INTRODUCCIÓN
Poco más puede aportarse sobre la figura o el impacto de Martín Xavier Mina Larrea (1789-1817) entre la historiografía. Apodado el joven Mina, precoz guerrillero navarro que dirigió al llamado Corso Terrestre de Navarra, truncó más de un plan del ejército napoleónico que invadía la península ibérica durante los primeros compases del siglo XIX, sufrió la persecución fernandina tras la guerra y cruzó el Atlántico para contribuir a la liberación de Nueva España. Su toma de partido contra la ocupación francesa, su apoyo o participación en conspiraciones a favor del restablecimiento del régimen constitucional tras el retorno de Fernando VII al trono español gestaron su posterior imagen de icono liberal. Pero fueron los últimos años de su vida, tras huir de España a Inglaterra y, desde ahí, organizar una expedición al continente americano que luchó junto a la insurgencia novohispana para restituir la Constitución de Cádiz en la Monarquía, donde se conformó un mito mayor que traspasó las fronteras europeas, pues se inmortalizó como un elemento esencial del relato nacional mexicano en la lucha por su independencia.
Se ha comentado en numerosas ocasiones la falta de una memoria pública sobre este personaje en España, en contraposición a la forma de habérsele introducido, desde poco después de su muerte, en el panteón fundacional de la nación mexicana (Ortuño Martínez, 2003, pp. XIII-XVI). Además, puede apreciarse la aparición de numerosas obras de escritores mexicanos donde se relataban las andanzas del joven navarro que iban saliendo de las prensas tras el primer centenario de su gesta americana y, por extensión, en mitad de las conmemoraciones por la consecución de la independencia del país (Guedea, 2009, p. 58). Xavier Mina Larrea se convirtió en un referente generacional de este primer liberalismo hispánico, una personalidad propia de su tiempo que pasó a engrosar las filas de icónicos personajes del momento para la posteridad. Así, su efigie se conformó como un símbolo que, a pesar de sufrir cierto desprecio por parte de la historiografía decimonónica española, respondía a una proyección propia de formas de pensamiento vinculadas a movimientos intelectuales de carácter progresista. Con todo este repertorio discursivo detrás, sería difícil que alguien con sus cualidades se erigiera como garante de los valores nacionales positivos en esos procesos de elaboración de una españolidad de carácter más tradicionalista (Ruiz Torres, 2002).
El propósito de este trabajo es reconstruir la configuración, durante el siglo XX, de Xavier Mina como mito programático dentro de una mentalidad que pudiera entenderse heredera del carácter de un espíritu más liberal, la cual reivindicaba tanto su propia figura como su rememoración y lo que representaba. Para llevar a cabo este acercamiento, nos fijaremos en una serie de obras de algunos escritores que, tras la guerra civil española o en pleno franquismo, se marcharon de España y realizaron, durante su estancia en el extranjero o tras su regreso al país, libros relacionados con la biografía de Mina. Para ello, en consecuencia, partiremos de una serie de consideraciones en torno a diferentes propuestas analíticas de, fundamentalmente, obras escogidas hechas por dos autores de distintos momentos del exilio español: Josep Maria Miquel i Vergés y Manuel Ortuño Martínez. Desde esta base, observaremos elementos que caracterizaban planteamientos historiográficos de oposición a lo que representaba el régimen franquista, con la exaltación de figuras heterodoxas dentro del canon oficial elaborado desde aquellas instancias de poder, pero también aspectos relativos a la construcción de un imaginario progresista de la historia española contemporánea. La concepción de Xavier Mina como un mito se vislumbra de esta manera como tema de diálogo entre dos épocas que sufrían los avatares de gobiernos despóticos e intolerantes, con lo cual se planteaban modelos de comportamiento acordes a la identidad de este colectivo expatriado, añadiendo un plus de vinculación emocional hacia el destino mexicano de ambos escritores.
PLANTEAMIENTOS SOBRE EL TEMA: UN ENCUADRE TEÓRICO-CONCEPTUAL
La propuesta inicial que mostramos parte como un estudio de caso que se enmarca dentro de los propios de las innovaciones aproximativas que está recibiendo el llamado exilio republicano español (Balibrea y Faber, 2017, pp. 18-22). Mas si cabe, puede ampliarse con vistas a desplazamientos forzados por las circunstancias de diferentes momentos dentro del mismo, si bien puede encuadrarse más en referencia a la oposición al franquismo y sus formas de eludir la opresión y sanciones que ejercía el régimen contra quienes se incluía en aquellos movimientos de contestación (Tusell, 1983; Valdelvira, 2006). De tal forma, podemos observar variaciones dentro de la secuencia temporal en los exilios provocados durante la España franquista a lo largo del tiempo, sopesando los ritmos en que se producían.
Por otro lado, habría que tratar de acotar qué es lo que se elaboró desde las condiciones antes descritas. Para eso, podemos partir de dos coordenadas interpretativas. La primera sería la del rescate de la construcción de la efigie heroica durante los momentos que definieron a la tesitura específica, que se gestaron dentro de un imaginario concreto (Chust y Mínguez, 2003, pp. 9-15) y que, a la postre, irán siendo recuperados por nuevos referentes intelectuales o literarios. Siguiendo los postulados de reelaboración de la concepción heroica de tiempos anteriores, el héroe del momento romántico acarrearía el fomento de otro tipo de virtudes, constituyendo un nuevo modelo a exaltar. Una segunda tendría que ver con las expresiones culturales que se van construyendo alrededor de dichas figuras, que definen y redefinen los momentos a partir de nuevas formas de aproximación y comprensión hacia dichos fenómenos (Álvarez Barrientos, 2008), unidas a usos que se les quisieran dar desde diferentes prismas ideológicos. Esto significa el solapamiento de entender los dos momentos escogidos en que se creaban y percibían estas posiciones, originando una suerte de enlazamiento o genealogía entre ambos.
