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Sociológica (México)

versión On-line ISSN 2007-8358versión impresa ISSN 0187-0173

Sociológica (Méx.) vol.32 no.90 Ciudad de México ene./abr. 2017

 

Traducciones

Condicionantes del desarrollo de las ciencias sociales

Sérgio Miceli* 

* Sérgio Miceli es profesor titular retirado de la Faculdade de Filosofia, Letras e Ciências Humanas de la Universida de de São Paulo. La fuente de esta traducción es: Sérgio Miceli (1989). “Condicionantes do desenvolvimento das ciências sociais”. En História das Ciências Sociais no Brasil, vol. 1, coordinado por Sérgio Miceli, 72-110. São Paulo: Vértice-Instituto de Estudos Econômicos, Sociais e Políticos de São Paulo-Financiadora de Estudos e Projetos. Se respetaron los criterios de citación y aparato crítico de la edición original. Se eliminaron las referencias en el texto que no tenían una correspondencia en la lista de referencias bibliográficas del propio original en portugués. Traducción del portugués: Sonia Radaelli. Revisión de la traducción: Diego Ignacio Bugeda Bernal


Entre 1930 y 1964, el desarrollo institucional e intelectual de las ciencias sociales en Brasil estuvo íntimamente asociado, por un lado, al impulso alcanzado por la organización universitaria y, por el otro, a la concesión de recursos gubernamentales para la instalación de centros de debate e investigación que no estaban sujetos a la validación de la enseñanza superior. Esos dos patrones de consolidación institucional subsisten hasta hoy, debido a que atienden demandas diferenciadas de grupos sociales emergentes y a proyectos formulados o asumidos por los sectores políticos dominantes. Los proyectos de reforma y expansión de la enseñanza superior condicionaron el espacio concedido a la investigación y la producción académica en ciencias sociales al desempeño de cargos docentes, en el contexto de una política más amplia de profesionalización cuyos primeros frutos fueron los profesores de enseñanza media. Los think tanks creados en dicho periodo tuvieron sus momentos de ascenso, apogeo y decadencia, definidos por el prestigio e intereses de los liderazgos gubernamentales que los protegían de las vicisitudes de la coyuntura política. De cualquier manera, no hubo en ese momento ninguna iniciativa institucional -iniciativas educativas o centros de investigación y discusión- en el campo de las ciencias sociales disociada de las demandas del sistema político o de los grupos empresariales actuantes en los mercados de la enseñanza y de la producción cultural. Por lo tanto, dicho patrón de desarrollo institucional expresa una disociación virtualmente completa entre los científicos sociales y los intereses más apremiantes de los sectores populares. Las consecuencias de ello repercutieron tanto sobre las orientaciones doctrinarias -metodológicas, teóricas, político partidistas-, el perfil de los objetos seleccionados para la investigación y los contenidos sustantivos de la producción académica, como en lo que concierne a las carreras intelectuales y profesionales de los científicos sociales, aunque algunos de esos pioneros pudieron resistir e incluso rechazar o minimizar esas determinaciones, a través de representaciones imaginarias sobre la relación que creían mantener con las clases populares.

Tanto en las ciudades de Río de Janeiro y São Paulo, como en algunos otros estados brasileños -Minas Gerais, Bahía, Pernambuco-, todas las iniciativas concernientes al desarrollo de las ciencias sociales atendían los reclamos y diagnósticos formulados por las fracciones cultas y por los principales grupos de interés en operación en la industria editorial, en los sistemas de enseñanza media y superior, en la llamada gran imprenta -periódicos, revistas ilustradas y de cultura-, en los ejecutivos reformistas de los gobiernos y partidos políticos, y en las organizaciones religiosas. En esos términos, este trabajo busca abordar el problema de las relaciones entre los científicos sociales y la sociedad brasileña a través de la calificación del lugar de esos nuevos especialistas de la capa intelectual al interior de esta formación social. A mediados de los años treinta, empezaron a verse los primeros indicios de una articulación de intereses de las nuevas categorías de productores intelectuales -principalmente los científicos sociales-, a través de la apertura de sociedades científicas, revistas académicas y mandatos de representación en órganos colegiados dentro y fuera de la universidad.

En el eje Río de Janeiro-São Paulo, los principales marcos de la historia política de los años treinta, cuarenta y cincuenta se encuentran en la raíz de iniciativas decisivas para la institucionalización de las ciencias sociales en el país, consolidándose un paralelismo estrecho entre las demandas del sistema político y los contornos del campo institucional en donde se mueven los practicantes de las nuevas disciplinas. En otras palabras: la historia de las ciencias sociales constituye un aspecto del cuadro de transformaciones por el que pasa el proceso de diferenciación del sistema político en sus vertientes pública y privada.

No obstante, el elemento de diferenciación decisivo para los rumbos del proceso de institucionalización de las ciencias sociales brasileñas consistió, principalmente, en el tipo de arreglo alcanzado por los practicantes de las nuevas disciplinas en el ámbito de la enseñanza superior, en este momento en vías de una intensa y rápida transformación. Cabe decir, el perfil intelectual de las ciencias sociales brasileñas varió en medida considerable de acuerdo con el margen de distancia institucional en relación con las escuelas superiores tradicionales; el grado de autonomía frente a sus mentores políticos, partidarios y/o confesionales; y en fin, el espacio social de reclutamiento de los cuadros profesionales para las nuevas disciplinas. El tipo de vínculo con las escuelas superiores tradicionales proporciona insumos indispensables, sea sobre el perfil clasista de los futuros profesionales de las ciencias sociales, si se compara con sus contemporáneos de las profesiones liberales; sea sobre las modalidades propiamente intelectuales de incorporación de la ciencia social extranjera de la época en sus diferentes vertientes doctrinarias y familias de pensamiento -juridicista, politicista, espiritualista, culturalista, racista, etcétera-; sea, finalmente, sobre los espacios conquistados de autonomía académica, financiera y política. Los patrones de relación entre los científicos sociales y sus mentores políticos, partidarios y/o confesionales, permiten ensanchar la caracterización de su posición en la estructura social y, en especial, el lugar que ocupan al interior de los grupos dirigentes. El espacio familiar y ocupacional de reclutamiento de los practicantes de esta disciplina también contribuye para desvelar los lazos de la vida intelectual con la sociedad incluyente.

En el eje Río de Janeiro-São Paulo, las relaciones entre los científicos sociales y los grupos dirigentes adoptan una determinada forma, casi siempre en función de la posición social de aquellos que se miraban como tales y que eran definidos por sus interlocutores como practicantes reconocidos en esos nuevos campos del saber y del poder intelectual.

Científicos sociales

En São Paulo, a pesar de la gran proximidad entre la crema y nata de las élites locales responsables por el recién implantado proyecto universitario y los docentes de la misión extranjera -como atestiguan los relatos de algunos de ellos-,1 las plazas disponibles para la práctica profesional de las nuevas disciplinas fueron cayendo en manos de las mujeres y/o de los descendientes de familias de origen inmigrante, muchas de ellas acaudaladas desde el punto de vista material, pero sin ningún tipo de arraigo anterior al lado de los sectores cultos de los grupos dirigentes. De un total de 150 diplomados en ciencias sociales por la Facultad de Filosofía, Ciencias y Letras de la Universidad de São Paulo (FFCL-USP), en las veinte generaciones tituladas entre 1936 y 1955, 57% eran mujeres y 30% eran chicas y chicos con nombres inmigrantes (véase Cuadro 1), la mayoría de ellos de origen italiano, además de unos cuantos de origen japonés, español y árabe.

Fuente: elaboración propia con datos de la Secretaría de la Facultad de Filosofía, Ciencias y Letras de la USP

Cuadro 1 Diplomados en ciencias sociales en la Universidad de São Paulo (1936-1955) 

En la Escuela Libre de Sociología y Política (ELSP), también funcionando en São Paulo desde 1933, hallamos una tendencia similar en términos de composición social, aunque en proporción inversa en lo que concierne a la distribución por sexo (véase Cuadro 2).

Fuente: elaboración propia con datos de la Secretaría de la ELSP

Cuadro 2 Diplomados de la Escuela de Sociología y Política (1937-1955) 

Cabe observar en ambos casos la presencia de un contingente importante de estudiantes judíos, algunos de ellos pertenecientes a familias de largo arraigo en la comunidad judía paulista.2 Por lo general, los brasileños del contingente de titulados de esos cursos provenían de los sectores industriales empobrecidos -casi siempre de la provincia-, de familias vinculadas a la docencia de la enseñanza media, a la burocracia estatal y al desempeño de cargos intelectuales y culturales (imprenta, etcétera). Independientemente de la explicación que se tenga para dar cuenta de ese perfil de reclutamiento, de entrada se nota que se trata de un patrón bastante diferente del vigente en las escuelas tradicionales de enseñanza superior (derecho, medicina e ingeniería).

Una generación típica de la Facultad de Derecho de São Paulo en la década de 1930 incluía solamente dos o tres mujeres; es decir, la presencia femenina ni siquiera representaba el 1.5% del contingente general de titulados entre 1934 y 1939. En los años cuarenta, la proporción de mujeres se incrementó a una tasa promedio del 3.5%, llegando al 8.5% entre 1950 y 1955. La cantidad de estudiantes de familias inmigrantes -en una distribución similar a la registrada en los cursos de ciencias sociales, es decir, una mayoría de italianos, seguida por las familias árabes, judías, etcétera- en la Facultad de Derecho es bastante menor que la registrada en los dos casos expuestos, aunque el contraste sea menos llamativo que la distribución comparativa por sexo, ubicándose en alrededor de 15.5% en los años treinta, elevándose diez puntos porcentuales en la década de 1940 y progresando en esa dirección ascendente al inicio de los años cincuenta.

Un análisis sucinto de los nombres registrados en el listado de los titulados en derecho paulistas permite reconstruir el perfil social de la clientela cautiva de un establecimiento tradicional de enseñanza superior. De entrada, se constata -como era de esperarse- un suministro regular de cuadros para las élites actuantes en las diferentes ramas del Poder Judicial y de la Magistratura, en los mandos políticos de las áreas públicas de Justicia, Seguridad y Policía (Gama e Silva, Alfredo Buzaid, Miguel Reale, Orlando Zancaner, Octávio Gonzaga Jr., Hely Lopes Meirelles, Hélio Bicudo, etcétera), en los despachos y mesas de abogados, y en los cargos docentes y de creación intelectual en la propia enseñanza jurídica (Godofredo da Silva Telles, Rubens Cintra Gomes de Souza, Vicente Marotta Rangel, etcétera). Sin embargo, en ese periodo la Facultad de Derecho era el gran semillero de personal político e institucional, tanto que allí se socializaron algunos de los principales líderes y políticos profesionales contemporáneos, muchos de los cuales se encuentran actualmente en el auge de sus carreras (Franco Montoro, Jânio Quadros, Ulysses Guimaraes, Abreu Sodré, Severo Gomes, Almino Affonso, Plínio de Arruda Sampaio, Chopin Tavares de Lima, Rogê Ferreira, etcétera), en convivencia cercana con los herederos de las élites económicas (Aloysio Foz, Sebastiao Paes de Almeida, Walter Moreira Salles, Gastão Eduardo de Bueno Vidigal, José Carlos de Moraes Abreu, Pedro Conde, Júlio de Mesquita Neto, etcétara) y con los herederos de las élites de las comunidades judía y árabe de São Paulo.3 Por último, cabe registrar el hecho de que la Facultad de Derecho siguió produciendo una buena cosecha de figuras destacadas en las carreras intelectuales no científicas, en especial las literarias (Domingos Carvalho da Silva, Miroel Silveira, Péricles Eugênio da Silva Ramos, Clóvis Garcia, Hilda Hilst, Renata Pallotini, etcétera).4

Como se sabe, los responsables de los cursos de ciencias sociales lograron consolidar su continuidad institucional empeñándose en contribuir a la formación de docentes para la enseñanza media que, en aquel entonces, constituía un espacio profesional seguro en donde incluso una parte importante de los académicos de derecho buscaba colocarse, debido a la necesidad de complementar sus ingresos o de financiar por sí mismos sus estudios (Jânio Quadros, entre otros). Seguramente una proporción considerable de las mujeres o hijos de inmigrantes -algunos de ellos eran los primeros de su familia en frecuentar una escuela superior- de esas generaciones de licenciados paulistas de la USP o la ELSP jamás hubiese imaginado sacar adelante toda una carrera académica dedicada a la docencia y a la investigación. Lo más probable es que ingresaran en uno de los dos cursos de ciencias sociales abiertos en la capital paulista, por considerar que representaban una alternativa de formación escolar y cultural acorde con sus pretensiones más modestas de proyección social, si se comparan con los privilegios todavía relacionados con los títulos y carreras liberales tradicionales. Además, había varios estudiantes de ciencias sociales de la usp, mujeres en su gran mayoría, que eran maestros de primaria en régimen de comisión; vale decir, descargados de su actividad docente con goce de sueldo para llevar a cabo un curso superior. Se puede incluso lanzar la hipótesis de que tal vez una proporción significativa de ese primer contingente no habría tenido otra posibilidad de acceso a la enseñanza superior de no haber sido por la apertura de la nueva carrera.

