Introducción
En México es creciente el interés por conocer las características de las prácticas sexuales de la población; sin embargo estos esfuerzos provienen preferentemente de los estudios antropológicos y sociológicos sustentados en buena medida en investigaciones de corte cualitativo. Son relativamente pocas las encuestas aplicadas a la población mexicana que han indagado respecto a sus experiencias sexuales, y por lo general han estado vinculadas a preocupaciones respecto a la salud, en particular a la transmisión de infecciones como el VIH-sida, a la anticoncepción, al embarazo adolescente, así como a la salud reproductiva de las mujeres, principalmente.
En esta ocasión nosotros queremos utilizar ese mismo tipo de fuentes para centrarnos en el estudio exploratorio de una transición fundamental en la vida de las personas: la primera relación sexual (de tipo coital y heterosexual), desde una perspectiva de género y considerando la desigualdad social existente en México. Para ello emplearemos los datos provenientes de la Encuesta Nacional de Salud Reproductiva (Ensar) llevada a cabo en el año 2003 con población femenina y masculina a nivel nacional.
Al utilizar la base de datos de esta encuesta no dejamos de reconocer sus limitaciones, pues al tratar de dar cuenta de los comportamientos sexuales de las personas se enfrenta a dificultades diversas, como la elaboración de las preguntas, la recolección de información y la interpretación de los datos. Debe tomarse en cuenta que las preguntas pudieron ser respondidas de manera poco precisa porque es frecuente la incomodidad al hablar sobre la propia vida sexual o por la dificultad para recordar las experiencias que se tuvieron hace tiempo. Por otro lado, los encuestados pueden exagerar al declarar sobre ciertos comportamientos socialmente aceptados e informar menos sobre los que no cuentan con la aprobación social. Por ello, al interpretar los datos provenientes de encuestas por muestreo sobre la sexualidad de las personas, debe considerárseles más como indicios o sugerencias de posibles prácticas, que como verdades y certezas sobre dichas experiencias (Ericksen y Steffen, 1999; Szasz y Rojas, 2005).
En este estudio comparamos las experiencias de hombres y de mujeres, tomando en consideración su pertenencia a distintas generaciones y a diversos grupos sociales, con la finalidad de detectar los posibles cambios en el tiempo y distinguir los diversos patrones de ocurrencia de esa transición. Además nos interesa saber qué tanta relación existe entre la iniciación sexual y la edad en que hombres y mujeres se unen conyugalmente por primera vez.
Algunas de las preguntas que procuraremos responder con este estudio son las siguientes: ¿existen variaciones en la iniciación sexual por género dependiendo del grupo generacional, el lugar de residencia y el estrato socioeconómico?, ¿pueden distinguirse a partir de dichas variaciones distintos patrones de iniciación sexual entre la población masculina y la femenina por grupos sociales?
Sexualidades en México
Dentro de las ciencias sociales la perspectiva de género ha ido ensanchando sus alcances de investigación y actualmente ya se cuenta con importantes resultados en torno a las sexualidades de hombres y mujeres. Desde esta perspectiva se afirma que la sexualidad, en tanto concepto biológico traspuesto por la cultura, deviene un producto social, es decir, una representación e interpretación de las funciones naturales en relaciones sociales jerarquizadas (Dixon-Mueller, 1996).
La construcción social de la sexualidad está vinculada inevitablemente con las concepciones culturales de masculinidad y feminidad, pues lo que se constituye como masculino o femenino se expresa en normas e ideologías sexuales. La sexualidad tiene diversos significados para diferentes personas en distintos contextos, y es por ello que los actos, los significados y las orientaciones de la sexualidad deben ser analizados para grupos sociales particulares, teniendo en consideración que las relaciones sexuales frecuentemente incorporan inequidades de poder basadas en la edad, la clase social, la raza, la situación laboral y, por supuesto, el género. Al respecto se ha observado que las mujeres se encuentran más limitadas que los hombres para determinar su vida sexual y reproductiva, en el sentido de las posibilidades que tienen de escoger si quieren tener relaciones sexuales, con quién, cómo y en dónde. Las diferencias de género en el ejercicio de la sexualidad se expresan también en marcadas diferencias en el tiempo de iniciación y de terminación de la actividad sexual, así como en el número de parejas que se tienen a lo largo de la vida, lo cual revela un doble estándar sexual en casi todas las sociedades. De tal suerte que es imprescindible considerar que las relaciones de poder entre las personas influyen en su ejercicio de la sexualidad (Dixon-Mueller, 1996; Rivas, 1997).
Hay que considerar además que el inicio de la vida sexual en diversas culturas implica un suceso de gran importancia en el paso de la niñez a la adultez porque señala el momento en que una persona alcanza las condiciones y la situación que la hacen capaz de reproducirse. La manera en que hombres y mujeres dan sentido a esta experiencia tiene lugar en un contexto cultural que brinda ciertos marcos de interpretación (Amuchástegui, 2001).
En el caso de sociedades como la mexicana, tradicionalmente ha existido un doble patrón moral que marca la diferencia de género: los varones pueden y deben tener actividad sexual -es una exigencia interiorizada de construcción de la propia masculinidad-, en tanto que las mujeres pueden tenerla parcialmente con su novio, pero sin descuidar su papel de mujeres serias, sin una diversidad de experiencias sexuales. En la consideración del género es importante tener en cuenta este doble patrón que se expresa a través de normas internalizadas y de la presión de los pares.1
Varias investigaciones de corte cualitativo sobre los significados de la sexualidad entre la población mexicana reportan que la iniciación sexual masculina adquiere un carácter ritual, socialmente organizado por hombres de mayor experiencia, quienes proveen la oportunidad y las condiciones propicias para que el joven se inicie sexualmente en un prostíbulo y a partir de entonces pueda ser aceptado como miembro del grupo de hombres. De hecho, se ha observado que la vigilancia sobre la sexualidad es claramente diferente para los hombres y las mujeres, ya que mientras se afirma la importancia de preservar la virginidad femenina hasta la unión matrimonial, la virginidad de los varones después de cierta edad despierta sospechas, pues constituye un indicio de una masculinidad dudosa. Por eso en la iniciación sexual masculina la presión del grupo social juega un papel de considerable importancia, pues está orientada a la confirmación de la identidad masculina y a la regulación de las prácticas sexuales del joven, independientemente de la relación de pareja que tenga (Amuchástegui, 2001). Este vínculo entre el desempeño sexual y la identidad de género influye en la permisividad social hacia diversas prácticas sexuales masculinas que incluyen el abuso sexual y la imposición de relaciones sexuales (Szasz, 2001b).