En ese sentido, un punto adicional a destacar sería la comprensión de corrientes interpretativas en torno a la génesis de una memoria colectiva o cultural. Para este caso, preferiríamos recurrir a la acepción de una “memoria nacional”, una memoria nacida de un abstracto de comunidad -imaginada, si recurrimos a la denominación constructivista (Anderson, 1983)- en la que se incluirían formas de relato que reivindicarían unas memorias concretas frente a otras. De todas formas, siguiendo en esto a Reinhart Koselleck (Oncina Coves, 2011, pp. XXXIV-XXXV), nos resulta acertado realizar una crítica fundamentada a partir del carácter reconstructivo frente al retentivo de la memoria. Esta se nutre a través de lo que se ha denominado “recuerdos secundarios” (Assman, 1999, 2002), los cuales son impuestos desde la comunidad de pertenencia, inferidos desde la experiencia ajena de colectivos predefinidos a la existencia o identidad particular del receptor. En este sentido, sería interesante acercar el debate sobre la memoria negativa a la realidad de lo que podríamos calificar como la diáspora española tras la guerra civil.1
Dicho relato memorialístico vendría supeditado a una contracultura o, con un mayor grado de acotación, contrahistoria de carácter marcadamente progresista -o de forma más genérica, izquierdista- frente a la visión esencialista de la historia española fomentada desde las instancias de la dictadura. La búsqueda de sus propios iconos haría retrotraerse a los perfiles y figuras que combatieron por la libertad perdida frente a los tiranos opresores para encarnar así nuevos arquetipos nacionales donde buscaban personalidades referenciales o en las cuales reflejarse. Con ello, podemos entender que había una aspiración por identificar esos momentos, mezclando el relato de la memoria individual, basado en la experiencia traumática del exilio, con la oportunidad de reivindicar otro relato histórico y otras formas de construir esa historia, de inspiración evidente en estos parámetros particulares retrospectivos.2
XAVIER MINA ENTRE LA HISTORIA Y LA LITERATURA: LA CONFORMACIÓN DE UN ICONO INTERHISPÁNICO
Los estudios existentes para aproximarse a la reconstrucción histórica de la vida de Xavier Mina Larrea son numerosos, al igual que los relatos que hablan de sus aventuras y desventuras. Aun así, no es este lugar para recomponer en detalle la trayectoria vital del afamado guerrillero navarro, más si cabe cuando ya existen documentados trabajos al respecto.3 No es necesario, pues, que nos extendamos en demasía por la vida del mozo, ya de sobra conocida, pero conviene recordar algunas pinceladas de cara a entroncar las vicisitudes que vivió con la de sus reseñadores, de lo cual hablaremos después. No está de más, por ello, señalar ciertos hitos significativos de su vida para encuadrarlo dentro del imaginario colectivo que analizaremos.
Podemos definir su periplo existencial recurriendo a la tónica con la cual le ha denominado en repetidas ocasiones el propio Manuel Ortuño: guerrillero, liberal e insurgente. Estos tres apelativos definen a grandes rasgos su trayectoria vital durante la última década de su vida, la que a la postre forjaría su mito. Nacido en la localidad navarra de Otano en julio de 1789, marchó a estudiar primero a Pamplona y después a Zaragoza, poco antes del estallido de la resistencia armada frente a la invasión francesa de 1808. A partir de entonces, regresó a su tierra natal y allí formó el llamado Corso Terrestre de Navarra, un pequeño contingente que tendía emboscadas tácticas al ejército napoleónico en rutas de tránsito y abastecimiento. Pronto le llegaría la fama entre las tropas fieles al monarca cautivo y los batallones franceses desplegados en el norte peninsular le persiguieron por la eficacia de sus incursiones (Fraser, 2006, pp. 639-645). Así fue como lo acabaron capturando y pasó la etapa final de conflicto bélico preso en Francia, trasladado finalmente al castillo de Vincennes de París. Allí compartió su reclusión junto al general La Hoiré, quien le ayudó a mejorar su francés, le instruyó en diversas materias y le inculcó valores revolucionarios. Finalizada la contienda y restaurado el régimen anterior a la crisis desatada por las abdicaciones de Bayona, regresó a Navarra y tras entrevistarse con el rey mientras acompañaba a su tío Francisco de Espoz e Ilundáin en la Corte, ambos se pronunciaron en septiembre de 1814 en Pamplona, pero la intentona resultó ser un fracaso.
Perseguido, Mina se escondió en Francia, donde fue retenido y recluido de nuevo. Logró zafarse de su encierro trasladándose junto con sus hombres al depósito de Bayona desde Burdeos para después embarcarse en Bilbao rumbo a Londres. Allí frecuentó el círculo del aristócrata lord Holland (Moreno Alonso, 1997), afecto a los opositores españoles del monarca absoluto, a lo largo del año 1815. Ahí entró en contacto con otros exiliados por el despotismo de Fernando VII y con algunos ideólogos promotores de la insurgencia americana. Planearon una expedición para apoyar a los insurrectos contra la autoridad virreinal en Nueva España que le hizo pasar primero por diversas localidades estadounidenses -Norfolk, Baltimore, Filadelfia o Galveston- e islas del Caribe como Jamaica o Haití. En este último lugar fue donde se entrevistó con su presidente, Petión, y con Simón Bolívar (Lewis, 1969). Su cometido en este recorrido era el de reclutar una tropa voluntaria con la que acometer la incursión en los territorios novohispanos, aunque no logró el éxito de convocatoria esperado. La campaña dio comienzo tras el desembarco en Soto de la Marina en abril de 1817 y se prolongó hasta su derrota y prendimiento en la hacienda del Venadito en noviembre de aquel año. Fue fusilado poco después, en el cerro del Bellaco, por las tropas realistas del general José de la Cruz (Cava Mesa, 2017, p. 67).
