Introducción
Este artículo se propone aportar a la identificación de las características, las funciones y las dinámicas que en la actualidad definen a los espacios pericentrales en las ciudades de América Latina. Se trata de los primeros suburbios en los cuales se establecieron las primeras industrias, otras actividades productivas, equipamientos sanitarios y/o contornos del casco antiguo en los que se produjeron los primeros loteos residenciales y que, merced al proceso de urbanización, se han integrado a la ciudad central. Denominamos a estos espacios antiguas periferias. Aludimos a esta noción para dar cuenta de procesos de producción de suelo que tuvieron lugar dentro del perímetro urbano, que son tributarios de dinámicas de anexión, conurbación, integración y expansión, y que permitieron la formación de espacios pericentrales.
Si bien en las últimas décadas los estudios urbanos han dedicado importantes esfuerzos a la indagación de las periferias, éstos se han focalizado fundamentalmente en las “nuevas” periferias. Hasta entrada la primera década del siglo XXI, los procesos de metropolización1 y sus impactos urbanísticos orientaron la investigación hacia las dinámicas de expansión que dieron lugar a las periferias lejanas y al denominado periurbano. De este modo, los estudios académicos se focalizaron en la producción de “nuevas” periferias localizadas por fuera de los centros fundacionales o tradicionales. Concomitantemente, merced a los procesos de gentrificación, la investigación también orientó su mirada sobre las áreas centrales y los centros históricos. Así, enfocada en estos dos polos -el centro y las nuevas periferias-, relegó el estudio de los espacios intermedios, entre ellos las antiguas periferias.
Con base en una experiencia de investigación compartida en la que confluyen perspectivas teórico-metodológicas, a fin de avanzar en la caracterización de las antiguas periferias, este trabajo recupera los aportes de investigaciones fundamentalmente producidas en las academias de Estados Unidos, Francia, España y Latinoamérica. Si bien, como señala Ward (2015), los primeros suburbios de las ciudades del Norte Global se desarrollaron en contextos y tiempos distintos a los de las ciudades latinoamericanas (véase de Sola-Morales, 1971; Berube, Katz y Lang, 2006; Puentes y Warren, 2006) y son la resultante de procesos de urbanización y de poblamiento considerablemente diferentes (Keil, 2018), es posible identificar puntos de convergencia y similitudes en las dinámicas del cambio urbano que permiten dar cuenta de las características, funciones y dinámicas de las antiguas periferias latinoamericanas.
Se trata de un ejercicio descriptivo cuyo objetivo fue recoger las conceptualizaciones y el conocimiento existentes con el fin de delinear pistas para el análisis de las antiguas periferias. El mismo se apoya en la revisión bibliográfica que, si bien no es exhaustiva, recupera casi un centenar de trabajos publicados en revistas nacionales e internacionales y en libros del área de la geografía crítica, la sociología urbana y el urbanismo a lo largo de décadas. Con base en dicha bibliografía, hemos identificado un entramado de nociones y conceptos movilizados a ambos lados del Atlántico que abordan objetos empíricos similares, pero con diferentes perspectivas. El trabajo con la bibliografía se articuló con resultados de investigaciones propias que los autores llevaron adelante en diferentes ciudades latinoamericanas. La estrategia analítica se apoyó en la recuperación de los rasgos y procesos recurrentes identificados en las antiguas periferias resaltados en las publicaciones. Para el análisis de la bibliografía y la identificación de las características, dinámicas y funciones de las antiguas periferias de la ciudades latinoamericanas, el trabajo se apoya en dos nociones clave que han servido de punto de partida, al tiempo que son materia de elaboración en las últimas secciones del trabajo: gradiente de urbanización (Lévy y Lussault, 2003)2 y fases de poblamiento (Le Roux, 2015).3
La noción de gradiente de urbanización se apoya en tres supuestos básicos: 1) es posible medir el nivel o grado de urbanización de los entornos; 2) los entornos pueden clasificarse; y 3) las diferencias entre los tipos de entornos no son fijas sino que, más bien, pueden ubicarse en un continuo. Así,
[...] más allá de los múltiples matices observables, los diferentes gradientes […] constituyen variantes de los principales geotipos [géotypes]: central, suburbano, periurbano, hipourbano, infraurbano, etc. [Lévy y Lussault, 2003].
Los diferentes gradientes se definen en función de la concentración poblacional (densidad) y la diversidad social y funcional de un espacio urbano. En este marco, el grado de urbanización se fundamenta en la doble diversidad: diversidad social (copresencia en el espacio urbano de todos los estratos sociales) y diversidad funcional (los espacios urbanos se dedican a todas las funciones de vivienda, comercio, producción, ocio y circulación).4 De esta manera, los procesos de expansión en cada aglomeración dan lugar a la conformación de estructuras intraurbanas que toman distintas formas, y permiten identificar los contornos entre la producción de suelo urbanizado dentro del perímetro urbano (suburbio) y aquella que tiene lugar en terrenos localizados más allá del mismo (exurbia) (Guieysse y Rebour, 2016; Ward, 2012; Berube, Singer, Wilson y Frey, 2006). Las antiguas periferias pueden entenderse, entonces, como una de las variantes de los geotipos que definen Lévy y Lussault (2003), con rasgos espaciales particulares tributarios de su procesos de poblamiento,5 de su configuración social y funcional, y de su morfología.
La noción de fases de poblamiento complementa la perspectiva de Lévy y Lussault (2003), enfocándose sobre la temporalidad de los procesos espaciales y enfatizando las modalidades de evolución y de cambio urbano (Pumain, 1997). Frente a la complejidad socioespacial del fenómeno urbano, esta noción plantea la relación entre dinámicas de distintas escalas y naturalezas. El concepto fases de poblamiento promueve el análisis integrado de los determinantes demográficos y urbanos en diálogo con el juego de las escalas, permitiendo caracterizar las formas de producción del espacio habitado, sus condicionantes económicas, sociales, ambientales y políticas, las características demográficas, y los patrones y formas de segregación socioespacial que organizan las metrópolis.
