Se nos va en José Elguero, el primer periodista de México. Periodista nato. El periodismo era su vocación y su excelencia.
Su pluma fue lanza en ristre siempre por la verdad en contra de los enemigos de su patria.
Joaquín García Pimentel (1940)
INTRODUCCIÓN
Sorprende el escaso conocimiento que se tiene de la biografía de José Elguero Videgaray, un periodista mexicano que, más allá de la herencia intelectual que testó en forma de editoriales y artículos -fue defensor de la palabra dicha y además escrita-, a pocos de su tiempo dejó indiferentes, mereciendo el reconocimiento profesional tanto de sus admiradores, y no sólo lectores, como de los muchos detractores que encontró en el ámbito de la política. Como escribió el también escritor coetáneo Jesús Guisa y Azevedo (1956) , “Elguero era leído y estimado por todos” (p. 2). De su trayectoria profesional se desprende, tal y como quedará en evidencia en estas páginas, que fue un periodista incansable que, más allá de las inclinaciones políticas, ideológicas o religiosas que abrazó, dignificó la profesión en unos tiempos convulsos como fueron aquellos primeros lustros del siglo XX mexicano. Con el paso de los años, y más tras el acaecer de su temprana muerte, la verdad de su pluma acabó siendo respetada, reconocida y hasta admirada en México y fuera de él.
Desde este primer asiento, y teniendo muy presente la advertencia que en su día nos hizo François Dosse (2007) al respecto de la genuina, aunque difícil, pretensión de sacar todo a la luz sobre el personaje,1 el propósito de este artículo es trazar una semblanza biográfica de José Elguero que, además, y esta es una de nuestras intenciones, nos servirá para descubrir muchos de los elementos que definieron la trama histórica del tiempo que le tocó vivir, sin la cual no se entiende ni el trazo de su vida ni tampoco el contenido de su obra. Así, y en cuanto a la estructura formal del texto, si en la primera parte haremos un acercamiento al relato de su vida, incluyendo sus años de exilio en Estados Unidos y Cuba, en la segunda acopiaremos algunos testimonios sobre su figura y su obra de personajes de su tiempo tanto de su México natal como del segundo país que más quiso: España, ese país al que tan frecuentemente se refería con la acepción “Madre Patria”. Sin más dilación, y teniendo muy presente el dictum de Mílada Bazant (2013) -“La biografía es dictada por el tiempo del biografiado” (p. 18)- sirvan los párrafos siguientes para hacer un acercamiento a la vida de nuestro personaje y comenzar a gestar, siguiendo también la recomendación metodológica de dicha autora, el “andamiaje de su biografía” (Bazant, 2018, p. 79).
JOSÉ ELGUERO, UNA VIDA ENTREGADA AL PERIODISMO
José Elguero Videgaray nació en Morelia (estado de Michoacán, México) el 27 de octubre de 1885 y encontró su muerte en la ciudad de México el 3 de julio de 1939. Sus padres fueron Magdalena Videgaray y el historiador, abogado y también periodista Francisco Elguero Iturbide. De aquel matrimonio, consumado en febrero de 1883, nacieron tres hijos -Manuel, José y Guadalupe-, si bien el primero y la última fallecieron a temprana edad.
Aunque por su formación universitaria fue un hombre de leyes, desde muy joven José Elguero incursionó en el universo de la palabra escrita, llegando a ser un reconocido escritor, periodista y, finalmente, académico mexicano. Su pasión por la lectura venía desde su infancia, cuando a temprana edad, y a impulso de su padre, incursionó en el conocimiento y estudio de los grandes autores clásicos como Tácito, Plinio, Suetonio o Plutarco, así como en la lectura de libros de historia y de literatura española que, a la postre, le llevarían a interesarse por el cultivo de la prosa y la poesía. En este sentido, no fue casual su profunda admiración, tal y como así lo reflejó en muchos de sus artículos periodísticos, por escritores españoles como Lope de Vega, Miguel de Cervantes, Francisco de Quevedo, Santa Teresa de Jesús, Fray Luis de León o, ya en el escenario del siglo XX, por el poeta y dramaturgo Federico García Lorca.2 Nótese, por ejemplo, que a la edad de 19 años su sensibilidad poética y su particular manejo del soneto lo llevaron a ganar el primer premio de aquel concurso organizado por Atenógenes Silva, arzobispo de Michoacán, y concebido para reconocer las mejores composiciones poéticas en honor de la Inmaculada Concepción de María.3 De aquel mérito reconocido se desprende que, ya en los albores de su juventud, el fervor mariano de Elguero se puso en evidencia en el ejercicio de la práctica poética.4
Como se advierte, la biografía de Elguero quedó marcada por su fe en Dios.5 Así, estamos en presencia de un católico y de un hombre de profundas creencias religiosas que fueron su guía en la plenitud de su vida y que dieron sentido no sólo a su larga enfermedad terminal, sino a los últimos meses de sufrimiento que precedieron a su muerte. Tal y como sucedió con su afecto por la literatura, aquello también venía de cuna. Nació en una familia católica y se formó una familia católica. Siendo niño, y lejos de su ciudad natal, Elguero cursó sus primeros años de educación en Puebla en el colegio de la Compañía de Jesús. A su regreso a Morelia, continuó con su formación académica en el Seminario Conciliar, en ese entonces bajo la dirección de Francisco Banegas y Galván. Su infancia y adolescencia transcurrieron, tal y como se aprecia, en un ámbito formativo exclusivamente católico.
En 1904, y a la edad de 19 años, inició sus estudios universitarios de derecho, logrando su titulación en leyes en 1908. Y fue precisamente en su Morelia natal, donde dio sus primeros pasos en el campo laboral de la abogacía en compañía de su padre, también abogado.6 Eran los últimos compases del régimen del general Porfirio Díaz y, por consiguiente, faltaban tan sólo unos cuantos meses para la irrupción en el escenario político mexicano del empresario coahuilense Francisco I. Madero, el hombre que cambió el sino de la historia de México. Para cuando Elguero incursionó en el ámbito profesional, México estaba próximo a vivir un drástico cambio de régimen y, a la postre, una profunda transformación política, social, económica y cultural, sin duda, y aún a riesgo de estar equivocados, la más transcendente de su devenir como Estado soberano e independiente.
Dos años después de su graduación como abogado, México entró en tensión y convulsión revolucionarias. La llamada revolución mexicana, primer fenómeno histórico afín del siglo XX, acababa de estallar en aquel sitial de la memoria que, aún a fecha de hoy, sigue representando el 20 de noviembre de 1910. En 1911, y en aquel clima político tan enrarecido, José Elguero se trasladó a vivir a la ciudad de México junto con su esposa Elena del Moral, con quien había contraído nupcias un año antes. Muy pronto, y en la capital de país, Elguero incursionó en el mundo del periodismo después de aceptar una invitación formal hecha por periodista católico Trinidad Sánchez Santos, en ese entonces director del periódico El País.7 En su condición de gran lector y hombre pródigo en el manejo de la palabra escrita, Elguero comenzó a escribir sus primeros artículos en 1912, precisamente el año en que sería nombrado director de este “diario católico”, tal y como rezaba en el encabezado de sus portadas, tras la muerte de su fundador (O’Dogherty Madrazo, 2001, p. 217). En uno de sus editoriales más destacados, Elguero defendió la función moralizante de la prensa y, por consiguiente, la gran responsabilidad social que debía asumir todo periodista. He aquí el siguiente entrecomillado: “La prensa debe dar a las sociedades ejemplo de templanza, serenidad y buen juicio, y así logrará su objeto principal, cual es el de proporcionar sana ilustración a las masas y servir de criterio y guía a todas las clases populares.” Su valoración siguiente es altamente significativa: “Cuando la prensa es alarmista, el pueblo es degradado y servil; cuando es sofística y mentirosa, el pueblo es banal y corrompido; cuando es honrada, seria y verídica, el pueblo es patriota, abnegado, disciplinado y culto.”8
Como se dice, Elguero vivía en la capital de un país en constante agitación política, hasta el grado que el devenir revolucionario acabaría marcando el sino de su biografía. Los primeros años de aquella revolución fueron vividos por Elguero desde su doble condición de director de un periódico católico y de periodista de claras y arraigadas creencias religiosas. Su personalidad acabó curtiendo a un hombre que no rehuía de los posicionamientos personales y que puso su pluma al servicio de la defensa de los derechos y las libertades esenciales como la de expresión y de prensa, así como de la independencia del periodismo frente a la injerencia de lo que llamaría las “tiranías exteriores”. He aquí el siguiente fragmento, extraído de su editorial “La libertad de escribir y la previa censura”, escrito en agosto de 1914 como respuesta a las pretensiones del gobernador del Distrito Federal, Alfredo Robles Domínguez, de ejercer un control sobre los contenidos de la prensa: “Los periodistas que obramos de buena fe siempre hemos pedido no precisamente una libertad de prensa ilimitada, sino un criterio definido dentro del cual podamos desarrollar libremente nuestras ideas y que sea terreno vedado para las autoridades [...]. No queremos libertinaje, sino limitaciones; pero que éstas nos pongan a cubierto de la invasión arbitraria de tiranías exteriores.” Su aditamento posterior tuvo el siguiente nivel de elocuencia: “Que las autoridades no hostilicen conforme a criterios estrechos y poco civilizados a los periodistas, y que éstos, con la buena fe de los patriotas y la honradez de los ciudadanos que buscan el bien de la comunidad, tengan la serenidad por guía y desechen todo impulso de pasión o de perfidia. Así las autoridades y la prensa cooperarán eficazmente a la gran obra de moralizar a la sociedad.”9 Como veremos a continuación, Elguero estaba próximo a vivir su primer exilio y que, por la situación tan excepcional, recuerda a aquellas palabras de Bazant (2018) , según la cual “la vida del sujeto está delineada por los múltiples contextos que la determinan. Sujeto y contextos se retroalimentan” (p. 67).
