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Revista mexicana de sociología
versión On-line ISSN 2594-0651versión impresa ISSN 0188-2503
Rev. Mex. Sociol vol.75 no.2 Ciudad de México abr./jun. 2013
Artículos
El proceso de politización de la sexualidad: identificaciones y marcos de sentido de la acción colectiva*
The politicization of sexuality: identities and frameworks that lend meaning to collective action
Sofía Argüello Pazmiño**
** Candidata a doctora en Ciencias Sociales con especialidad en Sociología. Centro de Estudios Sociológicos, El Colegio de México. Temas de especialización: acción colectiva, ciudadanías sexuales, género y sexualidad, métodos comparativos. Camino al Ajusco 20, Pedregal de Santa Teresa, 10740, México, D.F. Tel.: (044) 55-4876-7971. Correos electrónicos: <sarguello@colmex.mx>, <sofiaarguello2010@gmail.com>.
Recibido: 7 de febrero de 2012
Aceptado: 20 de octubre de 2012
Resumen
En este texto se presenta un estudio de la manera en que se politizan las identificaciones sexuales, con miras a bosquejar un modelo analítico-sociológico de la acción colectiva en torno a la sexualidad. Se busca presentar un diálogo entre dos campos de debate. Por un lado, las reflexiones en torno a los procesos de configuración de identidades (procesos de identificación) y formación de grupos. Por otro, los aportes que la sociología de la sexualidad, el feminismo y los estudios de género han desarrollado en estos temas.
Palabras clave: politización, sexualidad, identificaciones, acción colectiva.
Abstract
This paper presents a study of how sexual identities are politicized. By so doing it aims to create a sociological-analytical model for collective action in the context of sexuality. It seeks to present a dialogue between two camps in the debate: on the one hand, there are the reflections on processes involved in the shaping of identities (identification processes) and group formation; on the other, the contributions that the sociology of sexuality, feminism and gender have made to the study of these themes.
Keywords: politicization, sexuality, identities, collective action.
Las identificaciones sexuales interpelan a la sociología porque demandan ser explicadas en sus variadas construcciones sociales, contingentes y estructuradas a la vez, porque le exigen dar cuenta de los entramados históricos en los que se forjan tales identidades (identificaciones) y de los cauces (a veces formales, a veces informales, a veces truncos) que encuentran frente al orden heteronormativo, y porque su estudio y su comprensión ayudan a enfrentar el peso de los estigmas, los prejuicios y sentidos comunes que rigen sobre ellas.
Los estudios sobre identidades sexuales, movimientos GLBT[1] y ciudadanía sexual remiten al problema sociológico de la relación entre sexualidad y política en las sociedades contemporáneas (Bell y Binnie, 2000; Weeks, 1998 y 2000; Plummer, 2000a, 2000b, 2006; Gamson, 2000; Htun, 2003; Gamson y Moon, 2004; Araujo y Prieto, 2008; Lind y Argüello, 2009; Argüello Pazmiño, 2011 y 2012). Los debates en torno al feminismo, el género, la política de las identidades, la ciudadanía, la diversidad y el reconocimiento brindan herramientas para entender procesos sociales concretos que dan forma y sentido a las identidades sexuales (Rubin, 1989; Fraser, 1991; Mouffe, 1999; Drucker, 2004; Bolos, 2008; Araujo y Prieto, 2008), lo mismo que los aportes desde sus diversos enfoques de la sociología de la acción colectiva y de los movimientos sociales (Melucci, 1991; Touraine, 1993; Tilly, McAdam y Tarrow, 2005). Abordajes metodológicos anclados en los discursos, las agencias y estrategias de acción, en las redes institucionales y en las relaciones de poder, permiten ir comprendiendo facetas de la sexualidad y, específicamente, de las sexualidades diversas. Sin embargo, el tema no se agota.
Entre las posibles formas de abordar la relación entre sexualidad y política, en este texto se presenta una lectura sobre cómo se politizan las identificaciones sexuales, con miras a bosquejar un modelo analítico sociológico de la acción colectiva en torno a la sexualidad. Se busca presentar un diálogo entre campos de debate que nutran y afinen las herramientas de estudio sobre la acción colectiva y las identificaciones sexuales. Por un lado, las reflexiones en torno a los procesos de configuración de identidades (procesos de identificación) y formación de grupos. Por otro, señalar los aportes que la sociología de la sexualidad,[2] el feminismo y los estudios de género han desarrollado en torno a estos temas. Por último, se busca entender el carácter eminentemente político de la sexualidad, tanto en sus facetas disruptivas (acción colectiva) como en las de inclusión a través de derechos y reconocimiento (ciudadanías sexuales).
El documento está dividido en dos secciones. La primera mapea los dilemas en torno al concepto de identidad y se presenta como un acápite para tratar de introducir las tensiones y las ambigüedades del término, así como posibles categorías que permitan su relectura. Se sostendrá que la utilización del término "identificación", en lugar del de "identidad", permite una aproximación relacional y procesual. La segunda sección plantea una discusión sobre la politización, específicamente de las identificaciones sexuales. En este acápite se trata de proponer la articulación entre los procesos de identificación y politización en torno a la sexualidad a partir de la noción de "marcos de acción colectiva" en un diálogo sostenido con algunos postulados de la sociología de la sexualidad.
