Introducción
México, al igual que otros países de América latina, experimenta un rápido envejecimiento de la población (Puga et al., 2007; Zúñiga, 2004; Saad, 2003). Las consecuencias de este proceso son múltiples y afectan, entre otros ámbitos, la estructura y la composición de las familias y los hogares, así como la dinámica familiar (Montes de Oca y Hebrero, 2006). El argumento más común sostiene que debido al descenso de la fecundidad, el tamaño de la familia se ha reducido y, con ello, la disponibilidad de hijos e hijas que vivan con los padres o puedan brindarles apoyo en su vejez. Al mismo tiempo, una mayor sobrevivencia a edades adultas ha incrementado el número de personas que dependen de otras para satisfacer sus necesidades cotidianas (Rowland, 1984).
Además de una baja fecundidad, la literatura menciona que factores como la inserción de las mujeres en los mercados laborales, las migraciones, la inestabilidad económica, y la transformación de los valores culturales pueden comprometer la disponibilidad de ayuda familiar (Ybáñez, vargas y Torres, 2005; Ramos, 1994). En contextos de alta incertidumbre económica, donde la capacidad del Estado para atender las demandas de una creciente población de adultos mayores es limitada, el apoyo informal que ofrecen las familias resulta invalua- ble (Saad, 2003; Palloni, 2001). Sin embargo, ante la falta generalizada de fuentes alternativas de recursos financieros, una descendencia reducida presiona aún más los sistemas de apoyo familiar (Zúñiga, 2004), especialmente en una etapa de la vida en que las redes sociales entre pares se han debilitado (Montes de Oca y Hebrero, 2006).
A diferencia de la extensa literatura sobre los efectos del descenso de la fecundidad y de la mortalidad en la composición de la familia y el número de parientes que pueden brindar apoyo a los adultos mayores, los efectos de la migración han sido poco estudiados. A la fecha es muy limitado nuestro conocimiento sobre cómo actúa la movilidad geográfica de la población sobre la estructura y composición del hogar, y cómo, a su vez, esto modifica los sistemas intergeneracionales de apoyo y ayuda (Wong y Aysa-Lastra, 2001; Kanaiapuni, 1999).
La migración puede acarrear tanto desventajas como ventajas para los adultos mayores. Por un lado, el número de parientes que pueden prestar apoyo se reduce si los hijos migran a zonas urbanas o al extran- jero, y el apoyo informal se dificulta cuando los hijos se establecen en comunidades distantes. Por el otro, la migración incrementa los recursos económicos de los hijos así como su capacidad para enviar remesas, lo que contribuye a financiar la vejez en las comunidades de origen. Si bien la literatura sugiere cierta compensación entre las formas tradicionales de corresidencia y la recepción de remesas, el efecto de las transferencias informales en los arreglos residenciales de los adultos mayores ha sido escasamente estudiado. Con este trabajo se pretende contribuir a la incipiente discusión sobre los efectos de la migración, particularmente la recepción de remesas, en el tipo de hogar en que viven los adultos mayores en México.
El texto se divide en cuatro apartados. El primero presenta una revisión de la literatura sobre los principales determinantes de los arreglos residenciales de la población envejecida, así como las hipótesis de trabajo que se derivan de cada uno de ellos. El segundo apartado describe la fuente de información y los métodos estadísticos usados; los resultados descriptivos y del análisis estadístico multivariado se encuentran en el tercer apartado. En el último se presentan las conclusiones principales del trabajo.
Antecedentes
Los vínculos intergeneracionales y su efecto en el bienestar individual y colectivo de los adultos mayores han sido un tema central de estudio. La ayuda y la cooperación entre las generaciones se basan principalmente en dos mecanismos: la corresidencia -por ejemplo, vivir bajo el mismo techo- y las transferencias informales de dinero, bienes y servicios de miembros no corresidentes, en particular de hijos adultos (Palloni, 2001; Bongaarts y Zimmer, 2001; De vos, Solís y Montes de Oca, 2004; Cohler y Altergott, 1995). Ambos mecanismos suponen que además de la familia nuclear, los sistemas de parentesco extendido y las redes sociales constituyen la base de un sistema cotidiano de apoyo y recursos compartidos entre los adultos mayores y sus hijos (Gomes y Montes de Oca, 2004).
Corresidencia y arreglos residenciales
En México el entorno residencial más frecuente entre los adultos mayores es la corresidencia con los hijos (Solís, 2001), el cual se explica tanto por una cultura familiarista que favorece las actividades centradas en la vida familiar (Puga et al., 2007), como por la necesidad económica de optimizar los recursos integrando individuos de varias generaciones bajo un mismo techo (Zúñiga, 2004; Ramos, 1994).
La corresidencia suele verse como una forma básica de intercambio entre generaciones (Hogan, Eggebeen y Clogg, 1993), si bien los parientes que usualmente corresiden con los adultos mayores son apenas una fracción de los parientes disponibles para brindar ayuda física y financiera (Hermalin, 2000; De vos y Holden, 1988). La corresidencia entre generaciones ha sido ampliamente estudiada al examinar los arreglos residenciales y sus determinantes (Yong, 2006; Saad, 2003; Logan, Bian y Bian, 1998; Kim y Rhee, 1997; Kramarow, 1995; Macunovich et al., 1995; Da vanzo y Chan, 1994; Aquilino, 1990; Martin, 1989; Wolf y Soldo, 1988). En la literatura al respecto los arreglos residenciales se consideran: a) un mecanismo social que facilita el flujo intra e intergeneracional de apoyo, ya que permite a los parientes asignar recursos a los miembros dependientes (Pérez Amador y Brenes, 2006; Ybáñez, vargas y Torres, 2005; Saad, 2003); b) una estructura intermedia entre los factores macroestructurales y los aspectos individuales de salud y bienestar, pobreza y discapacidad (Hermalin, 2000); y c) un bien que es elegido individualmente de acuerdo con criterios de privacidad, compañía, servicios domésticos y economías de escala (Palloni, 2001).