En otro orden de cosas, y en su condición de infatigable lector, hay que decir que Elguero fue un verdadero partidario de las tertulias literarias, teniendo entre sus amigos más cercanos a personajes como Artemio del Valle Arizpe, al poeta Manuel González Montesinos, a Joaquín García Pimentel, a escritores como Jesús Guisa y Azevedo, Alfonso Junco y José Vasconcelos o a historiadores como Federico Gómez de Orozco y Rafael García Granados. Cultivó la palabra escrita y supo rodearse de aquellos que, como él, cultivaban también la palabra escrita.
Al mismo tiempo, Elguero siempre mantuvo una estrecha relación personal con los altos jerarcas de la Iglesia católica mexicana, como el mencionado Francisco Banegas Galván o los arzobispos de México Pascual Díaz y Luis María Martínez, jalisciense y michoacano, respectivamente. Por poner un ejemplo, baste decir que el 26 de febrero de 1937 Elguero (1941) escribió estas palabras a raíz de un cable de la ciudad del Vaticano donde se hacía público el nombramiento de Luis María Martínez, como nuevo arzobispo de México, quien hasta entonces había asumido el cargo de obispo auxiliar del arzobispado de Morelia. He aquí el testimonio: “El señor Martínez es persona de virtud y de ciencia. Tiene vasta erudición, es orador de grandes vuelos y escribe con estilo robusto, claro y sencillo; esto es, sabe escribir” (p. 88). Además de este testimonio, concebido en clave de loa, Elguero (1941) añadió lo siguiente: “Llega al arzobispado más importante de la República por méritos propios y en circunstancias difíciles; pero sus cualidades de inteligencia y de corazón removerán los obstáculos del sendero” (p. 88). Unas semanas después, el 14 de abril de 1937, con motivo de su toma de posesión, Elguero recordaría el buen desempeño de su antecesor -Pascual Díaz-, persona “de gratísima memoria entre los católicos y aun entre muchas personas que no profesan esa religión”. A su vez, del nuevo arzobispo se expresaría en los términos siguientes: “El señor Martínez es persona de grandes méritos y virtudes. Su inteligencia y su cultura superiores le colocan a muy elevada altura en nuestro país. Su austeridad, su sencillez, su amplitud de criterio, le conquistaron en Michoacán vivas y generales simpatías.”10
En efecto, Elguero fue un periodista muy cercano a los jerarcas del catolicismo mexicano y un gran conocedor de quienes rigieron los destinos de la Iglesia católica en aquellos difíciles años de la revolución y posteriores. Por su parte, y como señala Pérez Martínez, Elguero se destacó como uno de los seglares que se distinguió por sus trabajos en pro del catolicismo social en México, junto con otros como Trinidad Sánchez Santos, Francisco de Pascual García, Miguel Palomar y Vizcarra, Refugio Galindo, Salvador Moreno Arriaga o su propio padre, el ya referido Francisco Elguero Iturbide.11
En 1938, este periodista moreliano fue nombrado miembro correspondiente de la Academia Mexicana de la Lengua, un reconocimiento que venía a distinguirle como uno de los escritores más destacados del México de las primeras décadas del siglo XX. Con motivo de su muerte, el también escritor y periodista mexicano Alfonso Junco (1943) dejó escrito este mensaje a título póstumo: “Se nos va en José Elguero el primer periodista de México. Periodista nato. El periodismo era su vocación y su excelencia” (p. 115).
Dos años antes de aquello, aquel 11 de agosto de 1936, Excélsior inauguraba una nueva sección en el periódico, concebida y creada exclusivamente para José Elguero bajo el tenor Ayer, Hoy y Mañana. En la misma, y con claros tintes editorialistas, un género en el que se había especializado con el paso de los años, Elguero acudió al recurso periodístico de brindar a sus lectores breves pero precisos comentarios personales -no exentos de ironía y de un tono moralizante, todo hay que decirlo- sobre la actualidad nacional e internacional del momento para consagrarse, como decimos, en uno de los periodistas más destacados del momento. Para ejemplo de su particular estilo periodístico, en este caso con motivo de su denuncia del populismo que consideraba arraigado en el discurso revolucionario del momento, valga el entrecomillado siguiente: “Los aduladores de los pueblos han hecho en el mundo mayores males que los aduladores de los reyes.”12
El día de la inauguración de la sección abrió con el siguiente testimonio: “La prensa de México y la de otros países publica diariamente numerosas informaciones que se escapan al comentarista, sobre todo las que se refieren a detalles de poca importancia o que no parecen tenerla; pero que, bien miradas, reflejan una situación o anuncian acontecimientos mayores.” A su vez, añadía este fragmento: “Esta nueva sección de Excélsior -que se publicará todos los días, con excepción de los domingos- dará a los lectores el comentario de los hechos y noticias aludidos, en forma breve, sencilla y clara. La ironía, pero no la violencia, se dejará percibir a veces. Y será posible insinuar observaciones que la prudencia del editorialista elude. La verdad no necesita de muchas palabras para expresarse fielmente” (Elguero, 1941, p. 33).
Brevedad, sencillez, claridad, ironía, cuidado de la palabra, respeto a la lengua de Cervantes y Lope de Vega y la búsqueda de la verdad fueron rasgos que definieron la personalidad y estilo periodístico de José Elguero. En palabras de José Luis Martínez (2004) , “el admirable espíritu de observación de que estuvo dotado, su visión política y su extraordinario valor para exponer sus juicios le ganaron no solamente la admiración de quienes compartían sus opiniones, sino el respeto de quienes profesaban las contrarias” (p. 163).
Gracias a su genio creador, tras de sí acabaría dejando una prolija obra escrita. Pese a que escribió numerosos artículos en periódicos y revistas, supo incursionar en el mundo del libro dejando los siguientes de su autoría: Los mexicanos en el destierro (1916); Ximénez de Cisneros: ensayo de crítica histórica (1919); España en los destinos de México (1929); Una polémica en torno a frailes y encomenderos (1938) y, finalmente, Ayer, hoy y mañana (1941), un libro recopilatorio de su sección de Excélsior y que vio la luz gracias a la coordinación del aludido Guisa y Azevedo. A su vez, y en sus últimos años de vida, Elguero abrigó la esperanza de llevar a cabo dos proyectos editoriales: el primero, una reunión de sus estudios sobre Lope de Vega -su literato predilecto-13y el segundo, la escritura de una historia de México que se alejara de aquella oficial, propuesta y fomentada por el régimen revolucionario mexicano.14 Una enfermedad tan grave como terminal impidió que ambos proyectos pudieran alcanzar su materialización (León Portilla, 1995, p. 696). Tras su muerte, en julio de 1939, el mencionado Alfonso Junco (1943) dejó escritas estas palabras, que tenían un aire de epitafio: “El nombre y la obra de Elguero tengan la difusión y supervivencia que exigen su propia calidad y el ajeno provecho” (p. 118).