De la identidad a las identificaciones (sexuales)
Anverso
Aunque a primera vista hablar de identidades pudiese no presentar mayor dificultad, lo cierto es que el tema ha estado cargado de problemas de diversa índole. Brubaker y Cooper (2000), por ejemplo, plantean lo difuso, ambiguo y complejo que ha resultado el concepto de identidad en tanto categoría utilizada en las ciencias sociales. Uno de los principales aprietos del estudio de la identidad está centrado en las distintas acepciones del término. "Identidad" ha tendido a significar demasiado, en unos casos, y nada en otros. Así, sobre las identidades a veces priman unos significados "duros" (con énfasis en la igualdad, en lo idéntico, en la mismidad) y otras veces unos significados "débiles" del término (la diversidad, la pluralidad de sujetos y de posiciones de sujeto (Laclau y Mouffe, 2000), como rupturas de las presunciones de igualdad y del esencialismo. La noción, a decir de estos autores, no es precisa y resulta poco útil para el análisis, y bien podría clausurar la posibilidad de comprender la formación de grupos, los sentidos de pertenencia y alteridad, la agencia, el poder y la dominación presentes en torno a la construcción de identidades.
Lo que se pone en el centro de discusión es cómo se forman las identidades/identificaciones. ¿Cuáles son los procesos y los mecanismos a través de los cuales una "identidad se construye"? ¿Una identidad es un atributo natural (esencialismo), un rol asignado (funcionalismo) o un conjunto jerarquizado de preferencias (elección racional)? ¿En qué medida una identidad colectiva borra las diferencias internas entre los miembros de un grupo? ¿Las identidades son individuales o colectivas? ¿En qué medida, como se pregunta Butler (2002: 50), la "identidad es un ideal normativo más que un rasgo descriptivo de la experiencia"?
Al plantearnos un enfoque centrado en la "construcción de las identidades", debemos reconocer que el constructivismo posibilitó, en primera instancia, la creación de herramientas analíticas para advertir que las identidades se sitúan a medio camino entre las relaciones de agencia y estructura. Es decir, saber que las identidades están marcadas por órdenes normativos, pero que están también acompañadas de la emergencia de actores sociales que interpelan dichos órdenes. Estas posturas enmarcan el análisis de estructuras de dominación dentro de las cuales las identidades se fabrican y se mueven. De allí que cuando nos posicionamos en una perspectiva constructivista, lo hacemos para comprender y situar el carácter histórico, social y político de las identidades (en nuestro caso, sexuales y de género). Se trata de una aproximación analítica que implica abrirnos hacia las diferenciaciones identitarias en tanto construcciones sociales contingentes. En su lucha contra el esencialismo, sus postulados no se centran solamente en el entendimiento de las identidades como meras descripciones textuales (aunque debemos reconocer que gran parte del giro constructivista sí se situó en los análisis literarios y culturalistas), sino también en su carácter analítico para estudiarlas de manera situacional y estructural.
Gracias a estos enfoques, hoy sabemos que las identidades son "construcciones sociales" y no remiten a esencias, sino a relaciones entre un alter y un ego (Calhoun, 1994; Giménez, 2000). Sin embargo, llegar a estas nociones no fue fácil. Aún hoy, por ejemplo, la vigencia de estereotipos sobre el otro, de naturalizaciones respecto a roles (sociales, sexuales), muestra que sobre las identidades prima un juego de asignación de atributos, estigmas y prejuicios que tornan de difícil resolución (política y académica) los temas en torno al reconocimiento (y no reconocimiento) de diferencias.
Respecto a las identidades sexuales en particular, hay que reconocer el papel que tuvieron los aportes del feminismo y los estudios de género (Cfr. Calhoun, 1994), debido a que fue el desarrollo de los diversos feminismos lo que abrió una veta importante para cuestionar los supuestos naturalistas en la atribución de roles femeninos y masculinos, cuestionamiento que está en la base de la reflexión sobre las sexualidades. Los feminismos desenmascararon los postulados que atribuían roles y espacios sociales diferenciados para hombres y mujeres, y posicionaron la reflexión sobre un orden estructural patriarcal que oprimía a la mujer. La concepción de Simone de Beauvoir sobre que "la mujer no nace, se hace", apuntaló las bases para la posterior reflexión sobre la construcción cultural del género y la sexualidad. El lema de los feminismos de las décadas de los años sesenta y setenta, "lo personal es político", resume, a su vez, el carácter político de los asuntos "privados" y borra la tajante línea entre el espacio público y privado, entre el espacio de la producción y la reproducción sociales.
