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Sociológica (México)

versión On-line ISSN 2007-8358versión impresa ISSN 0187-0173

Sociológica (Méx.) vol.28 no.79 Ciudad de México may./ago. 2013

 

Traducciones y notas

 

¿Quién es el científico social en el siglo XXI? Comentarios desde los contextos académicos y aplicados y desde la corriente principal y la periferia1

 

Hebe Vessuri 2

 

2 Investigadora adjunta del Centro de Investigaciones en Geografía Ambiental (CIGA), UNAM, e investigadora emérita del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC). Correo electrónico: hvessuri@gmail.com

 

Introducción

La ciencia y sus reconstrucciones sociales e históricas enfrentan problemas particulares en términos de la relación con el público y las políticas públicas. Embebida en las universidades, la industria y el gobierno, la ciencia es una fuerza cultural e ideológica poderosa, con estructuras de gobierno y gobernabilidad relativamente autónomas y bastante atípicas. Una razón que suele darse para explicar esta situación es la naturaleza especializada del conocimiento científico experto y una fuerte necesidad percibida de proteger el trabajo científico de la dirección o "interferencia" externa.

Las estructuras, desde la evaluación de pares a la elaboración de políticas ligadas a ámbitos supuestamente más amplios, a menudo han estado mucho más bajo el control de los practicantes -es decir, los propios científicos- que en otras áreas de las políticas públicas. De allí que en gran medida la política y el discurso públicos hayan sido conformados por los propios científicos y otros escritores en el seno de un colectivo relativamente cerrado, que produjo una versión radicalmente simplificada de la realidad, la cual enfatiza la linealidad, el progreso y los productos intelectuales y materiales de la ciencia. Esta forma de reconstrucción ha servido a un propósito ideológico poderoso, ayudando a mantener el control de los científicos sobre las representaciones públicas y privadas de su actividad.

Con especificidades propias, la ciencia social ha compartido ampliamente la misma forma de reconstrucción social e histórica. En este trabajo reseño brevemente la evolución de este aspecto general autolegitimador del enfoque de los científicos en su reconstrucción y especulo sobre algunas de sus consecuencias. Complemento este breve análisis haciendo referencia a los estudios y enfoques sobre el desarrollo. Hoy el análisis largamente retrasado de estas diferentes tradiciones intelectuales que son el centro de espacios concretos de diálogo parece estar logrando algún avance. Finalmente, considero la reciente expansión mundial de las ciencias sociales y sus implicaciones para la noción de ciencia internacional. En efecto, construyo mi argumento en términos de tres historias de acuerdo con las siguientes variables: 1) la identidad de la ciencia social académica; 2) la evolución de la problemática del desarrollo desde comienzos del siglo XX; y 3) la ciencia social internacional en la era de la globalización. Planteo varias cuestiones que menciono brevemente aquí pero que son parte de un esfuerzo más ambicioso en el cual estoy trabajando actualmente sobre las ciencias sociales en la era global. ¿Qué es lo que determina el grado de segregación o integración de las ciencias sociales académicas y los problemas sociales?; ¿qué condiciona el predominio relativo de una u otra?; ¿qué tipo de descripción resulta de los estudios del desarrollo-dependencia?; ¿qué diferencia hacen estas configuraciones variables a la comprensión de la realidad social en diferentes contextos?; ¿qué cambios organizacionales tienen que sufrir las ciencias sociales para contribuir con más eficacia en el debate público y en las políticas informadas?; ¿o será que se volverán más marginales a la sociedad y el cambio social?

 

Primera historia. La identidad de los científicos [sociales] académicos

La primera historia es un comentario sobre la poderosa socialización de los científicos sociales en un conjunto de valores científicos, que en América Latina crecieron estrechamente ligados al escenario universitario en la segunda mitad del siglo XX. Llamo a estas fuentes el "comentario académico". En la transición de las sociedades tradicionales a las modernas se utilizó un criterio de interpretación basado en las normas y tendencias de los valores sociales observados en las sociedades más avanzadas de Europa y Norteamérica. Desde una etapa temprana se distinguió entre problemas "sociológicos" y "sociales", por medio de los cuales las ciencias sociales tratarían de tomar distancia del torbellino de la realidad social para salvaguardar su "especificidad y calidad científica". Esta fue en gran medida la base de la leyenda de la "torre de marfil" que ve a la academia como alejada y separada del calor de las luchas por el poder y la resistencia. Aunque esa distancia ha sido contestada en diferentes tiempos y lugares, en general se la encuentra en la raíz de la ideología del docente y del investigador universitario tanto en el norte como en el sur globales.

La fuerza estructuradora institucional e intelectual de las ciencias sociales fue tan fuerte que a comienzos de los setenta la ciencia se concebía como una actividad realizada por un grupo humano (la comunidad científica, o mejor aún, las comunidades especializadas por disciplinas). Un científico social reconocido pudo decir que este grupo estaba "tan completamente aislado del mundo externo que para todos los efectos prácticos no es necesario tomar en consideración la idiosincrasia de las diferentes sociedades en las cuales los científicos viven y trabajan" (Ben-David, 1970). Para entonces el interés en el estudio social de la ciencia se concentraba en las condiciones sociales del trabajo académico. A menudo se adoptaba una visión comparativa en el estudio de la constitución de equipos profesionales en laboratorios, organizaciones estructuradas sobre la base de disciplinas, planes nacionales e institutos de investigación científica, al igual que redes de comunicación entre científicos.

Las disciplinas científicas representan marcos cognitivos que determinan conjuntos legítimos de problemas para la investigación científica y los métodos, conceptos y tradiciones para resolverlos. La estructura disciplinaria de las ciencias sociales constituye una restricción para profesores, científicos y estudiantes, mientras que también es una guía para el aprendizaje y la investigación. Para algunos observadores, sin embargo, las tendencias recientes sugieren que las ciencias sociales pronto entrarán en una era posdisciplinaria. En diferentes tiempos y lugares institucionales, los ámbitos y objetos de análisis han sido reconfigurados, lo cual ha llevado a mover algunas cuestiones a la primera fila mientras que otras han retrocedido a la oscuridad. Dependiendo del autor considerado, los cambios actuales podrían desencadenar una nueva integración de las ciencias sociales y las ciencias naturales, que han estado separadas por más de un siglo; sin embargo, también podrían resultar en un nuevo perfil verdaderamente universal de las ciencias sociales. No obstante, esta tendencia puede significar que el conocimiento se oriente crecientemente hacia los esfuerzos locales de resolución de problemas, dependientes del contexto, integrados en "comunidades" epistémicas con actores originarios de diferentes actividades sociales externas a la ciencia.