JOSÉ ELGUERO Y LA EXPERIENCIA DEL EXILIO
Bien definida su personalidad y con este talante periodístico, el devenir revolucionario le llevaría a abandonar en varias ocasiones su México natal.15 Si, como apunta Bazant (2018) , “los hitos, los elementos pivote o los goznes pueden constituir los elementos clave para dar forma a la biografía” (p. 74), no hay duda de que el fenómeno del exilio fue uno de ellos en la trayectoria vital de José Elguero. Así, y obviando algunos matices, las circunstancias que explican el primer exilio de este periodista michoacano hunden sus raíces en el contexto histórico de la llamada “Decena Trágica”, transcurrida entre el 9 y el 19 de febrero de 1913, y que tuvo tres primeras e importantes consecuencias a corto plazo: el derrocamiento y muerte del presidente Madero y la consiguiente designación de Victoriano Huerta como primer magistrado de la república mexicana. A la postre, su periódico El País llegaría a ser acusado de mantener nexos de colaboración con el gobierno huertista, una sospecha que acabaría desencadenando el incendio intencionado de sus instalaciones.16
Tras la caída de Huerta en 1914, el enrarecido clima político del momento le hizo temer por su vida y, por ello, Elguero, en compañía de su padre, abandonó México para fijar su primera residencia en Estados Unidos.17 Ante la llegada de los revolucionarios constitucionalistas a la ciudad de México en agosto de 1914, Elguero, junto con varios periodistas, se dirigieron disfrazados al puerto de Veracruz. Allí permanecieron varias semanas y, “cuando se convencieron de que Carranza no les tenía la menor simpatía, arriaron banderas y se embarcaron rumbo a los Estados Unidos”.18 Elguero desembarcó en Galveston (Ramírez Rancaño, 2002, pp. 109 y 110). Carranza y el carrancismo se atravesaron en la vida del ex director de El País, así como en la de muchos periodistas que también debieron padecer el destierro o, en su defecto, la coacción, la censura y hasta los llamados “viajes de rectificación”.19 En palabras de Mario Ramírez (2002):
la fórmula utilizada por Carranza consistió en reunir una serie de ingredientes o argumentos, hasta conformar una ideología sumamente poderosa y convincente. Tanto Carranza como sus subalternos predicaron que sus enemigos eran traidores, asesinos, golpistas, apátridas, explotadores, pro clericales, científicos, partidarios y sostenedores de un gobierno ilegítimo, en una palabra, que formaban la llamada “reacción mexicana”. Bajo esta categoría englobaron por igual a viejos porfiristas, felicistas y, sobre todo, huertistas.20
A Elguero le esperaban siete años de exilio. Vivió y padeció el destierro, y no dudó en atestiguar por escrito la dura experiencia que debieron afrontar sus conciudadanos lejos de su México natal. En 1916, y bajo el seudónimo Antimaco Sax (1916) , escribía lo siguiente en un libro que intitularía Los mexicanos en el destierro y que vivió la luz en San Antonio (Texas): “La inmensa mayoría de los mexicanos desterrados viven en la miseria desde hace dos años, y casi todos ellos se han visto obligados a trabajar para vivir, muchas veces desempeñando labores que calificaríamos de humillantes” (p. 21).21
En San Antonio, y renuente a abandonar su oficio, Elguero fundó el periódico El Presente, un espacio propio desde donde tuvo la oportunidad de manifestar su parecer crítico con respecto a todo cuanto acontecía en aquel México revolucionario bajo la batuta del presidente Carranza. También fomentó los vínculos periodísticos colaborando con La Prensa, un semanario creado en 1913 por Rafael Viera. Esta ciudad tejana se convirtió en “foco primordial de los desterrados”, donde se elaboraron “frentes de reacción contra lo sucedido en el país” (García Rodríguez, 2018, p. 262).22 Por poner un ejemplo, el 5 de febrero de 1915 el sistema de espionaje carrancista informó a su gobierno de la presencia de numerosos “científicos” [sic] huertistas y felicistas que se estaban congregando en San Antonio, “con el fin de montar una contrarrevolución”. Entre los comparecientes se encontraban nombres del exilio como José Elguero, Federico Gamboa, Jesús Flores Magón o el general Luis Medina Barrón, así como “otros descontinuados políticos [sic] que, cuando estuvieron en el poder, cometieron toda clase de abusos y excesos” (Ramírez Rancaño, 2002, p. 136).
El 10 de noviembre de 1915, y desde San Antonio, Indalecio Jiménez informaba al presidente Carranza que el Partido Católico mexicano pretendía reorganizarse en el extranjero. La intención de este remitente carrancista era la conformación de un “gobierno fuerte, a fin de que los ideales que ha defendido la revolución y sigue defendiendo bajo su digna dirección, no se vean conculcados por los residuos de las viejas odiosas dictaduras porfiriana y huertista, poniendo un dique que contrarreste la turbulencia malévola y asquerosa del Partido Católico que pretende reorganizarse en tierra extranjera para hacer que desaparezcan nuestras leyes de Reforma”. En su documento mecanografiado, informaba que “el clero, con sus tendencias autoritarias y absolutistas y en un tono muy plañidero, dirige sus miradas y porvenir a los hombres del Porfirismo, del Huertismo, figurando como símbolo de aquella figura tuxtepecana el pusilánime polizonte Félix Díaz y su programa tiende a que surjan nuevas luchas con la célebre frase de ‘Paz y Justicia’, así como la de Religión y Fueros”. Entre los civiles que estaban detrás de dicha reorganización política citaba precisamente a José Elguero.23
Al respecto, y en octubre de 1916, Emilio Rabasa describía la situación de confusión que vivían los exiliados mexicanos en Estados Unidos debido a la propaganda carrancista. He aquí lo que decía, teniendo a José Elguero como gran protagonista: “Para contrarrestar la propaganda de mentiras que parece activarse ahora de un modo especial, creemos que el mejor medio es utilizar en los Estados Unidos los periódicos de mayor circulación que se publican en español en el sur: Revista Mexicana de García Naranjo; La Prensa, diario en que trabaja José Elguero”. El matiz posterior era muy significativo y decía así: “Esto no nos cuesta ni dinero ni esfuerzo alguno, porque son amigos; pero tiene importancia porque, aunque amigos, no saben siempre decir lo que conviene y por estar en San Antonio viven poco enterados de lo que importa saber y combatir.”24
A finales de 1916, Elguero decidió cambiar Estados Unidos por Cuba, fijando su residencia en La Habana.25 Como señala Salvador García (2018), esta ciudad “se vislumbró como la mejor opción para los intelectuales. El idioma, los nexos culturales y la hermandad que se había forjado desde la época de la Colonia hacían de Cuba un lugar propicio para los connacionales”.26 Precisamente en Cuba, compartió la experiencia del exilio con otros escritores mexicanos, como Federico Gamboa o Francisco Olaguíbel (Gamboa, 1995, pp. 504 y 535-551).27 Instalado en La Habana, Elguero se topó con que “el dueño del Heraldo de Cuba le indicó que ya no quería más mexicanos” (Ramírez Rancaño, 2002, pp. 256 y 258). A pesar del revés, y si bien terminó trabajando en el Banco Internacional, Elguero no dejó su actividad periodística colaborando en dos importantes revistas que terminaron siendo la voz de aquel exilio mexicano: América Española28 y la mencionada Revista Mexicana.29
En América Española, revista dirigida por su padre, se hizo cargo de la sección Crónica Mensual, un espacio de información y de opinión sobre acontecimientos mundiales, donde se ponía un especial acento en todo cuanto sucedía en México. A mediados de mayo de 1917, Elguero criticaba al presidente Carranza por haber impugnado la ley de amnistía, “alegando el peligro que significaba para la seguridad de la revolución” y, por el contrario, haber establecido la pena de expatriación. “¿Con qué derecho la impone el señor Carranza?”, apostillaría el periodista michoacano.30
Estas críticas al presidente de México ya se habían hecho notar unos días antes, con motivo de su artículo publicado en Revista Mexicana bajo el elocuente título “¿Amnistía o emboscada?”. Periódicos mexicanos como El Pueblo o El Demócrata habían adelantado la noticia de un inminente decreto de amnistía para los emigrados políticos, “a excepción hecha de aquellos que tomaron parte en el cuartelazo de la Ciudadela y en el asesinato de Madero y Pino Suárez”.31 De entrada, y en el editorial de aquel 22 de abril, se podía leer lo siguiente al respecto de aquella coyuntura marcada por la expectativa: “Se escuchan fuertes rumores entre los desterrados mexicanos que el gobierno carrancista tiene planeado en un futuro muy cercano ofrecerles una tregua para que puedan volver al país y reconciliarse con el gobierno; sin embargo, todos dudan que esto sea verdad. Lo más seguro es que todos los que decidan volver, sean inmediatamente capturados y fusilados, tal y como lo dictan las normas revolucionarias” (Elguero, 1917a, pp. 1-2).