De este modo, el poblamiento es tributario de tendencias estructurales (macro), tales como la transición demográfica, la transición urbana, los efectos de las políticas económicas, los cambios en nivel educativo relacionados con la movilidad social, la primacía urbana, etc. A nivel micro, condensa las modalidades que adquiere el crecimiento poblacional y sus factores asociados en el territorio -en especial las migraciones, las dinámicas de expansión y/o densificación, etc.- y las tendencias que se asocian a las prácticas espaciales de los habitantes -sus trayectorias residenciales y estrategias en el acceso a la vivienda, sus prácticas de movilidad cotidiana, sus representaciones de la ciudad, entre otras-. Así, “el paso […] de una fase de poblamiento a otra puede producir nuevas configuraciones del poblamiento intrametropolitano, impulsando incluso un nuevo modelo urbano” (Le Roux, 2015, p. 78).
Con ambos conceptos como telón de fondo, a continuación revisamos las clasificaciones que se utilizaron en la literatura existente en países del Norte y latinoamericanos (secciones 1 y 2) para nominar a las antiguas periferias. La sección 3 recupera los aportes de los estudios sobre crecimiento urbano y la configuración de las antiguas periferias, enfocándose en sus características, funciones y dinámicas a partir de un modelo explicativo que entendemos es el adecuado para comprender el proceso de poblamiento de las antiguas periferias. Finalmente, a partir de estos distintos aportes proponemos una definición y caracterización de las antiguas periferias (sección 4), así como algunas preguntas que permiten avanzar en un análisis comparado de las antiguas periferias latinoamericanas (conclusiones).
1. Nociones que dan cuenta de procesos de anexión de espacios contiguos al centro en ciudades del Norte
La construcción de la noción de antiguas periferias dialoga con términos que en ciudades del Norte aluden a procesos involucrados en la producción del perímetro urbano. Se trata de: faubourg y banlieue, en Francia (Merlin y Choay, 1988; Lévy y Lussault, 2003); arrabal, ensanche, suburbio histórico, en España (Grupo ADUAR, 2000); y suburbs, first suburbs, innersuburbs, en países anglosajones (Ward, 2012; Keil, 2017, 2018). Los términos dan cuenta de procesos de expansión urbana a partir de la formación de nuevos suburbios. Asimismo, con base en la producción de clasificaciones que permiten nominar diferentes porciones del espacio urbanizado, cada uno de estos términos alude, directa o indirectamente, a coordenadas básicas observables en los procesos de producción de las antiguas periferias: 1) el poblamiento de estos espacios y su relación con la centralidad, 2) su funcionalidad y localización, y 3) la antigüedad de la urbanización.
La noción de faubourg refiere a espacios construidos a veces desde la Edad Media y contiguos a la ciudad central (a menudo antiguamente amurallada) que, en el caso francés, fueron integrados y anexados al tejido urbano durante el siglo XIX y principios del XX. El concepto arrabal alude a estos mismos procesos: barrios surgidos durante o a posteriori del medioevo en las ciudades españolas en el límite externo de las murallas de la ciudad central. Ambas nociones enfatizan la relación y la proximidad de esos territorios con la ciudad central. El uso de estos términos mantiene una connotación negativa y se asocia a zonas periféricas, de bajo nivel constructivo y social. Los trabajos sobre los arrabales y faubourgs se orientan a la indagación de los procesos de integración, pero también a las formas de resistencia de poblaciones tradicionalmente estigmatizadas que lograron construir en dichos espacios un tejido social fuerte (Pallol, 2011). Tomé Fernández (2003, p. 1) denomina a estos arrabales como suburbio histórico o aureola del espacio central, las cuales, después de experimentar procesos de degradación, son gentrificados.
Por su parte, la noción de banlieue alude a “las periferias más densas de una ciudad, generalmente contiguas a las áreas centrales” (Lévy y Lussault, 2003, p. 102), tributaria, al igual que el ensanche, de operaciones de urbanización planificada -desarrolladas ya durante el siglo XX- y que en el presente están relativamente integradas a la ciudad central. En general, se trata de zonas localizadas por fuera del anillo de circunvalación de las ciudades que se consolidan en el proceso de expansión urbana (Rivière d’Arc, 2001). A diferencia del faubourg y el arrabal, la banlieue y el ensanche surgen en el proceso de metropolización. Originalmente en estos espacios predominó la función residencial sobre las productivas y/o de servicios.6
Como es posible observar, las clasificaciones y tipologías que ofrecen las bibliografías francesa y española para aludir a las áreas próximas a la ciudad central, refieren a barrios con historias, ubicación y morfologías particulares, localizados en ciudades de diferentes tamaños y tributarios de dinámicas que pueden tener lugar en diferentes escalas. En este marco, resulta evidente la posición relativa de estos espacios en la ciudad, no sólo respecto a cambios en el tiempo histórico, sino también en sus funciones, sus conexiones con la ciudad central, etc. (Lévy y Lussault, 2003).
