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Estudios demográficos y urbanos

versión On-line ISSN 2448-6515versión impresa ISSN 0186-7210

Estud. demogr. urbanos vol.37 no.2 Ciudad de México may./ago. 2022  Epub 27-Jun-2022

https://doi.org/10.24201/edu.v37i2.2049 

Artículos

Solidaridad, territorio y aprendizaje colectivo en los conflictos urbanos: la Asamblea General de los Pueblos, Barrios, Colonias y Pedregales de Coyoacán

Solidarity, territory, and collective learningin urban conflicts: The General Assembly of Peoples, Neighbourhoods, Communities, and “Pedregales” of Coyoacán

Andrés Sierra Martínez1 
http://orcid.org/0000-0001-9845-418X

1El Colegio de México, A.C. Dirección: Carretera Picacho Ajusco 20, Ampliación Fuentes del Pedregal, Tlalpan, 14110, Ciudad de México. Correo: aesierra@colmex.mx


Resumen

Este trabajo analiza la emergencia de redes de solidaridad y de espacios de aprendizaje colectivo como una de las consecuencias de los conflictos socioambientales urbanos. Se trabaja con el caso de la Asamblea General de los Pueblos, Barrios, Colonias y Pedregales de Coyoacán, organización vecinal que emerge en un conflicto por el daño ambiental que produjo un proyecto inmobiliario al sur de la Ciudad de México. Se argumenta que las redes de solidaridad y el aprendizaje colectivo forman parte de un proceso de territorialización con expectativas de justicia ambiental movilizadas en la protesta.

Palabras clave: conflictos urbanos; territorio; solidaridad; justicia ambiental

Abstract

This paper analyzes the emergence of solidarity networks and collective learning spaces as one of the consequences of urban socio-environmental conflicts. It describes the case of the General Assembly of Peoples, Neighborhoods, Communities and Pedregales of Coyoacán, an organization that emerges in a conflict over the environmental damage caused by a real estate project south of Mexico City. It is argued that solidarity networks and collective learning are part of a territorialization process with expectations of environmental justice mobilized in protest.

Keywords: urban conflicts; territory; solidarity; environmental justice

Introducción

Abundan las advertencias y evidencias de que el crecimiento poblacional y el económico que acompañan al proceso de urbanización tienen como correlato, entre otras secuelas, la pérdida de biodiversidad, la contaminación del aire, la generación de grandes cantidades de residuos sólidos y la escasez de agua (Hardoy, Mitlin y Satterthwaite, 2001). Una de las múltiples consecuencias de este deterioro ambiental y de su percepción en las ciudades es la emergencia de conflictos. Este artículo analiza los conflictos socioambientales urbanos a partir de algunas de sus implicaciones en la vida cotidiana de los grupos movilizados, prestando atención a la emergencia de redes de solidaridad y a la organización de espacios para el aprendizaje colectivo.

Se analiza el caso de la Asamblea General de los Pueblos, Barrios, Colonias y Pedregales de Coyoacán (AGPC), como agrupación vecinal organizada ante el daño a un acuífero somero producido por un desarrollo inmobiliario al sur de la Ciudad de México (CDMX). Se observa cómo, en el caso de la AGPC, se han organizado tanto redes de solidaridad como espacios de aprendizaje colectivo. Se afirma que ambos conjuntos de prácticas forman parte de la construcción de una perspectiva de observación del territorio, con la mediación de expectativas de justicia ambiental.

A continuación, se presentan los antecedentes y el marco teórico de los que se parte, y algunas características de la metodología utilizada. En seguida se expone el caso de la AGPC y su organización, para posteriormente analizar la información resultante de las entrevistas. Se hace referencia específicamente a dos estrategias de la Asamblea: los plantones en defensa del agua y la Escuela Popular Piedra y Manantial (EPPM), como espacios y momentos en los que se observan las prácticas de solidaridad y el aprendizaje colectivo.

Antecedentes y propuesta teórica

Este trabajo propone elementos para observar el carácter social y territorial de los conflictos socioambientales urbanos,1 partiendo de la observación empírica de un caso en particular. A pesar de que los conflictos socioambientales urbanos son, por su especificidad y características, un fenómeno relativamente poco estudiado, existen análisis que observan, en el contexto mexicano, los problemas ambientales, los movimientos sociales urbanos y la defensa del territorio. Se han estudiado procesos como la exposición desigual a la degradación ambiental y su relación con la pobreza (Espinosa Hernández, 2015), la emergencia de conflictos por la producción del espacio urbano (Schteingart, 1978), o los problemas asociados al manejo de recursos en específico, como el agua.2 También se han analizado el papel del arraigo y de las emociones (De Alba, Martin y Macario, 2016; Poma, 2018, 2019), los procesos de construcción de ciudadanía (Tamayo, 2006; Ramírez Kuri, 2015), la función de las mujeres en las movilizaciones urbanas (Massolo, 1983), y la movilización de lo ambiental en lo jurídico (Azuela y Mussetta, 2009). Además, existen estudios sobre la organización, la autonomía y los lazos sociales comunitarios producidos en territorios urbanos en resistencia (Zibechi, 2007; Navarro, 2016).

Como punto de partida teórico, se retoman las propuestas del análisis de la emergencia de espacios de participación, la articulación de actores colectivos y la reconfiguración de inscripciones territoriales en los conflictos urbanos (Melé, 2011; 2016). En dichos conflictos se discuten y producen perspectivas de observación y expectativas del territorio asociadas a la inscripción espacial de los actores colectivos. En última instancia, se disputan las consecuencias de una definición del territorio en la vida cotidiana de sus habitantes.

En los momentos de conflicto se transforman las formas de representar, simbolizar y utilizar el territorio (Melé, 2011) como espacio cargado de significados, valores y prácticas de apropiación sociocultural (Giménez, 1996; Raffestin, 2012). Estos valores y prácticas se relacionan con la existencia de calificaciones jurídicas, determinaciones administrativas y semánticas sociales que, en el marco de los conflictos, incorporan expectativas sobre la definición de los usos deseables del territorio (Melé, Bobbio y Ugalde, 2017; Maccaglia y Dansero, 2017). De manera que, en la reconfiguración de inscripciones territoriales, intervienen categorías que actores diversos movilizan e incorporan al espacio (Ugalde, 2017).