Cuando se sabe que, en 1939, aproximadamente un tercio de las escuelas de enseñanza media del país estaban ubicadas en el estado de São Paulo, se entiende por qué el acceso a la institución universitaria tuvo la tendencia de convertirse en un recurso social que los sectores emergentes ambicionaban. Como se puede ver, las relaciones de la universidad con la enseñanza media eran complejas y no se reducían a las funciones de canalización para la mano de obra titulada desprovista de otras inserciones en el mercado. São Paulo era el mayor mercado para docentes de nivel medio, constituyéndose por ello en una vía de doble sentido: ofrecía inserción alternativa y, en su caso, garantizaba el sostén material de los aspirantes y candidatos a la enseñanza superior en aquellas filas que entonces se abrían.

De cualquier manera, la cantidad considerable de mujeres en los cursos de ciencias sociales responde a ciertas características del mercado académico que se estaba constituyendo. El hecho de que muchas de ellas dejaran las ciencias sociales para dedicarse al psicoanálisis, la pedagogía, la psicología o el matrimonio de tiempo completo no debe llevarnos a olvidar que muchas otras se profesionalizaron como científicas sociales, alcanzando niveles de reconocimiento académico e intelectual comparables a los logrados por sus colegas y contemporáneos varones.5 Por cierto, la proporción relativamente alta de alianzas matrimoniales que involucraron a la generación pionera también contribuyó a reforzar los lazos de cohesión afectiva y profesional entre los integrantes de esa nueva categoría de productores intelectuales.6

La tendencia de ambas escuelas paulistas de ciencias sociales de operar de forma creciente como centros autónomos de estudios e investigación, orientadas principalmente hacia la formación de sus futuros cuadros reproductores y, al mismo tiempo, permitiendo la titulación de profesores para la enseñanza media en donde la cantidad de plazas disponibles seguía siendo abundante, ciertamente atrajo a jóvenes provenientes de familias inmigrantes. Esa alianza caracterizaba una ruptura socialmente significativa con los espacios habituales de reclutamiento para la enseñanza superior: de alguna manera, los atractivos eran mucho más desafiantes por no corresponder a una demanda precisa ni a lugares definidos en el mercado de trabajo de los titulados. En otras palabras, la probable fascinación de las nuevas carreras científicas residía en el hecho de que constituían una oportunidad casi única -quizá por primera vez en la historia del país- de acceso a una profesión intelectual cuyos integrantes podrían lanzarse al mercado como detentadores de una oferta personalizada, con nombre propio y, por consiguiente, en condiciones de suscitar su propia demanda. Mientras la producción de docentes para la enseñanza media obedecía al pie de la letra a la demanda social existente, la producción de docentes e investigadores en ciencias sociales dependía cada vez más de la demanda -oferta de nuevas plazas en las facultades aisladas de la provincia, en centros de investigación e instituciones culturales, etcétera- generada por la propia categoría intelectual en formación.

En Río de Janeiro, la misión de docentes e investigadores extranjeros contratados se topó con una coyuntura bastante diferente, tanto al interior de la entonces embrionaria y frágil organización universitaria, como en términos de la relación entre la jerarquía académica todavía incipiente y los detentadores del poder político, sometidos a las presiones de los grupos de interés doctrinarios y confesionales en lucha abierta por espacios en la máquina gubernamental en expansión. Habiéndose convertido desde los primeros momentos de su creación en un terreno de enfrentamiento cerrado entre liberales, izquierdistas, católicos e integralistas -con predominio de los dos últimos-, la recién abierta Universidad del Distrito Federal quedó de inmediato inviable políticamente frente a los ataques perpetrados por los liderazgos católicos junto a las autoridades al frente del Ministerio de Educación. En 1939, la extinción de la Universidad del Distrito Federal por decisión del gobierno central abrió espacio para la creación de la Facultad Nacional de Filosofía, bajo la tutela agresiva de un combativo liderazgo católico en sintonía permanente con el ministro Capanema hasta la caída del Estado Novo.7 En las circunstancias políticas de la entonces capital federal, marcada -como era de esperarse- por una fuertísima injerencia del poder político sobre los destinos de la organización universitaria, no existían las mínimas condiciones favorables para un proceso de institucionalización de las ciencias sociales fundado en la profesionalización de las tres decenas de licenciados entre 1939-1948 que, con honrosas excepciones -Costa Pinto, Guerreiro Ramos, etcétera- no se convirtieron en docentes y/o investigadores de tiempo completo.

Instituciones

La diferencia entre los casos carioca y paulista es tan flagrante en ese particular que, en la capital del país de aquel entonces no se llegó a constituir un equipo de investigación, un grupo de docentes y ni siquiera una corriente de pensamiento sustentada por la universidad. En S ão Paulo, la jerarquía académica que se fue construyendo en las dos primeras décadas de funcionamiento fue modelada por docentes extranjeros entrenados en las reglas y las costumbres de la competencia académica europea -francesa, en particular-, empeñados en instaurar un listado de procedimientos, exigencias y criterios académicos de evaluación, titulación y promoción. El acceso a los puestos de jefatura y liderazgo estuvo condicionado, invariablemente, por la producción y defensa del doctorado, el examen de oposición para la libre docencia y la conquista de la cátedra, llenándose esos lugares preferentemente con licenciados nativos que consolidaron su reputación por la excelencia de su producción intelectual, la presunta herencia de las plazas liberadas por el regreso de los extranjeros a sus países de origen, o bien por una combinación variable de ambos factores. En Río de Janeiro se observa en las dos iniciativas universitarias mencionadas una carrera política en torno a las plazas disponibles, las cuales se convirtieron después en blancos del clientelismo y, rápidamente, fueron ocupadas por docentes extranjeros por “encima de cualquier sospecha” doctrinaria, por jóvenes provenientes de la provincia recién llegados a Río de Janeiro bajo la sombra de algún protector o mandamás político y por docentes transferidos de cátedras de enseñanza jurídica o médica, algunos de los cuales habían probado ser intelectuales de primera línea (por ejemplo, Víctor Nunes Leal).8

Por todas esas razones, en el Río de Janeiro de finales del periodo aquí tratado las únicas instituciones universitarias que se consolidaron fueron las que estaban bajo el estricto control confesional de la Iglesia católica. En la entonces capital federal, el vigor institucional e intelectual de las ciencias sociales estuvo, por lo general, anclado en iniciativas asumidas o tomadas a su cargo por los sectores políticos y gubernamentales influyentes. En ese sentido, la experiencia isebiana es ejemplar. El Instituto Superior de Estudios Brasileños (ISEB) era una alianza entre refinados jóvenes intelectuales de familias acaudaladas y licenciados mil usos de familias resarcidas; los primeros deseosos de impulsar su irresistible ascenso político a través de una presencia articulada en el sector privado, en el gobierno y en las instituciones culturales; los demás, discerniendo en estas últimas las posibilidades de asociar sus veleidades intelectuales a la militancia política. Los isebianos de estirpe eran los miembros de las élites que disponían de un patrimonio personal y familiar, socialmente destinados al desempeño de mandatos políticos, a los negocios públicos; los de uniforme pertenecían a los sectores sociales emergentes, justamente por su calificación escolar y los exámenes de mérito en las cuestiones de inteligencia, política, ética y cultura. Está claro que se trataba de una asociación un tanto perversa, en la cual los adinerados no tenían tiempo ni disposición para los encargos docentes y administrativos de los que se ocupan los demás; y éstos, a su vez, no disponían del prestigio de las relaciones sociales necesario para la obtención de recursos financieros con los que hacer viable la propia institución en que los primeros se apoyaban y los segundos se cobijaban.

Mientras en São Paulo los científicos sociales activos en la Escuela Libre de Sociología y Política y en la Universidad de São Paulo encontraron como investigadores y profesores una plaza de tiempo completo, sus contemporáneos isebianos -algunos de ellos ni siquiera pertenecían a la universidad- hicieron de sus cargos académicos un complemento prestigioso entre otras innumerables actividades, cargos, atribuciones y negocios personales.9 Otro indicador revelador de la situación paulista es el hecho de que las dos sociedades científicas en el área de ciencias sociales fundadas en ese periodo fueron creadas en São Paulo, donde también se realizó el Primer Congreso Brasileño de Sociología.10 Incluso los gérmenes de un recorte disciplinario todavía incipiente acabaron encontrando en São Paulo, si bien no una práctica expresada en obras y tomas de posición, por lo menos sí una explicitación del lenguaje de la comunidad científica en vías de constitución. Aunque innumerables integrantes de las primeras generaciones de licenciados -y muchos de los oyentes interesados en las conferencias de maestros extranjeros- hubieran recibido una formación en las escuelas tradicionales, dicha influencia intelectual no significó de ninguna manera un compromiso inmodificable con la agenda de lecturas, estudios y preocupaciones impuestos por la antigua herencia de la enseñanza jurídica o médica. En Río, el impacto del paradigma juridicista y/o militante se reveló mucho más persistente, ý contribuyó a entronizar los modelos de interpretación desarrollista como criterio de relevancia intelectual. En esas condiciones, otra diferencia notable entre Río y São Paulo está ligada al tenor de lo que se entendía por “excelencia intelectual”. Mientras en la capital federal se fue construyendo una jerarquía de objetos y problemáticas en función de su relevancia para el debate político más amplio -lo cual equivalía a dar prioridad a los contenidos en detrimento de los procedimientos científicos-, en São Paulo prevaleció de inmediato una jerarquía propiamente académica, que privilegiaba los métodos de apropiación científica -empezando por el trabajo de campo- y los focos de interpretación sobre la relevancia política. Sin embargo, cabe registrar que el aspecto “moderno” -por decirlo de alguna manera- de la reflexión y de la producción cariocas en ciencias sociales durante el periodo aquí tratado derivaba de su preocupación sistemática con las formas y mecanismos de intervención y planeación en los campos económico y social, lo cual solamente se manifestaría en la producción de la escuela sociológica paulista al inicio de los años sesenta. En ese momento, algunas de las figuras más representativas del grupo paulista comenzaban a hacer público un proyecto de participación política en sentido lato, ya fuera en sus obras -donde incorporaron los fundamentos “desarrollistas” y “transformadores” característicos de la producción carioca-, ya fuera a través de posturas “progresistas” en relación con los tópicos más candentes de la agenda pública de la época.