La bibliografía anglosajona aporta los términos suburbs, first suburbs, innersuburbs e innerburbs para dar cuenta de áreas ubicadas entre el centro de la ciudad y las nuevas periferias (exurbia) (Ward, 2012; Ward et al., 2015; Mitchell-Brown, 2013; Camargo, 2019). Los innersuburbs -suburbios internos o periferia interior- corresponden a una fase de expansión anterior a la Segunda Guerra Mundial, distinguiéndose por tener un grado mayor de dinamismo y conexión con las áreas centrales, aunque menor al del centro. En general, se trata de sectores de bajas densidades que, por un lado, enfrentan procesos de envejecimiento de la población y de las infraestructuras, así como de degradación del parque habitacional; por el otro, presentan ciertas ventajas: fácil acceso al centro de la ciudad por transporte público, nuevas fuentes de empleo y combinación de usos. En este marco, Ward (2015) propone el término innerburbs con el objetivo de enfatizar la localización de estos suburbios internos y su relación con la centralidad. Desde su perspectiva, los innerburbs constituyen el primer anillo urbano, configurando en la actualidad los primeros suburbios o antiguas periferias.7 Vemos que, desde distintas perspectivas, las nociones de innerburbs y banlieue tienen cierta proximidad tanto en términos de localización (entre el centro y lo periurbano), como de temporalidad del desarrollo urbano (primera periferia producida en el proceso de metropolización).
2. Hacia una caracterización de las antiguas periferias latinoamericanas: diálogos con otras latitudes
La revisión de los términos utilizados para clasificar porciones del territorio en las ciudades de países del Norte nos permitió establecer las bases que dan cuenta de la noción de antiguas periferias. Se requiere ahora comprender mejor cómo estas antiguas periferias propiamente dichas han sido abordadas en los distintos contextos -principalmente el francés y después el latinoamericano- y qué características se les han atribuido.
Un primer aspecto refiere al desarrollo de los primeros suburbios o antiguas periferias y su relación con la localización de las diferentes funciones que históricamente satisfizo la ciudad: residencias, industrias, basurales, cementerios, áreas anegables, etc. (Guieysse y Rebour, 2016). Así es posible identificar que en los suburbios cercanos predomina el uso residencial frecuentemente combinado con otros usos (comerciales e industriales), y que -al menos en términos funcionales (empleos y transporte)- tienden a estar estrechamente vinculados al centro de la ciudad. En general, se trata de suburbios constituidos en procesos de anexión e integración.
Coudert (2006), quien estudia las antiguas periferias de tres ciudades francesas,8 señala que la corona de áreas pericentrales que se localiza entre el centro de la ciudad9 y la periferia,10 no puede considerarse como una simple zona de transición y que requiere de un esfuerzo mayor de definición. En las ciudades europeas habitualmente esta corona pericentral comprende las áreas urbanizadas
entre mediados del siglo XIX y la Segunda Guerra Mundial y cuya estructura urbana no ha sufrido ninguna transformación radical a partir de entonces. [Asimismo], incluye los suburbios cuyo desarrollo comenzó a principios del siglo XIX [Coudert, 2006, p. 16; traducción propia].
Pueden ser bastante diferentes en función de su arquitectura y de las características de su población (Pfirsch, 2011). Dependiendo de dichas heterogeneidades, es posible identificar distintos tipos de barrios pericentrales: faubourgs, corona pericentral interna, corona pericentral externa al boulevard o vía de circunvalación que rodea la ciudad central11 (Figura 1).
De este modo, las áreas pericentrales de las ciudades europeas se produjeron principalmente en el marco del modelo centro-periferia característico de la sociedad industrial, demarcando contornos tempo-espaciales configurados en el proceso de metropolización (Djament-Tran, 2013; Reynaud, 1981).
En el caso de las ciudades norteamericanas, la conformación de espacios pericentrales se desarrolló entre 1870 y 1920. Durante esos años, las ciudades en Estados Unidos eran centros urbano-industriales que operaban como “imanes gigantes que atraían a una población numerosa y diversa” (Goldfield, 1990, p. 28). Organizados en torno a un distrito comercial central, los contingentes migrantes de primera y segunda generación se asentaban en los barrios residenciales y suburbios del centro de la ciudad. En sus orígenes, los espacios más próximos al distrito comercial se configuraron como barrios bajos. Contiguos se localizaban los barrios obreros y zonas de chalés residenciales asociadas a la modernidad y el progreso (Burgess, 1925).12 Con la aprobación de la Ley de Vivienda (American Housing Act) en 1949, se creó un programa federal para financiar la demolición de vecindarios “decadentes” y “barrios marginales”. En ese marco, estas áreas se convierten, entonces, en el objeto privilegiado de los procesos de renovación (urban renewal). Una característica común de estos primeros suburbios de las ciudades norteamericanas en la actualidad es su gentrificación (gentrification), sus casas en remodelación, la liquidación de lotes y la reconstrucción con cambios en las tipologías constructivas que tienden hacia las casas adosadas de mayor densidad y hacia los complejos de apartamentos (Sternberg, 2023). Estos procesos acarrean importantes cambios físicos y sociales en la composición de los barrios. Las comunidades locales se tornan más heterogéneas con la afluencia de grupos que valoran el estilo de vida urbano, combinando consumos suntuosos con el aprovechamiento de los espacios públicos y del transporte público asociado a su compromiso con los principios de la sustentabilidad urbana y del medioambiente (Lang y Lefurgy, 2007; Ward, 2015).
En las ciudades latinoamericanas la conformación de los espacios pericentrales tuvo diferentes temporalidades con relación a las ciudades del Norte;13 sin embargo, su conformación muestra similitudes. Si bien se consolidan como tales a mediados del siglo XX, estas antiguas periferias son tributarias de procesos iniciados en el siglo XIX asociados principalmente a la industrialización, que generó un crecimiento desbordado. Se definen con respecto al centro por su “distancia, dependencia y deficiencia”, y “a través de la superposición aleatoria de diversas partes forma[n] un conjunto heterogéneo, contrapuesto como idea al proceso de planeamiento de ciudad” (Arteaga, 2005, p. 101). Los procesos de industrialización dieron lugar a mecanismos de expansión urbana en el marco de los cuales se formaron barrios obreros de diferentes cualidades, tal y como muestran Ward et al. (2015) en su indagación de los innerburbs en varias ciudades de Latinoamérica (Monterrey, Guadalajara, Ciudad de México, Bogotá, Lima, Santiago, Montevideo, Buenos Aires). En ese contexto, se configuran espacios de diferentes generaciones: espacios urbanizados entre los años 1940 y 1970 en los cuales se establecieron las primeras industrias y/o contornos del casco antiguo en los que se produjeron loteos residenciales.