En las disciplinas de la ciencia social académica, las instituciones académicas, las asociaciones científicas, las revistas, los mecanismos de financiamiento y la evaluación de los pares son elementos que contribuyen a estructurar el mundo del científico académico y sirven en la distribución global del conocimiento y los valores, En términos institucionales y también cognitivos no hay duda de que varios países, universidades y disciplinas han servido como modelos a ser emulados. Se reconoce una matriz intelectual común que se refleja en estilos nacionales disciplinarios de investigación. La producción de conocimiento se define usualmente por la distancia entre el buscador y el objeto de conocimiento, en constante tensión por lograr el equilibrio apropiado entre "distancia y compromiso". El tema de la adecuación de las formas que envuelven una mayor distancia o las formas más comprometidas de conocimiento social y humano continúa siendo controvertido y varía con el tiempo. Las ciencias sociales proporcionan herramientas que permiten a los practicantes y críticos cuestionar las interpretaciones de la realidad social, la legitimación de las políticas y los términos usados por los propios científicos. Muchos debates académicos y políticos recientes comparten precisamente esos rasgos críticos que hacen de las ciencias sociales un aspecto importante en las actuales tensiones y antinomias.

Los científicos sociales están cambiando sus actitudes hacia la hegemonía de departamentos disciplinarios y hacia la investigación disciplinaria. Aunque las instituciones disciplinarias continúan siendo importantes para la educación de pregrado y posgrado, al igual que para proyectos de investigación focalizados y nuevas hipótesis científicas, en el futuro las disciplinas tradicionales tendrán que competir con la investigación interdisciplinaria y los proyectos educativos. Además, las brechas entre las ciencias sociales y otras formas de conocimiento están siendo actualmente desafiadas, como se aclarará más abajo. Se busca la transdisciplinariedad y la interdisciplinariedad para manejar problemas complejos.

Aunque ha sido más fácil para los científicos naturales y físicos que para los científicos sociales construir un esquema de profesionalización de la investigación académica, la ciencia social se ha vuelto altamente profesionalizada (exhibiendo un marcado sistema de rango). La primera historia sostiene que el científico social que no permanece en la academia es de segunda clase, académicamente "impuro". Surgió una visión profundamente jerárquica en la cual la posición más valorada era la del científico académico, que se encontraba en el contexto universitario haciendo investigación y docencia disciplinarias. La idea era que un joven tomaba un puesto de trabajo gubernamental o en una organización no gubernamental (ONG) sólo porque las carreras académicas adecuadas eran escasas o demasiado mal pagadas. O quizá porque no era suficientemente talentoso para seguir una vida dedicada a la investigación y el esfuerzo intelectual. Esta es, entonces, una historia de "jerarquías" y "competición" entre los valores académicos de la investigación libre y los del trabajo aplicado, orientado, al que a menudo se le ha negado inclusive la calidad de ser investigación, claramente rebajado en términos de prestigio. La noción del ethos de la ciencia, y por implicación de la ciencia social, fue expresada por Robert Merton para Estados Unidos en algunos ensayos de comienzos de los años cuarenta, siendo modificada y desarrollada más tarde por estudiantes y colegas como Bernard Barber (1952), Norman Storer (1966) y Warren Hagstrom (1965). Se institucionalizó en el canon de la sociología estadounidense de la ciencia como una "norma de la ciencia". En su expansión a las diferentes regiones del mundo, las nuevas ciencias sociales que comenzaron a institucionalizarse adoptaron muchas de esas prescripciones normativas como lo revelan los programas formales por medio de los cuales se integraron en las universidades a lo largo y ancho del planeta.

Entre las actividades académicas básicas del científico social destaca la publicación. Su dimensión internacional ha crecido considerablemente en las diferentes regiones, mostrando que la ciencia social regional no está exclusivamente orientada al consumo local; si a esto agregamos la literatura científica que se produce en idiomas diferentes del inglés tendremos una visión de la importancia que la orientación cognitiva internacional tiene para la reproducción de las ciencias sociales en el mundo en general. Esta dependencia se vuelve evidente con respecto a los repertorios temáticos. Estos son claves para asegurar un intercambio significativo entre el mundo académico y el no académico. Una fuente frecuente de ansiedad para el investigador es cómo acercarse a un público cuando no se piensa prioritariamente en los colegas de uno, sintiéndose "vértigo" en la confrontación con el público en general. De la visión construida por la ciencia social académica del trabajo aplicado en las agencias públicas y ONGS resultaba una predicción que confirmaría un estado de cosas que parecía obvio: los científicos socializados en el sistema de valores académicos sufrían el "dolor del conflicto psicológico" al enfrentarse a situaciones que requerían o estimulaban comportarse de maneras violatorias de las normas que habían adquirido. Estas incluían notablemente la noción de distancia respecto de la realidad social y sus enredos, presentada con fuerza por Max Weber en su celebrada obra El político y el científico (2003). Para liberarse de este "dolor" correspondía al "interés del científico social" asumir el ethos en el cual había sido socializado. A diferencia de las presiones políticas, los dilemas morales y las tentaciones comerciales el mundo académico ofrecía seguridad intelectual y normativa, fuera de las complicaciones de la vida real. En esta primera historia, el científico en un programa, institución u ONG dedicados al desarrollo es una figura infeliz, ansiosa y posiblemente rara que está en constante conflicto con los valores políticos o comerciales y las estructuras organizacionales. Como resultado del patrón único de socialización de los científicos académicos, sus personalidades son descritas como intolerantes de las restricciones organizacionales o políticas. Se dice que los científicos son bastante independientes y cuidadosos de su integridad, demasiado escépticos, demasiado hostiles frente a las estructuras de autoridad, demasiado leales a la ciencia y desdeñosos de los valores organizacionales locales. Esas personas se supone que plantean un problema importante para la marcha sin sobresaltos de las organizaciones de desarrollo o empresariales.

