Introducción
Este trabajo es producto de una preocupación relativa al modo en que se producen la segregación y los procesos de desigualdad social en la Ciudad de Buenos Aires. Desde hace varios años hemos venido indagando en torno a los modos en que los sectores subalternos acceden a la reproducción social a partir del uso de la ciudad.
En este artículo nos centramos en dos de ellos: los adultos que viven en la calle (AVC) y las mujeres que habitan en hoteles-pensión del sur de la ciudad. Los dos tipos de actores pugnan por transitar y habitar en la ciudad. Ambos grupos están presentes en las áreas céntricas, son objeto de una mirada estigmatizante y, de manera diferente, buscan impugnar esta mirada a partir de prácticas de visibilización, diferenciación e invisibilización.
Como se ha planteado en otro lugar (Cosacov y Perelman, 2012), en las últimas décadas las transformaciones de las ciudades latinoamericanas han sido un tema recurrente en los estudios sobre los "modos de vida urbanos" en la región. El crecimiento de las desigualdades sociales (en gran parte producto de las políticas de neoliberalización de las sociedades), en las ya históricamente desiguales ciudades, y los procesos urbanos globales han generado que se abran nuevos abordajes y problemas en torno a la ciudad. Metrópolis fragmentadas, urbanismo de mundos aislados, coexistencia de mundos aislados, etc. (Duhau, 2003; Hiernaux Nicolás, 1999; Prevot-Schapira y Cattaneo Pineda, 2008; Prevot-Schapira, 2001; Saraví, 2008).
Para el caso de la Región Metropolitana de Buenos Aires algunos autores (Janoschka, 2002; Soldano, 2008) observan que los procesos de polarización social se expresan en una nueva redistribución espacial dando lugar a nuevas formas urbanas que poseen un carácter marcadamente insular. Según Grimson (2009) el Área Metropolitana de Buenos Aires tiene una organización espacial que estaría estrechamente relacionada con los sectores socioeconómicos. Para este autor existen dos sistemas espaciales sobrepuestos que producen un sentido territorial en degradé. Uno de los sistemas está conformado por tres círculos concéntricos que van, a rasgos generales, de menos a más pobre: la Capital Federal, el primer cordón del Conurbano Bonaerense y el segundo cordón del Conurbano Bonaerense. El otro sistema espacial es el de los "puntos cardinales", que contrapone el norte próspero con el sur tradicional. La frontera sería la avenida Rivadavia, que divide la ciudad en dos territorios sobre los cuales se construyen imaginarios diferenciales y maneras distintas de transitar y de vivir en la urbe. Se trata de barreras territoriales que resultan clave para la comprensión espacial de la ciudad. Grimson señala que "si en una región de frontera política cruzar al otro lado implica convertirse de nativo en extranjero, cuando los pobres urbanos cruzan la avenida Rivadavia, Corrientes y Santa Fe lo hacen como trabajadores, más que como vecinos" (Grimson, 2009: 19). Estas fronteras son producto de la histórica construcción de Buenos Aires como una ciudad de élites, pero lo son a su vez de las diferencias que existen en su interior. Siguiendo esta línea buscamos comprender los complejos modos en que se produce la desigualdad "fronteras adentro". Es por ello que nos centramos en grupos que viven en zonas céntricas de la ciudad.
El texto está dividido en tres grandes secciones. En la primera realizamos una breve reseña de los procesos ocurridos en los últimos años, así como planteamos algunas propuestas para entender la segregación y la producción de las desigualdades urbanas. En la segunda abordamos el caso de las personas que se encuentran en situación de calle. Esta sección está dividida en dos apartados: en el primero damos cuenta de las zonas en las que los AVC viven y transitan; en el segundo exploramos los usos que hacen del espacio y los procesos y estrategias de visibilización e invisibilización que adoptan. La tercera parte del escrito aborda el caso de las mujeres que viven en hoteles-pensión del sur de la ciudad. Este apartado está dividido en tres secciones: en la primera presentamos una caracterización histórica del hotel-pensión como estrategia habitacional, su distribución en la ciudad y los beneficios que llevan a estas mujeres a vivir en estos establecimientos; en la segunda indagamos sobre las miradas estigmatizantes y las situaciones de reconocimiento a partir de la sociabilidad urbana y el encuentro con el otro; en la tercera parte abordamos las estrategias de visibilización e invisibilización como recurso para "merecer la ciudad".
Buenos Aires, transformaciones urbanas y sociales
A partir de la década de los noventa la pobreza urbana ha ido adoptando una nueva configuración territorial, es decir, ya no está únicamente confinada y asociada a las villas miseria,1 sino que responde a una dispersión geográfica que la ubica no sólo en la zona sur, también en el centro de la Ciudad de Buenos Aires, y que se expresa en las casas tomadas,2 las personas que viven en la calle, los hoteles-pensión, etcétera.3
El continuo crecimiento del desempleo desde 1990 hasta 2003, la falta de políticas de acceso masivo a la vivienda y el constante aumento del precio del suelo y de los alquileres contribuyeron a generar un marco propicio para la aparición masiva de grupos que se ganan la vida en las calles (venta ambulante, feriantes, limpiavidrios, cuidacoches, cirujas4) y viven en una situación precaria (toma de tierras, crecimiento de villas, hoteles-pensión, AVC, etc.). Estas transformaciones han generado un proceso centrípeto y centrífugo: por un lado ha surgido una creciente segregación socioespacial con una mayor distancia y un menor contacto de los grupos sociales; pero a la vez ha ido emergiendo una creciente presencia de estos "otros" en las calles ubicadas en el centro de la ciudad.
Como los cambios, las rupturas y las continuidades se producen sobre territorios con historia, construidos bajo relaciones de poder, los procesos mencionados han contribuido a transformar las subjetividades y los modos de supervivencia de los sectores medios, de los "vecinos" y de los grupos subalternos. Estos últimos, sobre quienes se intervino implementando políticas que los afectaron directa e indirectamente, han sido construidos como "extranjeros", "no merecedores" de la ciudad. Y esta construcción como "otros" contribuye a la explotación social y al incremento de la desigualdad social. Como ha expuesto Soldano (2012: 1) "habitar la ciudad metropolitana supone la convivencia con sistemas de categorías público-políticas que, en su juego de imposición cotidiana, producen diferencias concretas entre 'clases' o 'tipos' de vecinos". Estas diferencias no son homogéneas: dentro de los sistemas conformados por los círculos concéntricos y el de los puntos cardinales a los que se refiere Grimson (2009) existen diferencias. Dentro de ellos hay diversos territorios y espacios morales. Y allí es adonde este escrito apunta: a comprender cómo dos actores buscan sobrevivir, contestan, construyen la desigualdad y se (re)produce la segregación social en los contactos.
Estos actores son objeto de políticas y discriminación. Se encuentran en un contexto incorrecto para los cánones de los habitantes porteños: los barrios ricos de la ciudad. Para quienes habitan estos barrios, ese "otro" extranjero utiliza un espacio que no le corresponde, ya que pertenece a "los vecinos" que anónimamente pueden transitar por él sin ser individualizados, sin ser reconocidos pero sí "conocidos". Según Goffman (1979) en las calles los sujetos se están dando pruebas de confianza mutua. Se produce una cortés desatención, una indiferencia amable, como sostiene Delgado Ruiz (1999). Cuando ello no ocurre, los actores están constantemente activando una serie de estrategias de visibilización e invisibilización como prácticas de resistencia, impugnación y apropiación del espacio. Esto no quiere decir, sin embargo, que los actores sean pasivos. Antes bien, existe un reconocimiento de los espacios a partir de una conciencia práctica (Giddens, 1995). En el uso existe a la vez un efecto de impugnación a esos discursos que pretenden construirlos como ilegítimos.