La respuesta social a los daños en el territorio está mediada por elementos culturales que orientan la percepción, construcción y comunicación de los problemas ambientales (Lezama, 2001; 2008). Por ello, es fundamental la emergencia y reproducción de un esquema de observación y construcción de los problemas ambientales que motivan el conflicto (Estrada Saavedra, 2015). Por tanto, es importante problematizar cómo se construyen y hacen posibles estos esquemas de observación compartidos, como un marco de interpretación común de la realidad que orienta el sentido de las comunicaciones en la protesta, así como las perspectivas y expectativas territoriales.

La existencia de perspectivas territoriales tiene además consecuencias en la interacción entre vecinos que, aunque comparten el espacio físico de la vida cotidiana, tienen una relación indeterminada, contingente y ambigua (Painter, 2012). En efecto, las relaciones entre vecinos adquieren distintas características en situaciones específicas, caracterizadas por la cercanía y proximidad en la materialidad de la urbe. Esta ambigüedad alberga, no obstante, el potencial de ensamblaje de redes de ciudadanía y politización, enmarcado por un significado de solidaridad. Las perspectivas territoriales se socializan en espacios de aprendizaje colectivo, el cual no es un agregado de conocimientos individuales, sino resultado de la construcción de significados compartidos. En las movilizaciones sociales se producen y, especialmente, se estabilizan significados compartidos, constituyendo un aprendizaje (Kilgore, 1999).

En los conflictos socioambientales urbanos, la construcción de una perspectiva territorial incorpora, en diversas maneras, significados y expectativas de justicia ambiental,3 las cuales se vinculan a experiencias cotidianas del medio ambiente urbano. El medio ambiente urbano es resultado de la articulación de elementos sociales y naturales, tanto humanos como no humanos,4 en la que intervienen relaciones de poder asimétricas para producir un metabolismo y distribución desigual de cargas y amenidades ambientales (Heynen, Kaika y Swyngedouw, 2006). Las expectativas de justicia ambiental, como parte de las perspectivas territoriales en el conflicto, se relacionan con la denuncia de estas desigualdades en la experiencia cotidiana del medio ambiente urbano, así como con la democratización de su producción y gestión autónoma en escalas locales (Swyngedouw y Heynen, 2003; Loftus, 2012).

La emergencia de redes solidarias y aprendizajes colectivos vinculados a perspectivas territoriales de justicia, hace referencia a espacios “libres”, producidos y ocupados por las prácticas democráticas y autónomas de comunidades organizadas (Polletta, 2012). De manera cotidiana se producen las prácticas sociales que posibilitan las relaciones, significados y estructuras de comunidad (Neal y Walters, 2008). En el marco de los conflictos urbanos, surgen prácticas sociales de comunidad y convivencia, tales como las redes de solidaridad o los procesos de aprendizaje colectivo, articuladas en torno a espacios de organización autónoma.

La observación empírica de las asambleas vecinales y sus protestas ofrece elementos importantes para la comprensión de la articulación e interacción de personas que comparten cotidianamente el espacio próximo en las ciudades. Las expectativas de justicia ambiental que emergen en los conflictos socioambientales urbanos articulan la organización de redes de solidaridad y espacios de aprendizaje colectivo. En un contexto de incertidumbre y deterioro ambiental urbano, será importante observar el surgimiento de estas redes y espacios como parte de la producción de una perspectiva del territorio.

Metodología

Este trabajo presenta un estudio del caso de la Asamblea General de los Pueblos, Barrios, Colonias y Pedregales de Coyoacán (AGPC), utilizando métodos cualitativos. Se realizaron entrevistas a profundidad con vecinos involucrados en la Asamblea, así como observación etnográfica en momentos y espacios, como el plantón en defensa del agua, o la Escuela Popular Piedra y Manantial (EPPM).5 Analizar la protesta de una asamblea de vecinos autónoma6 ayuda a observar, en la escala de la interacción y la vida cotidiana, las implicaciones de los conflictos urbanos y la emergencia de perspectivas de observación territoriales. Con los métodos utilizados se busca analizar el significado de la experiencia de organización vecinal, prestando atención a prácticas relacionadas con la construcción de redes de solidaridad y espacios para el aprendizaje colectivo. El estudio de caso ofrece elementos para analizar cómo se producen empíricamente prácticas, solidaridades, aprendizajes y observaciones del territorio en casos concretos, con las características de organizaciones como las asambleas vecinales.

Se realizó un análisis temático, produciendo e identificando narrativas y significados relacionados con las experiencias de los vecinos. Las transcripciones y notas de campo fueron analizadas identificando códigos, como conjuntos de relaciones entre significados existentes en los datos. Posteriormente, se produjeron categorías y temas como constructos analíticos que describen las relaciones identificadas. La codificación de la información incorpora narrativas situadas en el territorio y la experiencia vecinal, así como el marco conceptual utilizado.

El análisis de los esquemas y perspectivas territoriales incorpora antecedentes metodológicos relacionados con la observación de segundo orden de la protesta de actores colectivos.7 En efecto, como parte de las implicaciones metodológicas de los conceptos utilizados, no se observa la acción de un conjunto de personas organizadas, sino la construcción y movilización del sentido en el conflicto por medio de comunicaciones. Las entrevistas y la observación etnográfica se utilizan buscando una interpretación del sentido presente en las prácticas, como constructo comunicativo, que posibilitan la formación de redes de solidaridad y aprendizajes colectivos.

Se analiza cómo se organizan, se mantienen y se hacen posibles redes de solidaridad y espacios de aprendizaje colectivo en las prácticas sociales, observando éstas como comunicaciones y estructuras de significados, y no como objetos con una identidad propia e inmutable por descubrir (Estrada Saavedra, 2016). De esta manera, puede observarse cómo se producen y estabilizan perspectivas de observación del territorio, así como el papel de las expectativas de justicia ambiental. Los resultados obtenidos con la metodología utilizada permiten una reconstrucción narrativa de las semánticas y estructuras de sentido que se producen en el conflicto.