El actual doble movimiento en el cual una comunidad de investigación se vuelve más internacionalizada mientras que los reclamos locales específicos también ganan estatus no es tan paradójico como pudiera parecer. En una nueva visita a este problema, Keim (2010) argumenta que las tensiones entre las sociologías locales y generales pueden considerarse como una consecuencia directa de la creciente comunicación internacional. En su opinión el acceso más frecuente de científicos académicos "periféricos" a los foros "centrales" confronta a los investigadores que se consideran a sí mismos como contribuyendo a la teoría universalmente válida con una situación en la cual son ubicados por el aparato dominante internacional en una posición como especialistas en países periféricos en desarrollo, y su conocimiento no es reconocido como teniendo valor universal sino sólo validez de alcance regional o local. Esto es parte de la división del trabajo por la cual los científicos del sur global continúan siendo relegados a la tarea de recolección de datos y a los estudios empíricos, mientras que los científicos del norte elaboran las implicaciones teóricas.

 

Segunda historia. El giro del desarrollo

Mi segunda historia se refiere al desarrollo como un campo de investigación y actividad social. Sus fuentes pueden encontrarse en una amplia variedad de lugares. Desde los tempranos programas de desarrollo y sus defensores después del fin de la Segunda Guerra Mundial encontramos argumentos para el establecimiento de programas de apoyo a los países considerados como subdesarrollados, vinculados con la transferencia de recursos, tecnología y conocimiento desde la porción rica del mundo hacia aquellas regiones que se habían quedado rezagadas. Los años de progreso de la posguerra fueron en más de un sentido la culminación de un proceso de "modernización" que había comenzado en el siglo XIX, por medio del cual toda una miscelánea de culturas dio lugar al feliz mundo compartido de la modernidad, concebido como un continuum único y homogéneo. Una típica definición es la que se encuentra en el Informe de la Comisión del Sur de 1990:

El desarrollo es un proceso que permite a los seres humanos realizar su potencial, construir autoconfianza y conducir vidas de dignidad y logro. Es un proceso que libera a las personas de su temor a la necesidad y la explotación. Es un movimiento que los aleja de la opresión social, política o económica. A través del desarrollo, la independencia política adquiere su verdadera significación. Y es un proceso de crecimiento, un movimiento que surge esencialmente desde el interior de la sociedad que se está desarrollando [...]. La base del desarrollo de una nación deben serlo sus propios recursos, tanto humanos como materiales, usados plenamente para satisfacer sus necesidades [...]. El desarrollo, por lo tanto, tiene que ser un esfuerzo de y para la gente. El verdadero desarrollo tiene que estar centrado en la gente (South Centre, 1990).

El campo del desarrollo ha sido un poderoso instrumental de la ciencia, o mejor dicho, de la "ingeniería" social, particularmente con respecto a la descolonización y el sur, prometiendo resolver los problemas de pobreza y estancamiento, aunque la solución siempre pareció retroceder como el horizonte en la medida en que uno pensaba que se acercaba a ella. Ha mantenido una relación incómoda con la ciencia social académica. Algunas veces se le consideró como siendo parte de la plataforma de construcción teórica de la ciencia social, mientras que en otras ocasiones se le vio como un tipo inferior de pensamiento y acción social. En los setenta la investigación se había convertido en una herramienta importante para la tecnología militar e industrial. Ya no era necesario convencer a los Estados o a la gran industria de la relevancia de la ciencia; la cuestión se centraba en cómo fomentarla y utilizarla para sus propios fines.

En Estados Unidos y en otros países se crearon agencias específicas para apoyarla y estimularla. Los problemas relacionados con los recursos humanos y financieros de la ciencia, incluyendo la ciencia para el desarrollo, adquirieron tanta importancia como los de la organización. Fue un tiempo en el cual la ciencia y los científicos gozaron de gran prestigio.

En diferentes momentos muchos de los investigadores sociales más reflexivos, particularmente en el mundo no occidental, han publicado libros y artículos sobre cómo organizar los recursos de investigación y cómo emprender programas para el desarrollo. Estas fuentes constituyen el "comentario desarrollista o sobre el desarrollo". En marcado aunque no sorprendente contraste con respecto al comentario académico en la primera historia, la literatura sobre "el desarrollo" no se interesó en establecer puntos de valor disciplinarios generales o en utilizar la literatura de la ciencia social para ningún otro propósito que no fuera robustecer los hallazgos en torno al programa de desarrollo que tenía entre manos y proponer soluciones prácticas plausibles a los problemas en cuestión. Ello, por ejemplo, es lo que se observa en la obra de Calcagno (1990) en América Latina, cuando revisa y actualiza los estilos de desarrollo en la región (véase también Frank, 1970; Rodríguez, 1983).

Pese al origen común en las ciencias sociales, los dos colectivos de investigación permanecieron en buena medida separados. Curiosamente, el problema de la socialización, repetidamente identificado en la literatura académica, no se encuentra en el comentario de la literatura sobre el desarrollo. En efecto, existen elementos importantes y penetrantes de ese comentario que dibujan las realidades cotidianas del trabajo del desarrollo de maneras que vuelven problemático el conflicto de roles tan publicitado en la perspectiva académica. Aunque en los programas gubernamentales y de las instituciones no gubernamentales los científicos sociales del desarrollo pueden no ser completamente libres, ya que a menudo son "funcionarios" en organizaciones burocráticas más grandes, a menudo se sienten libres de las pesadas cargas docentes y de la falta de interés en la investigación por parte de sus colegas académicos. También tienden a expresar una satisfacción sociopolítica y/o moral por participar en el mejoramiento de las condiciones sociales de la gente.

La libertad en el contexto de la ciencia se vincula con la noción de autonomía, un rasgo históricamente apreciado en la narrativa académica. Sin embargo, ¿qué significa la autonomía para un científico social? No mucho -ni en el pasado ni hoy- si no puede tener el tiempo o los recursos necesarios para hacer la investigación que desea hacer. La cuestión de si el investigador en temas de desarrollo tiene el tiempo y la libertad relativos (autonomía) para definir su propia investigación ha existido desde una etapa temprana. La investigación participativa (Fals Borda, 1978) ilustra los tipos de argumentos y debates que estimuló el compromiso social, envolviendo diferentes ideas de autonomía y responsabilidad social.

