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Revista mexicana de sociología
versión On-line ISSN 2594-0651versión impresa ISSN 0188-2503
Rev. Mex. Sociol vol.73 no.1 Ciudad de México ene./mar. 2011
Reseñas
Pierre Bourdieu y Roger Chartier. Le sociologue et l'historien
Domingo García Garza*
(Marseille: Agône, 2010), 104 pp.
* Centre Européen de Sociologie et de Science Politique. École des Hautes Études en Sciences Sociales.
Ocho años después de la muerte de Pierre Bourdieu, aparecen publicadas las cinco entrevistas radiofónicas de la serie A Voix Nue de France Culture, que el historiador francés Roger Chartier realizó al sociólogo en 1988.
Uno de los aspectos más singulares de este pequeño libro es el tono en el que se desarrolla el intercambio de ideas. En el diálogo descubrimos a un Bourdieu alegre y jocoso. Ambos académicos se conocen, se tutean e incluso bromean. Le sociologue et l'historien nos permite descubrir a Bourdieu antes de "politizarse" y de alcanzar su consagración académica internacional (Gisèle Sapiro y Mauricio Bustamante, "Translation as a measure of international consecration. Mapping the world distribution of Bourdieu's books in translation", en Sociologica 23, 2009). En el momento de las entrevistas, Bourdieu comenzaba a gozar, gracias a la publicación de La distinción, de un considerable prestigio fuera de Francia.
Estas entrevistas dejan ver la relación de Bourdieu con la historia (disciplina con la que mantiene una posición muy crítica), los historiadores y sus métodos de investigación. Los principales reproches de Bourdieu a la historia son la ausencia de reflexión sobre la construcción social e histórica de las clasificaciones usadas por los historiadores y la tendencia a universalizarlas. Bourdieu denuncia asimismo la tendencia de la historia a las falsas oposiciones, su atracción por la "mala filosofía", su ignorancia por los "clásicos" de las ciencias sociales y su preferencia por las discusiones epistemológicas vanas, a expensas de las prácticas de investigación, que representan para él los verdaderos momentos de reflexión teórica. Para Chartier, estos debates acalorados son uno de los recuerdos más luminosos que conserva de su ex colega y amigo.
El libro está compuesto por cinco capítulos, en los que ambos intelectuales evocan temas precisos e increíblemente profundos para un ejercicio radiofónico. El hilo conductor del libro son algunas de las cuestiones que conciernen a todas las ciencias sociales.
La serie de conversaciones comienza con una presentación de lo que es la sociología para Bourdieu y lo que significa ser sociólogo. A lo largo de todo el libro trata de establecer puentes con la historia, puesto que su interlocutor es historiador (y no cualquiera), aunque también busca los puntos en común con la sociología. Uno de ellos, sugiere, es que creemos entender todo rápidamente. Esta "ilusión de la comprensión" es justamente uno de los obstáculos a la comprensión misma, reitera Bourdieu. También se evocan algunas de las diferencias más visibles entre el oficio de sociólogo y el de historiador: el primero es considerado como agresivo, conflictivo, problemático, mientras que el segundo es mucho menos incómodo, en parte porque concierne a temas del pasado y en parte porque pertenece a una disciplina más integrada, más agradable, más conforme con el ideal de la "comunidad científica". Bourdieu concluye que la existencia de un historiador se justifica fácilmente, mientras que para un sociólogo es más difícil justificar su trabajo. En todo caso, como la sociología se enfrenta a este tipo de problemas, los sociólogos se ven obligados a adoptar una lucidez reflexiva permanente, lo que crea también una cierta ansiedad. Bourdieu arguye que esta ansiedad convertiría a la sociología en una disciplina más progresista científicamente que la historia.
En el segundo capítulo ambos autores profundizan sobre el "determinismo" de la teoría bourdiana. Para defenderse, Bourdieu sostiene que "nacemos determinados" y que "tenemos una pequeña oportunidad de acabar siendo libres" (de aquí se desprende la idea que el papel del sociólogo consistiría en trabajar sobre estos pequeños intervalos). El sociólogo reprocha incluso a todos aquellos que evocan la libertad, el "sujeto", la "persona" o el "individuo", por encerrarse en lo que él solía llamar la "ilusión de la libertad". Afirma que ésta es justamente una de las formas a través de las cuales se ejerce el determinismo. En esta parte de la entrevista aborda también el papel social del intelectual crítico (como lo fueron Krauss, Sastre y Foucault). Sin embargo, y a diferencia de la visión del intelectual comprometido e individual como Sartre, Bourdieu concebía al "intelectual" como un proyecto "colectivo". El intelectual debe asumir, según él, un papel social, poniendo el capital simbólico adquirido en su campo de especialidad al servicio de una causa política.