A la vez, el desarrollo de los feminismos construyó lenguajes analíticos para explicar por qué y cómo se (re)producían las relaciones de poder, subordinación, explotación, entre personas diversamente sexuadas, específicamente en detrimento de las mujeres. A través de la categoría de género, los feminismos quisieron subrayar el carácter construido de la identidad (femenina), subrayar cómo la mujer (y/o el hombre) se hace (en el sentido de hechura), en oposición a la asunción de que en ella (y en él) existen ciertos rasgos "naturales", características específicas esenciales y atemporales. En esa línea emergió la problematización del sistema analítico sexo/género para subrayar el proceso de construcción cultural de las relaciones entre los sexos, y dejó anotado que, aunque el sexo es biológico, ser mujer o ser hombre (u homosexual) pasa por comprender los entramados sociales, culturales e históricos de las relaciones de poder entre los sexos, y las definiciones socialmente elaboradas sobre lo aceptado-rechazado en torno al sexo y al género.
Los feminismos también cuestionaron la categoría "mujer" poniendo en entredicho su identidad en singular (Hooks, 1997; Mohanty, 1999; Anzaldúa, 1999; Lorde, 2003). Estos feminismos refutaban la "opresión común" de la mujer (Cfr. Hooks) y hacían visibles las diferencias entre las mujeres, en plural. Diferencias en torno a la clase, la etnia y la orientación sexual. Los feminismos, asimismo, llegaron a cuestionar cómo el sistema sexo/género dejaba de lado, excluía, otras identidades sexuales: aquellas en las que el sexo también debía ser comprendido como construcción social y cultural, aquellas que pasaban por el acto de performar un sexo no asignado biológicamente (Butler, 1998, 2002). Desde estos cuestionamientos, los feminismos dieron pie a los estudios de las identidades gay y lésbicas, estudios que emergieron de la necesidad de comprender la sexualidad en torno a una matriz heteronormativa excluyente (Rich, 1999; Butler, 1998, 2002; Sedgwick Kosofsky, 1998), pero también frente a la constitución de otros actores colectivos (GLBT) que no se insertaban en la representación política que prima en el feminismo (las mujeres).
La emergencia de nuevos actores de estas nuevas formas de interpelación respecto al sexo promovieron la formación de otros grupos y plantearon nuevos retos y nuevas agendas políticas y académicas. De allí devienen los estudios queer, que interpelan las normas sobre la sexualidad, incluso aquellas ancladas en el género y en las identidades de gays y lesbianas (Plummer, 2000a, 2000b, 2006; Epstein, 2000, 2003; Seidman, 1994, 2000a; Stein, 2000). En esa línea, trabajos como los de Butler (1998, 2002), Haraway (1998), Sedgwick Kosofsky (1998) y Lauretis (1992) han sido pilares fundamentales para el desarrollo de los estudios gay/lésbicos y posteriormente para los estudios queer.[3]
En suma, lo que quisiera resaltar con este breve recorrido es que los despliegues y repliegues identitarios (en torno al género y la sexualidad) han pasado por ser, a la vez: a) enfoques analíticos que permiten orientar la mirada hacia el estudio de las construcciones de las identidades; b) espacios de emergencia, construcción y deconstrucción de identidades otrora esencializadas, y c) momentos de politización identitaria y constitución de actores. Se trata de un momento en el que las identidades muestran su lado positivo (anverso) como parte de la dinámica social.
Reverso
Es claro que una mirada constructivista, situacional, relacional de las identidades aportó acertadamente en un primer momento a la comprensión y el análisis de las identidades sociales y políticas (sexuales y de género, entre otras), principalmente en el debate frente a posturas esencialistas o estructurales.[4] Sin embargo, frente al carácter fluido, construido, múltiple, de las identidades, Brubaker y Cooper plantean preguntas sugestivas:
Si la identidad está en todas partes entonces no está en ninguna. Si fluye, ¿cómo podemos entender las formas en que las autocomprensiones pueden fortalecerse, congelarse y cristalizarse? Si es construida, ¿cómo podemos entender la a veces coercitiva fuerza de las identidades externas? Si es múltiple, ¿cómo podemos entender la terrible singularidad que suele ser perseguida y a veces alcanzada por políticos para transformar meras categorías en grupos unitarios y excluidos? ¿Cómo podemos entender el poder y el pathos de la identidad política? (Brubaker y Cooper, 2000: 30-31).
Preguntas de este estilo imponen cuestionamientos al uso de la categoría "identidad", sobre todo en las acepciones usadas por actores colectivos de base identitaria (y por quienes los estudian). Es cierto que los elementos de ductilidad y multiplicidad son clave para entender las lógicas de formación de la identidad política, pero se corre el riesgo, como anotan varios autores, de que al ganar una perspectiva desesencializadora (constructivista) se pierda especificidad y precisión. Si las identidades son construidas, aún falta por entender de qué manera, bajo qué circunstancias, con qué límites. En esa línea, para Butler ni el constructivismo ni el determinismo logran describir "la complejidad de lo que está en juego en cualquier esfuerzo por considerar las condiciones en las que se asume el sexo y la sexualidad" (Butler, 2002: 146).