A pesar de que el proyecto de “comunión paulista”11 había sido fruto de una alianza entre vanguardias intelectuales y empresarios culturales -como el Grupo Mezquita-, la organización universitaria que de ahí resultó fue rompiendo progresivamente los lazos con ese mecenazgo y reivindicando un espacio propio de funcionamiento y autoridad. En rigor, la consolidación institucional uspiana se fue construyendo en medio del creciente desencuentro entre los objetivos del proyecto original -tal como fuera definido por los sectores de élite responsables del mismo- y los rumbos académicos profesionalizantes por donde se orientó la universidad en respuesta a las demandas de la base social que atendía (los titulados). Dicho pleito, seguramente, no habría tenido éxito de no ser por el ritmo avasallador de las transformaciones económicas y sociales en curso en el estado de São Paulo, sede de los focos más intensos de industrialización, urbanización y modernización de los sistemas de enseñanza y de producción cultural. En otras palabras: en São Paulo sucedió una coalición entre el “proyecto iluminista” de las élites locales y la irresistible profesionalización de sectores medios en ascenso social. En Río de Janeiro, las experiencias institucionales en la órbita de la Secretaría de Educación y Cultura a lo largo de los años cincuenta fueron justamente las más marcadas por el modelo universitario, en parte debido al simple hecho de haber constituido equipos de investigación con innumerables titulados egresados de los cursos paulistas.12

En efecto, los recursos públicos viabilizaron tanto las iniciativas cariocas como las paulistas, pero se pueden registrar, no obstante, dos modalidades de apropiación del apoyo público. En São Paulo, la organización universitaria estuvo desde el inicio completamente estatizada, sin que dicho vínculo presupuestal y de jurisdicción administrativa se tradujese en menoscabo de su autonomía académica e intelectual. A dicho desenlace institucional contribuyó en particular el carácter independiente y privado de los círculos intelectuales paulistas, responsables en la época por la creación reciente de negocios culturales de pequeño y mediano porte -librerías, clubes y cooperativas de artistas, galerías de arte, etcétera-, de algunos importantes vehículos de difusión cultural -revistas y suplementos-, de iniciativas empresariales ambiciosas -Teatro Brasileiro de Comédia (TBC), Companhia Cinematográfica Vera Cruz-, de editoriales comerciales -como Brasiliense y Martins- y de grandes instituciones culturales -museos, etcétera. Por otro lado, ese modo peculiar de apropiación no clientelar del patrocinio público terminó por cristalizar en el caso paulista, ya fuera en función del grado de diferenciación a que llegara la estructura ocupacional de las profesiones superiores, ya como fruto de una situación política estatal marcada por la supremacía de liderazgos populistas relativamente alejados de los círculos académicos e intelectuales (Adhemar de Barros fue interventor entre 1938 y 1941 y gobernador en los periodos 1947-1951 y 1962-1966; Jânio Quadros fue gobernador en el periodo 1954-1958) y por una presencia un tanto mitigada de los grandes partidos nacionales entre 1945 y 1964. Así, no fue por casualidad que la Fundação de Amparo à Pesquisa do Estado de São Paulo (FAPESP) haya sido creada en 1961 y comenzado a funcionar en el año siguiente durante la gestión Carvalho Pinto (1959-1962). En esas condiciones, las diferencias entre Río de Janeiro y São Paulo derivan tanto de la distinta relación que los científicos sociales mantenían con los poderes públicos no académicos, como de una estructuración bastante diversa de la clase dirigente y de las formas de sociabilidad política y cultural, con impacto inmediato sobre el sistema de producción cultural.

En São Paulo, las ciencias sociales florecieron en los espacios académicos abiertos en respuesta a los diagnósticos formulados por los sectores cultos de la clase dirigente local con miras a una posterior recuperación de la hegemonía política perdida en los treinta y pisoteada en 1932. Tanto la Escuela Libre de Sociología y Política como la Facultad de Filosofía, Ciencias y Letras de la Universidad de São Paulo estaban destinadas, al inicio, a la formación de personal técnico altamente calificado, ambas sostenidas por recursos movilizados del sector privado. Muchas otras iniciativas culturales a lo largo de las décadas de 1940 y 1950 en São Paulo fueron igualmente costeadas por liderazgos empresariales privados, contribuyendo a ensanchar la oferta de puestos en un mercado de producción y difusión cultural crecientemente diversificado.13 En esas condiciones, se entiende por qué la continuidad institucional de los centros universitarios paulistas de pronto tomó el rumbo de un proceso acelerado de profesionalización, distanciándose bastante de los núcleos de decisión política en el estado y, en consecuencia, dando margen a la constitución de una cultura académica como sustituto envolvente de una ideología meramente corporativa o profesional. En el mismo sentido de las experiencias europeas y estadounidense, en la Universidad de São Paulo sólo existió una vida académica, entendiéndose por eso una actividad profesional permanente de docentes e investigadores en condiciones de hacer de la institución el centro de su vida personal -afectiva y profesional-, el lugar de sus realizaciones, su espacio prioritario de sociabilidad, el horizonte último de sus expectativas de mejoría social y la instancia decisiva de reconocimiento al mérito científico e intelectual. Sin lugar a duda, la experiencia universitaria paulista se fue viabilizando en razón directa del fracaso y vaciamiento del proyecto inaugural. En otras palabras: los grupos sociales emergentes, privilegiados por esa expansión de la enseñanza superior, derrumbaron el proyecto universitario albergado por las élites.

Mientras en São Paulo los científicos sociales se volvieron cada vez más académicos profesionales, metidos de lleno a construir la corporación de cuyo éxito ellos eran los más interesados y los primeros en beneficiarse, los practicantes de las ciencias sociales cariocas eran por entero -en su mayoría y con las excepciones conocidas- miembros de las élites políticas y culturales. Para cerciorarse de ello basta confrontar los integrantes del núcleo central de la escuela sociológica paulista con las figuras de punta del Instituto Brasileño de Economía, Sociología y Política (IBESP) y, más adelante, del ISEB.14

En estados más apartados de los centros de la vida intelectual del país -como Pernambuco, Bahía y Minas Gerais-, el suministro de practicantes de las ciencias sociales ocurrió a través de las escuelas superiores tradicionales y por intermedio del trabajo de divulgación ejercido por autodidactas. En esos estados fueron las instituciones ya establecidas de enseñanza superior las que buscaron incorporar a las nuevas disciplinas en su agenda de preocupaciones y en su programa de trabajo, empezando por el espacio cedido a los órganos de la prensa local y por la oferta de plazas docentes en las escuelas normales y de educación media oficiales.15 Por ejemplo, en Minas Gerais la enseñanza de las ciencias sociales se implantó primero en los colegios universitarios conocidos como “cursos pre”, anexos a las facultades superiores, y en la enseñanza media, en ambos casos a través de docentes improvisados. En 1941, el primer curso universitario de ciencias sociales estuvo organizado en lo que era la Facultad de Filosofía, Ciencias y Letras de Minas Gerais; tuvo tan sólo cuatro alumnos en la primera generación y al año siguiente cerró sus actividades por falta de candidatos. En 1946, la formación del Instituto de Educación permitió introducir la sociología en la enseñanza media y normal. El curso de ciencias sociales de la Facultad de Filosofía reinició sus actividades en 1947 y, ya en 1953, la Facultad de Ciencias Económicas inició los cursos de Sociología Política y de Administración Pública, buscando a través de esa articulación curricular abrir otros caminos de profesionalización.16

Mientras tanto, los lazos diferenciados con la institución universitaria, sea en cuanto al público social afectado o en términos del grado de autonomía logrado por las ciencias sociales respecto de las escuelas superiores tradicionales, no alcanzan a dar cuenta del comportamiento político de los científicos sociales. El perfil institucional e intelectual de éstos en el eje Río-São Paulo siempre dependió fuertemente de las relaciones de distancia o proximidad que mantenían -y mantienen hasta hoy- con la actividad política propiamente dicha, dentro y fuera de los muros académicos. Sólo a modo de contraste esclarecedor, se podría decir que Río de Janeiro es a la política lo que São Paulo a la ciencia, dando cuenta, por un lado, de la fina sintonía entre la actividad política e intelectual de la capital del país y, por otro, de la distancia tangible entre los principales integrantes de la escuela sociológica paulista y los foros privilegiados de la militancia política en el estado.17

En Río de Janeiro, como bien lo demuestra Almeida, las ciencias y los científicos sociales se desarrollaron en intimidad social e institucional con la política, en algunas ocasiones siendo las instituciones de abrigo órganos de la maquinaria gubernamental y en otras constituyendo los frentes de combate doctrinario al servicio de liderazgos que disputaban espacios en la arena política. En São Paulo, los científicos sociales se movían a distancia de las luchas académicas y políticas que giraban alrededor de la Facultad de Derecho durante el periodo del Estado Novo. Vale decir, el entrenamiento académico de los futuros cuadros de la política profesional; el pulimento de las vocaciones de los postulantes a las carreras políticas -ejecutivas, parlamentarias, judiciales, etcétera-; los conflictos doctrinarios entre facciones ideológicas contrarias; el enfrentamiento de las fuerzas y mandatarios gubernamentales; el involucramiento con los temas y cuestiones políticas más candentes; en resumen, todas las situaciones alrededor de las cuales va tomando cuerpo el trabajo político, tenían lugar en el ámbito privilegiado de la Facultad de Derecho del Largo de São Francisco. En ella tuvieron aliento los liderazgos políticos del periodo democrático, muchos de ellos en activo hasta hoy. Todos hicieron ahí su aprendizaje político, concursando en las planillas para la dirección, participando en marchas y eventos de resistencia al régimen autoritario, firmando manifiestos y buscando afianzar un espacio propio para la representación estudiantil (Unión Nacional de Estudiantes, UNE), movilizando docentes y, finalmente, encuadrándose en los movimientos y partidos que iban tomando forma en los inicios del proceso de redemocratización a mediados de los años cuarenta.18

La preocupación por caracterizar detenidamente las relaciones entre los científicos sociales y la institución universitaria se explica por el hecho de que el carácter de esta conexión constituye un elemento esclarecedor de los rasgos relevantes de ese periodo formativo de las ciencias sociales. Desde el punto de vista de las relaciones entre las recién implantadas instituciones universitarias de la materia y los establecimientos tradicionales de enseñanza superior, la diversidad de situaciones y experiencias condicionó el perfil escolar e intelectual de los practicantes de las nuevas disciplinas, el tenor de la problemática con que pasaron a lidiar los diversos equipos de profesores e investigadores, y el grado de sujeción a los paradigmas en curso en el campo intelectual interno. Así por ejemplo, ambos experimentos paulistas de los años treinta se viabilizaron fuera de las escuelas superiores más antiguas; mejor dicho, rompiendo en cierta medida con los horizontes institucionales, doctrinarios y políticos encarnados por la antigua Facultad de Derecho. La creación de la Facultad de Filosofía, Ciencias y Letras en 1934 se concretó mediante una negociación según la cual las escuelas superiores ya implantadas lograron conservar su autonomía organizacional, académica e intelectual, al igual que las ventajas acumuladas en términos de peso y representación política dentro y fuera de la corporación universitaria. Aunque esa coexistencia, algo forzada, hubiese exacerbado la necesidad de los responsables de los cursos de formación científica por encontrar una finalidad práctica para la enseñanza llevada a cabo en ellos, tal distanciamiento interinstitucional constituyó una vía de doble sentido: garantizó un mínimo indispensable de independencia académica y, por otro lado, instó a los practicantes de las nuevas disciplinas a organizarse en moldes académicos idénticos a los vigentes en derecho, medicina e ingeniería. El marco universitario servía de protección para las pretensiones y los eventuales proyectos de injerencia en los asuntos académicos por parte de instancias externas al poder universitario, fueran gobernantes y políticos estatales, sectores empresariales -dueños de grandes periódicos- o liderazgos confesionales -católicos o protestantes, unos y otros con grandes intereses en todos los niveles del sistema de enseñanza.19