El conflicto de Aztecas 215

En los primeros meses del 2016, un proyecto inmobiliario ubicado en el pueblo de Los Reyes, Coyoacán, al sur de la Ciudad de México (CDMX), fue tomado sorpresivamente por el agua. Como parte de los trabajos iniciales, la excavación produjo el afloramiento del líquido proveniente de un acuífero somero. El predio en cuestión se localiza en la avenida Aztecas 215, y el desarrollo es realizado por la inmobiliaria Quiero Casa. Ante el afloramiento del agua, la inmobiliaria optó por su bombeo a la red de drenaje, lo que provocó inconformidad de los vecinos de colonias cercanas, y el surgimiento del conflicto (Zambrano y Canteiro, 2016).

Este conflicto se ha mantenido hasta, por lo menos, el año 2020, en el que se escribe este artículo. Los vecinos movilizados se organizaron, en las primeras semanas del conflicto, en la Asamblea General de los Pueblos, Barrios, Colonias y Pedregales de Coyoacán (AGPC), como espacio autónomo para la defensa del agua y el territorio. La AGPC ha sido fundamental para el encuentro de los vecinos y su articulación en un grupo heterogéneo.8 No obstante, hay antecedentes fundamentales de lucha y organización vecinal en los Pedregales de Coyoacán, cuyo papel de mediación e historia colectiva no debe pasarse por alto, particularmente en la experiencia de autoconstrucción de las viviendas, que dio paso a la formación de barrios representados en la Asamblea (Ortega Alcazar, 2016).9

La AGPC exige que se detenga la obra por el daño ambiental provocado al acuífero somero, y que el predio en cuestión pase a ser utilizado como un parque ecológico comunitario. Los vecinos además argumentan que la entrada del capital inmobiliario a sus espacios inmediatos es un peligro, en tanto puede detonar una serie de consecuencias a sus condiciones de vida.10 La protesta se ubicó inicialmente a una escala local e inmediata, haciendo referencia al predio en cuestión y el derrame de agua, pero ha dado paso, por la formación de alianzas y construcción de una perspectiva territorial, a una disputa por la forma en que se produce la ciudad a escala mayor.

En abril de 2016, la AGPC instaló un plantón frente a la construcción, bloqueando su entrada. Este plantón en defensa del agua logró detener el avance de la obra por varios meses, hasta que fuera desalojado violentamente por cuerpos policiacos en diciembre de 2016. Tras el desalojo, se reanudó la construcción, pero también se mantuvo la lucha de los vecinos. Durante 2017 se mantuvo la lucha de la AGPC, así como la denuncia por el daño ambiental, hasta tomarse la decisión de instalar un segundo plantón frente al predio de Aztecas 215. El nuevo plantón, a pesar de estar frente a la obra y bloquear una de sus entradas, no paralizó completamente los trabajos de construcción. La organización vecinal dio paso a manifestaciones, conformación de alianzas, y a la realización de foros y eventos, entre los que destaca la Escuela Popular Piedra y Manantial (EPPM).

El segundo plantón se mantuvo de agosto de 2017 hasta noviembre de 2018, fecha en la que los vecinos tomaron la decisión colectiva de levantarlo voluntariamente. A pesar de finalizar este plantón, la denuncia y protesta vecinales se mantuvieron, y en diciembre de 2018 el gobierno de la CDMX suspendió las obras en Aztecas 215. En los primeros meses de 2019 se mantuvo detenida la obra, y la AGPC exigió su cancelación definitiva por diferentes canales, incluyendo tanto mesas de trabajo con el gobierno de la CDMX, como manifestaciones en las calles. Sin embargo, a mediados de ese año se levantó la suspensión y se reanudó la construcción. En 2020 la obra se reanudó, anunciándose incluso la venta de departamentos. Pero también permanece la lucha vecinal por el agua en los pedregales de Coyoacán, manteniendo el conflicto de Aztecas 215 en nuevos caminos con perspectivas territoriales y expectativas de justicia ambiental.

La AGPC se ha conformado en el conflicto como un actor colectivo que, como parte de la producción de perspectivas de observación del territorio, reconfigura redes de solidaridad y espacios de aprendizaje colectivo existentes, incorporando estrategias como la instalación de plantones y la organización de la EPPM para la formación y socialización de conocimientos. A continuación, se analiza la experiencia del plantón en defensa del agua, relacionándola con la emergencia de redes de solidaridad. Posteriormente, se presenta la experiencia de la EPPM, especificando su papel como espacio de aprendizaje colectivo. Es importante señalar que estos procesos no son exclusivos de una u otra experiencia, sino que en ambos se presentan prácticas sociales que producen solidaridades y aprendizajes como consecuencias del conflicto.

Solidaridades movilizadas en el conflicto: el plantón en defensa del agua

Como se mencionó anteriormente, la AGPC ha tenido como objetivo detener el avance de la obra y, con ello, el derrame de agua. La asamblea vecinal coordina las acciones, orienta las negociaciones y fortalece los reclamos de la colectividad en la protesta, articulando a vecinos de los espacios cercanos al predio mencionado. La AGPC promueve entonces el encuentro entre vecinos para la lucha contra la inmobiliaria, produciendo y reconfigurando redes de solidaridad.

Las redes de solidaridad que la Asamblea ha reconfigurado y producido incorporan memorias relacionadas con la comunidad de los vecinos. Estas redes, además, se articulan en torno a reclamos, expectativas y significados compartidos. De esta manera, la Asamblea produce una perspectiva de observación propia (Estrada Saavedra, 2015) y un espacio de participación política en el que se expresan expectativas sobre el territorio (Melé, 2011; 2016) enraizadas en experiencias previas, que se actualizan y renuevan. Haciendo referencia al nacimiento de uno de los barrios representados en la AGPC, uno de los vecinos menciona que

[La comunidad] es lo que reinó cuando nosotros empezamos a luchar, pues teníamos una necesidad de dónde vivir, y cuando nadie nos apoyó más que nosotros mismos, los que llegamos [a estos barrios]. Ahí empiezan los principios y valores de la solidaridad, la hermandad y la comunidad. Ahí surge lo que se llama la comunidad, la unión de la gente sin conocernos [Alfonso, entrevista, 18 de noviembre de 2018].