Por lo tanto, si bien podemos coincidir en el hecho de que el análisis de las identidades y particularmente de las identidades de género y sexuales provee una discusión sustancial versus el esencialismo, también debiéramos estar alertas para comprender cómo y de qué maneras se producen esos discursos constructivistas sobre la identidad, y cómo contribuyen, en pos de la fluidez, la multiplicidad y la construcción, a reificar y reproducir órdenes normativos y excluyentes.
Sucede que el constructivismo (ligado a un momento de emergencia de nuevos actores y los así llamados "nuevos" movimientos sociales) abre espacios para la proliferación de identidades. No obstante, también han sido espacios celebratorios en los que el excesivo desdoblamiento de ciertas identidades las banaliza (pese a que de hecho complejizan el campo político), y/o momentos en los que se corre el riesgo de re-naturalizar, re-estigmatizar, re-etiquetar identificaciones que antes se trató de deconstruir. Con esto último me refiero a que en los diferentes momentos de cristalización de identidades se van creando etiquetas (por ejemplo, "los gays") que, dadas ciertas circunstancias, invisibilizan la diversidad interna de los colectivos a los que remiten, dando pie a un juego de re-estigmatizaciones y re-reificaciones.
A este sutil problema de los despliegues de la identidad Arditi lo denomina como "el reverso de la diferencia", lo cual puede presentarse como una paradoja: por un lado, la identidad tiene un carácter construido en contextos sociales, culturales e históricos específicos, y encarnado en actores reales que persiguen estrategias de acción. En este sentido, las identidades no se forjan con base en atributos y cualidades "naturales", sino que más bien reflejan coordenadas de acción dentro de un campo de disputa. Por otro lado, para ello, las identidades requieren fijarse (al menos momentáneamente) en un nosotros que aglutine y oriente la acción. En ese momento de fijación se produce una re-esencialización (estratégica) de aquello que se intenta desnaturalizar.
Estos dilemas pueden significar un obstáculo que tomar en cuenta no sólo en los estudios sobre el tema, sino en las estrategias políticas de los actores. En el plano analítico, la sociología está llamada a tomar recaudos para ponderar contextualmente la emergencia de nuevas identidades y nuevos actores. La propuesta que se plantea en este texto busca, justamente, una opción no para problematizar la construcción de las identidades de forma etérea,[5] sino inmersa en el despliegue de estrategias de acción, oportunidades políticas y recursos organizativos. El primer momento (en una problematización más amplia) de esta perspectiva es pasar del uso de la noción de identidad al de identificaciones.
Identificaciones
Dentro de esta discusión en torno a lo político de las identidades sexuales, en este texto planteo la necesidad de comprender no las identidades en sí mismas, sino los procesos de identificación que remiten a la constitución de grupos emergentes en relación con demandas políticas. Parto de la idea de que las identidades como tales no existen, sino que es más preciso hablar de identificaciones, formas en las que actores sociales asumen una posición de sujeto en las configuraciones sociales en las que interactúan.
Retomo la noción de identificación expuesta por Judith Butler, Roger Brubaker y Frederick Cooper (entre otros), en la medida en que brindan una mirada al carácter procesual de la formación de identidades y a las complejidades analíticas que implica. En su artículo "Más allá de la "identidad", Brubaker y Cooper plantean que las identidades son fruto de procesos relacionales y categoriales de identificación, procesos que
llevan a cabo la acción de identificar. Y [que] no presuponen que tal acción de identificar (aun realizada por agentes poderosos, como el Estado) deberá necesariamente resultar de la igualdad interna, la distintividad, el sentido de igualdad grupal que pueden intentar alcanzar los emprendedores políticos (Brubaker y Cooper, 2000: 44).
La preocupación de estos autores en cuanto a lo ambiguo, confuso y complejo de la identidad, los lleva a presentar el uso de términos alternativos como identificación, categorización, comunidad, conexidad y grupalidad. Los autores se refieren a un proceso en el que personas se identifican entre ellas formando un "nosotros" (una noción de grupalidad), sin que ello signifique arrasar con las diferencias intragrupales. Cognitivamente, cual marcos de sentido, la formación de grupos permite plantear agendas, concebir relacionamientos intergrupales ya sea en términos de cooperación y/o de confrontación, ordenar y dar sentido al contexto, etcétera. El concepto de identificación que está en la base de esta perspectiva apela a una lógica procesual en la que no desaparece un posible grado de heterogeneidad entre los miembros de los grupos formados, una distancia con otros grupos y/o con el orden social interpelado y un margen de grupalidad, un sentido de comunidad y de acción conexa.
Por su parte, Judith Butler, a través de un riguroso diálogo sostenido con el psicoanálisis y el postestructuralismo, plantea la noción de identificación fantasmática. La idea de "fantasmática" alude al sentido de fantasía, entendida como "la escenificación y dispersión del sujeto en una variedad de posiciones identificatorias" (Butler, 2002: 159). Así, en el campo de la sexualidad,
las identificaciones corresponden a la esfera imaginaria; son esfuerzos fantasmáticos de alineamiento, de lealtad, de cohabitación ambigua y transcorporal; desestabilizan al "yo"; son la sedimentación del "nosotros" en la constitución de cualquier "yo", la presencia estructurante de la alteridad en la formulación misma del "yo" (Ibid.).
