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Investigación bibliotecológica
versión On-line ISSN 2448-8321versión impresa ISSN 0187-358X
Investig. bibl vol.23 no.47 Ciudad de México ene./abr. 2009
Reseñas
CHARTIER, ROGER. La historia o la lectura del tiempo
por: Idalia García
Madrid: Gedisa, 2007. 93 p.
Para los lectores de Chartier, todo nuevo libro de su autoría es un acontecimiento. Este autor tan prolijo es un seductor en la palabra y en el discurso, por eso no es de extrañar que provoque pasiones confrontadas. Algunos lectores forman una legión de fanáticos de su trabajo, mientras que para otros tanta fanfarria es excesiva. Para mí es un autor que no sólo me gusta por como escribe, sino porque gracias a sus palabras he descubierto un montón de cosas interesantes. Hay que decirlo, Roger Chartier es un autor que enseña a pensar y a observar detalles en la historia de la cultura escrita; en este libro, edición conmemorativa de los treinta años que cumplió la editorial Gedisa, nos recuerda las mutaciones que la historia ha tenido desde que se publicó otro de sus libros: El mundo como representación.
En esta ocasión como pocas esta lectura ha sido más que afortunada.1
Mientras me preguntaba qué es y cómo se hace la historia del libro, con las lecturas del propio Chartier, Darnton, Burke, Barker, Zemon Davis, Einsenstein, Febvre, Martin, Finkelstein, McCleery, Mollier, Hall, entre otros, para comprender las características que ese tipo de historia tenía en México, llegó este libro a mis manos. El autor lo llama ensayo (supongo que por la brevedad material, más que por lo que contiene), el caso es que me permitió recrear todas las lecturas mencionadas y me ayudó a para intentar comprender.2
Así, este libro que va recordando los diferentes momentos que ha tenido la historia cultural y social, me ayudó a comprender mejor cómo se había consolidado el campo disciplinar de la historia del libro y cuáles eran sus características más importantes. El ensayo que aquí se reseña ayuda a recordar que el trabajo de todos esos historiadores citados no se repite, sino que aporta conocimientos y sobre todo "ayuda a la compresión crítica del pasado.
El texto de Chartier comienza precisamente con el periodo que obsesionó a los historiadores: el de la crisis de la historia. Este debate enfatizó las formas de compresión que tenemos del pasado y, por tanto sobre las explicaciones históricas que hacemos de éste.
Como bien lo indica el autor, las profundas reflexiones de los historiadores cuestionaban
la brecha existente entre el pasado y su representación, entre lo que fue y no es más, y las construcciones narrativas que se proponen ocupar el lugar de ese pasado (p. 22).
Todas estas reflexiones que abarcaron dos décadas del siglo pasado, construyeron una reflexión distinta del hacer de los historiadores. En efecto, el pasado vuelve a nosotros a través de la escritura construida por alguien que interpreta ciertos hechos. Pero estas narraciones se enmarcan en un saber crítico que logra separar lo verdadero de lo falso, cuestión que aunque parece simple no por ello es evidente. Es decir, discernir entre la interpretación del pasado que hace una novela histórica y un trabajo histórico, también requiere de una reflexión crítica que tiene que ver con los testimonios del pasado y su recolección, análisis y procesamiento para luego construir una interpretación cercana al acontecimiento histórico.
Este breve texto nos permite transitar por el pensamiento de varios autores y su particular reflexión sobre la escritura como discurso y la historia como saber. Así
la historia como escritura desdoblada tiene entonces la triple tarea de convocar al pasado, que ya no está en un discurso en presente, mostrar las competencias del historiador, dueño de las fuentes, y convencer al lector (p. 26).
Esta tarea del historiador conduce a pensar en los lugares sociales desde los que éste ejerce su actividad y nos ayudan a analizar la función de las instituciones. Éstas se organizan y se rigen según jerarquías y convenciones para trazar la línea divisoria entre los objetos históricos legítimos y los que no lo son, pero también para determinar otros objetos que serán excluidos o censurados por el mismo medio social. Este orden social, cuya pertenencia está determinada por los títulos académicos, excluye a quienes no pertenecen y, principalmente, cuestiona
los temas de investigación y los criterios de apreciación o de desvaloración de las obras (p. 32).
Las reflexiones sobre la construcción del discurso histórico y sobre el medio social en que se hacen ha permitido comprender las diferentes "modalidades de la relación que las sociedades mantienen con el pasado" (p. 34), por lo que el análisis de las competencias del historiador no es del todo baladí. De esta manera, es importante distinguir el testimonio que se extrae del documento, y la aceptación o rechazo del hecho histórico sometido al "régimen de lo verdadero y lo falso, de lo refutable y lo verificable" (p. 35), para poder evaluar la comprensión historiadora.
Es aquí cuando Chartier introduce un aspecto importante: la diferencia entre memoria e historia que se oponen en el reconocimiento del pasado y la representación del mismo. Esta función de representación es la más cuestionada porque atañe a las formas discursivas que son necesarias para interpretar el propio pasado. Para Chartier se trata de mostrar que
el testimonio de la memoria es el garante de la existencia de un pasado que ha sido y no es más,
y que
el discurso histórico encuentra allí la certificación inmediata y evidente de la referencialidad de su objeto.
