Introducción
La rigidez de la estructura social en Argentina ha derivado en la segmentación del espacio urbano y se ha visto potenciada por ésta. En tal segregación residencial, de naturaleza eminentemente socioeconómica, destaca uno de sus efectos negativos: el refuerzo del aislamiento social de los grupos de población más desfavorecidos, lo que aumenta la severidad de las fronteras sociales. En consecuencia se ha ido profundizando la brecha en el acceso a los activos -económicos, financieros y sociales- entre los diferentes grupos socioeconómicos y se han acrecentado sus efectos adversos sobre el bienestar de los hogares. Este tipo de segregación adquiere mayor gravedad en sus implicaciones sobre las condiciones de vida de los sectores más vulnerables cuando perdura en el tiempo. En efecto, se puede presumir razonablemente que la permanencia de los individuos en entornos segregados genera mayores perjuicios que si se trata sólo de una contingencia. En la medida en que los indicadores de bienestar tienden a mejorar en los contextos de expansión económica, es esperable que en dichos escenarios se reduzca la exposición a la segregación. En este artículo se analiza uno de los aspectos concernientes a la dinámica de la segregación residencial socioeconómica: el de su persistencia en el tiempo en un periodo en que se logró una fuerte recuperación económica. La pregunta que orientó esta investigación fue si quienes estaban expuestos a mayor segregación socioeconómica mejoraron su situación en términos relativos.
El planteamiento se justifica al observar algunas de las características que presentó el crecimiento económico en el periodo. Luego de la gran crisis de 2001 y el cambio de régimen macroeconómico, Argentina mostró una sostenida y duradera recuperación económica. Crecieron fuertemente el empleo y el poder de compra de los ingresos laborales, se incrementó la proporción de trabajadores registrados (quienes ocupan los puestos de trabajo que gozan de la protección de las normas laborales y muestran mayor estabilidad) y disminuyó la subutilización global de la fuerza de trabajo al descender la desocupación y la subocupación horaria. Asimismo se constató una fuerte reducción de la pobreza absoluta. Sin embargo en el plano distributivo la evolución fue menos satisfactoria, pues aminoró la desigualdad de la distribución del ingreso en los primeros años para luego mantenerse estable.
La segregación socioeconómica enfatiza la existencia de una característica social común a los hogares que comparten un mismo espacio urbano. En este documento nos enfocamos en la segregación socioeconómica con base en una deficitaria inserción en el mercado de trabajo. Dado que para las investigaciones sobre segregación se requiere información acerca de la ubicación espacial de los hogares, los censos de población han sido una de las fuentes que mayor atención han recibido en esta línea temática. Sin embargo, dado que con los censos no es posible realizar este tipo de análisis, ésta ha sido una de las facetas de la segregación menos explorada. En el presente documento se explota el hecho de que la encuesta de hogares de Argentina permite identificar los que pertenecen a un mismo punto de muestreo.
El artículo consta de seis secciones. En la siguiente se presenta una breve síntesis del tratamiento que ha recibido la segregación en la literatura, y en la tercera sección se repasan algunos de los rasgos distintivos del periodo bajo análisis en lo que concierne a la distribución del ingreso y el funcionamiento del mercado laboral. En la cuarta sección se presentan la metodología y las características de la base de datos empleada, y en la quinta sección se resumen los resultados que alcanzamos. La sección final contiene las conclusiones.
Antecedentes seleccionados de la investigación sobre segregación residencial
La segregación residencial da cuenta del grado de desigualdad que adquiere la distribución espacial de la población. En la medida en que las personas que comparten un espacio urbano tienen en común características socioeconómicas que las distinguen de los grupos sociales que habitan otras áreas, la segregación residencial es también socioeconómica. Esta simultaneidad se percibe en la mayoría de las ciudades modernas. En efecto, la presencia de barrios habitados por pobres y barrios habitados por ricos es un fenómeno prácticamente generalizado. Uno de los rasgos más visibles de la desigualdad social es que los diferentes grupos o estratos sociales, usualmente los más pobres y los más ricos, tienden a exhibir fuertes contrastes en los vecindarios en que residen. El estudio de la segregación residencial -sus orígenes, magnitud, dinámica y consecuencias- ha sido largamente abordado por la investigación social debido precisamente a su pertinencia para evaluar los niveles de integración y equidad que alcanzan las sociedades. Ya en los años inmediatamente posteriores a la segunda posguerra, en Estados Unidos la sociología le prestó particular atención, especialmente a los aspectos metodológicos de medición (Jahn et al., 1947; Cogwill y Cogwill, 1951; Bell, 1954, entre otros). Las contribuciones de Duncan y Duncan (1955) relativas a la cuestión metodológica dados los diferentes elementos de la segregación; las de Taeuber y Taeuber (1965) que avanzaron en la combinación de los indicadores cuantitativos con las técnicas cartográficas; y las de Schelling (1969), que se centró en los fundamentos microeconómicos del fenómeno, son indicativas del temprano interés y del importante grado de avance de la producción académica sobre la cuestión.