El extracto anterior hace referencia a cómo existían previamente lazos de comunidad y familiaridad en las colonias representadas en la AGPC, que son fundamentales, como horizonte de significación, en la reproducción de prácticas de solidaridad en el momento actual. Sin embargo, en el conflicto se han reconfigurado las redes y los lazos existentes. Esta reconfiguración puede observarse en la articulación de alianzas entre diversos vecinos contra la corrupción inmobiliaria y en defensa del agua.

Los significados de solidaridad incorporan, en este conflicto, una dimensión de experiencia en defensa del medio ambiente urbano y de los barrios. Aunque ya existía organización vecinal para producir las colonias o garantizar el acceso a los servicios públicos, nuevos significados de las solidaridades entre vecinos se movilizan cuando se trata de defender un acuífero y enfrentarse al desarrollo inmobiliario. Se transforman los significados de ser vecino y las expectativas sobre el territorio para reivindicar formas de vida barrial y colectiva que contrastan con el modelo de urbanización y desarrollo inmobiliario reciente, así como para defender el medio ambiente urbano de las consecuencias de este desarrollo. Esta solidaridad se visibiliza y materializa en prácticas cotidianas de convivencia, como las que se produjeron en los plantones en defensa del agua.

Nunca en mi vida me hubiera llegado a cruzar con ellos, con gente muy de batalla. Llegamos y nos juntamos entre todos, unos van por tortillas o por arroz, y se hace la comida. Y eso lo vivo aquí [en el plantón] a diario. Eso es nuestro logro, y el mayor logro será que paremos la obra [Ernesto, entrevista, 14 de octubre de 2018].

La asamblea vecinal ha permitido la articulación de personas que, aunque comparten el espacio inmediato de la vida cotidiana, no se habían articulado de esta manera. Estas redes de solidaridad producidas se observan también en la construcción del significado de ser vecinos en el conflicto, ante la posible ambigüedad de dicha relación (Painter, 2012). Ahora bien, para la construcción de solidaridad ha sido importante también la interacción entre los vecinos en diferentes espacios o escenarios, que no se limitan al plantón, pues incluyen las calles, universidades y oficinas de gobierno.

La forma en que nos integramos no fue algo planeado, digamos que fue una coincidencia, porque nos encontramos diferentes grupos de vecinos de colonias y pueblos en la delegación Coyoacán, en febrero de 2016. Cada uno iba por sus demandas: los del pueblo de Los Reyes iban por lo de Aztecas; los de Santo Domingo íbamos por lo del gas natural, por lo de los cortes de luz y altos cobros, y porque no tenemos agua; los de Ajusco iban igual por lo del agua; los de Santa Úrsula, igual. Ahí nos encontramos y decidimos solicitar de manera unida que el delegado de ese entonces estableciera unas mesas de trabajo [...] [se agendó una] cita para la primera reunión el 21 de febrero de 2016, cuando se iba a tratar el primer tema, que era Aztecas 215, el problema de la inmobiliaria y el agua. Llegamos de las diferentes colonias y pueblos, y cuando pedimos poder ingresar, la secretaria nos dice que no, que resulta que el delegado cancelaba la reunión. Entonces decidimos que no nos íbamos a quedar así, y como ya era crítico el tiradero de agua en Aztecas 215, pensamos en hacer algo como una asamblea, una protesta, y ver si así nos hacían caso [Carlos, entrevista, 26 de octubre de 2018].

La interacción cotidiana que se experimenta en diferentes espacios producidos por la AGPC, fortalece las perspectivas del territorio con expectativas de justicia ambiental (Heynen, Kaika y Swyngedouw, 2006). Estas expectativas median en el establecimiento de redes de solidaridad con lazos de confianza y afinidad entre vecinos, actualizando y fortaleciendo las emociones de apego territorial (Poma, 2019). Estas redes de solidaridad se establecen también con organizaciones que se encuentran en territorios diversos.

Nos hemos hermanado con organizaciones que no son necesariamente de la problemática nuestra, pero también enfrentan al mismo sistema, como los padres de Ayotzinapa, Atenco, Xochicuautla, los compañeros de El Salto en Jalisco [Carlos, entrevista, 26 de octubre de 2018].

Los vecinos han construido redes de alianzas con diversos actores, tanto académicos como colectivos, que operan a diferentes escalas en defensa del territorio, el agua y la educación popular. El acompañamiento de estos aliados de diversa naturaleza ha sido señalado por los vecinos como un logro de la Asamblea. Entre las alianzas mencionadas, se encuentran también algunas de escala local, con grupos de personas afectadas por el desarrollo inmobiliario. Durante 2017 los vecinos de cuatro distintas delegaciones de la CDMX (Azcapotzalco, Cuauhtémoc, Coyoacán y Venustiano Carranza), incluyendo a los miembros de la AGPC, conformaron el Frente de Vecinos Afectados por la Inmobiliaria Quiero Casa (González Alvarado, 2017) para denunciar las irregularidades y daños provocados por esta constructora.

Además, la AGPC se vincula con más colectivos vecinales que enfrentan problemas por el desarrollo inmobiliario en sus espacios, dando paso a la formación, en septiembre de 2018, de la Coordinadora de Pueblos, Barrios y Colonias Contra la Corrupción Inmobiliaria (Quintero, 2018). En esta organización participan vecinos de siete alcaldías: Benito Juárez, Coyoacán, Cuauhtémoc, Álvaro Obregón, Miguel Hidalgo, Azcapotzalco y Venustiano Carranza. La constitución de estas alianzas muestra una articulación que forma parte de la producción de perspectivas territoriales con alcances mayores, presente en diversas agrupaciones con arraigo en el vecindario. Las alianzas entre vecinos son parte de la reconfiguración de los lazos de solidaridad y la construcción de espacios de convivencia con expectativas de justicia ambiental en el territorio.