En Río de Janeiro y en Minas Gerais, los practicantes de las ciencias sociales en el mismo periodo eran, en su mayoría, titulados en derecho, aunque también se registra la presencia, casi siempre intelectualmente estimulante e innovadora, de los primeros titulados en ciencias económicas. Con todo, unos y otros se asemejaban al perfil típico de sus carreras profesionales, buscando conciliar el trabajo en oficinas y empresas privadas con una carrera política que, por lo general, se traducía para esos jóvenes ambiciosos en cargos de asesoría o puestos de confianza junto a los centros de decisión de los gobiernos estatales y federal;20 eran, por decirlo de alguna manera, anfibios, si los comparamos con sus contemporáneos de la universidad paulista. La élite intelectual de la que los integrantes de la escuela sociológica paulista formaron parte derivaba su pretensión de poder y privilegio social de la excelencia de su trabajo académico. Los intelectuales isebianos del periodo pionero parecen operar mucho más de acuerdo con el modelo usual de las élites brasileñas; es decir, bajo la inserción en un anillo informal de poder cuyos integrantes usan recursos asociados con prestigios complementarios: lazos familiares, relaciones de amistad e influencia, patrimonio, relaciones políticas y confesionales, y de ahí en adelante. Hélio Jaguaribe, Cândido Mendes de Almeida, João Paulo de Almeida Magalhães e Israel Klabin tenían entre veinticinco y treinta años en 1953, cuando se creó el IBESP -embrión del futuro ISEB-, eran licenciados en derecho, algunos con cursos de especialización en economía y filosofía en el extranjero; dos de ellos empresarios industriales y los demás asesores de grandes grupos económicos y compañías privadas nacionales y extranjeras; consultores de organismos de representación patronal, casi todos ocupaban posiciones docentes en establecimientos universitarios cariocas, pero estaban desprovistos del tiempo y de las disposiciones intelectuales requeridas para el ejercicio integral de sus tareas académicas, a la manera de lo que ya venían haciendo sus contemporáneos paulistas en la misma franja etaria. En contraste, una parte ponderable de los integrantes de la escuela sociológica paulista no estaba hasta entonces ligada a los sectores dirigentes cultivados y, por lo mismo, no se sentía a gusto realizando las prácticas y cultivando los géneros -ensayo de ideas, artículo de divulgación, crítica cultural, etcétera- de la producción cultural asociadas con el culturalismo diletante o el ensayismo característico de las grandes luminarias y pensadores políticos de la oligarquía.

Tales diferencias están en la raíz de definiciones bastante contrastantes de lo que es la ciencia social, prevaleciendo en Río de Janeiro una concepción “intervencionista”, “militante” y “aplicada”, cuya expresión intelectualmente acabada fueron las teorías desarrollistas, mientras que en São Paulo pareció imponerse una fuerte preocupación por el entrenamiento metodológico, la lectura de los clásicos, el trabajo de campo individual y/o en equipo y toda una socialización académica-disciplinaria, en ese entonces bajo la hegemonía del paradigma sociológico funcionalista.21 En ese sentido, la ciencia social carioca -en especial la practicada en la década de 1950- siempre se mostró decididamente politicista, codo a codo con la formulación de diagnósticos y sus respectivas consignas, al paso que la mentalidad cientificista en São Paulo volcó su atención a las condiciones estructurales de formación y expansión de la sociedad brasileña en su rostro paulista, con énfasis especial -en un primer momento- en los estudios de comunidad y sobre asimilación y aculturación de inmigrantes, pasando de ahí al conjunto de investigaciones acerca de relaciones raciales y, sólo a principios de los años sesenta -incluso con la creación del Centro de Estudios de Sociología Industrial y del Trabajo (CESIT)-, politizó en otra dirección su problemática y se volcó prioritariamente al estudio de grupos sociales estratégicos en los procesos de industrialización y urbanización (sector obrero, empresarios, inmigrantes, etcétera). El análisis ya realizado por Almeida (1987) sobre la Revista Brasileira de Estudos Políticos (RBEP) evidencia un arraigo intelectual idéntico a las concepciones dominantes en Río de Janeiro en un estado menos marcado por la institucionalización de la vida universitaria. El núcleo de la RBEP estaba conformado por juristas, algunos de ellos con participación política en los poderes Ejecutivo o Legislativo, por lo general ligados a los partidos conservadores, sin mayores lazos con las tareas docentes y de investigación dentro o fuera de la universidad. Nada de ello impidió que más del 70% de los colaboradores de la revista en cuestión tuviese su principal ocupación en la universidad, causando además que la publicación minera se ubicase en un territorio de confluencia entre los “grandes paneles del desarrollo histórico brasileño” de la corriente isebiana, los estudios de comunidad entonces en boga y los análisis sobre las condiciones de formación de la sociedad de clases, que eran la marca registrada de la escuela sociológica paulista en su vertiente uspiana. La contribución más original de la RBEP consistió sin duda en los análisis de los procesos electorales y su impacto sobre el sistema partidista, al igual que en los perfiles interpretativos de las instituciones políticas brasileñas. Por otro lado, la temática constitucional y jurídica presente en la RBEP, hasta ese entonces objeto privilegiado del derecho público, refleja las afinidades electivas que la vida intelectual en aquel estado siempre mantuvo con las instituciones y los actores del sistema político.22

São Paulo fue prácticamente el único espacio institucional donde se construyó algo cercano a lo que podría calificarse una élite propiamente intelectual. En una perspectiva de historia intelectual comparada, la crema y nata de los científicos uspianos era lo que más se asemejaba a la fracción cultivada de la clase dirigente, capaz de hacer valer su presencia y autoridad respecto de la contribución para el ejercicio de funciones culturales irreductibles a su aportación económica.23 Este hecho tuvo consecuencias perdurables en lo concerniente a la posición social e institucional de los científicos sociales y de sus obras, sobre todo en lo referente a las relaciones que esa “alta clase media no económica” mantiene con los detentadores del poder económico y político. Por consiguiente, en São Paulo el proceso de diferenciación social y funcional al interior de los grupos dirigentes alcanzó un grado de complejidad inexistente en otros estados.

En verdad, el ritmo de las transformaciones institucionales en curso en la enseñanza superior y en el sistema más amplio de producción cultural afectó el contenido de las obras y las definiciones concurrentes de la excelencia intelectual sólo a mediano y largo plazos. Las primeras consecuencias en la vida intelectual brasileña surgidas de la creación de la Escuela de Sociología y Política y de la Facultad de Filosofía de São Paulo se hicieron sentir sólo veinte años después. Los principales integrantes de la escuela paulista produjeron sus tesis y empezaron a publicar sus primeros artículos y libros entre 1953 y 1964. Hasta entonces, el mayor impacto derivado de los nuevos experimentos llevados a cabo en la enseñanza superior, tanto en Río de Janeiro como en São Paulo, consistió -sin lugar a duda- en los horizontes intelectuales y académicos abiertos por los docentes e investigadores extranjeros en misión oficial en el país.

Mercados

Entre 1930 y 1964, el desarrollo institucional e intelectual de las ciencias sociales en Río de Janeiro, particularmente hasta el inicio de la secuencia IBESP-ISEB, dependió íntimamente de las demandas formuladas por quienes detentaban el poder político. En la entonces capital federal del país -centro de las luchas que involucraban a las diversas facciones de jóvenes intelectuales radicalizados en los años posteriores a la década de 1930-, prácticamente todas las iniciativas de “construcción intelectual” que repercutieron en el momento y a largo plazo sobre las ciencias sociales estuvieron subordinadas a los recursos estatales y a los proyectos políticos de liderazgos emergentes al interior de la maquinaria gubernamental. Todo esto lleva a creer -sobre todo en el periodo que va de 1930 a 1945, cuando cae el Estado Novo-, que los principales patrocinadores de las reformas educativas y culturales fueron los mentores intelectuales y políticos al frente del entonces Ministerio de Educación y Salud Pública, primero a través del ministro Francisco Campos -aliado del grupo de reformadores de la educación- y después por intermedio del ministro Gustavo Capanema. Este último afianzó su carrera política en función de las alianzas celebradas con los principales grupos de interés en el campo de la enseñanza y de la cultura, particularmente la Iglesia católica y sus portavoces laicos (Alceu Amoroso Lima, Jônatas Serrano, Hamilton Nogueira, etcétera) y eclesiásticos (el cura Leonel França, por ejemplo), así como debido a los espacios conquistados por las sucesivas iniciativas que favorecieron la incorporación de artistas e intelectuales que cubrían prácticamente todos los matices del espectro ideológico. Capanema fue indiscutiblemente el responsable de la política cultural más consecuente en términos de los efectos duraderos que hasta hoy se dejan sentir en el ámbito de las instituciones culturales públicas y del mayor impacto político logrado por la envergadura de sus aliados en la época. A pesar del relativo fracaso de ambas iniciativas universitarias cariocas de los años treinta, cuando las comparamos a los intereses similares paulistas, advertimos que sirvieron para hacer explícitos los móviles de la competencia y los intereses divergentes entre los diversos círculos de jóvenes intelectuales en búsqueda de una caja de resonancia adecuada a sus pretensiones de influencia sobre el poder político.

Fuera del incipiente mercado de posiciones universitarias, prisionero de las orientaciones confesionales ya referidas, las oportunidades de inserción para los practicantes de ciencias sociales se fueron ampliando en función de una serie de iniciativas oficiales. En verdad, los primeros años de la década de 1940 fueron la época dorada de la propaganda ideológica oficial, cuando se formó una especie de mercado de posiciones y oportunidades regulado por los créditos gubernamentales que tenía como sus puestos más codiciados las agencias de publicidad y sus respectivos vehículos de divulgación. Solamente la creación del Departamento de Prensa y Propaganda (DIP) en 1939 -con sus extensiones en los diversos estados- y de las organizaciones culturales vinculadas a las “Empresas Incorporadas al Patrimonio de la Unión” surtieron efectos multiplicadores comparables a los actualmente provocados por los grandes conglomerados privados de la industria cultural. En la órbita del DIP fueron abiertos innumerables periódicos políticos y culturales, por primera vez modelados en función de una segmentación del mercado más bien “impresionista”, y de una estrategia compleja de propaganda del régimen vigente y de sus realizaciones y consignas.24 Las Empresas Incorporadas al Patrimonio de la Unión incluían la Radio Nacional, los periódicos gobiernistas A Noite (Río de Janeiro, 1942) y A Manhã (São Paulo, 1941), junto con el cual venía el suplemento literario “Autores y libros”.25 Como se sabe, “el régimen Vargas se diferencia sobre todo porque define y constituye el dominio de la cultura como un ‘negocio oficial’, implicando un presupuesto propio, la creación de una ‘inteligentsia’ y la intervención en todos los sectores de producción, difusión y conservación del trabajo intelectual y artístico” (Miceli, 1979: 129-187).

En resumen, la inexistencia de una institución universitaria operando como el centro de la vida intelectual y científica en la ciudad de Río de Janeiro, en condiciones de imponer mínimos requisitos académicos para el acceso, promoción y desempeño en la carrera, se encuentra en la raíz de la fragmentación de iniciativas, todas las cuales involucraban, casi siempre, a los mismos empresarios. La segmentación del campo científico en pequeños proyectos lo volvió particularmente receptivo a las consignas lanzadas por liderazgos en vías de legitimación, pero aun no reconocidos, exacerbando la competencia entre círculos de productores desprovistos de patrones comunes de evaluación y, al mismo tiempo, volvió dichas iniciativas demasiado dependientes de los favores inestables de líderes políticos o de los recursos canalizados momentáneamente en favor de prioridades impuestas desde fuera por agencias e interlocutores internacionales.