Durante las décadas siguientes esta línea de investigación se extendió notablemente. Además del continuado interés por su medición (por ejemplo en Massey y Denton, 1988) se enfatizó el análisis de las consecuencias que acarrea la segregación, y en ese marco se abrió paso al examen en torno a las relaciones de causalidad entre la distribución espacial y ciertos indicadores sociales. En efecto, la asociación de la segregación residencial con las características étnicas y migratorias de la población, así como con la existencia de brechas en los rendimientos educativos, la inserción ocupacional y la criminalidad estimuló gran parte de las investigaciones que se emprendieron. El que la residencia en vecindarios desfavorecidos pueda limitar los logros que alcancen los individuos recibió un fuerte impulso a partir del trabajo de Wilson (1987). Existe una extensa literatura que se ha centrado en esta relación y ha tratado de aproximarse al efecto del barrio o vecindario sobre diferentes variables sociales (Atkinson y Kintrea, 2001; Dietz, 2002; Galster, 2001; Jencks y Mayer, 1990; Arnott y Rowse, 1987; Brooks-Gunn et al., 1997; Crane, 1991; Ellen y Turner, 1997; Liebman, Katz y Kling, 2004; Lupton y Power, 2002; Buck y Gordon, 2004, entre otros).
Aunque los resultados empíricos no son concluyentes, la presunción teórica que guía la mayoría de las investigaciones sobre el tema se basa en que el espacio urbano contribuiría a reforzar los límites o barreras a la interacción de los grupos sociales. De aquí se desprendería su carácter negativo para lograr mayor integración social en una ciudad, región o país. El de la segregación residencial es un concepto amplio que refiere a la concentración de la población en el territorio urbano y a las oportunidades diferenciales de acceso a toda clase de recursos que tal condición define. Justamente, una de las consecuencias más negativas de la segregación urbana es que sitúa los estratos sociales en un contexto de socialización e interacción uniforme que propicia la naturalización de las diferencias en la estructura social. Tal situación se agrava dentro de ciertos contextos, por ejemplo cuando la dotación de servicios públicos como el transporte o la localización de la demanda de empleo favorecen el aislamiento de algunos territorios. El derrotero que ha seguido la investigación sobre la segregación residencial no ha estado exento de dificultades, y una de las principales es la escala adecuada para su medición. Téngase en cuenta que los índices que suelen utilizarse son sensibles a la medida del espacio que se emplea, a lo que además se agrega la complejidad que acarrea la operacionalización de conceptos como vecindario o barrio frente a las fuentes de información disponibles.
En los últimos años ha surgido un renovado interés por el tema que se ha enfocado en diferentes cuestiones atendiendo a las características que ha adquirido el fenómeno en Estados Unidos y Europa, por un lado, y en la región latinoamericana por otro. En efecto, en los primeros la investigación se ha centrado en la segregación con base étnica y migratoria (Schönwälder, 2007; Varady, 2005; Friedrichs, Galster y Musterd, 2005, entre otros) mientras que en América Latina se han privilegiado los análisis dirigidos a la concentración espacial de la pobreza y sus efectos (Roberts y Wilson, 2009; Kaztman y Queiroz Ribeiro, 2008; Rodríguez y Arriagada, 2004; Sabatini y Brain, 2008, entre otros).
Es probable que la reactualización del tema en las ciudades latinoamericanas derive de los profundos cambios que ha mostrado la organización urbana en los últimos 20 años, cuya característica sobresaliente quizá haya sido el amurallamiento (Borsdorf, 2003). En efecto, la presencia de zonas con muros perimetrales que operan como controladores funcionales para el acceso y egreso del lugar ha promovido la emergencia de recintos de riqueza. Este proceso se ha ido extendiendo gradualmente también a los barrios de los sectores medios y bajos. El rasgo más destacado es la proliferación de condominios o barrios cerrados. Gran parte de estas urbanizaciones se ha localizado en las zonas suburbanas y han dado paso a un importante proceso de valorización del suelo. La pieza clave en esta nueva dinámica urbana ha sido la construcción de autopistas que generan una disminución de los tiempos de traslado diario (commute). Además se ha observado que buena parte de su expansión obedece a la sensación de seguridad que brindan frente a los delitos contra la propiedad (Walklate, 2001; Caldeira, 2000). En el otro extremo de la estructura socioterritorial han proliferado los asentamientos irregulares. La parcelación del espacio urbano puede verse como reflejo de una manifiesta desigualdad al reforzar el distanciamiento de los grupos sociales. Téngase en cuenta que en la mayoría de dichos condominios se dispone de una gran variedad de servicios que reducen la dependencia de sus residentes respecto del exterior.
