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Revista mexicana de sociología

versión On-line ISSN 2594-0651versión impresa ISSN 0188-2503

Rev. Mex. Sociol vol.71 spe Ciudad de México dic. 2009

 

Artículos

 

Fronteras y convergencias disciplinarias

 

Disciplinary Frontiers and Convergence

 

Judit Bokser Liwerant*

 

* Doctora en Ciencia Política por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Temas de especialización: teoría política; identidades colectivas y procesos de globalización; democratización; diversidad cultural y ciudadanía; comunidades judías en América Latina; judaísmo contemporáneo. Coordinadora del Programa de Postgrado en Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, Edificio F, planta baja, Circuito Mario de la Cueva s/n, Ciudad Universitaria, Coyoacán, México D.F., 04510. Teléfono: (55) 5665 1217; fax: (55) 5665 1786; correo electrónico: bokser@mail.politicas.unam.mx; judit@liwerant.com.

 

Resumen

En este artículo, la autora analiza desafíos actuales de las ciencias sociales a la luz de la doble tendencia hacia la creciente especialización del conocimiento y, simultáneamente, a las interacciones disciplinarias. Éstas se exploran, a su vez, desde la óptica específica de la ciencia política, para así ejemplificar una tendencia que, de acuerdo con la autora, atraviesa las ciencias sociales en su búsqueda de acercamientos explicativos más acordes con las transformaciones contemporáneas.

Palabras clave: globalización, disciplina y transdisciplina, fronteras del conocimiento, ciencia política.

 

Abstract

This article analyzes current challenges of the social sciences in light of the dual trend towards the growing specialization of knowledge and disciplinary interaction. These are explored from a political science approach in order to exemplify several crossroads in the search for explanatory approaches garding contemporary transformations.

Key words: globalization, discipline and transdiscipline, borders of knowledge, political science.

 

LAS CIENCIAS SOCIALES HOY: CRUZANDO FRONTERAS

En el seno de entornos crecientemente complejos y en permanente proceso de transformación, las ciencias sociales han asumido un renovado compromiso de autorreflexión para dar cuenta de un mejor y más cabal entendimiento de los nuevos tiempos y circunstancias. La inusitada suma de tendencias, acontecimientos y coyunturas a la vez novedosas e inciertas, ha propiciado interrogantes y respuestas de diferentes comunidades científicas no sólo en la evaluación de los cambios y sus consecuencias, sino en los métodos y las categorías empleados para su comprensión. En este marco, han transitado hacia la especialización del conocimiento nutrida, a su vez, por la convergencia de los aportes siempre esenciales de las disciplinas sociales. Es en esa lógica de interacción y traslape disciplinario, ante una realidad que convoca y rebasa la definición de fronteras, que se ha hecho presente la exigencia de revisar las propias fronteras del conocimiento.

La acelerada modificación de fronteras, tanto materiales como culturales, externas como internas, ha incidido con diferentes ritmos e intensidades en la exploración de las propias fronteras que perfilan las trayectorias de conocimiento. Efectivamente, junto a la diversidad disciplinaria y el pluralismo teórico que caracterizan a las ciencias sociales, destaca una doble tendencia en su desarrollo. Por una parte, la especialización y diversificación de las disciplinas que se han manifestado en una permanente depuración teórica y analítica, en una mayor especificidad en los instrumentos y técnicas de investigación y análisis y en un perfil específico más definido. Por la otra, una creciente interacción de las disciplinas que conduce a la revisión de las fronteras del conocimiento y de los paradigmas teóricos que se van redefiniendo para enfrentar con recursos conceptuales renovados los profundos cambios de la realidad. Si bien el conocimiento social transita con reconocido éxito en los ámbitos disciplinarios, son los encuentros en las fronteras del conocimiento los que hoy por hoy alientan los logros y aciertos de nuestras disciplinas y permiten su desarrollo. Al tiempo que la idea de un solo universo cognoscitivo queda superada y se hace necesario pensar en una diversidad de universos que afloran, las interacciones y convergencias entre ellos se ven crecientemente alentadas.

Al calor del fin del siglo pasado y los prolegómenos del presente, los intensos cambios sociales y culturales y los desafíos políticos y económicos han convocado necesariamente el propio autocuestionamiento del saber. Las últimas décadas en el mundo han significado el surgimiento de tendencias y dinámicas que exigen nuevas aproximaciones ante fenómenos cuya interdependencia, intensidad y carácter multidimensional configuran desafíos sin precedentes. Así, conceptualizados en términos de procesos de globalización, apuntan a cambios radicales que trastocan los referentes espaciales, temporales, geográficos y/o territoriales, sin los cuales sería imposible pensar las relaciones económicas, políticas, sociales y culturales en el mundo contemporáneo (Waters, 1995; Robertson, 1992, y Scholte, 1998). El hecho de que el tiempo y el espacio dejan de tener igual influencia en la forma en que se estructuran las relaciones e instituciones sociales, implica nuevas modalidades de convivencia que no dependen ni de la distancia ni de las fronteras ni influyen de la misma manera en la configuración final de las relaciones sociales (Giddens, 1994). Consecuentemente, la interacción social se organiza y estructura teniendo como horizonte la unidad del planeta. La localización de los países y las fronteras entre los estados se torna de esta manera más difusa, porosa y permeable y las conexiones globales, que se extienden por todo el mundo, se intensifican en virtud de que pueden trasladarse instantáneamente de un lugar a otro.

El mundo se estructura como un espacio a la vez único y diferente porque, mientras que por un lado las fronteras territoriales pierden importancia, por el otro, por primera vez, se pueden construir identidades y comunidades independientemente de sentimientos, espacios y fronteras nacionales (Scholte, 1998). Simultáneamente, sin embargo, los referentes naturales y primordialistas que delinean las identidades colectivas emergen con un inesperado vigor, perfilando una tensa oscilación entre el momento de lo único o universal y el de la diferencia o particular (Bokser y Salas Porras, 1999).