Estas transformaciones, entonces, en su vertiente centrípeta generan rechazos y nuevas desigualdades como contactos y relaciones de afinidad. Sin embargo, como hemos señalado (Cosacov y Perelman, 2012), los encuentros no hablan directamente de una "sociedad más abierta" o más igualitaria. Antes que un ejercicio de medición resulta necesario indagar acerca de esos encuentros en territorios específicos que pueden (re)producir la desigualdad social y contribuir a los procesos de segregación.
Introducción a los casos de estudio
Tal como se mencionó anteriormente, si bien es cierto que los procesos de segregación residencial y de separación entre los grupos son innegables en la Ciudad de Buenos Aires, estos abordajes no permiten analizar los nuevos tipos de encuentros que se producen cuando aumentan la marginalidad urbana y la pobreza en las áreas centrales. Estos nuevos encuentros y espacios de cruce se expresan, por ejemplo, cuando ciertos sectores, como los AVC y los cartoneros,5 comienzan a subsistir gracias a los recursos que pueden proporcionar los otros habitantes y la infraestructura de la ciudad en sí. O cuando los residentes de los hoteles-pensión, en su mayoría migrantes, comienzan a ser percibidos como un "otro" extraño y ajeno a la ciudad por llevar en su cuerpo las marcas del mestizaje o simplemente por habitar en estos precarios y estigmatizados establecimientos.
En estos nuevos espacios los encuentros se producen "entre grupos distantes en términos sociales, pero próximos en términos físicos" (Cosacov y Perelman, 2011). Las fronteras simbólicas que se construyen están atravesadas por valores morales entre los diferentes grupos que, a su vez, producen identificaciones y diferenciaciones. En las interacciones sociales se reactualizan las fronteras simbólicas y se confirman los procesos de exclusión entre unos y otros. Esta perspectiva contribuye a considerar el espacio público como un lugar de cruce de las diferencias a partir de las cuales se tejen vínculos solidarios o todo lo contrario.
Los dos casos que se presentan en este artículo comparten una situación: son pobres y habitan en las áreas centrales de la ciudad en convivencia con grupos que cuentan con estatus sociales legitimados por su posición ventajosa en la escala social. Estos grupos han logrado un lugar en el sistema productivo; las trayectorias de los AVC y de las mujeres que viven en hoteles-pensión fueron atravesadas por las migraciones motivadas por lograr mejorar su calidad de vida por medio del trabajo y el acceso a servicios como la educación y la salud. En este sentido cabe mencionar que desde hace seis décadas los hoteles-pensión albergan a una población que en su mayoría está integrada por migrantes internos y de países limítrofes y no limítrofes, como Perú, provenientes de sectores populares. Ya en la ciudad han accedido a trabajos precarios y mal remunerados con salarios por debajo del mínimo, engrosando los números de la pobreza. Además, como analizaremos más adelante, vivir en un hotel supone lo que Wacquant (2001) llama "estigma residencial", que afecta a sus moradores al obstaculizar la búsqueda de trabajo y contribuir a afianzar la inestabilidad laboral o la desocupación. En el caso de los AVC también es importante el componente migratorio, ya que según la estadística elaborada por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires (Subsecretaría de Fortalecimiento Familiar y Comunitario, 2008), 34.3% es migrante interno y 12% proviene de otro país. Al igual que entre las mujeres que viven en hoteles-pensión, la búsqueda de mejores oportunidades laborales ha sido el motor que los impulsó a partir rumbo a Buenos Aires. Poco a poco, a medida que el mercado laboral fue cerrándose, pernoctar en la vía pública comenzó a convertirse en una opción habitacional debido a la imposibilidad creciente de costear alquileres.
A su vez, los dos casos elegidos presentan particularidades que los diferencian. Una de las disparidades entre los AVC y las mujeres que viven en hoteles-pensión radica en los esfuerzos que deben realizar unos y otras al desplegar estrategias y recursos para invisibilizar su condición habitacional: vivir en la calle supone un esfuerzo mayor por pasar inadvertido en la vía pública que residir en hoteles-pensión. Además, los AVC están expuestos constantemente a las miradas del exterior justamente porque se encuentran a la intemperie, mientras que las mujeres están domiciliadas y por lo tanto pasan un poco más inadvertidas, aunque para evitar el estigma residencial que supone vivir en los hoteles-pensión deben ocultar su condición de inquilinas de hoteles, sobre todo en la búsqueda de empleo. Permanecer en el anonimato, y obtener los beneficios que esto trae, resulta mucho más difícil para los AVC que para las residentes en hoteles. No obstante esta diferencia, ambos grupos comparten el hecho de ser estigmatizados por su condición habitacional, por ser pobres y por ser migrantes. Tanto los AVC como las mujeres inquilinas de hoteles-pensión viven en áreas centrales de la ciudad que favorecen el contacto con "los otros" que los discriminan: sus pares, los vecinos, la policía, los funcionarios públicos. En el contacto con ese otro se reactualiza la desigualdad.
Los resultados presentados para ambos casos parten de trabajos de campo realizados en el marco de dos investigaciones que culminaron con la elaboración de sus respectivas tesis de doctorado (Boy, 2012 y Marcús, 2009). A continuación se enumeran los detalles sobre cada una de estas investigaciones.
El trabajo de campo realizado para indagar sobre la situación de calle se circunscribió a la Ciudad de Buenos Aires durante el periodo 2006-2011 en tres espacios diferentes: la plaza ubicada frente al edificio del Congreso de la Nación, un comedor popular al aire libre en Barrancas de Belgrano en el norte de la ciudad, y el Parador Bepo Ghezzi, uno de los albergues del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires (GCBA) radicado en el barrio Parque Patricios, en el sur de la ciudad. Durante el desarrollo de este trabajo se realizaron 40 entrevistas en profundidad a adultos que viven en la calle (AVC) y otras 15 a empleados públicos de distintas jerarquías que trabajaban en los programas del GCBA encargados de atender a esta población.
El trabajo de campo para el caso de las mujeres que residen en los hoteles-pensión también se circunscribió a la Ciudad de Buenos Aires y fue realizado entre 2005 y 2009. Se utilizó la entrevista en profundidad como procedimiento de registro y obtención de narraciones de nueve mujeres que viven en hoteles-pensión ubicados en los barrios de Constitución, Balvanera y Barracas, de la Ciudad de Buenos Aires. Las mujeres fueron elegidas mediante las técnicas de muestreo teórico y bola de nieve y se realizaron 45 entrevistas en profundidad con un promedio de cinco encuentros por mujer. Además se entrevistó a la coordinadora del área administrativa del Programa de Atención en Casos de Emergencia Individual o Familiar (ACEIF).
En el próximo apartado se examinan el modo en que los AVC utilizan la infraestructura de la ciudad, los espacios y lugares que utilizan preferentemente y las motivaciones que subyacen en ello.
Caso uno: adultos que viven en la calle
Vivir en las calles porteñas: lugares para pernoctar
En la Ciudad de Buenos Aires coexisten diferentes formas habitacionales, y habitar en las calles puede verse como una de ellas. El Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires (GCBA) realiza desde 1997 un conteo de AVC casi en forma anual y eso permite registrar cuáles son las zonas elegidas por este grupo a la hora de pernoctar. Esta información fue georreferenciada y mostró que los AVC no se localizan en forma dispersa a lo largo y ancho de la ciudad, sino que se concentran en una zona en particular. La Ciudad de Buenos Aires se divide en 42 barrios (véase el Mapa 1) y este grupo suele aglomerarse en siete de ellos, todos situados en la zona central de la ciudad denominada frecuentemente como "microcentro" y "macrocentro".