En este contexto ha recibido menor atención relativa en la investigación latinoamericana el papel de los mercados de trabajo en el proceso. Si bien la hipótesis de spatial mismatch (Kain, 1968, 1992) -acerca de que el desajuste espacial entre los lugares de residencia de los más pobres y las empresas contribuye a que aquéllos tengan menores oportunidades de empleo- ha recibido gran atención en la literatura especializada (Holzer, 1991; Ihlanfeldt y Sjoquist, 1998; Weinberg, 2004; Arnott, 1998; Brueckner y Zenou, 2003; Cervero et al., 2002; Houston, 2001; Martin, 2004; Gordon, 2003; Dickens et al., 2003), su presencia en las agendas de investigación latinoamericanas ha sido ciertamente menor. Ello no deja de sorprender por cuanto es abundante la evidencia que sustenta el hecho de que el funcionamiento de los mercados laborales es una pieza crucial para comprender las oscilaciones en el bienestar de la población más vulnerable, debido en parte a que en las economías latinoamericanas el desarrollo de los mercados de crédito y las redes de protección social es muy limitado. En efecto, los hogares que pertenecen a los estratos sociales bajos obtienen mayoritariamente sus ingresos monetarios de la inserción laboral de sus miembros.
Los recurrentes periodos de inestabilidad macroeconómica y crisis han influido en los aumentos de la pobreza y han agudizando las dificultades para sostener los niveles de consumo previos. En el mismo sentido han incidido la informalidad y la precarización del empleo, pues tales relaciones laborales conllevan incertidumbre sobre los ingresos. Se desprende de ello que las familias cuyos miembros no logran acceder a empleos de alta calidad -con mayor estabilidad y remuneraciones más elevadas- ven restringidas sus posibilidades de acceso a la vivienda en ciertas zonas de la ciudad. En consecuencia, la concentración en el espacio urbano de hogares con similares características socioeconómicas suele relacionarse con el derrotero que sigue el mercado laboral. Por otra parte, la causalidad puede operar también en sentido inverso. Para los miembros de los hogares que se encuentran espacialmente segregados están limitadas las posibilidades de insertarse en las ocupaciones más ventajosas debido a los límites que les impone el propio entorno urbano en que residen. Son ejemplos de ello el déficit en transporte público y los problemas que acarrea la seguridad para circular en determinadas franjas horarias, fenómenos a los que cabe añadir la estigmatización social y la discriminación laboral a que están expuestos los residentes de entornos segregados.
La segregación suele recibir mayor atención cuando ocurren procesos de empobrecimiento y de aumento de la desigualdad, sin embargo su análisis es relevante en otros contextos. El caso argentino es un buen ejemplo de ello. Al comenzar la presente década se ha producido un cambio notable en la situación socioeconómica de la región latinoamericana. En la gran mayoría de estas economías hubo indicadores positivos en la evolución del producto interno bruto y mejoraron los que se relacionan con el bienestar de la población. La pobreza y la indigencia se redujeron prácticamente en forma generalizada (CEPAL, 2008). En Argentina este cambio se produjo de forma dramática. Luego de la gran crisis de 2001 (cuando el producto se contrajo sensiblemente y la pobreza se extendió a más de la mitad de la población), la economía tuvo siete años de crecimiento sostenido del producto a tasas de entre 8 y 9% anual promedio (Beccaria y Groisman, 2009). Ante este nuevo contexto económico cabe indagar lo que aconteció con la segregación socioeconómica en el país. En efecto, el acelerado descenso del desempleo y el incremento de los puestos de trabajo que registró la seguridad social,1 que superó al de los no registrados (Groisman, 2008a), constituyen una presión hacia la equidad, y por lo tanto cabe indagar si la segregación con base socioeconómica estuvo asociada a este performance. Hay ciertas evidencias de que el crecimiento económico no tuvo un pronunciado efecto sobre los aspectos distributivos. Al observar lo que ha acontecido con la concentración de los ingresos de los hogares, se aprecia que si bien disminuyó sensiblemente al iniciarse la fase expansiva, luego su comportamiento fue más estable.
Una explicación de tales evidencias es que los hogares que contaban con menores recursos, y que residían en los entornos urbanos segregados, enfrentaron mayores dificultades para acceder a los beneficios del crecimiento económico. Ello pudo haber resultado alternativa o complementariamente de las características personales de los miembros de esas familias -escasa educación, poca experiencia laboral, entre otros- y de las restricciones que les impone la propia segregación -transporte público deficitario, escasez de información adecuada, estigmatización social-. En todo caso dicho comportamiento sugiere que la salida de los hogares de la condición de segregación no depende solamente de un contexto de crecimiento económico, y ésta es la hipótesis del presente trabajo. En tal sentido, aun dentro de un escenario favorable a la reducción de la pobreza y a la desocupación como el que experimentó Argentina, pero en ausencia de políticas que afecten directamente la distribución espacial de la población, la segregación tenderá a mostrar una elevada persistencia en el tiempo.