Es, a grandes rasgos y en estos términos, por lo que Mina ha sido invocado como un prócer de la patria mexicana por una parte significativa de quienes han dedicado sus esfuerzos a recuperar su andadura. La labor de difusión de sus actividades y de sus actuaciones ha sido transmitida desde un halo de cierto grado de sacralidad propio de grandes personajes que protagonizaron los sucesos designados como hitos dentro de procesos para el impulso de un paradigma historiográfico decimonónico encaminado a construir el relato nacional hegemónico (Rodríguez Tapia, 2019). Estos efectos no se han paliado en la medida en que la imagen de Mina sigue presente dentro de ciertos relatos en los países donde desarrolló su devenir como guerrillero e insurgente.
CONCOMITANCIAS EN LOS VÍNCULOS HISTÓRICO-LITERARIOS ENTRE ESPAÑA Y MÉXICO: SOBRE JOSEP MARIA MIQUEL I VERGÉS (1905-1964) Y MANUEL ORTUÑO MARTÍNEZ (1927-2017)
Si bien es cierto que se han dado algunos antecedentes por el uso de fuentes y relatos, el acercamiento a la figura de Mina pasa obligadamente por una serie de referentes entre los que no se debe excluir a los dos autores que procedemos a presentar. Ambos se han constituido en claros ejemplos de los acercamientos biográficos sobre su figura. No es este lugar donde realizar concienzudos análisis sobre las biografías de Miquel i Vergés y Ortuño Martínez, más si cabe con algunos trabajos existentes para ello entre los que citaremos. Lo que sí estimamos pertinente es ofrecer algunas pinceladas sobre sus trayectorias vitales para comprender su vinculación con la de Mina, lo cual nos ofrece pistas sobre su interés por dicha figura en determinados contextos históricos.
Sobre Josep Maria Miquel i Vergés (Guedea, 2015)4 sabemos que nació en la localidad barcelonesa de Arenys de Mar en 1905. Allí discurrió su juventud hasta que se trasladó a la capital de la provincia para estudiar la carrera de Filosofía y Letras en la universidad, materia de la que se licenció. Sus primeras investigaciones giraron en torno al estudio del movimiento literario romántico catalán, el fenómeno de la Renaixença y sus manifestaciones a través de la prensa decimonónica. Su orientación política pronto se vinculó con la corriente nacionalista catalana, lo que le llevó a militar en el partido Acció Catalana. Durante la segunda república y la guerra civil española contribuyó en la administración de la Generalitat de Cataluña, desempeñando algunos cargos en instituciones vinculadas con la cultura. En 1939, en vistas al resultado hacia el cual se encaminaba el conflicto armado, fue desplazado a Francia y, desde allí, se dirigió a México, instalándose en su capital, donde adquirió una vivienda en Coyoacán.
A instancias de los agregados culturales del momento, se vinculó con la Casa de España, donde fue becario doctoral y realizó allí una investigación destinada a la realización de su tesis en torno al tema de la prensa insurgente durante la época anterior a la independencia mexicana, defendida en 1941. Continuó vinculado a la misma institución una vez que se transformó en El Colegio de México, donde se dedicaba a labores de investigación y docencia sobre el siglo XIX. Su gran proyecto editorial fue la elaboración de un diccionario biográfico sobre insurgentes en México (Miquel i Vergés 1969), que finalmente vio la luz como publicación póstuma en la editorial Porrúa, la cual cuenta además con varias reimpresiones como las de 1980 y 2016. Entre tanto, elaboró una serie de obras como la que aquí nos va a ocupar, pero también la edición de diversas fuentes -escritos hasta entonces inéditos de fray Servando Teresa de Mier o documentación de las legaciones diplomáticas del Archivo de Relaciones Exteriores- y otros trabajos basados en documentación exclusiva del acervo que acopió en Europa el ingeniero exiliado Josep Bertrán i Cusiné o sobre la estancia mexicana de Prim. Murió en su casa de Coyoacán en 1964.
La labor como historiador de Miquel i Vergés se forjó tras su llegada a México, aunque sus temas de estudio no variaron de forma significativa en relación con las investigaciones que había venido desarrollando con anterioridad. Sus intereses por la prensa y el siglo XIX fueron una constante presente tanto en su obra producida en Cataluña como en el país que le acogió, al igual que lo fue que continuase componiendo poesía y obras de teatro en catalán, aparte de alguna que otra novela. También colaboró en algunas de las publicaciones periódicas y revistas que editaron entre el colectivo catalán residente en México, tales como Pont Blau, La Nova Revista o La Nostra Revista, y fundó junto a otros emigrados las revistas Full Catalá o Quaderns de l’Exili.
La vida de Manuel Ortuño Martínez5 discurrió por otros derroteros distintos a los de Miquel i Vergés, aunque la convergencia con México sigue presente en ambas trayectorias vitales. Este polígrafo nació en Ayora, provincia de Valencia, en 1927, en el seno de una familia respetable. Cursó sus primeros estudios entre Alicante y Ciudad Real, hasta que pudo trasladarse a Madrid, donde se licenció en Ciencias Políticas en 1957. En sus años de estudiante fue un activo participante en el Sindicato de Estudiantes Universitarios, con relación sobre todo a postulados de corte europeístas. Fue a su vez un colaborador recurrente en diferentes publicaciones de aquella organización. Durante 1956 participó en las protestas estudiantiles contra el régimen franquista, por lo cual las autoridades le ficharon y encarcelaron en el centro penitenciario de Carabanchel. Allí estuvo preso durante unos ocho meses. Fue durante ese periodo cuando estableció vínculos con otros presos políticos favorables a medidas de apertura democrática del autoritario régimen español. Previo a estos acontecimientos, debemos resaltar que Ortuño venía trabajando en diferentes agencias de viajes y otras empresas vinculadas al sector del turismo, razón por la cual pudo trasladarse a Barcelona tras salir de prisión. En 1960 decidió marchar junto con su familia a México y en 1961 ya se habían instalado en su capital. En la ciudad, además de trabajar en otras agencias turísticas y colaborar con algunas editoriales, ejerció también como docente en Ciencias Políticas en la Universidad Nacional Autónoma de México. En 1977 regresó a España para reinstalarse en Madrid, donde desempeñó algunos cargos en su consistorio mientras se encontraba al frente de la administración municipal el alcalde Enrique Tierno Galván, entre otros puestos de responsabilidad pública.