En cambio, en el caso de las mujeres, la normativa de género impone una connotación negativa al deseo y al placer sexual femenino, por ello establece que deben desempeñar un papel de mujeres serias, sin manifestar conocimiento ni deseos sexuales, y mucho menos haber tenido experiencias sexuales previas al matrimonio. Entre ellas, el inicio de la sexualidad está muy vinculado con un compromiso afectivo y con el inicio de una vida en pareja y de la procreación. Esta normatividad dificulta el uso de anticoncepción para disfrutar de relaciones sexuales sin temores de embarazos no planeados, sobre todo cuando los jóvenes inician su vida sexual (Szasz, 2001b).
Por otro lado, la información proveniente de diversas encuestas sociodemográficas y de salud realizadas en México confirma que los comportamientos sexuales que declaran los varones son marcadamente diferentes de los que reportan las mujeres. Según estas fuentes de información los hombres mexicanos inician su actividad coital heterosexual a una edad más temprana que las mujeres, en promedio entre los 15 y los 17 años. En su mayoría estos hombres manifiestan que tuvieron diversas experiencias sexuales previas a su unión conyugal y mayoritariamente con parejas con las que no tenían una relación afectiva (con una amiga, una desconocida o una prostituta); declaran un número más variado de prácticas sexuales, incluyendo el autoerotismo, y con mayor número de parejas. Por lo general la primera experiencia sexual coital y la unión conyugal ocurren en momentos diferentes en la vida de los varones mexicanos; en promedio hay una separación entre ambos de siete años. Entre ellos, el inicio de la sexualidad ocurre principalmente fuera de relaciones de compromiso afectivo (Szasz, 1998).
En el caso de las mujeres se ha observado, en cambio, una edad promedio a la primera relación sexual más tardía, entre los 17 y los 19 años, y la distancia con la primera unión es mucho menor que la de los varones. Entre ellas existe una clara vinculación del inicio de la vida sexual con el de la vida conyugal, puesto que un gran número de mujeres mexicanas se inician sexualmente con el esposo, ya sea en el momento de iniciar su primera unión conyugal o poco tiempo antes (Szasz, 2001b).
Diferencias por grupos sociales
Además de estas claras desigualdades en las normativas sobre las prácticas sexuales entre hombres y mujeres, es importante tener en cuenta que la marcada jerarquización por género y clase social de la sociedad mexicana propicia que dichas normas se expresen de manera diferente en los diferentes estratos socioeconómicos y contextos socioculturales del país. Estas jerarquías establecen distintas condiciones materiales y culturales de existencia de hombres y mujeres que afectan sus representaciones y prácticas sexuales, al tiempo que permiten o impiden la negociación de relaciones equitativas y el ejercicio de decisiones autónomas. El análisis de las prácticas sexuales en contextos socioculturales específicos permite definir las condiciones que construyen la sexualidad como una restricción, como un medio para obtener otros recursos, o como una actividad placentera que no acarree una pérdida de poder o legitimidad social (Szasz, 2001b y 2008).
Algunos estudios relativos a las experiencias sexuales y reproductivas en contextos rurales de México sugieren que ahí las desigualdades de género son más marcadas y las normas sobre el control social de la sexualidad masculina y femenina son más estrictas.
Entre las mujeres rurales e indígenas las relaciones sexuales se inician a edades muy tempranas, prácticamente desde la pubertad, muy cercanas en el tiempo (casi simultáneamente) con la unión marital y con el inicio de su vida procreativa. Viven esta experiencia sin plena conciencia o voluntad y bajo la fuerte presión que ejerce sobre ellas el novio y futuro esposo, en el contexto del comienzo de una unión consensual que se inicia con el ritual del “robo de la novia” o con una fuga de los dos jóvenes.2 Estas experiencias sexuales se dan en un contexto de aceptación de las relaciones sexuales prematrimoniales siempre y cuando tengan como finalidad la procreación y, por tanto, la unión conyugal. Por ello, en este ámbito la anticoncepción es fuertemente rechazada antes y fuera de cualquier unión conyugal (Amuchástegui, 2001; Bellato, 2001; Szasz, 2001a y 2008).
Por otro lado, entre los hombres rurales e indígenas son comunes los rituales dominantes de iniciación sexual que se organizan bajo fuerte presión del grupo de pares o de varones de mayor edad. Esta experiencia masculina debe ser temprana y distanciada del afecto y de la unión conyugal, que es más tardía que entre las mujeres, lo que propicia una notable diferencia de edad entre los cónyuges y un amplio periodo de prácticas sexuales masculinas premaritales (Amuchástegui, 2001; Bellato, 2001; Szasz, 2008).
En los ámbitos urbanos, hombres y mujeres tienen más posibilidades de movilidad espacial, acceso a superiores niveles de escolaridad, mayor diversidad de opciones vitales, y además están inmersos en otras normas respecto a la sexualidad. Las expectativas respecto a la virginidad y la fidelidad son muy semejantes entre hombres y mujeres. En este contexto hay mayor aceptación del deseo sexual femenino y de las experiencias sexuales prematrimoniales entre las mujeres. Entre ellas se ha observado una iniciación sexual más tardía, vinculada a sus deseos y un tanto separada del inicio de la vida conyugal (Szasz, 2001b).
La investigación precedente ha detectado que entre los varones urbanos, sobre todo de las generaciones jóvenes, el comienzo de las prácticas sexuales comienza a estar más asociado con las decisiones individuales de los jóvenes, quienes prefieren iniciarse con su novia. Estas diferencias podrían ser indicativas de un proceso de transformación hacia una menor demanda del desempeño sexual de los varones y hacia un mayor establecimiento de vínculos emocionales en los intercambios sexuales masculinos. Esta modificación podría estar dando paso a una postergación de la iniciación sexual y de la vida conyugal, e incluso a una selección más cuidadosa de la pareja con quien se desea iniciarse sexualmente (Amuchástegui, 2001).
En el ámbito urbano es más común que en el rural la utilización de anticonceptivos, principalmente del condón, en las prácticas iniciáticas de las y los jóvenes, sobre todo entre los más escolarizados (Szasz, 2001b; Stern y Menkes, 2008).