Fuente: Elaboración propia a partir de datos del conteo de 2007 del Ministerio de Desarrollo Social, y del procesamiento de la información con el software Urbeos Cities.
En los distintos conteos realizados se encontró siempre la misma tendencia. En este caso se presentan los datos de 2007 para observar la concentración de AVC en ciertas zonas. Se distinguen tres tipos de barrios: los barrios con alta concentración de AVC, los barrios intermedios y los barrios con poca o nula presencia. Como puede observarse en el Mapa 1, dentro de los barrios de alta concentración se distinguen siete, todos ubicados en las áreas centrales de: San Nicolás, Monserrat, Constitución, Balvanera, Recoleta, Retiro y San Telmo, en ese orden. Luego está el grupo de los barrios de concentración intermedia (véase el Mapa 1), tales como Palermo y Belgrano (norte de la ciudad), Parque Patricios (sur), Almagro y Caballito (centro). En el tercer grupo de barrios la concentración de AVC es muy baja o nula y esto sucede hacia el sur (Villa Soldati y Lugano, por ejemplo) y hacia el oeste de la ciudad (Liniers y Floresta, por ejemplo). Es difícil saber con certeza por qué existen variaciones medias de un año a otro, pero sí se pudo identificar a través del trabajo de campo que el lugar para pernoctar es elegido en gran medida, como se verá más adelante, por la presencia de servicios gubernamentales mediante los cuales los AVC pueden satisfacer sus necesidades. Si la localización de algunos de estos servicios se modifica, podrían cambiar los espacios de pernocte. Tales cambios también podrían deberse a la mayor o menor presencia de riesgos nocturnos, que así mismo son fluctuantes en la ciudad. Lo cierto es que la presencia de servicios y la sensación de (in)seguridad pueden incidir en el momento de elegir pernoctar en un lugar.
El Mapa 1 confirma el trabajo que presentan otros mapas y deja en claro dos hechos: en primer lugar, que la zona central de la Ciudad de Buenos Aires es la que se prefiere a la hora de pernoctar en la calle y, en segundo, que a medida que uno se retira de la zona central de la Ciudad de Buenos Aires y se dirige hacia los partidos del Gran Buenos Aires ubicados en el norte, oeste y sur, la cantidad de personas que vive en la calle, según registra el conteo, desciende notoriamente.
El trabajo de campo realizado durante 2006 a 2011 permitió visibilizar las dos motivaciones principales que empujan a las personas a pernoctar en ciertos barrios de la ciudad. En primer lugar influye el hecho de que la zona sea rica en actividad comercial y, en segundo lugar, que haya presencia de redes gubernamentales o de organizaciones de la sociedad civil,6 como por ejemplo paradores y hogares de tránsito.7
Mediante la georreferenciación, alimentada con información de los conteos del GCBA y la utilización del software Urbeos City, fue posible identificar que la concentración de AVC se encuentra en el mismo espacio en donde se reúne la actividad comercial, y que los albergues gubernamentales y de la sociedad civil acompañan a los barrios de alta concentración (Boy, 2012). La coexistencia entre el área comercial y la alta concentración de AVC indica la importancia que este grupo confiere a las oportunidades que puedan generarse a partir de la aglomeración de comercios y empresas y de la gran cantidad de peatones y automovilistas. Estas características traen consigo la posibilidad de realizar actividades a cambio de dinero, como por ejemplo limpiar vidrios de automóviles, mendigar, practicar la venta ambulante, cirujear,8 etc. Esta correlación entre la alta concentración de AVC y las zonas más comerciales indica que los espacios en los que se pernocta no son los barrios de clases populares, sino más bien las zonas ricas en actividad comercial.
En las zonas denominadas "microcentro" y "macrocentro" se registra la mayor concentración de AVC, y a su vez se ubica una gran cantidad de edificios de oficinas que traen consigo un alto flujo de trabajadores insertos en el sistema productivo. Esta convivencia espacial pone en contacto a los diferentes actores y ahí comienzan a aparecer las miradas condicionantes de unos a otros. En este marco los AVC desarrollan estrategias para solucionar sus necesidades diarias.
La diferencia encontrada: usos simultáneos de un mismo espacio
Los AVC deben construir redes para asegurarse la satisfacción de ciertas necesidades: el acceso a la alimentación, al aseo, a los servicios gubernamentales o a los de las organizaciones de la sociedad civil. Las redes que teje cada uno de los que viven en la calle están compuestas por diferentes grupos: los pares, los vecinos, la policía y los funcionarios públicos, principalmente. El tipo de relación que los AVC puedan entablar con cada uno de ellos posibilitará o denegará su acceso a algunos recursos. En esta dirección Carreteiro y Santos (2003) conciben la calle como un espacio de encuentro de universos complementarios y opuestos, y como tal la vía pública es vivida como el territorio de la multiplicidad por excelencia. Tal como se señaló en otra oportunidad: "el espacio común se encarna, ahora y como nunca, en la calle, aunque con usos diferenciales; la calle sigue siendo el lugar en el cual las diferencias se encuentran, se miden, se solidarizan y se molestan" (Boy y Perelman, 2008).
La pregunta que surge entonces es ¿quiénes se encuentran y cómo acontece este cruce entre diferentes?, es decir, ¿qué es lo que sucede en la calle? Para reflexionar sobre este punto es importante dilucidar cuáles son las solidaridades y cuáles las distancias que se tejen entre los diferentes grupos involucrados en la situación de calle. Este mapa de actores y de relaciones se configuró a partir de los relatos de los AVC.
Existen dos grandes grupos dentro de esta población: aquellos que priorizan la ayuda recíproca entre pares como medio para sobrevivir, y quienes demarcan las diferencias con el resto de las personas que viven en la calle. Poner hincapié en una u otra postura puede ser determinante a la hora de decidir si se vive en forma solitaria o en "ranchada". La ranchada remite a una forma grupal de habitar en el espacio público. Vivir en grupo supone ciertas ventajas, aunque también trae inconvenientes derivados de la convivencia. En este artículo se enfatizarán no tanto las diferencias en el interior del grupo de AVC, sino más bien las solidaridades y conflictos que emergen a partir de la presencia de la mirada de lo que hemos llamado el "gran otro": la sociedad domiciliada.
Desde la posición de las personas que viven en la calle existe un "gran otro" (GO) que está encarnado en la sociedad, y más precisamente en las personas que no pernoctan en la vía pública. Esa mirada externa condiciona los comportamientos de los AVC, sobre todo en el grupo que no vive en ranchadas y que encuentra razones para no relacionarse con otros AVC. Estas razones se anclan fuertemente en los atributos negativos presentes en el imaginario social sobre quienes viven en la calle: la quietud, la vagancia, la drogadicción, el alcoholismo, la suciedad, la enfermedad, etc. Ante esta situación las personas se ven en la disyuntiva de conformar relaciones con pares o defenderse de las miradas estigmatizantes. Como plantea Goffman (1979), el concepto de estigma remite a poseer una característica profundamente desacreditadora y es una clase especial de relación entre el atributo y el estereotipo. Según este autor, cuando se estigmatiza un atributo de una persona o grupo a su vez se confirma la normalidad del que no lo tiene.