Si bien la noción generalizada de que compartir un hogar beneficia tanto a los adultos mayores como a los familiares corresidentes debido a la compañía mutua y al apoyo emocional, físico y financiero, otros autores han destacado los costos asociados a la corresidencia, incluyendo la pérdida de privacidad, los menores niveles de bienestar y de satisfacción personal del adulto mayor, y la sobrecarga física y emocional que representa un adulto mayor enfermo o discapacitado (Saad, 2003; Ramos, 1994).
A pesar de que la corresidencia representa sólo una forma aproximada de medir cómo se comparten los recursos en el interior de los hogares (De vos y Holden, 1988), ésta constituye una unidad relevante para analizar los patrones y mecanismos de apoyo intergeneracional. En términos conceptuales, cuando se comparte el espacio físico también se comparten los recursos económicos y, en tanto hogares, funcionan como pequeños talleres que producen una gran cantidad de servicios que los individuos reciben a lo largo de su vida (Durán, 1988). Al enfocarse en los hogares también es posible comparar las formas en que la experiencia del envejecimiento afecta la posición que ocupan los adultos mayores en la familia en diferentes sociedades (De vos, 2004).
Conforme una población envejece, las relaciones familiares y la composición de los hogares se diversifican y se vuelven más complejas (Hagestad, 1988; Brubaker, 1983). En términos generales, las opciones de residencia para los adultos mayores son: vivir solos si no tienen pareja, con su cónyuge si están casados o unidos, con hijos adultos, o con otros parientes o amigos. Si bien en América latina y el Caribe la tendencia generalizada entre la población adulta mayor es de corresidencia multigeneracional (Puga et al., 2007; Pérez Amador y Brenes, 2006; Guzmán y Hakkert, 2002), la proporción de adultos mayores que viven solos aumenta conforme una sociedad se moderniza (De vos, 2004; Bongaarts y Zimmer, 2001; Kim y Rhee, 1997) o urbaniza (Montes de Oca y Hebrero, 2006), en etapas avanzadas de la transición demográfica (Puga et al., 2007; Saad, 2003), y cuando los recursos económicos les permiten establecer un hogar independiente (Ramos, 1994). Sin embargo, aun cuando los adultos mayores prefieren mantener hogares separados de sus hijos adultos, también buscan conservar cierto contacto e intercambiar ayuda, como lo evidencian algunas sociedades europeas en donde la independencia se ha dado sólo en el plano residencial (Puga et al., 2007; Karagiannaki, 2005).
Desde el punto de vista de la teoría de la elección racional, los arreglos residenciales de los adultos mayores dependen de la disponibilidad de parientes (hijos principalmente), recursos y necesidades, así como de valores culturales y preferencias (Yong, 2006; Saad, 2003; De vos y Arias, 2003; Kim y Rhee, 1997; Da vanzo y Chan, 1994).
Disponibilidad de parientes
El envejecimiento de la población afecta la oferta de parientes con quienes compartir el techo y crea una estructura por edad que modifica tanto los vínculos entre generaciones como las relaciones entre las mismas (Hagestad, 1988; Coale, 1986). Debido al descenso de la fecundidad, a largo plazo tanto el número de hijos disponibles como las oportunidades para que las generaciones vivan juntas disminuyen (Kramarow, 1995). Asimismo, cuando la fecundidad se concentra en edades tempranas, la probabilidad de que los padres lleguen a la vejez con hijos que vivan todavía en el hogar disminuye (Rowland, 1984).
El número y composición por sexo y edad de los hijos son determinantes centrales de los arreglos residenciales de los adultos mayores. Una descendencia numerosa se asocia positivamente con la probabilidad de que un adulto mayor viva al menos con un hijo (Saad, 2003; De vos, 2000; Kramarow, 1995; Wolf, 1994), con la presencia de hogares extendidos (Da vanzo y Chan, 1994; Rowland, 1984), con un mayor número de proveedores de ayuda, y con la posibilidad de recibir apoyo de hijos no corresidentes (Knodel, Chayovan y Siriboon, 1992), especialmente en tiempos de crisis o de necesidad (De vos, 2000).
Recursos económicos
La disponibilidad de recursos económicos incrementa la probabilidad de que los adultos mayores vivan independientemente. Dentro de la gama de recursos económicos, los ingresos definen, en gran medida, las opciones de arreglos residenciales entre los adultos mayores (Yong, 2006). Un mayor nivel de ingresos posibilita que los adultos mayores compren privacidad mediante la adquisición de una vivienda independiente (Kramarow, 1995), con lo cual disminuyen las oportunidades para corresidir (Speare y Avery, 1993). La pérdida de estatus de los adultos mayores cuando los hijos administran los recursos económicos, así como los conflictos asociados a la toma de decisiones, representan otro tipo de costos asociados a la corresidencia que los padres con recursos suficientes tienden a evitar (Ham-Chande, Ybáñez y Torres, 2003; Da vanzo y Chan, 1994). Conforme a esta perspectiva, entre los adultos mayores de bajos ingresos el compartir el techo con otros parientes obedece más a una necesidad, consecuencia de sus recursos financieros limitados, que a su preferencia por vivir en hogares extensos (Ramos, 1994), independientemente de su estado conyugal y del tamaño del lugar de residencia (Ybáñez, Vargas y Torres, 2005).1
Además de los ingresos individuales, los factores institucionales también afectan el nivel de recursos económicos con que cuentan los adultos mayores y, con ello, los incentivos para vivir en hogares independientes o compartir una vivienda. En los países altamente industrializados el Estado ha contribuido a la independencia económica de los adultos mayores mediante pensiones, mayor apoyo social público, y una mayor oferta de servicios formales (Puga et al., 2007; Hogan, Eggebeen y Clogg, 1993; Preston, 1984) y, por lo tanto, a la tendencia creciente de los adultos mayores a vivir solos. En contraste, en los países asiáticos el Estado fomenta la corresidencia de los adultos mayores y su descendencia mediante políticas de vivienda (Logan, Bian y Bian, 1998) e incentivos fiscales (Da vanzo y Chan, 1994).