El funcionamiento del mercado laboral en el periodo y la concentración de los ingresos
La pobreza disminuyó en forma marcada entre 2002 y 2007 (CEPAL, 2007) y ello fue una manifestación directa de la fuerte creación de empleos y de la mejoría en los ingresos reales de los trabajadores. Sin embargo la intensidad de esta reducción no se advirtió en los hogares con menores recursos, cuyos jefes no tienen educación secundaria completa.2 Ello constituye un primer indicio de las características distributivas que tuvo la fase de expansión analizada, especialmente luego de superar los niveles críticos en los dos años posteriores a la crisis de 2001. En efecto, sólo en este breve periodo la mejoría en los ingresos de los hogares se mostró con más intensidad entre las familias con menores recursos, lo que derivó en una notable reducción de la desigualdad. A partir de entonces los cambios en esta variable se difundieron al conjunto de los hogares en forma generalizada. Precisamente la evaluación del coeficiente de Gini confirma una sensible mejora en la equidad al inicio de la fase expansiva, de 2002 a 2003, que luego se moderó. En realidad la estimación de los intervalos de confianza estadística de este indicador muestra ausencia de diferencias significativas entre las mediciones de 2004 y las posteriores (véase el cuadro 1).3
Si se centra la atención en lo que sucede cuando se reduce la mejora distributiva -a partir de 2004- se constata que el crecimiento del empleo se diferencia según el nivel educativo: fue más intenso para quienes residían en hogares cuyos jefes contaban con calificaciones más elevadas. En efecto, entre los extremos del periodo -2002 a 2007- el empleo en los hogares del estrato bajo acumuló un alza de 16% contra una de 41% para los integrantes de hogares con jefes más educados. Estas cifras son respectivamente de 6 y 23% cuando la comparación se efectúa entre 2004 y 2007 (véase el cuadro 2). Dado el comportamiento sectorial del empleo -fuerte en el sector de la construcción y en otros intensivos en mano de obra de baja calificación- y de la tasa de desocupación en los hogares del estrato inferior, ello parece haber respondido a una débil demanda de empleo. Precisamente conviene mencionar que en los hogares con jefes de baja educación estaba desempleado 12% de sus miembros y 17.6% de los integrantes no jefes al cabo de seis años de fuerte expansión económica (véase el cuadro 2).
El aumento en la ocupación registrada de los jefes -que como se recordará corresponde a los puestos de trabajo que gozan de mayor estabilidad y reciben en promedio remuneraciones más elevadas que las de los puestos no registrados- fue más intenso en los hogares cuyo jefe contaba con un nivel educativo alto. La extensión del empleo precario en el estrato inferior alcanzaba a más de la mitad de los hogares en 2007 -proporción que se estima no contaba entre sus miembros con un trabajador registrado.
El resultado agregado de estas tendencias en el empleo habría repercutido en un aumento de la desigualdad de no haberse producido una compensación mediante los ingresos laborales. Efectivamente, como consecuencia de ciertas medidas instrumentadas por el gobierno -como la asignación de sumas fijas para su incorporación en los salarios o la elevación del salario mínimo- y del aumento de la negociación colectiva en que se fijan los “pisos” salariales, las remuneraciones de los trabajadores de menores calificaciones mostraron una mayor recomposición relativa (Groisman, 2008b).
Otro rasgo que prevaleció en el periodo fue una notable inestabilidad laboral. La elevada proporción de ocupaciones precarias en la estructura de empleo puede conducir a una fuerte rotación laboral. Este rasgo se extendió en forma muy marcada en la sociedad argentina durante el decenio de los noventa, especialmente en la segunda mitad del mismo (Beccaria y Groisman, 2008). En los años que siguieron a 2001 el fenómeno continuó con una intensidad menor, pero siguió afectando especialmente a los hogares de menores recursos. En donde el jefe tenía escasa educación la inestabilidad laboral y las fluctuaciones de ingresos asociadas a ésta fueron en promedio alrededor de un tercio más elevadas que en las unidades domésticas cuyo jefe contaba con un mayor nivel educativo. Otra forma de apreciar la cuestión es atendiendo a que la proporción de hogares en donde se presentaron variaciones en la cantidad de ocupados fue de 50% en el estrato de bajos recursos y de 39% en el estrato alto. Entre 2004 y 2007 esta brecha de inestabilidad entre grupos de hogares no se redujo, y ello refleja la persistencia de esta desigual exposición al riesgo laboral y de ingresos. Nuevamente una parte de la explicación acerca de esta permanencia parece hallarse en la mejor perspectiva de empleo para quienes contaban con mayor nivel educativo a lo largo de todo el periodo. Otra forma directa de apreciar la magnitud de la inestabilidad laboral parte de atender a las trayectorias de trabajo de las personas. En el cuadro 3 se aprecia que 38% de quienes estuvieron ocupados en algún momento del periodo -al menos una vez entre las cuatro ocasiones posibles que provee la encuesta a los hogares- exhibió una trayectoria laboral incompleta. En efecto, casi cuatro de cada diez individuos no estuvieron ocupados en el total de las cuatro observaciones realizadas a lo largo de 15 meses.