Por otro lado, al considerar la desigualdad socioeconómica prevaleciente en el país, es interesante observar que el estrato social no parece ser un marcador diferencial en la experiencia inicial de la sexualidad masculina, puesto que en general los varones mexicanos tienen su primera relación sexual a una edad muy semejante, independientemente del estrato socioeconómico al que pertenezcan. Esta edad de inicio de la vida sexual siempre es menor que la declarada por las mujeres, además de que entre ellos la normativa de género establece también una clara separación entre el inicio de la actividad sexual y el comienzo de la vida conyugal, aunque se ha observado que esta distancia es un poco mayor entre los varones de estratos medios (Szasz, 2008, Rojas, 2008). En cambio, entre las mujeres mexicanas las desigualdades sociales marcan temporalidades y condiciones claramente dispares cuando se trata del inicio de la vida sexual (Szasz, 2001a, 2001b y 2008).
En los grupos sociales más favorecidos socioeconómicamente se observa, en hombres y mujeres, un mayor lapso entre el inicio de la vida sexual y la primera unión conyugal. En estos contextos una escolaridad prolongada amplía las opciones de vida para las mujeres más allá de la maternidad. Por ello es más frecuente el uso de la anticoncepción antes del matrimonio. Las experiencias sexuales masculinas no están tan separadas del afecto y tienen mayor aceptación las experiencias sexuales femeninas premaritales, puesto que están inmersas en otras normas respecto a la sexualidad (Stern, 1997; Szasz, 2001b).
Recientes estudios han dado cuenta de la existencia de un grupo de mujeres pertenecientes a sectores medios y altos (con elevados niveles de escolaridad), que declaran haber permanecido solteras varios años después de haber iniciado su actividad sexual. Este cambio es muy significativo en la normativa de género, que permite a esas mujeres separar la vida sexual de la unión marital (Szasz, 2008).
Sin embargo, entre los varones y las mujeres de los estratos medios y altos existen desigualdades que conviene mencionar. La prerrogativa social para poder experimentar sexualmente antes de la unión conyugal es más restringida para las mujeres que para los varones, porque generalmente ellas tienen su primera relación sexual en el contexto del noviazgo y porque la experimentan más tarde que los varones. Por ello, en estos estratos la diferencia en la edad media a la primera relación sexual entre hombres y mujeres es mayor que en los estratos bajos (Szasz, 2008).
En contraste, la investigación reporta que entre las mujeres de los estratos bajos (y menos escolarizados) sigue plenamente vigente la estricta normativa que establece una estrecha cercanía entre el inicio de la vida sexual y el comienzo de la vida en pareja (Szasz, 2008). En estos estratos el embarazo adolescente forma parte de una trayectoria de vida marcada por una unión muy temprana seguida de (o precedida por) un embarazo, puesto que la unión conyugal y la maternidad todavía son parte indisoluble de la vida de las mujeres como una manera de adquirir valoración social, además de una salida a problemas de violencia familiar y abuso. Para las jovencitas de estos estratos es muy importante ser respetables y demostrarlo públicamente porque es la única manera de conseguir casarse, tener hijos y formar una familia respetable. Este estereotipo femenino se construye alrededor de las restricciones sobre la sexualidad, a través de la negación del cuerpo y del deseo. La ruptura de la norma que establece la abstinencia sexual femenina sólo se justifica mediante el amor, y por tanto, con la unión conyugal y un embarazo temprano (Stern, 1997 y 2007; Stern y Menkes, 2008).
Algunos cambios en el tiempo
Durante las últimas décadas la sociedad mexicana ha experimentando importantes transformaciones económicas, sociales y culturales debido a los procesos de modernización y secularización y a su incorporación a la globalización de la cultura. Dichos procesos han contribuido a modificar las relaciones de género -que empiezan a expresarse en procesos de autonomía e individuación entre algunas mujeres mexicanas-, los significados que atribuye a la sexualidad la población joven (principalmente urbana) y a fracturar la estrecha vinculación entre la sexualidad y la reproducción. Las intensas campañas de planificación familiar, así como la extendida difusión de la anticoncepción y de la educación sexual en la enseñanza secundaria, han contribuido a desligar ambas transiciones en la experiencia de las personas. Sin embargo el alcance del proceso de secularización en la vida social, y en las sexualidades en particular, es relativo, puesto que en el país coexisten las visiones ideológicas y religiosas con la información científica que se difunde en las escuelas, en los programas de planificación familiar y en los medios masivos de comunicación. Esta diversidad y heterogeneidad de discursos constituyen los marcos culturales a partir de los cuales hombres y mujeres construyen los significados atribuidos a la virginidad y a la iniciación sexual (Rivas, 1997; Szasz, 1997 y 2008; Amuchástegui, 2001).
En este sentido, es necesario comentar que en México se están detectando algunos procesos de cambio importantes en la vida de los jóvenes, y uno de ellos tiene que ver con la paulatina postergación de la primera unión. Se ha observado que mientras las mujeres mexicanas se unían a los 21 años y los varones a los 24 en los años setenta, hacia 1990 la edad promedio de las mujeres al unirse alcanzaba 22 años y la de los varones 24.5 años. En el año 2000 estas edades llegaron a 24 años para las mujeres y 26 para los varones (Conapo, 2002).
Esto ha propiciado que se incremente el riesgo relativo de iniciar la vida sexual antes de la unión entre los jóvenes mexicanos. De hecho se han encontrado, sobre todo en la población de los estratos medios y altos, elevados porcentajes de hombres y mujeres solteros que se declaran sexualmente activos (Stern y Menkes, 2008; Solís, Gayet y Juárez, 2008; Szasz, 2008).
Por lo que respecta a la edad al inicio de la actividad sexual, los resultados de la investigación previa son divergentes. Por una parte se encuentran algunas encuestas que indican que en las últimas décadas la iniciación sexual ha sido cada vez más temprana, tanto entre los hombres como entre las mujeres de generaciones más jóvenes, al tiempo que ha aumentado la frecuencia de la actividad sexual entre las parejas no unidas. En el año 2000, de acuerdo con la información de las encuestas Nacional de la Juventud (Enjuve-2000) y de Salud (Ensa-2000), los adolescentes sexualmente activos estaban iniciando su vida sexual a los 16 años en promedio (Menkes y Suárez, 2003; Conapo, 2004).