Los procesos de globalización no son homogéneos, ya que se desarrollan de una manera diferenciada y con desigualdades territoriales y sectoriales; son intrínsecamente multifacéticos, en la medida en que convocan en sí y para sí lo económico, lo político, lo social, lo cultural, lo ideológico y lo religioso, así como las interdependencias e influencias entre estos planos, y son a la vez multidimensionales, porque se expresan tanto en redes de interacción de instituciones y agentes trasnacionales como en procesos de convergencia, armonización y estandarización organizacional, institucional, estratégica y cultural. Exhiben, por otra parte, un carácter contradictorio, porque pueden ser intencionales y calculados a la vez que aleatorios e irreflexivos, de alcance internacional a la vez que regional, nacional o local.

Todos estos planos someten a prueba a las formas de organización social y política tradicionales y modernas, lo que ha obligado a la comunidad de científicos sociales a discutir las bases mismas sobre las que se han construido las clásicas aproximaciones conceptuales. Discernir estos nuevos núcleos ocupa buena parte de su discusión teórica y de sus propuestas prácticas, abriendo ejes de indagación que cuestionan, amplían y asimilan las formas de pensamiento social y político que mantuvieron una legitimidad y presencia institucionalizada (Dahrendorf, 1996; Keohane y Milner, 1995; Waters, 1995).

La búsqueda de nuevos registros conceptuales se intensifica para dar cabida en sus respuestas a aquellos focos de ordenamiento que atraviesan más de un ámbito de la compleja realidad contemporánea. Así, como señalamos, las interrogantes que confrontan las diferentes comunidades científicas radican no sólo en la evaluación de los cambios y sus consecuencias, sino en las categorías empleadas para su comprensión. Entre los márgenes de constitución de nuevos paradigmas políticos y sociales y la revisión de los añejos, las ciencias sociales enfrentan nuevas tareas: objetos móviles y fenómenos emergentes; espacios que se amplían o estrechan según se centre la atención en referentes diversos y plurales, abriendo un ejercicio conceptual difícil pero planteando formidables retos para la imaginación, la apertura y la renovación.

 

FRONTERAS DISCIPLINARIAS: ENTRE LA DIVISIÓN Y LA CONVERGENCIA

El estatuto científico de las ciencias sociales ha pasado por la delimitación y diferenciación interna de áreas disciplinarias; el proceso mismo, al tiempo que aportó riqueza y potencial heurístico, resultó en aislamientos y fragmentaciones. Ello ha merecido en años recientes sostenidos esfuerzos orientados a la construcción de nuevos diseños de estudio e investigación en los que la transdisciplina, la interdisciplina y la multidisciplina han ganado espacio tanto en ámbitos institucionales como en el lenguaje cotidiano de diferentes comunidades científicas. Los márgenes ampliados de encuentros e interacciones globales han conducido necesariamente a repensar el carácter histórico y por ende modificable de las fronteras que delimitan la diferenciación cognoscitiva y disciplinaria. Del mismo modo que las fronteras geopolíticas y materiales han dejado de verse como datos naturales, las cognoscitivas deben ser sometidas a cuestionamiento, no en términos de su núcleo teórico específico pero sí en términos de su condición científica y su potencialidad heurística.

Uno de los aportes que en esta línea marcó un parteaguas —el informe de la Comisión Gulbenkian para la Reestructuración de las Ciencias Sociales— buscó dar cuenta de la historicidad de la especialización y división disciplinaria del conocimiento, resultado de la acumulación del saber. A pesar de que, al igual que todo modelo de diferenciación, las fronteras del conocimiento son vistas como un dato natural, evidente o bien inherente a la naturaleza misma de las cosas o del saber, su creación ha sido una decisión social llena de consecuencias en lo que a asignación de poder y recursos se refiere. Cabe destacar que la creación de fronteras en la investigación social no es antigua. Hasta 1750 era virtualmente inexistente y a pesar de que desde entonces y hasta 1850 se hicieron esfuerzos por demarcarlas, éstos fueron limitados. Sólo en el lapso que va de 1850 a 1914 emergieron y se cristalizaron las fronteras actuales, adquiriendo mayor firmeza en el periodo de 1914 a 1945. Las categorías que triunfaron reflejaron los tiempos. También lo hicieron las grandes antinomias o fisuras que condicionaron su desarrollo. Wallerstein analiza el condicionamiento histórico de las principales antinomias que han operado como ejes delimitativos–constitutivos de las ciencias sociales: pasado–presente; Occidente–no Occidente; Estado–mercado–sociedad civil (Wallerstein, 1996).1

La historicidad de las fronteras ha sido abordada desde diversas perspectivas teóricas. Así, resaltando la primacía de las fronteras mismas, se ha destacado su importancia toral en la estructuración del conocimiento y se ha abordado desde una ontología procesual que analiza la relación e interacción de las fronteras y el surgimiento y desaparición de entidades sociales (Abbot, 1995). Así, entendidas inicialmente como espacios de diferencia, permiten analizar el surgimiento de entidades sociales a partir de la delimitación de las mismas por los actores sociales, por lo que las fronteras han jugado un papel central en la configuración histórica de campos profesionales. Concebida toda organización como un conjunto de transacciones ligadas a una unidad funcional que las alberga, las fronteras pueden ser vistas como espacios fundacionales de la diferencia en un momento inicial, y en su carácter topográfico explícito posteriormente, a través de la construcción, perdurabilidad y estructuración de su diferenciación constitutiva. Esta visión aporta elementos interesantes para la comprensión de los campos de conocimiento y de las disciplinas, y a la vez que contribuye a ampliar las perspectivas analíticas de los procesos de diferenciación, minimiza cualquier tenor voluntarista en la reflexión contemporánea acerca de las ciencias sociales.

Otras líneas de pensamiento se suman a esta reflexión. Analizando los procesos de construcción de áreas del conocimiento y campos científicos y profesionales, la construcción de fronteras/identidades es un proceso creativo que activamente esculpe diferentes campos mentales más que identificar pasivamente los naturales ya existentes. Desde esta óptica, se ha analizado el mapeo espacial de diferenciación del conocimiento en disciplinas, campos y áreas rodeadas por murallas mentales, mismas que acentúan su distancia y las convierte a nuestros ojos en islotes aislados (Zerubavel, 1995). Esta visión, sostenida por una "mente rígida", refuerza los campos delimitados y aislados por sobre los encuentros y las interacciones, y privilegia la compartimentalización del mundo y de los saberes por sobre los acercamientos.