Desde entonces han experimentado grandes transformaciones vinculadas con la expansión del proceso de metropolización y sus dinámicas (Contreras, 2008, 2011, 2012, 2017; Hidalgo et al., 2008; López, 2008, 2013; Di Virgilio, Najman y Brikman, 2019; Djament-Tran, 2013; Coudert, 2006; Grisoni Niaki, 2002; Dureau et al., 2002, 2015; entre otros). Al igual que en el caso de las ciudades del Norte, su posición relativa en la ciudad se ha visto modificada por el proceso de expansión de la mancha urbana. Se trata de territorios con cierta importancia en el transcurso de su metropolización en cuanto al stock de población que allí se asienta y a la dinámica económica que los caracteriza. Tal como señalan Hiernaux y Lindón (2004), en las ciudades latinoamericanas estas primeras zonas de expansión se configuraron sobre tierras de vocación rural y/o por anexión al continuo urbano de antiguos poblados. En la actualidad, estas antiguas periferias concentran un parque habitacional consolidado y, en algunos casos, en transformación (Contreras, 2008, 2011; López, 2008, 2013). También presentan un tejido urbano denso desarrollado con base en procesos formales de ocupación del suelo -como lógica predominante aun cuando no exclusiva-,14 así como continuidad en la ocupación del espacio: “Incluye[n] a la vez tanto los márgenes proletarios de las ciudades, como también ciertos barrios de alcurnia donde reside la burguesía” (Hiernaux y Lindón, 2004, p. 106).
En el proceso de metropolización, las antiguas periferias se han integrado gradualmente a la ciudad central (la cual a veces es denominada como “centro ampliado”); de hecho, han sido principales protagonistas en el proceso de metropolización, contribuyendo progresivamente a su consolidación. Desde un punto de vista territorial y funcional, estos barrios se han integrado a la ciudad a partir de un proceso de expansión y densificación (Dureau y Di Virgilio, 2015). Asimismo, se han conurbado por razones políticas y de inversión, en tanto en ocasiones existieron incentivos fiscales e intervenciones de gobiernos locales para promover desarrollos inmobiliarios y la captación del rent gap (Smith, 1979), dadas las condiciones materiales y de localización de sitios pericentrales próximos al comercio, la residencia y a diversos modos de transporte (Contreras, 2011, 2012; López, 2013). En el devenir de su urbanización se pueden observar dinámicas territoriales y poblacionales que se corresponden con el desarrollo de distintas tipologías residenciales y diferentes intensidades en el desarrollo urbanístico.15 De este modo, estos territorios no pueden pensarse como homogéneos sino que, a pesar de compartir rasgos comunes, los distintos barrios pueden ocupar posiciones diferentes en la estructura urbana (véase Di Virgilio y Ramirez, 2023).
Oszlak (1991) define la configuración de la estructura urbana como un fenómeno dinámico que establece patrones desiguales de distribución de infraestructuras, bienes y servicios. En este proceso intervienen múltiples factores. Así, la producción de las antiguas periferias y su posterior consolidación debe ser comprendida en el marco de la configuración de la estructura urbana. Como señalamos anteriormente, desde nuestra perspectiva es necesario considerar en su caracterización tanto los modos de producción -haciendo hincapié en la localización y en la morfología- como las dinámicas sociales e históricas (demográficas, económicas, residenciales, etc.) que contribuyen en su configuración actual.
Así como la industrialización de fines del siglo XIX e inicios del XX marcó el derrotero de las ciudades, así también ocurrió con los procesos de desindustrialización que tuvieron lugar en la región en las postrimerías del siglo XX. Al respecto, Karpstein (2010, p. 4) señala que las antiguas periferias en las ciudades de Arica y Antofagasta en Chile se han degradado en gran medida a causa de la pérdida de vigencia de su pasado fabril y que, en la actualidad, “son zonas […] que acumulan problemas de vulnerabilidad como consecuencia del crecimiento y de la falta de regulación urbana”. Karpstein y Aranda, con base en el caso de Lima y las denominadas barriadas, caracterizan a las antiguas periferias como
[...] el sistema formado por aquellos espacios urbanos degradados que se ubican en el centro de una ciudad, correspondientes a zonas de una antigua periferia que quedó congelada en el tiempo: el crecimiento de la trama urbana atravesó esta zona en su recorrido, olvidando su desarrollo y atrapándola en medio de la ciudad, lo que le asigna la condición de límite entre áreas de distinto uso y categoría [Karpstein y Aranda, 2014, p. 28 ].
Estas autoras se refieren a las antiguas periferias echando mano al concepto de periferia interior, relacionándolo con el de intersticio aportado por Hannerz (1993),
[...] ya que ésta se configura a partir de aquellos intersticios urbanos que pertenecen a espacios situados entre un lugar y otro. La capacidad de reunir barrios vulnerables, industrias en desuso, áreas abandonadas, terrenos eriazos y espacios naturales contaminados o degradados, proviene de esta condición intersticial que tiene el sistema de periferias interiores [Karpstein y Aranda, 2014, p. 29 ].16
Vega-Centeno se enfoca también sobre la antigua periferia y los centros urbanos de Lima Norte y constata que:
[…] si bien han adquirido importancia para sus entornos residenciales, principalmente para fines de abastecimiento, no demuestran trascender una escala zonal en la metrópoli, pese a la presencia importante de inversión privada en centros comerciales o de numerosas microempresas [Vega-Centeno, 2017, p. 23 ].