Por lo dicho anteriormente, surge en los AVC la tensión entre visibilizar la situación estigmatizada por la que atraviesan, o invisibilizarla. El escenario por excelencia donde esta tensión se hace presente es en la calle. En esta dirección Delgado Ruiz (2002) sostiene:
espacio público es aquel en el que el sujeto que se objetiva, que se hace cuerpo, que reclama y obtiene el derecho de presencia [...] se convierte en una nada ambulante e inestable. Esa masa corpórea lleva consigo todas sus propiedades, tanto las que proclama como las que oculta, tanto las reales como las simuladas.
Este autor observa que en el espacio público es donde se producen las relaciones de tránsito, los vínculos ocasionales que muchas veces se encuentran en la frontera de no ser relación en absoluto. En el cruce de las personas hay una cortés desatención, "consiste en mostrarle al otro que se le ha visto y que se está atento a su presencia y, un instante más tarde, distraer la atención para hacerle comprender que no es objeto de una curiosidad o de una intención particular" (Delgado Ruiz, 2002). Poco se sabe del "otro" en este tipo de relaciones en la vida urbana; se pueden presumir o sospechar cosas a partir de indicios (ropas, actitudes, modismos, etc.), pero no tenemos casi ninguna certeza del prójimo. Esta imposibilidad de saber sobre el "otro" nos otorga la posibilidad de ser anónimos en la ciudad, y esta condición, al decir de Delgado Ruiz, actúa como una capa protectora frente a las miradas estigmatizadoras. Los sujetos que se saben posibles candidatos a ser discriminados, especial, aunque no exclusivamente, utilizan el anonimato como una estrategia para invisibilizar los atributos que la sociedad condena. Delgado Ruiz identifica entre otros grupos a los inmigrantes, pero también podría pensarse en las personas que viven en la calle. ¿Cómo se muestran ante la mirada de la sociedad en general?, ¿existe esta tensión entre visibilizar e invisibilizar en quienes habitan en el espacio público?
Con la realización del trabajo de campo es posible sostener que en el grupo que pernoctaba en ranchada no se encontró una necesidad tan fuerte de remarcar sus diferencias respecto al resto de la población que vive en la calle. En contraposición, quienes vivían solos continuamente intentaban diferenciarse del resto de los AVC apelando a representaciones que existen en el imaginario social y que tienden a estigmatizar a este grupo. En línea con esto, en los relatos de este segundo subgrupo se observó un esfuerzo por ocultar la situación por la que estaban atravesando ante la mirada del "otro".
José alterna entre la terminal de trenes de Retiro y el parador Bepo Ghezzi y no vive en ranchada. Su relato permite reflexionar sobre la tensión que existe entre la visibilidad necesaria y la invisibilidad añorada:
Es como que quiero tener una imagen mía. Alguien que me conoce, a lo mejor que hablé, que por ahí me quiere dar un laburo [...] Cuando te ven dicen "mirá dónde está durmiendo" [...] Y eso ya significa que estás borracho. Y no, estás tirado porque estás durmiendo. No me gusta. Me gusta estar bien aunque me muera de sueño; dormiré un ratito en una plaza, pero estando siempre bien, que no me vean tirado y eso. Soy cuidadoso con eso [José].
José demuestra en este fragmento que tiene en cuenta la mirada de la sociedad a la hora de accionar y que se cuida de las connotaciones que puedan generar sus conductas. Con esto convivimos todos; la particularidad de este caso es que esa mirada juzga sin contemplar la situación por la que atraviesa el observado. José no cuestiona dicha mirada, sino que intenta esquivarla. Los AVC enumeran las prácticas cotidianas que realizan para lograr la desatención cortés de la que nos hablaba Delgado Ruiz (2002) al relacionarse en la ciudad. Cuando relata las sensaciones de los primeros días en que pernoctó en la calle refiere:
Aparte, me daba vergüenza. Digo "no, me tengo que levantar". Capaz que eran las cuatro de la mañana y ya me levantaba y prefería caminar por la calle y no que pase el colectivo9 con toda esa gente pensando: "Mirá ese tipo ahí"[...] Hasta ahora me pasa. O sea, decir que salimos de acá [se refiere al parador] es decirle a alguien que estás saliendo de la cárcel. Una cosa así, no hay una confianza, se hace jodido [...] Y la gente tiene miedo, imaginate la gente cómo está. Yo voy a ver gente, así vestido en la calle y me miran como si los estuviera siguiendo. Lo que hago yo es cruzarme de vereda porque me siento mal. Capaz que esta persona se asustó de mi aspecto o algo y piensa que le voy a robar. Una cosa de locos. Igual en el colectivo. ¿Ves? Por eso en el colectivo sucio no me gusta andar. Porque uno a veces emana olores. Me ha pasado que a veces he andado sucio, me he tomado el colectivo, se sienta una señora al lado mío y me mira de reojo. Y yo digo, "¿qué le pasa a esta mujer?, ¿tendré cara conocida?" Me miró con una cara como para comerme y se cambió de asiento. Ahí me di cuenta de que yo tenía olor en la ropa, porque habíamos hecho humo [...] Y por eso se te alejan [...] Y ni hablar si estás barbudo o un poco despeinado, te huyen. No me gusta que me pase eso. Si yo quiero andar confiado entremedio de la gente. No que la gente me tenga [...] [José]. Entrevistador: ¿Sentís que la gente te mira mal por algo? Marcelo: Algunos sí, te hacen desprecio. No todos. E: ¿Los que pasan caminando te miran mal? M: Sí. Igual no todos. Allá en Constitución sí, porque hay mucho robo. Es muy distinto. M: ¿Vos decís que allá te asocian con los que están robando? E: Claro, claro. Acá no. E: ¿Y vos que hacías para que no te vean así? M: Y nada, trataba de estar mejor... bañadito y afeitadito, porque otra forma no sé. Si estás en la calle otra no te queda... ¿cómo buscás la vuelta? ¿Qué solución? Solución hay, pero... E: O sea que acá no sentís que la gente te mire mal. M: No, acá no. Vos respetás y ellos te respetan.
En estos fragmentos queda evidenciada su necesidad de no ser visto por el otro como una persona peligrosa y de no provocar lástima cuando lo observan. Estos dos elementos explican por qué José y Marcelo intentan cuidar su aspecto físico.10 Constantemente queda al descubierto en sus relatos que desde el entorno social existe una atención hacia ellos y que ese "otro" enfatiza en las situaciones que no se ajustan al parámetro esperado (un olor, una actitud, una acción ilegítima, un tipo de vestimenta, etc.). Como plantea Goffman (1979), los comportamientos en las calles responden a normas que se pueden considerar como situacionales. Los individuos se comportan correcta o incorrectamente en relación con los contextos, pero también con los encuentros. En la vía pública, dice Goffman (1979), los sujetos se dan pruebas de confianza mutua y éstas pueden comenzar a resquebrajarse cuando se desobedecen las normas de comportamiento, los parámetros de conducta esperados en un contexto determinado. La desobediencia visibiliza y esto puede ser desventajoso si se quiere gozar de los beneficios del anonimato.
A José no le agrada sentir esas miradas sobre él, según lo manifiesta, y sus cuidados sobre su propio cuerpo e imagen hablan de su necesidad de pasar inadvertido, de ser un anónimo más en la gran ciudad. Parece que su anonimato está en juego, ya que el resto de las personas podría saber o imaginar más de él por su apariencia y actitudes, podrían etiquetarlo en una categoría estigmatizada. En el caso de Marcelo, la mirada etiquetadora del "gran otro" era tan marcada que decidió mudarse del barrio Constitución a la plaza ubicada frente al Congreso en el barrio Balvanera para evitar ser asociado al robo. En su relato se advierte que no le bastó cuidar su aspecto personal para alcanzar la aprobación del otro y seguir pernoctando en el lugar.
