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Frontera norte

versión On-line ISSN 2594-0260versión impresa ISSN 0187-7372

Frontera norte vol.21 no.41 México ene./jun. 2009

 

Reseña bibliográfica

 

Ser trabajador transnacional: clase, hegemonía y cultura en un circuito migratorio internacional

 

Ariadna Estévez López*

 

Blanca Laura Cordero Díaz. México, Conacyt–BUAP, 2007

 

* Investigadora del Centro de Investigaciones sobre América del Norte/Universidad Nacional Autónoma de México. Dirección electrónica: aestevez@servidor.unam.mx.

 

En un campo de estudio dominado por la investigación descriptiva y etnográfica como es el de la migración, es de resaltar trabajos más analíticos como Ser trabajador transnacional: clase, hegemonía y cultura en un circuito migratorio internacional, de Blanca Cordero. Intelectualmente el libro es estimulante porque con el diseño de un marco teórico original y complejo desafía las concepciones románticas y victimizantes de los migrantes que pueden surgir de estudios más descriptivos. Como acertadamente resalta en el prólogo Leigh Binford: "La principal innovación del libro consiste en el uso de la teoría gramsciana sobre hegemonía para entender la transformación de las identidades de los migrantes en el contexto de los cambios de sus condiciones materiales" (p. 16).

Cordero aplica la idea de hegemonía del marxista italiano Antonio Gramsci al circuito migratorio trasnacional Huaquechula–Puebla y Nueva York, Estados Unidos, para señalar "las complejas interrelaciones entre clase, las subjetividades, las identidades y las configuraciones de poder que circundan y delinean los procesos de proletarización internacional en los que están involucrados los migrantes de manera elemental" (p. 23). Cordero define el circuito migratorio transnacional como una sola comunidad que se forma en el movimiento constante de ida y vuelta de los migrantes y de la circulación de personas, dinero, bienes y servicios. La hegemonía aplicada a los circuitos migratorios internacionales se refiere a la forma cultural con la que se vive la clase, misma que la autora define no necesariamente como un estrato social sino como una experiencia que configura la vida en su totalidad. Esto implica articular niveles micro y macro de distribución de recursos con la experiencia y las formas culturales que los sujetos experimentan en la vida cotidiana. En otras palabras, la hegemonía sirve para analizar los discursos de género, raza, religión, familia, etcétera, que los sujetos manejan en la construcción de su identidad de clase, la cual se expresa en el consumo de bienes materiales y su experiencia de explotación y alienación como trabajadores flexibles.

Con esta visión cultural de clase, la autora rescata y combina con éxito los elementos más importantes de dos enfoques predominantes en los años setenta, ochenta y noventa, los cuales han tendido a excluirse mutuamente. Estos enfoques son el estructuralista y el transnacional. El primero, muy utilizado en los años setenta y ochenta, se enfocaba en el análisis histórico de las causas económicas que producen la migración. Este enfoque marginaba la dimensión cultural, es decir, la construcción de subjetividades que de alguna manera motivan la acción de los sujetos sociales. El segundo, que ha predominado a partir de los noventa, explora la construcción de identidades de género y etnia en la formación y consolidación de circuitos transnacionales. En contraste con el enfoque estructuralista, el transnacional margina el análisis político–económico y la identidad de clase.

Cordero analiza críticamente las limitaciones de estos dos enfoques y parte del análisis de clase para examinar los procesos político–económicos, los ámbitos de la vida social, las relaciones de poder y las subjetividades que se construyen dialécticamente en la conformación del circuito migratorio transnacional ya mencionado. De manera más específica, ve a los migrantes de este circuito como obreros flexibles internacionales y consumidores de mercancías globales, cuyas prácticas económicas se construyen a partir de la subjetividad y las prácticas sociales que se constituyen históricamente. Al tiempo que analiza la relación entre el régimen de acumulación flexible, las políticas neoliberales hacia el campo y la reestructuración de los mercados laborales estadounidenses, la autora construye un fuerte argumento basado en la clase como catalizador de los circuitos migratorios.

Más específicamente, Cordero lleva a cabo este análisis en el caso del ya mencionado circuito transnacional conformado por el pueblo rural de Huaquechula, ubicado en el Valle de Atlixco, Puebla, y la ciudad de Nueva York, en Estados Unidos. Con la perspectiva histórica que le da el análisis estructural, la autora describe cómo desde que se iniciara la migración a Nueva York en la década de 1970, Huaquechula ha pasado de ser un pueblo rural que vivía de la siembra del maíz y el cacahuate a uno de trabajadores transnacionales, inmersos en la flexibilización del trabajo en una sociedad pos–industrial. Además de indagar en las causas del cambio económico tanto en México como en Estados Unidos (la debacle del campo y la flexibilización laboral, respectivamente), la obra aporta importantes y novedosos hallazgos en el terreno de la subjetividad con la que se vive y se reproduce la explotación.

El libro examina el organigrama del lugar de trabajo de los migrantes, el papel del consumo en las expectativas de vida, la explotación a la que son sometidos, la disolución de los vínculos afectivos y el papel de las tradiciones en la construcción de clase, todos marcados por las relaciones de género y generacionales. Estos elementos dan sustento al argumento central del libro, pero dos de ellos son los que aportan el rasgo fundamentalmente novedoso de la aplicación del concepto de hegemonía al estudio empírico del trabajo transnacional: 1) la relación entre tres elementos: la autoexplotación favorecida por la flexibilización laboral, el consumo y lo que la autora denomina la moral del éxito; y 2) la disolución de los vínculos afectivos afines a las relaciones de género y el trabajo transnacional. Este análisis, que evita el romanticismo y la tendencia a la victimización encontrados con frecuencia en el transnacionalismo, revela dos cosas fundamentales: el papel de los trabajadores migrantes en reproducir y perpetuar la explotación de que son objeto, lo cual, a su vez, limita la organización política; y las condiciones afectivas generadas por el transnacionalismo, sobre todo la soledad, la cual permite la reproducción de una clase social dispuesta a la explotación y al abandono de las mujeres, la infidelidad, la ausencia de los padres, el sometimiento de esposas e hijos, y paternidades conflictivas.