Es el caso en Brasil, Saraiva (2008, p. 73) propone entender a las antiguas periferias como “áreas de origen precario e irregular que cuentan con razonables o buenas condiciones de infraestructura urbana y acceso a servicios, con bajo crecimiento poblacional y población pobre”. La autora identifica varias definiciones que aportan a su caracterización, en especial la de Rolnik (2000), para quien la periferia consolidada representa
[…] la expansión periférica que predominó en las metrópolis a partir de los años cuarenta, cuya ocupación se consolida por la fuerza de persistentes microinversiones privadas y luchas por la provisión de infraestructuras para superar la precariedad original [Rolnik, 2000, p. 86, citada en Saravia, 2008, p. 71].
Por su parte, Telles (2006, pp. 8-10, citada en Saravia, 2008, p. 72) sostiene que estas áreas sedimentan en una “red de relaciones sociales”, “tiempos biográficos y tiempo social”. A diferencia de “regiones más distantes en donde todavía se está urbanizando”, la periferia consolidada puede entenderse como el resultado del “ciclo de integración urbana” que se produjo entre los años setenta y mediados de los ochenta.
Más allá de los estudios que aportan insumos para su caracterización, se observa un grupo de investigaciones que ponen en evidencia los procesos que en la actualidad impactan las dinámicas urbanas en estos espacios pericentrales. Yunda (2019, 2020) da cuenta de los efectos sobre las dinámicas inmobiliarias de una norma urbanística que favorece la densificación en el centro ampliado y en barrios pericentrales de Bogotá. Redondo (2020) aborda las políticas de distritos que tienen por objeto a las antiguas periferias de Buenos Aires y describe el proceso de “vaciamiento simbólico y material” de un área pericentral bajo presión del mercado inmobiliario. En el caso de la periferia interior norte de Santiago, varios trabajos resaltan cómo sus condiciones geográficas estimularon la coexistencia de grupos de mayores ingresos con mercados populares en vía de consolidación (Lavín, 1947; Díaz, 2012; Márquez y Truffello, 2013) y, por lo tanto, a su heterogeneidad (Quilodrán et al., 2014). Finalmente, Rojas (2017) observa el proceso de verticalización intenso en estas mismas áreas pericentrales en Santiago y sus efectos en términos de “precariedad habitacional”.
En las ciudades latinoamericanas parecieran convivir así dos miradas sobre los pericentros. Una trata de evidenciar y valorar las ventajas que presentan los pericentros en el sistema urbano y metropolitano (proximidad al centro, conexiones, hábitat diverso, múltiples funciones, etc.), las cuales hacen que estas áreas se vuelvan atractivas por la morfología del tejido construido, los lotes disponibles, etc., que se prestan para cierta densificación, reciclaje, reconversión, entre otros. Asimismo, estos trabajos expresan cierta preocupación por los efectos de las dinámicas de densificación demasiado intensas, en especial en términos de desplazamiento de la población local. La otra muestra que, a pesar de su ubicación y potenciales ventajas, estas áreas quedan olvidadas y, por lo tanto, tienden a degradarse y desvalorizarse. Sin embargo, no se excluye que, en un contexto de desregularización del mercado de tierra y vivienda, y de retirada de la acción del Estado (como es el caso en ciudades como Santiago de Chile y Buenos Aires, entre otras), estas antiguas periferias que han entrado en un espiral de deterioro y obsolescencia den lugar, en ciertas condiciones, a procesos de gentrificación (Contreras, Lulle y Figueroa, 2016).
3. Modelizaciones de los procesos de crecimiento urbano y metropolización: localización y funciones de las antiguas periferias latinoamericanas
Los estudios urbanos ofrecen numerosas y diversas explicaciones teóricas sobre el crecimiento, la expansión urbana y los diferentes gradientes de urbanización (Burgess, 1925; Lefebvre, 1968; Castells, 1974; Harvey, 1977; Contreras, 2008; López, 2008, 2013). Dichos modelos definen la localización y asignan funciones a los espacios pericentrales. En este sentido, aún pensados con base en la casuística que ofrecen las ciudades del Norte, estos aportes constituyen un insumo básico para comprender cuáles son las funciones de las antiguas periferias en las ciudades latinoamericanas y cuáles sus especificidades en términos espaciales.
En América Latina vale la pena recuperar la extensa tradición de trabajos que propone modelos alternativos para explicar su configuración (Dureau, 2006; Le Roux, 2015, pp. 41-43). Borsdorf (2003) señala que las primeras propuestas datan de fines de los años 1970. Entre otros, se puede mencionar su propio modelo enunciado en un artículo publicado en 1976. Posteriormente se encuentra el de Griffin y Ford (1980), que combina un esquema radioconcéntrico y una organización sectorial que se articulan en torno a ejes industriales y terciarios. Aparece después el modelo del geógrafo Deler (1992), quien reconstruyó los modelos de urbanización en las ciudades andinas, considerándolas desde la colonización española hasta la década de 1980; en su propuesta, el autor caracteriza los barrios pericentrales como “de funciones múltiples y de parque inmobiliario a menudo degradado que asocian el hábitat de las clases populares (tugurios) al de las clases medias” (Deler, 1992, p. 27).