En el relato de José surgen otras maniobras para velar o atenuar esos atributos socialmente menoscabados.
Hay personas que te quieren ayudar. Pero hay otras que no, porque ya tienen experiencia con otras personas que estuvieron en la misma situación y que se mandaron macanas.11 Pero hay gente que no, que te da una mano, que te ayuda [...] A mí me ha tocado de estar durmiendo en la calle, si te ven solo [...] Ahora, si ven una junta de seis o siete tipos que están durmiendo en la calle, ahí no te ayuda nadie porque si le tienen miedo a uno, imaginate a seis o a siete [José].
José pertenecía al subgrupo que no vivía en ranchadas, y explicaba esta decisión refiriéndose a los atributos negativos que se asignan socialmente a los AVC. A partir del testimonio citado se puede inferir que otro de los motivos por los cuales no se relacionaba con pares era, además de los atributos negativos, por la mirada del otro (otra vez). Para él este otro ve el hecho de pernoctar en grupo como un foco de peligrosidad, y el hacerlo le significaba perder la posibilidad de recibir ayudas de los vecinos. Recordemos que estas solidaridades caracterizan, en parte, a la experiencia de vivir en la calle y que son imprescindibles para satisfacer las necesidades básicas y reproducir el día a día. Pero para que estas solidaridades se produzcan es necesario que el otro lo reconozca como una persona que vive en la calle. De esta forma nos encontramos con la tensión anunciada: es necesario conquistar el anonimato, pero, a su vez, se necesita visibilizar la situación de calle para acceder a los recursos imprescindibles en la vida cotidiana de un AVC.
En el mismo sentido de los testimonios mencionados, Washington explica que las ayudas llegan cuando se satisfacen ciertas características relacionadas con la imagen.
Claro, la gente es muy solidaria. La gente te ve en un parque y se acerca con comida, con ropa [...] Y si te ve drogado, tirado y borracho, no creo que te dé nada. Quizás sí. Uno busca tener buena ropa medianamente como para seguir desde un punto de vista el tren de vida que uno llevaba [...] mantenerse bien. Yo ahora me tengo que hacer exámenes para ver al dentista. Si vos les preguntás a los de la calle, no van al dentista [Washington].
Washington se da cuenta de que la solidaridad de las personas no se prodiga a cambio de nada, sino que, al menos en su caso, debe responder a ciertas expectativas cuidando su presentación en sociedad, su imagen. En su testimonio reaparece el esfuerzo de los AVC por diferenciarse del estereotipo que existe sobre este grupo. Nuevamente surge la idea de que es necesario ser reconocido como una persona que vive en la calle para acceder a los recursos proporcionados por otros. Podemos agregar que este reconocimiento tiene mayor éxito cuando se cuidan las formas, cuando se logra cierto acercamiento a los parámetros socialmente esperados, cuando se tiene en cuenta la mirada del otro.
Como se mencionó en la introducción, en este trabajo se presentará un segundo caso, el de las mujeres migrantes que viven en hoteles-pensión en el sur de la Ciudad de Buenos Aires. A continuación se desarrolla esta segunda temática.
Caso dos: mujeres que viven en hoteles-pensión
Vivir en hoteles-pensión es otra de las formas precarias de habitar en la Ciudad de Buenos Aires. Se trata de edificios que en el paisaje urbano cotidiano pasan desapercibidos ante la mirada distraída del itinerante, pues sus deterioradas fachadas están camufladas y ocultan y disimulan la pobreza que se esconde en su interior.
Esta modalidad habitacional surgió en la década de los cincuenta debido al estancamiento de los conventillos,12 ya que las sucesivas leyes de control de alquileres aplicadas desde los cuarenta contribuyeron eficazmente a su decadencia. En este sentido, los conventillos dejaron de ser un negocio para sus propietarios como fuentes de generación de renta urbana, quienes al no poder fijar libremente sus precios en el mercado vieron muy disminuidas sus ganancias. Con la aparición de los hoteles-pensión13 surgió una mutación del submercado de habitaciones que se basa en la búsqueda de rentabilidad y la evasión del control estatal. Según el Censo Nacional de Población y Vivienda 2010 residen 103 963 personas (45 906 hogares) en piezas de inquilinatos, hoteles o pensiones, es decir, 3.59% de la población total de la Ciudad de Buenos Aires.14
Como mencionamos en la introducción de este artículo, la diversidad de situaciones y formas que asume actualmente la pobreza urbana se distancia de aquella que por décadas fue la más notable: nos referimos a la lógica que asociaba la pobreza únicamente con las villas miseria. La pobreza urbana va adoptando una nueva configuración y rompe con esta lógica en la medida en que ahora no necesariamente se corresponde con formas estandarizadas de ocupación del territorio ni con condiciones uniformes de acceso al hábitat y a los servicios urbanos. Varias décadas de empobrecimiento, sumadas al efecto del desempleo y el deterioro de las políticas públicas habitacionales durante los últimos 20 años, rompen el esquema que confinaba a los pobres a territorios bien delimitados y claramente identificables. En este sentido, difiriendo de las zonas de alta concentración popular (villas miseria y asentamientos), los hoteles-pensión responden a una dispersión geográfica. Más de 60% de estos hoteles está ubicado entre los barrios de las zonas sur y centro de la Ciudad de Buenos Aires (Retiro, Recoleta, Almagro, Balvanera, San Cristóbal, Monserrat, Constitución, San Telmo y La Boca), y sigue a lo largo del eje oeste (Caballito, Parque Chacabuco y Flores) y del eje norte (Palermo, Núñez y Belgrano) (Pastrana et al., 1995). La función residencial que estos hoteles comenzaron a cumplir tempranamente para los sectores de menores ingresos explica que no hayan sido casuales las áreas geográficas de su inserción en la ciudad. En efecto, hacia finales de los sesenta y principios de los setenta se desarrollaban actividades laborales y comerciales en las zonas elegidas, y por lo tanto los hoteles funcionaron como una opción de alojamiento cercano a su lugar de trabajo para aquellos que emigraban del interior o de países limítrofes en busca de empleo y de mejor calidad de vida para sus familias. Actualmente continúan desempeñando la misma función residencial.
Durante el trabajo de campo pudimos observar que la mayoría de los hoteles no cumplía con las condiciones mínimas de habitabilidad e higiene. Encontramos hoteles con ausencia de registro de inspecciones, falta de agua caliente, extinguidores ausentes o vencidos, cableado eléctrico al aire y revoque y pintura en mal estado. Algunas estructuras estaban apuntaladas por maderas, las inundaciones eran una amenaza constante y eran frecuentes los cortes del suministro de electricidad. En cuanto a las habitaciones observamos un alto grado de hacinamiento, insuficiente ventilación y ambientes húmedos y oscuros. Muchos hoteles habían sido clausurados debido al considerable avance del deterioro y al riesgo que supone habitarlos, sin embargo continuaban funcionando. El deterioro permanente de estos establecimientos, su falta de mantenimiento e inspección, el crecimiento de la demanda de habitaciones sumado a la falta de espacio en los inmuebles para solventarla, el hacinamiento y los reiterados conflictos entre sus moradores y encargados, empeoran aún más las condiciones de habitabilidad.
Fuente: Elaboración propia con base en datos de Pastrana et al., 1995, e Instituto de la Vivienda de la Ciudad de Buenos Aires, 2005.