Dos de las preguntas centrales de Butler son "cómo y cuándo se produce la identificación" y "cuándo podemos decir con seguridad que se ha dado una identificación" (Butler, 2002: 158).
[...] nunca se puede decir que tal identificación se ha verificado; la identificación no corresponde al mundo de los eventos. La identificación se representa constantemente con la figura de un evento o un logro deseado, pero que nunca se alcanza; la identificación es la escenificación fantasmática del evento [...] Las identificaciones nunca se concretan plena y finalmente; son objeto de una incesante reconstitución y, como tales, están sometidas a la lógica volátil de la iterabilidad (Butler, 2002: 159).
Aunque la discusión planteada por Butler podría quedarse en el ámbito simbólico y discursivo, no deja de ser atrayente para apartarnos del concepto de identidad en sí mismo y plantear la noción de identificación como forma de comprender las posiciones y las disposiciones de los sujetos, tanto en el terreno simbólico como en las acciones itinerantes en el espacio social.[6] Cuando Butler se refiere a la identificación fantasmática como "la escenificación y dispersión del sujeto en una variedad de posiciones identificatorias" (Butler, 2002: 159), no quiere sugerir "que todos se sientan impulsados a ser o tener tal fluidez identificatoria" (152). La identificación no implica la total voluntad para asumir cualquier identidad. Es decir, si bien hay un momento de agencia, también hay otro de estructuración.
La noción de identificación expuesta aquí por Brubaker y Cooper y Butler, en sus distintos matices, permite captar el carácter procesual de las configuraciones identificatorias, siempre en el entramado de lo histórico, lo social, lo cultural.
Politización
Cargadas de implicaciones corporales, las sexualidades no se reducen a lo biológico. Es más, como enfatiza Butler, justamente por tener implicaciones corporales, cuerpos en relación, personas en relación, es que las sexualidades no se reducen a lo biológico (Butler, 1998, 2002). Sus implicaciones abordan lo cultural y lo político. Como nos recuerda el dispositivo de la sexualidad foucaultiano (Foucault, 2007), sobre el sexo se tiende un velo que distingue entre lo normal y lo patológico, entre lo culturalmente aceptado/negado/negociado y lo políticamente insumiso/bloqueado/disputado. Las sexualidades, de esta manera, constituyen un campo de disputa, un ámbito de politicidad.
Visto así, en este campo de debate se entrecruzan tres nociones: identificación, política y sexualidad. Quisiera sugerir que las aristas que convergen en esta discusión permiten ver al menos dos señalamientos de suma importancia para el estudio de las sexualidades: a) las identificaciones sexuales se politizan de forma diferenciada según los contextos en los que se formulen demandas colectivas sobre la sexualidad y según el tipo de luchas y disputas políticas[7] (en un caso puede ser legalizar el matrimonio gay y lésbico y/o la adopción y formación de familias; en otro puede ser despenalizar la homosexualidad y reconocer/afirmar la diferencia y el sentido de la vida de los seres humanos sexuados, etcétera); b) siguiendo a Weeks (1981, 1998), podemos ver que la politización de las identidades sexuales encuentra momentos de concreción no sólo en el paso de lo privado a lo público en términos personales, vitales, cotidianos (momento de transgresión),[8] sino también en las disputas en torno a los valores y las normas que rigen el orden social y la convivencia (momento de ciudadanía).[9] Ambas ideas recuerdan el hecho de las tensiones entre agencia y estructura se resuelven en momentos sucesivos y a veces superpuestos del devenir histórico. Sexualidad, identificación y política son cruzados por dinámicas diacrónicas y sincrónicas propias de la continuidad entre orden y cambio sociales.
Si bien el proceso de politización de identificaciones sexuales operaría grosso modo de la misma forma en que pueden hacerlo en general otras identificaciones sociales o sociopolíticas, no es menos cierto que el carácter personal/político, corporal, potencialmente disruptivo de la sexualidad nos alerta sobre particularidades que debemos tomar en cuenta en los estudios sociológicos. Si la sexualidad es política es porque el deseo lo es. Es decir, porque el deseo (en sus alcances y sus límites) da forma a tipos de relacionamiento con el otro, y a sentidos y reificaciones sobre el tipo de relaciones (sociales, sexuales) permitidas, estimuladas o prohibidas. Recuérdese, por ejemplo, la importancia del tabú del incesto para la imposición de un orden social y cultural; recuérdense también las políticas de control o fomento poblacional, o las formas en que la sociedad contempla regulaciones sobre sexualidad infantil (niños como seres sexuados, educación sexual), comercio sexual, violación y sexo forzoso. Como dice Norbert Elias, "a medida que avanzaba el proceso civilizatorio y el impulso sexual, al igual que otros muchos, había de someterse a una regulación y a una modificación más estricta" (Elias, 2009: 272).