La interacción en la Asamblea, que ha implicado el conflicto, contribuye a la reconfiguración de la identificación colectiva y la solidaridad, que se reflejan en la existencia de expectativas compartidas sobre el territorio y en las prácticas asociadas a la forma de habitarlo entre los vecinos y sus aliados. Esta solidaridad, así como las expectativas de territorialización y socialización, se hicieron visibles en la existencia del plantón en defensa del agua. Los vecinos han expresado que la solidaridad de la gente fue fundamental para la instalación de cada plantón y su mantenimiento durante el tiempo en que transcurrió.

Si la gente no hubiera apoyado esto [el plantón], no se logra, tanto como la que viene una hora y da de comer, como la gente que nomás con tocar el claxon ya se siente su apoyo. Hay veces que viene gente que no conocemos y nos deja, por ejemplo, un kilo de plátanos. El plantón es una prueba de que juntándonos se pueden hacer las cosas. Y sí se puede, es difícil, pero sí se puede [Ernesto, entrevista, 14 de octubre de 2018].

La apertura de espacios como el plantón se sostiene por una experiencia de solidaridad observable en prácticas de la vida cotidiana. La interacción en el plantón permite además la construcción de expectativas sobre las formas de habitar y vivir la ciudad y sus territorios (Melé, 2011; 2016). En efecto, este espacio fue la concreción material de una aspiración de ciudad fundamentada en la solidaridad necesaria para mantener el bloqueo constante a una obra. El plantón es parte de una forma de observar11el espacio inmediato y la escala local, así como las expectativas sobre sus usos deseados (Swyngedouw y Heynen, 2003; Maccaglia y Dansero, 2017).

La solidaridad entre los vecinos también contribuye a enfrentar el desgaste y el cansancio que pueden presentarse. Uno de los vecinos comenta:

[...] un plantón es duro. Es muy cansado. Es difícil pensar en cubrir veinticuatro horas por doce meses, catorce meses. Todo el día tiene que haber gente ahí. Implica cambiar toda tu vida [...] implica cambiar tus formas de vida, y todos la cambiamos [Alejandro, entrevista, 14 de febrero de 2019].

Por las implicaciones en la vida cotidiana de impedir el avance de una obra y bloquear una calle para instaurar un campamento, el plantón también puede ser observado como una forma colectiva de transformar, distinguir, observar y marcar el territorio (Estrada Saavedra, 2010), para también producirlo y habitarlo de forma cotidiana (Loftus, 2012).

El plantón fue un espacio de socialización y construcción de alianzas entre los vecinos. La construcción colectiva de una perspectiva del territorio, en este caso, incluye dinámicas de interacción en espacios organizados de forma autónoma, instaurando un orden alternativo en la vida cotidiana (Estrada Saavedra, 2010). La convivialidad en el plantón muestra cómo la protesta social es, al mismo tiempo que disruptiva de un orden existente, punto de partida para instaurar nuevas rutinas y certezas entre los vecinos.

[El plantón] era un espacio liberado. Un lugar donde la vida no transcurría como en el resto del mundo [...] Llegabas y había cierta comodidad, estaban los vecinos o la gente que conocías, platicabas con la gente de todas las cosas que pasaban o te contaban. Y claro, de sociabilidad, porque la asamblea duraba tres o cuatro horas, pero el plantón era siempre, y siempre había pláticas de todo [...] Yo aprendí muchísimo en Aztecas en las pláticas, en los días y las noches [Alejandro, entrevista, 14 de febrero de 2019].

El plantón representa un espacio que los vecinos organizaron para el encuentro, socialización y producción de perspectivas y prácticas compartidas en torno al territorio y la comunidad (Neal y Walters, 2008). Incluso después de su desalojo, continúa existiendo la posibilidad latente de abrir nuevos espacios de reconfiguración de territorialidades mientras se mantenga la organización vecinal tejiendo redes de solidaridad. La solidaridad situada en el espacio permite pensar en estos espacios liberados (Polletta, 2012), como el plantón, como una oportunidad para el contacto cotidiano con la política y lo político para los vecinos, y para la construcción de una perspectiva del territorio con expectativas de justicia ambiental. Estas expectativas se observan en la lucha por detener el derrame de agua, y sustituir una torre de departamentos con un parque ecológico comunitario alrededor del acuífero somero, modificando el paisaje y el entorno urbano.

[El plantón] para mí significa bastante. Es un lugar de lucha, de aprendizaje, de experiencias. Muchas personas que llegan conviven con nosotros y platican experiencias que tienen. Para mí, todo esto es una experiencia, desde que llego hasta que me voy. Podemos tratar bastantes temas, hacemos la labor, arreglamos las cosas que se necesitan, lavamos trastes, traemos agua. Para mí, es una enseñanza muy bonita como lucha social [Rogelio, entrevista, 14 de octubre de 2018].

Este proceso no está exento de complejidades internas asociadas al proceso de toma de decisiones en asamblea, que implica la construcción de acuerdos entre vecinos con relaciones ambiguas (Painter, 2012). Sin embargo, compartir el objetivo de detener la obra y las expectativas de justicia ambiental manifiestas en usos deseables del territorio, hace probable la articulación entre vecinos. La solidaridad se renueva y reconfigura en la toma de decisiones como asamblea, orientada por estructuras de significados y observación presentes en la perspectiva del territorio que produce la AGPC. La producción y estabilización de estos significados es también un proceso de aprendizaje colectivo.

Aprendizajes de un cuerpo colectivo: la Escuela Popular Piedra y Manantial

El conflicto de Aztecas 215 ha dado paso a la puesta en común de conocimientos, tanto previos como recientes o nuevos, para la socialización, estabilización y conformación de significados compartidos sobre la protesta. El encuentro en la AGPC es fundamental para los vecinos que producen espacios de aprendizaje colectivo, como construcción compartida del sentido de las experiencias de transformación y crecimiento mutuo (Kilgore, 1999). Una estrategia de la AGPC relacionada con estos procesos es la formación de la Escuela Popular Piedra y Manantial (EPPM). La EPPM representa un espacio de reflexión en el que se organizan eventos y foros para la difusión de conocimientos o expresión de saberes, contando con invitados de contextos diversos dedicados al tema de la ciudad, el agua y el territorio.