En lugar de que alquilar una pieza de hotel fuera un remedio provisorio y de corto plazo para atenuar el problema habitacional, parece haberse convertido en la solución permanente para una problemática perdurable. A esto se suman las restricciones a la posibilidad de acceso a otras alternativas habitacionales, en particular al alquiler de departamentos, debido a la inestabilidad económica de sus moradores y de la ausencia de políticas públicas habitacionales dirigidas a los sectores de menores recursos. A pesar de la precariedad que suponen estos hoteles, residir en ellos puede ser entendido en términos de recurso (Grillo, 1988) o estrategia habitacional (Lacarrieu, 1995). En efecto, las mujeres entrevistadas, residentes en hoteles-pensión ubicados en Balvanera, Constitución y Barracas, perciben su buena localización como una ventaja. Vivir en ellos supone "estar cerca de todo": el lugar de trabajo, las instituciones educativas, los hospitales, etc. Su ubicación en el macrocentro porteño favorece la interacción y el intercambio cotidiano de estas migrantes de sectores populares con los sectores medios urbanos. Los circuitos y recorridos por la ciudad, el ámbito laboral, el contacto con funcionarios públicos, la relación con otros residentes de hoteles, la participación en cooperativas de vivienda, la asistencia a talleres en ONG, el intercambio con los padres de los compañeros del colegio de sus hijos, las charlas con los vecinos del barrio, generan situaciones de intercambio y de cruce. Al igual que sucede con los AVC, la convivencia en un mismo espacio urbano pone en contacto a los diferentes y comienzan a aparecer las miradas estigmatizantes de unos hacia otros.
El encuentro con el otro: entre la discriminación y el reconocimiento
Las mujeres entrevistadas comparten el hábitat urbano con diversas "otredades" por el hecho de vivir en hoteles-pensión ubicados en zonas céntricas de la ciudad. En el encuentro con el otro se generan manifestaciones de discriminación, estigmatización y rechazo y, en menor medida, situaciones de reconocimiento y de ayuda mutua. En este apartado analizamos los efectos de su sociabilidad urbana en distintos escenarios de interacción (el barrio, el mundo del trabajo, las cooperativas de vivienda, las ONG, las instituciones educativas, etc.). Las formas en que ellas perciben a los otros y cómo los otros las perciben son instancias del juego del reconocimiento o negación social.
En el interior de los hoteles-pensión los inquilinos coexisten en dos situaciones distintas: algunos rentan la habitación y otros reciben subsidios del GCBA, sea pagándole la habitación al hotelero u otorgando subsidios habitacionales a las familias.15 Estos últimos se encuentran en una posición económicamente desventajosa respecto de los primeros, pues al no disponer de empleos estables carecen de la posibilidad de destinar una parte de sus ingresos al arriendo de una habitación. Las mujeres entrevistadas se encuentran en este segundo grupo. Sin embargo, aunque todos los que residen en hoteles tienen similares problemas habitacionales -condiciones de hacinamiento, precariedad edilicia, falta de intimidad y conflictos permanentes con los encargados del hotel- las entrevistadas enfatizaron que existe entre ellos una notoria falta de identificación y reconocimiento mutuo. La ausencia de demandas comunes y el escaso nivel de organización interno desalientan la conformación de lazos solidarios. Se trata de una población que se ha caracterizado históricamente por escasos antecedentes de movilización colectiva en defensa de sus intereses. Según Bellardi (1994: 53) el bajo nivel de organización se debe "por una parte, a la autopercepción de esta población de su situación actual en el hotel como transitoria y de emergencia, pero también porque la amenaza de expulsión a través del ejercicio del 'derecho de admisión' por parte del hotelero emerge cotidianamente".
Además de esta ausencia de identificación colectiva es frecuente observar procesos de discriminación en el interior de los mismos hoteles. Por una parte, los inquilinos subsidiados por el GCBA se sienten discriminados por los moradores particulares; por la otra, los encargados de los hoteles establecen diferencias entre los primeros y los segundos. Del mismo modo hay un trato hostil entre los migrantes internos y los que provienen de países limítrofes. En el próximo apartado veremos que con el objetivo de escapar a la imagen estigmatizada construida por la mirada del otro, estas acciones funcionan como estrategias de desplazamiento de la discriminación.
En el último tiempo vino gente que no está por la municipalidad, o sea con esa gente no hay comunicación. Hay una división entre los que se pagan la habitación y los que están subsidiados. Es más, los que pagan tienen más derechos que los que están por la municipalidad. Por ejemplo, yo necesito una lamparita y si yo estoy pagando, te la compran y te la traen. Y a la gente que está por la municipalidad no, vos vas y decís: "En el baño no hay lamparita" y te contestan: "Bueno, que se jodan, no tengo plata para comprar". La diferencia es que ellos cuando viene el dueño le pagan a él o a la encargada, le dan la plata en la mano y los subsidiados no pagamos; les paga el gobierno [Susana]. Como somos municipales [la encargada] dice cosas como: "¡Ay! Acá si no limpian el baño, así vivirían, ¡son unos villeros!". Hace diferencia con los que se pagan la habitación [Adriana].
Vivir en un hotel supone un estigma residencial (Wacquant, 2001) que afecta a los habitantes de estas modalidades del hábitat popular. En este sentido "la discriminación residencial obstaculiza la búsqueda de trabajo y contribuye a afianzar la desocupación. Se topan con mayor desconfianza y reticencia entre los empleadores tan pronto como mencionan su domicilio" (Wacquant, 2001: 134). Las entrevistadas perciben esas actitudes hostiles y saben que carecer de domicilio fijo y estable deviene en una imposibilidad para conseguir empleo.
Yo daba la dirección del hotel y me decían "¿qué es esto, un hotel?", y me miraban como sapo de otro pozo.16 Incluso cuando trabajaba en el Pumper17 y vivía en un hotel en la pieza 9, me llama el gerente y me dice "¿Esto qué es? ¿Ésta es la dirección de tu casa?", "Sí", "¿Y de qué departamento?", "No es departamento, es habitación", "¿Cómo habitación?", "Es un hotel donde se alquilan habitaciones y yo alquilo una. Toda mi vida viví en hotel". Se me quedó mirando, no entendía [Alicia]. Ahora que tiré currículums en un par de lados los que me conocen me dicen "no pONGas la dirección del hotel, poné la dirección de la cooperativa, porque si no, no te toman" [Marta]. Me estaban por dar la [tarjeta de crédito] Italcred pero cuando por teléfono me preguntaron "¿Casa o departamento?", les dije "hotel" y chau, me cortaron. Fui una tonta porque mis conocidas que viven en hoteles dieron otra dirección, la de algún pariente, y les dieron la tarjeta [Cristina].
La discriminación también se expresa de un modo encubierto en la política habitacional llevada a cabo por el GCBA consistente en subvencionar la estadía en hoteles, pues lejos de incentivar la integración en la ciudad de aquellos que se encuentran en emergencia habitacional, esa política se instala como una solución transitoria -que deviene permanente- para dar respuesta a las urgencias de estos actores sociales. En este sentido las acciones u omisiones de las instituciones del Estado en lo referente a políticas de vivienda reflejan "la lógica hegemónica actual sobre el merecer la ciudad" (Carman, 2005: 11).