No obstante, el hecho de que diversos actores colectivos emerjan en la sociedad y que lo hagan enmarcando sus demandas en torno a derechos sexuales es un caso particular de estas dinámicas entre sexualidad y política. En este trabajo, por lo tanto, se recorta la reflexión hacia ese proceso por el cual actores colectivos politizan identificaciones sexualizadas en contextos específicos. A continuación bosquejo un modelo que ligue los momentos de esta politización que se nutre de la noción de marcos de acción proveniente de las discusiones sobre la acción colectiva y los movimientos sociales.
Los marcos de acción colectiva
Las identificaciones son políticas porque su constitución lo es. Las diferencias se forman donde es necesario decantar los sentidos de pertenencia y exclusión. En la acción colectiva se presentan estas dinámicas de identificación dentro de un proceso más amplio de politización, que engloba no sólo la constitución de actores, sino la definición de situaciones (estructura de oportunidades y amenazas) y de estrategias y cursos de acción (repertorios y recursos). En este trabajo me interesa presentar un modelo analítico en el cual, a partir de las identificaciones, podamos problematizar analíticamente la acción colectiva de grupos sexualmente diversos. Busco discutir cómo el análisis de marcos (frame analysis) podría facilitar la comprensión de la identificación y la politización en torno a la sexualidad. Esto implica, en el fondo, preguntarnos sobre cómo es posible sociologizar las discusiones planteadas en la arena de las identificaciones sexuales.
La noción de marcos (frames) es utilizada en los estudios sobre acción colectiva para referirse a los "esquemas interpretativos" con base en los cuales orientan su acción los grupos sociales. Son fruto del "trabajo de significación" con el que se construyen formas de politización y movilización social (Gamson, 1992; Gamson y Meyer, 1999; Snow, Bedford y Hunt, 2006). Bajo estas acepciones, la noción es originalmente retomada por Goffman del texto "A theory of play and phantasy" (1955), de Gregory Bateson. Goffman señala:
Y, por supuesto, mucho se utilizará el término frame de Bateson. Supongo que las definiciones de una situación se elaboran de acuerdo con los principios de una organización que controla los acontecimientos por lo menos los sociales y nuestra participación subjetiva en ellos; frame es la palabra que uso para referirme a estos elementos básicos que puedo reconocer. Ésa es mi definición de frame. Mi frase frame analysis es un eslogan que utilizo para referirme al análisis de la organización de la experiencia en estos términos (Goffman, 1975: 11).
A decir de Herrera y Soriano (2004), el frame analysis
puede ser contemplado como un tratado de sociología del conocimiento. Si desde esta perspectiva se presenta como una respuesta al análisis de la "realidad múltiple" de Shütz [...] a través del cual concibe las "provincias finitas de significado" como formas de "atención" del conocimiento, Goffman sostiene que dichas estructuras no son construcciones mentales (matter of mind), sino que corresponden a la forma de organización de la actividad social (Herrera y Soriano, 2004: 67).
De esta manera, los frames, como categorías de análisis, permiten comprender las diversas situaciones de interacción en las que están inmersas las personas y dan un acceso a las formas en que organizan sus experiencias. Por ello, aunque los marcos se constituyan con base en principios sociales compartidos, es posible distinguir niveles de autonomía de un marco a otro. La organización de las experiencias cambia de acuerdo con el frame utilizado. Y el propio frame emerge a partir de configuraciones y entramados particulares. Vistos así, el concepto de frame y el frame analysis permiten analizar y comprender la heterogeneidad de ubicaciones y experiencias que las personas, en sus procesos de identificación y relacionamiento, ponen en juego.
A continuación planteo una distinción en tres niveles respecto al análisis de marcos, que puedan dar luz sobre la acción política de grupos que operan con demandas en torno a la sexualidad. Estos niveles se presentan juntos en la realidad y en el despliegue de la acción. Se fortalecen mutuamente en términos procesuales. Son: a) la constitución de actores; b) la definición de la situación, y c) las estrategias y recursos para la acción.[10] Como los veo, los tres son el resultado del proceso de politización de identificaciones, y muestran distintas pero entrelazadas facetas de ese mismo proceso.
a) Constitución de actores
En la politización de la identificación hay un margen para la agencia en las formas en que se construye un actor colectivo. Los grupos que se asumen como colectivos ("nosotros") decantan una identificación que negocian hacia el interior tanto como hacia el exterior. Allí donde existe (o se inventa) una identificación, también existe una otredad. Es en las fronteras (el exterior constitutivo de Derrida) donde se negocia no sólo quién pertenece, sino y más importante por qué se lucha (Mouffe, 1999).
En el caso de las identificaciones sexuales, podemos decir, por ejemplo, que la heterosexualidad constituye una identificación que se produce al rechazar una homosexualidad abyecta. Ciertamente, no se la reconoce como tal en la medida en que es hegemónica y se autorreifica como "normal"; sin embargo, hay que reconocerla también en su carácter construido. Del mismo modo, una identificación homosexual sólo puede mantenerse cuando se rechaza cual exterior constitutivo una heterosexualidad considerada como coercitiva. En palabras de Butler (2002: 171), "para que una posición o identidad gay o lesbiana pueda sostener una apariencia coherente, es necesario que la heterosexualidad permanezca en ese lugar rechazado y repudiado". Se trata, entonces, de un proceso en el que los actores emergen a través de identificaciones específicas.