Podemos distinguir entre la función de la investigación para el desarrollo en un cierto periodo -es decir, el compromiso organizador con el mismo y su lugar en las actividades sociales- y planificar el "acto" o "conducción" real de la investigación, en lo cual simplemente se considera necesario una considerable libertad de acción. Esto puede ilustrarse con un ejemplo. Desde el comienzo, las sociedades ecológicas en el Reino Unido y en Estados Unidos reconocieron la importancia de relacionar los estudios ecológicos con las aplicaciones prácticas, principalmente con actividades productivas como la agricultura, la cría de ganado y la gestión de los recursos naturales (agua, suelos y recursos forestales), ingredientes básicos de la labor del desarrollo. En este espíritu, nació The Journal of Applied Ecology en 1964. Sin embargo, es interesante observar que treinta años más tarde, al hacer el balance de lo que había ocurrido con la revista en las tres décadas anteriores, los editores anotaban que la mayoría de los artículos carecía de indicadores sobre aplicaciones prácticas de la investigación y que no proporcionaban recomendaciones claras de gestión (Pienkowsky y Watkinson, 1996, en Castillo, 2011). En años más recientes la revista experimentó un enorme incremento tanto en el número de artículos como en su impacto desde un punto de vista científico. No obstante, los editores también reconocían como algo muy significativo que la información llega ahora a públicos específicos, particularmente los relacionados con la gestión de recursos ecosistémicos y forestales, tomadores de decisiones, así como al público en general pero a través de enfoques mucho más orientados a los usuarios (Freckleton et al., 2005). En esta historia notamos que los científicos académicos tienen gran dificultad de conducir sus investigaciones de una forma apropiada a sus objetivos expresos de desarrollo, aun si pueden tener la libertad de formular sus proyectos en esos términos.

Por otro lado, también tiene relevancia la cuestión relacionada con las formas de publicación características de los especialistas en desarrollo. Están quienes publican informes técnicos en lo que se conoce como literatura gris, quienes no publican nada o los que publican en revistas académicas. Muchos expertos en temas de desarrollo han apoyado vigorosamente una política de libertad de publicación académica y han argumentado que debe existir un mínimo de documentos institucionales internos, como manera de estimular la calidad como consecuencia de la exposición pública a la crítica de los pares. Durante mucho tiempo el libre flujo de la información técnica, o por lo menos el flujo más libre compatible con el tipo de literatura producida, fue aceptado ampliamente si no es que universalmente reconocido en estos círculos como un beneficio neto para todas las partes. En efecto, algunas de las mejores obras literarias que surgieron de la ciencia social latinoamericana lo han sido sobre la teoría y los problemas del desarrollo, como lo muestran las publicaciones de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) sobre el desarrollo y las respuestas críticas de los teóricos de la dependencia (CEPAL, 1969; Cardoso y Faletto, 1972). Puede notarse que en los sesenta los científicos sociales académicos ya producían extensos estudios cuasi empíricos de "investigación sobre el desarrollo", definiendo una agenda de investigación y enfoques metodológicos desde el propio mundo académico (Cooper, 1973; Pavitt, 1984; Herrera, 1971).3

En América Latina, el Centro de Estudios del Desarrollo (Cendes) de la Universidad Central de Venezuela se convirtió en un polo de atracción en la región en el cruce de disciplinas de ciencias sociales y preocupaciones sociopolíticas. Con una perspectiva de investigación que se extendía desde la planificación nacional hasta la reforma agraria a través de la ciencia y la tecnología mantuvo una relación competitiva sui generis con la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales en la misma Universidad, la cual cultivaba y defendía las fronteras disciplinarias en escuelas separadas de sociología, antropología y economía. El Cendes estuvo estrechamente conectado con la educación de varias generaciones de expertos en planificación y funcionarios de agencias gubernamentales y ONGS (Darwich, 2005). Cuando nació lo hizo acompañando la construcción del moderno Estado venezolano en la democracia incipiente instalada en 1958. El origen del Cendes puede verse como profundamente imbricado en ese proceso de construcción social; por ello se percibió a sí mismo como el proveedor de conocimiento técnico para el Estado en su papel racionalizador de la sociedad. Esta ideología racionalista optimista promovió una visión particular de las ciencias sociales. El hecho de estar ubicado en un contexto universitario y de no ser una unidad gubernamental le dio un margen más grande de autonomía que el que hubiera tenido como escuela de cuadros en el Ministerio de Planificación. Además, esta ubicación permitió el surgimiento de un pensamiento social vinculado con la gestión y desarrollo del enfoque de la dependencia, al igual que también alentó a repensar la necesidad de la transformación del Estado y de la sociedad para producir los cambios percibidos como necesarios para alcanzar una sociedad más equitativa, con mayores márgenes de libertad (Vessuri, 2005).

Por supuesto, el investigador común en el campo del desarrollo combina un menú de actividades diferente al de su contraparte académica. La publicación en revistas arbitradas internacionales no es necesariamente su meta, ya que dirige su trabajo preferiblemente a públicos locales, a diseñadores de políticas públicas o a tomadores de decisiones. Habiendo dicho esto, sin embargo, debemos reconocer que la publicación es sólo una de sus tareas, mientras que hay una rica variedad de actividades en las que se involucra pero que caen fuera del rango de las actividades de publicación en sentido estricto y que se relacionan con la evaluación del desempeño académico, tales como los inventarios de recursos bióticos, la planificación de la gestión de comunidades forestales, al igual que diferentes dimensiones de la investigación participativa.