Susana: Cuando fui a la Municipalidad para que me cambien de hotel [debido a reiterados problemas con el encargado] me querían dar un subsidio de $A1 800 y también me dijeron "Si vos te querés volver a tu provincia, nosotros te pagamos el pasaje". Entrevistadora: ¿Pero vos les habías dicho que te querías volver a Corrientes? Susana: Fue idea de ellos; en realidad querían que yo me vaya, querían que yo renuncie al alojamiento este y me vaya. Yo no acepté el subsidio porque por ahí me alcanzaba nada más para comprarme dos o tres chapas y palos y no me alcanzaba ni para un rancho. Esto les pasó a varias familias. Muchas aceptaron [el subsidio] y se fueron a su lugar de origen. Después si te he visto no me acuerdo, porque una vez que te dan el subsidio, no vayas a golpear la puerta porque no te abren de nuevo.
Al estigma residencial que suponen los hoteles y a la discriminación que reciben de sus pares, de los hoteleros y de los funcionarios públicos, se suma la mirada estigmatizante que recae sobre el cuerpo de estas mujeres. En tanto territorio de inscripción de las diferencias sociales, el cuerpo es la manifestación primera y más evidente de la interacción social. En esa interacción el etiquetamiento recae sobre ellas por ser portadoras de un cuerpo que se distancia de aquel que porta los rasgos socialmente legitimados asociados al cuerpo "blanco europeizado". El origen humilde se enraíza en sus cuerpos y, además, "por tratarse de migrantes internos o de países limítrofes, portan en su cuerpo el sello de lo latinoamericano, las marcas del mestizaje y, por lo tanto, contrastan con el imaginario de la ciudad 'blanca', de la ciudad europea" (Margulis, 2005: 46).18 Se trata de un cuerpo extraño en la ciudad al que se le niega la posibilidad de refugiarse en el anonimato, de convertirse en transeúnte, tal como vimos en el caso de los AVC.
Cuando era joven salía a buscar [trabajo] para limpiar casas y para repartir volantes, pero para esta actividad me discriminaban mucho y me decían que este trabajo no era para mí, que buscaban chicas más altas, con otra presencia y yo me ponía triste [Marta]. Por ahí entrás a algún lado, un bar por ejemplo, y te miran raro. No sé qué creen. Porque soy morocha ya te miran medio mal [Adriana]. Tengo un cuñado que es porteño y nosotros los provincianos para ellos somos unos cabecita negra,19 somos morochos, somos pobres [Lidia].
En los hoteles resultan débiles las redes de ayuda mutua porque las relaciones sociales no llegan a ser duraderas, dado el grado de inestabilidad que supone vivir en un hotel. Al igual que los moradores de casas tomadas, "el arte de hacer se caracteriza por la búsqueda de soluciones personales que eclipsa cualquier participación en un proyecto común" (Carman, 2006: 119). Sin embargo, a partir de la conformación de cooperativas de vivienda aparece cierto sentido de integración y de reconocimiento. La puja por la radicación en la ciudad se expresa a partir de 1999 con la formulación de la Ley 341.20 Las luchas por la inclusión, asumidas por las cooperativas de vivienda del Movimiento de Ocupantes e Inquilinos (MOI)21 y progresivamente continuadas por otras organizaciones y procesos, hacen uso de diversas formas de gestión y construcción que van más allá de la vivienda. Implican la integración y la participación de la población en la materialización del conjunto de bienes y servicios urbanos de las ciudades, así como en los procesos sociales, culturales y políticos de los que forma parte, y colocan como eje central la perspectiva integral y política por el derecho a la ciudad (Rodríguez, 2002). Frecuentar espacios de sociabilidad "cara a cara", como lo hacen las cooperativas de vivienda, refuerza el intercambio y el encuentro con los "otros" y apuntala los lazos de solidaridad que allí se tejen con los equipos técnicos de arquitectos, sociólogos y antropólogos que participan en las cooperativas. De modo que en el encuentro de las diferencias no sólo existen manifestaciones de discriminación, sino también procesos de reconocimiento.
Estrategias de invisibilización / visibilización como recurso para "merecer la ciudad"
Las mujeres entrevistadas luchan cotidianamente por permanecer en la ciudad utilizando diversas estrategias; por ejemplo, intentan ocultar su condición de inquilinas para hacer frente al estigma de vivir en hoteles. Esta estrategia es utilizada para evitar ser encasilladas dentro de un colectivo más amplio -el de habitantes de hoteles-, lo que supondría delimitar y acotar su identidad desde una única dimensión: su situación habitacional, que ellas mismas definen y perciben como "pasajera". En definitiva, no existe una identidad a priori del inquilino de hotel que permita establecer una categoría homogeneizante como la que subyace cuando los "otros" lo nombran, definen y perciben. De modo que los habitantes de hoteles resisten las clasificaciones que se originan en el "exterior". Las propias mujeres establecen una diferencia discursiva entre ser inquilina, lo cual remite a una identidad fija e inmóvil, y estar alquilando una pieza de hotel.22 De este modo se homologan con el resto de los ciudadanos urbanos, escapando de la figura del "inquilino de hotel" y reafirmando una condición habitacional circunstancial y transitoria, aunque contrasta con su realidad objetiva que evidencia estadías prolongadas.
Al igual que los AVC, estas mujeres buscan conquistar el anonimato e intentan despegarse de su condición de inquilinas de hotel para eludir el estigma residencial que supone; pero a la vez es necesario que el "otro" las reconozca como personas que se encuentran en una situación habitacional y económica precaria, y por lo tanto necesitan ser visibles y resaltar su condición de precariedad para acceder a algunos recursos básicos, como por ejemplo las cajas de alimentos no perecederos que reciben de Cáritas o de comedores, y los beneficios que perciben de los gobiernos nacional y porteño, como los planes sociales Plan Jefas y Jefes de Hogar y el Programa Nuestra Familia, la Tarjeta Ciudadanía Porteña y los subsidios habitacionales, entre otros.
Si tomamos en cuenta la precariedad de sus ingresos y la inestable situación habitacional en que se encuentran, se les puede considerar como parte de los sectores pobres de la Ciudad de Buenos Aires. No obstante, ellas consideran el hecho mismo de vivir en la ciudad como la base de su inserción social, sumada al acceso a cierto tipo de consumos cotidianos y culturales. De modo que al preguntarles en qué lugar de la escala social se consideran posicionadas, respondieron que pertenecen a la clase media. El acceso al consumo de ciertos bienes funciona como "consuelo de pertenecer, como una confirmadora impresión de formar parte de una comunidad" (Bauman, 2005: 108). Ellas suelen considerar el acceso a la televisión por cable, la adquisición de ciertos electrodomésticos como televisores, equipos de música, DVD, teléfonos móviles y computadoras como una marca de prestigio. De todos modos, como señala Carman (2006: 131), "el consumo no viene acompañado de un reconocimiento social".
Como mencionamos en el apartado anterior, con el objetivo de escapar a la imagen estigmatizada construida por la mirada del otro, recurren a estrategias de desplazamiento de la discriminación y adoptan también actitudes discriminatorias que reproducen prejuicios y estigmas. Así, las mujeres entrevistadas discriminan a los residentes de hoteles que son migrantes de países limítrofes y de Perú convirtiéndolos en chivo expiatorio del desempleo, la falta de vacantes en los colegios públicos, la saturación de pacientes en los hospitales públicos y la inseguridad. Los moradores de hoteles "intentan construir una identificación positiva que los distinga de sus pares o de grupos inmediatamente inferiores, hacia quienes se crea una identificación negativa" (Herzer et al., 1997: 201).