En lo que respecta a la vida académica, esta visión ha generado serios problemas: aislamiento disciplinario, visiones parroquiales, fronteras inamovibles y cerrazón, lo que ha inhibido la propia creatividad. Reconociendo la necesidad de ciertos mecanismos y procesos de estructuración y delimitación, la alternativa propuesta para construir la identidad académica no es la de una actitud ligera sino la de una mente flexible. A partir de ésta será factible construir un entorno académico a la vez ordenado y creativo, estructurado, de apertura mental y sujeto al cambio. Una identidad académica y un mundo en los que la especialización no se traduce en aislamiento, en los que las estructuras tienen fluidez, y en los que el rigor no deviene rigidez. Consciente de la oposición que esta demanda genera en las instancias institucionales y corporativas prevalecientes, Zerubavel descubre un gran beneficio en recordar que las amplias divisiones intelectuales que supuestamente separan los campos y áreas científicos son fragmentos de nuestra mente, lo que resulta ser una reflexión más honesta y congruente con las formas ambiguas y fluidas de organización del mundo que nos ha tocado vivir.

Existe un amplio espectro de trabajos autorreflexivos generados por las ciencias sociales en este momento en que la intensidad y la celeridad de los cambios conducen a la necesidad de atender, como hemos señalado, tanto las nuevas manifestaciones de la compleja vida social como los instrumentos conceptuales con los que deberán abordarse. La pluralidad de enfoques denota la madurez alcanzada por un saber que se asume a sí mismo como objeto de reflexión y que encuentra en este ejercicio un prerrequisito para su desarrollo ulterior.

Así también se ha analizado el papel que ha desempeñado la organización social de la vida académica en la definición de las disciplinas. Tal como se manifiesta en los ordenamientos institucionales de facultades, departamentos y centros, bibliotecas, editoriales o bien publicaciones, éstos reflejan la organización sociomental del mundo en general y de la identidad académica en particular. En su conjunto, los desafíos de convergencia, interacción, traslapes, hibridación disciplinarios responden a la dinámica de la dimensión cognitiva, altamente condicionada por su institucionalización y por la organización de las comunidades epistémicas que la generan y vehiculan. En el saber contemporáneo asistimos, de acuerdo con Dogan (2001), a dos tendencias simultáneas. Por una parte, al igual que la mayoría de las universidades (instituciones que se desenvuelven entre la vanguardia del conocimiento y el peso conservador de la institución), la docencia, los nombramientos, las carreras docentes, se ajustan a las fronteras disciplinarias. Por su lugar central en la transmisión del saber a nuevas generaciones, las disciplinas ocupan un lugar preponderante y se perpetúan en las universidades. Cada disciplina defiende celosamente su soberanía territorial.

Paralelamente, en el ámbito de la investigación, las fronteras de las disciplinas están en un creciente entredicho, sujetas a un serio cuestionamiento. En concordancia con nuestros argumentos iniciales, las fronteras de las disciplinas tradicionales ya no corresponden a los cambios de la realidad ni dan cabida a la complejidad, a las ramificaciones, a las derivaciones, y a las bifurcaciones o, en suma, a la gran diversidad de conocimiento desplegada en su seno, por lo que exigen una creciente interacción. Desde una óptica cognoscitiva, "[...] en la investigación científica el aumento de las especialidades fisura las disciplinas académicas, cuyos perfiles están convirtiéndose en artificiales y arbitrarios. Entre disciplinas vecinas hay espacios vacíos o terrenos inexplorados en los que puede penetrar la interacción entre especialidades y campos de investigación, por hibridación de ramas científicas".

Así, el desarrollo del conocimiento en las ciencias sociales se caracteriza por una importante ramificación teórica que ha permitido la confrontación de perspectivas, la flexibilización de enfoques y la propuesta de corrientes alternativas. En esta línea, como señalan Dogan y Pahre (1995), la innovación en las ciencias sociales se da con mayor frecuencia y con resultados crecientes en la intersección de las disciplinas, como resultado de la recombinación de las mismas en campos de conocimientos híbridos. Si bien la acumulación de conocimiento se ha dado originalmente en el centro de cada disciplina, la "densidad cognoscitiva" en el núcleo del objeto de estudio propio de cada disciplina ha llegado a su límite, saturando su potencial explicativo. En este sentido, el centro de cada disciplina se ha expandido a su periferia y los investigadores que buscan espacios innovadores se introducen, necesariamente, en campos disciplinarios vecinos.

Por ello, tal vez lo más interesante en los últimos años es el tránsito entre las disciplinas, los puentes entre éstas y las convergencias asentadas en nuevos ámbitos.

 

LOS CAMBIOS EN LA CIENCIA POLÍTICA

Al igual que otras formas del saber social, la Ciencia Política se ha desarrollado por medio de la interacción de dos ejes fundamentales: el primero, conformado por las transformaciones en el propio objeto de estudio, esto es, en la realidad política (sus estructuras, instituciones, prácticas, procesos, procedimientos, sujetos y acciones, significados y sentidos); el segundo, caracterizado por la dinámica específica de la indagación científica y teórica que se reconstituye ante estas transformaciones. El cambio en la lógica de organización del pensamiento político y de la investigación política obedece a un permanente diálogo entre las diferentes teorías, sean precedentes o contemporáneas. Este diálogo configura, a su vez, el arsenal conceptual y metodológico que constituye a la política como ciencia.