Salud
Además de beneficios económicos, la corresidencia involucra compañía y apoyo emocional, contribuye a satisfacer las necesidades físicas de padres e hijos (Da vanzo y Chan, 1994), y afecta positivamente la salud física y mental (Puga et al., 2007).2 Dado que la vida independiente requiere que los adultos mayores gocen de un estado de salud razonablemente bueno, la corresidencia con otros parientes o incluso su institucionalización son frecuentes cuando hay problemas de salud o alguna discapacidad. Los adultos mayores con salud deteriorada, discapacidades o edad avanzada tienden menos a vivir solos (Puga et al., 2007; Solís, 2001), y su probabilidad de perder autonomía y corresidir con hijos adultos se incrementa conforme aumentan los problemas de salud o surge alguna discapacidad (Montes de Oca y Hebrero, 2006; Alarcón, 2005; Cameron, 2000).
Debido a las diferentes formas de operacionalizar el estado de salud, la relación entre la salud de los adultos mayores y el tipo de hogar en el que viven no es clara. El hecho de que gran parte de los estudios sobre arreglos residenciales en adultos mayores se base en información de tipo transversal tampoco ha ayudado a determinar la causalidad en esta asociación.3 La situación conyugal de los adultos mayores también afecta la relación entre su estado de salud y sus arreglos residenciales. Mientras que entre los solteros o alguna vez unidos, un estado precario de salud incrementa la probabilidad de vivir en un hogar extenso, entre los adultos mayores casados tal relación no es significativa (Liang et al., 2005).
Eventos asociados al curso de vida, como la salida de los hijos y la viudez, también afectan las probabilidades de corresidencia de los adultos mayores con sus hijos (Montes de Oca y Hebrero, 2006; Pérez Amador y Brenes, 2006; Ward, Logan y Spitze, 1992).
Preferencias y valores culturales
La cultura desempeña un papel importante en la creación y mantenimiento de nuevos roles familiares, expectativas y normas sociales rela- cionados con las responsabilidades filiales. Para Kim y Rhee (1997) la preferencia por la corresidencia intergeneracional forma parte de normas sociales que comprenden las reglas de herencia, los arreglos para el cuidado de los miembros dependientes, los roles de género y la organización de tareas domésticas. Esta preferencia varía de acuerdo con los valores culturales, y mientras algunos priorizan la privacidad, otros le otorgan mayor valor a la cohesión familiar mediante la convivencia conjunta.
Según la teoría de la modernización, el individualismo afecta las decisiones de con quién vivir (Thomas y Wister, 1984) y contribuye a debilitar los sistemas tradicionales de apoyo familiar a los ancianos (Knodel, Chayovan y Siriboon, 1992; Rowland, 1984). La privacidad, como resultado del individualismo, es altamente valorada. En algunas sociedades asiáticas y en grupos minoritarios de los países industrializados, la preferencia por la privacidad ha ocasionado que disminuyan los hogares en donde conviven múltiples generaciones (De vos y Arias, 2003; Hermalin, 2000; Kim y Rhee, 1997).
La valoración cultural de la privacidad varía con la edad y el nivel de escolaridad (Kim y Rhee, 1997). Mientras que entre los adultos mayores de edad avanzada aumenta la preferencia por corresidir con hijos adultos, la educación formal aumenta la preferen- cia por la privacidad debido a su asociación con mayores recursos económicos y a más oportunidades de participar en la vida pública. En el caso de América Latina, la educación también se relaciona positivamente con la probabilidad de vivir solo o con la pareja (Guzmán y Hakkert, 2002).
Costos de la vivienda
Si la disponibilidad de recursos económicos y las normas culturales orientadas al individualismo son determinantes de una vida independiente, entonces los ingresos limitados y los valores familiares tradicionales -característicos del ámbito rural- incrementan la probabilidad de compartir la vivienda. Sin embargo en las localidades rurales los costos de la vivienda son menores, y es más frecuente que los hijos migren a centros urbanos o al extranjero en busca de mejores oportunidades, lo que en teoría disminuiría las oportunidades para corresidir respecto a las localidades urbanas (Da vanzo y Chan, 1994). En las zonas urbanas la corresidencia podría obedecer más a la necesidad que a la tradición, dado que las economías de escala representan un incentivo importante para compartir la vivienda.
La naturaleza rural o urbana de una localidad refleja, en cierta medida, el mercado de bienes inmuebles y los costos de vida asociados, los cuales aumentan con el proceso de urbanización. En las zonas urbanas la corresidencia entre generaciones podría ser más común debido a estos costos y a la mayor disponibilidad de servicios públicos (De vos, 2000), así como a las mayores oportunidades de empleo (Kramarow, 1995). En el caso de México la proporción de adultos mayores con pareja que viven con sus hijos casados es mayor en el medio urbano que en las comunidades rurales (Ybáñez, vargas y Torres, 2005).