La intermitencia laboral estuvo asociada a posiciones desventajosas en la distribución del ingreso, lo cual refleja el carácter involuntario que revistió la misma. Así, se puede apreciar que sólo 13% de los que estuvieron siempre ocupados se encontró en alguna de las cuatro observaciones disponibles en el quintil más pobre de la distribución del ingreso del hogar. Esta incidencia fue superior a 40% -e incluso a 50% en gran parte de las trayectorias- para los ocupados inestables. Si se amplía el umbral a los dos quintiles inferiores estos guarismos pasan a ser de un tercio y de dos tercios para los ocupados con trayectorias estables e inestables respectivamente. Las diferencias también son relevantes en cuanto a la calidad de los puestos de trabajo a que acceden unos y otros. Entre los que se mantuvieron siempre ocupados la proporción de quienes estuvieron al menos en una ocasión en un puesto precario -no registrado en la seguridad social- fue de 36%, mientras que entre los diferentes subgrupos de trabajadores inestables esta incidencia se ubicó en un rango que fue de 46 a 67%. La inestabilidad afectó en mayor proporción a los que tenían un bajo nivel educativo y fue más frecuente entre los no jefes, jóvenes y mujeres. Esta evidencia es indicativa de las limitaciones de los hogares para recurrir al trabajo de otros miembros como mecanismo estabilizador de los ingresos. De todas formas, el hecho de que en promedio un tercio de los trabajadores con trayectorias inestables lo integren jefes de hogar refleja la extensión de este fenómeno y de sus consecuencias para numerosos hogares.
La situación descrita es consistente con un escenario de moderados cambios distributivos. Ello se puede constatar en el cuadro 4, donde se presentan los movimientos que realizan los hogares entre quintiles de ingresos. La proporción de los que se mantuvieron en el quintil de ingresos más bajo fue de 71% en el curso de tres meses, y de 66% al cabo de 15 meses. Para el quintil más rico los valores fueron de 79 y 76% para el periodo corto y para el largo, respectivamente. Si se amplía el rango de posiciones de destino para incluir el quintil inmediato siguiente estos valores se ubican alrededor de 90%. Así, los hogares con mayores o menores ingresos al cabo de 15 meses son en una gran proporción los mismos. La evidencia que se presenta es compatible, entonces, con la persistencia de un endurecimiento de las posiciones que ocupan los hogares en la distribución del ingreso. En efecto, se podría interpretar que estos resultados son una de las consecuencias de la fuerte segmentación entre hogares que limita las probabilidades de quienes poseen menores recursos para ascender en la escala de ingresos, tanto en forma absoluta como relativa.
Ante este panorama laboral y distributivo resulta razonable indagar si la segregación residencial estuvo asociada a dificultades en el acceso de los integrantes de los hogares de bajos recursos a mejores empleos e ingresos más altos. Una forma de evaluarlo es observando la movilización de otros activos de los hogares de bajos recursos (los miembros no jefes con edades entre 15 y 64 años). En Groisman (2008a) se presentan algunos resultados en torno al asunto. Allí se constata que su incidencia fue significativa y con el signo esperado: cuanto mayor era la homogeneidad social -de nivel bajo- más aumentaban las probabilidades de que los individuos ingresaran a puestos precarios. Se verificó también que la pertenencia a un hogar del estrato inferior estaba asociada a una menor tasa de remuneración laboral por hora.
La evidencia presentada hasta aquí refleja entonces un panorama en el que coexistieron mejoras en ciertos indicadores clave como la pobreza y la desocupación con manifestaciones compatibles con un mercado de trabajo segmentado, que en conjunto habrían confluido para que la distribución del ingreso se mantuviera estable entre 2004 y 2007. En las secciones siguientes se avanza en el análisis de la dinámica de la segregación en este periodo.
Variables, datos y método de análisis
Los indicadores de segregación utilizados
Como se expuso en las primeras dos secciones, la noción de segregación socioeconómica alude a los procesos de separación física en las ciudades, las cuales afectan las posibilidades de interacción social de individuos pertenecientes a diferentes estratos sociales o laborales o grupos étnicos. En la segunda sección se refirió que el tema ha sido largamente tratado en la literatura especializada y que los aspectos metodológicos suelen recibir regularmente mayor atención.4 En este texto el interés se centra en la segregación socioeconómica con base en una deficitaria inserción en el mercado de trabajo.