Debe tenerse en cuenta, sin embargo, que en la sexualidad temprana en nuestro país podrían estar convergiendo dos fenómenos. Por un lado, la unión temprana de las parejas que habitan en ámbitos rurales e indígenas, así como de la población de los estratos socioeconómicos muy bajos de las áreas marginadas urbanas.4 Y por otro lado, la iniciación sexual a edades más jóvenes de hombres y mujeres de las urbes debido a una mayor libertad sexual, pero más desvinculada de una unión conyugal, misma que suele ocurrir un poco más tarde (Menkes y Suárez, 2003).
Sin embargo en otros estudios se han detectado entre las generaciones más jóvenes de hombres y mujeres indicios de un comienzo un poco más tardío de sus relaciones sexuales respecto a las generaciones mayores, lo cual contrasta con la creencia de que los jóvenes mexicanos están iniciándose sexualmente más temprano (Szasz, 2008).
En este sentido destacan algunas cohortes de mujeres jóvenes cuyo calendario a la primera relación sexual se está retrasando; sin embargo esto parece ocurrir sólo en un grupo social determinado: las mujeres de los estratos medio y alto, urbanas y con un elevado nivel de escolaridad, quienes están iniciando su vida sexual, marital y reproductiva a una edad más tardía que las de generaciones anteriores. Estas mujeres usan anticonceptivos durante los primeros años de actividad sexual en mayor proporción que las del medio rural y menos escolarizadas, lo cual es indicativo de que se mantienen las diferencias sociales entre las mujeres, pues entre las de menor escolaridad las relaciones sexuales y la unión marital continúan iniciándose más temprano (Szasz, 2001b y 2008; Welti, 2005; Solís, Gayet y Juárez, 2008).
Debe tenerse presente, sin embargo, que si se compara con la experiencia masculina, entre las mujeres mexicanas sigue prevaleciendo una escasa distancia entre el comienzo de la vida sexual y el principio de la procreación, además de que prácticamente la totalidad de las mujeres que se han iniciado sexualmente antes de la unión conyugal, han tenido esa experiencia con su novio (Szasz, 2001b y 2008).
Otros cambios importantes observados con los datos de las encuestas nacionales se refieren a que entre los jóvenes varones se está detectando una ligera posposición de la edad en que experimentan este evento, y si bien se mantiene un patrón de iniciación ajeno al contexto amoroso del noviazgo, está disminuyendo entre ellos la experiencia de tener su primera relación sexual con una prostituta o con una desconocida, a favor de tenerla con una amiga. En cambio entre las mujeres se mantiene el patrón de iniciación sexual en el contexto de una relación amorosa, pues en todas las cohortes declaran que en esta importante transición participó el esposo o el novio. La diferencia es que entre las mayores prevalece la experiencia con el esposo, en tanto que entre las jóvenes aumenta la importancia del novio (Szasz, 2008; Stern y Menkes, 2008).
Características del estudio, de la fuente de información y de la población en estudio
Tomando en cuenta estos avances de la investigación precedente, en este trabajo buscamos confirmar y ampliar en la medida de lo posible, con una fuente de información actualizada, el conocimiento que se tiene sobre las circunstancias en que ocurre la primera relación sexual en la población masculina y en la femenina. Para ello ponemos atención en algunas características sociodemográficas tratando de distinguir diversos subgrupos poblacionales a fin de detectar la existencia de distintos patrones de iniciación sexual.
Los datos que analizamos son los aportados por la Encuesta Nacional de Salud Reproductiva (Ensar), llevada a cabo en el año 2003, y que se aplicó a 19 498 mujeres en el rango de edad de 15 a 49 años5 y a 994 varones mexicanos con edades entre los 20 y los 59 años.6
Las variables sociodemográficas que consideramos para este estudio son: la cohorte de nacimiento, para lo cual seleccionamos tres grupos de cohortes: 1955-1959; 1965-1969 y 1975-1979;7 el lugar de residencia:8 urbana, rural o indígena; y el estrato socioeconómico:9 muy bajo/bajo y medio/alto. La lista de estas variables y sus categorías, así como su distribución absoluta y porcentual se presentan en el cuadro 1.
Fuente: Elaboración propia con base en la Ensar 2003.
a No hablantes de lengua indígena en zonas rurales.
b Hablantes de lengua indígena en zonas rurales.
En el cuadro 2 se presentan las distribuciones absolutas y porcentuales de las variables que tienen que ver con las circunstancias en que ocurrió la primera relación sexual, así como las que se refieren a la primera unión. En el primer caso consideramos seis variables: 1) edad a la primera relación sexual (agrupada en dos categorías: antes de los 16 años10 y de los 16 años en adelante); 2) relación con la persona con quien se experimentó; 3) relación entre las edades de los miembros de la pareja; 4) uso de anticoncepción; 5) método utilizado, y 6) motivo para no usar anticoncepción.
Las variables relacionadas con la primera unión son: 1) situación conyugal en la primera unión y 2) tiempo transcurrido (en años) entre la primera relación sexual y la primera unión; para ello establecimos varias categorías: el valor <0 significa que la primera unión antecedió a la primera relación sexual, en tanto que el valor 0 indica que los dos eventos ocurrieron casi simultáneamente, es decir, durante el mismo año.
La información del cuadro 2 corrobora en buena medida los hallazgos de las investigaciones sobre el tema. Los varones mexicanos inician su actividad sexual más tempranamente que las mujeres, puesto que a los 15 años cerca de 24% de la población masculina encuestada ya había transitado por esta experiencia, mientras que sólo 18% de las mujeres lo había hecho. Las mujeres experimentan esta transición preferentemente con sus esposos (cerca de 64%) y un poco menos con el novio (34%); los hombres en cambio tienen un patrón más diverso, pues pueden haberla experimentado con la novia (33%), con una amiga (casi 30%), o con la esposa (28%). Es importante resaltar que la gran mayoría de las mujeres (76%) tiene su primera relación sexual con un hombre mayor que ellas, en tanto que los varones presentan un espectro bastante diversificado.
Es preocupante encontrar que son muy altos los porcentajes (más de 80%) de hombres y mujeres que declararon que no utilizaron método anticonceptivo alguno durante su primera relación sexual. En los pocos casos en que se utilizó anticoncepción, el condón fue el método más utilizado tanto por hombres como por mujeres, 69% y 53%, respectivamente. Las pastillas siguen en importancia en ambas poblaciones con 13% entre los varones y 17% entre las mujeres. Es interesante observar que la población femenina menciona también el uso del retiro y el del ritmo.