La producción científica se nutre hoy necesariamente de ópticas teóricas diversas que se formulan desde múltiples contextos y condiciones geopolíticas y culturales que, a la vez que reconocen su condicionamiento particular, cuestionan sus alcances. Una nueva visión que parece perfilarse llama a conjuntar los esfuerzos teóricos para alcanzar una reflexión integradora. Así, y de frente a los procesos de globalización, los desafíos también se derivan de la atención simultánea a lo único y lo distintivo y a la búsqueda de regularidades en un horizonte ampliado. Es en esta dinámica que los estudios centrados en áreas geopolíticas han sido cuestionados ya sea en términos de limitaciones conceptuales, ya sea por reflejar un ordenamiento mundial derivado de épocas previas e inoperante ante la nueva realidad (Heilbrunn, 1996).

Los esfuerzos teóricos invitan, entonces, desde diferentes ópticas, a replantear los supuestos prevalecientes en el campo de la Ciencia Política. Los procesos de interacción ampliada de países, regiones y actores han sido elevados a conceptos designando segmentos de la realidad distintos y, en ocasiones, opuestos a los esquemas prevalecientes en la postguerra. Surgen así enfoques que, además del desbordamiento del mundo bipolar, plantean un acercamiento problematizador a los procesos de globalización que hemos ya señalado. La interacción de los ejes realidad–teoría se suma a la derivada de la disciplinar y genera un reto en sus construcciones teóricas, aparatos de investigación y capacidades vinculantes con otras disciplinas.

Estas tendencias han alcanzado el estudio y la investigación política en México. Así, se analiza el porqué lo político y el sistema político nacional están perdiendo forma y sustancia frente a nuevos fenómenos políticos de naturaleza supranacional. Tanto la globalización como la regionalización supranacional, entendidas como tendencias complementarias y autolimitativas, plantean nuevas formas de organización política y estatal mundiales y regionales (Rocha, 1997; Bokser y Salas Porras, 1999).

El estudio de los sistemas regionales en la dimensión de los nexos económicos y en la generación de procesos societales de identidad y acercamiento, mantiene una distancia con el planteamiento de una globalización homogeneizante, evitando desatender la importancia del lugar y de la especificidad; así entendida, la globalización no neutraliza la importancia del lugar ni lo condena a ser irrelevante, sino que replantea su conformación y refuerza la necesidad de atender tanto en términos disciplinarios como transdisciplinarios las transformaciones radicales de fin de siglo. En esta línea de pensamiento, Estado, nación, poder, gobierno, ciudadanía, bloque y sistema son algunos de los grandes referentes que están a debate en diferentes contextos científicos y comunidades académicas. Así, a título de ejemplo, podemos detenernos en algunos de los desafíos que la Ciencia Política en particular debe afrontar en la transición de las ciencias sociales hacia mejores marcos teórico–conceptuales de explicación y acercamiento. Uno de los más representativos es, sin duda, la relación Ciencia Política–relaciones internacionales.

La política debe —en el marco de las dimensiones nacionales y mundiales que, con la globalización, tienden más a imbuirse mutuamente— "internacionalizarse", es decir, tomar no sólo en cuenta, sino hacer parte de ella misma los estudios del área de las relaciones internacionales. Aunque las relaciones entre estados han sido examinadas por la Ciencia Política como un dominio diverso y eventualmente adicional que compete a otra disciplina, la tendencia actual, sin embargo, duda del sentido y validez académica de este desdoblamiento. La creciente importancia de las relaciones sociales a nivel mundial; la expansión de nexos transnacionales que generan nuevas formas de toma de decisiones colectivas; el desarrollo de instituciones intergubernamentales y supranacionales; la intensificación de sistemas de comunicación transnacionales; los nuevos ordenamientos militares regionales y globales; los problemas surgidos por la desterritorialización, entre otros, son hechos que han "obligado" a echar marcha atrás a la tradicional postura de aislamiento y "transigir" ante la interdisciplina que, obviamente, existe entre el ámbito de lo político y el área de lo internacional. Los intentos por comprender las interconexiones entre uno y otro deben incorporar, además, un proceso de mapeo de sus interpenetraciones mutuas para trascender los marcos endógenos y exógenos de la teoría política y las relaciones internacionales respectivamente. De otra manera, cualquier análisis de la realidad política quedará insolvente.

En el marco de las transformaciones contemporáneas, entonces, conceptos como el de "comunidad política moderna" o "Estado", y sus respectivos lugares en el desarrollo de la disciplina, deben replantearse; asimismo, la centralidad del Estado nacional como unidad de análisis en las ciencias sociales en general y para la teoría política en particular es hoy por hoy revisada. Lo global, regional, nacional y local puede ser analizado con lentes teóricos, metodológicos y epistemológicos que, en contraste con perspectivas tradicionales, inquieren sobre los flujos globales y transnacionales como opciones más productivas para dar cuenta del modo como las arenas sociales y políticas interactúan y se constituyen hoy (Giddens, 1994; Ben Rafael et al., 2009). A su vez, Beck (2000) nos advierte sobre la necesidad de rebasar el nacionalismo metodológico.

Tal como hemos planteado con Salas Porras, las comunidades académicas que resultan de la interacción e interdependencia de los diferentes campos de conocimiento, debe dar cuenta no sólo del replanteamiento de viejos conceptos sino también de la elaboración de nuevos términos más ad hoc para explicar una realidad difícilmente asible. En este sentido, el concepto de espacios virtuales, también llamados de flujos o cibernéticos, puede ser paradigmático. Estos espacios, desarraigados o desanclados de los físicos, territoriales o geográficos, se forman en virtud de la intensa red de interacciones sociales transfronterizas y supranacionales que, si bien en ocasiones logran concretarse en lugares definidos (por medio de encuentros de diferente naturaleza), en la gran mayoría de los casos desbordan cualquier dimensión geográfica. Estos ámbitos no se desarrollan de una manera homogénea ni totalmente al margen de los espacios más o menos físicos y formales de las instituciones políticas y sociales tradicionales, por el contrario, interactúan e influyen en ellos pero, al mismo tiempo, mantienen una lógica muy diferente, en gran medida todavía inexplorada.