Dado que para las investigaciones sobre segregación se requiere información acerca de la ubicación espacial de los hogares, los censos de población han sido una de las fuentes que mayor atención han recibido. Sin embargo con ellos no es posible realizar evaluaciones sobre la dinámica de la segregación. Ésta es una de las facetas quizás menos exploradas del fenómeno. En el presente documento se explota el hecho de que la encuesta de hogares de Argentina (véase el apartado siguiente) permite identificar a los que pertenecen a un mismo punto de muestreo. Ello implica la posibilidad de confeccionar variables que resuman las características del conjunto de hogares insertos en un mismo entorno residencial y asignarlas luego a cada individuo u hogar. Lo territorial no corresponde a la delimitación jurisdiccional sino a una de orden estadístico; no obstante los hogares así identificados están cercanos espacialmente entre sí. Así, con dicho procedimiento es posible calificar cada hogar según una característica que sintetiza la composición social de su vecindario o entorno urbano de residencia. Con propósitos expositivos nos referiremos a esta delimitación territorial como barrio o vecindario en forma indistinta.
En este trabajo recurrimos a dos criterios para medir la segregación. El primero resume la inserción laboral de los jefes de hogar definida como la proporción en el vecindario de los hogares con jefes cuyas edades son potencialmente activas (por ejemplo, entre 20 y 64 años) y que se encuentran inactivos, desempleados, u ocupados en un puesto de trabajo informal. La idea es que los jefes de hogar -usualmente los principales proveedores de ingresos a los hogares- que no cuentan con un empleo formal -definido como un puesto asalariado registrado en la seguridad social o no asalariado en establecimientos de más de cinco ocupados- exhiben una inserción deficitaria en el mercado laboral. Como se vio en la tercera sección, las limitaciones para la generalización del empleo registrado constituyen un rasgo sobresaliente del mercado laboral argentino y, por lo tanto, resulta razonable indagar acerca de su concentración espacial. El segundo de los criterios utilizados atendió a la proporción de hogares pobres en cada una estas unidades espaciales. La medición de pobreza que se utilizó sigue la metodología oficial vigente en Argentina mediante la cual se comparan los ingresos monetarios del hogar con un valor de referencia -línea de pobreza- calculado para cada familia de acuerdo con su composición demográfica, de forma tal que los hogares pobres son los que tienen ingresos inferiores a su línea de pobreza.
Cabe mencionar que las dos cuestiones en análisis se hallan asociadas: los ocupados en empleos informales tienen más probabilidades de ser pobres que los ocupados en puestos formales. Sin embargo tales características no recaen necesariamente en las mismas personas. En el cuadro 5 se aprecia precisamente su incidencia entre 2004 y 2006 en distintos grupos seleccionados. Allí se constata que la evolución de la pobreza y la informalidad no siguieron tendencias similares: la pobreza se redujo 39%, mientras que la informalidad lo hizo 8%. Estas discrepancias llevan a indagar por separado a cada una de ellas.
A partir del cómputo de la proporción de hogares con las características mencionadas en los vecindarios se establecieron valores de corte para definir si ese entorno residencial estaba segregado. Se recurrió a los valores de 66 y 75% para los criterios de informalidad y de 50% para el de pobreza. En esta forma se pretende incluir los hogares que residen en espacios urbanos altamente homogéneos en relación con el atributo que se está considerando. En el cuadro 6 se reportan las tasas de segregación que se obtuvieron. Cada una indica, entonces, la proporción de individuos que reside en vecindarios semejantes de acuerdo con la característica que se está considerando.
a Corresponde a los vecindarios en que más de 66% de los jefes de hogar entre 20 y 64 años no cuenta con un empleo formal.
b Corresponde a los vecindarios en que más de 75% de los jefes de hogar entre 20 y 64 años no cuenta con un empleo formal.
c Corresponde a los vecindarios en que más de 50% es pobre.
FUENTE: Elaboración propia con datos de EPH-INDEC.
Los datos utilizados
La Encuesta Permanente de Hogares de Argentina (EPH) que realiza el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC) es de carácter urbano y se lleva a cabo en las principales ciudades del país. Aunque se ha venido aplicando desde 1973, en 2003 fue objeto de una importante reformulación metodológica. Desde que se inició y hasta este año la EPH constituía un relevamiento puntual que se levantaba dos veces al año -durante los meses de mayo y octubre-. Desde entonces la recolección de datos se realiza en forma continua -durante todas las semanas del año- y las estimaciones se producen trimestral y semestralmente. Estas últimas son representativas de cada uno de los 28 aglomerados urbanos cubiertos, que en conjunto representan algo más de 70% de la población urbana del país. Desde 2003, además, es posible agrupar a los hogares según su pertenencia al mismo punto de muestreo. Ello implica identificar los hogares que se encuentran cercanos en términos espaciales. La EPH es una encuesta por muestreo de viviendas que entrevista a los hogares en cuatro ocasiones a lo largo de un periodo de 15 meses. Éstos se escogen aleatoriamente en dos etapas: dentro de cada aglomerado urbano se seleccionan las áreas en que se va a desarrollar la encuesta (radios censales o subdivisiones de éstos) y posteriormente se efectúa una selección aleatoria de viviendas. La selección de las áreas en la primera etapa asegura la cercanía espacial de los hogares. La utilización de esta información resultó un recurso apropiado como aproximación al vecindario. Téngase en cuenta que el promedio de viviendas por punto muestral o unidad territorial así definida es de 28 (una escala razonable para referirse a entornos espaciales o de residencia).