Es importante advertir que más de 30% de ambas poblaciones declaró como motivo principal para no haber utilizado anticoncepción en su primera relación sexual que no tenía conocimiento de los métodos anticonceptivos. Otro dato relevante es que entre las mujeres una proporción importante, del orden de 36%, reconoció que deseaba embarazarse y por ello no empleó algún método anticonceptivo.
En cuanto al tiempo que transcurrió entre la primera relación sexual y la primera unión, las cifras obtenidas confirman lo dicho por otros investigadores11 en el sentido de que mientras entre las mujeres prevalece un menor espaciamiento entre tales eventos y por tanto una clara vivencia de la iniciación sexual femenina muy cercana (o en el marco) de la unión conyugal, entre los varones en cambio prevalece una clara distancia entre ambas transiciones. En efecto, poco más de 36% de las mujeres tuvo su primera relación sexual durante el mismo año en que se unió por primera vez,12 en tanto que sólo 15% de los varones se encontró en esa circunstancia. Conviene mencionar que 90% de las mujeres ya se encontraban unidas después de tres años de haber tenido su primera relación sexual, en tanto que entre los hombres esta proporción alcanza 53 por ciento.
Respecto a la situación conyugal durante la primera unión también encontramos diferencias notorias, puesto que la forma más comúnmente declarada por los varones es el matrimonio civil y religioso (45%), en tanto que para las mujeres es la unión consensual (39%). Sin embargo todas estas diferencias entre hombres y mujeres serán matizadas y enriquecidas con el análisis por cohortes que incorporaremos más adelante.
Los métodos de análisis estadístico
Para llevar a cabo este estudio hemos realizado un análisis estadístico en dos partes. En la primera exploramos las relaciones estadísticas bivariadas entre las características sociodemográficas de la población en estudio y las que son propias de la primera relación sexual y de la primera unión, para lo cual, además de analizar los porcentajes aplicamos la prueba estadística Chi-cuadrada χ2 con la finalidad de revisar la significancia de las diferencias observadas.
En la segunda parte de nuestro análisis exploramos de manera simultánea todas las categorías de todas las variables consideradas en este estudio, a fin de detectar la existencia de diversos patrones de iniciación sexual entre la población mexicana. Con ello queremos confirmar y actualizar, con datos provenientes de una encuesta relativamente reciente y de alcance nacional, los hallazgos que se obtuvieron en la investigación antropológica y sociodemográfica previa.
Para llevar a cabo esta segunda parte del estudio aplicamos un análisis estadístico de correspondencias múltiples, que consiste en una técnica exploratoria multivariada factorial de reducción de dimensionalidad para datos categóricos cuyo objetivo es establecer relaciones entre variables no métricas, enriqueciendo la información que proveen las tablas de contingencia, que únicamente muestran si existe alguna relación entre las variables. Este análisis, en cambio, revela en qué grado contribuyen a esa relación y detecta los distintos valores de las variables (valores asociados próximos). Como resultado de su aplicación, este análisis permite visualizar la relación entre las categorías de diversas variables en una gráfica de dos o tres dimensiones. El análisis de correspondencias múltiples, aunque exploratorio, busca establecer el grado de asociación entre las categorías de múltiples variables no métricas (categóricas), presentando este grado de asociación en forma de un mapa perceptual (Pérez, 2004).13
Algunos rasgos de la primera relación sexual mediante un análisis bivariado
En esta sección analizamos algunas características de la iniciación sexual de la población mexicana haciendo comparaciones entre hombres y mujeres, y atendiendo a su pertenencia a distintos grupos de cohortes (generaciones), lugar de residencia (urbana, rural o indígena) y estrato socioeconómico (muy bajo/bajo o medio/alto).
Por cohortes
En este apartado revisamos la posible existencia de cambios en el tiempo -entre las generaciones estudiadas- en la experiencia de la primera relación sexual para los hombres y las mujeres. De acuerdo con los datos de los cuadros 3 y 4, en las generaciones de mujeres se detecta un rejuvenecimiento de aproximadamente un año entre la cohorte más antigua (1955-1959: 19.5 años) y la cohorte más joven (1975-1979: 18.4 años). En cambio, las diferencias en las edades a las que se inician los varones no resultaron estadísticamente significativas, por lo que no podemos argumentar al respecto.
Sin embargo es interesante constatar que en las cohortes más jóvenes de hombres y mujeres es cada vez más frecuente iniciarse sexualmente con sus novias o novios (52 y 42% entre los hombres y mujeres más jóvenes, frente a 29 y 20% entre las cohortes más antiguas de hombres y mujeres), y cada vez menos con sus esposas o esposos (23 y 56% entre los hombres y mujeres más jóvenes; 24 y 78% entre los hombres y mujeres mayores). La iniciación sexual masculina en el ámbito de la prostitución parece tener cada vez menos adeptos, ya que en la cohorte más antigua de varones la proporción alcanzaba 9%, en tanto que en la más joven ronda apenas el 1 por ciento.
Si bien con el paso del tiempo se aprecia un incremento en las proporciones de hombres y mujeres que utilizan anticoncepción en su primera relación sexual, este porcentaje no supera 26% entre los primeros y 18% entre las segundas. El condón es el método más utilizado en esta experiencia, aunque en mayor proporción por los varones jóvenes (77%) que por las mujeres jóvenes (60%). Las pastillas pierden importancia en su uso, no así el retiro. Entre las jóvenes generaciones de hombres y mujeres ha disminuido de manera significativa el desconocimiento de métodos anticonceptivos, pero el deseo de embarazarse durante la primera relación sexual se mantiene constante a través de las generaciones, sobre todo en el caso de las mujeres, con proporciones de poco más de 30 por ciento.
Al revisar la distancia entre el inicio de la vida sexual y el de la vida marital, se advierte que si bien entre los varones se mantiene una clara separación entre ambas transiciones, esa distancia temporal tiende a disminuir, al incrementarse de manera significativa las proporciones de quienes se unen tres o menos años después de haberse iniciado sexualmente (más de 50%). Entre las mujeres se observan cada vez menores proporciones de aquellas que experimentan ambos eventos durante el mismo año, al tiempo que se aprecian algunos incrementos en las proporciones de quienes deciden separar su iniciación sexual de la vida conyugal entre uno y tres años (50 por ciento).