Con la escuelita popular Piedra y Manantial se empezaron a traer personalidades que nos vienen a compartir lo que ellos saben, tanto intelectuales como gente de lucha. Y al momento que dan su exposición, hay que poner atención y aprendes. Todo eso es aprendizaje [Olga, entrevista, 18 de noviembre de 2018].

El compartir conocimientos en el espacio de la EPPM permite una retroalimentación y socialización de significados que fortalece a los vecinos en la protesta. Por tanto, esto puede ser analizado como un espacio de aprendizaje colectivo producido por la interacción en la asamblea vecinal. Esta interacción es crucial para el surgimiento de un proceso comunicativo de retroalimentación y socialización de esquemas de observación con expectativas de justicia ambiental (Heynen, Kaika y Swyngedouw, 2006; Estrada Saavedra, 2015). En efecto, por su participación en la Asamblea, los vecinos han adquirido capacidades y conocimientos relacionados con la forma de entender el territorio, organizar la protesta, e incluso encarar a las autoridades y a los procedimientos del gobierno local en la toma de decisiones sobre el espacio urbano.

[Esta experiencia] nos da un enriquecimiento de los saberes [...] [podemos] integrarnos a otras luchas, ir y marchar, volantear, hacer pintas. Toda esa situación ha sido una riqueza que nos ha llevado a crecer, a un crecimiento. Yo siento que eso es de lo mejor, el crecimiento que se ha dado aquí, que la gente ha querido entrar en ese proceso de retroalimentación [...] Ésa es la riqueza que nos da un crecimiento personal, porque tienes más aplomo [...] Y le puedes hablar a las autoridades de tú a tú. Y entonces cuando antes te decían, todo te lo tragabas, y ahora ya no [Ácatl, entrevista, 26 de septiembre de 2018].

La retroalimentación que ocurre en la AGPC es parte de la producción de experiencias y significados de la protesta que se comparten como conocimientos adquiridos en la convivencia cotidiana. Por la participación en la Asamblea y la convivencia “se adquiere más responsabilidad, más compromiso, y también más aprendizaje y crecimiento” (Olga, entrevista, 18 de noviembre de 2018). La interacción12 en las asambleas vecinales produce un aprendizaje compartido, en tanto adquisición de conocimientos y capacidades que se convierten en herramientas para la protesta del actor colectivo (Melé, 2016). De manera que este aprendizaje no es únicamente un proceso individual, sino que es propio de un cuerpo colectivo, y una consecuencia de la interacción en la protesta que estabiliza significados (Kilgore, 1999).

El carácter colectivo del aprendizaje de la AGPC forma parte de la construcción y reconfiguración de una perspectiva del territorio, a partir del saber y la información adquiridos en el conflicto. Los conocimientos alcanzados sobre un problema común otorgan tanto seguridad como legitimidad para la protesta. Se producen y comparten significados sobre los objetivos e identidades de los actores involucrados (Melucci, 1999), así como sobre las estructuras para socializar este conocimiento, que se vincula con las perspectivas de observación de la realidad cotidiana (Estrada Saavedra, 2015). La AGPC es un canal de socialización de significados, conocimientos e información sobre el territorio, así como un espacio de encuentro e intercambio comunicativo para el aprendizaje colectivo.13

Eso jala mucha gente: el venir aquí y aprender, el venir y regresar con algo, estar creciendo con argumentos para estar aquí. Porque muchas veces se ha cuestionado el por qué está aquí el grupo, si la constructora ha dicho que todo es falso. Entonces moraliza mucho tener el acompañamiento de la investigación y de estudios científicos, porque sabemos que no estamos aquí por terquedad, sino que tenemos argumentos [Lucía, entrevista, 28 de octubre de 2018].

Como parte del proceso de aprendizaje colectivo sobre el territorio, ha sido fundamental la publicación de un estudio técnico (Escolero, Olea, Mora, Zamora, Tadeo, y Canteiro, 2016) que confirmó la existencia del acuífero somero, así como la posterior descripción de éste (Canteiro, Olea, Escolero y Zambrano, 2019). En el marco de la EPPM, se realizaron varias presentaciones, muy difundidas, sobre el conocimiento que se produjo en este estudio y la descripción del acuífero somero. La información de carácter técnico y científico ha sido incorporada como herramienta para la protesta en contra de la obra de Aztecas 215.

La AGPC, en el caso estudiado, disputa la definición del uso deseable del territorio construyendo esquemas de observación y significados que conforman aprendizajes colectivos, en cuya producción median expectativas de justicia ambiental. La construcción de narrativas y expectativas propias en torno al territorio y la justicia ambiental de la AGPC ha tenido, como correlato y manifestación, soporte empírico en la existencia de espacios de aprendizaje colectivo. Al respecto, uno de los participantes añade, además, los antecedentes de organización vecinal:

[La Asamblea] contribuye a mantener viva la memoria y a mantener una lucha por convicción y por principios [...] Nosotros construimos estas calles, los [desarrolladores inmobiliarios] que ahora llegan ni siquiera saben cómo estaba esto acá, sin entender qué papel jugamos los vecinos en el espacio y en el entorno [Alfonso, entrevista, 11 de noviembre de 2018].

La AGPC, además, ha presionado a las autoridades locales con una manera propia de usar, nombrar y defender el territorio, disputando la existencia de un manantial y acuífero somero en donde no se reconocía. En esta disputa se hacen presentes los apegos, valores y prácticas propias de los actores colectivos y su inscripción territorial (Melé, 2011, 2016; Maccaglia y Dansero, 2017). La movilización vecinal ha presionado hasta producir pronunciamientos de parte del gobierno, en los que se reconoce la existencia del acuífero somero debajo del predio en disputa, lo cual no era reconocido inicialmente, ya que se atribuía el afloramiento de agua a fallas en el drenaje local y escurrimientos superficiales (González Alvarado, 2016).