El tercer capítulo aborda el espinoso debate entre la perspectiva estructuralista y la interaccionista. Bourdieu afirma que estos "falsos problemas sociológicos" se perpetúan porque se apoyan en verdaderos problemas o en verdaderos intereses, que cumplen además diferentes funciones sociales para quienes las utilizan.
El cuarto capítulo está consagrado a una de las nociones claves de Bourdieu, que es al mismo tiempo una de las más problemáticas: el habitus. Bourdieu emprende una descripción histórica y filosófica sobre la forma en que "reactivó" dicha noción. El sociólogo se remite a Aristóteles y a Santo Tomás de Aquino, además de Husserl, Mauss, Durkheim y Weber. Señala que todos ellos coinciden en un punto: los "sujetos" sociales no están animados por un "ingenio instantáneo". Durante prácticamente toda la entrevista, Bourdieu hace un recuento de las principales virtudes de esta noción gracias a varios ejemplos. Tratando de evitar las simplificaciones fáciles, subraya que éste es un debate muy antiguo y complejo (holismo versus individualismo, individuo versus sociedad, etcétera). Es precisamente en esta parte donde el historiador y el sociólogo dialogan de forma más intensa (haciendo paralelos con la obra de Weber, Duby, Elias, Foucault).
La pregunta que ambos se hacen es: ¿cuál es la matriz social, familiar o institucional que originan las disposiciones que los individuos usan en la vida cotidiana? No son pocas las críticas hechas a nivel mundial contra esta noción. Este punto quizá sea su combate más ambicioso y permanece abierto, a pesar de los grandes esfuerzos de Bourdieu para convencer a sus pares de la pertinencia y la validez de uno de los conceptos más vigorosos de su teoría sociológica. Simplemente nos limitamos a decir aquí que Bourdieu no concebía al habitus como "destino" inmutable; "no es un fatum", decía. Al contrario, lo forjó como un sistema de disposiciones abierto, sometido y transformado constantemente por la experiencia.
En el quinto y último capítulo, el entrevistador alude a la manera en que Bourdieu elegía sus objetos de estudio. Recordemos que durante los años ochenta Bourdieu entabló una serie de investigaciones sobre algunas de las figuras más importantes del mundo cultural (Flaubert, Manet, Michelet, Heidegger, Molière, Montesquieu). Chartier subraya que él ve en esas decisiones una correlación entre la consagración del intelectual y la nobleza de los objetos de estudio. Lejos de caer en la facilidad de la aparente provocación, Bourdieu se defiende con astucia, evocando que, efectivamente, sus decisiones pueden interpretarse como un signo de envejecimiento y de consagración intelectual; sin embargo, subraya: "Es la lógica normal de mi trabajo lo que me llevó a ello". Añade que fue la búsqueda de comprensión del proceso de la génesis de los diferentes campos el factor que lo condujo a esos temas. Así, por ejemplo, Bourdieu considera a Flaubert y a Manet como fundadores del "campo" del arte contemporáneo.
Las cinco conversaciones nos muestran a un Bourdieu enérgico, apasionado y, sobre todo, convencido de su trabajo. Incluso, compara éste con el de un instructor de judo simbólico, ya que la función del sociólogo consiste esencialmente en producir instrumentos de autodefensa contra la agresión y la manipulación simbólica. Podríamos resumir que su trabajo siempre fue motivado por la voluntad de ofrecer elementos para desmantelar los mecanismos de dominación que se presentan como "naturales, normales, ancestrales". Bourdieu considera que la sociología, dándole buen uso, puede ser un instrumento de transformación del mundo social. Señala que hay que sustituir las críticas de la ilusión mesiánica por esperanzas racionales y moderadas.
La lectura de este pequeño libro nos permite apreciar a un filósofo convertido a la sociología que confía en el poder del "saber", considerándolo como el único medio para construir un mundo menos ineluctable y menos desesperante. Bourdieu aceptaba el hecho que es muy difícil ser sociólogo; solía decir que este oficio era a veces "insoportable". También comentaba que el malestar contra los sociólogos estriba en que a menudo dicen cosas incómodas, molestas, que nadie quiere oír, y menos aún conocer. Por la naturaleza crítica de su trabajo y sus posiciones políticas, Bourdieu recibió muchísimos ataques, algo que vivía con cierta tristeza.
En el libro, argumenta que los ataques nunca fueron verdaderas refutaciones de su trabajo. Llega incluso a decir que (en los ochenta) sólo tenía "enemigos" (políticos) y no "adversarios" (intelectuales) que refutaran verdaderamente su trabajo. No sin cierta arrogancia, y con algo de razón tal vez, decía que para rebatirlo había que "levantarse temprano", que había que "(ponerse a) trabajar".
En este pequeño libro póstumo descubrimos a un personaje fundamental de la sociología contemporánea. Las entrevistas nos muestran una faceta menos conocida de su personalidad. En éstas plantea las claves de su trabajo y de su proyecto intelectual, al mismo tiempo que nos hace una invitación al trabajo sociológico riguroso.