Otro cambio que llama la atención es la importante disminución de la opción matrimonial civil y religiosa entre las jóvenes generaciones de hombres y mujeres, que de agrupar poco más de 50% en las cohortes masculinas y femeninas de más edad, ha pasado a 26% en el caso de los varones y a 28% en el de las mujeres. En tanto, la unión consensual ha ido ganando adeptos (con 46% en los varones y 48% en las mujeres), lo mismo que el matrimonio sólo civil. Consideramos que estas transformaciones son un indicativo de importantes cambios en los patrones que las nuevas generaciones están eligiendo para iniciar su vida sexual y conyugal.
Por lugar de residencia
De acuerdo con los fines analíticos de este estudio, el lugar de residencia se considera más que una ubicación geográfica o una referencia al tamaño de la localidad en donde se reside; se entiende como el contexto social y cultural que marca la influencia de las valoraciones -más o menos tradicionales- en torno al género y la sexualidad que los varones y las mujeres reciben a lo largo de sus vidas. Por ello consideramos conveniente separar la población rural en mestiza -que denominamos rural- e indígena.
De acuerdo con la investigación existente,14 en los contextos rurales e indígenas las normas sobre el control social de la sexualidad femenina son más estrictas y las desigualdades de género más marcadas que en el ámbito urbano. La información contenida en los cuadros 3 y 4 aporta elementos para confirmar estos señalamientos.
Entre la población masculina se aprecian distintas temporalidades para el comienzo de la vida sexual según el ámbito de residencia. Los hombres urbanos se distinguen por tener esta experiencia de forma más temprana (en promedio a los 18 años), mientras que los que habitan en localidades rurales la experimentan algunos meses más tarde (18.6 años), y los que viven en localidades indígenas un año después que los hombres rurales y algo más de un año y medio después que los urbanos (19.6 años). Entre las mujeres se aprecia un patrón inverso, puesto que son las indígenas quienes experimentan un inicio más temprano de su actividad sexual: en promedio lo tienen a los 17.5 años, en tanto que las mujeres rurales lo experimentan a los 18.3 años y las urbanas casi un año más tarde que las rurales, pero un año y medio después que las mujeres indígenas, a los 19 años en promedio.
Hay que destacar también que poco más de la mitad de los hombres encuestados de localidades indígenas declaró que tuvieron su primera relación sexual con su esposa, en tanto que entre los varones rurales esta opción alcanzó casi 40% y para los urbanos escasamente 22%. Entre estos últimos son significativamente mayores las proporciones de quienes se iniciaron sexualmente con la novia (37%) o con una amiga (32%). Las mujeres indígenas y rurales en su gran mayoría (82 y 78%) tuvieron su primera relación sexual con su esposo, a diferencia de las urbanas, con sólo 59%. Entre estas últimas, iniciarse sexualmente con el novio constituye una opción importante, con 38 por ciento.
Es sumamente frecuente entre los hombres y las mujeres rurales el haber dejado de lado el uso de la anticoncepción durante esta experiencia, pues las proporciones son de más de 90%, y es todavía más frecuente en la población indígena, con porcentajes cercanos a 100%. La razón más común que declaran los hombres y las mujeres rurales (39 y 40% respectivamente), e indígenas (73 y 69% respectivamente) es el desconocimiento de los métodos, aunque el deseo de un embarazo también registra proporciones importantes en estas poblaciones (23 y 36% entre los hombres y mujeres rurales, y 16 y 19% entre los hombres y mujeres indígenas).
Entre la población urbana ésta no es la excepción, puesto que los porcentajes de no utilización de métodos anticonceptivos se aproximan a 80%. Sin embargo allí se detecta un patrón diferenciado por género para no utilizar la anticoncepción durante la primera relación sexual. En los hombres prevalece el desconocimiento de métodos (33%), luego la no planeación de esta relación (27%), y finalmente el deseo de un embarazo (17%). En cambio entre las mujeres es más importante el deseo de un embarazo (38%), después el desconocimiento de métodos (30%), y finalmente el que no se hubiera planeado esa primera relación sexual (17 por ciento).
Cuando hay prevención de un embarazo durante esta experiencia, el método que se utiliza principalmente es el condón en todos los contextos de residencia, y tanto por hombres como por mujeres. Es interesante que las mujeres de los tres ámbitos, a diferencia de los varones, reporten importantes porcentajes de uso del retiro y del ritmo como métodos anticonceptivos utilizados durante esta experiencia, que juntos implican un poco más de 20 por ciento.
Al revisar el tiempo transcurrido entre la primera relación sexual y la primera unión constatamos un alto grado de simultaneidad, sobre todo entre las mujeres de los ámbitos rural e indígena, quienes en proporciones de algo más de 40% experimentan ambas transiciones durante el mismo año. Son menores en cambio los porcentajes de mujeres urbanas en esta situación, con 35 por ciento.
En el caso de los varones la cercanía temporal de las dos experiencias es también muy importante para los que residen en zonas rurales e indígenas, aunque no en la misma medida que para las mujeres de esos mismos ámbitos, puesto que las proporciones no llegan a 20%. En cambio, entre los varones urbanos se observa una clara disociación entre el ejercicio inicial de su sexualidad y la constitución de una unión conyugal. Solamente 14% de ellos se une el mismo año en que se inicia sexualmente, en tanto que son significativamente mayores (poco más de 30%) las proporciones de estos hombres que establecen una distancia de más de siete años entre ambas experiencias, si se les compara con los rurales e indígenas.
Por otro lado, entre los varones y las mujeres indígenas continúa prevaleciendo la unión consensual como la forma más usual de iniciar la vida conyugal (68 y 54% respectivamente). En cambio en el ámbito urbano el matrimonio civil y religioso es el que mayor proporción de adeptos tiene (50 y 41%), sin embargo hay que destacar que entre las mujeres urbanas la unión libre alcanza una proporción de 37%. En el contexto rural, la consensualidad y el matrimonio civil y religioso son predominantes (con proporciones superiores a 30%), aunque entre los hombres lo es más este último (36%), y entre las mujeres la unión libre (46 por ciento).
Por estratos socioeconómicos
La desigualdad social y económica del país define las condiciones de existencia materiales y sociales de sus habitantes, al igual que sus opciones y trayectorias de vida, que están claramente diferenciadas. Los datos de este estudio corroboran este hecho, al igual que la información proveniente de la investigación precedente, en el sentido de que el estrato socioeconómico parece marcar diferencias en la edad de la iniciación sexual, principalmente para las mujeres, puesto que aquellas de estrato medio/alto experimentan este evento a los 20 años de edad, un par de años después que las de estrato muy bajo/bajo, quienes se inician a los 18 años en promedio.