La estrecha correlación entre las demandas del sistema político y los contornos de la historia institucional e intelectual de las ciencias sociales no debe oscurecer los vínculos entre la situación prevaleciente en el mercado más amplio de la producción y difusión de bienes culturales y el estado en que se hallaba el mercado de oportunidades abiertas a los practicantes de las nuevas disciplinas. En esa dirección, se podría afirmar que los móviles que incitaron la competencia al interior del campo intelectual a lo largo de los años treinta y, en menor medida, también en las décadas de 1940 y 1950, involucraron géneros, modelos de excelencia, definiciones del trabajo intelectual y productores de bienes culturales que no respondían mecánicamente a los cambios institucionales en curso y que dieron cuenta, en el límite, de las facetas de aquel segmento nuevo del sistema interno de producción acogiendo a los practicantes de las ciencias sociales. La relación así establecida entre el sistema vigente de producción cultural y el mercado emergente en donde operaron los científicos sociales no se agota en la caracterización de los vínculos entre una oferta de obras y/o diagnósticos y una determinada demanda, aunque fuera ejercida por los propios especialistas.

A pesar de que innumerables características de la vida intelectual sufrieron a lo largo del periodo transiciones en ocasiones bruscas, ni siquiera el espacio institucional dotado desde el inicio de las condiciones necesarias para operar como el centro del mercado de las ciencias sociales -la USP- logró escapar de ciertas transformaciones impuestas desde afuera, debido a la inevitable injerencia de las principales instancias del sistema de producción cultural de la época, empezando por los grandes periódicos y revistas ilustradas, pasando por las editoriales comerciales e instituciones culturales, incluso aquellas instancias que operaban como rutas para las obras de los científicos sociales, como por ejemplo, las revistas de cultura y de militancia político-partidista.

En ese contexto de un sistema más amplio de producción cultural se puede intentar construir el perfil emergente de las nuevas disciplinas, dándose cuenta al mismo tiempo de los modelos intelectuales y doctrinarios en los que se inspiraron sus practicantes, de las modalidades de participación política aceptables por la comunidad profesional emergente y de la elección de objetos y problemáticas inmediatamente percibidas como señales evidentes de identidad, asociadas con la posición relativa que los científicos sociales ocupaban en el campo intelectual interno. En fin, ese estrecho vínculo entre el sistema incluyente de protección cultural y el mercado de las ciencias sociales en formación, dentro y fuera del circuito universitario, también contribuyó a esclarecer las mutaciones ocurridas en los paradigmas explicativos de aquellos objetos en litigio en medio de una competencia donde las diversas generaciones y especialistas se obstinaron en imponer sus interpretaciones como la verdad de la realidad brasileña.

Al principio de la década de 1930, dando continuidad a los patrones de agregación de intereses en el campo intelectual que se remontaban a las escisiones ocurridas al interior del propio movimiento modernista, la coyuntura parece inmersa en una lucha entre círculos de intelectuales militantes, tanto más radicalizados cuanto más rígida era su orientación confesional. Los representantes de todos los matices del espectro doctrinario de la época -liberales, católicos, integralistas y simpatizantes de izquierda- estaban empeñados en construir y conducir el retrato del país mejor ajustado a las pretensiones de influencia de la facción o instancia protectora con la que estaban ligados. Sintiéndose todavía bastante marcados por los precursores modernistas seguían, a esas alturas, divididos entre la meta del renombre literario y del estatus conferido por la carrera de pensador o ensayista, oprimidos entre las servidumbres de la función pública y las actividades del periodismo, deseosos de salvar al país sin perderse a sí mismos y a los suyos.

Desde el punto de vista de la producción intelectual de la época de interés inmediato para una historia de las ciencias sociales, cabe registrar la múltiple elaboración de “retratos del país” de los más variados matices; los libelos proferidos en nombre de la generación, de los partidos, de las confesiones religiosas; los escritos políticos y militantes; los grandes ensayos de interpretación de la historia patria; los estudios e informes técnicos -redactados por civiles y militares- sobre problemas y proyectos en áreas de infraestructura -energía, transportes, siderurgia, comunicaciones, etcétera-; y por último, la avalancha de monografías y trabajos históricos que prácticamente monopolizó las colecciones más prestigiosas como vehículos de la producción nacional, surgida en medio de la proliferación editorial en curso.26 Las figuras intelectuales típicas de la década de los treinta eran letrados modernistas, pensadores autoritarios, educadores reformistas, periodistas políticos, historiadores y los líderes que se desempeñaban en los principales círculos intelectuales.27

La generación de intelectuales cuyas obras escritas se publicaron a lo largo de la década de 1930 se mostró especialmente empeñada en la producción de retratos del país, casi todos sirviéndose de evidencias empíricas precarias para el montaje de diagnósticos y reformas políticas y, al mismo tiempo, destilando en sus propios textos los prejuicios y modismos en boga en aquel entonces, empezando por los libelos en contra de los judíos. Alceu Amoroso Lima, Afonso Arinos de Mello Franco, Miguel Reale, Hermes Lima, Otávio de Faria, Cândido Motta Filho, Francisco Campos, entre otros -casi todos entre los 25 y 35 años- eran adeptos fervorosos de los regímenes políticos autoritarios -de derecha y de izquierda-; creyentes en soluciones salvadoras; licenciados nutridos por juristas italianos, espiritualistas franceses e idealistas alemanes; retados a tomar una posición frente a instituciones tales como Estado, burguesía, pueblo, raza e Iglesia; en su mayoría, antisemitas convencidos y oscilantes entre las letras y la política, de acuerdo con testimonios que pueden hallarse en los libros de la primera etapa de su trayectoria intelectual.

En este periodo, las facultades de Derecho y de Medicina seguían dando espacio a la difusión de obras, autores y corrientes de las nuevas disciplinas en vías de afianzarse en los campos intelectual y universitario de los países europeos. Hasta entonces, los cursos jurídicos eran los centros de aprendizaje intelectual, político, profesional y cultural de sucesivas generaciones de herederos oligárquicos; en ellos habían estudiado la mayoría de los intelectuales en activo, incluso los de la nueva generación, y muchos de los que se estaban inclinando hacia las ciencias sociales. Además, el inicio de los años treinta fue también un momento de crisis en la enseñanza jurídica en el país, ocupado con la expansión desenfrenada de las escuelas superiores privadas en los ramos tradicionales. Dicha tendencia se extendía, aunque con menor ímpetu, hasta los campos de la medicina y de la ingeniería, a lo que se venían a sumar algunas recién fundadas facultades públicas estatales.28 Había, en 1932, nueve facultades politécnicas: dos públicas estatales, dos públicas federales y cinco privadas; once facultades de medicina: tres públicas estatales, tres públicas federales y cinco privadas; veintiún facultades de derecho: cinco públicas estatales, tres públicas federales y trece privadas. Vale decir, las corporaciones religiosas y los empresarios privados superaron la iniciativa pública en la enseñanza superior, rompiendo el equilibrio entre la oferta de licenciados y la cantidad de plazas disponibles. Por lo tanto, no es de extrañar el empeño con el que los responsables de la Iglesia católica buscaron garantizar su presencia y, sobre todo, sus intereses en todos los niveles del sistema de enseñanza.

En esa coyuntura inflacionaria en el mercado de títulos superiores surgieron las facultades de Filosofía, cuyos titulados fueron inmediatamente identificados como competidores, disputando las reservas del mercado de plazas hasta entonces monopolizadas por los poseedores de diplomas concedidos por los cursos superiores oficiales, ahora minoritarios. Por consiguiente, se entiende cuáles son las razones que dan cuenta de las resistencias a los proyectos con miras a introducir las ciencias sociales en la currícula de los cursos jurídicos. Por otro lado, ni la Escuela de Sociología y Política ni la Facultad de Filosofía de la USP constituían, por lo menos en ese primer momento, alternativas satisfactorias para una trayectoria profesional a la altura de las ambiciones de los herederos de los sectores dominantes.

Entre 1930 y 1935, la juventud académica -casi toda ella bien colocada en términos de situación material y social- engrosó las filas de los tres segmentos doctrinarios que articulaban la vertiente radical del espectro político, tal como se manifiesta al interior del campo intelectual de la época. Primero, la movilización de los intelectuales católicos que se remonta a las iniciativas exitosas del cardenal Leme, a la creación del Centro Don Vital (1922) y de la revista A Ordem (1923), al igual que al trabajo desarrollado por liderazgos combativos como Jackson de Figueiredo e Alceu Amoroso Lima, dos conversiones con elevado rendimiento operacional para las huestes al servicio del renacimiento institucional de la Iglesia católica.29 Los cambios político-administrativos desencadenados a partir del primer gobierno de Vargas después de la década de los años treinta, en particular las reformas en la enseñanza media y superior, los espacios crecientes conquistados por los defensores laicos y anticlericales de la “escuela nueva”, e incluso la reacción a los modelos de pensamiento introducidos por las ciencias sociales, son algunos de los factores que mantienen en guardia a los liderazgos católicos, listos para indicar a sus seguidores cuándo combatir en los diversos frentes amenazados por los “infieles”. Varios intelectuales católicos se convirtieron en interlocutores de las autoridades federales, codo a codo con las reformas en la enseñanza -media, superior, técnica, etcétera-, participando en los órganos colegiados oficiales -por ejemplo, en el Consejo Nacional de Educación y en las innumerables comisiones ad hoc de los ministerios de la Educación y del Trabajo-, integrándose a los cuadros docentes de los experimentos universitarios cariocas frustrados y militando en sus propias organizaciones confesionales.

El segundo grupo radical fue el movimiento integralista, que reunía a un puñado de licenciados y periodistas disgustados con los rumbos, tanto de la política oligárquica en cuyo Estado Mayor tenían la pretensión de insertarse, como de su propia trayectoria personal.

El tercer grupo incluye intelectuales de izquierda de diversos matices, quienes también acabaron -siguiendo el ejemplo de los integralistas- canalizando sus reivindicaciones hacia el interior de un movimiento: la Alianza Nacional Libertadora (ANL), en coalición con otros sectores sociales.

Los pensadores e ideólogos de esos movimientos escribieron ensayos de interpretación política, obras de divulgación militante, arriesgándose en ocasiones -principalmente al inicio de sus carreras, como los casos de Plínio Salgado, Afonso Arinos de Melo Franco, y otros- en los géneros tradicionales de la novela, de la crítica de arte y literatura e incluso en poesía, guiándose en consecuencia por definiciones del trabajo intelectual que poco tenían que ver con los patrones de actuación y producción científica. Contemporáneo de esas corrientes de ideólogos doublés de políticos, hallamos un contingente numéricamente significativo de historiadores involucrados en la redacción de obras monumentales de reconstrucción de los periodos colonial e imperial, monografías caudalosas, historias políticas regionales y estatales, fuentes documentales, repertorios bio-bliográficos, y ocupados con la edición en portugués de esmeradas traducciones de viajantes, el gran atractivo editorial del momento.30 De esta forma, los nuevos retratos del país se nutrían, en medida mucho mayor de lo que se acostumbra admitir, de los relatos de los viajantes, casi siempre publicados bajo el sello de una de las colecciones brasilianas.