Migración
La migración afecta los arreglos residenciales al dispersar geográficamente a los miembros de una familia (Martin, 1989).4 En algunos casos la distancia geográfica reduce la incidencia de todo tipo de ayuda entre generaciones, mientras que en otros sólo algunas formas de apoyo se ven afectadas, como la ayuda doméstica, los consejos y el respaldo emocional (Zissimopoulos, 2001; Hogan, Eggebeen y Clogg, 1993).
El efecto de la migración de los hijos en el bienestar de los padres puede ser positivo cuando los hijos migran a países con mejores condiciones económicas y envían remesas a sus hogares de origen. Sin embargo el apoyo a los padres puede verse afectado mientras los hijos encuentran trabajo en las áreas de destino y se establecen económicamente. Por otro lado, si bien los hijos que migran pueden incrementar el apoyo económico conforme sus ingresos crecen, la distancia aumenta las dificultades para mantener el contacto y el apoyo a los padres (Knodel et al., 2000).
En algunas sociedades el efecto de la distancia es significativo en el apoyo que los padres proporcionan a sus hijos adultos, pero no afecta el apoyo que los hijos brindan a sus padres. La relación positiva entre la distancia y el apoyo financiero de hijos adultos a padres sugiere que los hijos buscan sustituir servicios que no pueden proveer por la compra de servicios, incluso entre grupos de población donde la experiencia de la migración ha disminuido notablemente la corresidencia entre generaciones (Hogan, Eggebeen y Clogg, 1993). De igual manera, los hijos con mayores ingresos incrementan las transferencias financieras a los padres pero disminuyen las transferencias en tiempo debido a los costos asociados a la distancia (Zissimopoulos, 2001).
En conjunto la experiencia de la migración, al crear distancias geográficas entre las generaciones y reducir la frecuencia del contacto, debilita el apoyo intergeneracional aun en sociedades con fuertes valores familiares. Sin embargo los hijos que migran proporcionan apoyo a sus padres en tiempos de necesidad y proveen asistencia económica, lo que sugiere cierta sustitución entre las transferencias económicas y la corresidencia.
Fuente de información y metodología
Este trabajo se centra en las personas de 60 años o más, casadas o unidas, cuyo cónyuge -independientemente de su edad- vive en el mismo hogar. Para construir estas parejas de adultos mayores se utilizó la muestra de 10% del XII Censo General de Población y vivienda (INEGI, 2003). Si bien existen diversas encuestas tanto de corte transversal como longitudinal con información sobre las características de la población mexicana en edad media y avanzada, el censo facilitó un tamaño de muestra suficiente en el caso de arreglos residenciales poco comunes.5
El análisis se basa en 259 726 parejas, las cuales representan 97% de todas las parejas de adultos mayores de la muestra censal.6 La decisión de trabajar con parejas como unidad de análisis obedece a razones conceptuales y metodológicas. El tipo de hogar donde viven los adultos mayores varía en función de su estado conyugal (Yong, 2006; Liang et al., 2005; Guzmán y Hakkert, 2002; Solís, 2001; De vos, 2000; Wolf y Soldo, 1988). En los países altamente industrializados los adultos mayores casados o unidos tienden a vivir independientemente de sus hijos, ya que la pareja provee los apoyos necesarios, incluyendo los de carácter financiero, emocional, físico y doméstico (Ruggles, 2001), y existen suficientes recursos públicos que sostienen la independencia en la vejez (Puga et al., 2007). Entre los adultos mayores solteros o alguna vez unidos la ausencia de un cónyuge para otorgar estos apoyos y la carencia de respaldo social público son sustituidas con hijos corresidentes, quienes proveen diferentes tipos de ayuda dependiendo del sexo del adulto mayor (Da vanzo y Chan, 1994). Esto significa que sólo bajo circunstancias muy particulares, como el deterioro funcional o los ingresos insuficientes (Ham-Chande, Ybáñez y Torres, 2003), una pareja de adultos mayores decidiría compartir su vivienda con otros parientes. En cuanto a las razones metodológicas, el censo sólo capta información sobre fecundidad entre las mujeres.
Se definieron cuatro opciones de arreglos residenciales para las parejas de adultos mayores: a) viven solos; b) son jefes de hogar y viven con sus hijos; c) son jefes de hogar y viven con otros parientes o con amigos; y d) no son jefes de hogar pero viven con sus hijos.7 Esta clasificación es jerárquica, es decir, si un anciano vive con sus hijos y otros parientes se clasifica como “vive con hijos” (De vos, 2000). La decisión de distinguir entre los adultos mayores que son jefes del hogar de los que no lo son obedece a que los segundos son de mayor edad, tienen más problemas de salud y cuentan con menos recursos en comparación con los que viven en su propio hogar (Angel, Angel y Markides, 2000). Dado que estos factores están asociados a una mayor probabilidad de vivir con los hijos, en un análisis transversal la distinción según jefatura de hogar permite tener una estimación menos sesgada de tales determinantes.
Los determinantes de los arreglos residenciales de los adultos mayores incluyen la disponibilidad de parientes, la capacidad física y financiera, las preferencias y valores culturales, y los costos de la vivienda (cuadro 1).