Al hilo del editorial, Elguero se dio a la tarea en su artículo de explicar lo que era en realidad una amnistía y lo que, bajo su punto de vista, encubría lo que llamó la “amnistía carrancista” que, lejos de respetar “la palabra empeñada a los amnistiados”, la percibía como “traidora emboscada y lazo que tienden a los inocentes y confiados, la villanía y el crimen”. A la postre, para el periodista michoacano la pretendida garantía quedaría “en la boca de los fusiles carrancistas” y, “al primer intento de rebelión y quizás el más leve arresto de independencia, será castigado con pena de muerte”, por cuanto la “vida de sus semejantes”, para estos “libertadores de hoy”, no eran sino “piltrafa despreciable”. A su vez, y dudando de sus promesas, consideraba que, “dentro del aquelarre del carrancismo”, los decretos de Carranza y Obregón -“o de otro cualquiera”-, estaban sujetos “al capricho de los demás jefes”. Por consiguiente, invitaba a sus lectores a contestar “honradamente” a la siguiente pregunta: “¿Es juicioso, es sensato siquiera aceptar una amnistía carrancista, que no tiene más garantía para los amnistiados que la palabra de honor de quienes han demostrado falsía, brutalidad, desprecio de la vida humana y de las leyes de Dios y de los hombres?” “A nadie se le deben exigir sacrificios heroicos” -añadiría como cierre de su artículo-, reconociendo que no tenía autoridad para señalar a “millares de emigrados políticos el camino del martirio”, más aún “cuando todos o casi todos pueden seguir el de la decencia”. Firmaba aquel texto en La Habana un 17 de abril de 1917.32
Días después, el 3 de junio, Elguero volvía a publicar en Revista Mexicana para corroborar su total desconfianza hacia los ofrecimientos del presidente Carranza. Para la ocasión, cambió la interrogación por la exclamación en un texto intitulado “¡Cuidado con la emboscada!”, que escribió para salir al paso de un artículo que vio la luz en uno de los periódicos mexicanos de clara inclinación gubernamental.33 De nuevo, y a modo de introito, la revista plasmaba su opinión en un editorial que decía lo siguiente: “Denuncian que, en un artículo del periódico El Gladiador, el Sr. Elguero es acusado de incendiar los ánimos de los exiliados en contra del gobierno mexicano, pero todo esto no es más que una calumnia. El Sr. Elguero es fiel patriota que lo único que hace es velar por la felicidad de México, aunque en estos momentos esté fuera del país” (Elguero, 1917b, p. 7).
Escrito en La Habana un 22 de mayo de 1917, Elguero refutaba las acusaciones recibidas desde El Gladiador, avanzando una primera valoración: “El estilo del párrafo es malo y hasta pésimo, pero no vamos a exigirles a los señores carrancistas revelaciones de cultura literaria, porque sería querer pescar cotufas en el golfo”. “Se advierte en cuanto escriben acerca de los expatriados -precisaba-, que sólo el odio los mueve, e insultan como dementes en vez de razonar como hombres serios y juiciosos.” Más adelante, volvía a hacer alusión a “la inquina y el odio que constantemente manifiestan los LÍDERES (así escribe esta palabra el ‘docto’ don Luis Cabrera) de la revolución contra los expatriados mexicanos” y sus constantes acusaciones “de imaginarios delitos contra la patria, aunque sin presentar prueba alguna a este respecto”. Cerraba su artículo preguntándose si en aquel México carrancista podrían vivir los expatriados, “seguros de que no sufrirían ultrajes y todo linaje de humillaciones”, por cuando “la amnistía, anunciada por los diarios INDO-LATINOS de México, más parecía emboscada” (Elguero, 1917b, p. 7).
Así las cosas, todo hacía indicar que la desaparición de Carranza de la escena gubernamental podría cambiar el panorama para aquellos exiliados que, como Elguero, abrigaban motivaciones diferentes para permanecer fuera de México. En 1921, el periodista y escritor michoacano pudo regresar a su país natal durante la presidencia del sonorense Álvaro Obregón (Ramírez Rancaño, 2002, p. 381). De nuevo en la capital de México, Elguero retomaría la pluma y el ejercicio del periodismo. La experiencia se presentó variada: fue un asiduo colaborador de Revista de Revistas, dirigida por José de Jesús Núñez y Domínguez y, entre otros más, acabó siendo un destacado articulista y editorialista en Excélsior,34 periódico fundado por Rafael Alducin -antiguo editor de El Automóvil de México-, junto con otros periodistas como Rómulo Velasco, y cuyo primer número vio la luz el 18 de marzo de 1917, precisamente durante la presidencia de Venustiano Carranza.35
Para José Elguero, aquel retorno a México, así como su integración a la vida periodística del país, no dejarían de ser sino un breve paréntesis temporal. Poco después, su vida quedaría marcada de nuevo por la experiencia del exilio y, como había sucedido anteriormente, la marcha revolucionaría acabaría forzando su salida del país. En cierta ocasión, tuvo la ocurrencia de alabar a Obregón por haber dicho que no había general mexicano que resistiera un cañonazo de 50 000 pesos y, como lo dijo en letras de molde, “el manco de Celaya montó en cólera, y Elguero tuvo que salir en estampida del país” (Ramírez Rancaño, 2002, p. 381). De regreso a México, y en el marco de la guerra Cristera (1926-1929), registramos que el presidente Plutarco Elías lo expulsó del país en 1926, junto con otros articulistas de Excélsior como Jesús Guisa y Azevedo o Victoriano Salado Álvarez. Bajo la acusación de insurrección y connivencia ideológica con el movimiento cristero, Estados Unidos volvería a ser de nuevo su país de refugio.36 Precisamente, y al respecto, el guanajuatense Guisa y Azevedo, también ferviente católico y uno de sus compatriotas de exilio, describió con suma precisión aquellos años de persecución religiosa y éxodo forzoso: “Lo católico fue sospechoso de traición y muy a menudo fue considerado como la traición misma. En todo caso, los católicos eran tenidos como ciudadanos de segunda o de tercera, fanáticos despreciables para algunos y para otros apenas dignos de conmiseración” (Guisa y Azevedo, 1956, p. 42). Esta apreciación no estaba muy alejada de la realidad. Como acertadamente señala Ana María Serna (2014), “quienes más padecieron las estrategias silenciadoras del régimen fueron los editores y escritores de la prensa opositora católica”.37
A propósito, y a comienzos de 1928, un grupo de exiliados mexicanos, que se definían como “desterrados unos, perseguidos otros y todos fuera de nuestro país, porque es imposible la vida allí para los hombres honrados”, remitieron un documento mecanografiado a la asamblea de la VI Conferencia Panamericana, que venía celebrándose en La Habana, dando cuenta de que el gobierno del presidente Calles se encontraba “fuera del Derecho Internacional al ser enemigo de la libertad de conciencia, de prensa, de sufragio, entre otros, por haber formado la Liga de la Defensa Revolucionaria a fin de ejercer acción contra sus enemigos, acometer la persecución religiosa y por haber expulsado a los periodistas independientes Félix Fulgencio Palavicini, Victoriano Salado Álvarez y José Elguero”.38 Finalmente, y para cerrar este apartado, si en octubre de 1928 la Secretaría de Gobernación de México autorizaba a José Elguero su ingreso en el país, identificando su residencia en la ciudad fronteriza de Nuevo Laredo,39 en 1929 se registra la presencia de Elguero en México publicando uno de sus libros más representativos, titulado España en los destinos de México, donde reivindicó de manera diáfana su hispanismo desde la premisa de que México debía gestar su identidad nacional desde el conocimiento y reconocimiento de la herencia española.40
PANEGÍRICO SOBRE ELGUERO, A TÍTULO POST MORTEM
Como se ha mencionado más arriba, José Elguero falleció en la ciudad de México el 3 de julio de 1939, a la edad de 53 años, después de padecer una larga y sufrida enfermedad. Los meses previos fueron la referencia temporal donde se fue escribiendo la crónica de una muerte más que anunciada. El cáncer dictó sentencia y a nadie de su entorno cercano sorprendió la noticia. Su hospitalización primera fue en el Sanatorio Español; después, en el Hospital Americano y, por último, en su casa, la que sería su última y breve morada.