Por cuestiones de espacio, aquí se abordará únicamente la relación entre flexibilización, consumo y moral del éxito. En este análisis, la caracterización del trabajo de los migrantes huaquechulenses en Nueva York es fundamental. Casi todos trabajan en el ramo restaurantero. Muchos de los establecimientos donde prestan sus servicios son pequeños y para su supervivencia se basan en el trabajo indocumentado, ya que es más barato y prescindible que el de migrantes legalizados, pues es numeroso y por ello más proclive a generar la autodisciplina que permite a los migrantes volverse menos desechables. Con tal de conservar el empleo, los migrantes se autoexplotan a niveles escandalosos: trabajan jornadas extenuantes y siempre se encuentran dispuestos a sacrificar su tiempo libre para conservar el trabajo y ascender en el escalafón que nunca llegará a niveles directivos. La autoexplotación atraviesa las relaciones de raza, pues lejos de ser concebida como una condición de sometimiento, se ve como la cualidad de una "raza", la mexicana, que los coloca por encima de otros, como los afrodescendientes, los asiáticos o los dominicanos.

La autoexplotación tiene sentido en la moral del éxito, que la autora define como la autodisciplina necesaria para mantener el ingreso necesario que permita el nivel de consumo que se ha vuelto indicador de éxito en el pueblo. En Huaquechula, un indicador de éxito es la adquisición de bienes electrodomésticos y camionetas, así como la compra y construcción de inmuebles o mejoras a éstos. Los que no logran conseguir esto son aquellos que no se auto–explotan lo suficiente o bien se alienan con "alcohol y mujeres", lo cual es moralmente condenable en el pueblo.

Como dice la autora: "El consumo es parte fundamental de un nuevo estilo de vida que toca a todos los participantes del circuito transnacional. Pero el estilo de vida no sólo se refiere a esta parte de la experimentación de la clase en términos de la relación entre pláticas culturales y consumo, que forman parte fundamental de procesos de identificación social. La clase también se experimenta necesariamente como disciplina, que conlleva una forma de medir el tiempo y de disciplinar los cuerpos. Pero esta disciplina no se da de una manera 'natural', implica procesos de dominio, subordinación y contestación. En otras palabras, implica construcción de hegemonía, lo que quiere decir que surjan nuevas subjetividades y prácticas culturales acordes con la disciplina, así como en contradicción con ésta. El consumo, y todo lo implicado en términos de nuevas subjetividades e identidades culturales, es clave para la disciplina de los cuerpos" (p. 200).

Los datos que arroja el análisis de las relaciones hegemónicas en el circuito migratorio Huaquechula–Nueva York son reveladores para entender la falta de organización política de los migrantes mexicanos en esta ciudad de la costa este. Al considerar la autoexplotación y la autodisciplina de los cuerpos como parte de una moral del éxito que hace mejor a los mexicanos que a otros migrantes, se ensombrecen las posibilidades de ver las relaciones político–económicas que producen y reproducen las condiciones de explotación de los trabajadores indocumentados. Peor aún, se oscurece cualquier posibilidad de alianza con otros migrantes para la acción sociopolítica.

Los huaquechulenses no hacen una vinculación entre la explotación a la que son sometidos y las relaciones desiguales de poder entre Estados Unidos y México. Más en específico, no hay toma de conciencia de que la falta de derechos laborales está relacionada con una condición –la de indocumentado– que se genera a partir de una cadena de factores vinculados a este desbalance de poder: la debacle del campo provocada en gran medida por el TLCAN; el gran beneficio de los empleadores estadounidenses al mantener el trabajo indocumentado (mayor plusvalía al dar salarios bajos y sin prestaciones), y el racismo hacia los mexicanos. Sin esta conciencia, la organización política en torno a la clase o incluso la identidad nacional, por mejores condiciones laborales, es casi imposible. Cordero deja esta pista para futuras investigaciones sobre el tema.

Sin embargo, este libro, como cualquier otro, tiene limitaciones. Los elementos reveladores desarrollados a lo largo de los capítulos 3, 4 y 5 contrastan con un análisis más pobre desarrollado en el capítulo 6. éste está dedicado al papel de las tradiciones en la construcción de la clase, en particular el Día de Muertos, mismo que distingue al pueblo de Huaquechula y atrae a cientos de turistas cada año. Aunque rica para los estudios etnográficos de los antropólogos, la celebración del Día de Muertos no favorece el análisis social de clase, aun definida ésta en el terreno de lo cultural. El Día de Muertos en Huaquechula se queda en la descripción etnográfica y muy pocos elementos logran dar indicios de cómo la clase define el intercambio transnacional en las celebraciones. Las limitaciones de este análisis hacen pensar que tal vez habría sido más fructífero analizar el papel de la celebración de la Virgen de Guadalupe en la construcción de subjetividades de los poblanos viviendo en Nueva York, posiblemente en torno al papel de la moral del éxito en la Antorcha Guadalupana.

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