Los espacios virtuales son también lugar de reflexión colectiva utilizados, ocupados y, en mayor o menor grado, estructurados y controlados por actores supranacionales como las empresas trasnacionales, los organismos internacionales (BM, FMI, ONU, OMC, OMS, etcétera) y las agencias privadas, así como por organizaciones no gubernamentales internacionales, comunidades epistémicas y otros actores que nacen y se desenvuelven estrechamente vinculados al desarrollo de las nuevas técnicas de comunicación e información y a la "apropiación reflexiva del conocimiento" (Giddens, 1994: 38).2 El nuevo concepto también explica por qué algunos autores hablan de la formación de una clase de analistas simbólicos (Gómez Buendía, 1995),3 de sistemas de expertos (Giddens, 1994: 27)4 o de comunidades epistémicas (Haas, 1992)5 en el intento de entender el comportamiento no sólo de dichos espacios sino de quienes los construyen, estructuran, utilizan y controlan. Cabe destacar el valor y alcance que éstos, y otros autores, atribuyen al conocimiento, a la información, a la calificación y a la educación como recursos de control, autoridad y poder en el interior de los espacios mencionados que, no obstante ser intangibles, no por ello son menos reales. En breve, como bien subraya Salas Porras y hemos analizado conjuntamente, descubrir y caracterizar la estructura de los espacios virtuales, las fuerzas y actores que los construyen y estructuran, así como el potencial que desde ellos se despliega y la forma en que influyen, reaccionan e interactúan con estructuras e instituciones políticas y sociales de alcance nacional y local, representa un auténtico desafío para las ciencias sociales en general y, especialmente, para la política.

Otro desafío conceptual representa entender la forma en que la desterritorialización y la formación de espacios y estructuras globales afectan a los Estados, a la soberanía, a los sistemas de regulación mundial y a las posibilidades de una gobernación democrática global (global governance). El término no deja de tener tras de sí una serie de interrogantes que, en sí mismas, resultan todo un reto metodológico: ¿cómo examinar espacios intangibles o instituciones que no tienen como referente coordenadas geográficas y temporales cuando la ciencia política y en general las ciencias sociales, sus conceptos, categorías e instrumentos de análisis, están tan profundamente anclados en dichos referentes? ¿Cuándo el científico mismo piensa y construye el objeto de estudio desde estos referentes espaciales y temporales? ¿Cómo examinar el "equilibrio dinámico" entre las fuerzas, instituciones y espacios de alcance global y aquellas de alcance nacional y/o local? ¿Cómo trasmitir el carácter frágil, cambiante, inestable, incierto y en proceso de permanente renegociación de dicho equilibrio? ¿Cómo examinar, en suma, la dimensión supraterritorial de las relaciones sociales y su entrelazamiento y traslape con la dimensión territorial? (Bokser y Salas Porras, 1999).

El estudio de la globalización ha generado gran interés por enfrentar el reto de explicar los fenómenos emergentes, entre los que destacan también un sostenido movimiento del poder político de los gobiernos hacia los mercados o crecientes asimetrías en el poder gubernamental de decisión y brechas en el poder de los gobiernos. Hoy la Economía ya no es pensada sólo en términos de un Estado nacional y la tecnología opera como círculo virtuoso que precipita la interacción de tiempo y espacio. Desde esta óptica, la disciplina debe hacer acopio de nuevos planteamientos para explicar fenómenos previos que asumen nuevas implicaciones. Particularmente, se ha subrayado la necesidad de conocer las dinámicas que estrechan la capacidad de las administraciones nacionales en espacios que anteriormente eran de su atención privilegiada. Así, la globalización ha sido analizada desde el cuestionamiento de las interacciones de frontera a partir de dos de sus dimensiones constituyentes —la política y la económica—, implicando mecanismos, actores y procedimientos en un análisis global y diferencial. Mientras que los cambios en la primera apuntan hacia las vinculaciones internacionales, perfilándose el predominio de las organizaciones que toman decisiones a dicho nivel, la dimensión económica comporta la internacionalización de la producción y de los mercados en un marco de transformaciones tecnológicas intensas.

Así, ante la necesidad de superar un esquema decimonónico en lo que a identidades e interacciones disciplinarias se refiere, ha cobrado un lugar preponderante el reclamo por superar el extrañamiento mutuo entre la Política y la Economía, derivado de un ciclo que va del predominio marxista a su crisis y al surgimiento de enfoques que refuerzan la separación entre ambas. Esta problemática, asociada a la cuestión de los paradigmas en las ciencias sociales, deja ver que, frente a los grandes cambios de la política y del Estado, éstos no han sido capaces de dar cuenta del vacío dejado por el deterioro institucional de ambos referentes: la pérdida de la capacidad articuladora de la primera y el rebasamiento del segundo.

Así, a la luz de las transformaciones productivas, organizativas y tecnológicas, se ha planteado la necesidad de una reelaboración crítica del neoliberalismo para dar lugar a una discusión rigurosa y seria sobre éste, su génesis e inserción teórica. De este modo, el neoliberalismo revisitado en su revolución teórica, deslindado de las políticas neoliberales, es destacado en tres de sus hallazgos: la recuperación de la idea de racionalidad como fuente de libertad; el descubrimiento de que el egoísmo combinado puede dar lugar al bien común: el mercado, y la formalización de la conceptualización del mercado en la Economía marginalista como un corpus teórico claramente distinto (Valdés Ugalde, 1996). Valdés analiza el deslinde y la constitución de la Economía política como disciplina autónoma y sus consecuencias, mismas que culminan en la pérdida de la idea del mercado como medio para la autorregulación de la dinámica entre intereses individuales y colectivos y como mecanismo facilitador de la democracia. De allí que el resurgimiento de las teorías de la racionalidad y de la elección social plantean la reconvergencia de estas dimensiones y la recuperación ética con los aportes de la Ciencia Política, la Sociología y la Economía.