Para la ocasión, y con el propósito de seguir reuniendo estos apuntes biográficos, hay que decir que dos años después de aquello vería la luz en la capital mexicana un libro dedicado a la figura de José Elguero -obra in memoriam-, coordinado por uno de sus mejores amigos y director de la editorial Polis, el guanajuatense Jesús Guisa y Azevedo,41 con la intención de reunir en una sola obra los artículos que, del 11 agosto de 1936 hasta el 17 de enero de 1939, nuestro periodista fue publicando en la mencionada sección de Excélsior, concebida ex profeso para él e intitulada Ayer, Hoy y Mañana” (Elguero, 1941, 506 pp.), En una edición bien cuidada, la presente obra, de formato grande y de más de 500 páginas, estuvo encabezada por un prólogo tripartito, escrito por el propio Guisa y Azevedo, por el canónigo Juan B. Buitrón y por su primo Joaquín García Pimentel. En unas cuantas páginas, y con la intención de servir de homenaje a título póstumo, cada uno de ellos hizo una valoración personal de la vida y obra de José Elguero. Tres personas que ofrecieron sus testimonios, que lo habían conocido bien y que habían formado parte de su propia biografía: por un lado, el periodista amigo; por el otro, el religioso cercano y, finalmente, el familiar con el que compartió muchos episodios de vida, entre otros, la amarga experiencia del exilio en Estados Unidos. Sin duda, en este prefacio hallamos tres fuentes directas para acercarnos al conocimiento de José Elguero.
De entrada, conviene avanzar dos primeras valoraciones: la primera, la ingente cantidad de artículos que Elguero escribió durante este periodo, algo muy común en el resto de su vida periodística y, la segunda, la presencia de un libro recopilatorio de una parte de su obra escrita que viene a poner de manifiesto el respeto y admiración que le brindaron escritores y periodistas mexicanos con motivo de su anunciada muerte. Del contenido de sus mensajes se desprende una idea común entre ellos: con la muerte de Elguero se marchaba no sólo uno de los mejores periodistas del momento, sino de la historia reciente de México. De los tres prólogos haremos un rescate de lo más destacado con el fin de nutrir esta semblanza biográfica de nuestro periodista michoacano, comenzando por el director de la editorial Polis que, a la postre, editó la obra.
Jesús Guisa y Azevedo (prólogo 1)
Las primeras palabras del escritor guanajuatense sirvieron para recordar la muerte de Elguero, significando para la ocasión que aquello representaba “un luto nacional”, y que sus “magníficas cualidades de hombre” habían sido el antecedente “de sus bellas cualidades de escritor que todos los que saben leer en México pudieron estimar”. Su primera conclusión quedó recogida en el siguiente entrecomillado: “Por ese conjunto de virtudes, por esa unidad entre el hombre y las ideas, José Elguero llegó a ser no sólo un gran periodista, sino el primer periodista de estos últimos tiempos” (Elguero, 1941, pp. 1-3).42
Para Guisa y Azevedo, Elguero se curtió en lo que llamó el “clasicismo puro”, por cuanto fue clásico por su catolicidad y por su “disciplina moral”. En su condición de católico, “Elguero, que era clásico en moral, esto es, católico, tenía que dar a cada quien lo suyo en su obra periodística. Su cualidad de hombre, su virtud privada, que en este caso es la justicia, era el antecedente de una de sus cualidades de escritor”. De igual modo, Guisa reconoció que también había sido clásico por su disciplina intelectual, al ser “un hombre de razones”, verdadero sostén de sus artículos y garantía para que sus escritos fuesen leídos por un amplio espectro de lectores. Así, se desprende que Elguero había sido un verdadero periodista popular: “No sólo es necesario tener razón, sino saber manifestarla, y no para unos cuantos, sino para todos.” Por ello, Guisa tenía claro que Elguero había sido el primer periodista de México, porque escribía “para que todos lo entendieran”. Por eso, y a propósito, la siguiente exclamación tenía un claro acento de reconocimiento: “¡Cómo no habría de ser fecunda su obra y cómo su muerte no habría de doler a todos si con él sus amigos, el periódico y el público pierden uno de los hombres que más valían en México!”43
Siguiendo con el clasicismo, Guisa consideró que Elguero también era un clásico por su cultura literaria, su forma de escribir y hasta por sus gustos. Sabía qué escribir y cómo escribirlo: “Decir las cosas bien, decirlas claramente, en castellano irreprochable, no es ninguna cosa fácil. [...] Elguero fue un defensor de la tradición”, destacando por “sus cualidades morales, su disciplina intelectual y su amor a la lengua castellana”. Precisamente, y entre sus cualidades, estaba la generosidad. He aquí las palabras de Guisa: “Elguero se daba, se entregaba, se regalaba, materialmente hablando, a sus amigos. Por esto escribía con amor, con vergüenza profesional. A sus lectores les dio su amistad y por amistad, por generosidad, los invitaba a lo mejor que tenía, que era su clasicismo.” En suma, apostillaría Guisa, “Elguero fue un gran corazón, un magnífico corazón”.
Para el cierre de su introito, Guisa y Azevedo quiso reservar unas palabras para valorar el episodio final de la vida de Elguero, una valoración que hizo a la luz de esa seña de identidad que ambos compartían: sus profundas creencias católicas. Así, hizo referencia a su “dolorosísima enfermedad” y a su “agonía tan prolongada”, que había durado “días, semanas y aun meses”. Para Guisa, la forma en que Elguero afrontó su enfermedad venía a descubrir su virtud primera -“la del cristiano”- y por ello había muerto no sólo “cristiana, cristianísimamente”, sino de forma heroica. He aquí las siguientes palabras de Guisa: “Y José Elguero, durante seis meses en que a pedazos se lo comieron la cama, y los médicos, los dolores del cuerpo y el dolor de dejar sola a su mujer, que fue su mejor amiga y la magnífica amiga de todos nosotros, fue sencillamente heroico, esto es, CRISTIANO [sic]”. “Cada quien muere con la muerte que se merece”, añadió para la ocasión el director de Polis, para añadir lo siguiente: “Y si la vida de José Elguero fue la generosidad, la disciplina, el amor a la verdad, el camino difícil; si, más que todo eso, fue esta vida la manifestación de una virtud cristiana, ¿qué tiene de raro que su muerte tenga esa conmovedora belleza de lo heroico?”
Juan B. Buitrón (prólogo 2)
El segundo texto introductorio corrió a cargo del canónigo Buitrón bajo el título “El principio y el fin”, que comenzaba con el anuncio de la muerte de Elguero, “después de un prolongadísimo martirio heroicamente sufrido”, a quien consideraba precisamente como “el sucesor de Sánchez Santos y de Salado Álvarez” (Elguero, 1941, pp. 6-16).44 Sus primeras palabras sirvieron también para recordar que “escritores de derecha y de izquierda” habían hecho de su persona “cumplidos elogios”, señalando, entre otros, su “aristocrática sencillez”, “su don de captar en la hoja volandera que es el periódico diario los más diversos asuntos y presentarlos en unas cuantas líneas palpitantes de vida y de realidad”, su “caballerosidad rancia y cristiana, a la manera española antigua”, su “firmeza de convicciones” y, por encima de todo, “su amor nunca desmentido a la verdad”. De su estilo literario, destacaría “la difícil facilidad para expresar sus ideas de un modo siempre justo, conciso y transparente”.
Frente a estos testimonios de loa a la figura de Elguero, Buitrón recordó que su amistad con el periodista michoacano databa de más de 40 años, precisamente desde su encuentro en el seminario de Morelia. De su carácter, recordaba que era “alegre, decidor, pronto a la réplica en toda discusión, vivo de ingenio y dotado de una memoria prodigiosa”, y que, ya desde niño, había dado muestras de una “extraordinaria precocidad”. Para la ocasión, recordaba una anécdota familiar, donde, “en tono de chunga”, se decía que al pequeño José tuvieron que alimentarle con leche de burra para rebajarle el talento.
En materia formativa, Buitrón evocó la sólida formación que recibió en el seminario de Morelia, unida a “la fortuna de tener durante varios años y en su propia casa, a tres insignes maestros: don Francisco Banegas, vicerrector entonces del seminario y futuro obispo de Querétaro; don Félix María Martínez, canónigo de la Catedral, culto humanista y delicado poeta, y a su propio padre, el licenciado don Francisco, gran cristiano y gran polígrafo”. Así, daba cuenta de que los tres se reunían a diario en casa de su padre y que “leían y estudiaban y discutían los más variados asuntos de ciencias sagradas, de filosofía, de jurisprudencia, de historia y de bellas artes”. El joven Elguero acudía a aquel “cenáculo familiar”, donde acabaría acumulando “multitud de conocimientos que fueron la sólida base de su fecunda y luminosa labor periodística”.