En términos de los valores que distinguen a la investigación en desarrollo de la investigación académica, se ha argumentado que los valores académicos se aglutinan en torno al desinterés, la autonomía, la espontaneidad y la apertura, mientras que los valores del desarrollo se centran en los logros concretos del desarrollo, la organización, la planificación y el control de objetivos sociales. En las instituciones académicas es plausible decir que los valores "mertonianos" pueden celebrarse públicamente como representando la esencia institucional, mientras que en las organizaciones de desarrollo los valores se afirman más frecuentemente de forma táctica como recordatorios para los no informados de que la investigación es, en gran medida, un asunto incierto, que no puede someterse a los regímenes de rendición de cuentas de otras actividades sociales. No obstante, una teoría de las diferencias de tipos ideales entre las culturas institucionales es una cosa y una descripción de realidades cotidianas en ambientes institucionales complejos es otra. Quienes están envueltos en la práctica de la gestión de esfuerzos de investigación han tendido a reconocer como intratables los problemas de distinguir entre estos ambientes institucionales, ya que teorizar sobre las diferencias esenciales les ha preocupado muy poco. Con todo, persisten ciertos hechos obstinados:

1) En la segunda mitad del siglo XX las ciencias sociales institucionalizadas sufrieron cambios importantes que se identificaron con la bandera de la profesionalización y la corriente principal. El nuevo modelo se extendió al mundo no occidental a través de la expansión del currículum "internacional", que sirvió como proyecto para las nuevas instituciones y programas sociales en todo el mundo. Sin embargo, una cosa fue la teoría y otra diferente la práctica de las ciencias sociales. En muchos lugares del sur global la mayoría de los científicos sociales con formación académica no han trabajado (a tiempo completo) en las universidades, y tampoco los programas de desarrollo o de gobierno tuvieron problemas para reclutar a todos los que quisieron, incluso tomando en cuenta la perpetua competición por los mejores y los más brillantes.

2) Las universidades no han sido universalmente consideradas como los hogares naturales de la investigación: la mayoría han estado escasas de recursos y tuvieron un compromiso primordial con la docencia. Además, muchas experimentaron presiones culturales, políticas y religiosas que cuestionaban seriamente cualquier noción de que las universidades, como tales, fueran comunidades de investigación libre y adecuadamente financiadas.

 

Tercera historia. El conocimiento social en la era de la globalización

La tercera historia tiene que ver con el surgimiento de un nuevo jugador en el campo de las ciencias sociales: las propias ciencias sociales en el mundo no occidental, con una voz y una presencia crecientemente más fuertes simplemente por su tamaño. El Informe sobre las ciencias sociales en el mundo publicado por el International Social Science Council y la Unesco en 2010 ofreció una revisión comprehensiva del estado del arte de las ciencias sociales en el mundo, analizando la dinámica, geografía y estructuras institucionales, materiales y sociales que influencian su producción y circulación. La revisión también examina las brechas que reducen la habilidad de las ciencias sociales para analizar las tendencias de las sociedades humanas y enfrentar con efectividad los desafíos globales. Los mayores esfuerzos del informe estuvieron en mostrar cifras, magnitudes y mecanismos de organización que incluían los rankings de universidades como el de Shanghai y otros similares, además de las principales bases de datos bibliométricas. Claramente un informe de este tipo no podía cubrir todas las posibilidades en un único volumen. Hubo importantes dimensiones que quedaron sin considerar, como es el caso de la capacidad de las ciencias sociales de interpretar la realidad de las unidades sociales heterogéneas que conforman el mundo.

Sin embargo, hoy existen comunidades de investigaciones significativas en países como China, India, Brasil, Sudáfrica, Corea y México, que incluyen a individuos que están repensando críticamente las relaciones entre el conocimiento y el poder en el Tercer Mundo, contribuyendo así a cambiar la arquitectura de la ciencia mundial y la estructura del poder científico. La globalización comienza a reducir el prestigio de las teorías sociales desarrolladas en Europa y Norteamérica y ayuda a elevar el pensamiento intelectual de otras regiones al tiempo que genera anomalías con respecto a conceptos y teorías en Occidente. Más maduras y ubicuas, las ciencias sociales comienzan a hacer preguntas, con más frecuencia y sistematicidad, sobre las categorías sociales y tradiciones de pensamiento que hasta el pasado reciente fueron ignoradas o relegadas bajo el peso de las formas canónicas del conocimiento científico social creado en Occidente, iniciando asimismo la exploración de diferentes conceptos y enfoques metodológicos.

Un creciente número de investigadores, principalmente del mundo no occidental, argumentan que las teorías occidentales pretenden la validez universal aunque no interpretan adecuadamente fenómenos en otros contextos. A su vez, cuestionan que al pretender interpretar la realidad a través de las lentes del modelo occidental las teorías producidas por las ciencias sociales en el resto del mundo también fracasan en entender lo que sucede. Pese a estas limitaciones, la noción de la ciencia se amplió con su creciente difusión y también sufrió cambios más profundos. El énfasis en la permeabilidad de la ciencia al mundo externo se hizo más común a través del "mercado", las oportunidades de financiamiento, las demandas de la sociedad civil o, más concretamente, de sociedades anónimas o de responsabilidad limitada, clientes particulares, etcétera. Lejos de estar aisladas, en esta nueva narrativa las ciencias sociales llegaron a ser percibidas como estrechamente imbricadas con las estructuras económicas, políticas y sociales. Esto implicó toda una nueva serie de limitaciones y posibilidades. En el último cuarto del siglo XX hubo una explosión de estudios institucionales acerca de la actividad científica en diferentes países. Nunca antes la política científica, tanto nacional como internacional, fue tan estimulada, ni habían existido cantidades tan grandes de investigadores sociales evaluando la producción científica y participando en la elaboración de indicadores sobre la ciencia, la tecnología y la innovación en el medio de una globalización creciente.

En los sesenta y los setenta el enfoque de la dependencia había ofrecido una oportunidad de examinar críticamente la hegemonía de la teoría de la modernización y el crecimiento en su seno de la teoría del desarrollo. Este fue un tiempo en el cual los científicos sociales y también los "duros" de América Latina comenzaron a desafiar las teorías sociales desarrolladas en Occidente, reconociendo críticamente la realidad económica y social de América Latina. Los noventa fueron testigos de las exploraciones por científicos sociales del este de Asia deseosos de reconsiderar la validez de las teorías sociales basadas en las experiencias europea y estadounidense. Mientras que las ciencias sociales clásicas en la Europa del siglo XIX habían reflejado los cambios sociales europeos, ahora los científicos sociales asiáticos, africanos y latinoamericanos están repensando las teorías sociales basadas en los cambios sociales en el este de Asia, África subsahariana y Sudamérica. Aunque los grupos de investigación no son tan grandes ni poderosos en recursos, sí pudieran llegar a desafiar la fuerte influencia de Occidente en las ciencias sociales.