En los últimos años del siglo XX inició al fin las indagaciones que se encaminarían a la elaboración de una tesis doctoral sobre Xavier Mina, la cual defendió en la Universidad Complutense en 1998 (Ortuño Martínez, 1998) y dio lugar a toda una serie de publicaciones al respecto (Ortuño Martínez, 2000; 2003; 2006; 2008 -reeditado en México, 2021-; 2011; 2013). Tras ello, a modo de empresa familiar, fundó la editorial Trama en Madrid, en la cual ha publicado algunos de sus libros y recopilaciones de materiales sobre la vida de Mina por parte de sus colaboradores, producidos por él mismo (Brush, Webb, Bradburn y Terrés, 2011; Mier, 2006; Mina, 2012; Ortuño Martínez, 2008). Al final de su vida, tras escribir una serie de ensayos de distinto cuño, empezó a editar una especie de autobiografía documental llamada Retazos de memoria, de la cual llegó a publicar, a partir de 2015, tres volúmenes en los que abarca recuerdos de su juventud hasta 1960. Falleció en marzo de 2017 en Madrid.
A raíz de la mencionada tesis doctoral, dirigida por el profesor Manuel Ballesteros Gaibrois, Ortuño ha sido sin lugar a dudas el biógrafo más destacado de Xavier Mina en España al englobar análisis concienzudos sobre sus acciones y recorridos tanto en Europa como en América. Sus trabajos han servido como una notoria reivindicación para la recuperación de su memoria tanto entre el gremio de los historiadores patrios como de cara al resto de la sociedad. Aun así, a nuestro entender, sus aportaciones más significativos no han sido las obras que dan cuenta de una pormenorizada reconstrucción de la biografía de Mina, labor en la que se empeñó hasta sus últimos días y cuyo método de trabajo, poco definido y basado en la acumulación de materiales y citas extensas, apenas contribuye a forjar una argumentación clara sobre qué pretendió transmitir con su obra más allá de arrojar una mayor luz sobre la vida y avatares del joven guerrillero navarro. Más bien, la importancia de su labor ha consistido en la concienzuda prospección de acervos diversos en diferentes países y poner en disposición de los investigadores numerosos materiales al respecto. Entre todas las publicaciones derivadas de su investigación, lo que podría destacarse son, como resultados más significativos de su trabajo, las antes mencionadas ediciones paulatinas de fuentes referidas al entorno y la época de sus objetos de estudio, las cuales pueden servir para facilitar a otros investigadores su consulta y utilización.
CONTRASTES DE CREACIÓN: EL REFLEJO DEL DESTIERRO EN LAS BIOGRAFÍAS SOBRE XAVIER MINA PRODUCIDAS DESDE EXPERIENCIAS DE EXILIO
En general, la obra historiográfica de estos dos autores entabla ciertos grados de similitud, pero también diferencias en los enfoques de partida. Empecemos por estas últimas. Los casos de las trayectorias vitales, no demasiado alejadas en el tiempo pero sí en la incidencia del fenómeno traumático que pudo suponerles el exilio, obligan a realizar una verdadera separación de estilos. Miquel i Vergés es un auténtico desplazado a causa del conflicto, a modo de refugiado político, ya que de continuar en España o Francia habría sufrido tanto la más cruda represión de la inmediata posguerra como el posible confinamiento en campos de concentración que vivió la población desplazada, idénticos a los que hubo de huir cuando se trasladó a Francia. Mientras, en el caso que concierne a Manuel Ortuño, podríamos simplificar lo que fue con la categoría de desplazado del tardofranquismo. Su situación no se equipara a la anterior, pues su vida no estaba en riesgo pese a sus actividades de oposición al régimen, que sí le valieron pasar por prisión y, en última instancia, se marchó del país por su propia voluntad de cara a mejorar sus expectativas profesionales. Aun con todo, bien podría haber vivido con su familia un cierto grado de exilio interior al haberse trasladado de Madrid a Barcelona, huyendo de la más que probable observación policial.
En cuanto a las similitudes que hemos podido apreciar en las obras de ambos autores, no sólo se debe al interés que mostraron hacia una misma época, con un enfoque de base parecido y centrado en actores destacados de entonces, sino por su posicionamiento. Este se orienta con claridad hacia la recuperación de la memoria de dichos adalides como hombres enfrentados a los dirigentes tiránicos instalados en el poder de su tiempo, por lo cual acabaron erigiéndose en mitos de las causas opositoras entre el imaginario colectivo posterior de movimientos intelectuales y políticos de tintes liberal-progresistas. De ahí el tratamiento insuflado de protagonismo y su recurrente formulación como agentes de grandes capacidades transformadoras y carismáticas. De tal forma, inculcaban sus propias aspiraciones a esos hombres del pasado, encaminadas a la obtención de un gran bien mayor para la colectividad de sus compatriotas y allegados. En parte es lo que han expuesto también en sus respectivas obras sobre el general catalán Juan Prim (1814-1870), personaje con una también significativa carga simbólica dentro del ámbito de la historia y la historiografía progresista española y, a su vez, por sus claros vínculos con México, debidos a su participación en distintas acciones militares europeas en los territorios de aquel país durante la década de 1860 (Miquel i Vergés, 1949; Ortuño Martínez, 2009).
Convendría, tras las primeras reseñas bio-bibliográficas sobre estos dos escritores, considerar los antecedentes y obras más significativas que elaboraron entre México y España en torno a la figura del joven guerrillero navarro, a modo de contextualización para abordar las razones sobre su producción. Para ello, el propio Ortuño desarrolló una labor de recopilación digna de mención, a la que remitimos y en la cual basamos este recorrido con algún que otro añadido (Ortuño Martínez, 2000, pp. 301-308).