Yo estaba convencida de que odiaba a los peruanos, ahora también odio a los bolivianos, no los soporto porque creo que nos invadieron. Este nene de acá enfrente estuvo 45 días sin ir a la escuela porque no había vacante y ahí están todas las aulas ocupadas por bolivianos; está bien que nuestra Constitución dice "para todos los hombres de bien que quieran habitar el suelo argentino", ¿y nosotros qué? [María]. Al principio algunos decían: "De aquel lado son más sucios porque son todos extranjeros" [Adriana]. Estamos pagando [por el servicio de televisión por cable], todo legal. Los del cable nos discriminan, creen que estamos enganchados, se creen que es una casa tomada, creen que tenemos todo trucho,23 todo enganchado y no, nada que ver [Roxana].
En el relato de Roxana es notable el modo en que desplaza la discriminación hacia los ocupantes de casas tomadas y asegura que son ellos quienes viven ilegalmente, sin pagar los servicios de electricidad, agua, televisión por cable, etcétera.
Goffman (1970) afirma que algunos grupos discriminados logran transformar su estigma en emblema. En nuestro caso de estudio sucede lo contrario: las mujeres entrevistadas no construyen un emblema a partir del estigma, sino que, como vimos, desplazan la baja clasificación social hacia otras nacionalidades o hacia otros que viven en condiciones aún más precarias, como los habitantes de casas tomadas. Esto está acompañado de estrategias de disimulo: ante la falta de construcción colectiva de una subjetividad que pueda volver positivo el estigma, prefieren invertir sus recursos cognitivos en el disimulo y desplazar la discriminación hacia otros.
Conclusiones
La Ciudad de Buenos Aires ha experimentado importantes transformaciones urbanas que han provocado una mayor fragmentación entre el norte y el sur. En este contexto el urbanismo y la sociología urbana han gestado una gran preocupación por procesos como la segregación residencial. Sin embargo en este escrito se ha puesto la atención en los nuevos encuentros que se dan en las zonas centrales entre quienes están incluidos en el sistema productivo y en el proyecto de ciudad imperante y aquellos que quedaron al margen pero que luchan por no ser expulsados. En esos encuentros de la diferencia, los grupos que quedan al margen desarrollan estrategias para invisibilizar y visibilizar los atributos estigmatizados por la mirada de la sociedad.
Para el caso de los AVC, en este trabajo fue importante determinar en dónde eligen dormir quienes deciden no pernoctar en los albergues ofrecidos por el GCBA y por las distintas organizaciones de la sociedad civil. La alta concentración en 7 de los 42 barrios que tiene la Ciudad de Buenos Aires es un indicador de que algo particular sucede en aquellas áreas. A partir del uso de un software y mediante el análisis de los testimonios de los AVC entrevistados, se puede afirmar que este grupo percibe la alta concentración de comercios y el gran flujo de transeúntes y automovilistas como generadores de posibilidades, ya que allí pueden desarrollar actividades que les proporcionan ingresos económicos. En estas zonas centrales de la ciudad es donde se producen estos encuentros entre quienes son parte de la economía formal y quienes quedaron en sus márgenes, como por ejemplo los AVC.
Los encuentros con el "gran otro", la sociedad domiciliada, fueron reconstruidos a partir del relato de los AVC entrevistados. En estos testimonios queda evidenciado que la mirada del otro es sumamente importante a la hora de decidir vivir en ranchada o en forma solitaria en la vía pública, o a la hora de asearse el cuerpo o cuidar la estética corporal. Quienes pernoctan solos en general reproducen en sus discursos los atributos negativos que la sociedad le atribuye a quienes viven en la calle: vagancia, suciedad, enfermedad mental, adicciones. Esta reproducción implica que no se cuestionan los discursos discriminatorios hacia el grupo, sino que más bien se legitiman. A su vez, la decisión de no aparecer ante la sociedad domiciliada como parte de una ranchada es una estrategia para captar mayor cantidad de solidaridades. En este sentido se produce una tensión entre la necesidad de ser reconocido como un AVC para lograr beneficios y pasar desapercibido ante la mirada juzgadora del "gran otro".
En el caso de los hoteles-pensión hemos descrito las ventajas que mencionan las mujeres entrevistadas sobre el hecho de vivir en estos establecimientos situados en áreas centrales de la ciudad a pesar de su alto grado de precariedad e inestabilidad habitacional. Asimismo, hemos indagado en las miradas estigmatizantes que recaen sobre ellas a partir de los cruces que se presentan en el encuentro con el otro. Para sortear las clasificaciones que las descalifican, ellas despliegan estrategias de invisibilización: indican la transitoriedad de su situación social, económica y habitacional para distanciarse de aquellos que comparten las mismas condiciones; ocultan su condición de inquilinas de hoteles, sobre todo en la búsqueda de empleo, para evitar el estigma residencial; apelan a la frase "estoy alquilando" para aludir a una condición habitacional circunstancial y transitoria con la intención de homologarse con el resto de los ciudadanos de la ciudad, recurso que si bien no oculta su condición de inquilinas, al menos la disimula; desplazan la discriminación hacia inmigrantes de países vecinos con el fin de distinguirse a partir de la creación de una imagen negativa de estos "otros".
Pero también, al igual que los AVC, estas mujeres procuran mostrar su condición de precariedad para acceder a los recursos que brindan las administraciones nacional y local y las diversas organizaciones como Cáritas, comedores y parroquias.
La vida cotidiana de las mujeres entrevistadas y sus familias está muy condicionada por el hábitat de los hoteles-pensión. La inestabilidad habitacional, las malas condiciones edilicias, la convivencia de una familia numerosa en habitaciones pequeñísimas, los espacios compartidos, la relación conflictiva entre los inquilinos y los encargados de los hoteles, inciden en las relaciones familiares, en sus representaciones, sus discursos y sus modos de actuar. En sus palabras y en sus gestos se puede apreciar el cansancio y, en cierto modo, la resignación ante esas condiciones de vida. Sin embargo esto no llega a impulsarlas a retornar a sus provincias de origen; en realidad sucede lo contrario. Esas mujeres expresan una sensación de logro y progreso al comparar su pasado en la ciudad natal con su vida actual en la ciudad. Si bien el traslado no les ha procurado mejoras económicas significativas ni comodidades en lo que respecta a la vivienda, rescatan el hecho mismo de vivir en Buenos Aires y resaltan sus esfuerzos por sobrevivir en una ciudad cada vez más caótica, desordenada y expulsiva. Su lucha cotidiana es por el arraigo en la ciudad, por el reconocimiento social, y así despliegan astucias en busca del derecho a permanecer y progresar en el espacio urbano. Pretenden influir en las clasificaciones sociales dominantes y para ello intentan ocultar las marcas de su condición de clase y su lugar de residencia en pos de modos de categorización que les resulten más favorables. Tratan de maniobrar sobre las múltiples clasificaciones sociales como manera de disputar su identidad personal.
Finalmente cabe mencionar que resulta de vital importancia comenzar a dar cuenta de los encuentros que se producen entre grupos que viven en situaciones sociales, habitacionales y económicas muy dispares en las áreas céntricas de una ciudad de gran tamaño. Es cierto que las ciudades tienden a fragmentarse en forma creciente, pero al mismo tiempo en que las diferencias sociales se incrementan, los grupos que quedan al margen crean nuevas estrategias para resistir la expulsión de la ciudad. En este sentido, el presente trabajo trata de visibilizar las características de estas interacciones entre grupos que se encuentran cercanos físicamente pero sumamente lejanos en el plano simbólico. Algunos de los interrogantes que surgen luego de esta investigación se ubican alrededor de cómo concebir la diferencia, es decir: ¿qué sucede con esta diferencia cuando se encuentra?, ¿se reactualiza y remarca?, ¿es una posibilidad para intentar reducirla mediante la generación de un nuevo perfil de políticas públicas? Sin duda son preguntas que demarcan líneas de investigación a futuro.