En 1932, año de la Revolución Constitucionalista, los autores de los tres más exitosos retratos de Brasil -en términos de la continuidad de su influencia en el campo intelectual interno-, cuyos nombres son Caio Prado Jr., Sérgio Buarque de Holanda y Gilberto Freyre, tenían 23, 30 y 32 años, respectivamente. Si los comparamos con sus homólogos europeos o estadounidenses serían considerados jóvenes investigadores al principio de su carrera y difícilmente podrían merecer en ese momento el estatus de maestros del pensamiento y de la realidad brasileña. En verdad, el interés en el análisis de la trayectoria de esa trinidad se liga tanto al contenido sustantivo de sus obras como a las dimensiones cambiantes con que se confrontaba el mercado internacional de la época. Los autores de Evolução política do Brasil, Raízes do Brasil y Casa-grande e senzala trabajaban por su propia cuenta, sin tener entonces lazo alguno con la institución universitaria; eran empresarios de sus obras en la acepción literal del término y estaban todavía bastante marcados por los procedimientos de la factura ensayística. Los tres desarrollaron su carrera intelectual valiéndose básicamente de su patrimonio material y social, sin deber casi nada a mentores políticos, partidarios o académicos. Y aunque los trabajos de Gilberto Freyre sean impensables sin su largo periodo vivido en universidades, archivos y bibliotecas estadounidenses y europeas, él consolidó su carrera guiándose por el modelo del gran intelectual de provincia cuyo espacio institucional no es sino la extensión de su prestigio personal.31

La fuerza movilizadora de los tres hizo viables instituciones y vehículos difusores de su liderazgo y de sus obras, propiciando el reclutamiento de aliados, discípulos y simpatizantes. No obstante, el análisis de sus trayectorias vuelve inteligibles las condiciones sociales, materiales e institucionales necesarias para los emprendimientos de intelectuales que operan según el modelo de los francotiradores aislados, el cual, de hecho, fue el patrón dominante en la carrera intelectual de varias generaciones de la clase dirigente brasileña. En realidad, ellos fueron los últimos representantes de una categoría de grandes intelectuales autodidactas -bien entendido, autodidactas en términos del abordaje disciplinario y de la producción intelectual con que consolidaron su reputación y no porque no hubiesen realizado estudios superiores en las escuelas tradicionales- que el desarrollo institucional subsiguiente exigiría. Gilberto Freyre es quien más se distancia de esa definición en virtud de su largo periodo académico en el extranjero el cual, sin embargo, se debió -por lo menos al principio- a motivaciones extra académicas derivadas de sus vínculos con los protestantes bautistas.

Para comprender la coyuntura intelectual de la época es preciso confrontar las transformaciones operadas en el mercado más amplio de la producción cultural con los contenidos contrastantes del trabajo intelectual que fueron tomando cuerpo en el espacio universitario, en tensión con las demandas provenientes de los grandes periódicos y revistas ilustradas y de cultura creados en el periodo. A lo largo de las décadas de 1930 y 1940, los periódicos editados en el eje Río de Janeiro-São Paulo constituían el principal mercado de divulgación para intelectuales, incluso para aquellos que daban sus primeros pasos en una carrera universitaria todavía embrionaria. Sólo para ilustrar: a principios de los años treinta, en la ciudad de Río de Janeiro circulaban al mismo tiempo el Correio da Manhã, Diário Carioca, Jornal do Comércio, Jornal do Brasil, A Manhã, O País, A Pátria, Diário de Notícias, A Notícia, A Noite y O Globo; por la misma época, en São Paulo, existía el Estado de São Paulo, Diário de São Paulo, Diário Nacional, Correio Paulistano, A Gazeta, Jornal do Comércio, Diário Popular, sin contar las innumerables revistas ilustradas que aparecieron en ese entonces.32

La gran prensa constituía un sostén profesional bastante codiciado por los jóvenes intelectuales de la nueva generación. Una prueba de aliento a la que se sometían los aspirantes más ambiciosos no podía dejar de ser el desempeño diario, o regular, como responsable por una columna o una nota de crítica literaria o de arte. Fuera de los marcos de la gran prensa no había espacios alternativos para hacerse presente, por lo menos no en ese momento. En tal sentido, no es de extrañar que una transición importante operada en el mercado de los puestos intelectuales fuera aquella que incorpora la posición clave de crítico, entendiéndose por ello alguien plenamente habilitado para hacer reseñas circunstanciadas y un tanto polémicas, capaz de ofrecer un mapa sintético de la vida intelectual, de divulgar las novedades europeas y de establecer puentes entre los diversos campos del saber humanístico.

Incluso la primera generación de graduados en ciencias sociales por la Universidad de São Paulo empezó su desempeño profesional todavía bastante marcada por la definición del crítico como el modelo del intelectual por excelencia. Citando el testimonio que Mario Neme prestó a principios de los años cuarenta, Antônio Cândido coincidía en que el rasgo que definía a su generación era una “oleada de espíritus críticos [...], críticos de pintura, música, literatura, historia, filosofía”, encuadrando en esta fórmula a varios de sus amigos y contemporáneos que, de hecho, acabaron especializándose en las direcciones mencionadas. Sigue así el testimonio de Neme: “Casi todos tienen en preparación un trabajo de historia, o de sociología o de estética o de filosofía, como sus mayores tenían novelas, y todos comienzan por artículos de crítica como sus mayores comenzaban por la poesía, [concluyendo]: y son críticos y estudiosos ‘puros’, en el sentido de que, en ellos siempre dominará ese tipo de actividad”. No había, por tanto, más espacio para aquello que el entonces joven profesor y crítico designaba como “destinos mixtos”, que el de aquellos intelectuales de la generación anterior con un pie en la literatura y otro en la doctrina y militancia políticas.33

Por último, todavía hay que registrar la nivelación jerárquica de los diversos campos citados de la actividad intelectual, aunque se continuó poniendo el énfasis sobre el trabajo listo y terminado, en decir, sobre la obra, sobre la autoría, dándose todavía escasa atención al proceso mismo del trabajo intelectual, a los requisitos de posición, de método y de definición del objeto, característicos de la actividad propiamente científica. En otras palabras: la sustancia conferida al trabajo intelectual del crítico profesional está todavía lejos de un compromiso científico estricto.

Es justamente en São Paulo donde empiezan a romperse esas definiciones transicionales del trabajo intelectual, en un espacio que poco a poco se fue constituyendo como el campo de las ciencias sociales. El indicador más inequívoco de esa ruptura y consecuente estructuración de un nuevo patrón de autonomía académica e institucional fue el hecho de que ahí surgieron las dos primeras publicaciones estrictamente académicas de ciencias sociales: la revista Sociologia en 1939 y la Revista de Antropologia en 1954. La primera de ellas dio salida a la producción científica de los tres mentores intelectuales de la Escuela Libre de Sociología e Política -Donald Pierson, Emílio Willems y Herbert Baldus- en los campos de los estudios sobre la comunidad, la aculturación-asimilación e indigenistas, respectivamente. A su vez, la segunda constituía entonces la iniciativa aislada de un universitario moldeado en los patrones europeos y volcado casi totalmente hacia el ambiente académico internacional, con el cual Egon Schadem mantenía vínculos estrechos.

Fue también en São Paulo donde aparecieron las tres revistas de cultura en las que colaboraron -de modo amplio y fecundo- varios integrantes de la primera generación de científicos sociales formados en el estado, misma cuyos líderes pasaron a ocupar progresivamente las principales posiciones de mando en la jerarquía académica en vías de constitución. Las revistas Clima (1941), Anhembi (1950) y Brasiliense (1955), aunque no eran patrocinadas directamente por la institución universitaria, dan testimonio del vigor intelectual de la primera oleada de intelectuales universitarios que, como vimos arriba, mantenían una permanente sintonía con los diversos géneros en expansión en la producción de la época, en particular el cine, las artes visuales y la mismas ciencias sociales.

El grupo denominado en aquel entonces Chato-boys, responsable de la revista Clima, incluía a las figuras clave de la crítica literaria y de la cultura de la nueva generación: Antônio Cândido de Mello e Souza, sociólogo inclinado hacia la crítica literaria que ya ejercía mucho antes de hacer sociología, el intelectual reconocido por sus contemporáneos y competidores como el modelo de excelencia de su generación; Décio de Almeida Prado, el más respetado crítico de teatro de la época dorada del TBC y de los inicios del teatro profesional brasileño; Paulo Emílio Salles Gomes, figura casi antológica de la crítica cinematográfica; Lourival Gomes Machado, licenciado en derecho y en ciencias sociales, profesor de la materia de Política y crítico de artes visuales; Ruy Galvão de Andrada Coelho, también exacadémico de derecho en São Paulo, crítico literario y sociólogo del arte y de la cultura. La revista Clima fue sobre todo un órgano de combate intelectual creado por un grupo de amigos y contemporáneos de banca de la facultad, que buscaban conquistar espacio en el campo intelectual en general y en la jerarquía universitaria en particular. En otras palabras: se trataba de una revista de cultura producida fuera de los muros académicos, justamente por la crema y nata más promisoria de las primeras generaciones que estaban por graduarse. Por esas razones Clima es, desde diversas perspectivas, la expresión del caldo de cultivo académico que estaba germinando en la universidad paulista, bajo la dirección de los profesores extranjeros; en forma secundaria, sirvió para impulsar las carreras de algunos de los futuros catedráticos de los años cincuenta y sesenta. A pesar de que algunos de los Chato-boys dejaron después la universidad, aunque tardíamente volvieron a integrarse a ella, el hecho de haber sido viable concretar una revista como Clima comprueba la efervescencia y la complejidad institucional del movimiento cultural paulista.

A su vez, las revistas Anhembi y Brasiliense fueron iniciativas marcadas también por el nuevo clima intelectual para el cual colaboraba la universidad, pero -sobre todo- tendentes a operar como marcos divisorios del espectro doctrinario característico de la Posguerra, de los tiempos de la Guerra Fría, confrontando a los defensores de “Occidente” con los partidarios del “socialismo”. Los costos financieros de ambas revistas corrían por cuenta de editoras comerciales, que tenían como aval el riesgo asumido por los respectivos dueños y principales accionistas. Por extraño que parezca, Paulo Duarte y Caio Prado Jr. compartían algunas características comunes, en función de la relativa autonomía de acción que disfrutaban junto a los núcleos militantes de defensa de las tesis políticas asumidas por las revistas, que habían fundado como foros avanzados de combate. Todo parece indicar que ambas publicaciones se convirtieron en un recurso organizacional estratégico en las luchas por espacio dentro del proceso de modernización cultural en curso en São Paulo, a pesar de sus divergencias doctrinarias y diferentes perfiles intelectuales. Anhembi era un vehículo identificado con las vanguardias estéticas y culturales europeas -francesas en particular-, postura indisociable de su inclinación por los aliados “occidentales” -en el doble sentido del término-, victoriosos contra el nazismo y contra la vía socialista soviética. Revista Brasiliense buscaba afirmarse francamente como un órgano abierto y heterodoxo de divulgación y discusión de la teoría marxista y de los caminos hacia el socialismo, sin doblegarse a los encuadres rígidos del oficialismo soviético, respetado este último por otras publicaciones de izquierda editadas en la misma época: Problemas, Fundamentos y Estudos Sociais, las tres vinculadas al Partido Comunista Brasileño (PCB).