A la constitución de esa sólida fase formativa también ayudó la presencia en el hogar de la “rica biblioteca” de su padre, hasta el punto de que “a los 20 años de edad, José Elguero había leído [...] multitud de libros que otros, que se llaman escritores, no leen en toda la vida”. Resaltaba que era “ecléctico al principio en sus lecturas”, aunque finalmente “su natural inclinación” lo acabaría conduciendo a los estudios históricos y literarios. Así lo rememoraba este canónigo: “Bajo la discreta dirección de su padre, pronto le fueron familiares Tácito, Plinio, Suetonio y Plutarco entre los historiadores antiguos; Mariana, César Cantú, Darras, Ludovico Pastor, Taine y Kurth, entre los escritores de historia general y de la Iglesia; y Hernán Cortés (las Cartas de relación), Bernal Díaz, Solís, Prescott, Alamán y García Icazbalceta, entre los que de cosas mexicanas escribieron”. A su vez, recordaba también que Elguero inició sus estudios de letras españolas con la lectura, “repetida muchas veces”, de la “preciosa Historia de la literatura española, de Jaime Fitzmaurice-Kelly, con las obras críticas de Milá y Fontanals y de don Juan Valera, y, sobre todo, con el estudio amoroso y constante de ese inmenso español que se llamó don Marcelino Menéndez y Pelayo”. Así, la “Historia de las ideas estéticas en España, la de los Heterodoxos españoles, la de la Poesía hispanoamericana y la Antología de poetas líricos castellanos del insigne montañés fueron para Elguero libros familiares”.
“Con tan sólida preparación y tan excelentes disposiciones naturales”, señalaba Buitrón, Elguero emprendió también el estudio de los escritores españoles del Siglo de Oro como Cervantes, Lope de Vega, Santa Teresa, San Juan de la Cruz, Quevedo, Tirso de Molina y Calderón de la Barca, haciendo la siguiente puntualización: “Los aprovechó bebiendo en ellos el amor a lo cristiano, a lo caballeresco, a lo genuinamente español, y se enseñó a escribir con esa sencillez aristocrática.” A su vez, recordaría que Elguero cultivó el estudio de los modernos y contemporáneos como Juan Donoso Cortés, André Bretón, Mariano José de Larra, el Duque de Rivas, Fernán Caballero, José María de Pereda, Benito Pérez Galdós, Azorín, Pío Baroja, Miguel de Unamuno, Andrés Bello, Juan María Montalvo, Rubén Darío, Amado Nervo y “otros muchísimos más”.
Haciendo un balance de su vida, Buitrón significó que Elguero había sido “un mimado de la fortuna y de la vida” y que “sus preciosas cualidades de carácter, su exquisita educación y su amplísima cultura” lograron abrirle, y además “de par en par”, las puertas de los salones “más aristocráticos y de los mejores centros literarios”. “Todo le sonreía a su alrededor y no conocía de la vida sino el lado placentero y halagüeño”, puntualizó este canónigo. Sin embargo, y bajo su premisa de que la vida no era sólo “contemplación estética”, sino también “trabajo heroico y crucificador”, Buitrón creía que Dios le había enviado “la tremenda enfermedad que lo obligó a decir adiós al mundo y lo forzó dulce y misericordiosamente a acercase a Él, océano de toda belleza y abismo de toda bondad. Desde el comienzo de la enfermedad que lo llevó al sepulcro, se sintió herido de muerte.” Uno de los testimonios que recordó para cerrar su escrito fue el siguiente: “Elguero fue un clásico durante toda su vida y debía morir como clásico. Muy pocos días antes de su muerte lo visité por última vez en el Hospital Americano. Era ya casi un cadáver.” Elguero le pidió que le recitase aquel soneto que comienza por “¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?” El autor del mismo no era otro que Lope de Vega.
Joaquín García Pimentel (prólogo 3)
En marzo de 1940 y desde Veracruz se escribió, bajo el título “Elguero”, el tercero de los prólogos que encabezaron aquella obra recopilatoria en recuerdo del periodista michoacano. El autor fue Joaquín García Pimentel, quien trataba de tío al padre de José Elguero, a pesar de que este fuera primo de su madre. Matiz al margen, de su tío Pancho decía que era “uno de los primeros abogados de Morelia” y que su especialidad era “los amparos ante la Corte, por lo que venía con frecuencia a la capital”. De su hijo José siempre decía que era un niño “muy travieso” y Joaquín, con quien mantuvo una cercana amistad, más allá del lejano parentesco, recordaba que era “un muchachito no muy alto, flacucho, con la cara llena de alegría y con sombrero de paja. A todos sus parientes de México les entró por el ojo derecho” (Elguero, 1941, pp. 17-29).
De aquellos recuerdos de José Elguero, afloró de inmediato la experiencia vital del exilio que ambos compartieron con motivo de su primer refugio en Estados Unidos. Como se ha dicho más arriba, el contexto estuvo marcado por la derrota de las tropas huertistas y el consiguiente triunfo del ejército carrancista. Así lo evocaba: “Cuando era inminente la entrada de Carranza a México, algunos propietarios del Estado de Morelos, o que teníamos relaciones con ellos, nos refugiamos en Veracruz, porque de muy buena tinta supimos que los revolucionarios nos profesaban particular inquina”, añadiendo lo siguiente: “Esto se confirmó posteriormente, y las personas en las condiciones apuntadas, que se hallaban en la capital a la entrada de Carranza, fueron a dar a la Penitenciaría.”
En aquellas circunstancias tan especiales, García Pimentel reseñó el hecho de la llegada de Elguero a Veracruz, animado por el mismo temor a las represalias carrancistas. Así lo contaba: “Hacía algún tiempo que estábamos en Veracruz, cuando Elguero llegó con algunos compañeros periodistas, de los que recuerdo a Mario Vitoria, del ‘Multicolor’, y al Chamaco Longoria; habían salido de México disfrazados. [...] Llegó no con cara de desterrado, sino con gran regocijo y con el mismo lo recibimos todos.” Después de dos meses en Veracruz, en octubre de 1914 decidieron abandonar México y encontrar refugio en Estados Unidos. Elguero y su padre viajaron directamente a la localidad tejana de Galveston, donde después se reunió la familia para afrontar aquella “temporada de destierro”. Así lo describía: “perdíamos o aprovechábamos el tiempo charlando hasta por los codos, y fue una de las épocas en que mayor intimidad tuve con él [...]. Vivíamos en el mismo hotel Beach, muy modesto, por cierto, con una colonia de mexicanos, parientes y amigos. A pesar de la melancolía del destierro no la pasábamos tan mal.”45
De sus movimientos, recordó que Elguero había vivido en San Antonio, donde dirigió El Presente, “diario antirrevolucionario en el que publicó brillantísimos artículos”. Ambos preservaron una relación epistolar: “Nos escribíamos con bastante frecuencia, hasta que, a principios de 1916, José Elguero viajó a Cuba en compañía de su padre para instalarse en La Habana.”
Habían pasado muchos años de aquello y García Pimentel no recordaba cuando se produjo el regreso de Elguero a México, pero sí anticipó que, en 1920, con motivo de la caída de Carranza y la entrada de Obregón, su primo “todavía no estaba aquí”, aunque sí al año siguiente, cuando se volvieron a ver en la capital mexicana “casi todos los días y casi todas las noches con la misma intimidad de antes y con algunos otros amigos, muy principalmente con Antonio Escandón”. De aquel retorno y de aquella nueva realidad, sí recordó que Elguero conservaba su misma manera de ser, “alegre y regocijada que se fundaba en la alegría de vivir”. He aquí la siguiente valoración: “El secreto de su aura popular consistía en que toda esa simpatía y buen humor estaban fundados en un excelente corazón [...] y que lo hizo un ser en extremo generoso.” El siguiente matiz hablaba del verdadero temperamento del escritor michoacano: “No tenemos idea de a cuantas personas ayudó porque nunca lo dijo, pero sí me consta que fueron muchas. Tenía verdadero gusto en regalar a los amigos, y todos los suyos conservamos objetos de valor como recuerdo.”