Variables | Definición | Operacionalización |
Variable independiente | ||
Hogar | Variable categórica que combina jefatura de hogar y corresidencia entre parejas de adultos mayores | 0= Pareja sola(referencia) 1=Jefes con hijos 2=Jefes con parientes 3=No jefes |
Disponibilidad de parientes | ||
Hijos sobresalientes | Serie de variables dummy que indican el número de hijos | Un hijo (referencia) Dos hijos Tres o mas hijos |
Recursos economicos | ||
Salario | Ingresos mensuales promedio de la pareja por salarios | Logaritmo del ingreso por salario |
Pensión | Ingresos mensuales de la pareja por pension | Logaritmo del ingreso por pension |
Apoyos formales | Ingresos mensuales promedio de la pareja por apoyo institucional, incluyendo subsidios y de becas de gobierno | Logaritmo del ingreso por apoyos formales |
Salud | ||
Edad | Serie de variables dummy que reflejan la edad, en años, del miembro más viejo de la pareja | Prevejez:60-64 (referencia) Tercera Edad 65-74 Cuarta edad: 75 y más |
Discapacidad | Serie de variables dummy que indican la presencia de al menos un tipo de discapacidad | Sin discapacidad (referencia) Discapacidad en un conyuge Discapacidad en ambos conyúges |
Preferencias | ||
Escolaridad | Número de años de escolaridad del miembro más viejo V de la pareja | Variable continua |
Costos de vivienda | ||
Municipio de residencia | Serie de variables dummy que reflejan costos de la vivienda según el tipo de municipio de residencia | Rural (referencia) |
Migración | ||
Remesas internacionales | Ayuda financiera que recibe la pareja de parientes que viven fuera de México | Logaritmo del ingreso por remesas |
Remesas internas | Ayuda financiera que recibe la pareja de parientes del ingreso por remesas internas que viven en México | Logaritmo del ingreso por remesas internas |
Intensidad migratoria | Serie de variables dummy que reflejan el índice de intensidad migratoria por municipio | Nula o muy baja (referencia) Baja Media Alta o muy alta |
La disponibilidad de parientes se estimó a partir del número de hijos sobrevivientes reportado en la historia de fecundidad femenina. Estudios previos muestran que los beneficios marginales de un hijo después del segundo o tercer hijo son pequeños, y que la distinción más importante se da entre (1) no tener hijos y tener por lo menos uno, y una vez que se tiene un hijo, entre (2) tener uno o tener más hijos. En este caso, y considerando que entre las generaciones de mujeres de 60 años y más el promedio de hijos nacidos vivos es relativamente elevado (6.4 en el año 2000), se siguió el procedimiento usado por Uhlenberg (en Rosenthal, 2000) y la variable se codificó como uno, dos, y tres o más hijos sobrevivientes.
Respecto a la capacidad financiera, se estimaron varias medidas usando la cantidad de dinero que cada uno de los cónyuges recibe de diferentes fuentes, como salarios, pensiones, asistencia pública, intereses bancarios o rentas. Estos ingresos fueron promediados por pareja y corresponden a estimaciones mensuales en escala logarítmica. Dado que en la construcción de parejas sólo uno de los cónyuges ha de tener 60 años o más, la habilidad física se estimó con la edad del miembro más viejo de la pareja y con la presencia de al menos un tipo de discapacidad en uno o ambos cónyuges. En el caso de la edad, se utilizó la clasificación propuesta por Ham-Chande (en Ham-Chande, Ybáñez y Torres, 2003), que distingue entre los adultos mayores que se encuentran en la prevejez (60 a 64 años), la tercera edad (65 a 74 años) o la cuarta edad (75 años y más).
Como medida de preferencias y valores culturales se usó la escolaridad que reporta el miembro más viejo de la pareja. únicamente en los casos en que no hay información sobre la escolaridad de dicho miembro se utilizó la del cónyuge. Dado que el promedio de escolaridad para los adultos mayores con pareja es apenas de 4.6 años, esta variable se incluyó en el modelo de regresión como una variable continua.
El tipo de municipio se utilizó como variable sustituta de los costos de vivienda. En este caso se definieron tres tipos de municipio: a) metropolitano: los que pertenecen a alguna de las zonas metropolitanas definidas por el Consejo Nacional de Población (Conapo); b) urbano: los municipios no metropolitanos con 2 500 habitantes o más; y c) rural: los municipios no metropolitanos con menos de 2 500 habitantes según el censo de población del año 2000.
La migración es un determinante clave de los patrones de corresidencia, en particular cuando los hijos se van al extranjero, y puede afectar tanto positiva como negativamente la probabilidad de que los adultos mayores vivan solos. Para estimar el efecto positivo de la migración se incluyó el ingreso por ayuda financiera que los adultos mayores reciben de parientes no corresidentes. La información corres- ponde al monto de remesas internas e internacionales que recibió, en promedio, la pareja de adultos mayores el mes anterior, y representa una medida aproximada de apoyo intergeneracional. Para estimar el efecto negativo de la migración se usó el índice municipal de intensidad migratoria elaborado por Conapo (2002) agrupado en categorías.8
El análisis estadístico se desarrolló en dos etapas. La primera se basa en asociaciones bivariadas de los determinantes demográficos y socioeconómicos de los hogares de adultos mayores, y la segunda en un modelo de regresión logística multinomial para estimar la probabilidad de vivir con hijos -como jefes y no jefes de hogar- o con otros parientes, respecto a vivir solos. Este modelo resulta apropiado cuando la variable dependiente (tipos de arreglos residenciales) cuenta con categorías múltiples (Hosmer y Lemeshow, 1989). La probabilidad de vivir con hijos adultos u otros parientes comparada con la probabilidad de vivir solo está dada por:
donde π2 es la probabilidad de que una pareja de adultos mayores que son jefes del hogar viva con sus hijos, con covariables Xij y parámetros desconocidos, β1,0, y β1,j; π3 es la probabilidad de que una pareja de adultos mayores que son jefes del hogar viva con otros parientes, con covariables Xij y parámetros desconocidos β1,0, y β1j; π4 es la probabilidad de que una pareja de adultos mayores que no son jefes del hogar viva con sus hijos, con covariables Xij, y parámetros desconocidos β1,0, y β1,j; y π1 es la probabilidad de que una pareja de adultos mayores que son jefes del hogar viva sola, con covariables Xij. Las covariables Xij corresponden a las características individuales y del municipio de residencia descritas con anterioridad.