Empecemos por Francisco Javier Mina y Pedro Moreno, caudillos libertadores, de Antonio Rivera de la Torre (1917) , que se publicó el año del centenario de la ejecución del joven navarro y versaría sobre la relación entre él y el cabecilla insurgente Pedro Moreno durante las campañas de 1817. Se asentaría en las fuentes habituales para reconstruir el relato de las campañas de la tropa desembarcada a lo largo de su campaña por la región del Bajío, principalmente a partir de los testimonios de su pariente Agustín Rivera (2010), autor de Viaje a las ruinas del Fuerte del Sombrero, aparecida por primera vez en San Juan de los Lagos en 1875, y cuyo relato se basaba en la información de las andanzas de Moreno que facilitaron sus descendientes.
Unos años más tarde saldría impresa, en la editorial madrileña Espasa, Mina el Mozo, escrita por el también mexicano Martín Luis Guzmán (1932) para la colección “Vidas españolas e hispanoamericanas del siglo XIX”, a petición de José Ortega y Gasset. Guzmán (1990) había realizado una minuciosa investigación documental en archivos españoles y franceses mientras se encontraba fuera de México para prepararla, tal como señala en sus agradecimientos, lo cual se puede apreciar por el gran detalle con que trata la vida del biografiado durante sus lances por España y Francia, momentos en los que este libro se centró. En 1955 agregó una segunda parte que, en comparación con la primera, era una escueta reseña de sus vivencias desde que desembarcara en Londres, que al parecer el autor deseó pero no logró ampliar y que intituló Javier Mina. Héroe de España y de México. Las subsiguientes ediciones que fueron apareciendo en diferentes empresas editoriales no recogieron más añadidos a esta última versión.
Poco después, en la misma década, vería la luz una nueva biografía a cargo de la pluma de Rafael Ramos Pedrueza (1937) titulada Francisco Javier Mina, combatiente clasista en España y América. Reproduce una lectura de los acontecimientos en clave marxista, mentalidad en la que se encuadraba el pensamiento de su autor, fruto también de su tiempo. Si hay algo más que destacar de esta obra es su prólogo, debido a la pluma del por entonces embajador de la república española en México, Félix Gordón Ordaz, que la firma en septiembre de 1936. Esos párrafos anticipan ya las claves interpretativas del hilo rector del texto que prologa, junto con la dedicatoria a los “heroicos milicianos españoles” (Sola Ayape, 2020, p. 565).
Ya en los años centrales de la centuria, aparecieron otras obras debidas a mexicanos en las que se hacía referencia a la gesta de Mina, si bien no era el asunto central de su trama. La primera sería La revolución de Independencia, del filósofo Luis Villoro (1953) , y la segunda, que aparecería como parte de una trilogía en 1956, Vicente Guerrero, el carácter, del prolífico escritor y maestro, antiguo revolucionario, José Mancisidor (2019) . Villoro dedica escasos párrafos a valorar la poca adhesión que los sectores populares novohispanos pudieron tener ante los planes del navarro para restablecer el sistema constitucional gaditano en los territorios que aún integraban la Monarquía española en América (Villoro, 1953, p. 105). Mancisidor rescataba en un par de capítulos de su libro sobre la figura del insigne insurgente los últimos compases de la expedición novohispana, protagonizada por su instigador. Destacaba el tono heroico, de notorias virtudes ciudadanas, con que le retrataba, contribuyendo más si cabe a la forja de su mitología como prócer carismático.
Las semblanzas señaladas, si bien algunas se encasillan en el género del ensayo, son de lo que podríamos calificar como biografías al uso, cuya factura se basa en un corte compositivo tradicional para este género, pues hacen una descripción lineal de la vida del biografiado sin apenas recurrir a una adecuada presentación del entorno en el que se desenvolvió su trayectoria y sin incluir dentro de debates historiográficos sobre la época del protagonista (Davis y Burdiel, 2005, pp. 15-17). De esta manera, quedan insertos en el tiempo como si fuesen compartimentos estancos a la vez que su vida sucede alrededor de una relación de tópicos, sin producir un avance sustancial en el conocimiento de dicho encuadre más allá de las noticias y avances que pudieran dar de sus propias indagaciones o sobre el mismo biografiado. En este sentido, ofrecieron los resultados obtenidos de unas investigaciones previas que les han servido para adentrarse en otros elementos de análisis que han desembocado en dichos relatos, dado que el alcance que buscan se dirigía más hacia públicos menos especializados y más generalistas, mostrando además cierto interés aleccionador.
Eso es lo que ocurre con Mina, el español frente a España de Miquel i Vergés (1945) , una obra aparecida en la recién creada Xóchitl, “compañía editorial fundada por Eduardo de Ontañón, exiliado español, y por el historiador mexicano Joaquín Ramírez” (Guedea, 2015, p. 162). El caso de Manuel Ortuño es más llamativo. Como ya habíamos apuntado, el desarrollo de su obra se deriva de las investigaciones que llevó a cabo para preparar su tesis de doctorado, de ahí que todos sus libros sobre el navarro hayan aparecido tras la fecha de su defensa. Hemos enumerado, al menos, seis obras de diferente registro resultantes de ella -contando asimismo con una (Ortuño Martínez, 2006) que recopila algunos de sus trabajos incluidos en diferentes publicaciones científicas- que han visto la luz en diferentes editoriales. En general, todas las que versan sobre el relato de los avatares de la vida de Mina son de una factura bastante similar en cuanto a contenido, estructura y forma de aproximación, si bien a veces trata de adaptar el registro en función del público objetivo. Comprendemos la apelación por incluir en el primer catálogo editorial de Xóchitl un texto como el que elaboró Miquel i Vergés, cargado de halo romántico contra la intransigencia del para ellos despotismo característico de los malos gobiernos españoles que les hizo huir de su país. Uno de los libros sobre Mina de Ortuño, tal como se explica en la presentación firmada por el entonces consejero de relaciones institucionales y portavoz de educación del Gobierno de Navarra, Alberto Catalán Higueras, está destinado a “permitir que nos fijemos en ejemplos de acción notables, el de lograr que su andadura ilumine también nuestra propia vida y nuestro proceder”, añadiendo con posterioridad que existe “un objetivo social: que los ciudadanos, y no sólo los navarros, conozcan y valoren lo que Navarra, y los navarros, ha aportado, a lo largo de la historia, a la cultura y la sociedad” (Ortuño Martínez, 2011, pp. 7-8). Esta labor pedagógica, por extensión, estaría destinada a presentar un compatriota ilustre, ni más ni menos que por uno de sus mayores conocedores. Con esto, se puede inferir que forma parte de una labor aglutinante, ideada desde planes políticos concretos, hacia este tipo de personalidades que elaboran determinadas administraciones. Las demás ediciones también están habitualmente prologadas -la primera (Ortuño Martínez, 2000) por una descendiente del guerrillero, la segunda por el constitucionalista e historiador mexicano Fernando Serrano Migallón (Ortuño Martínez, 2003) o la tercera por el americanista español Manuel Lucena Giraldo (Ortuño Martínez, 2021)- y su orientación estilística responde claramente al tipo de público del país donde se editaron, es decir, unos para la audiencia española y otros para la mexicana.
