Introducción
Es reconocido que en el contexto del hogar ocurren varias formas de violencia hacia los niños, niñas y adolescentes, tales como el maltrato físico, el abuso sexual y el testimonio de la violencia contra la madre (Finkelhor y Hashima, 2001, p. 49; Tsui, Wasserheit y Haaga, 1997, p. 30; Cáceres, Vanoss y Hudes, 2000, p. 366; Villatoro-Velázquez, Quiroz del Valle, Gutiérrez López, Díaz Santos y Amador Buenabad, 2006, p. 20). A pesar de las profundas consecuencias que éstas tienen en el curso de vida, la violencia en el hogar hacia los menores tiende a ser subestimada (Azaola, 2006, p. 9), y ha sido opacada por el estudio sobre la violencia en la pareja (Casique, 2009), dejando a un lado las experiencias particulares de los hijos e hijas. Con el fin de aportar información sobre las dinámicas violentas que se viven en el hogar, un contexto privado y por ende poco visible, este trabajo documenta de forma específica la prevalencia de violencia en el hogar hacia niños, niñas y adolescentes, utilizando los reportes de estudiantes en tres ciudades de Chiapas, México. Se exploran las diferentes estructuras familiares como variable explicativa de las distintas expresiones de la violencia física que se reportan: violencia física hacia hijos e hijas, testimonio de violencia hacia la madre, y co-ocurrencia de ambas.
Enfoques teóricos en el estudio de la violencia hacia los menores en el hogar
Los estudios sobre el maltrato contra los menores en el hogar se han realizado principalmente a partir de dos enfoques. El primero, relativo a la violencia de género, asume que la violencia contra los hijos e hijas es una extensión de la violencia hacia las mujeres adultas, en la que los niños, niñas y adolescentes son considerados “víctimas secundarias” (Castro y Frías, 2010; Castro y Riquer, 2012, p. 25; Margolin y Gordis, 2004, p. 152; Edleson, 1999, p. 839). Bajo este enfoque existen dos propuestas explicativas no excluyentes: la primera enfatiza que los distintos tipos de violencia que pueden generarse en el hogar responden principalmente a normas y valores culturales asociados con el género1; tal violencia tiende a naturalizarse2 (Segato, 2003, p. 2) y ocurre como una “conducta instrumental que introduce desigualdad en una relación interpersonal o mantiene una desigualdad subyacente o estructural” (Expósito, 2011, p. 20), cuyo objetivo es lograr o mantener la sumisión y el control entre las personas que se encuentran en condición de vulnerabilidad desigual, y puede expresarse con distintos niveles de gravedad, desde el terrorismo íntimo a la violencia situacional de pareja (Castro y Riquer, 2012, p. 20), e incluso en formas exentas de cualquier forma observable de violencia explícita (Segato, 2003, p. 2)3. La segunda propuesta sostiene que la violencia en el hogar se presenta debido a la previa socialización de los padres en un ambiente de violencia, en el que las personas aprenden una forma específica -y violenta- de enfrentar el estrés situacional como una “pauta de conducta normalmente utilizada” que tienden a repetir en la edad adulta (Azaola, 2006, p. 45; Frías y Castro, 2011, p. 525; Frías y Castro, 2014, p. 265).
El segundo enfoque argumenta que el maltrato contra hijos e hijas se asocia con su condición de vulnerabilidad, la cual permite su abandono o negligencia, y que sean violentados físicamente y abusados sexualmente, entre otras experiencias dañinas (Finkelhor y Dziuba-Leatherman, 1994, p. 177). La condición de vulnerabilidad en los niños y niñas conlleva la debilidad física y la dependencia que les impide afrontar la mayor fuerza y poder de los adultos que abusan de ellos, la posición de contacto involuntario con sus maltratadores familiares sin tener opciones de alejarse de ellos, así como la dificultad para acceder a las instancias sociales que podrían protegerlos de un contexto de riesgo (Finkelhor y Dziuba-Leatherman, 1994, p. 177). A ello se suman las dificultades médicas y jurídicas para procurar su debida atención en países como el nuestro (Loredo-Abdalá y Perea-Martínez, 2005, p. 139).
La co-ocurrencia de la violencia física hacia la madre y el maltrato físico a los hijos e hijas ha sido ampliamente documentada (Hughes, Parkinson y Vargo, 1989, p. 197; Appel y Holden, 1998, p. 578; Speizer, Goodwin, Whittle, Clyde y Rogers, 2008, p. 460; Castro y Frías, 2010, p. 222). Sin embargo, también existen hogares donde se registra sólo la violencia hacia las mujeres adultas, o sólo la violencia hacia los y las menores, haciendo patente las dificultades conceptuales y metodológicas para su estudio (Azaola, 2006, p. 36). El presente trabajo examina estas expresiones de violencia, así como su co-ocurrencia, y las relaciona con algunos factores explicativos con el fin de ofrecer una documentación más completa y detallada del fenómeno de violencia hacia los menores en el hogar, esclareciendo su relación con la violencia física hacia la madre y con la vulnerabilidad de niños, niñas y adolescentes, particularmente de estas últimas.
Factores explicativos de la violencia hacia menores en el hogar
Los enfoques descritos en la sección previa no son excluyentes y hacen visible la complejidad del problema de la violencia en la familia, en la que influyen factores que interactúan en distintos niveles de análisis, como la edad y el sexo de los hijos e hijas, las características del padre o de la madre, la estructura familiar, así como el contexto social más amplio con sus normas culturales y creencias, incluyendo la desigualdad socioeconómica y de género (Bronfenbrenner, 1979, p. 41; Bringiotti, 2000, p. 2; Tajima, 2000, p. 1384; Azaola, 2006, p. 3; Casique, 2009, p. 31; OMS, 2010, p. 18; Castro y Frías, 2010, pp. 221-222). Se ha documentado, por ejemplo, que la violencia física contra niños, niñas y adolescentes ocurre con mayor frecuencia en los hogares que se encuentran por debajo de la línea de pobreza (Azaola, 2006, p. 47; Castro y Frías, 2010, p. 221; Instituto Nacional de Salud Pública y UNICEF, 2016, p. 218).