Resultados
De acuerdo con el censo del año 2000, en alrededor de 24% del total de hogares en el país vive un adulto mayor, y en casi la mitad de estos hogares vive por lo menos una pareja de adultos mayores. El arreglo residencial más frecuente entre las parejas de adultos mayores es la corresidencia con los hijos: 70% de las parejas analizadas se encuentra en esta situación, en tanto que sólo una de cada 15 parejas vive con otros parientes o amigos y poco menos de una cuarta parte vive en hogares independientes.
En el cuadro 2 se presentan las características demográficas y socioeconómicas seleccionadas de las parejas de adultos mayores de acuerdo con nuestra clasificación de arreglos residenciales. En términos de la disponibilidad de hijos con quienes compartir el hogar, se observa una elevada proporción de parejas con tres o más hijos sobrevivientes, independientemente del tipo de hogar, lo cual puede explicarse por los altos niveles de fecundidad de estas cohortes. En cuanto a los recursos económicos provenientes de salarios, pensiones o subsidios, vemos que en el mejor de los casos una cuarta parte de las parejas no cuenta con estas fuentes de ingreso; sin embargo más de la mitad de las parejas de adultos mayores que no son jefes de hogar no perciben ingreso alguno. Entre los que sí perciben ingresos, los jefes de hogar que viven con otros parientes son los que declaran el ingreso mensual más alto, seguidos de los jefes que viven con hijos. En contraste, el ingreso que reportan los no jefes que viven con sus hijos es de apenas la mitad de lo que perciben mensualmente los otros tipos de parejas. La situación económica de los adultos mayores que no son jefes, aunada a su edad más avanzada, mayor frecuencia de discapacidad y menor escolaridad, sugiere que sólo bajo condiciones de extrema vulnerabilidad los adultos mayores se integran a los hogares de sus hijos. Por el contrario, los que encabezan sus hogares e incorporan a sus hijos en el hogar muestran mejores condiciones económicas y de salud, características asociadas probablemente a su menor edad y su relativamente mayor escolaridad.
Arreglo residencial | ||||
Solos | Jefe con hijos | Jefe con otros pariente | No jefe con hijos | |
Con tres o más hijos sobrevivientes (%) | 82.5 | 89.1 | 83.9 | 83.5 |
Sin ingresos (%) | 28.5 | 26.0 | 26.7 | 59.7 |
Ingreso mensual promedio (en pesos) | 3 271 | 3389 | 3921 | 1906 |
Edad promedio del cónyuge más viejo | 71.3 | 67.7 | 70.0 | 77.2 |
Parejas con alguna discapacidad (%) | 20.5 | 14.6 | 18.8 | 32.3 |
Promedio de escolaridad del cónyuge más viejo (en años) | 4.9 | 4.7 | 4.4 | 3.1 |
Vive en municipios no rurales (%) | 68.8 | 73.8 | 66.3 | 78.1 |
Vive en municipios con alta o muy alta intensidad migratoria (%) | 14.9 | 11.3 | 13.4 | 8.3 |
Recibe remesas internas (%) | 13.0 | 8.5 | 11.5 | 10.6 |
Recibe remesas internacionales (%) | 7.7 | 5.5 | 9.0 | 3.3 |
Número de casos | 65 769 | 171 593 | 9.0 | 3.3 |
FUENTE: Muestra de 10% del XII Censo General de Población y vivienda 2000.
Debido a la naturaleza mayoritariamente urbana del país, se observa que por lo menos dos terceras partes de las parejas de adultos mayores viven en municipios urbanos o metropolitanos. Dado que ésta es nuestra variable sustituta del costo de la vivienda, los resultados descriptivos sugieren que son precisamente los adultos mayores con menores ingresos los que recurren más frecuentemente a la corresidencia cuando los costos de la vivienda son mayores.
Respecto al efecto de la migración, se observa que en los municipios con alta y muy alta intensidad migratoria la probabilidad de vivir con los hijos es sustancialmente menor, tal como lo sugieren los porcentajes más elevados de parejas que viven solas o con otros parientes. Asimismo la recepción de remesas tanto internas como internacionales incrementa la frecuencia con que las parejas viven solas o con otros parientes.
El cuadro 3 muestra los coeficientes derivados de los modelos de regresión logística multinomial para estimar la probabilidad de que una pareja de adultos mayores viva con hijos u otros parientes, comparada con la de que viva en un hogar independiente. Para fines de presentación, únicamente se muestran los resultados del modelo saturado. 9
Determinantes demográficos y socioeconómicos | Jefe con hijos vs vivir solos | Jefe con otros pariente vs vivir solos | No jefe con hijos vs vivir solos |
Disponibilidad de hijos | |||
Un hijo | - | - | - |
Dos hijos | 0.274** | 0.036 | -0.146 |
Tres o mas hijos | 0.820** | 0.126** | -0.073 |
Edad | |||
Prevejez | - | - | - |
Tercera edad | -0.682** | -0.155** | 0.977** |
Cuarta edad | -1.179** | -0.316** | 1.708** |
Presentacion de discapacidad | |||
Sin discapacidad | - | - | - |
Discapacidad 1 | -0.095** | 0.019 | 0.265** |
Discapacidad 2 | -0.372** | -0.149* | 0.316** |
Escolaridad | -0.005** | -0.001 | -0.068** |
Municipio de residencia | |||
Rural | - | - | - |
Urbana | 0.126** | -0.046 | 0.421** |
Metropolitana | 0.285** | -0.133** | 0.804** |
Ingresos | |||
Salarios | 0.019** | 0.025** | -0.160** |
Pensiones | -0.032** | -0.023** | -0.163** |
Apoyo institucional | -0.018** | 0.021** | -0.202** |
Remesas internas | -0.061** | -0.016* | -0.108** |
Remesas internacionales | -0.030** | 0.043** | -0.131** |
Intensidad Migratoria | |||
Nula o muy baja | - | - | - |
Baja | -0.076** | -0.097** | -0.162** |
Media | -0.209** | -0.137** | -0.510** |
Alta o muy mala | -0.247** | -0.311** | -0.763** |
Fuente : Muestra de 10% del XII Censo General de Población y Vivienda 2000.