Antes de adentrarnos en los textos, conviene indagar en un aspecto fundamental para la realización de cualquier trabajo de corte historiográfico, es decir, en las fuentes utilizadas. Si bien Miquel i Vergés (1969, pp. 386-388) recurre a pocas referencias, recogidas en la entrada sobre Xavier Mina en su diccionario,6 Manuel Ortuño es, como era de esperar tras una investigación de varios años sobre el particular, mucho más profuso en el recurso y variedad de las mismas. Así, además de correspondencia, testimonios de época o documentación oficial cuyo acopio hizo por varios países, también consiguió consultar diarios de guerra elaborados por los acompañantes de su expedición y entablar un diálogo, un tanto monótono ya que meramente reproduce lo que dicen tales investigaciones, con la historiografía precedente. La bibliografía recogida por Ortuño se debe también a la distancia temporal entre la elaboración de las obras de ambos, de una diferencia aproximada de 50 años, con lo que a cantidad de producción literaria y científica disponible supone.
Ahondemos ahora en lo que estos escritos pretendieron transmitir a través de su contenido. Para dar comienzo a su libro, Miquel i Vergés (1945, pp. 5-14) prefirió presentar algunas pinceladas sobre la época a modo de contextualización introductoria en dos breves capítulos. Dicho marco no entra en mayor detalle ni discusión que el de presentar la situación de España poco antes del estallido de la guerra de 1808. El escritor catalán recurre a tópicos historiográficos sobre la época: la inacción de los reyes ante los abusos de Godoy que llevaron al príncipe de Asturias, el futuro Fernando VII, a conspirar contra sus padres hasta lograr su abdicación, así como la habilidad de Napoleón para manipularles a todos ellos en el proceso. Con posterioridad se lanza a relatar, muy sucintamente, los orígenes del incipiente guerrillero (Miquel i Vergés, 1945, pp. 15-19). Es significativo apreciar el contraste con las obras de Ortuño (2000, pp. 33-39; 2003, pp. 4-10; 2011, pp. 19-31; 2021, pp. 21-38), quien suele comenzar a contar la vida del famoso guerrillero sin mayores rodeos, dándonos breves notas sobre su infancia y juventud a través de un relato de tintes narrativos, presentándolo de manera bastante anecdótica. Con estos recursos, trata de crear un vínculo de familiaridad entre personaje y lector, pero también nos acaba por mostrar sus vastos conocimientos sobre la región navarra, con profusas descripciones de localidades y entornos en los que se crió el joven Mina. En este sentido, se manifiesta la presencia de un arquetipo de arcadia entre familia, campo y región que sentarán las bases explicativas de la posterior actuación del muchacho. En definitiva, espacio y tiempo perdidos, de no retorno, a causa de la coyuntura bélica y sus consecuencias.
De esta forma, ambos autores entran a continuación en su desenvoltura como confrontador de los invasores. Los dos recurren a exponer los episodios militares más significativos en los que participó, exaltando sus dotes de liderazgo y de estratega, en esas acciones puntuales del Corso Terrestre de Navarra y bajo el mando de Aréizaga o Blake entre 1808 y 1810. También con sus colaboraciones junto a las guerrillas que dirigía su tío Francisco de Espoz e Ilundáin (Miquel i Vergés, 1945; pp. 20-32; Ortuño Martínez, 2000, pp. 61-92; 2003, pp. 17-33; 2011, pp. 29-50; 2021, pp. 38-48).
Resulta llamativo el trato que ambos dan del joven ante su prendimiento y posterior prisión en diferentes confinamientos por Francia. Mina pasó casi cuatro años de cautiverio en territorio francés, con traslados periódicos y largas temporadas en diferentes prisiones. Lo cual no fue óbice para que, según apuntan nuestros autores, sus captores no le vieran como una especie de leyenda hecha realidad y se admirasen de su disciplina y caballerosidad en el campo de batalla, cosa por la que pudo salvarse de ser ejecutado (Miquel i Vergés, 1945, pp. 36-39; Ortuño Martínez, 2000, pp. 93-100; 2003, pp. 33-42; 2011, pp. 51-56; 2021, pp. 49-53). En un principio, estuvo recuperándose de las heridas que sufrió durante su prendimiento en Bayona, en pésimas condiciones, y aguantó un régimen de confinamiento bastante severo. Eso no impidió que acabase por relacionarse tanto con sus captores como con otros prisioneros, incluso pudo mantener intercambios epistolares con familiares. En dicha etapa, tuvo contacto, tras un prolongado aislamiento en una celda del castillo de Vincennes, con Victor Fanneau de La Horié, episodio destacable según sus biógrafos. El general francés, de formación académica y opositor a Napoleón, mantuvo numerosas conversaciones con Mina durante su cautiverio, compartiéndole vastos conocimientos sobre diferentes materias. Su amplia cultura, su experiencia en la teoría militar y, sobre todo, sus virtudes ciudadanas, aprecian estos autores, crearon una honda marca en el joven navarro. Como señalaba Miquel i Vergés (1945): “La Horié le enseñaba también que por encima del fervor dinástico existía la libertad, vocablo que Mina descubría entonces con todo su valor y por el cual ofrendarían maestro y discípulo sus propias vidas: la de la Horié en una conspiración contra el tirano; la de Mina en la causa de la independencia de la Nueva España” (p. 40).