Conforme a lo mencionado más arriba, José Elguero vivió la experiencia vital de un segundo exilio, también por las implicaciones políticas que se derivaron del particular manejo de su pluma. A su manera, así lo contaba García Pimentel: “De repente vino el segundo destierro. Elguero alabó a Obregón el haber dicho que no había general mexicano que resistiera un cañonazo de 50,000 pesos y, como se lo dijo en letras de molde, el tiranuelo montó en cólera y Elguero tuvo que salir de estampida.” Para la ocasión, y como también se ha dicho en páginas anteriores, su salida de México se produjo en compañía del mencionado Guisa y Azevedo, “doctor en Filosofía tomista por la Universidad de Lovaina, merecedor del título de doctor Vehementísimo y, a la sazón, periodista de Excélsior”. He aquí estos apuntes de su familiar: “Elguero no soportó este segundo destierro de tan buen ánimo como el primero; y al fin pudo regresar a México, lo mismo que Chucho Guisa, quien se nos fue soltero y regresó casado.”
A su retorno, Elguero siguió escribiendo y, si bien es cierto que “la tiranía de Obregón y de Calles no lo dejaba expresarse con libertad -puntualizó García Pimentel-, también lo es que siempre encontraba el modo de criticar los excesos de los tiranos, de manera tan discreta, que aun cuando todo el mundo entendía lo que quería decir, él no volvió a padecer persecución por la justicia”. Sin embargo, lo cierto es que, como se ha dicho más arriba, el callismo lo vivió desde el exilio.
Hasta la fecha de su muerte, y más allá de ciertas colaboraciones, José Elguero se convirtió en un periodista de Excélsior a tiempo completo. Editoriales, artículos o secciones como Comentarios al Vuelo, Editoriales Breves o la ya mencionada Ayer, Hoy y Mañana fueron parte de las evidencias que fue testando a sus lectores con el paso de los años. A este respecto, García Pimentel recordaba que Consuelo Thomalen de Alducin, viuda del fundador del periódico Rafael Alducin, distinguió “muchísimo a Elguero, y varias veces me dijo que lo consideraba a él y a Rodrigo de Llano como los más firmes pilares del periódico”.
En cuanto a su vida cotidiana, también evocó que se veían “con mucha frecuencia”. De nuevo las reuniones y las tertulias en torno a la mesa:
Me convidaba a almorzar a su casa a menudo [...]; además de la excelente compañía se comía admirablemente. Ya se sabe que los morelianos son de los que pocas veces se dejan mal pasar. Asistían a la mesa, hasta en los pormenores, todo atildamiento y finura. [...] Los otros comensales eran variados y agradables. No puedo citarlos a todos, pero sí deseo hacer especial mención del señor arzobispo de México, don Pascual Díaz (q. e. p. d.), quien siempre nos distinguió a Elguero y a mí con su particular y benévola amistad, la que mucho le agradecíamos y con la que nos honrábamos sobremanera.
Así, recordaba detalles de otros encuentros, aunque con un notorio acento literario:
Otras veces nos reuníamos en casa un grupo de aficionados a las buenas letras: el doctor Guisa, que se expresaba con su vehemencia epónima; Artemio de Valle-Arizpe, a quien siempre se le concedía la palabra, pues ¿quién podía contar mejor que él y cosas tan estupendas? [...]. Venían también Manuel González Montesinos, quien a veces recitaba alguno de sus bellísimos sonetos [...]; Olegario, hermano de Manuel, hablaba poco, pero de cuando en cuando decía también versos de poeta. Historiadores como Federico Gómez de Orozco y Rafael García Granados.
Y añadía para la ocasión: “Nada, por supuesto, que pudiera equipararse a ‘salón’ literario. ¡Dios nos libre! Se hablaba de esas cosas como se hablaba de toros, política o cualquier otra. En cierto modo, el que presidía era José Elguero. Su conocimiento de nuestros clásicos, su buen gusto y su exquisito oído para los versos lo hacían una especie de árbitro.”
García Pimentel volvió a ensalzar las cualidades de Elguero que acabaron forjando el sentido y hasta estilo de su oficio periodístico: “Nunca dio importancia mayor a su trabajo ni se envanecía de su extraordinaria facilidad para escribir. Nunca coleccionó sus artículos [...]. Escribía con mucho placer, eso sí, y se alegraba de su buen éxito y de las alabanzas que oía, pero de momento, después, no pensaba en ello. Fue un bohemio de naturaleza modesta”. A este respecto, precisó para la ocasión los siguientes apuntes: “El éxito de Elguero como escritor se debe, sin duda, en gran parte, a sus dotes personales y naturales: a su ingenio, a su talento, a su memoria; pero débese en gran parte también a la educación que recibió bajo la dirección de su padre. [...] Durante toda su juventud, la influencia paternal, cristiana y clásica. Y de ahí manó ese estilo brillante, siempre de acuerdo con el tema, siempre claro, siempre sencillo.”
Al igual que el resto de los prologuistas, García Pimentel también quiso reservar sus últimas palabras para referirse al ya mencionado episodio de la enfermedad y muerte de su primo. Comenzó por evocar el padecimiento de su tía Magdalena que cayó “gravemente enferma en Morelia”. A propósito, su hijo José hizo “repetidos viajes a verla y en el último, cuando murió mi tía, el 3 de octubre de 1938, padeció una grave dolencia que fue como el preludio de su enfermedad final”. Así lo contaba el propio Elguero en una de sus epístolas: “No había contestado su carta del 12, porque he tenido mil contratiempos y calamidades. Primero, murió mi madre el día 3 de este mes y fui a Morelia. Allí me dio una fiebre infecciosa, de la que estuve gravemente enfermo y ahora empiezo a restablecerme. Después, he tenido a mi mujer en cama.”46
De ahí hasta enero de 1939, cuando García Pimentel lo dejó muy mal, “y por cartas de la familia me fui enterando de que el mal progresaba. Le escribí con frecuencia, pero no me pudo contestar.” Resaltó la cercanía de su esposa Elena, “que muchas veces me escribió sus tristes cartas con lápiz y sobre la rodilla, sentada en la cabecera de su marido”, la de sus amigos y también de los profesionales de Excélsior, encabezada por Rodrigo de Llano y Pepe Elizondo. También rememoró que, cuando “la familia se convenció de que no había remedio y de que la hora estaba cerca, lo llevaron a su casa para que muriera en paz. [...] nueve meses de tormento que sufrió con resignación cristiana”.
Joaquín García Pimentel llegaba a la parte final de su texto. Sus últimas palabras, a modo de tributo final, adquirieron el siguiente nivel de elocuencia: “Su pluma fue lanza en ristre siempre por la verdad en contra de los enemigos de su patria”. Por ello -añadía- su norma de vida fue el dictum latino “Vindicabo gentem et sancta” [“Y una nación santa reclama”]. Su posdata final fue esta: “Si en alguna cosa flaqueó, en la fe se mantuvo firme, semejante en esto a Lope de Vega.”
UN HISPANISTA MEXICANO, BIEN CONOCIDO EN ESPAÑA
Además de las cualidades personales y profesionales que adornaron la figura de José Elguero, es importante destacar que el catolicismo y la preservación de la herencia española en México fueron sus dos grandes ocupaciones y preocupaciones vitales: la primera, por fe; la segunda, por convicción, y ambas por decisión personal y hasta por herencia familiar (Mora Muro, 2017, pp. 180-208). Patriota como pocos y defensor de México ante cualquier forma de intervencionismo foráneo,47 Elguero llevaba a España en sus venas, gracias al conocimiento de su historia y la lectura de sus literatos, así como a su reconocimiento y admiración por la herencia que México recibió de España al consagrarse la independencia de Nueva España en 1821 (Sola Ayape, 2022). De hecho, Elguero fue un periodista que conoció personalmente la “Madre Patria”, como así le gustaba llamar, y finalmente acabaría siendo un personaje sobradamente conocido en España, tal y como se evidencia en las fuentes reunidas.