*p<0.05**<p0.01.
Como lo sugiere la literatura, el número de hijos sobrevivientes está asociado positivamente con la probabilidad de corresidencia, sin embargo la asociación sólo es significativa cuando los adultos mayores encabezan el hogar. Respecto a las condiciones de salud, estudios previos muestran que conforme los padres envejecen, la probabilidad de corresidir con los hijos se incrementa debido a que requieren mayores cuidados, posiblemente por una salud deteriorada o por la pérdida de funcionalidad asociada a una edad avanzada (Cameron, 2000). Éste parece ser el caso entre los no jefes del hogar; estar en la tercera edad se asocia a una probabilidad 2.7 veces mayor de integrarse al hogar de los hijos, en tanto que estar en el grupo de edad más avanzada incrementa la probabilidad 5.5 veces. Entre los jefes de hogar, sin embargo, la probabilidad de compartir el hogar, especialmente con los hijos, decrece con la edad; si se compara con los jefes en la prevejez que viven solos, la probabilidad de convivir con hijos se reduce a la mitad en la tercera edad, y es 70% menor en la cuarta edad. La probabilidad de acoger a otros parientes bajo el mismo techo también decrece con la edad, 14% en la tercera edad y 27% en la cuarta edad. En el primer caso se trata probablemente de un efecto de la etapa del curso de vida, cuando los padres aún no han entrado en la etapa del “nido vacío” y tienen hijos dependientes viviendo con ellos.
Como ocurre con la edad, la presencia de alguna discapacidad incrementa la probabilidad de corresidencia sólo entre los adultos mayores que no son jefes del hogar: 30% si uno de los cónyuges está discapacitado y 37% cuando ambos cónyuges reportan algún tipo de discapacidad. Si bien este análisis no explora la migración en la vejez por reunificación familiar, Partida (2004) sugiere que la presencia de adultos mayores en los hogares de los hijos se debe a que migran por razones de salud. Entre los jefes del hogar, por el contrario, la discapacidad del adulto mayor disminuye la probabilidad de corresidir: es 9% menor cuando uno de los padres está discapacitado y 31% me nor si ambos lo están. Este resultado contrasta con estudios previos en los cuales un deterioro en el estado de la salud funcional de los adultos mayores se encuentra significativamente asociado con una mayor probabilidad de corresidencia (Alarcón, 2005). Una explicación posible es que, dada la carga emocional y financiera que supone atender a una persona discapacitada, los adultos mayores que cuentan con recursos económicos suficientes prefieran mantener una residencia independiente y no convertirse en una imposición para los hijos u otros parientes.
Dado que en general los adultos mayores reportan una baja escolaridad, el efecto de esta variable en la probabilidad de corresidir con los hijos fue muy moderado, e insignificante en el caso de la corresidencia con otros parientes. A mayor escolaridad, la probabilidad de corresidir con los hijos es 1% menor entre los jefes y 7% menor entre los no jefes.
Los altos costos de la vivienda -propios de áreas urbanas y metropolitanas- afectan positivamente la probabilidad de corresidencia con los hijos, especialmente cuando los adultos mayores no son jefes del hogar. Sin embargo, vivir en un área metropolitana reduce en casi 20% la probabilidad de corresidir con otros parientes.
Con excepción de los ingresos por salarios (los cuales incrementan 2% la probabilidad de los jefes de hogar de vivir con hijos u otros parientes), el contar con recursos financieros -independientemente de su origen- brinda mayores oportunidades de comprar privacidad (Saad, 2003; Kim y Rhee, 1997; Kramarow, 1995; Ramos, 1994), particularmente en el caso de los adultos mayores que no son jefes del hogar. El hecho de que sea precisamente entre los adultos mayores más vulnerables donde se observan los efectos más fuertes de los recursos económicos en la corresidencia confirma la preferencia por hogares independientes durante esta etapa del curso de vida. Así, la probabilidad de compartir el hogar con los hijos es 2% menor entre los jefes y 15% menor entre los no jefes cuando se tiene una pensión; contar con remesas internas o internacionales también reduce la probabilidad de compartir el hogar, sobre todo cuando no se es jefe del hogar. Por otra parte conviene destacar que en el caso de los adultos mayores jefes de hogar, la posesión de una fuente relativamente estable de ingresos (como un salario o subsidios del gobierno) o de ingresos relativamente mayores, como los que aportan los migradólares, incrementa la probabilidad de compartir el hogar con otros parientes. Al respecto, Ham-Chande, Ybáñez y Torres (2003) reportan que cuando un adulto mayor dispone de recursos monetarios o de inmuebles tiene la posibilidad de atraer nuevos miembros a su hogar, dada su situación de ventaja para ofrecer apoyo a parientes necesitados, ya sea brindándoles un techo o creando economías de escala.