Posteriormente, una serie de trabajos tuvo la pretensión de entender la forma cómo se (re)estructura la ciudad latinoamericana en el marco de la metropolización. Los modelos que se producen desde finales de los años 1990 se refieren a una nueva etapa determinada por cambios de tipo económico y político (la llegada del neoliberalismo, la influencia de la globalización, el retiro del Estado, la privatización), con impactos sobre la configuración territorial: una metropolización expandida y policéntrica (Aguilar, según De Mattos, 2010). En esta perspectiva, a partir de los modelos existentes en la literatura y de sus propias investigaciones sobre las ciudades de México, Lima, Quito y Santiago, Borsdorf (2003) propone un nuevo modelo que describe el desarrollo de las ciudades latinoamericanas a través de “cuatro momentos, los cuales son identificados como el período de la ciudad colonial, la ciudad sectorial, la ciudad polarizada y, finalmente, la ciudad fragmentada”. La Figura 2 corresponde a la visualización gráfica del modelo que plantea. En un primer anillo alrededor del centro tradicional (a priori áreas pericentrales, si bien el autor no usa esta categoría) encontramos claramente “barrios marginales antiguos, ya consolidados”, “barrios de viviendas sociales”, “barrios cerrados urbanos”, es decir, funciones residenciales diferenciadas según el nivel socioeconómico, la antigüedad de las construcciones, así como funciones productivas (industria tradicional, comercios, oficinas) y equipamientos. Si bien estos trabajos no hablan de antiguas periferias, gráficamente se mencionan elementos constitutivos del pericentro.17 Esquematizar o representar el modelo (tal como lo hizo Burgess en los años 1930) obliga al autor a referirse al continuum espacial entre centro y periferia. Incluso en algunos casos (por ejemplo, Ciudad de México) diferencia este continuum en contornos, anillos, coronas, etc. Es precisamente la distancia al centro lo que permite identificar anillos como pericentrales. Para que estos anillos pericentrales puedan ser entendidos como antiguas periferias, debe considerarse el momento histórico de constitución de dichos espacios -en relación con el proceso de urbanización-, como también el rol que cumplen los centros de cada anillo, tanto en su espacio inmediato como en el resto del sistema metropolitano.
Como hemos podido observar, De Mattos (2010), al igual que Borsdorf (2003), contribuye a una caracterización de áreas que podemos entender como pericentrales (aunque el autor no usa este término), asociándolas a la diversificación de funciones y, más precisamente, de servicios.
Si bien los modelos descritos refieren a la ciudad latinoamericana en general, es posible identificar trabajos que proponen modelos a partir del análisis de casos específicos. Aquí nos referimos a un estudio sobre Ciudad de México en el que Duhau (2003) diferencia claramente centro, pericentro y periferia. Duhau se refiere a siete contextos o tipos: centrales, pericentrales tipo A, pericentrales tipo B, periféricas populares consolidadas, desarrollo informal, desarrollo mixto y desarrollo formal, resaltando la importancia de tener en cuenta el pericentro como tal e independiente del centro. En ese marco, analiza las dinámicas de atractividad económica y sus efectos en la movilidad residencial en cada una de estas grandes zonas. Posteriormente, el autor -junto a Giglia- conceptualiza a estos sectores como “espacios disputados” (Duhau y Giglia, 2008, pp. 192-201), en correspondencia con cuatro zonas de la Ciudad de México que precisamente presentan una combinación de funciones y tipos de vivienda, lo cual sería, según los autores, lo propio de estos espacios pericentrales disputados. Dicen además que, con respecto a la movilidad residencial y cotidiana, se observan en estos espacios
proceso[s] de aglutinamiento residencial de amigos y parientes, pero al tiempo visitantes externos por la presencia de comercio, servicios, etc.; en este sentido es “disputado” [Duhau y Giglia, 2008, p. 239 ].
Los autores ubican dichas zonas en la “ciudad central”, aunque en realidad, como ellos mismos lo señalan, empezaron a ser urbanizadas en los años 1930-1940, pero con una expansión importante sólo hasta la mitad del siglo XX.
Carrión y Borja también ponen la mirada en estos espacios a partir de los que denominan procesos de reurbanización asociados con el “regreso a la ciudad construida”, a la “ciudad existente” o la “urbe consolidada”. Si bien Carrión (2010) no se refiere explícitamente a las antiguas periferias, resalta el papel de la ciudad existente y las centralidades intraurbanas con necesidades específicas:
Se observa una mutación en la tradicional tendencia del desarrollo urbano (exógeno y centrífugo) que privilegiaba el urbanismo de la periferia, a uno que produce una redirección hacia la ciudad existente (endógena y centrípeta). De esta manera, pasamos de la urbanización de un espacio vacío o plano, a la urbanización de un territorio configurado; esto es, a una urbanización de lo urbano o a una reurbanización [Carrión, 2010, p. 14 ].
El planteamiento de Carrión se refiere a un análisis que Borja desarrolló anteriormente sobre ciudades tanto europeas como latinoamericanas y que retomó en su tesis doctoral. Si bien este autor no echa mano al concepto de antiguas periferias, hace referencia a los espacios pericentrales:
[...] los centros antiguos o “modernos” (de los siglos XIX y XX), los viejos barrios populares o las urbanizaciones que fueron periféricas y que se han integrado en el tejido urbano con su perfil específico, las áreas industriales en reconversión y los espacios ocupados por infraestructuras hoy obsoletas [Borja, 2012, p. 14, p. 90].
Sobre ellas plantea:
[...] los barrios tradicionales, cerca del centro, pero degradados, o que fueron suburbios en el pasado, adolecen casi siempre de déficits de accesibilidad, monumentalidad, visibilidad y, por descontado, de equipamientos y servicios que les doten de funciones centrales [Borja, 2012, p. 148 ].
Al concluir esta revisión de lecturas es posible observar que los espacios pericentrales, en general, y las antiguas periferias, en particular, no han tenido necesariamente la misma trayectoria. Sin embargo, el rasgo común que los caracteriza, en términos de localización, es su relación y proximidad con la centralidad, aun cuando en numerosas oportunidades se identifican problemas de conectividad.