A su vez, la estructura familiar es una constante explicativa de la violencia entre sus integrantes. Los estudios que comparan familias con padres biológicos y familias con padrastros reportan que existe una mayor probabilidad de violencia hacia los menores que viven con un padrastro, incluyendo maltrato físico, abuso sexual y testimonio de violencia contra la madre (O’Keefe, 1995, p. 20; Azaola, 2006, p. 27; Turner, Finkelhor y Ormrod, 2006, p. 25; Turner, Finkelhor, Hamby y Shattuck, 2013, p. 40). Otros autores, que comparan diferentes estructuras familiares, indican que es necesario matizar esa relación causal, debido a que no encontraron diferencias en la calidad de las relaciones familiares entre los hogares biparentales con hijos adoptivos y los hogares con hijos biológicos, aunque sí algunas diferencias respecto a los hogares monoparentales; concluyen que, más que la estructura familiar, debe considerarse la calidad de las relaciones entre sus integrantes (Lansford, Ceballo, Abbey y Stewart, 2001, p. 850). En el mismo sentido, Tajima (2000), en un análisis multidimensional, reporta que existen otras variables individuales, como el antecedente de violencia contra el padre cuando fue adolescente, o el consumo de alcohol por los padres. En México, los estudios realizados por Frías y Castro (2011, p. 525; 2014, p. 265) demuestran una fuerte asociación entre el haber padecido violencia en la niñez por sus padres y la violencia ejercida contra sus hijos en su vida adulta.
Los hogares no tradicionales suelen enfrentar condiciones que propician una mayor probabilidad de violencia contra niños, niñas y adolescentes; entre ellas, mayor privación económica, cambios frecuentes de residencia, más estrés crónico asociado con el empleo y la discriminación, y mayor frecuencia de conflictos entre los padres (Turner, Finkelhor, Hamby y Shattuck, 2013, p. 40). Los conflictos maritales específicamente han sido documentados como un factor que incrementa la probabilidad de maltrato físico hacia niños, niñas y adolescentes, así como hacia la madre (Straus y Smith, 1990, p. 260), y éstos se presentan con mayor intensidad y frecuencia en hogares monoparentales postseparación (López Larrosa, Sánchez Souto y Mendiri, 2012, p. 1261).
En México se reporta un incremento en la tasa de divorcios, madres solas y hogares reconstituidos. Lo mismo ocurre en el estado de Chiapas, donde en 2010 de un total de 1 672 190 menores de 15 años, más de 21.2 % no residían con ambos padres: 12.7 % residían en hogares monoparentales, 3.8 % con ninguno de los padres, y 4.7 % no fue especificado (INEGI, 2011). Estas cifras son un llamado a profundizar en el estudio de la estructura familiar como factor explicativo de la violencia hacia los menores en el estado.
Por otro lado, Finkelhor y Dziuba-Leatherman (1994, p. 173) sostienen que los niños, niñas y adolescentes registran una mayor frecuencia de violencia que la población adulta, particularmente cuando se trata de la ejercida por los padres, vinculada a la necesidad de corregirlos como parte de su educación (castigos), patrón que es socializado y que tiende a ser repetido en la vida adulta. Este tipo de violencia suele justificarse por parte de los padres como un medio de protección a los hijos e hijas, o como un instrumento educativo disciplinario, resultado de la socialización en el que se aprende como una forma normalizada de educación en el hogar (Azaola, 2006, p. 33; Frías y Castro, 2014, pp. 278-279); esto ocurre aun cuando los padres compartan una noción de “familia ideal” en la que debe privilegiarse el diálogo con los hijos e hijas (Soccio, Carvalho Ferriani, Iossi Silva, Zahr, Bertoldi y Teixeira Roque, 2007, p. 4). Debido al proceso de desarrollo de la autonomía de los hijos, se espera que este tipo de violencia se vaya incrementando con la edad (Faría y Paz, 2011; Bascón, Saavedra y Arias, 2013).
Así, algunos de los condicionantes más reconocidos en torno a la violencia contra niños, niñas y adolescentes son su edad y sexo, la condición socioeconómica y la estructura familiar. En este estudio se retoman esos elementos para indagar, con base en una muestra chiapaneca, la magnitud y las características de la violencia física ejercida por los padres sobre hijos e hijas, así como la co-ocurrencia de violencia física contra la madre y contra éstos. Se propone diferenciar la violencia que ocurre de padres a hijos e hijas, pero en la que no se reporta testimonio de violencia hacia la madre, de la violencia que correspondería a aquella que se ejerce sobre hijos e hijas, pero en la que, además, se reporta el testimonio de golpes contra la madre. Se discuten los resultados identificando las situaciones en las que se hace evidente la mayor vulnerabilidad de las mujeres, tomando en cuenta las diferencias en cuanto a la estructura familiar y el nivel socioeconómico.
Métodos
Se realizó un estudio transversal con base en encuestas a una muestra de 6 532 estudiantes mestizos, de 11 a 19 años de edad, de nivel secundaria en planteles públicos y privados, y de los turnos matutino y vespertino, en las tres ciudades más pobladas e importantes económica y políticamente del estado de Chiapas: San Cristóbal de Las Casas (185 917 habitantes), Tapachula de Córdova y Ordoñez (320 451 habitantes) y Tuxtla Gutiérrez (553 374 habitantes) (INEGI, 2011)4. La muestra fue aleatoria, estratificada por tipo de plantel escolar, y fue aplicada a un tamaño mínimo de muestra aleatoria simple con error relativo.
La población objetivo de la Encuesta Escolar de Violencia Familiar 2011 (Envifam, 2010-2011) fue: todos los estudiantes, hombres y mujeres de cada grado de secundaria de los planteles seleccionados. En los casos en donde había dos o más turnos se seleccionó aleatoriamente un grupo de cada grado por turno (matutino, vespertino, nocturno y telesecundaria). Los planteles fueron seleccionados aleatoriamente con base en el listado nominal de la Secretaría de Educación Pública del Estado de Chiapas. Se incluyeron 55 planteles de un total de 96 registrados por la Secretaría de Educación Pública en las tres ciudades de estudio. En el Cuadro 1 puede verse la distribución de la muestra por sexo según tipo de escuela y ciudad.