El método de análisis
La utilización de cohortes ficticias es un recurso adecuado para explorar lo que ha acontecido con la evolución de la segregación residencial socioeconómica durante la fase de recuperación económica argentina. Una cohorte ficticia -o seudopanel- se construye con datos repetidos de sección cruzada. El procedimiento consiste en seleccionar a individuos que nacieron en un mismo periodo para observar luego, en los años subsiguientes para los cuales se dispone de datos, al conjunto de personas que nacieron en el lapso definido para la constitución de la cohorte. Como los integrantes de estos grupos pueden no ser los mismos se les denomina seudopaneles o cohortes ficticias. Este recurso metodológico se aplica en la investigación social cuando los datos de panel no están disponibles o son inadecuados para el objeto de estudio que se persigue. Es creciente el interés por esta técnica en la literatura especializada (Deaton, 1985; Collado, 1997; Verbeek y Vella, 2005; entre otros); incluso se ha asegurado que tiene ciertas ventajas respecto de los datos de panel, por ejemplo para los análisis de movilidad de ingresos (Antman y Mckenzie, 2007). En este sentido debe tenerse en cuenta que los datos longitudinales suelen presentar algunas limitaciones, entre las cuales las dos más importantes son la existencia de attrition o desgranamiento de respondentes, y los errores de reporte o medición. La primera de ellas, que implica la pérdida paulatina de las unidades de observación, es mayor a medida que se extiende el periodo de tiempo. La misma puede ser elevada y no aleatoria, y le acarrea un perjuicio relevante el que las familias más móviles, por ejemplo, cambien de lugar de residencia más seguido o simplemente dejen de responder. La segunda de las dificultades mencionadas está presente también en los datos de corte transversal; sin embargo un error de reporte en los datos longitudinales puede afectar más severamente el aspecto que se está estudiando. En el caso argentino la EPH ofrece datos longitudinales para un periodo muy breve de tiempo.5 La ventaja de utilizar cohortes ficticias en este documento es que permite aumentar el periodo de observación a tres años: entre el segundo semestre de 2003 y el mismo semestre de 2006, que es justamente la etapa que interesa explorar dado el comportamiento que ya comentamos en la concentración de los ingresos.
Además del año de nacimiento es posible identificar otros atributos comunes de las personas como condición para su inclusión en el mismo grupo. Para este trabajo se han considerado el sexo y el máximo nivel educativo alcanzado, diferenciando dos niveles. En esa forma se obtienen grupos suficientemente homogéneos en cuanto a los atributos de las personas que no varían o son más permanentes. El análisis se circunscribió a los adultos cuyas edades en 2003 iban de 20 a los 59 años. Siguiendo un procedimiento habitual y con el propósito de disponer de un número de casos adecuados en cada cohorte se incluyeron los individuos agrupándolos según sus edades en tramos quinquenales. Por ejemplo, la primera cohorte quedó conformada por los varones que no finalizaron la educación secundaria y que nacieron entre 1979 y 1983. El resultado fue un total de 32 cohortes ficticias. En el esquema 1 se resume el diseño de los seudopaneles.
Se estimó la tasa de segregación en cada periodo para cada una de las cohortes y se utilizó para el tratamiento de los datos el método de análisis de regresión a la media. La estimación se realizó por mínimos cuadrados y por efectos fijos según cohortes. El objetivo que se persiguió fue evaluar en qué medida el hecho de estar segregado en un momento dado condiciona la probabilidad de continuar en un estado similar en el periodo siguiente. De tal forma la variable dependiente será el logaritmo de la tasa de segregación de cada cohorte en un momento dado, y la variable independiente será el logaritmo de la tasa de segregación en el periodo previo. El coeficiente b que se obtiene en esta regresión lineal puede interpretarse como una medida del grado de convergencia o divergencia en la segregación.
Formalmente se expresa como:
donde Sr es la tasa de segregación para los individuos i, 1 y 0 expresan respectivamente el periodo actual y el pasado, b es el parámetro de interés, α es la constante y ε el término de error. Si el valor del coeficiente se ubica entre 0 y 1 habrá convergencia, si está por encima de 1 se apreciará divergencia y si es inferior a 0 habrá un reordenamiento generalizado en los niveles de segregación. Finalmente, si es igual a 1 el resultado es la inmovilidad. La interpretación de los resultados permitirá establecer si la segregación perdura en el tiempo y con qué intensidad. Tal resultado es relevante, como se mencionó, por tratarse de un periodo de fuerte expansión económica. En efecto, los diagnósticos sobre la segregación socioeconómica y acerca de las políticas para su erradicación serán diferentes si la sola expansión del producto logra su reversión.