Por lo que
la epistemología de la verdad que rige la operación historiográfica y el régimen de la creencia que gobierna la fidelidad de la memoria son irreductibles, y ninguna prioridad, ni superioridad, puede darse a una a expensas de la otra (p. 38).
A las relaciones entre al historia y la ficción, tan complejas, Chartier dedica una apasionante reflexión que vale la pena leer. Como nos tiene acostumbrados, parte de su explicación trae acompañada a viejos y añorados libros de conocidos autores como Shakespeare, pues así puede mostrarnos cómo la literatura se apodera del pasado, y también de los documentos que lo testimonian, y nos recuerda que ese "haber estado ahí" es lo que debe introducirse en la construcción histórica para "acreditarlo como conocimiento auténtico". Esta es la función
de las citas, las referencias, los documentos que convocan al pasado en la escritura del historiador, demostrando también su autoridad (p. 44).
En efecto, no se trata solamente de la introducción de citas y de referencias como decorado de un texto, sino de los
criterios objetivos de validación o de negación [de] las construcciones interpretativas (p. 47).
Son estos criterios sobre los que Chartier nos invita a reflexionar para que un discurso histórico, que siempre es una representación, "sea una explicación adecuada a la realidad que fue" (p. 48).
En este contexto es donde el autor introduce la problemática de la historia cultural, que ha tenido más de un fructífero debate y numerosas críticas. El problema inicia con el término cultura, uno de los más polisémicos del lenguaje. Nuevamente, de la mano de autores como Geertz y otros, Chartier nos muestra las características que ha tenido la evolución de la historia cultural, desde la perspectiva de los textos y los libros. Es decir, a través de la
frontera trazada entre las producciones y las prácticas más comunes de la cultura escrita (p. 56).
Dicho límite se estableció por razones como
la permanencia de la oposición entre la pureza de la idea y su inevitable corrupción por la materia, la definición de los derechos de autor, que establece la propiedad del autor sobre un texto considerado siempre idéntico a sí mismo, más allá de su forma de publicación, o incluso el triunfo de una estética que juzga las obras al margen de la materialidad de su soporte (p. 57).
Los textos cambian con el tiempo igual que su materialización, por eso lo que es importante es identificar y entender cómo se construyen ambos objetos en cada momento histórico, más que confrontarlos. Porque de esta manera podremos comprender
cómo las apropiaciones concretas de los lectores dependen, en su conjunto, de los efectos de sentido a los que apuntan las obras mismas, los usos y los significados impuestos por las formas de publicación y circulación, y las competencias y las exigencias que rigen la relación que cada comunidad mantiene con la cultura escrita (p. 63).
Para Chartier el mayor desafío para la historia cultural son los modelos culturales, los cuales determinan la organización entre los discursos y las prácticas que tiene una sociedad en un periodo histórico determinado. Se trata de universos simbólicos que las personas adoptan o rechazan, y por tanto ayudan a explicar las conductas y las acciones que tienen esos grupos sociales. Para Chartier la representación en esos espacios simbólicos es lo que designa a la nueva historia cultural, y de ahí la importancia de un concepto.
Las representaciones no son simples imágenes, verídicas o engañosas, de una realidad que les sería externa. Poseen una energía propia que persuade de que el mundo o el pasado es, en efecto, lo que dicen que es. En ese sentido, producen las brechas que fracturan a las sociedades y las incorporan en los individuos (p. 73).
La mirada de la historia y su interpretación, no deben olvidar la cultura de toda la humanidad y por tanto no debe haber superioridad en tal o cual apreciación porque ésta depende de lo que un historiador desea ver. Lo que importa es el marco de estudio que soporta esa interpretación y que hace visible la conexión de varias historias que han relacionado a las culturas.
Otro tema al que Chartier le dedica su atención es a la historia en la era digital; es decir, a lo que denomina "textualidad electrónica", porque implica nuevas formas de construcción, publicación y recepción de los discursos históricos. Este nuevo entorno pone a prueba los dispositivos clásicos de la historia: la nota, la referencia y la cita, porque el lector (muy probablemente) podrá leer los textos que ha leído el historiador y consultar las fuentes analizadas. Esta condición
transforma profundamente las técnicas de prueba y las modalidades de construcción y validación de los discursos del saber (p. 84).
Pese a esto, lo que queda pendiente, como en el pasado, es la capacidad de un libro para encontrar a su universo de lectores.
Como conclusión Chartier nos recuerda, con el título de este ensayo, que la historia articula y distingue diferentes tiempos, por eso las temporalidades "no deben ser consideradas como envolturas objetivas de los hechos reales". Por el contrario
son el producto de construcciones sociales que aseguran el poder de unos, y llevan a los otros a la desesperanza (p. 93).
Basta una lectura de la prensa en tiempos tan aciagos, para darle la razón. La historia es ruptura, continuidad, rastro, pero sobre todo es responsabilidad con los otros, los del pasado y los que habitan en nuestra cotidianidad.
1 Esta coincidencia nace de la oportunidad de escuchar a Chartier en México, cuando participó en la Cátedra Marcel Bataillon del 2008, en el Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora.
2 Debemos agradecer a Roger Chartier el recuerdo de los textos de De Certeau, Ricoeur, Barthes, Derrida, o McKenzie, que vuelven a recordarnos la importancia de leer las citas de un libro. Éstas, tan sólo son lianas en la selva inmensa de apreciaciones posibles y sin las cuales estaríamos perdidos.