Sin embargo, señala Butler que en la construcción de las identidades también se tiene que tomar en cuenta
el terreno de las restricciones, sin el cual cierto ser vivo y deseoso no puede abrirse camino. Y cada uno de esos seres está presionado no sólo por lo que es difícil de imaginar, sino por lo que continúa siendo radicalmente inconcebible: en la esfera de la sexualidad estas restricciones incluyen el carácter radicalmente inconcebible de desear de otro modo [...] la ausencia de ciertos deseos, la coacción repetitiva de los demás, el repudio permanente de algunas posibilidades sexuales, el pánico, la atracción obsesiva y el nexo entre sexualidad y dolor (Butler, 2002: 145).
Se trata de no pensar la emergencia de identidades per se, sino ancladas en momentos y contextos políticos: por eso la importancia de mirar el proceso de politización de identificaciones sexuales, y no sólo los desdoblamientos identitarios.
En el terreno de la constitución de actores, también hay que precisar que los intereses que pone en juego cada una de las identificaciones emergentes devienen en una lógica situacional propia de la acción política. En los análisis de la acción colectiva, los enfoques de la acción racional alimentaron (y se alimentaron de) una noción de individuo atomizado, que subrayaba los intereses y las metas individuales en detrimento de las dimensiones simbólicas de los actores colectivos (Tejerina, 1998: 127). Los actores colectivos, en esta perspectiva, se forman por la agregación de intereses, y no por la construcción de identidades. Sin embargo, la noción de interés no remite sólo a lo instrumental, a una ecuación racional costo-beneficio. Es necesario comprender y analizar los intereses en juego de las identificaciones emergentes en los procesos de acción colectiva.
En este sentido, debemos anotar que "identidad" es en sí misma una estrategia política, que promueve diversos intereses en pos de la acción social y política. "Lo que sucede", señala Calhoun, "es que los tipos de intereses en juego son intereses no convencionales y son continuamente redefinidos debido a la reconstrucción de las identidades que se ponen en marcha" (Calhoun, 1999: 80). Por lo tanto, es importante comprender que las luchas por el reconocimiento son también luchas por intereses, pero intereses anclados de distintas maneras y en distintos tipos de identificaciones de las personas y los grupos sociales. Se trata de una mirada en la que las sexualidades políticamente construidas tienen una historia (operan en contextos) que hay que reconstruir, en los que se puede apreciar cierta intencionalidad y performatividad. Al plantear así la situación, los intereses y las identificaciones son parte de un mismo proceso de constitución de actores en el cual también tienen su lugar los recursos para la acción, las metas por conseguir y las formas de proceder. Hay que subrayar entonces que la acción colectiva es más que conciencia política y que remite además a la vida cotidiana, a las oportunidades políticas, a las estructuras sociales, a las redes sociales, en sus diversas conjunciones y matices (Gamson, 1992; Gamson y Meyer, 1999; Snow, Benford y Hunt, 2006; Tilly, 1998; Tilly, McAdam y Tarrow, 2005).
b) Definición de la situación
Un segundo lugar de encuentro entre las identidades sexuales y el análisis de los marcos tiene que ver con la forma en que se da sentido al contexto social y a los proyectos de sociedad en disputa. En el campo de las sexualidades, esto tiene que ver con el reconocimiento de distintas prácticas sexuales y los derechos que implica (o no) tal reconocimiento.
El reino de la sexualidad posee también su propia política interna, sus propias desigualdades y sus formas de opresión específica. Al igual que ocurre con otros aspectos de la conducta humana, las formas institucionales concretas de la sexualidad en cualquier momento y lugar dados son productos de la actividad humana. Están, por tanto, imbuidas de los conflictos de interés y la maniobra política, tanto los deliberados como los inconscientes. En este sentido, el sexo siempre es político, pero hay periodos históricos en los que la sexualidad es más intensamente contestada y más abiertamente politizada. En tales periodos, el dominio de la vida erótica es, de hecho, renegociado (Rubin, 1989: 2).
Una definición de la situación que orienta a la acción colectiva pasa por la pregunta sobre cuáles son las estructuras y los agentes que generan injusticias e inequidades (Gamson, 1992). Tales definiciones ocurren cuando una situación determinada es evaluada como injusta. Puede ser una que ha permanecido así desde hace mucho tiempo y que, en un momento determinado, comienza a ser vista de otra forma, o puede ser una nueva situación que estremece el orden considerado como moralmente justo. También puede ser un evento imprevisto o cierto tipo de producción y circulación de información que promueven un agravio. Todas estas situaciones (o definiciones de las situaciones, para ser precisos) posibilitan que ciertas personas se inclinen hacia la acción política (las personas pueden o no estar relacionadas con un movimiento, así como el propio movimiento puede existir o no).