Ortuño (2011) va más lejos en su calificación de lo vivido por Mina en el castillo francés, pues lo categoriza como “un periodo lleno de satisfacción para Xavier” (p. 65). El contagio del espíritu revolucionario sin duda se manifiesta como un elemento definitorio del pensamiento liberal de Mina, que además proyecta algunas expectativas políticas de los autores sobre su objeto de estudio.
El regreso del joven navarro a su tierra también fue un episodio controvertido, en especial tras el viaje que hizo con su tío a la Corte en junio de 1814, el pésimo recibimiento que les dio el monarca y la intentona para un pronunciamiento en Pamplona ante la negativa real de reconocer sus servicios y sacrificios durante el conflicto armado (Ortuño Martínez, 2011, pp. 83-97). Miquel i Vergés (1945, pp. 45-50) dedica a este acontecimiento pocas líneas y vuelve a hablar más bien de la salida de su familia hacia Francia y su paso por Pau, Burdeos y Blaye. Ortuño (2000, pp. 187-198; 2003, pp. 81-90; 2011, pp. 83-102; 2021, pp. 91-98), por su parte, incide un poco más en ello, señalando peripecias que el joven navarro acometía para desplazarse hasta Bilbao tras atravesar la frontera y dirigirse a Inglaterra, donde se reuniría con lo más granado de la resistencia española y americana a Fernando VII.
Estos momentos abrieron un nuevo horizonte ante Mina y sus acompañantes en Londres, lugar donde se recibía a exiliados españoles peninsulares y americanos opuestos al régimen absolutista. Accedió al círculo de lord Holland, el aristócrata que se rodeó de dichos emigrados por su tendencia a “emocionarse ante la resistencia española” debido a “su espíritu caballeresco” (Miquel i Vergés, 1945, p. 52). Los apoyaba en sus iniciativas con vistas a favorecer la apertura de España y sus territorios ultramarinos. Ante la pregunta que se formula Miquel i Vergés (1945), “¿por qué fijóse Mina en México?” (p. 57), aporta, entre otras razones -el contacto con algunos militares estadunidenses, como el general Scott, o la presencia del novohispano fray Servando Teresa de Mier- una respuesta significativa:
después de la muerte de Morelos, a pesar de contar con hombres valerosos, carecía de un genio militar capaz de hacer revivir la esperanza de los patriotas que de desfallecimiento en desfallecimiento habían llegado muchos de ellos a acogerse al indulto que, con más o menos lealtad, ofrecía el gobierno español […] Él iba a ser el hombre; el brazo ejecutor de los ideales liberales en América, el continuador de la rebeldía decadente por la falta del don concedido a algunas otras colonias que vieron nacer de entre sus hombres caudillos vencedores de la opresión y la muerte (p. 60).
Estas afirmaciones de ensalzamiento, con un tono más laudatorio hacia Mina, contradicen la versión que mantiene Ortuño (2000, pp. 236-239; 2003, pp. 108-113; 2011, pp. 115-117; 2021, pp. 111-114), ya que, durante la preparación de la expedición, tanto en Inglaterra como en Estados Unidos, asegura que su objetivo último fue brindar apoyo al gobierno insurgente, gestado bajo la dirección política y militar de Morelos, no así encabezarlo. Tras desembarcar en el puerto novohispano de Soto de la Marina la primavera de 1817, dicha iniciativa se encontraba desmantelada -Morelos había sido capturado y rápidamente ejecutado a finales de 1815- y el mando se había fragmentado.
Tras negociar con inversores ingleses afines a las demandas de los españoles emigrados, en mayo de 1816 llegó el momento de embarcar y atravesar el Atlántico. Una vez alcanzado el puerto de Norfolk, por lo cual Mina y sus acompañantes habían pasado toda una serie de eventualidades (Ortuño Martínez, 2000, pp. 263-279; 2003, pp. 122-132; 2011, pp. 122-125; 2021, pp. 121-122), comenzaron las movilizaciones para buscar fondos y reclutar a quienes irían con ellos a territorios novohispanos. A través de las proclamas que hacía Mina, con un alcance público significativo, se aceleraron las actuaciones de los oficiales españoles en Estados Unidos, como el ministro plenipotenciario Juan de Onís o el agente doble Antonio Álvarez de Toledo (Ortuño Martínez, 2000, pp. 315-319 y 337-343; 2003, pp. 2011, pp. 135-139; 2021, pp. 139 y 141-142). Su reputación le precedía entre los hombres de armas de la región, pero también entre corsarios cuyo favor trató de granjearse para su causa.
Durante la preparación de la expedición en el hemisferio occidental, hay un episodio que Miquel i Vergés pasa por alto y que Ortuño (2000, pp. 349-356) magnifica: el encuentro entre Xavier Mina y Simón Bolívar en Haití, auspiciado por el presidente Petión. Esta oportunidad de poner frente a frente a dos prohombres y estadistas queda difuminada más por la mitología que circunda a ambos que por su verdadera situación en el momento, que no era la mejor para ninguna de las partes. Ortuño valora que el proyecto de Mina, al que Miquel i Vergés (1945) tachaba de “desestructurado” y “descabellado” (p. 77), dejó al Libertador “impresionado” (Ortuño Martínez, 2011, p. 145). Su importancia le parece “incuestionable” a pesar de lo “escasamente comentado por los historiadores” y destaca que “sus relaciones con el caraqueño fueron excelentes” (p. 146). Afirma además que “en todo momento reinó entre ellos una relación de simpatía mutua. Bolívar sentía sin duda la satisfacción de mostrar sus efectivos y de compartir sus inquietudes, militares e ideológicas, con el héroe al que precedía y rodeaba la leyenda de héroe guerrillero” (p. 147).
