Fue conocido de diversas formas, como el Maestro González Medrano, como Pancho González Medrano, Pancho Medrano o simplemente Pancho. En adelante me voy a referir a él sólo como El Maestro o el Maestro Medrano, pues así le decía cuando fui su alumno.
El Maestro nació en la Ciudad de México el 13 de enero de 1939 y estudió Biología en la Facultad de Ciencias de la Universidad Nacional Autónoma de México de 1960 a 1966, titulándose con la tesis “La vegetación del noreste de Tamaulipas”. Fueron épocas difíciles para él, pues para sostenerse tuvo literalmente que pelear profesionalmente para salir adelante, hasta que el Maestro Javier Valdés lo invitó a trabajar como técnico del Jardín Botánico del Instituto de Biología de la UNAM.
A partir de ese momento, toda su vida académica la dedicó al conocimiento y estudio de la vegetación y la flora de México, principalmente de las zonas áridas y semiáridas. Quizá después de su tesis, el parteaguas que lo llevó a esto fue la invitación del Dr. Arturo Gómez Pompa a trabajar en un estudio, visionario para su época, sobre el impacto sobre los ecosistemas y la zona agrícola por la construcción de la presa Las Adjuntas (Vicente Guerrero) en Tamaulipas. Desafortunadamente, las propuestas del informe final en 1971, según el Dr. Gómez Pompa y el Maestro, nunca fueron tomadas en cuenta. Sin embargo, además de que obtuvieron una mención honorífica por este trabajo en un premio que organizaba el Banco Nacional de México, el trabajo fue la base para muchos otros estudios de impacto ambiental en México y, sobre todo, para esa relación del Maestro Medrano con la vegetación de las zonas áridas y semiáridas. Por su dedicación al estudio sobre estos ecosistemas, pudo publicar diversos artículos, capítulos de libros, libros y documentos en los que describió la vegetación, nuevas especies para la ciencia, dos géneros nuevos aún válidos, uno de Celastraceae (Rzedowskia) y otro de Lamiaceae (Neoeplingia), así como usos de plantas y estrategias de manejo y conservación. Su trabajo de 2003 sobre “Las Comunidades Vegetales de México” presenta una síntesis de todo lo que sabía de su experiencia en campo y de sus ca. 22,000 ejemplares colectados, en el que hace una propuesta integral con lo mejor de las diversas clasificaciones de tipos de vegetación del país.
Debido a su amplia experiencia, le valió ser asesor de diferentes instituciones académicas y de gobierno en el país, tales como la Comisión Nacional para las Zonas Áridas (CONAZA), la Comisión Técnico Consultiva para los Coeficientes de Agostadero (COTECOCA), la Secretaría de Desarrollo Urbano y Ecología (SEDUE), el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACYT), la Comisión Nacional para el Conocimiento, Uso y Manejo de la Biodiversidad (CONABIO), así como la Secretaría de Medio Ambiente, Recursos Naturales y Pesca (SEMAR-NAP) y ahora Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (SEMARNAT). Igualmente, desarrolló otros estudios o colaboraciones relevantes financiados por estas instituciones, tales como proyectos en la cuenca del Río Cutzamala, el Inventario Nacional Forestal o propuestas de conservación de las Islas Marías y las Revillagigedo.
Fue miembro activo de la Sociedad Botánica de México y en el período 1978-1979 fungió como su presidente, época en la que se promovió el conocimiento de la flora y vegetación de México a través de salidas de campo, principalmente los fines de semana. Como reconocimientos, la Universidad Autónoma de Tamaulipas designó al Jardín Botánico de su Centro Universitario con su nombre y tanto la Universidad Autónoma de Sonora como el Instituto de Biología de la UNAM le otorgaron reconocimientos por su labor académica. Además, algunas especies botánicas llevan su nombre, como Bursera medranoana Rzedowski & Ortíz. En la publicación original (Rzedowski & Ortíz, 1988) se asienta que “el nombre de la especie se dedica como homenaje al M. en C. Francisco González Medrano, prestigiado botánico mexicano y activo promotor de los estudios de la flora y vegetación de las barrancas semiáridas del estado de Hidalgo. El maestro Medrano herborizó los primeros ejemplares de este taxón”.
Sin embargo, el otro aspecto que hizo al Maestro Medrano un profesionista excepcional fue su capacidad de enseñanza y de formar botánicos y ecólogos.