El análisis de los nexos históricos entre la autonomización de la explicación económica y las dimensiones políticas y sociales llaman a nuevas síntesis entre Economía y sociedad y entre Economía y política para superar acercamientos por oposiciones y sustituciones. Así, Heilbroner (1995) —siguiendo la visión de Michael Mann en su estudio sobre las fuentes del poder social que encuentra la constitución de la "sociedad" como un proceso de progresiva creación de redes (de sistemas de creencias, prácticas económicas, organización militar, autoridad política) que delimitan fronteras externas e identidades internas— hace suya la concepción de la realidad social como redes que se intersectan, traslapan y confederan. A partir de este planteamiento, distante de una concepción de la sociedad como una totalidad simple, busca repensar la interrelación de los dominios de la teorización social. Es así que, si la sociedad estructurada y delimitada no es una condición humana natural sino la convergencia histórica de intereses materiales e ideológicos, las redes delimitantes que caracterizan a un orden social específico juegan un papel crucial en determinar las relaciones de las partes que la constituyen; en otros términos, la importancia relativa de los diferentes ámbitos de la sociedad refleja las circunstancias históricas de su configuración institucional y explica, a su vez, la importancia y el lugar distintivo de las diferentes disciplinas sociales, incluido el de la Economía en el seno de un orden capitalista.

Gracias al contexto de los nuevos escenarios internacionales y al cruce disciplinario a que éstos obligan, el pensamiento político también ha recobrado interés por la teoría política, lo que puede ser visto como una respuesta tanto a la ruptura del consenso de la postguerra y el emergente choque de valores como a los cambios en las humanidades y las ciencias sociales, específicamente en la Filosofía y la Filosofía de las ciencias. Ciertamente, la Teoría de la justicia de Rawls, publicada en 1971, dio comienzo en forma sistemática a nuevos desarrollos de la teoría política liberal. Desde entonces, esta última, entendida como Filosofía política, sería esencialmente normativa y representante de un tipo de Filosofía práctica a partir de la amplia elaboración del concepto de justicia. Para ello, sin embargo, deslindó la Filosofía política de la lógica, la retórica y la historia del pensamiento y la acercó a otras disciplinas tales como la Economía, la Psicología, el estudio de las instituciones políticas y la Política social. Recordemos que la justicia (retributiva versus distributiva) ha sido el concepto más significativo en el discurso teórico normativo durante las tres últimas décadas. Su modo dominante de reflexión ha sido el contractualismo, preocupado fundamentalmente por las condiciones en que los individuos llegan a un acuerdo sobre qué bienes debe ser distribuidos y con qué criterios en una sociedad justa. Existiendo o apelando a la tradición contractual, existen dos enfoques encontrados: la justicia como fairness (Rawls, 1971) y la justicia como ventaja mutua (Bokser, 2000).6

Es factible aventurar la hipótesis de que en el centro de este resurgimiento de la teoría política normativa se encuentra la preocupación por las condiciones y el carácter de la vida política en la gobalización y a la luz del colapso de los regímenes socialistas como de los acelerados cambios políticos en América Latina. Ahora bien, en el marco de la fluidez deriva da de la mundialización, el diálogo y el intercambio en el pensamiento político entre Occidente y Oriente o entre el Norte y el Sur, asumen también una nueva dinámica. Ésta opera como un impulso adicional para el acercamiento entre comunidades científicas que, desde trayectorias diversas, parecen encontrarse en el renovado interés por la teoría política. Viejas temáticas se redefinen y emergen problemáticas que habían dejado de ocupar la atención de la comunidad científica. Así, la atención se dirige con nuevos acercamientos hacia los conceptos de igualdad, libertad, lo público y lo privado, identidades colectivas y pluralismo, democracia y justicia, conflicto y ética, participación y ciudadanía (Bokser, 2002, 2006).

Esta última cuestión, por ejemplo, que aparece a nivel teórico como un desarrollo integrador de preocupaciones académicas de décadas precedentes —durante los años setenta giró alrededor de la cuestión de la justicia y, durante los ochenta, en torno a la pertenencia comunitaria—, se ha visto reforzada por los cambios recientes en la realidad política. En el primer sentido, toda vez que los principales ejes de la teorización ciudadana habían girado alrededor de las virtudes cívicas y de la identidad, la cuestión de la ciudadanía se vio desatendida por una teoría centrada primordialmente sobre la cuestión de las estructuras e instituciones. En el nivel de las transformaciones políticas, la visibilidad de la ciudadanía se deriva tanto del surgimiento de nuevos actores y de los acelerados procesos de democratización, como de fenómenos tales como la creciente apatía en las urnas en países desarrollados o bien del fracaso de ciertas políticas públicas por la falta de cooperación ciudadana (Kymlicka y Norman, 1995). De allí que la "teorización de la ciudadanía" busca dar cuenta hoy del finiquito de las restricciones tradicionales a la participación ciudadana así como de las nuevas prácticas que han ampliado o que buscan ampliar sus límites de acción y reivindican lo plural y lo diverso.

De lo hasta aquí planteado, podríamos también subrayar el esfuerzo por modificar la tradicional condición de la Ciencia Política en México como espacio de recepción de elaboraciones teóricas gestadas en otras latitudes. La modificación de esta condición exige revalorar el alcance de un diálogo teórico que transciende tanto fronteras disciplinarias como fronteras nacionales.7 Ello supone también la posibilidad de superar diferentes espacios problemáticos; en primera instancia, la debilidad de la investigación teórica social y el diseño errático de campos de trabajo. En este sentido, recordemos que, si bien los avances sustantivos en la Ciencia Política en nuestro medio permiten hablar de un estado actual de la investigación política con logros notables, el esfuerzo de conceptualización y, de un modo más genérico, la elaboración teórica se encuentran, sin embargo, desfasados respecto de aquél. Consecuentemente, se ha sugerido que la Ciencia Política debería canalizar sus esfuerzos a equilibrar la relación entre la fase analítico–descriptiva y la teórico–cognoscitiva, buscando alcanzar un estadio más avanzado de madurez teórica (Bokser, 1999; Merino; 1999).

La Ciencia Política, entonces, en su espacio disciplinario, se encuentra en proceso de transformación buscando ampliar la espacialidad y, a la vez, definir nuevos campos de encuentros para la disciplina.