En enero de 1930, todavía en tiempos del régimen monárquico de Alfonso XIII, el periódico ABC, uno de los principales diarios españoles del momento, dedicó estas palabras al escritor michoacano: “Hemos tenido el gusto de recibir la visita del notable periodista mejicano D. José Elguero, uno de los principales redactores del diario Excélsior”. La nota se hacía eco de la presencia en Madrid de “tan ilustre compañero”, con el fin de asistir, “como representante del periodismo mejicano”, a la inauguración de la Casa de la Prensa de Madrid. Anunciado el propósito, este periódico español trazó la semblanza de Elguero en unas cuantas palabras, de quien se dijo que era “amante de nuestra Patria”, que había realizado “brillantes y entusiastas campañas hispanistas” y que la colonia española residente en México, entre la que gozaba “de grandes simpatías”, le había despedido antes de su viaje a España ofreciéndole “un banquete en el Casino Español” y nombrándole “el mismo día socio de honor”.48
Unas fechas más tarde, de nuevo ABC traía a sus columnas la figura del periodista mexicano, informando que, en la noche del 13 de enero, la Asociación de la Prensa había celebrado una “recepción en honor” a José Elguero, en su condición de “ilustre redactor del diario Excélsior, de Méjico”. El acto había contado con la presencia de su presidente, Francos Rodríguez; del vicepresidente, Carlos Caamaño; del secretario, Palacio Valdés y de “casi toda la junta directiva y numerosísimos asociados”. En el transcurso del evento, Elguero hizo entrega a esta asociación de un pergamino del Sindicato Nacional de Redactores de Prensa de México, en el que se expresaba “el saludo afectuoso a sus compañeros de la Asociación de Madrid, con el deseo de que entre las agrupaciones se afirmen los estrechos vínculos de amistad y simpatía para que redunden en beneficio del periodismo hispanoamericano de las libertades y garantías que se deben al pensamiento en su más vigorosa manifestación contemporánea”.49 Entre otras cosas, en dicho escrito se leía lo siguiente: “Somos hermanos por la raza, por el idioma y por la cultura. Tenemos intereses comunes, así de gremio como de nacionalidad.” Finalmente, ABC concluía su nota, resaltando que el acontecimiento había resultado “muy lúcido y cordial” y que el homenajeado había podido percibir, “en torno a su ilustre personalidad, un ambiente de amistad, devoción y compañerismo”.50
Al día siguiente del homenaje a Elguero por la Asociación de la Prensa de Madrid, el diario ABC también se hacía eco de su figura, en este caso, en su edición de Andalucía y concretamente en su apartado Sección Crítica y Noticias de Libros. Se trataba de un nuevo homenaje al periodista michoacano, para la ocasión con motivo de una reseña crítica de su libro España en los destinos de Méjico, publicado un año antes. Sin mención de autoría, y con claros tintes editorialistas, aquellos párrafos sirvieron para hacer una hagiografía del autor a través de la reivindicación de su libro. De su lectura, y entrelíneas, se podía advertir la repulsa de este periódico español a la hispanofobia y a la leyenda negra que, debido a la particular lectura de la historia de España, seguía pesando sobre el imaginario colectivo.51
Sus primeras palabras tenían el siguiente tono de elocuencia: “Recientemente circuló por México un libelo infame, diestra y pérfidamente aderezado, para llevar al corazón del pueblo ignorante -no podía ser al de la gente ilustrada- la falsa y ruin conclusión de que todos los infortunios del país se deben a los españoles: desde la esclavitud de los indios hasta el bombardeo de Veracruz, desde la usurpación de Maximiliano a los atentados contra los presidentes actuales.”52 “El folleto por supuesto era anónimo”, se añadía para la ocasión, secundando la puntualización que el propio Elguero hizo en su libro,53 para avanzar a continuación el siguiente fragmento: “Contra esa infame propaganda, contra ese virus de odio hispanófobo, el culto y competente escritor y periodista don José Elguero lanza este libro, que es compendio concienzudo, documentado, convincente y magistral.”
ABC añadía que el único objetivo real de aquel “libelo” -término que también utilizaría Elguero a modo de acusación despectiva-54era a favor del “designio antipatriótico del México yanqui” y, por consiguiente, Elguero venía, primero, a desenmascarar “la finalidad” y, segundo, a iluminar “con la verdad de la historia el Méjico español”. A modo de síntesis, este diario español consideraba que Elguero había escrito una obra de “puro y acendrado españolismo, no en el sentido lírico y sistemático, sino en el concepto de raíz de fondo y de demostración” y que, en consecuencia y por méritos propios, la obra de Elguero debía estar presente en “todas las bibliotecas públicas” de España y “desde luego debe ir a todas las escolares y de centros de cultura”.55 De este modo, un periódico español, tan importante en la época como ABC, lograba hacer una vindicación de la figura y obra del periodista mexicano. A España había viajado desde México un hispanista a ensalzar la herencia virreinal que la “Madre Patria” había testado a México en el tránsito de consumación de su independencia y conformación como Estado soberano por más de que su reconocimiento oficial no tuviera lugar hasta 1836.
VALORACIONES FINALES
Cerramos estas páginas con unas últimas valoraciones de este moreliano que, habiéndose curtido en el mundo de las leyes, acabó siendo uno de los escritores y periodistas más reconocidos y no solamente en el México de su tiempo, tal y como hemos visto. Su formación católica y el aprecio por la lectura, ambas desde niño y fomentadas por igual en el hogar familiar, acabaron gestando la personalidad de un hombre de profundas creencias que veneró la verdad y la palabra escrita.
Gran conocedor de la obra de los clásicos grecolatinos y gran lector de la literatura del Siglo Oro español, entre sus escritores de referencia estuvieron Lope de Vega, Fray Luis de León o García Lorca. De ellos no sólo disfrutó de la lectura de su obra, sino que aprendió el oficio de escritor. Disciplinado, tenaz e incansable, Elguero fue reconocido por sus coetáneos por su estilo claro, sencillo y brillante. Buscó a su manera la verdad, a veces recurriendo a la ironía, pero no permitió que le impusieran ninguna verdad, más aún si esta provenía “desde arriba”, esto es, del discurso oficial del Estado revolucionario.56
En otro orden de cosas, Elguero se consideró un patriota y un nacionalista mexicano, convencido como estaba de que México debía ser defendido ante toda forma de injerencia del exterior o de degradación que pudiera emerger desde el interior (Pérez Montfort, 2019, pp. 281-318). Reivindicó las libertades más fundamentales, como la de expresión, en un ambiente político revolucionario que, a tenor de su experiencia vital, no acabaría siendo demasiado condescendiente con las mismas. Atacando el discurso oficial, acabó pagando el precio del manejo libre de su pluma y, por ello, algunos mexicanos de su tiempo como Elguero acabaron padeciendo, por razones de expresión periodística, la experiencia de varios exilios.
Como hombre de fe, defendió el catolicismo y a la Iglesia, una institución que consideraba esencial y estratégica a la hora de gestar, mediante la propagación de los valores católicos, la configuración del imaginario propio y colectivo. Sus detractores lo tildaron de hombre de derechas, de tradicionalista, de antirrevolucionario y hasta de reaccionario. Como tal y, por consiguiente, también fue un hombre contrario al socialismo y al comunismo (Mac Gregor, 2021, pp. 275-303).
En su condición de escritor y periodista, José Elguero se posicionó firmemente como uno de los grandes defensores de la herencia que España había dejado a México en el momento de consumar su independencia. Fue un gran admirador de la obra de Hernán Cortés, del virreinato de Nueva España -lengua, cultura y religión, entre otros- y siempre reconoció que España había forjado la nacionalidad mexicana.57 A su entender, ir en contra de esa herencia española era ir en contra de México. Además, México podía y debía encontrar en ese pasado novohispano la fuente de aprendizaje para la verdadera forja de la identidad nacional o, cuando menos, para su reforzamiento ante las agresiones venidas de ideologías como el comunismo y la ofensiva intervencionista de Estados Unidos.
Ponemos el punto final, diciendo que en José Elguero, y a través de estos aportes para su biografía, descubrimos la figura de uno de los periodistas más importantes del México de las primeras décadas del siglo XX. Conocido y reconocido hasta por sus propios detractores, fue un hombre de profundas creencias que defendió con su pluma, y sólo desde el baluarte de su pluma, esa verdad que él concebía desde una escala de valores ligada a sus creencias católicas. Con la misma, expuso sus sentimientos patrióticos y su convicción de que México debía reconciliarse con su propia biografía nacional, particularmente, ante los desafíos de quedar imbuido en la esfera dominante de Estados Unidos o permanecer a merced de ideologías emergentes en aquellos años como el comunismo soviético. No fue casual, y con esto terminamos, que, durante la guerra civil española (1936-1939), Elguero fuera un defensor del general Francisco Franco al reconocerle su misión salvadora de una España que, en opinión del periodista michoacano, había caído en las “garras” de la Unión Soviética (Sola Ayape, 2016, pp. 91-114). El que fuera embajador de la España republicana en México, Félix Gordón Ordás, llegó a tildar a José Elguero de ser “uno de nuestros más perspicaces y constantes adversarios” (Gordón Ordás, 1965, pp. 775-776). Si existe la “inspiración biográfica” (p. 18), tal y como exclama Enrique Krauze (2013) , no hay duda de que el amor al periodismo, la defensa de la libertad de expresión, la búsqueda de la verdad o el particular hispanismo de este periodista michoacano estuvieron detrás de las motivaciones que nos animaron a la investigación y a la posterior realización del presente artículo.