El cuestionario fue anónimo y autoaplicado (con duración de 5 a 15 minutos). Se solicitó el consentimiento informado de los directivos de las escuelas mediante cartas individualizadas, explicándoles el objetivo del estudio y garantizando la confidencialidad de la información. Los directivos a su vez informaron a los padres y madres de familia y pidieron su consentimiento. Solamente en una escuela los padres de familia negaron la aplicación del instrumento. A los y las estudiantes se les explicó el objetivo del estudio, el carácter estrictamente voluntario y anónimo de la encuesta, y su libertad para ejercer “no respuesta” o para suspender la encuesta en el momento que lo desearan.
El instrumento utilizado fue diseñado específicamente para este estudio y se sometió a 12 pruebas piloto de 15 a 20 encuestas cada una, en poblaciones semejantes a la estudiada antes de aplicarlo a la población objetivo. Fueron incluidas preguntas que posibilitaran estimar la frecuencia de las dos diferentes expresiones de violencia física en la familia: 1) el testimonio de violencia física (golpes) hacia la madre se indagó utilizando la pregunta “¿Alguna vez has visto que golpeen a tu mamá?”, y 2) la frecuencia de golpes hacia los y las menores se examinó con la pregunta “¿Alguna vez te han golpeado tus padres, padrastro o madrastra?5
Se identificó también el tipo de estructura familiar, y esta variable fue reconstruida a partir de preguntas individuales sobre un listado de personas, parientes o no, con las que el o la adolescente vive actualmente. Por ejemplo: “¿Actualmente vives con tu papá?”, “¿Actualmente vives con tu mamá?”, y así sucesivamente. La categorización de las estructuras familiares se hizo siguiendo lo reportado en la literatura sobre violencia y estructuras familiares, que enfatiza la presencia o no del padre o la madre biológicos, padrastro, madrastra, u otros familiares. Estas categorías corresponden, asimismo, a lo reportado por los y las adolescentes; por ejemplo, no se incluye la categoría “adoptivo”, porque no fue registrada por ellos o ellas.
La encuesta fue realizada en tres momentos correspondientes a cada una de las ciudades entre agosto de 2010 y agosto de 2011. Los datos fueron capturados y procesados en IBM SPSS Statistics v.21. La tasa de no respuesta general fue de 1.8 %, y entre quienes respondieron el cuestionario, la tasa de no respuesta de las variables dependientes fue: 3.0 % para golpes contra los adolescentes, 2.4 % para el testimonio de golpes contra la madre, y 4.3 % para la co-ocurrencia.
En la primera parte del análisis se presenta la estructura familiar y la prevalencia de violencia física hacia los y las adolescentes, hacia la madre, y la co-ocurrencia de ambas; posteriormente, se analiza la relación entre los diferentes tipos de violencia física y la estructura familiar, considerando, asimismo, la condición socioeconómica de los hogares. Finalmente, mediante un análisis multivariado, utilizando el modelo de regresión logística binaria, se muestran las diferencias en las variables explicativas cuando se trata exclusivamente de violencia física contra los y las adolescentes, respecto al testimonio de violencia física contra la madre, y la co-ocurrencia de ambos tipos de violencia. Se analiza la relación de esas expresiones de violencia física con la estructura familiar y la condición socioeconómica del hogar.
Resultados
Análisis descriptivo sobre la estructura familiar
Del total de adolescentes entrevistados, un poco más de la mitad (54.4 % de los hombres y 54.3 % de las mujeres) conviven con ambos padres y sus hermanos o hermanas, lo que correspondería a una familia nuclear biparental (Cuadro 2). Los y las adolescentes que, además de vivir con ambos padres, conviven con otros familiares, fueron, respectivamente, 20.0 y 16.7 % (Cuadro 2).
La proporción de hogares en los que la madre está ausente es baja (3.2 y 2.6 % para varones y mujeres, respectivamente); la presencia de madrastra fue de sólo 0.7 % en los varones y de 1.0 % en las mujeres. También destaca que los hogares en los que sólo conviven el padre (sin la madre) y los hijos e hijas, fue de 1.7 % en los varones y 1.1 % en las mujeres (Cuadro 2).
La frecuencia de hogares en los que el padre está ausente fue de 19.2 % para los varones y 23.5 % para las mujeres; la presencia de padrastro fue reportada por 4.2 % de los adolescentes y por 5.1 % de las adolescentes (Cuadro 2). También se registró que 3.2 % de los varones y 2.9 % de las mujeres adolescentes viven en hogares sin ambos padres.
Prevalencia de violencia física en el hogar por sexo
Prevalencia de golpes contra los y las adolescentes sin testimonio de violencia contra la madre
De los 6 532 estudiantes que respondieron la encuesta, el reporte de golpes de los padres a hijos e hijas sin el testimonio de violencia física contra la madre fue de 16.0 % en los hombres y 16.4 % en las mujeres adolescentes, sin diferencias significativas (p=0.684) (Cuadro 3).
La no diferencia por sexo en la prevalencia de golpes contra los y las adolescentes podría apoyar la explicación de la violencia física resultante de la vulnerabilidad infantil, y como una de las manifestaciones severas de castigo físico de carácter disciplinario que se aplicaría sin diferencias entre hombres y mujeres. Lo anterior es cierto sólo en el caso de los hogares en los que se reportan golpes a los y las adolescentes, sin registro de violencia física hacia la madre.