Esta nueva conciencia acerca de la posibilidad de trascender las fronteras para potenciar los campos cognoscitivos, no debe impedirnos reconocer que la propia conformación de la Ciencia Política en nuestro entorno se ha dado paralelamente a intensos procesos de interacción con otras disciplinas sociales, tendencia que ha recibido impulsos ulteriores. Un terreno privilegiado en el que puede apreciarse este movimiento de acercamiento y cruces disciplinarios, es el de las interacciones de la Ciencia Política y la Sociología y su convergencia, junto con la Filosofía, en la creación de la Sociología política como campo científico con identidad propia. Como resultado de la confluencia de estas diversas perspectivas en torno a los objetos de estudio relacionados, el campo se ha desarrollado intensamente aunque ajeno a un consenso generalizado; por el contrario, incluye importantes disensos en torno a cuestiones teóricas, metodológicas y axiológicas.8

Resulta ilustrativo que los principales ejes de reflexión temática que orientan el interés de los autores de la Sociología política son la comprensión de la política como acción social y las especificidades de la relación Estado–sociedad en el entorno nacional y latinoamericano; los problemas de construcción del conocimiento en un contexto intelectual en el que convergen la diversidad teórica, la multidimensionalidad y el pluralismo analítico y las relaciones complejas entre el científico social y los actores sociales. Revirtiendo la relación asimétrica de producción–consumo teórico, también ha ocupado un lugar destacado el estudio de los clásicos y la teoría contemporánea (Andrade, 1996, 2009).

La lógica de interacción disciplinaria también ha incursionado sostenidamente en ámbitos de la Ciencia Política y la Administración pública. Así, tras periodos de conjunción conceptual y organizativa y otros de deslinde y diferenciación, desde la óptica de esta última se explora la importancia de lo público con el propósito de revalorizar el ámbito de la política como espacio donde se canalizan las cuestiones estatales, las relaciones de poder, la organización y participación ciudadana y gravitan los actores políticos (León y Ramírez y Uvalle, 1996). Desde la potencialidad conceptual y analítica de lo público y de la concepción pública del poder —sus implicaciones frente al Estado jurídico, al ámbito de lo privado y al de los propósitos colectivos—, es factible analizar las implicaciones del nuevo paradigma de la política, y en esta línea, el desarrollo de los movimientos sociales y su impacto sobre la vida pública, las demandas desde la sociedad a nivel nacional e internacional.

A partir de estas experiencias, es posible aseverar que se abre un espectro problemático por demás interesante asociado a la profundidad e intensidad de los cambios ocurridos con la llegada de un nuevo siglo. Cobra fuerza la interrogante en torno a los aciertos y límites de un saber disciplinario que, a la vez que lleva a cabo una rigurosa autorreflexión, se abre a una interacción con otras disciplinas sociales y sostiene una vinculación conceptual y un diálogo con diferentes entornos académicos internacionales. El desafío que hoy enfrentan las ciencias sociales, ejemplificado en la singularidad y representatividad de la Ciencia Política, compete a su propio proceso de individuación disciplinaria y a la emergencia de nuevos campos de conocimiento; atañe a su interacción con el entorno nacional e internacional, esto es, al modo como puede dar respuesta a las profundas transformaciones y alude, ciertamente, a los rumbos que asuma el desarrollo teórico así como a las nuevas perspectivas y niveles analíticos.

Quizás el sello distintivo del estado actual de las ciencias sociales sea el de un profundo interés por pensarse a sí mismas; con ello abren un escenario promisorio en el que se dan cita una pluralidad de perspectivas, enfoques e intereses intelectuales que manifiestan un mosaico inédito de comunidades científicas en permanente diálogo. Entre los interrogantes que de ello se derivan no es marginal aquel que se pregunta sobre el espacio en el que deberán formularse las mediaciones y articulaciones para permitir convocar los tránsitos e interacciones disciplinarias que es necesario construirlas para permitir encuentros entre lógicas disciplinarias diversas con lenguajes especializados, recursos metodológicos, enfoques e identidades cognitivas diversas. Tal como hemos analizado, la investigación contemporánea ha puesto de manifiesto que la constitución de un área cognitiva es un proceso creativo que activamente esculpe diferentes campos mentales/intelectuales/científicos, más que identificar pasivamente los naturales ya existentes y por tanto debe proveer los prerrequisitos conceptuales para poder operar los desplazamientos inter y transfronterizos que la realidad hoy requiere. La pregunta en torno al o los espacios para dicha elaboración conceptual es central: ¿se dan en el seno de las disciplinas, en sus encuentros y convergencias o en las especializaciones que ellas nutren? Ciertamente es la teoría la que provee el terreno para relacionar planteamientos y operar como matriz para elaboraciones conceptuales y las hipótesis. De hecho, éste es el ámbito que puede permitir el diálogo entre diferentes enfoques que comparten denominadores comunes a la vez que exhiben divergencias y contradicciones. De allí que una agenda convocante para las ciencias sociales sea hoy una reflexión que construya su congruencia y lógica a través de un relacionamiento que busca erigir más allá del eclecticismo una red conceptual coherente.

Así planteado, la reflexión en torno a la especificidad del conocimiento de lo político no giraría alrededor de una concepción de éste como esencia inmutable sino, por el contrario, como una capacidad dinámica de cambio cuyas fronteras reales y conceptuales se perfilan a través de redefiniciones prácticas y teóricas. De este modo, la diversidad analítica y temática a la que asistimos podría continuarse en un tránsito hacia una agenda ampliada entre comunidades científicas, para lo cual resulta impostergable alentar siempre los esfuerzos teóricos.

Por otra parte, las disciplinas sociales se nutren, hoy por hoy, de una investigación empírica y de un saber acumulado. En este sentido, y de un modo circular si se quiere, un sólido desarrollo teórico permitirá un mayor aporte al análisis y la resolución de problemas. La permanencia de una guía heurística o la falta de desarrollo conceptual empobrecen por igual la interpretación del dato. Es en estas líneas, entonces, que las ciencias sociales pueden y deben pensar sus fronteras cognitivas y las potencialidades que una reflexión dialógica puede ayudar a desarrollar.