En los ambos casos, el detenimiento en la última parte es, por su relevancia y la mayor documentación disponible en territorio americano, más extensa y detallada, pues es la referida a los hechos que más fama otorgaron a Mina en Nueva España: la expedición que encabezó para enfrentarse a las tropas realistas y apoyar la causa del autoproclamado Congreso mexicano. Otro punto donde parece que Mina causó gran admiración y respeto entre sus allegados, aliados y enemigos. Para Miquel i Vergés, el relato se acerca más a una historia oficial mexicana, comprensible si asumimos el acceso que tendría a fuentes de información disponibles durante aquella época en el país. Mientras, Ortuño, con su característico estilo de apego a los documentos, refiere a extensos fragmentos transcritos de relatos, informes y diarios de campaña escritos por testigos e historiadores más próximos en el tiempo al desarrollo de los hechos. Lo que podemos apreciar en ambos es el énfasis en el genio y capacidades militares del joven frente a sus rivales, a los que se denigra de manera sistemática por su condición de leales al despotismo, minusvalorando con ello sus méritos y competencias, en pos de ensalzar al protagonista de sus relatos.
Ortuño (2011) describe ideas expuestas en una misiva que Xavier Mina envió al comandante de las Provincias Internas del Oriente, el brigadier realista Joaquín Arredondo, en los siguientes términos:
Es un texto cargado de razonamiento, convicción y patetismo. A pesar de su juventud, Mina parece asumir el peso de la historia más reciente y se hace intérprete de los principios que trataban de imponerse en Europa y España, como respuesta a las expectativas de su tiempo. Representaba la nueva España, la de la generación de 1808, de la revolución de independencia, de los liberales enfrentados al servilismo de muchos siglos. Mina estaba en la línea de la modernidad y del progreso y, con una enorme carga de ingenuidad y sencillez, pretendía transmitir sus convicciones (p. 180).
Cabría resaltar el tratamiento de algunos episodios de esa expedición. La resistencia a las penurias a las que hicieron frente, a las diferencias con los insurgentes o el trato hacia compañeros heridos y caídos en diferentes enfrentamientos sumaban actos para acrecentar el nivel de sacrificio de Mina y los suyos en tan aciagas circunstancias, mostrando sus cualidades excepcionales. Las descripciones de suplicio, desengaños sufridos y la conflictividad con otros cabecillas, además del ya de por sí constante hostigamiento de las tropas realistas, no hacen más que acrecentar la condición de epopeya de esta campaña. El colofón, como no podía ser de otro modo, responde a la ejecución de Mina en el cerro del Bellaco, en noviembre de 1817, momento que consagró la definitiva forja del mito.
CONSIDERACIONES FINALES
Como recapitulación sobre lo que hemos venido exponiendo, propondremos una serie de observaciones fruto del estudio propuesto. Ante todo, la obra sobre Mina de Miquel i Vergés y Ortuño Martínez representa el mantenimiento de una tradición sobre el relato de su figura, por más matices y datos que añadieran o más percepciones de supuesto corte objetivo o cientifista se ofrecieran. Básicamente llevaron a cabo un ejercicio de reconstrucción sobre una figura mitificada que no terminan de bajar de su pedestal, sumado a un tono hasta cierto punto admirativo por sus actividades y tomas de partido. Así, estos trabajos funcionan más como exempla que como obras históricas per se, contribuyendo a mostrar una vida ejemplar, observada aun desde cierto grado de romanticismo entre estos biógrafos. La necesidad de buscar referentes en el pasado para expresar sensaciones y motivaciones o explicar las causas de su propia circunstancia vital les llevó a proyectar, hasta cierto punto, esa experiencia.
¿Fue eso lo que les llevó a presentar de esta forma la vida de Mina? Por lo que hemos podido apreciar, no existe en sus testimonios directos una relación con lo antes referido, como pudiera ser el caso de otros desterrados, pero tampoco por ello debemos descartarlo. La nostalgia del hogar perdido y el anhelo por retornar se combatían de formas variadas, una de ellas recreando las proezas de otras grandes figuras que, como ellos, se enfrentaron a regímenes opresores e intolerantes. La inspiración en estas vivencias está marcada, contribuyendo además a la gesta de un relato histórico opuesto al oficial que el entonces régimen español asentó. No obstante, el rescate de estas grandes personalidades de la política, la diplomacia, la guerra o la literatura aportaba datos de manera orientada por las circunstancias del momento en que se gestaron, redactaron y publicaron, a pesar de las aportaciones innovadoras y significativas que pudieran brindar. Las formas de presentación del relato, de marcada tradición positivista por el recurso de datos descriptivos y el manejo literal de fuentes documentales, camuflan, hasta cierto punto, el discurso al que nos referimos, aunque sigue estando presente en las valoraciones, más o menos numerosas, que hacen del biografiado y su época. Eso también queda explicitado en la visión de la historia de España que tienen y que coincide con buena parte de los intelectuales que se marcharon de España o quedaron marginados y sometidos dentro de sus fronteras por el régimen franquista.
En definitiva, el trauma exiliar produce esperanzas por nuevos libertadores a imitación de los del pasado, que lograran acabar con la condición a la que se han visto abocados o sirvieran a modo de recordatorio de los estragos que este tipo de circunstancias ocasionan. Para ello, se valen de la elaboración de relatos que prendan una llama, combinando elementos innovadores fruto de minuciosas investigaciones con formulaciones más bien tradicionales de construcción histórica. Dan paso así a nuevas memorias alternativas, tanto de la época que abordan como de la experiencia particular, integrando a su vez un nuevo relato de historias comunes entre Europa y América, o más concretamente en este caso, entre España y México. El recurso a una figura que une ambas realidades a más de cien años vista aparece como un resorte que, a la par, es un icono que representa horizontes frustrados desde la madre patria.