Prevalencia de golpes contra la madre sin golpes a los y las adolescentes
El reporte de testimonio de golpes contra la madre sin la co-ocurrencia de violencia contra los y las adolescentes fue significativamente mayor por las mujeres adolescentes que por los varones adolescentes (7.2 % vs. 5.1 %; p=0.002). Existen varias explicaciones posibles a este hecho. Una de ellas es que las adolescentes por razones de roles de género suelen compartir más actividades con la madre dentro del hogar, y por ello hay mayor probabilidad de estar presentes cuando ocurre la violencia física contra ella; asimismo, que también por razones de género, junto con la madre sean las principales destinatarias de la violencia física en el hogar. La segunda explicación podría estar relacionada con la diferencia en el reporte de violencia física de adolescentes hombres y mujeres. Esta última explicación se considera menos probable toda vez que en el reporte de golpes hacia ellos y ellas no se observaron diferencias entre quienes reportaron no haber presenciado violencia física contra la madre.
Prevalencia de golpes contra los y las adolescentes en co-ocurrencia de golpes contra la madre
La co-ocurrencia del testimonio de violencia física contra la madre y los golpes para adolescentes mujeres y hombres fue significativamente mayor en las adolescentes que en los adolescentes (5.2 % vs. 3.6 %; p<0.000) (Cuadro 3), lo que apuntala la explicación de la violencia por razones de género y de la mayor probabilidad, respecto de los varones adolescentes, de que las adolescentes también sean víctimas cuando en el hogar ocurre la violencia física contra la madre (co-ocurrencia).
Aunque la violencia física contra los y las adolescentes tiene consecuencias negativas, el testimonio de golpes contra la madre y la co-ocurrencia de ambas tiene repercusiones negativas más graves que la ejercida solamente contra hijos e hijas; el efecto es similar al síndrome de estrés postraumático que se acompaña de ansiedad, depresión y problemas de conducta (Lehmann, 1997, p. 242; Pratt, 2012, p. 61). Estas consecuencias negativas serían más probables en las mujeres adolescentes, ya que ellas enfrentan mayor riesgo de haber presenciado la violencia contra la madre y padecer violencia física en co-ocurrencia (Cuadro 3).
** TNR, 2.4%.
*** TNR, 4.3%.
Fuente: Encuesta Escolar de Violencia Familiar (Envifam, 2010-2011).
Estructura familiar y violencia física en el hogar
Hogares con madre ausente
Los arreglos familiares en los que la madre está ausente corresponden al 3.2 % de los hogares de adolescentes varones y al 2.6 % de los hogares de las adolescentes. La violencia física contra los hijos (23.5 %), las hijas (31.0 %), el testimonio de golpes contra la madre (17.4 %) y la co-ocurrencia (9.8 %) fueron más frecuentes respecto a los otros arreglos familiares (Cuadro 4).
Los hogares en los que la madre está ausente y el padre sólo convive con los hijos e hijas, corresponden al 1.7 % de los hogares de varones adolescentes y al 1.1 % del total de los hogares de las adolescentes. En estos hogares, la prevalencia de golpes contra los adolescentes fue de 25.5 % y en las mujeres adolescentes de 22.2 %; la co-ocurrencia de violencia fue de 10.0 % en el caso de los varones y de 8.6 % en el de las mujeres (Cuadro 4).
Por otra parte, la convivencia con una madrastra se reportó para el 0.7 % del total de hogares de los varones adolescentes y el 1.0 % de los hogares de las adolescentes. La presencia de una madrastra, especialmente cuando conviven con otros familiares (probablemente hermanastros o hermanastras), registra una prevalencia muy elevada de golpes contra los hombres adolescentes (33.3 %), y aún más alta cuando se trata de las adolescentes (57.1 %) (Cuadro 4).
Estos datos hacen evidente que, no obstante que este tipo de arreglos familiares no es frecuente en las áreas urbanas estudiadas, es sin duda el de mayor riesgo de violencia física para las adolescentes (Cuadro 4).
Hogares con padre ausente
Los arreglos familiares en los que el padre está ausente corresponden al 19.2 % del total de hogares de los varones adolescentes y al 23.2 % de los hogares de las adolescentes. La prevalencia de violencia física contra los hijos (19.6 %) y contra las hijas (20.0 %) fue la segunda condición más elevada según la estructura familiar, sólo debajo de los hogares en los que la madre está ausente. En este tipo de hogares, el testimonio de violencia contra la madre fue de 9.9 y 13.3 % para hombres y mujeres adolescentes, respectivamente, a la vez que la co-ocurrencia de violencia física fue de 3.8 y 6.0 %, respectivamente, haciendo evidente, nuevamente, la mayor prevalencia de violencia física a la que están expuestas las adolescentes (Cuadro 4).
Los hogares con padre ausente, pero con un padrastro, corresponden al 4.2 % de los hogares de varones adolescentes y al 5.1 % de los hogares con mujeres adolescentes. La convivencia de la madre, los hijos e hijas y un padrastro (sin otros familiares) fue de 2.7 % en hombres y 3.4 % en mujeres adolescentes. En este tipo de hogares, la prevalencia de golpes contra las hijas adolescentes alcanza el 30.7 % y en los varones adolescentes el 25.3 %; es decir, afecta a una de cada tres hijas y a uno de cada cuatro hijos adolescentes. La co-ocurrencia de violencia contra la madre y contra los hijos e hijas fue de 9.9 % en las adolescentes y 4.9 % en los varones adolescentes. El testimonio de violencia contra la madre fue de 20.5 % en las mujeres y 15.7 % en los varones adolescentes (Cuadro 4). Se trata de hogares en los que, de acuerdo con el testimonio de hijos e hijas, al menos una de cada cinco madres ha sido golpeada, y en el que los y las adolescentes también tienen una elevada probabilidad de haber sido golpeados por el padre biológico o por el padrastro, situándose, junto con los hogares en los que la madre está ausente, entre los más violentos de todos.
Hogares biparentales
Los hogares donde están presentes el padre y la madre corresponden al 74.4 % de los hogares de los hombres adolescentes y al 71.0 % de los hogares de las adolescentes. La prevalencia de violencia contra la madre o la co-ocurrencia es más baja que en los hogares donde los y las adolescentes conviven con sólo uno de sus padres biológicos (Cuadro 5). Cuando además del padre, la madre y los hijos e hijas conviven otros familiares, la prevalencia de todas las formas de violencia física se incrementa ligeramente (Cuadro 4).