 

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NOTAS

1 Cabe señalar que en el análisis del modo como alrededor de estos ejes se configuraron las diferentes disciplinas, la historia y las ciencias sociales nomotéticas, Wallerstein privilegia la función social de las diferenciaciones y especializaciones disciplinarias por sobre los argumentos teóricos o metodológicos (y estos últimos tienen un peso serio que debe ser atendido). Así, a manera de ejemplo, la especialización temporal se explica por el contexto y su época: en la consolidación del Estado nacional liberal europeo, la orientación al pasado basada en el prejuicio ideográfico fue instrumental para la creación de identidad nacional; por su parte, las ciencias sociales con su prejuicio nomotético se adaptaron a las políticas de planeación, instrumento esencial al racionalismo reformista. En la misma lógica el autor analiza las otras dos antinomias en el marco de la expansión capitalista la una y del propio principio de diferenciación autoconstitutivo de la modernidad, la otra. Así, atendiendo al binomio Occidente–no Occidente, Wallerstein analiza el modo como en el marco de la expansión capitalista y de las necesidades de conocimiento de las potencias imperiales en su expansión fuera de Occidente, emergerán la Antropología y los estudios orientales. La ampliación de las áreas de atención del conocimiento responde a la ampliación geopolítica del mundo. Por último, la diferenciación en el seno de las disciplinas nomotéticas —Economía, Ciencia Política y Sociología— atiende al eje Estado–mercado–sociedad civil, producto de una concepción liberal, y se inserta en el propio discurso autoconstitutivo de la modernidad: la diferenciación y especialización.

Ahora bien, en la medida en que las fronteras disciplinarias son históricas, los sucesivos desarrollos han cuestionado progresivamente la eficacia de la diferenciación consolidada en la primera mitad de este siglo. La expansión del sistema universitario, tras la segunda postguerra, condujo a una búsqueda de desarrollos cognoscitivos y de nichos temáticos fuera de las tradicionales fronteras disciplinarias. A su vez, el contexto de la Guerra Fría alentó los estudios regionales, conduciendo a nuevos replanteamientos; la revolución de 1968 se sumó al cuestionamiento de las rígidas divisiones disciplinarias al alentar la emergencia de investigación de los "grupos olvidados" y de los estudios culturales. Todos estos desarrollos han generado un vasto desdibujamiento de las fronteras.

2 De acuerdo con Giddens, la reflexividad en la vida moderna se refiere a la práctica de revisar, examinar y reformar las prácticas sociales a la luz de la información que sobre dichas prácticas existe. Por su parte, la reflexividad de la modernidad implica una generación sistemática de autoconocimiento acerca de la vida social; ésta, a su vez, se convierte en un elemento integral del sistema de reproducción.

3 Gómez Buendía define la clase de analistas simbólicos como el grupo de profesionistas dotados de las capacidades para diagnosticar y resolver problemas; de las habilidades tanto para identificar las necesidades complejas de los procesos tecnológicos, productivos y políticos como para ofrecer soluciones "a la medida" a dichos problemas y necesidades.

4 En opinión del sociólogo británico, el sistema de expertos se refiere al conjunto de logros técnicos y experiencia profesional que lleva a la formación de especialistas capaces de organizar y estructurar áreas importantes de los entornos materiales y sociales del mundo moderno.

5 Haas define la comunidad epistémica como una red de profesionales cuyos conocimientos, autoridad y experiencia en ámbitos particulares del quehacer político y científico son ampliamente reconocidos y aceptados a nivel nacional e internacional.

6 A su vez, de frente al liberalismo y en debate con éste, se ha desarrollado el comunitarismo. En la discusión académica entre ellos, destacan las visiones encontradas en torno a los arreglos distributivos, ya sea sobre la base de criterios procedimentales únicos y generalizables capaces de operar en cualquier condición y lugar, o bien la concepción de la igualdad como una compleja relación de personas regulada por los bienes que hacen, comparten e intercambian y que requiere de una diversidad de criterios distributivos que reflejen la diversidad de los bienes sociales.

7 Desde esta óptica, ha sido estudiado el efecto que ha tenido en nuestro medio el rechazo a la producción teórica norteamericana, particularmente la asociada a la génesis del pragmatismo como visión del mundo desarrollada desde hace un siglo y hoy predominante en el deconstruccionismo y en la producción postmoderna europea. El desconocimiento de este pensamiento, su tránsito de la academia a la corporación empresarial y su impacto fundacional de nuevas formas de racionalidad, han conducido a una aceptación acrítica de la globalización y de sus efectos desiguales en el marco del ordenamiento mundial. En esta línea, Orozco (1996) cuestiona el carácter de la globalización y las limitaciones que ha exhibido el pensamiento político, específicamente el latinoamericano, para pensar de modo autónomo el impacto de las transformaciones contemporáneas. De frente a los cambios que parecen conducir a una "globalización inexorable", ¿cómo abordar el pensamiento político y social, desde y en América Latina, a la luz de una historia de relaciones difíciles frente a la producción teórica externa? Esta interrogante esencial es formulada bajo lo que Orozco denomina la "larga triangulación" que ha llevado a que los intelectuales latinoamericanos asimilen el pensamiento norteamericano cuando ya han sido digeridos por los europeos, conduciendo así a un "monolingüismo conceptual" atrapado en patrones de pensamiento decimonónicos.

8 A partir de criterios como la temática estudiada, la literatura producida en el área, la centralidad de ciertos debates y el examen de los artículos publicados en las principales revistas especializadas del área social de 1980 a 1995, Andrade (1996) ha analizado los términos en los que han sido planteados en México los problemas teórico–metodológicos de la Sociología política. Ellos han girado, en lo fundamental, en torno a la conceptualización de las relaciones Estado–sociedad; el estudio del Estado y del sistema político; el análisis de la democracia; los actores sociales–actores políticos en su diversidad de manifestaciones, y el análisis de las políticas públicas. A su vez, al presentar las perspectivas teóricas y la reelaboración conceptual, Andrade deslinda desde la óptica de la potencialidad heurística de los diversos paradigmas teórico–metodológicos, los temas centrales de fundamentación de la teoría: la relación estructura–acción, los sujetos sociales, la acción colectiva y la racionalidad.

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