Finalmente, los resultados sugieren que la migración internacional es un factor importante de los patrones de corresidencia en las etapas avanzadas del curso de vida, y que conforme el fenómeno de la migración se expande, la disponibilidad de parientes y, por lo tanto, la probabilidad de corresidir con alguno de ellos disminuye, particularmente en el grupo de adultos mayores más vulnerable (es decir, entre los no jefes del hogar). La probabilidad de vivir con los hijos es 7% menor cuando la intensidad migratoria es baja, pero disminuye a 20% en municipios con intensidad migratoria media o alta. El efecto de la migración es similar en la probabilidad de vivir con otros parientes, aunque en los municipios donde la intensidad migratoria es alta o muy alta, la probabilidad es sustancialmente menor. Sin embargo la migración internacional parece estar afectando de manera particular las probabilidades de corresidencia de los adultos mayores no jefes; incluso las intensidades bajas de migración disminuyen 15% la probabilidad de integrarse al hogar de un hijo, en tanto que la probabilidad se reduce a la mitad en condiciones de alta intensidad migratoria.
Conclusiones
En general se considera que el envejecimiento de la población trae consigo una estructura por edad que afecta negativamente el bienestar de los adultos mayores. Tener menos hijos -considerado ventajoso conforme una sociedad se moderniza- resulta problemático en el contexto del envejecimiento de la población (Knodel et al., 2000), y la ausencia de hijos adultos con quienes corresidir y en quienes apoyarse en la vejez se convierte en un asunto crítico para mantener las redes de apoyo informal. Si bien algunos investigadores han mostrado que los cambios en la fecundidad asociados con la transición demográfica tienen un efecto mínimo en el número de parientes que pueden pro- porcionar apoyo al adulto mayor (Rowland, 1984),10 la mayor parte de los argumentos sigue enfocándose en las consecuencias del descenso de la fecundidad a mediano y largo plazos.
En México la migración juega un papel clave en la disponibilidad de apoyo informal que pueden proveer los hijos que migran fuera del país y tienden a prolongar su estancia en las comunidades de destino. Los resultados de este análisis sugieren que la migración reduce la probabilidad de corresidencia, ya que el número de hijos en disposición de compartir la vivienda disminuye. Sin embargo los hijos migrantes se convierten en una fuente importante de apoyo para sus padres: 15% de las parejas de adultos mayores recibe ingresos por transferencias informales, y para aquellas parejas que reciben remesas (internas o internacionales), éstas representan una fracción considerable de su ingreso mensual.11 Una de cada cinco parejas de adultos mayores que viven solos recibe remesas (nacionales o internacionales), las cuales representan 12.5% de su ingreso mensual, en tanto que entre los adultos mayores que viven en el hogar de sus hijos las remesas aportan la sexta parte de sus ingresos. En otras palabras, las remesas constituyen una parte importante de los ingresos de las parejas de adultos mayores, y la proporción de adultos mayores que complementa sus ingresos con remesas no es despreciable. Sin embargo algunos estudios previos sugieren que con el tiempo el apoyo de hijos a padres recaerá primordialmente en los hijos corresidentes, en tanto que los que no comparten la vivienda gradualmente dejarán de apoyar a sus padres en edades avanzadas (Knodel, Chayovan y Siriboon, 1992).
Contra el argumento generalizado de que en la sociedad mexicana predominan los valores familiares que fomentan la corresidencia entre generaciones de hijos adultos y sus padres, este trabajo no encontró evidencia que apunte en tal dirección. Como sugiere la teoría de la modernización, los adultos mayores que cuentan con los recursos económicos necesarios prefieren vivir solos. En este sentido las remesas sustituyen la corresidencia de manera similar a otros tipos de recursos financieros.
La corresidencia de adultos mayores con sus hijos ocurre bajo dos circunstancias sustancialmente diferentes: la primera se asocia a una etapa del curso de vida en que los adultos mayores son jefes de hogar y los hijos son dependientes, en tanto que la segunda está relacionada con condiciones de extrema vulnerabilidad -por edad avanzada, discapacidad o falta de recursos financieros- que llevan a los adultos mayores a vivir en el hogar de sus hijos. los resultados sugieren que la discapacidad, la escasez de recursos económicos, una disponibilidad limitada de hijos, los mayores costos de la vivienda y los valores tradicionales ejercen importantes efectos en los patrones de corresidencia de este grupo de población. Sin embargo, el contar con transferencias informales en forma de remesas incrementa la probabilidad de que estos adultos mayores vivan en hogares independientes. Así, los resultados apuntan a que la convivencia multigeneracional obedece más a necesidades económicas y de supervivencia en contextos de incertidumbre económica y de apoyos institucionales débiles o inexistentes, que a valores culturales orientados a la familia (Fussell y Palloni, 2004; Ramos, 1994).
Dada la prevalencia del trabajo por cuenta propia, la precariedad de los ingresos que suelen recibir los adultos mayores (CEPAL, 2003; Wong y Aysa-Lastra, 2001) y las reformas al sistema de pensiones que se llevaron a cabo a fines del siglo pasado, es probable que las familias continúen proveyendo una parte importante del apoyo necesario para este grupo de población. Hasta qué punto este apoyo se convertirá en una carga financiera para las familias bajo las actuales condiciones económicas e institucionales, o cuáles serán las estrategias que los hogares y familias desarrollarán para hacer frente a esta situación, son cuestiones que habrá que considerar en la futura agenda de investigación del envejecimiento demográfico en nuestro país.