Hogares con padre y madre ausente
Del total, 3.2 % de los varones y 2.9 % de las mujeres adolescentes reportaron no vivir con ninguno de los padres, padrastro o madrastra. La prevalencia de golpes contra ellos, el testimonio de golpes contra la madre (18.5 y 18.7 %, para hombres y mujeres respectivamente) y la co-ocurrencia (5.5 y 5.6 %, respectivamente) fue más elevada que en los hogares biparentales, pero menor que en los hogares monoparentales o en los que conviven con un padrastro o una madrastra (Cuadro 4). Estos datos sugieren que los y las adolescentes provienen de hogares violentos que podrían haberles llevado a vivir separados del padre y de la madre.
Diferencias por sexo en la probabilidad de ocurrencia de violencia física de acuerdo con la estructura familiar
Como puede verse en el Cuadro 5, la probabilidad de ocurrencia de un exceso de violencia contra las adolescentes y adultas varía en función de la estructura familiar y del tipo de violencia. Por ejemplo, aunque en el indicador global no se observan diferencias entre hombres y mujeres en la prevalencia de golpes contra los adolescentes, se observa una prevalencia incrementada -aunque no significativa- en las mujeres en los hogares en los que está ausente la madre. En este tipo de hogares, las adolescentes tienen 46.0 % más probabilidad de ser golpeadas que los varones de la misma edad. Se registra, asimismo, 67.0 % mayor probabilidad de que las adolescentes sean testigo de golpes contra la madre, y 39.0 % mayor probabilidad de co-ocurrencia de violencia respecto a los varones adolescentes.
En los hogares con ausencia del padre, si bien no se observaron diferencias en la probabilidad de golpes a los y las adolescentes, sí hubo un elevado riesgo en cuanto al testimonio de violencia física contra la madre por parte de las adolescentes (39.0 % más), así como 62.0 % mayor probabilidad de co-ocurrencia en comparación con los varones adolescentes (Cuadro 5).
En los hogares biparentales también se registró un exceso de prevalencia en las mujeres adolescentes en cuanto al testimonio de golpes contra la madre (51.0 %) y de co-ocurrencia (47.0 %) al comparar su reporte con el de los varones adolescentes (Cuadro 5).
Probabilidad de ocurrencia de violencia física según la condición socioeconómica de los hogares
De acuerdo con la literatura, existe un mayor riesgo de victimización en los hogares que afrontan privación económica, especialmente en aquellos monoparentales (Turner, Finkelhor, Hamby y Shattuck, 2013). En este tipo de hogares se ha reportado una mayor exposición al estrés crónico, y mayor prevalencia de depresión clínica entre los niños, niñas y jóvenes debido a inestabilidad en el empleo e incluso a la discriminación (Barret y Turner, 2005, p. 159).
En este trabajo, la condición socioeconómica de los hogares fue medida de manera indirecta mediante el tipo de escuela a la que asistían los y las adolescentes entrevistados: públicas y privadas. Debido a que el estado de Chiapas se encuentra entre las entidades más pobres del país (Coneval, 2014),6 la asistencia a una escuela privada diferencia socioeconómicamente a estos hogares de aquellos que envían a sus hijos e hijas a estudiar a escuelas públicas.
De los 6 532 estudiantes entrevistados, 16.8 % asistía a una escuela privada, sin diferencias por sexo (p<0.879). El análisis de la relación entre el tipo de escuela y la probabilidad de ocurrencia de violencia se muestra en el Cuadro 7. Puede verse que en los hogares en los que sólo se reportó violencia física contra los y las adolescentes, la diferencia de prevalencia de golpes no fue significativa entre quienes asisten a escuelas privadas y los estudiantes de escuelas públicas, con cifras similares en hombres y mujeres. Es decir, el tipo de escuela no significó diferencias importantes en la frecuencia de violencia física para los y las adolescentes (Cuadro 6).
Sin embargo, cuando se trata del testimonio de violencia contra la madre, o de la co-ocurrencia de violencia contra la madre y el o la adolescente, la probabilidad se incrementa significativamente entre quienes estudian en escuelas públicas. Los hombres tienen 3.1 veces más probabilidad de ser testigos de golpes contra la madre que los hombres que estudian en escuelas privadas; mientras que las mujeres provenientes de escuelas públicas tienen 2.3 veces más probabilidad de haber visto violencia física contra la madre, al compararlas con las adolescentes que asisten a escuelas privadas (Cuadro 6).
* Tasa de no respuesta (TNR), 3.0 %
** TNR, 2.4 %.
*** TNR, 4.3 %.
Fuente: Encuesta Escolar de Violencia Familiar (Envifam, 2010-2011).
La co-ocurrencia de violencia física contra la madre y la adolescente fue 3.4 veces mayor entre las estudiantes de escuelas públicas, a la vez que fue 2.7 veces más alta la probabilidad entre varones adolescentes de este tipo de escuelas, ambos cuando se contrastan con sus pares de escuelas privadas.
Análisis multivariado sobre la violencia física en el hogar
El análisis multivariado muestra que existen diferencias en las variables explicativas cuando se trata exclusivamente de violencia física contra los y las adolescentes, respecto al testimonio de violencia física contra la madre y la co-ocurrencia de ambos tipos de violencia (Cuadro 7).
Como puede verse, cuando se trata de hogares donde sólo se reportan golpes contra los y las adolescentes, la única variable explicativa significativa fue el tipo de hogar en el que la madre está ausente (p=0.047) (Cuadro 7). El sexo no es explicativo de la violencia física contra los y las adolescentes, lo que soporta al enfoque de la vulnerabilidad infantil y de los golpes como una forma severa de medidas disciplinarias. La violencia física contra los y las adolescentes tampoco se asocia con el tipo de escuela; es decir, no se relaciona con la condición socioeconómica de los hogares.