En términos funcionales se destaca la existencia de usos mixtos: se trata de territorios en los cuales los usos residenciales se alternan y/o articulan con los usos industriales y/o comerciales. Se advierte también la existencia de una importante dotación de vivienda popular (obrera, informal, social) que alberga familias de diferentes clases sociales: media, media-baja y baja. De este modo, estas áreas permiten una aproximación integral a los cambios históricos en las formas de apropiación y usos del espacio urbano en las ciudades de América Latina.
El devenir de su proceso de urbanización permite observar dinámicas propias de los loteos residenciales concomitantemente con aquellas que guiaron el desarrollo de la vivienda obrera de la primera mitad del siglo XX, de los primeros asentamientos informales que aún hoy sobreviven, de la vivienda social de la década de 1960 y 1970, y aquella de construcción más reciente (Dureau y Di Virgilio, 2015). De hecho, se destaca la concentración geográfica de establecimientos y equipamientos industriales de diferentes escalas, pequeños talleres mecánicos especializados, imprentas, comercios de proximidad, entre algunas otras actividades insertas en el tejido residencial.
4. Un enfoque de las antiguas periferias latinoamericanas desde la noción de fase del poblamiento (stade de peuplement)
Las contribuciones revisadas hasta aquí se han apoyado fundamentalmente en la caracterización de los espacios pericentrales asociada a su localización y funcionalidad. Para finalizar esta revisión, nos centraremos ahora en la propuesta desarrollada por Jean-Pierre Lévy (2009) sobre el proceso de urbanización en las aglomeraciones posfordistas (Figura 3) y en la versión adaptada de dicho modelo por Dureau (2018) (Figura 4). Este modelo aporta elementos nuevos que articulan dinámicas demográficas, económicas, producción de vivienda, transporte, etcétera.
El esquema propuesto por Dureau permite dar cuenta “des stades de peuplement” (fases de poblamiento, noción propuesta por Le Roux, 2015, que hemos evocado en la introducción) de las ciudades latinoamericanas tomadas en cuenta en los modelos de Borsdorf (1976), Griffin y Ford (1980) y Deler (1992), y que en las fases siguientes, desde los años 1990, están marcadas por “un crecimiento [demográfico] más moderado cuyo movimiento natural se ha convertido en el principal motor” (Dureau et al., 2015, p. 17). Esta propuesta nos permite repensar la función actual de las antiguas periferias latinoamericanas y las transformaciones que las afectan.
Según Dureau (2018) (Figura 4), la expansión urbana, y por ende la configuración de las antiguas periferias, es tributaria de la diversificación de los medios de transporte, de la evolución de las tecnologías asociadas al sector -con el consiguiente aumento de las velocidades y la disminución de los tiempos de viaje- y del abaratamiento de los costos de viaje (Figura 4).18 En este contexto, la extensión y la especialización de los espacios urbanos plantean la cuestión del acceso a la ciudad y a sus recursos. De modo que la movilidad se impone “como una norma de integración urbana y social” (Lévy, 2009, p. 128). Así, la diversificación de los medios de transporte se asocia también a la extensión de las redes y, concomitantemente, a la producción de nuevas zonas de suelo urbanizado y/o potencialmente urbanizable. A lo anterior se añaden decisiones de inversión privada y pública, ya sea a través de la construcción de autopistas, viviendas de interés social y nuevos centros comerciales, entre otros usos que van consolidando la función central de las áreas más periféricas de la ciudad.
En este proceso, los barrios centrales y pericentrales -fuertemente vinculados al proceso fundacional de las ciudades- cambian su posición relativa en el aglomerado, según sus condiciones de accesibilidad al resto de la ciudad (en conexión con la expansión del sistema de transporte) y a los recursos urbanos presentes en el sector (actividades económicas y equipamiento).
Inicialmente, el proceso da lugar a la organización de un patrón de segregación a gran escala que responde a las pautas de movilidad residencial y de ocupación de las áreas residenciales por parte de los diferentes grupos sociales (división social del espacio). Posteriormente, en la fase de densificación y consolidación urbana, la expansión se produce concomitantemente con procesos de renovación de los espacios centrales y pericentrales de la ciudad. En los espacios centrales predominan los procesos de gentrificación, precedidos necesariamente por una fase de degradación (Marcadet, 2012; Contreras, 2012; Herzer, Di Virgilio y Rodríguez, 2016). Mientras que en los pericentros tiene lugar una etapa de maduración de las diferentes formas del hábitat popular, lo que hoy los vuelve espacios en disputa -como señalan Duhau y Giglia (2008)-, en tanto los hogares de menores ingresos están siempre sometidos a latentes procesos de desplazamiento por gentrificación (Contreras, Lulle y Figueroa, 2016; Di Virgilio, 2020).
En general, tanto en las ciudades latinoamericanas como en las del Norte, los cambios descritos promueven la transición de una división social del espacio urbano en macrozonas, a un mosaico socioespacial caracterizado por múltiples escalas de segregación: el patrón de segregación a gran escala convive con procesos de microsegregación. En este marco, la distribución de la población en la ciudad es tributaria de la oferta de vivienda disponible (la ubicación y las características de la oferta varían según la etapa de desarrollo de la ciudad), de la oferta de transporte (cambia según la etapa de desarrollo) y de los recursos del hogar o individuales (varían según la etapa del ciclo de vida y las trayectorias sociales de los hogares). De este modo, la elección de la localización residencial supone la elección de una posición relativa en una ciudad en movimiento.