Las expectativas de justicia ambiental median al operar como distinción que orienta las selecciones de sentido en la protesta (Estrada Saavedra, 2015) y hacen probable el encuentro entre vecinos, la materialización de redes de solidaridad, y la producción de espacios para el aprendizaje colectivo. Estas expectativas tienen como contenido el deseo de participar en la definición del uso del territorio local y la producción del medio ambiente urbano, tomando en cuenta la convivencia de los humanos con la naturaleza en la vida cotidiana. Esto se ha observado en cómo la AGPC defiende no solamente su voluntad de participar, sino inclusive el derecho del acuífero somero a existir, y el peligro que representa este tipo de circunstancias para toda la CDMX. Una de las vecinas comenta que “muchas obras han descubierto acuíferos y los están derramando al drenaje. Hay casos como éste en toda la ciudad. Los vecinos de esos lugares deberían de involucrarse y defender el agua” (Ana, entrevista, 7 de octubre de 2018).

El plantón en defensa de agua y la EPPM fueron algunas de las experiencias más significativas para los miembros de la AGPC, por las implicaciones que tuvieron en su vida cotidiana (Loftus, 2012) y en su trayectoria como movimiento. Este plantón y esta escuela representaron, además, la posibilidad de intervención directa en el territorio y conocimiento de éste, materializando expectativas de justicia ambiental (Swyngedouw y Heynen, 2003). Ejemplos del papel de la EPPM en estos procesos se observan en las prácticas asociadas a la organización y difusión de conocimientos y saberes diversos, como presentaciones de libros o documentales en los que se refleja la experiencia del barrio, la existencia de espacios de formación y reflexión para las mujeres de los Pedregales, así como la realización de talleres artísticos y académicos sobre la lucha vecinal. Por otro lado, ejemplos del papel del plantón se encuentran en la existencia de dinámicas de convivencia cotidiana, como realizar labores relacionadas al habitar un lugar, así como en el cuidado mutuo, el compartir los alimentos, organizar talleres, o simplemente el conversar y convivir de forma cotidiana.

Las similitudes de estas dos experiencias se encuentran en el esfuerzo permanente por mantener espacios de autonomía que definen las solidaridades y aprendizajes producidos. Sus particularidades se encuentran en que, mientras que la EPPM implicaba la presencia momentánea y situada para la socialización de conocimientos, el plantón requería una presencia permanente de observación, denuncia y protesta frente a la obra por muchos meses. El plantón y la EPPM son, finalmente, dos estrategias relacionadas con el esfuerzo de una asamblea de vecinos para detener una obra e influir en la producción del territorio compartido.

Desgraciadamente otros vecinos se han limitado a los canales que el gobierno da, y los edificios ahí están. La fuerza de Aztecas es que ha empujado más allá, y ha intentado mostrar qué significa parar un edificio, cómo se para una inmobiliaria [Alejandro, entrevista, 14 de febrero de 2019].

En el extracto anterior se menciona que la AGPC ha intentado mostrar “qué significa parar un edificio”. Detener el avance de la obra por unos meses fue parte de un proceso de reconfiguración de perspectivas sobre el territorio y las formas de convivencia y socialización en el mismo, disputando las consecuencias ambientales de las transformaciones urbanas. Suspender esta construcción por un tiempo implicó, además, la emergencia de redes de solidaridad y espacios de aprendizaje colectivo. Finalmente, parar la obra por los meses que fue posible, permitió imaginar y narrar diferentes usos posibles del espacio urbano y diversas posibilidades de habitarlo con la mediación de expectativas de justicia ambiental.

El conflicto estudiado se mantiene, así como la oposición de la AGPC a la ocupación, venta y finalización de obras. Permanece también la defensa del agua y el territorio en los Pedregales de Coyoacán, incorporando y movilizando tanto las redes de solidaridad, como los aprendizajes colectivos producidos. A pesar del avance de la construcción en Aztecas 215, también crece la construcción de opciones de socialización comunitaria y de reproducción de estructuras comunicativas y relacionales de protesta.

Conclusión

En este trabajo se ha realizado un análisis de los procesos de reconfiguración de las perspectivas del territorio que producen los conflictos socioambientales urbanos, observando la emergencia de redes de solidaridad y organización de espacios de aprendizaje colectivo en el caso de la AGPC. Se ha afirmado, además, que la Asamblea permite el encuentro entre vecinos y la producción de significados que hacen probable la existencia de redes de solidaridad y espacios de aprendizaje colectivo en los que emergen perspectivas y narrativas del territorio compartido. Por tanto, será importante continuar observando el papel de actores específicos, como las asambleas vecinales, en la producción de perspectivas sobre el territorio.

Ante la observación y generalización del deterioro ambiental en las ciudades, el estudio de este tipo de situaciones y casos de conflicto será fundamental para la generación de conocimiento en torno a las implicaciones de la protesta. Los elementos que ofrece este trabajo pueden contribuir a la formación de una narrativa conceptual para el análisis de los casos empíricos de conflicto en distintas ciudades. Las observaciones realizadas se convierten en hipótesis de trabajo para futuros estudios respecto a estos fenómenos en distintos espacios.

De acuerdo con uno de los vecinos, “todavía con organización vamos a poder dar esa pelea. Si nos dejamos de organizar, entonces sí ya se perdió” (Carlos, entrevista, 26 de septiembre de 2018). El seguir organizados como vecinos, con las prácticas y estrategias territorializadas que acompañan la protesta, es fundamental para el mantenimiento de una disputa por la producción de la ciudad según las expectativas de justicia ambiental de la Asamblea. Estas expectativas, y las perspectivas del territorio, formarán parte de la cotidianeidad de los grupos de vecinos que protestan ante la percepción de una amenaza, y buscan, como el agua, nuevos caminos y rutas para defender sus formas de vida en la ciudad.