En los hogares donde ocurre el testimonio de violencia física contra la madre o la co-ocurrencia de violencia física contra la madre y contra los hijos e hijas, los factores explicativos son semejantes entre sí, pero diferentes a los registrados cuando la violencia es reportada solamente contra hijos e hijas. La probabilidad de que se reporte el testimonio de violencia física contra la madre se incrementa entre los y las adolescentes que asisten a escuelas públicas o que se encuentran en mayor desventaja socioeconómica. A su vez, el testimonio de violencia física contra la madre incrementa la probabilidad de mayor violencia física hacia las mujeres adolescentes (Cuadro 7). En otras palabras, cuando la violencia física se ejerce hacia la madre, existe un elevado riesgo de que ésta también se realice contra las mujeres adolescentes, misma que se acentúa en los hogares de adolescentes con mayor desventaja socioeconómica.
Discusión y conclusiones
La violencia es una problemática generalizada de las sociedades contemporáneas; se fundamenta en el ejercicio desigual del poder y se caracteriza por ser acumulativa. Se incrementa bajo condiciones que vuelven a ciertas poblaciones más vulnerables. Éste es el caso de los y las adolescentes que se enfrentan a situaciones violentas en el hogar, las cuales ocurren no solamente como mecanismo de educación de hijos e hijas, sino como formas abusivas de ejercicio del poder y de la fuerza física de los adultos, sustentadas en la tolerancia social y cultural de la violencia.
El objetivo de este trabajo fue reportar la prevalencia del testimonio de violencia contra la madre, la prevalencia de golpes contra los y las adolescentes, así como estimar su co-ocurrencia en hogares de una población estudiantil urbana en el estado de Chiapas, México. Los resultados hacen evidentes dos aspectos destacados de la violencia física en el hogar. Primero, se observó que las diferencias en la magnitud de la violencia física varían claramente de acuerdo con la estructura familiar, subrayando la importancia de esta variable en el estudio y en la intervención sobre la violencia en el hogar. Segundo, los resultados muestran que existen dos expresiones de violencia física en el hogar contra los y las adolescentes, que son de naturaleza distinta y que tienen causas y víctimas específicas: por un lado la violencia física explicada por el enfoque de la vulnerabilidad infantil y las prácticas parentales disciplinarias, la cual afecta a hijos e hijas sin distinción de sexo ni de nivel socioeconómico; y por otro lado, el testimonio de violencia hacia la madre, y la violencia física -en co-ocurrencia- particularmente hacia las hijas, sugiriendo un fuerte componente de género.
Evidencias de la relación entre la estructura familiar y la probabilidad de violencia física en el hogar
En primer lugar, se documenta la existencia de diferencias en la prevalencia de la violencia física en el hogar en los diferentes arreglos familiares y la condición socioeconómica. Los hogares con estructura monoparental (con o sin nueva pareja: padrastro o madrastra en el caso de los y las adolescentes) registran la más elevada prevalencia de violencia física contra los y las adolescentes, el testimonio de golpes contra la madre, y la co-ocurrencia de ambos tipos de violencia. Estos hallazgos son consistentes con lo reportado en la literatura en México y en otros contextos (O’Keefe, 1995, p. 20; Azaola, 2006, p. 27; Turner, Finkelhor y Ormrod, 2006, p. 25; Turner, Finkelhor, Hamby y Shattuck, 2013, p. 40).
De acuerdo con los resultados de este estudio, en las áreas urbanas de Chiapas 24.3 % de los hogares en los que conviven mujeres y hombres menores de 19 años corresponden a arreglos monoparentales; cifra semejante (21.2 %) a la reportada por INEGI (2011) para menores de 15 años. Es decir, los hogares con mayor probabilidad de violencia física en áreas urbanas de Chiapas representan casi la cuarta parte de los hogares en los que viven los y las adolescentes, y a los que habría que dar prioridad en términos preventivos y de atención temprana a la violencia física contra adolescentes y mujeres adultas.
Respecto a la representatividad de la distribución porcentual de los hogares según su estructura, debe mencionarse que es semejante a la distribución de hogares con hijos e hijas adolescentes reportada por INEGI (2011) para los asentamientos urbanos con más de 100 000 habitantes para todo el país. Lo anterior apuntala la validez de la información obtenida sobre estructuras familiares y su posibilidad de inferencia a las áreas urbanas de Chiapas, pese a que este estudio fue realizado en escolares, y no en adolescentes, en sus hogares.7
Expresiones de violencia en el hogar
En el marco de la “violencia familiar”, y de acuerdo con los resultados de este estudio, se identifican con claridad dos expresiones de violencia física que corresponden a causas diferentes y que posibilitan diferenciar los hogares en los que ocurre exclusivamente violencia física contra hijos e hijas, de aquellos en los que la violencia física ocurre contra la madre y contra hijos e hijas en co-ocurrencia. Aunque se trata de violencia física en ambos casos, la violencia física destinada exclusivamente a hijos e hijas sin distinción de sexo corresponde a un patrón de medidas disciplinarias o castigos asociados a la vulnerabilidad infantil y a la tolerancia cultural de la violencia física como medio disciplinario en el hogar, el cual es independiente de la condición socioeconómica de los hogares. Se trata de la violencia pandémica a la que aluden Finkelhor y Dziuba-Leatherman (1994, p. 174), y de la violencia familiar que mencionan Castro y Riquer (2012, p. 25). En el segundo patrón existe el ejercicio de violencia física en el que claramente son las mujeres las principales víctimas, haciendo más visible el componente de género. A continuación se presentan algunas reflexiones sobre estos patrones de violencia.
Vulnerabilidad infantil: evidencia de violencia física hacia hijos e hijas como medida disciplinaria o castigos
En todos los tipos de hogares ocurre violencia física contra varones y mujeres adolescentes, sin el reporte de otro tipo de violencias. En total, 16.0 % de los hogares corresponden a esta condición de violencia física en la que las víctimas son solamente los y las adolescentes. Casique y Castro (2012, p. 198) reportan cifras un poco más elevadas, que van del 18.8 al 31.7 %, mientras que en la Encuesta Nacional de Niños, Niñas y Mujeres 2015 (ENIM 2015) (Instituto Nacional de Salud Pública y Unicef México, 2016) se registra una prevalencia de golpes (en el último mes) de 6 % (p. 218). Las diferencias en la población de estudio y metodologías podrían explicar las discrepancias observadas.