En 2001, en un número especial dedicado a la ciencia y sus culturas del International Social Science Journal de la Unesco, del cual fui editora invitada, noté que había muchos tipos de indicaciones que apuntaban a que la ciencia y la tecnología enfrentaban nuevos desafíos, esta vez de carácter global. Mientras que el imperialismo académico se había desvanecido con el fin del sistema colonial, como hemos visto en nuestra primera historia, una versión débil pero penetrante de la hegemonía de Occidente persistía en varias formas después de la Guerra Fría y en lo que ya se presentaba como la era de la globalización.

Cabe explorar si el cuestionamiento que hacen teorías como las de la investigación comparativa (Mahoney y Rueschemeyer, 2003), la indigenización del conocimiento (Hill, 1995), el conocimiento subalterno (Chakrabarty, 1993), la colonialidad del poder (Quijano, 1997), la teoría del Sur (Connell, 2007), el relativismo cognitivo y moral (Lukes, 2008), el multiculturalismo (Inglis, 1995) y otros enfoques similares de la ciencia hegemónica es valioso, al igual que si abre sendas hacia un mundo científico no hegemónico, y en tal caso la pregunta es cómo. No está claro si estas críticas cuestionan las bases epistemológicas occidentales de teorizar y si ayudan a construir ciencias no hegemónicas. No hay contribuciones suficientemente profundas en la dimensión teórica, especialmente en la construcción de modelos por los cuales se conciben el conocimiento mundial y la globalización, como lo refleja el "Informe Mundial de la Ciencias Sociales [IMCS] 2010".

No obstante, tan pronto como se expresan estas opiniones uno debe admitir la debilidad institucional de la investigación social fuera de Occidente. En general, las ciencias sociales en contextos poscoloniales se disociaron de los fundamentos no formales y no institucionales de la sabiduría popular. Si las ciencias sociales alguna vez se relacionaron con esas otras formas de conocimiento fue sólo para aprender sobre ellos pero nunca para aprender de ellos (Kumaran, 2012). En esto último se constituyeron como un elemento importante de la desconfianza inducida por quienes tenían el poder respecto de la conciencia popular, las costumbres que percibían como siendo acientíficas, "contrarias al progreso", siempre confinadas al polo "bárbaro" e incivilizado. El eurocentrismo y el orientalismo son lógicas culturales y epistémicas interconectadas con el imperialismo capitalista y embebidas en las disciplinas sociales para hacer de Europa el punto central de una narrativa para el análisis del desarrollo de la modernidad, silenciando su experiencia imperial y su violencia.

El nacionalismo, y en particular el nacionalismo metodológico en conexión con las ciencias sociales en los países poscoloniales, fue un enlazamiento consciente de un lugar-territorio para crear un conjunto de orientaciones desde donde confrontar los discursos coloniales en las ciencias sociales. La identificación con un lugar les permitió a los intelectuales "nacionales" en diferentes países construir solidaridades intelectuales en contra el conocimiento colonial-poscolonial dominante (Patel, 2012). Los nuevos Estados modernos iniciaron los proyectos modernistas apoyándose, entre otras cosas, en la educación superior para crear la nueva India, Brasil, Corea, Argentina, Egipto, Taiwán, etcétera. El conocimiento social vino a discutir y a representar el cambio social que ocurría en una nación y territorio particular, el Estado-nación, y a permitir la institucionalización de una agenda de problemas particularista de una nueva manera: una evaluación de cómo la modernidad cambió a las instituciones (parentesco, familia, casta y religión) que eran características de un país particular. El conocimiento social también participó en la planificación social de las nuevas sociedades. Al hacerlo, sin embargo, las nuevas ciencias sociales "nacionales" se estructuraron en el marco de las llamadas ciencias sociales internacionales, aumentando la relevancia de las últimas.

No obstante, remontarnos en la historia del pensamiento social y argumentar que las ciencias sociales nacionales son puramente europeas y por lo tanto "erróneas" no es válido. No podemos prescindir de sus categorías analíticas por su genealogía eurocéntrica y colonial, aunque a menudo ofrecen sólo una comprensión parcial y defectuosa. Claramente necesitamos una estrategia multidimensional que desplace a la ciencia hegemónica. Por otro lado, en esta nueva estrategia el Estado-nación parece conservar su significación, aunque no como un sitio para crear "particularidades" sino para la intervención que desplaza el conocimiento hegemónico. Reducir la "sociedad" al territorio nacional en las sociologías nacionalistas de los viejos países coloniales ha creado problemas metodológicos y teóricos que convierten en subalternas las voces y experiencias de los "débiles locales" y "marginales" en su territorio invisible e inaudible. Con el tiempo las disciplinas también se asociaron demasiado estrechamente a los discursos oficiales y con los métodos para comprender la relación entre la nación, el Estado-nación y la modernidad, que fue cuidadosamente evitada en la primera historia a través de los mecanismos del "distanciamiento". Sin embargo, el Estado-nación sigue siendo crucial para hacer política y definir identidades. De esta forma, es un sitio clave de intervención.

 

Discusión

Las tres historias esbozadas más arriba envuelven descripciones de campos intelectuales y los papeles de individuos y colectivos como sujetos y agentes del cambio tanto en la ciencia como en la realidad social. Las tres reflejan maneras particulares de establecer límites y formas de intervención social. Por medio de las tres historias he presentado algunos elementos de un marco analítico que busca ayudar a la comprensión de cómo las ciencias sociales son parte de las diferenciaciones y transformaciones de la sociedad a través de sus expresiones teóricas y prácticas.