Ambas revistas lidiaban con la agenda de temas y preocupaciones de un público cultivado e integrado por profesionistas liberales, altos funcionarios y empresarios exitosos, con una presencia significativa de judíos de segunda generación cuyas familias habían vivido experiencias dramáticas de persecución racial o de militancia política en Brasil y en Europa. Anhembi y Revista Brasiliense representaban las vertientes culturalistas de derecha e izquierda vigentes en el campo intelectual paulista. Eran vehículos que se encuadraban en una especie de división del trabajo calificado de consejería cultural: Anehmbi se volcaba más hacia los objetos de devoción del culturalismo en boga en aquella coyuntura y abría un amplio espacio para la cobertura comentada de los eventos artísticos en la ciudad; la Revista Brasiliense era el órgano por excelencia de la izquierda no oficial -mejor dicho: de la izquierda intelectual en vías de constitución-, afianzándose como un espacio de discusión de las principales tesis, argumentos e interpretaciones de la realidad brasileña. Anhembi daba cobertura a los espacios de socialización -estrenos nacionales y espectáculos de compañías extranjeras en temporada, exposiciones y bienales, cinemateca, libros nuevos, etcétera- frecuentados por las nuevas élites universitarias independientemente de sus afinidades ideológico partidarias, mientras que la Revista Brasiliense tematizaba los dilemas de participación política con los que se enfrentaban esos mismos sectores sociales. En resumen, ambas realizaban un trabajo idéntico de mapeo y difusión cultural y, seguramente, eran consumidas al mismo tiempo por una amplia faja de su público lector, cuyos integrantes -como se ha señalado- se diferenciaban por el signo de sus preferencias político doctrinarias.

En contrapartida, en Río de Janeiro seguían circulando, con nuevos ropajes, las revistas literarias y culturales más antiguas -Revista Académica, Revista Brasileira, Revista do Brasil, etcétera- y sólo en plena vigencia del Estado Novo fueron surgiendo nuevos periódicos -Cultura Política, Ciencia Política, etcétera- como parte del esfuerzo de propaganda y merchandising del régimen. Se configuró así un mercado público de circulación restringida que abrigaba a unos cuantos intelectuales notables, acompañados por una gran oleada de intelectuales especializados en textos por pedido, en panegíricos del régimen y de sus figuras de punta. La mejor prueba de ello es Cultura Política, que se definía como una revista de “estudios brasileños” con la propuesta de esclarecer el rumbo de las transformaciones sociales y políticas del país, pero que, de hecho, operaba como un órgano sofisticado de proselitismo cuya característica sobresaliente era el persistente trabajo hagiográfico alrededor de la figura de Vargas.34

Los ejemplos anteriores permiten una reconstrucción sucinta de los mercados en donde operaron los científicos sociales del país. En las décadas de 1930 y 1940, la universidad llegó a ser -y continúa siéndolo hasta hoy- el centro del sistema de producción erudita en São Paulo, apoyada por las instituciones culturales e iniciativas en el área de la difusión -periódicos, revistas y editoriales- bajo control de grupos privados. En Río de Janeiro, incluso este mercado de difusión cultural se expandió bajo la égida y el impulso oficiales, dependiente casi siempre de los recursos gubernamentales. En los años treinta y cuarenta la historia de las ciencias sociales recoge, sobre todo, la maduración o el fracaso de los diversos experimentos institucionales que les dieron aliento; en esas décadas, el centro del debate intelectual seguía girando alrededor de las grandes obras literarias -la irrupción de novelas sociales e introspectivas, la ficción y la poesía modernistas-; de los ensayos de los publicistas, juristas y pensadores autoritarios -Oliveira Viana, Azevedo Amaral, Manuel Bonfim, Alceu Amoroso Lima, Gustavo Barroso, Miguel Reale, Plínio Salgado, Hermes Lima, Francisco Campos, Nestor Duarte, etcétera-; de la producción considerable de trabajos históricos y apologéticos. Los científicos sociales propiamente dichos -o sea, que mejor se ajustan a la definición hoy corriente y dominante de lo que se entiende por ciencia social- que publicaron en ese periodo son Roquete Pinto, Delgado de Carvalho, Anísio Teixeira, Artur Ramos, Djacir Menezes, Fernando de Azevedo, Roberto Simonsen y Carneiro Leão, entre otros; todos ellos son figuras de transición, aprisionadas entre definiciones concurrentes del trabajo intelectual, el trabajo pedagógico, la militancia en los movimientos sociales de la época, el desempeño de cargos políticos ejecutivos y los negocios personales y, por consiguiente, poco propensos a dejarse encuadrar como científicos sociales en sentido estricto.

A su vez, los años cincuenta presenciaron el vaciamiento de las familias de pensamiento dominantes en la coyuntura anterior y la primera oleada de tesis y trabajos académicos de la escuela sociológica paulista, tanto de sus mentores extranjeros -Pierson, Baldus, Willems, Bastide, Monbeig, Lévi-Strauss, etcétera- como de la primera generación de titulados -Florestan Fernandes, Antônio Cândido, etcétera. En Río de Janeiro fue la época de la escuela isebiana desarrollista y de sus principales portavoces -Hélio Jaguaribe, Nelson Werneck Sodré, Celso Furtado, Guerreiro Ramos, etcétera. Finalmente, los años sesenta, especialmente hasta 1964, marcaron transiciones y diferenciaciones de peso al interior de los grupos más representativos de las ciencias sociales en Río y en São Paulo. Tras un dilatado periodo de formación intelectual y académica de la tercera generación de la escuela sociológica paulista -Fernando Henrique Cardoso, Octávio Ianni, Maria Sílvia Carvalho Franco, Marialice Foracchi, etcétera, casi todos con investigaciones y redacciones de tesis bajo la orientación de Florestan Fernandes-, surgieron en São Paulo los primeros indicadores de una diferenciación intelectual y política a través de los dos grupos de lectura de El Capital de Marx, con consecuencias sobre una temática manifiestamente apoyada en componentes clasistas y en la definición de objetos históricos concretos -el empresariado, el papel del Estado, la lucha de clases, etcétera- que expresaban un cambio significativo de postura frente a la teoría y la práctica políticas (sin hablar de las repercusiones inmediatas provocadas por el funcionamiento de la recién instituida Fundación de Apoyo a la Investigación del Estado de São Paulo) [FAPESP], la división del trabajo académico, los estilos de hacer investigación, el monto de recursos al alcance de los científicos sociales, etcétera).

El análisis de las temáticas; de las orientaciones teórico-metodológicas; de las investigaciones; de las relaciones intelectuales internacionales; y de las tesis, antologías y libros de toda esa generación de científicos sociales pioneros es objeto de otro texto en vías de elaboración

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1Véanse, por ejemplo, las referencias contenidas en Claude Lévi-Strauss (1957) y Arbousse-Bastide (1984).

2Entre los apellidos de familias judías se pueden registrar: Levy, Schreiner, Loewenberg, Hamburger, Segall, Tepermann, Farkas, Berezovsky, Beiguelmann, Fineberg, Goldberg, Rosenberg, Berezin, entre otros, representando entre el 13 y el 15% de los titulados.

3Entre las familias de ascendencia árabe se pueden mencionar los apellidos Maluf, Mafud, Mussa, Ashcar, Eid, Atalla, Temer, Bussamra, Zarif, etcétera; y entre las judías, Mindlin, Goldstein, Kauffmann, Schwartzman, Frankenthal, Cherkassy, Feldmann, Tabacow, Zimmermann, Gorestein, Rotemberg, etcétera. Los datos relativos al cuerpo docente de la Facultad de Derecho de São Paulo fueron recopilados en la Secretaría de esa institución. En términos comparativos, la proporción de estudiantes judíos en relación con el conjunto de licenciados es bastante más restringida en las facultades paulistas de Derecho y Medicina que en los dos establecimientos educaticos de ciencias sociales. Para completar el perfil del análisis comparativo, una generación típica de la Facultad de Medicina de São Paulo, entre 1934-1939, incluía una tasa promedio de 1.8% de mujeres (entre cero y un máximo de cuatro), ampliándose a 5.4% entre 1940-1949. La presencia de estudiantes provenientes de familias inmigrantes es tan representativa como en los cursos de ciencias sociales, alcanzando una tasa promedio del 37% entre 1934-1939 y de 43% entre 1940-1949, la puntuación más alta de entre las aquí referidas. Todo indica que la carrera médica constituía una palanca mucho más segura y al alcance de grupos sociales emergentes que la de derecho, íntimamente dependiente del prestigio de las relaciones explotables por el círculo familiar.

4Las veleidades literarias de los licenciados en derecho en esa época se traducían en una práctica persistente en los géneros tradicionales, con especial énfasis en la poesía y en la crítica, a las que se dedicaron con ahínco incluso algunos de los futuros exponentes de la política profesional, como fue el caso de Ulysses Guimarães. Este y otros ejemplos de la vocación literaria de los académicos de derecho constan en la obra de Dulles (1984).

5Sería ocioso enlistar los nombres de esas cientistas sociales que destacaron por su contribución intelectual y científica. Entre las que se reorientaron profesionalmente se puede citar el caso de Virginia Leone Bicudo, graduada por la ELSP en 1939, una de las pioneras de la sección paulista de la Sociedad Brasileña de Psicoanálisis, fundada en 1935.

6Entre otros, se puede mencionar a las parejas Fernando Enrique Cardoso-Ruth Corrêa Leite Cardoso; Antônio Cândido de Mello e Souza-Gilda de Mello e Souza; Dante Moreira Leite-Miriam Lifchitz Moreira Leite; Oliveiros da Silva Ferreira-Walnice Galvão; Renato Jardim Moreira-Maria Sylvia Carvalho Franco; etcétera.

8Véase Schwartzman, Bousquet y Ribeiro (1984: 212-218), en donde constan los nombres de los profesores actuantes en las dos iniciativas universitarias cariocas de los años treinta.

9Hélio Jaguaribe, carioca nacido en 1923, se tituló en derecho por la Facultad Nacional de Derecho Industrial; Cândido Antônio José Francisco Mendes de Almeida, carioca nacido en 1928, también se tituló en derecho y filosofía por las facultades de Derecho y Filosofía de la Pontificia Universidad Católica de Río de Janeiro (PUC-RJ), fue doctor en derecho por la Facultad Nacional de Derecho y abogado de empresas transnacionales; João Paulo de Almeida Magalhães, nacido en Minas Gerais en 1927, se hizo licenciado por la Facultad de Derecho de la PUC-RJ, llevó a cabo cursos en el Instituto de Estudios Superiores de Economía y Política de la Universidad de París, se doctoró en ciencias económicas por esa misma institución y fue economista de la Confederación Nacional de la Industria; el industrial Israel Klabin, carioca nacido en 1929, se tituló en ingeniería por la Escuela Politécnica de la Universidad de Brasil, y fue consejero de los ministros de Hacienda y Relaciones Exteriores.

10La Sociedad de Sociología de São Paulo, creada en 1934, cambió en enero de 1950 a Sociedad Brasileña de Sociología, con sede en la FFCL-USP y secciones regionales en Río de Janeiro y en Recife. El Primer Congreso Brasileño de Sociología, inaugurado con un discurso del gobernador en turno del estado de São Paulo, el profesor Lucas Nogueira Garcez, contó con el patrocinio de la Comisión del IV Centenario de la Ciudad de São Paulo; se llevó a cabo del 21 al 27 de junio de 1954 en la FFCL-USP. La comisión organizadora estuvo integrada por los profesores Fernando de Acevedo (presidente), Antônio Rubbo Muller, Vicente Unzer de Almeida, Egon Schaden, Luis de Aguiar Costa Pinto y L. Pinto Ferreira. El temario, la lista de participantes, el reglamento interno, las comunicaciones y debates, constan en el volumen Congresso Brasileiro de Sociologia 1º (1955). Ese año fue fundada la Asociación Brasileña de Antropología y se realizó la ii Reunión Brasileña de Antropología en Salvador, Bahía.

11Véase Cardoso (1982), quien examina el perfil doctrinario y político de las élites responsables por el proyecto de creación de la Universidad de São Paulo.

12Véase la relación completa de los integrantes de esos equipos en Mariza Corrêa (1987).