Cuando exclusivamente ocurre violencia física contra los y las adolescentes, y no contra la madre, se observa que al comparar hombres y mujeres no existe un exceso de riesgo de maltrato físico hacia las mujeres adolescentes, sugiriendo que se trata del poder de los padres sobre los hijos e hijas ejercido mediante castigos corporales por su condición subordinada y vulnerable. La no diferencia en la prevalencia de violencia física por sexo se mantiene en todos los tipos de hogares, aun cuando en los hogares monoparentales la prevalencia de maltrato físico contra hijos e hijas es más elevada. La no diferencia en la prevalencia de golpes contra adolescentes hombres y mujeres ha llevado a algunos autores a proponer que se ha sobreestimado la violencia de género y a los perpetradores hombres (Dutton y Nicholls, 2005, p. 682), argumentando que cuando -como en el caso de este estudio- se encuentran resultados que no evidencian un exceso de riesgo para las mujeres se tiende a restar importancia a los resultados o a buscar explicaciones alternativas con la intención de concluir que la violencia de género sí está presente pese a los resultados. Frente a posturas como la mencionada, en México, Castro y Riquer (2012, p. 26) subrayan la importancia de precisar las distintas expresiones de la violencia contra las mujeres, diferenciando la violencia de género de otras formas de violencia. En ese sentido se sitúa nuestra argumentación sobre la existencia de dos expresiones de la violencia física contra los y las adolescentes, que se diferencian en la probabilidad de que se trate de violencia dirigida principalmente hacia las mujeres, o de violencia física con fines disciplinarios sin distingo del sexo de los y las adolescentes.
Se ha planteado que los castigos corporales son más comunes en sociedades desiguales y jerárquicas, en las que los padres ejercen el poder sobre hijos e hijas como un medio para educarlos en una sociedad que les exigirá ser obedientes, humildes y serviciales; eso explicaría por qué los padres de los estratos socioeconómicos más bajos utilizan con mayor frecuencia los castigos corporales (Ember y Ember, 2005, p. 616). Sin embargo, la frecuencia de golpes exclusivamente contra los hijos e hijas no mostró diferencias significativas según la condición socioeconómica, e inclusive los adolescentes que asisten a escuelas privadas registraron una mayor prevalencia, aunque no significativa, de golpes contra hijos e hijas, sin testimonio de golpes contra la madre. Cabe señalar que los y las adolescentes provenientes de hogares monoparentales asisten con mayor frecuencia a escuelas privadas (18.5 %) que quienes provienen de hogares biparentales (16.6 %). Estos resultados sugieren que en el contexto chiapaneco existen otras variables en juego para explicar la violencia física hacia hijos e hijas, las cuales resultan más importantes que el nivel socioeconómico y subrayan el riesgo presente para los adolescentes que viven en hogares monoparentales. Por ejemplo, es posible que el maltrato físico hacia hijos e hijas se incremente como una expresión del estrés crónico característico de los hogares monoparentales, en donde la totalidad de la carga parental recae sobre una sola persona, no obstante que el argumento sea el de la necesidad de garantizar la disciplina y educación de hijos e hijas. También es posible que las actitudes violentas de los padres sean subyacentes a la condición de hogar monoparental; es decir, que el hecho de que la pareja no viva junta sea consecuencia de la violencia (Anderson, 2010, p. 375) o de una alta frecuencia de conflictos maritales, los cuales también están asociados con la violencia hacia los hijos e hijas (López, Sánchez Souto y Mendiri, 2012, p. 1261).
En conjunto, esos datos apoyan la explicación de la existencia de la violencia física contra hijos e hijas como una medida disciplinaria en la que el abuso físico es ejercido por la condición subordinada de los menores, sin diferencias por sexo.
Evidencia de violencia física hacia las hijas por ser mujeres
El segundo grupo de hogares corresponde a aquellos en los que se registra el testimonio de violencia contra la madre, o la co-ocurrencia de violencia contra la madre y contra hijos e hijas. Nuestros datos muestran un patrón diferenciado por sexo del tipo de arreglo familiar y su relación con la probabilidad de violencia física ejercida contra las adolescentes y contra las madres. A diferencia de la violencia física que se ejerce solamente contra hijos e hijas, y en los que la prevalencia por sexo es muy semejante, en los hogares donde se reportó haber presenciado golpes contra la madre la probabilidad de golpes a las adolescentes se incrementa significativamente respecto a los varones adolescentes. Lo anterior sugiere un fuerte componente explicativo de género en la dinámica de esas relaciones familiares violentas, en las que las madres y las hijas adolescentes son las principales víctimas. Esta situación se presenta en 14.1 % de los hogares de los y las adolescentes, correspondiendo el 9.7 % al testimonio de golpes contra la madre, y el 4.4 % a la co-ocurrencia de testimonio de violencia física contra la madre y contra los y las adolescentes. Se trata de una cifra un poco más alta que la reportada por Casique y Castro (2012, p. 144) en México, que es de 13.5 % para mujeres adultas.
La violencia contra las hijas (como testimonio exclusivamente o como co-ocurrencia de golpes contra la madre y contra las y los adolescentes) se documentó en todos los arreglos familiares, pero con la prevalencia más elevada en los hogares no tradicionales, particularmente en aquellos en los que la madre está ausente. Los hogares con madre ausente son los de mayor prevalencia de testimonios de golpes contra ésta, pero también los de mayor prevalencia de golpes contra las mujeres adolescentes, lo que los sitúa como la estructura familiar más violenta de todas. En estos hogares, la elevada prevalencia de violencia física ejercida contra las adolescentes podría asociarse a su posición de vulnerabilidad, por su sexo y por la ausencia de la madre, lo que resulta en mayor indefensión de las mujeres jóvenes frente al victimario o victimarios en el hogar.