En el devenir de la transformación de las ciudades y de los cambios que éstas experimentan, la temporalidad de los procesos que ocurren a nivel metropolitano se articula con la temporalidad del ciclo de vida de la población residente. Según la metrópoli y su etapa de desarrollo, la relación entre el tiempo de la ciudad y el de las poblaciones adquiere diferentes rasgos. Mientras que en las ciudades europeas todos los hogares han vivido en una metrópoli marcada por la renovación urbana más que por la expansión, en América Latina los pobladores más longevos han experimentado la fase de rápido crecimiento con expansión. De este modo, el tiempo de la ciudad y el de los individuos han sido concomitantes. Los grupos más jóvenes, en cambio, comienzan su trayectoria residencial en una ciudad que se encuentra en otra etapa: las periferias están ya en gran medida transformadas y el movimiento de recuperación de los espacios centrales comenzó hace algunas décadas (Carrión, 2010; Contreras, 2012, 2017). Por consiguiente, las antiguas periferias eran vistas por las generaciones previas como periferias lejanas, mientras que para las generaciones más jóvenes -que han crecido en las áreas pericentrales y/o en periferias recientes- las antiguas periferias cumplen otra función, dada su posición más central, la diversidad de sus funciones, el cúmulo de viviendas, etcétera.
Conclusiones
Este recorrido por la literatura desarrollada desde paradigmas, disciplinas y enfoques variados sobre los espacios centrales y su relación con los procesos de expansión de las ciudades, nos ha permitido definir y caracterizar a las antiguas periferias latinoamericanas. Los espacios que nosotros distinguimos como antiguas periferias, entre múltiples nominaciones, son áreas que actualmente se localizan entre las áreas centrales y las actuales periferias. En todos los casos hablamos de espacios intermedios, marcados por varias dinámicas: una historia de anexión/integración, estigmatización y connotación negativa, al tiempo de procesos de resistencia por parte de la población, operaciones planificadas y/o urbanización espontánea; todas estas transformaciones contemporáneas son calificadas de complejas, heterogéneas, híbridas, y a veces favorecen la valorización o, al contrario, llevan a cierta degradación. Asimismo, es posible observar en estos espacios intervenciones realizadas por el propio Estado para transformarlas, sin reconocer la diversidad y heterogeneidad de sus funciones y de los grupos sociodemográficos que las habitan. A menudo dichos cambios consisten en la coexistencia de un parque de viviendas diferenciado y a veces en proceso de consolidación o de renovación (o por lo menos con potencial de renovación y/o gentrificación), usos productivos, servicios, espacios públicos en vía de recuperación y dotación de modos de transporte que conectan estas áreas con el centro; mientras, se afirma una mezcla poblacional en términos etarios, socioeconómicos, ocupacionales, de origen, entre otros. Otros aspectos determinantes son la escala de observación (en algunos casos, junto con el centro fundacional de la ciudad, estas áreas pueden conformar el centro del territorio metropolitano) y la posición relativa de dichas áreas en la metrópoli con la aparición constante de nuevos anillos o contornos. Esta situación compleja explica probablemente cierta dificultad en desarrollar investigaciones sobre estas áreas.
A partir de la revisión bibliográfica realizada, considerando similitudes y diferencias entre casos distintos pero la mayoría ubicados en contextos metropolitanos, es posible establecer en una primera aproximación la identificación de tres criterios básicos movilizados en la delimitación de las antiguas periferias: el poblamiento de estos espacios y su relación con la centralidad, su funcionalidad y localización, y la antigüedad de la urbanización.
Las transformaciones estudiadas a partir de las investigaciones disponibles sobre casos latinoamericanos llevan a identificar algunas líneas vacantes y en las que habría que profundizar la indagación sobre estos espacios. Por un lado, las interacciones entre las dinámicas del parque de viviendas, con su ampliación y diversificación en términos de modos de producción y tipos de oferta, y la coexistencia de usos: productivo, residencial, servicios (educación, salud, recreación, a escala ya no sólo barrial sino urbana), etc. Así como los modos de conexión con el resto de la metrópoli, cuyas mejoras tienen impactos determinantes sobre la posición relativa de estos sectores. Estas mismas dinámicas no pueden ser disociadas del papel de los distintos actores urbanos con sus estrategias respectivas, a veces enfrentadas o en alianza y con efectos variables: el sector público, desde el nivel central hasta el nivel local, mediante sus normas urbanísticas con la implantación de nuevas infraestructuras, la renovación urbana y más específicamente la densificación de los pericentros; los actores económicos, no sólo el sector inmobiliario sino también el de las actividades productivas que se van estableciendo en estas áreas, así como el mercado popular, que incluso en contexto de pandemia evidencia por qué es necesario mantenerlo en tanto soporte y contenedor de economías metropolitanas; y los habitantes mismos, dependiendo de sus características sociodemográficas (edad, ocupación, lugar de origen, etc.), a veces inmóviles, a veces recién llegados, cuyas necesidades y deseos en materia de hábitat y de movilidad cotidiana encuentran respuestas en estas áreas.
Para avanzar en estas diferentes líneas de indagación, el enfoque que proponemos es considerar las antiguas periferias como un objeto de estudio en sí mismo. La hipótesis central que postulamos como conclusión de este trabajo de revisión bibliográfica es que en estos espacios actualmente se están produciendo transformaciones específicas; los mismos han conocido historias particulares y hoy en día ocupan posiciones y desempeñan roles particulares en las ciudades como resultado de la etapa en curso de la expansión urbana. La diversidad y la posición intermedia que caracterizan a las antiguas periferias requiere la implementación de métodos de investigación adecuados para dar cuenta de ello. El desafío es pensar, como lo sugiere el modelo presentado en la sección anterior, la articulación entre la dinámica de los individuos, la de los barrios y la de la metrópoli.