13La intensa diferenciación del mercado paulista de producción y difusión cultural se apoyó en iniciativas del Departamento Municipal de Cultura (1935), en donde se realizaron las investigaciones sobre el patrón de vida bajo la responsabilidad de Oscar Egydio de Araújo y de los estadounidenses Davis y Lowrie; la Revista do Arquivo Municipal (1934); los Museos de Arte de São Paulo (1948); el Teatro Brasileiro de Comédia (1948, amateur; 1959, profesional); la Companhia Cinematográfica Vera Cruz (1949); y la Bienal Internacional de Artes Plásticas de São Paulo (1951). Sobre todo esto, véanse Prado (1984), Galvão (1981), Duarte (1985), Durand (1985) y Catani (1983).

14“Yo soy un desarraigado. Soy descendiente de una familia de inmigrantes portugueses que se desplazaron del Minho a Brasil, personas rústicas. E incluso, para poder estudiar tuve que enfrentar un conflicto con mi mamá. Tuve que decirle: ‘a partir de este momento, o me quedo en casa para estudiar o me voy de la casa para estudiar y usted pierde un hijo’. [...] Pero yo era un desarraigado y no me vinculaba a ningún grupo intelectual en São Paulo” (Transformação, 1975: 19). “Antônio Cândido de Mello e Souza, hijo del doctor Aristides Cândido de Mello e Souza, médico, y de Clarisse Tolentino de Mello e Souza, nació en 1918, en Río de Janeiro; sin embargo vivió desde su primera infancia en Minas Gerais, de donde es originaria su familia. Vivió en las ciudades de Cássia e Poços de Caldas, y en esta última llevó a cabo los estudios de nivel medio. En 1937 se inscribió en la Universidad de São Paulo, cursando la primera sección del antiguo Colegio Universitario y, posteriormente, las facultades de Derecho y Filosofía. Interrumpió los estudios jurídicos en el quinto año, se tituló en la segunda en Ciencias Sociales (1941), en donde más tarde recibió los títulos de libre docente de Literatura Brasileña (1945) y doctor en Ciencias (1954). En 1974 pasó a profesor titular de Teoría Literaria y Literatura Comparada en la USP” -fragmento tomado del volumen Esboço de Figura: Homenagem a Antônio Cândido (Arinos, 1979: 11). “El Grupo de Itatiaia era una constelación de valores cuya estrella central era Hélio Jaguaribe: su ascendencia surgía de la observación menos atenta, venía de los bancos académicos, era libremente consentida, se asentaba en buenos cimientos y contribuía para unir a todos. Jaguaribe se dividía, al mismo tiempo, entre la actividad empresarial y la actividad cultural, en ocasiones en conflicto una con otra. Ubicado entre las razones que fundamentaban sus posiciones liberales y las exigencias ancladas en condicionantes empresariales, conciliaba con dificultades las contradicciones, de ahí su dualidad intrínseca, que servía de disfraz [...] a una postura proclamada como fundada en la ‘independencia’. El desarrollo juscelinista [...] abría amplias perspectivas, en el área empresarial, a personas con las dotes y las relaciones de Jaguaribe; por su parte, él estaba en condiciones de prestar grandes servicios a la llamada ‘ideología del desarrollo’, con su inteligencia, su capacidad de aglutinar, su incontestable liderazgo intelectual. De acuerdo con el orden natural de las cosas, la dirección del ISEB debía pertenecerle: era el líder del grupo intelectual que lo imaginó y hasta creó, desde la etapa preliminar del IBESP; sin embargo, ahí aparecieron razones del otro campo, el de las actividades empresariales, que lo impidieron. Se trataba de elegir, entre los compañeros, aquel que tomaría a su cargo la tarea, aunque Jaguaribe seguiría ejerciendo el liderazgo. Entre esos compañeros se encontraba Rolando Corbisier, transfiriéndose de São Paulo a Río de Janeiro, disponible y necesitado de trabajo acorde con su nivel intelectual [...]: ‘Mi posición era de segundo plano. El Departamento de Historia había sido confiado a Cândido Mendes de Almeida [...]; me quedé encargado de la parte brasileña de la historia; Cândido quedó con la parte llamada universal. Aunque nuestras relaciones fueran cordiales, nunca nos reunimos para algún entendimiento, algún acuerdo, algún plan; cada quien hacía lo que mejor le parecía. Nunca entré a sus clases; él jamás entró a las mías. Ambos nos encontrábamos absorbidos por nuestras actividades fuera del ISEB [...]’. Lo mismo sucedía con los otros profesores del ISEB [...]. En su mayoría veían en la victoria de Kubitschek la gran oportunidad política para el grupo y para cada uno” (Sodré, 1978: 15-18). Véase también Transformação (1974).

15“La Facultad de Derecho seguía siendo, entonces, el principal centro de preocupaciones sobre los problemas sociales: la sociología considerada como un complemento de la historia, del derecho, de la filosofía, de la política. En la cátedra de Sociología Jurídica, Almaquio Diniz enseña filosofía social y teoría del derecho, a la vez que desde esa perspectiva hace crítica literaria [...]; los intereses sociológicos de juristas de la Facultad de Derecho que buscan en lo social el origen y la comprensión y explicación de lo ‘específicamente jurídico’ como norma e institución [...]. Posiblemente porque, de hecho, en una sociedad estancada y aislada no había necesidad de instrumentos más eficaces de análisis de los problemas emergentes, que solamente vendría a ser sentida, o por lo menos presentida, unos diez años después, cuando aquellas transformaciones alcanzaron de lleno nuestro estado. Aunque entre 1930 y 1950 progresaran los estudios etnológicos sobre elementos culturales de origen africano, la sociedad nacional como cuadro de la vida bahiana sólo empezó a despertar curiosidad y a pedir explicación y comprensión aproximadamente en 1950” (Azevedo, 1984: 66-72).

16Informaciones tomadas de Bessa (1955: 299-304).

17Las únicas excepciones en el grupo pionero de la escuela sociológica paulista son Antônio Cândido y Florestan Fernandes. El primero participó activamente en el movimiento anti Estado Novo que culminó con la publicación titulada Resistência (en compañía de José Bonifacio Coutinho Nogueira, Germinal Feijó, Antonio Costa Corrêa, Roberto de Abreu Sodré y Francisco Morato de Oliveira) y el subsiguiente Grupo Radical de Acción Popular (GRAP) junto con Paulo Emílio Salles Gomes (en aquel entonces con 27 años, recién titulado por la FFCL-USP), Germinal Feijó y el periodista Paulo Zingg, posteriormente integrando el Comité Ejecutivo Provisional del Frente de Resistencia, movimiento de izquierda antiVargas (pero incompatible con la línea proVargas asumida por Prestes y por el Partido Comunista Brasileño -PCB-) que terminó por dar origen a la Unión Democrática Socialista (junio de 1945), y de cuyo manifiesto de lanzamiento fue corresponsable junto con Paulo Emílio Salles Gomes, Paulo Zingg y otros, reivindicando un régimen socialista en Brasil. Información tomada de Transformação (1975), Calil y Machado (1986) y Dulles (1984: 348-352). A su vez, Florestan Fernandes militó persistentemente en los movimientos en pro de las reformas de la enseñanza, con una participación importante en la campaña que culminó con la Ley de Directrices y Bases en la primera mitad de los años cincuenta.

18Respecto de las filiaciones partidarias de los académicos y líderes de la academia jurídica paulista, consúltese Dulles (1984: caps. XI y XII).

20Basta citar como ejemplo, para el caso de Minas Gerais, los nombres de Orlando M. de Carvalho, Milton Campos; para Río de Janeiro, los de Celso Furtado, Rômulo Barreto de Almeida, Ignácio Rangel y João Paulo de Almeida Magalhães, quienes se ubican entre los primeros titulados en cursos de economía; en Bahía, prácticamente toda una generación de practicantes y autodidactas en ciencias sociales eran licenciados y docentes en derecho, como por ejemplo, Nelson de Souza Sampaio, A. L. Machado Neto y otros.

21Véanse las obras metodológicas de Florestan Fernandes publicadas en el período (en especial 1958, 1959).

22Consultar las “Tablas constantes” de Almeida (1987).

23Para una perspectiva comparativa, véanse los trabajos de Ringer (1969), Bourdieu (1984) y Clark (1973).

25Véase Oliveira, Velloso y Castro Gomes (1982: capítulos I y III). Para una comprensión amplia de las transformaciones ocurridas en los diversos niveles del sistema de enseñanza durante el Estado Novo, consúltese Schwartzman, Bousquet y Ribeiro (1984) y el análisis de Schwartzman (1973), que problematiza las diferencias entre los grupos dirigentes en Río de Janeiro y São Paulo.

26Se trata de las colecciones “Brasiliana”, de la Companhia Editora Nacional; “Biblioteca Histórica Brasileira”, de Editora Martins; y “Documentos Brasileiros”, de Editora José Olympio, entre las principales. La proliferación editorial de los años treinta y cuarenta mereció un capítulo circunstanciado en la obra de Sérgio Miceli, “A expansão do mercado do libro e a gênese de um grupo de romancistas profissionais” (1979: 69-128). Tómese como ejemplo la producción historiográfica en 1939, cuyo patrón se mantuvo desde mediados de la década de 1930 hasta por lo menos 1945: Pré-história brasileira, de Aníbal Matos; Migrações e cultura indígena, de Angione Costa; Fronteiras do Brasil no regime colonial, de José Carlos de Macedo Soares; el primer tomo de Pernambuco e as Capitanias do norte do Brasil, de J. F. de Almeida Prado; Formação histórica do Brasil, de João Pandiá Calógeras; el tercer tomo de História social do Brasil, la História da casa da torre y la História do Brasil, los tres de Pedro Calmon; el primer tomo de História do Império, de Tobias Monteiro; el Panorama do segundo Império, de Nelson Wemeck Sodré; el primer volumen de A corte de D. João no Rio de Janeiro, de Luís Edmundo; Subsídios para a história marítima do Brasil, de Gastão Penalva; Açúcar: algunas receitas de doces e bolos dos engenhos do nordeste, de Gilberto Freyre, quien también publicó la guía histórico-sentimental Olinda; A escravidão no Brasil, de João Dornas Filho; la traducción de L. de Azeredo Pena a Viajem ao Rio Grande do Sul, de Saint-Hilaire; las Crônicas do Brasil antigo, de F. Rodrigues Alves Filho, con prefacio de Afonso Arinos; el primer volumen de História geral da agricultura brasileira, de Luís Amaral; la História do café no Brasil, de Afonso Taunay; O café na História, no folclore e nas belas artes y Estudos de história do Brasil, de Basílio de Magalhães; A intervenção estrangeira durante a revolta de 1893, de Joaquim Nabuco; Canudos: diário de uma expedição y Peru versus Bolívia, de Euclides da Cunha; O Pan-americanismo e o Brasil, de Hélio Lobo; Maceió, de Craveiro Costa; Ceará, de Raimundo Girão e Martins Filho; la biografía de André Rebouças, de Inácio José Veríssimo. Información tomada de Martins (1978: 127-128).

27Para una cobertura exhaustiva de algunos indicadores pertinentes de la vida intelectual brasileña en el periodo de 1930-1964, véase Martins (1978).

28Véanse Venâncio (1977) y el Resumo da estatística geral do ensino no Brasil em 1932 (INE,1934).

29Sobre el “rearme” institucional de la Iglesia católica desde los años veinte, véase Miceli (1979: 51-56), Raja (1962: 238 y ss.) y D’Elboux (1953).

30El inicio de los años cuarenta es también el momento de éxito de las biografías de hombres célebres por los especialistas en el género -Emil Ludwig, Stefan Zweig, André Maurois, etcétera-, de los grandes vulgarizadores de la filosofía, la medicina y la ciencia, y de la redacción de manuales para vivir.

31Sobre Caio Prado Jr. y Gilberto Freyre, véanse Limongi (1978) y Freston (1987).

Anexo

Titulados de las facultades de Derecho y Medicina de São Paulo (1934-1949) 

Fuente: elaboración propia

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