A diferencia de los hogares en los que sólo se ejerce violencia física contra hijos e hijas, en los que la prevalencia de violencia es independiente del tipo de escuela a la que asisten, cuando se trata del testimonio de violencia contra la madre o la co-ocurrencia, la probabilidad de ocurrencia es dos a tres veces más elevada en los hogares de quienes asisten a escuelas públicas respecto a los adolescentes que estudian en escuelas privadas. En este caso, se aporta evidencia de una mayor frecuencia de violencia contra las mujeres (madres e hijas adolescentes) en el estrato con mayor desventaja socioeconómica, lo que coincide con el reporte de otros estudios (Azaola, 2006, p. 47; DuRant, Cadenhead, Pendergrast, Slavens y Linder, 1994, p. 612; Castro y Landry, 2005, p. 99).
La mayor violencia física hacia las mujeres se hace más visible ante la co-ocurrencia de diferentes víctimas de violencia en el hogar, a la vez que se esclarece la doble condición por la que las adolescentes son golpeadas con mayor frecuencia: su mayor vulnerabilidad por dependencia e indefensión adquirida, y el ejercicio abusivo del poder por los hombres sobre las mujeres (Suárez y Menkes, 2006, p. 612). En el mismo sentido, Straus y Smith (1990, p. 245) aportan evidencias de que es mucho más probable que los hombres que golpean a sus esposas, golpeen también a sus hijos; en el caso de este estudio, la mayor probabilidad de golpes es hacia las hijas.
En síntesis, los resultados de este estudio muestran la importancia de tomar en cuenta las diversas expresiones de violencia física en el estudio de la violencia familiar, separando a los hogares de acuerdo con los destinatarios de la violencia física, ya que corresponden a diferentes condiciones y posibles consecuencias sobre las víctimas que, como se ha documentado, cuando se trata de violencia hacia la madre afectan de manera desproporcionada a las mujeres adolescentes, con posibles consecuencias en su propia autoestima, incrementando las conductas de riesgo y la probabilidad de revictimización cuando establecen una relación de pareja (Castro y Riquer, 2012, p. 25).
Otras consideraciones
Respecto a los alcances de este estudio, no fue posible identificar si la violencia contra hijos e hijas provenía del padre o de la madre, el padrastro o la madrastra; no obstante, la mayor prevalencia de co-ocurrencia de violencia física contra la madre y contra las adolescentes, así como la mayor frecuencia de violencia física contra las adolescentes en hogares donde la madre está ausente, o donde conviven con un padrastro, sugieren que son los varones adultos los principales perpetradores, aun cuando no pueda ser descartada la violencia física ejercida por la madre hacia sus hijos e hijas. Al respecto, Casique y Castro (2012, p. 198) documentan para México que la prevalencia de violencia física hacia los hijos e hijas perpetrada por la madre es menor (18.8 %) a la que proviene del padre (31.7 %); en el mismo sentido, en la ENIM 2015 se reporta que los padres (8.0 %) consideran con mayor frecuencia que las madres (5.0 %), que el castigo físico es necesario para educar a los hijos e hijas (p. 219). En otros contextos se reconoce que, aunque las madres pueden ser maltratadoras, el 90.0 % de los perpetradores de la violencia física en el hogar son los varones adultos (Morris, 2009, p. 415).
Una limitante de este estudio fue la no inclusión de la temporalidad de la violencia física, ya que solamente se consideró “alguna vez”, lo mismo que los detalles de las características de la violencia física, especialmente en cuanto a su severidad y frecuencia, lo que deberá ser incluido en estudios posteriores sobre violencia física contra los y las adolescentes y la estructura familiar.
Por otra parte, las variables explicativas incluidas en este estudio (sexo, estructura familiar y tipo de escuela) son relativamente estables en el tiempo, lo que disminuye el problema de la temporalidad causa-efecto de los estudios transversales como el realizado, pero cuyos resultados requieren de confirmación en estudios más detallados de tipo longitudinal, en el que se incorporen con mayor precisión los efectos negativos relacionados con la gravedad y frecuencia de las violencias físicas en el hogar.
Debe enfatizarse el hecho de que la estructura y dinámica de las familias se encuentra en un proceso de constante cambio; a decir de Bestetti de Vasconcellos (2013, p. 137), además de los cambios en la composición de las familias, se está pasando de un modelo fundamentado en el amor romántico, o requerimientos económicos, a formas diferentes en las que se promueve más la autonomía entre sus integrantes, pero en un contexto sumamente violento en todos los espacios sociales y que culturalmente tiende a naturalizar todas las formas de violencia, especialmente las que son dirigidas hacia las mujeres (Segato, 2003, p. 4). Los hallazgos de este estudio podrían sugerir que la transición de las familias se está viviendo de manera dolorosa, ya que muestran que la violencia física se expresa con mayor fuerza en las estructuras familiares no nucleares biparentales y hacia las mujeres. Sin embargo, este estudio no pretende justificar el mantenimiento de un esquema ideal de familia nuclear, sino, más bien, contribuir a dar cuenta de los cambios en la estructura de las familias y su relación con la violencia física, así como las condiciones en las que la violencia se ejerce en mayor magnitud contra las adolescentes.
La familia debe ser considerada como un espacio de reproducción cotidiana de las relaciones sociales jerárquicas más generales, en la que la violencia -como medio de dominación y control- no podría explicarse sin la tolerancia sociocultural a la violencia en general y a la de género en particular; ésta es la razón por la que Segato (2003, p. 4) afirma que, además de cambios profundos en la legislación y en el reconocimiento de los derechos humanos, “se requiere de un trabajo de conciencia lento pero indispensable” para transformar el orden sociocultural. La violencia física y otras formas de violencia, como ha sido expresado por otros autores (Soccio, Carvalho Ferriani, Iossi Silva, Zahr, Bertoldi Anore y Teixeira, 2007), es absolutamente inaceptable, cualquiera que sea el motivo o justificación para ejercerla.