Hemos visto que existen problemas con la adecuación empírica de la historia académica, problemas similares a los articulados a fines de los sesenta y comienzos de los setenta por sociólogos de la ciencia como Barry Barnes (1971); y Steven Cotgrove y Stephen Box (1970). En esta conexión, la crítica de la teorización académica separada de las realidades empíricas puede explicarse por una apreciación histórica de las circunstancias en las cuales esa historia surgió y se aseguró credibilidad. En los sesenta algunos científicos académicos, preocupados por los cambios que acompañaron la industrialización, la comercialización y la politización de la ciencia, concibieron nerviosamente la idea de que para el científico académico era peligroso aventurarse en las aguas turbulentas del desarrollo, la industria o el comercio, y de que el contexto académico ofrecía la mejor alternativa de libertad, autonomía e incluso pureza social para algunos con inclinaciones progresistas.

En nuestra segunda historia hemos mostrado que existió una brecha entre el mundo visto por los científicos sociales académicos en la segunda mitad del siglo XX, cuando la profesionalización de la investigación social ocurrió en el contexto universitario, y el mismo pedazo de mundo observado por los especialistas en el desarrollo, con sus lentes enfocados en las dimensiones económicas y sociales. Si el científico académico tiende a aislarse distanciándose de la realidad, el especialista en desarrollo tiende a dar por supuestas las verdades técnicas en paquetes elaborados sin la participación significativa de los sujetos del desarrollo. Aunque no hay una división del trabajo de alguna manera clara, la mayoría de los últimos están en el sur global. No obstante, los teóricos o practicantes de los países centrales y periféricos comparten en última instancia la misma cultura académica, una base común de conocimiento profesional y un elevado nivel educativo formal. Esos elementos les permiten un cierto poder y autoridad en el diálogo con otros. Precisamente muchas de las reacciones y conflictos observados hoy contra el dominio que ejercen las ciencias sociales de la corriente principal envuelven a científicos del sur global que rechazan tener que cumplir un papel ligado a lo que ellos perciben como trabajo aplicado, ya sea en el campo del desarrollo o en el de los estudios de área más que en las ciencias sociales lato sensu.

Las coyunturas culturales y políticas de las cuales surgió el comentario académico tenían características que hicieron particularmente atractiva a los científicos sociales la historia acerca del conflicto de roles. Diferentes de los especialistas en desarrollo y de otros profesionales aplicados, muchos investigadores en ciencias sociales no asumieron el riesgo de saltar de la universidad a otros contextos; la universidad era su hogar natural. Allí se afianzaron y guardaron celosamente sus culturas disciplinarias intelectuales y bastiones institucionales, algunas veces contra la interferencia gubernamental sobre la autonomía proclamada de la academia. En otras ocasiones, demostraron poco interés en abrirse aun para colaborar con disciplinas vecinas en el mismo contexto universitario, manteniendo un control feudal de los temas. Barreras psicológicas internas impidieron que se diera un diálogo más rico en la construcción de nuevos conocimientos y de soluciones.

La profesionalización de la investigación de las ciencias sociales y los regímenes de dedicación completa tomaron un tiempo hasta establecerse. Una vez consolidados, los investigadores a menudo estuvieron inclinados a construir diferencias de tipo ideal entre la vida universitaria y otras vidas posibles fuera de la academia, que se suponía que eran inferiores y perjudiciales para la ética de trabajo de las ciencias sociales académicas. Sin embargo, la descripción real de las actividades cotidianas en ambientes institucionales complejos siempre resulta difícil y no se ajusta a construir diferencias esenciales entre ellas. De esta manera, el hecho de que la investigación en ciencias sociales era claramente un esfuerzo menor en las universidades no importaba. En América Latina, por ejemplo, incluso hoy el 90% de las instituciones de educación superior sólo se ocupan de actividades docentes. La mayor parte de la investigación social se hace en el nivel de posgrado, donde algunas universidades públicas tienen un papel importante (Vessuri y López, 2010), y otras (la mayoría) prefieren gastar la menor energía posible en actividades diferentes a las de la docencia, que consideran como la función primordial de la universidad.

La tercera historia nos conduce a un escenario diferente donde las ciencias sociales están profundamente involucradas en operaciones racionales instrumentalizadas por los Estados, las corporaciones y las ONGS. En este nuevo escenario, el trabajo de consultoría representa un nuevo modelo de producción de conocimiento, apoyado por financiamientos mixtos, que promueven la investigación interdisciplinaria y son sensibles a las demandas del mercado; además, estos proyectos de transformación social también hacen uso del conocimiento de las ciencias sociales. La expansión mundial de las ciencias sociales significa un enorme aumento en la cantidad de egresados y estudios de posgrado en el área. El mero crecimiento en el tamaño de la comunidad de las ciencias sociales implica una gran variedad de visiones y perspectivas. La misma tendencia global se concibe de forma diferente en varias sociedades, con la implicación de que las respuestas al cambio se adaptan al contexto. No obstante, aunque el axioma "el contexto importa" ya no es desafiado en la teoría, sí continúa siéndolo en la práctica. Esto último refleja, así, algunas de las divisiones identificadas por el World Social Science Report 2010. Aunque este informe claramente apoya la visión de la corriente principal de las ciencias sociales, también admite la existencia de desigualdades y asimetrías, que en su visión minan la capacidad de estas ciencias para contribuir con respuestas a los desafíos globales y a analizar las tendencias que afectan a las sociedades humanas.

Su argumento conclusivo pone el énfasis en las disparidades persistentes en las capacidades de investigación en el mundo en general así como en la fragmentación del conocimiento. Respecto de las primeras, la internacionalización del conocimiento parece haber fortalecido a los grandes jugadores existentes. Son evidentes las enormes diferencias en el financiamiento de la educación superior y de la investigación que aumentan la brecha. El trabajo de consultoría politiza indebidamente la producción del conocimiento y rebaja la calidad institucional e individual. El predominio de métodos de evaluación cuantitativos, particularmente en lo que se refiere a la bibliometría y los rankings universitarios, hacen crecer la división. Además, la fuga de talentos y la migración profesional, aunque están presentes en todas partes, tienen efectos nefastos en los países más débiles. Otras cuestiones que el informe toca se refieren a problemas teóricos y epistemológicos como el significado y los límites de la internacionalización del conocimiento de las ciencias sociales, y si esto contribuye o no a mejorar su calidad y relevancia; o como la multiplicación de las disciplinas y su supuesta falta de colaboración, situación que pudiera disminuir su habilidad de responder a los problemas actuales. Ahora bien, el informe apenas toca algunos de los muchos intentos de exploración de lo social sobre diferentes fundamentos epistemológicos y teóricos.