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1 Existen análisis en torno al concepto de conflicto y su movilización en contextos diversos. En éstos se observa el papel de la discusión y el disenso (Tironi, 2017), la creación de espacios de debate y organización en las negociaciones (Biskupovic, 2011), y la transformación e institucionalización de movimientos sociales, como el ambientalista, en países industrializados (Giugni y Grasso, 2015).

2El aspecto político de los conflictos por el agua en la Ciudad de México ha sido abordado por autores como Castro (2006; 2017), Torregrosa, Kloster y Latagère (2015), Torregrosa, Castro y Kloster (2004), o Kloster y De Alba (2007). Se ha analizado el agua en la Ciudad de México enfocándose en la ecología política de su metabolismo (Delgado Ramos, 2015), los desafíos de la gobernanza (Domínguez, 2012), y la intersección de aspectos sociales, políticos y ambientales (Perevochtchikova, 2010). En los conflictos por el agua en México también han sido observados marcos de sentido y su confrontación por actores sociales (Pacheco-Vega, 2014; Ruíz Ortega, 2018).

3Respecto del concepto de justicia ambiental, existen como referencias los trabajos de Bullard (1990) y Pulido (1996), y sus análisis de la distribución desigual de cargas ambientales, así como su relación con desigualdades raciales y económicas. La justicia ambiental ha nacido como una reivindicación de organizaciones de base que exigen mejores condiciones de vida y que enfrentan contextos estructurales de desigualdad, exclusión y discriminación.

4La articulación de elementos sociales y naturales produce a las ciudades como un híbrido socionatural (Swyngedouw, 1996). En este proceso intervienen agentes humanos y no humanos, generando colectivos y ensamblajes de elementos diversos (Latour, 2008) El análisis del territorio como un espacio de interacciones y redes de relaciones entre actores y actantes no exclusivamente humanos implica pensar en la justicia ambiental observando las posibilidades cotidianas de empoderamiento, convivencia y coexistencia.

5Las entrevistas fueron realizadas entre septiembre de 2018 y febrero de 2019. Todos los nombres de los vecinos han sido sustituidos por seudónimos.

6Es importante mencionar que en la CDMX existen mecanismos de participación ciudadana y comités institucionales relacionados con la gestión y el gobierno local (Ziccardi, 2012). En este trabajo, no obstante, se observa el papel de las asambleas vecinales que se organizan al margen de los dispositivos institucionales.

7Al respecto, existen trabajos agrupados bajo la propuesta conceptual del estudio de actores políticos y sistemas de protesta (Luhmann, 2006; Japp, 2008; Estrada Saavedra, 2016). Para revisar un estudio de movimientos sociales urbanos desde esta perspectiva, véase el trabajo de Guerra Blanco (2012) sobre la evolución de estructuras de expectativas y comunicación en el Frente Popular Francisco Villa.

8Se habla de un grupo heterogéneo pues, aunque los vecinos provengan de la misma zona de la CDMX, tienen ocupaciones, edades e incluso posturas políticas distintas. Por otro lado, los vecinos provienen de colonias con historias distintas, siendo en algunos casos de pueblos originarios, y en otros, de barrios autoconstruidos.

9La movilización contra la construcción en el predio de Aztecas 215 no es un momento aislado de organización vecinal. Existe una historia de lucha popular por la vivienda y los servicios urbanos en colonias como Santo Domingo, Ajusco, Santa Úrsula, y los pueblos de La Candelaria y Los Reyes. La experiencia previa de estos actores influye como mediación en la formación de la AGPC. Sin embargo, esta asamblea puede observarse como un momento distinto en la organización, con el papel del agua y el territorio como elementos en el conflicto.

10Los vecinos expresan inquietud ante la posibilidad de que aumenten los costos de vida por la entrada del capital inmobiliario y el deterioro de los servicios públicos por el incremento de la densidad de población en sus espacios inmediatos. Esta circunstancia no es única de la AGPC, sino que se presenta en diferentes organizaciones vecinales que se oponen a proyectos inmobiliarios en la CDMX. Al respecto, véanse los reportajes de Cruz (2018) y de González Alvarado y Quintero Morales (2018). Se protesta entonces por las consecuencias de la transformación del espacio urbano en relación con el desarrollo inmobiliario.

11Respecto de los esquemas de observación y los espacios como el plantón en la protesta, véase el trabajo de Estrada Saavedra (2010) sobre las barricadas en el caso de la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca. La barricada marca el territorio, produciendo también un espacio para la existencia de esquemas y narrativas de observación de la realidad, y un imaginario social con expectativas de solidaridad, igualdad y pluralidad en la vida cotidiana.

12Para un análisis del papel de la interacción en los espacios de organización, como parte de la definición del actor colectivo como producto del conflicto, véase el trabajo de Melucci (1999).

13Sobre la producción y socialización de conocimientos en las luchas en defensa del territorio, véase Jiménez Sánchez y Poma (1999).

Recibido: 10 de Marzo de 2020; Aprobado: 03 de Agosto de 2020

Acerca del autor

Andrés Sierra Martínez es maestro en Estudios Urbanos por el Centro de Estudios Demográficos, Urbanos Ambientales de El Colegio de México, A.C. y licenciado en Sociología por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México. Es investigador de programa en El Colegio de México, A.C. Sus líneas de investigación se agrupan en torno a la sociología urbana y ambiental, abordando temáticas como los conflictos socioambientales urbanos y las organizaciones vecinales. ORCID: https://orcid.org/0000-0001-9845-418X

Entre sus publicaciones recientes se encuentran:

Sierra Martínez, A. (2020). Territorio, conocimiento y legitimidades en disputa en los conflictos urbanos por agua: el caso de la Asamblea General de los Pueblos, Barrios, Colonias y Pedregales de Coyoacán, QUID 16, 13, 138-161. https://publicaciones.sociales.uba.ar/index.php/quid16/article/view/4583

Sierra Martínez, A (2020). El agua potable como elemento de la vida cotidiana en la Ciudad de México. Otros Diálogos, El Colegio de México.https://otrosdialogos.colmex.mx/el-agua-potable-como-elemento-de-la-vida-cotidiana-en-la-ciudad-de-mexico

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