Impartió cursos, seminarios y talleres a nivel licenciatura, posgrado o de divulgación en muchas instituciones, pero principalmente en la Universidad Nacional Autónoma de México, en la Universidad Autónoma Metropolitana unidades Iztapalapa y Xochimilco, en la Universidad Autónoma de Morelos y en la Universidad Autónoma de Tamaulipas. Además, ocupó diversas cátedras, como Profesor Titular por oposición en la Cátedra de Botánica IV en la Licenciatura y en la División de Estudios de Posgrado en Ciencias Biológicas de la UNAM, sobre Biología Ambiental (Ecosistemas Naturales y Restauración Ambiental), la Cátedra Divisional “Dr. Enrique Beltrán Castillo” en la División de Ciencias Biológicas y de la Salud en la UAM-Xochimilco y como Profesor Extraordinario en la Universidad Autónoma del Estado de Morelos. En todas estas instituciones dirigió más de 40 tesis, tres de premiadas y más de 40 Seminarios de Investigación en el Posgrado de la Facultad de Ciencias de la UNAM y en la Licenciatura en Biología en la UAM-Iztapalapa. Una larga lista de investigadores se formó con el Maestro, ya fuera como tesistas o aprendiendo de plantas en sus salidas de campo. Solo por citar a algunos: Fernando Chiang Cabrera, Clara Hilda Ramos Álvarez, Rodolfo Dirzo Mijares, Enrique Martínez y Ojeda, María Luisa Piñol Gómez, Gustavo Soria Rocha, Aurora Chimal Hernández, Alejandro Castellanos Villegas, Guadalupe Ramos Espinoza, Patricia Hiriart Valencia, Gilda Ortíz Calderón, Francisco Espinoza García, Patricia Dávila Aranda, José Luis Villaseñor Ríos, Víctor Jaramillo Luque, Rosalinda Medina Lemos, Esteban Martínez Salas, Alfonso Valiente Banuet, Mahinda Martínez y Díaz, Alejandro Casas Fernández, Juan Torres Guevara, Verónica Juárez Jaimes, José Antonio Reyes-Agüero, Arturo Mora Olivo y José Guadalupe Martínez Ávalos, entre muchos otros.
Con el Maestro aprendías a distinguir los tipos de vegetación de una forma fácil y rápida y además te enseñaba los nombres de las plantas de manera, digamos “sui generis”. Tenías que olerlas, tocarlas, estrujarlas, descarapelar la corteza y en muchos casos probarlas. De las más interesantes y una que nunca olvidabas era la del experimento genético, en donde, según el Maestro era, “como cuando la gente puede enrollar la lengua y otros no” y no daba a probar la planta en cuestión diciendo que algunos sentirían sabor amargo y otros no. Esta no era otra que Castela (Castelaria) tortuosa y obviamente todos sentíamos ese amargor terrible del “chaparro amargoso”, especie y nombre común que después de eso no olvidas jamás. Otra enseñanza inolvidable era cuando te mandaba a colectar ejemplares de Cecropia obtusifolia y ya que regresabas todo maltratado por las hormigas te decía “eso que lo picó se llama Atta mexicana”. Lo peor era si estabas en un chaparral y el Maestro encontraba “piñones del desierto” pero esa historia ya la sabe todo el mundo.
Para nosotros, el Maestro se sabía todas las plantas del campo y recuerdo que una vez le pregunté que qué hacía si alguien le preguntaba alguna de la que no supiera su nombre, entonces me dijo, “esa la tira compañero y así como sin querer, la pisa y dice ¡ay! a ver si la vemos al rato y se va por otro lado para que no la vuelvan a encontrar”. Por supuesto que era broma, pues si no las sabía a la próxima nos decía “qué creen, ya supe que era y nos decía el nombre de la especie”. El caso es que además de aprender vegetación y flora de esa manera, te divertías a morir por su forma de enseñar, porque organizaba carreras a ver quién subía más rápido un cerro; porque en las noches hacíamos sesiones interminables de chistes al calor de una fogata y de un tequila; porque aprendías albures, como el género tipo de la familia Melastomataceae; a esquivar “mala mujer” (Cnidoscolus multilobus) o “huizaches” (Acacia spp.) cuando nos mandaba al techo de la camioneta para ver mejor el camino o si llevabas la ventana abierta y el brazo afuera, entonces desviaba la camioneta sobre ellas; aprendías a conocer México y miles caminos ¡los cuales recordaba todos!; a arreglar camionetas siempre en riesgo de que nos dejaran en la sierra. No podré olvidar la travesía de cruzar a caballo durante varios días parte de la Sierra Madre Oriental a través del Cañon del Chihue y del Río Guayalejo, desde San Antonio, Jaumave hasta Llera, Tamaulipas, colectando con el Maestro, con Ricardo Moldzaski y Manuel Yáñez muchísimos números de plantas. Y por supuesto, dormir en la camioneta en el día era peligroso, so pena de brincar hasta el techo con el grito de ¡coyoooote! (el cual puede haber surgido en cualquier momento debido a su inventiva, pero una vez me contó que su origen venía de que escuchó al Ing. Efraím Hernández Xolocotzi, decir que “los estudiantes de las instituciones públicas podían aprender con muy poco dinero y sus maestros podían darles clases y tener un sueldo, gracias a los pocos mexicanos que pagan sus impuestos y a los pocos políticos que lo distribuyen bien, entonces todos teníamos que aprovechar el tiempo para aprender al máximo pues nos debíamos en gran parte a esas personas”). ¿Cómo no valorar todas estas enseñanzas?
Descanse en paz Maestro Francisco González Medrano, lo despedimos con un agradecimiento infinito, diciendo una de sus frases favoritas…
“así es esto de las zonas áridas”.