuenta sobre los viajes de visita, lo asocia con el momento en que se organizó la decisión del retorno: “El relato de mi mamá es que yo no estuve muy de acuerdo. Pero ¿qué pibe de 8 años va a estar de acuerdo en que lo…?, a no ser que la esté pasando muy mal, cosa que no era el caso”.
Diego también asocia este proceso de compartir decisiones con los modos en los que él mismo, ahora como padre, comparte las decisiones sobre su hija, aunque en su experiencia recuerda el conflicto de tener que desprenderse de todos sus mundos. De cambiar de una a otra vida: “yo tenía una vida re linda ahí, eh…y después tuve otra acá”.
El viaje le permitió a Diego no sólo conocer, sino también no sentirse totalmente ajeno al lugar al que iban a “retornar”. Así, refiere espacios propios que formaron parte del tiempo en el que estuvo viviendo en Argentina, la casa de sus abuelos, la escuelita de futbol. Son pequeños gestos de rutinas que proponen una experiencia de integración, aunque temporal, en torno a los gustos propios y las actividades como el fútbol, que formaban parte del mundo de Diego en España. Así, las visitas “de retorno” han tenido también la función de desarrollar vínculos con aquellos que han permanecido en el lugar de origen (Mason en Haikkola, 2011, p. 1210), como señalan Gabriel, Clara y Diego.
Tal como proponen los entrevistados, las visitas tuvieron un significado poderoso para los niños y niñas de entonces que, según Mason, pueden entenderse como un primer paso para desarrollar relaciones sociales, vínculos con el país de legado. Las visitas permitieron que los entonces niños y niñas establecieran relaciones personales con familiares, amigos, lugares, y se “conviertan los vínculos ya existentes en relaciones significativas y narrativas e imágenes virtuales de lugares de origen de esas experiencias” (Mason en Haikkola, 2011, p. 1210). Según Muggeridge y Doná (2006) , para algunos la primera visita actuó como catalizador de la decisión de regresar de forma permanente. Para los autores, la decisión de estos primeros viajes implicó un impacto en los modos que podía tener este acercamiento sobre decisiones futuras, relacionadas con las posibilidades de retorno “a casa” y a los hogares de acogida. También sobre las posteriores relaciones tanto con el país de origen como con el de acogida. Sea, dicen los autores, que se trate tanto de una decisión de regresar de forma permanente o no.
Sobre este punto, Patricia,23 quien nació en Holanda y cuyos padres son uruguayos, no sabe con certeza si el retorno era parte de un proyecto que circulaba en su casa. Lo que sí recuerda es el primer viaje a Uruguay como parte de una expedición “para ver cómo estaba el Uruguay”, de una exploración sobre el país que sus padres debieron abandonar y al que quizá decidieran volver: “Nos vinimos en el año 87. Yo ya sabía que cabía la posibilidad de que nos viniéramos. En ese momento sí, fue que fui más consciente de que nos íbamos a volver y bueno y ta, de hecho, nos fuimos. Y ya te digo, yo dejé mi papá allá, entonces para mí fue más complejo.”
Para Patricia, el viaje no sólo significó la posibilidad de regresar al país de sus padres, sino también la separación entre ellos. Las experiencias de separación también formaron parte de las decisiones y de los desprendimientos que se ponían en juego al momento de resolver volver. En torno a estas experiencias, Moskal y Tyrrell (2015) sugieren diferentes modalidades: los niños y niñas que se mudan con sus padres, los niños y niñas que se mudan después, con retraso, y quienes no han migrado cuyos padres y/o hermanos sí lo hicieron. En este sentido, muchos niños y niñas tuvieron no solamente que lidiar con la dislocación física de los lugares donde vivían, sino que al mismo tiempo debían estar separados de los miembros de su familia. Entre los múltiples modos en que los niños y niñas han tramitado y afrontado los procesos de exilio familiar, las separaciones familiares, han movilizado diferentes motivaciones dentro de las familias alrededor de la posibilidad del retorno. Cuando el regreso comenzó a ser factible, no todos los miembros de las familias se encontraban en la misma posición, ni con las mismas motivaciones, ya sea para el regreso como para la permanencia en el lugar de acogida. A su vez, para muchos como Patricia, el viaje no sólo significó la posibilidad de regresar al país de sus padres, sino también la separación entre ellos. En muchos casos, como en el de Patricia, estos viajes de tipo “exploratorios” luego se convertirían en definitivos. Y muchos niños y niñas también participaron sabiendo esa consigna.
ALGUNAS REFLEXIONES PARA EL CIERRE
En este texto intenté colocar el acento en una experiencia puntual y poco reparada como son los viajes de visita a los países de origen que realizaron los niños y niñas que experimentaron el exilio de las últimas dictaduras. Procuré subrayar el lugar de los niños y niñas en los tránsitos que formaron parte del exilio y los sentidos que el trabajo biográfico reconstruye sobre la experiencia singular. Los viajes rememorados a través de los relatos han sido algunas veces parte de los tránsitos orientados a un eventual retorno, proceso que ha estado poblado de tensiones y de sentidos diferentes para adultos y para los entonces niños y niñas. Los viajes, además, están asociados a un acontecimiento histórico y político como fue para el Uruguay “el viaje de los niños”. Al mismo tiempo, los viajes han sido en sí mismos actos performativos, prácticas de pertenencias en las que niños y niñas han tenido oportunidad de construir sus propias experiencias alrededor de la cultura, vínculos familiares, afectos, lengua y contexto político de sus padres. En estos modos partícipes que son recordados por los adultos del presente, también se reconocen sentidos sobre el hogar que resultan tensionados. De este modo, las escenas relatadas sobre las instancias previas al retorno de muchas familias, las decisiones, los viajes y visitas, permiten explorar los sentidos que dicha decisión tuvo para los niños y niñas de entonces. En ellas aparecen distancias entre la cosmovisión adulta construida sobre el retorno entre el mito, las convicciones, las nostalgias y las costumbres compartidas, y el rasgo extrañado de los niños y niñas en torno al mundo de origen de sus padres y madres. Esto devino muchas veces en fricciones, otras en aceptación, en rechazo o en ansiedad frente a la resolución de retornar. Así, los viajes como parte de los tránsitos del exilio y, en particular, del retorno, fueron experiencias en las que niños y niñas también realizaron un trabajo singular, muchas veces en soledad, en la construcción de vínculos y de apegos. Esto permite iluminar el lugar activo de los niños y niñas de entonces en los tránsitos del exilio y en los modos posibles de construir pertenencias. Los viajes de visita se proponen entonces como pequeñas partículas en los relatos biográficos que han permitido el encuentro con los mundos narrados de sus padres y madres y las propias experiencias sensibles que aún en el presente ofrecen las huellas de una subjetividad singular.