En el caso de los varones no se aprecian diferencias significativas entre ambos estratos respecto a la edad en que tienen su primera relación sexual. Sin embargo sí las hay cuando se analiza a la persona con quien tuvieron esta experiencia. Los varones de estrato muy bajo/bajo declararon en casi las mismas proporciones (alrededor de 30%), haber tenido su primera relación sexual con la novia, la esposa o una amiga. En cambio, aquellos de estrato medio/alto dijeron haberse iniciado sexualmente de manera preponderante con su novia (39%) o con una amiga (31%) y un poco menos con la esposa (22 por ciento).
Entre las mujeres no existe tanta diversidad en este aspecto, puesto que la iniciación sexual para aquellas de estrato muy bajo/bajo ocurrió en su mayoría (66%) con el esposo y en casi una tercera parte (32%) con el novio. En tanto que para las mujeres de estrato medio/alto la posibilidad de tener su primera experiencia sexual coital con el novio es mayor (42%), aunque tenerla con el esposo sigue siendo preponderante (56%). Una constante entre las mujeres, independientemente del estrato socioeconómico al que pertenezcan, es que en su gran mayoría (88% en el estrato muy bajo/bajo y 75% en el estrato medio/alto) se inician sexualmente con un hombre mayor que ellas.
Por lo que respecta al uso de anticoncepción durante esta experiencia, el estrato socioeconómico parece marcar importantes diferencias, puesto que son mayores las proporciones de hombres y mujeres del estrato muy bajo/bajo que no utilizaron método anticonceptivo alguno durante esta experiencia (86 y 88% respectivamente), que las de varones y mujeres del estrato medio/alto (83 y 75 por ciento).
Las razones más importantes para no usar anticoncepción entre los varones de ambos estratos son el desconocimiento de métodos (39% en el estrato muy bajo/bajo y 32% en el medio/alto) y el hecho de que no hubieran planeado tener relaciones sexuales en ese momento (22% en el muy bajo/bajo y 29% en el medio/alto). Hay que tener presente que las proporciones de varones de ambos estratos que deseaban embarazar a su pareja en esa primera experiencia sexual alcanzan el orden de 18 por ciento.
Entre las mujeres de ambos estratos el motivo más importante para no usar anticoncepción es el deseo de embarazarse durante su primera relación sexual (35% en el muy bajo/bajo y 39% en el medio/alto), aunque el desconocimiento de métodos es más frecuente entre las mujeres del estrato muy bajo/bajo (38%) que entre las del estrato medio/alto (22%). Las mujeres de estrato medio/alto manifiestan en mayor proporción (21%) que las del otro estrato (12%) como motivo para no haber usado anticoncepción el no haber planeado tener su primera relación sexual.
Los varones de ambos estratos muestran una clara disociación entre su iniciación sexual y la primera unión, aunque es más marcado para los hombres de estrato medio/alto, puesto que únicamente 7% experimentó ambos eventos en el mismo año, en tanto que 18% de los varones del estrato muy bajo/bajo se unió el mismo año en que tuvo su primera relación sexual. En las mujeres, sin importar su estrato social, sigue prevaleciendo una fuerte vinculación entre ambas transiciones, pero es un tanto mayor entre las mujeres de los estratos bajos (37 por ciento).
El matrimonio civil y religioso es la forma más común para iniciar la vida conyugal entre los hombres (64%) y las mujeres (55%) del estrato medio/alto, al igual que entre los varones del estrato muy bajo/bajo (39%). En cambio, para las mujeres del estrato muy bajo/bajo la unión consensual es la forma predominante de primera unión (44%). Cabe mencionar que la consensualidad no deja de tener proporciones importantes entre los varones de los estratos bajos (35%), al igual que entre los hombres y mujeres del estrato medio/alto (23 y 25%, respectivamente).
Detección de algunos patrones de iniciación sexual
En esta segunda fase aplicamos la técnica de análisis de correspondencias múltiples tratando de detectar las relaciones existentes entre todas las categorías de las tres variables sociodemográficas (cohorte, lugar de residencia y estrato socioeconómico), de las seis relacionadas con la primera relación sexual (edad, relación con la persona con quien se experimentó, relación entre las edades de los miembros de la pareja, uso de anticoncepción, método usado y motivo para no utilizarlo), y de las dos que tienen que ver con la primera unión (tipo de la primera unión y años entre la primera relación sexual y la primera unión), explorando su comportamiento de manera simultánea.
Las figuras 1 y 2 proporcionan mapas representados en el plano cartesiano que permiten observar, para el caso de los hombres y de las mujeres respectivamente, las proyecciones de dichas categorías en dos dimensiones, y por ello, la relación (asociación) entre ellas. El interés de esta técnica se centra en el análisis de la cercanía de las categorías de las variables consideradas, a partir de la cual se pueden establecer patrones de iniciación sexual diferenciados. Un aspecto interesante en ambos mapas es que la dimensión 1 o eje horizontal absorbe la mayor variabilidad, por lo que el origen de las coordenadas es un punto de corte para establecer las interpretaciones.
De acuerdo con la información que aparece en la figura 1, en el caso de los hombres puede distinguirse una marcada dispersión de las categorías de las variables estudiadas, lo que sugiere una mayor diversidad de patrones en la iniciación sexual. Particularmente podemos distinguir en el cuadrante del lado superior izquierdo un primer patrón, correspondiente a los individuos de los ámbitos urbanos y de estrato socioeconómico medio/alto. Este patrón estaría caracterizado por una iniciación sexual más temprana (antes de los 16 años o poco tiempo después), llevada a cabo con la novia, cuya edad es similar. Este tipo de inicio de la vida sexual parece estar desvinculado no solamente de la reproducción puesto que hay uso de anticoncepción, sino también de la primera unión conyugal, la cual se lleva a cabo de siete a diez años más tarde y es preferentemente un matrimonio civil y religioso, o solamente civil.
Un segundo patrón que se relaciona con características sociodemográficas muy semejantes puede distinguirse en el cuadrante inferior izquierdo, que corresponde a hombres que se iniciaron sexualmente con una pareja de mayor edad que ellos, con la que no establecieron vínculos sentimentales profundos o amorosos (amiga o prostituta), y no usaron anticonceptivos porque consideraron que no era necesario. El tiempo transcurrido entre la iniciación sexual y la primera unión fue aún mayor (11 años o más).