Las condiciones para aplicar las ciencias sociales instrumentales a sociedades no occidentales necesitan revisarse, al igual que las modalidades de adaptación de las últimas a las primeras. Ya se han producido intentos en los contextos más dispares, empezando por los objetos indígenas, que han sido privilegiados a través de su apropiación por las ciencias sociales occidentales. Al examinar las modalidades de selección de estos objetos, la lógica que preside la delimitación de sus fronteras y las formas lógicas y metodológicas que participan en la recolección y tratamiento de los datos, podemos revelar cómo las ciencias sociales occidentales han omitido dimensiones que pudieran ser reinterpretadas, extendiendo el poder explicativo de los fenómenos estudiados, fenómenos que fueron distorsionados, tomados sólo parcialmente, de manera fragmentaria, amputados. Los objetos resultantes ya completados, reconstituidos, serían una manera de comenzar a reconfigurar el campo de las ciencias sociales, apuntando a un mejor alcance, más relevante y verdaderamente internacional.

 

Conclusión

¿Qué tipos de marcos de referencia se necesitan para crear una ciencia social internacional que incluya en sus análisis los procesos conflictivos de dominación-subordinación que han organizado sus diferentes epístemes y silenciado a tantos otros en el mundo? Pareciera que necesitamos un marco comparativo más allá del universal-particular y del global-nacional. La afirmación de la necesidad de combinar el lugar (y no sólo el del Estado-nación) con múltiples voces en el proceso de volverse orgánicamente interconectados entre sí es vital. Un desafío actual es crear un lenguaje y una infraestructura intelectual que puedan reconocer esta compleja matriz cuando se promueven las muchas voces de tradiciones infralocales y supranacionales con sus propias obras culturales, epistemologías y marcos teóricos, culturas de la ciencia y lenguajes de pensamiento, al igual que sitios de producción y transmisión del conocimiento.

Los científicos sociales han comenzado a conceptualizar esta perspectiva de muchas maneras. Algunos la han llamado modernidad global; otros hablan de enredos (entanglements); y otros más de cosmopolitismo. Varios han utilizado el término diversidades, por lo que sugiere de dispersión, de diferencia, de deshomogeneización. Como no podemos olvidar la dimensión del poder, obviamente no es el caso que todos los "otros", los diferentes, estén en una misma línea y sean iguales en términos recíprocos. Permanecen en relaciones mutuas entre sí, organizados por las condiciones de esa mutualidad. Estas condiciones se estructuran en varios niveles de una matriz dinámica de espacio-tiempo.

La separación y autonomía características de la ciencia académica, que inicialmente fueron una barrera útil contra las amenazas que significaban la búsqueda guiada por la curiosidad y el conocimiento libre, serán cada vez más desafiadas por las consecuencias de las políticas de conocimiento para el esfuerzo científico. El debate público ya muestra que hay cantidades crecientes de científicos que dejan sus laboratorios y oficinas para participar en debates públicos acerca del futuro de la ciencia y sobre las consecuencias sociales del desarrollo científico. Al mismo tiempo, públicos cada vez más variados en las sociedades occidentales y no occidentales discuten los papeles sociales de la ciencia formal y de otras formas de conocimiento en sus futuros deseados.

No es cuestión de que se haya cortado la experiencia económica, psicológica o religiosa, en segmentos para estudiarlos de manera separada, sino que se trata de toda la experiencia humana entendida como experiencia de vida. Ya en los sesenta Eric Wolf (1964) afirmaba que cada argumento segmentado del hombre es una camisa de fuerza para la comprensión humana. Nos recordaba que el economista que usa un modelo segmentado del homo economicus no sólo describe a los hombres como hombres económicos; también les dice cómo ser hombres económicos. El psicólogo que estudia a los humanos como un conjunto de respuestas detonadas por un estímulo apropiado enseña a sus sujetos a actuar como lo requiere el experimento. Estos esquemas tienen una simplicidad que los vuelve loables, y quizá consigamos redefinir a los hombres según su imagen aumentando así la predictibilidad y el orden en la sociedad humana. Dada la gama de posibilidades, sin embargo, podemos pensar en una imagen afirmativa de la variedad y la complejidad de la vida humana.

Pareciera que hasta ahora las variantes de la crítica de la ciencia hegemónica mundial sobre la universalización del modelo científico occidental han permanecido dentro de sus propias premisas y no son, por lo tanto, verdaderas críticas, sino sólo variantes de ese modelo de ciencia (Kuhn, 2012). En el proceso de crear la ciencia de la humanidad, la ciencia social pudiera cambiar significativamente. Algunos de esos cambios ya están en camino.

 

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Notas:

1 La traducción, de Hebe Vessuri, fue realizada a partir de la versión en inglés, escrita originalmente para el libro de M. Kuhn y S. Yazawa (eds.), Theories about and Strategies against Hegemonic Social Sciences, Seijo University Publications, 2013, Tokio, pp. 133-154.

3 El Science Policy Research Unit (SPRU) de la Universidad de Sussex, Reino Unido, se convirtió en un centro de atracción para investigadores comprometidos que querían contribuir a los nuevos desafíos del desarrollo y el cambio social. Hace cuarenta años su Sussex Manifesto se enfocó en la escala y ubicación de la actividad científica y tecnológica y fue muy influyente. Este manifiesto temprano correspondía a su tiempo. Distinguía entre las llamadas naciones "en desarrollo" y las "avanzadas" de una manera que hoy resultaría problemática. Argumentaba que las agendas de investigación necesitaban focalizarse en los países "en desarrollo" y en sus necesidades, reclamando que las naciones "avanzadas" dedicaran el 5% de sus propios gastos en investigación y desarrollo a los problemas de los países "en desarrollo". Al reconocer que sería "una locura si no se reformaran las instituciones para realizar estas actividades", el Manifiesto de Sussex resaltaba la importancia de la reforma organizacional (STEPS, 2010).

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