Resultados
Entre el primer semestre de 2004 y el segundo de 2006 la segregación residencial socioeconómica disminuyó notablemente, cualquiera que fuera el criterio para su medición (cuadro 6). La disminución de los indicadores de segregación incluyó todos los tramos de edad y sexo. Entre las diversas regiones los cambios no parecen haber seguido una tendencia definida. Sin embargo cabe destacar como rasgo distintivo que tal disminución fue algo más intensa entre los individuos con alto nivel educativo, cualesquiera que fueran los criterios que se utilizaran y los valores de referencia. Este comportamiento es consistente con el derrotero distributivo del periodo, que como se recordará fue de leve mejoría a pesar del fuerte aumento del producto.
Las gráficas que se presentan a continuación muestran para cada cohorte la evolución de los indicadores de segregación construidos. Se exhiben por separado las cohortes con bajo nivel educativo y con mayor educación.
Se constata que hubo una gradual reducción de los indicadores de segregación por informalidad y por pobreza entre 2003 y 2006. Se produjeron algunos cambios en la intensidad de la disminución de la segregación en las distancias de los valores de los indicadores de segregación entre cohortes, aunque sin un patrón definido. Sin embargo cabe destacar que entre los grupos con mayor nivel educativo se produjo cierta confluencia en los valores de la segregación hacia el final del periodo. Nuevamente esta evolución resulta consistente con la moderada evolución distributiva que comentamos en la tercera sección.
Para el análisis econométrico se recurrió al criterio de segregación más restrictivo, el que define en esa condición a quienes residen en entornos donde al menos 75% de los jefes de hogar no cuenta con un empleo formal. Para el segundo criterio se mantuvo el umbral de 50% de los jefes en condición de pobreza para calificar a las personas como residentes en entornos segregados. El análisis de regresión de efectos fijos por cohortes confirma una fuerte persistencia de la segregación (véase el cuadro 7).6 Los coeficientes estimados fueron de 0.97 para la segregación por informalidad y superiores a 1 para la estimada por pobreza. Es decir, la diferencia de cada punto porcentual en las tasas de segregación a las que estuvieron expuestas las diversas cohortes en cada periodo devino una brecha de 0.97 puntos al año siguiente en el primer caso y una de 1.12 en el año siguiente. En otras palabras, quienes enfrentaban mayor segregación por informalidad persistieron en esa condición año tras año. En el caso de la segregación por pobreza el resultado arroja una moderada tendencia hacia la divergencia: la brecha de segregación por pobreza se amplió. Por lo tanto, globalmente se está en presencia de una gran inmovilidad, que debe justipreciarse teniendo en cuenta el contexto de fuerte expansión económica en Argentina.
La ausencia de un comportamiento claro hacia el estrechamiento de las diferencias en la segregación es consistente con el panorama de estabilidad distributiva que comentamos con anterioridad. En otras palabras, al cabo de estos años de crecimiento económico el patrón de segregación residencial socioeconómica no parece haberse modificado de manera sustantiva.
Conclusiones
Aunque entre 2002 y 2007 Argentina mostró una sostenida recuperación económica, ésta no alcanzó similar intensidad en la concentración de los ingresos. Si bien la desigualdad de la distribución del ingreso disminuyó sensiblemente al inicio de la fase expansiva, luego su comportamiento fue más estable. El funcionamiento del mercado de trabajo se ubica en el centro de la explicación. La demanda laboral resultó más intensa para quienes contaban con mayor nivel educativo, y aunque las remuneraciones subieron un poco más para los ocupados con menor dotación de capital humano, ello no condujo a un sustantivo aumento de la equidad.
Otras evidencias dan cuenta de la persistencia de ciertos rasgos del mercado laboral que habrían atentado contra una mejoría distributiva más pronunciada. La inestabilidad laboral y la de ingresos continuaron afectando en mayor medida a los hogares de menores recursos, aunque en una escala inferior respecto de lo que aconteciera en otros periodos en Argentina. A este escenario debe agregarse el rol que desempeñó la segregación residencial socioeconómica. La evidencia que hemos obtenido en trabajos previos da cuenta de los límites a la inclusión social que conlleva la residencia en vecindarios segregados.
En este documento hemos explorado uno de los aspectos de la segregación menos tratados en la investigación sobre el tema: el de su persistencia en un contexto de crecimiento económico. El caso argentino es un buen ejemplo para ello dada la fuerte recuperación económica tras de la crisis de 2001.
Mediante la confección de cohortes ficticias se evaluó si quienes se encontraban expuestos a mayor segregación mejoraron su situación en términos relativos durante el periodo. Los resultados sugieren que el patrón de segregación residencial socioeconómica no se modificó. En consecuencia, el rol del crecimiento económico como corrector de las desigualdades asociadas a la segregación se mostró insuficiente. Ello obliga a avanzar hacia la formulación de una agenda de políticas públicas que tome en cuenta explícitamente estos aspectos del bienestar de la población.