Los cuadrantes del lado derecho corresponden a contextos rurales o indígenas, de estrato socioeconómico muy bajo/bajo, con iniciación sexual más tardía (de los 16 años en adelante) y estrechamente vinculada a la primera unión conyugal -que es principalmente de tipo consensual o un matrimonio religioso-, por ello se experimenta con la esposa, quien tiene una edad menor que la del varón y sin uso de anticonceptivos, probablemente porque se buscaba un embarazo.
En el caso de las mujeres se observa en la figura 2 un panorama mucho menos disperso de las categorías de las variables estudiadas que en el caso de los varones, por ello alcanzamos a visualizar solamente dos patrones de iniciación sexual. Uno de ellos se puede detectar en la parte superior y a la derecha del eje vertical, conformado por la generación más joven, cuyo lugar de residencia corresponde a zonas urbanas, de estrato socioeconómico medio/alto, con un inicio más tardío de su actividad sexual (después de los 16 años) y experimentada con el novio o con un amigo. Este patrón de iniciación sexual tiene una clara separación del inicio de la vida reproductiva, puesto que se utiliza algún anticonceptivo, y también lejanía de la primera unión (4 o más años), que es preponderantemente un matrimonio civil y religioso.
Del lado izquierdo se puede distinguir un segundo patrón, caracterizado por mujeres de estrato socioeconómico muy bajo/bajo, que viven en ámbitos rurales e indígenas y pertenecen a las generaciones intermedia y mayor. Aquí la iniciación sexual ocurrió antes de los 16 años, con un hombre de mayor edad que ellas, muy probablemente el esposo, y sin uso de anticonceptivos posiblemente porque se deseaba un embarazo. La primera unión asociada a este patrón de iniciación sexual es de tipo consensual o un matrimonio religioso, y muy cercana en el tiempo (máximo tres años) a la primera relación sexual.
Consideraciones finales
Para llevar a cabo este estudio tomamos en cuenta los avances alcanzados en la investigación antropológica y sociodemográfica precedente sobre las características de la iniciación sexual en el país, considerando las diferencias entre hombres y mujeres, así como las modificaciones observadas en el tiempo. Nuestro interés se centró en la constatación y actualización de los hallazgos existentes tomando en cuenta tres características de la población masculina y femenina en estudio: la cohorte de nacimiento, el ámbito de residencia y el estrato socioeconómico, con la finalidad de detectar patrones diferenciados entre hombres y mujeres de acuerdo con su pertenencia a distintos grupos sociales.
Los resultados de nuestro estudio son consistentes con la información que proveyó la investigación precedente y permiten asegurar que en el país persiste un patrón de iniciación sexual marcado por el género. En efecto, a pesar de las transformaciones observadas en la experiencia de las generaciones más jóvenes, los varones mexicanos continúan teniendo su primera relación sexual más temprano que las mujeres, quienes por lo general se inician en un contexto amoroso y muy cercano al comienzo de la vida conyugal.
Sin embargo la investigación aportó elementos para considerar que las jóvenes generaciones de hombres y mujeres están eligiendo con mayor frecuencia el noviazgo como contexto para su iniciación sexual, al tiempo que tienden a usar más la anticoncepción para asegurar una separación entre esta experiencia y la procreación.
Nuestros hallazgos confirman que el ámbito de residencia y el estrato socioeconómico marcan situaciones cualitativamente diferentes para la iniciación sexual de hombres y mujeres. En este sentido, el análisis de correspondencias múltiples nos permitió observar la existencia de dos mapas claramente diferenciados de esta experiencia de acuerdo con el género y por grupos sociales. El espectro del caso masculino se caracteriza por una mayor dispersión de las categorías analizadas, lo cual es indicativo de una mayor diversidad de experiencias en la iniciación sexual. En contraste, el comienzo de la vida sexual femenina tiene poca variación y por ello sólo se detectaron dos patrones.
Al observar de manera simultánea ambos mapas se constata que existe un patrón característico de las generaciones más jóvenes de hombres y mujeres, de los ámbitos urbanos y del estrato socioeconómico medio/alto. Este patrón se caracteriza por una iniciación sexual más temprana entre los varones (antes de los 16 años o poco tiempo después) y más tardía entre las mujeres (después de los 16 años). Esta experiencia se lleva a cabo en el contexto del noviazgo y parece estar desvinculada de intenciones reproductivas porque se usa algún anticonceptivo para prevenir un embarazo. Existe una distancia temporal respecto a la primera unión conyugal, la cual es preferentemente un matrimonio civil y religioso. Este patrón parece estar influido por los procesos de secularización, modernización y globalización de la cultura, y revela que las normas de género y sobre la sexualidad parecen estar cambiando a favor de una mayor individuación y autonomía de las personas (Amuchástegui, 2001; Szasz, 2008; Stern y Menkes, 2008).
Por otro lado está el patrón característico de los hombres y las mujeres de los ámbitos rurales o indígenas, de los estratos socioeconómicos bajos y de las generaciones intermedias y mayores. Aquí la iniciación sexual es más tardía para los varones (de los 16 años en adelante), pero más temprana para las mujeres (antes de los 16 años) con hombres de mayor edad que ellas. Esta experiencia está estrechamente vinculada a la primera unión conyugal -que es de tipo consensual-, por ello se experimenta entre los esposos, y sin uso de anticonceptivos porque se buscaba un embarazo. Este patrón de iniciación sexual no parece modificarse con el tiempo, lo cual es indicativo de que en esta población sigue predominando la tendencia a una unión y una maternidad tempranas, dada la escasez de oportunidades alternativas a la maternidad para las mujeres (Stern, 2007; Stern y Menkes, 2008).
La investigación detectó un tercer patrón solamente para los varones, asociado a los contextos urbanos y los estratos medios, caracterizado por una iniciación sexual precoz (antes de los 16 años), en el ámbito de la prostitución o con una amiga, sin uso de anticoncepción y completamente ajena y distanciada en el tiempo de la primera unión.
Consideramos conveniente advertir que, no obstante las limitaciones de este estudio al comparar muestras para hombres y mujeres de distinto tamaño y de distintos rangos de edad, nuestros hallazgos aportan elementos que permiten asegurar que en México se están registrando importantes transformaciones en las experiencias de iniciación sexual de las jóvenes generaciones de hombres y mujeres, principalmente urbanas y de estratos sociales acomodados. La desigualdad social persistente en el país contribuye a mantener claras diferencias de género entre los hombres y las mujeres de los estratos pobres y de los contextos rurales e indígenas.