Para James Jasper (1998), los shocks morales (cargados de implicaciones emocionales sobre una situación percibida como injusta) son frecuentemente el primer paso hacia la emergencia de actores colectivos. Los shocks morales dependerán de patrones cognitivos (culturales), de relaciones de fuerza y de estructuras emocionales (afectos profundos y emociones reactivas) preexistentes. Estos patrones encauzan la interpretación de anuncios y revelaciones sobre un hecho. Las respuestas a los shocks morales varían enormemente y permiten variados cursos de acción dependiendo ya no sólo de la definición de la situación, sino de la constitución de actores y de las evaluaciones (cognitivas y emocionales) sobre estrategias por seguir. Pueden causar ira y generar acciones violentas. O, en otros casos, pueden provocar indignación y no conducir a acción alguna (dado el caso en que se evalúe la situación en función de afectos profundos como el miedo). Por ejemplo, actos homofóbicos que se producen constantemente en una sociedad pueden motivar indignación, pero ésta no implica necesariamente el paso a formas de protesta pública por parte de actores colectivos GLBT. El miedo a "salir del closet", a ser asesinado, a sufrir homofobia, encauza las emociones y bien podría llevar a la inacción. De todos modos, si bien esa situación no daría paso a acciones puntuales, el shock que provoca una indignación sí podría inducir a una posterior formación de grupos y/o a procesos de identificación colectiva. En suma, se trata de distinguir elementos de un proceso de politización cuyos resultados no están predefinidos.
En forma similar, Jeffrey Weeks (1981, 1998) nos advierte que en torno a la sexualidad se activan tanto fuerzas progresistas como conservadoras, según perciban alteraciones a los órdenes morales definidos como aceptables (en uno u otro sentido). Se trata de lo que Gayle Rubin denomina pánico moral: "Los pánicos morales son el 'momento político' del sexo, durante los cuales las actitudes difusas son canalizadas hacia la acción política y de allí al cambio social" (Rubin, 1989: 40). Desde su perspectiva, frente a actores estigmatizados, frente a sujetos abyectos, con base en y/o en contra de hegemonías simbólicas y discursos reguladores de lo normal y lo patológico, se promueven miedos y temores que interpelan al orden social y simbólico. "Los disidentes moralmente indefinibles" (los abyectos) son puestos en el centro de una preocupación moral por restaurar un orden amenazado (Rubin, 1989: 40). Sin embargo, en estas situaciones se puede producir que, más bien, tales miedos y temores sean enmarcados como reflejos de situaciones de exclusión, dominio y coerción. Estas dinámicas de producción de sentido, en tanto marcos de injusticia y/u órdenes morales subvertidos y/o amenazados, reflejan momentos de las luchas políticas que, en esta medida, son luchas de significación.
Tanto el enmarcamiento de la injusticia la indignación moral como el del pánico moral permiten situar los escenarios dentro de los cuales y a través de los cuales se producen las identificaciones sexuales. Es desde allí que se constituirá una primera redefinición de un "nosotros" y un "ellos".[11] Este trabajo de enmarcamiento incluye, así, el peso de las vidas cotidianas en tanto activador de identificaciones categoriales, así como el papel que juegan las cargas emotivas. Tanto la indignación como el pánico moral nos llaman la atención sobre las maneras en que son producidos los shocks morales que desatan la acción política (Jaspers, 1998).
Teniendo presente que la indignación y el pánico moral son la primera instancia de politización de las identificaciones sexuales, debemos subrayar que es en estos marcos de injusticia donde se crean también oportunidades políticas en pos de las reivindicaciones sociales. Si bien el concepto de oportunidad política corre el peligro de convertirse en "una especie de esponja" que serviría para absorber "cualquier aspecto relacionado al entorno de los movimientos sociales, instituciones y culturas políticas, crisis de diversos tipos, alianzas y variaciones en las políticas" (Gamson y Meyer, 1999: 389), puede ser apropiado para situar cómo vamos a estudiar la interacción de actores colectivos y estructuras.[12] De allí que es importante comprender cómo los actores colectivos (o los movimientos sociales) crean oportunidades (cómo definen una situación en la que es posible y deseable actuar).
Es en este contexto que intentamos redefinir la relación entre acción colectiva e identificación: en tanto comprendamos que las oportunidades políticas son a la vez elementos estructurales y elementos de acción, podremos construir mecanismos explicativos para analizar cómo entra en juego una identificación colectiva que es capaz de definir a partir de sus sentidos de pertenencia oportunidades políticas sobre sus intereses colectivos. Asimismo, tal perspectiva permite comprender distintos escenarios de conflicto que se generan a raíz del carácter creativo sobre el sentido de la acción de los miembros de un grupo colectivo. Los marcos interpretativos nos ayudan a ubicar, en términos analíticos y metodológicos, lo que está en juego, y pueden ser utilizados como herramientas para comprender los distintos procesos de enmarcamiento de actores y escenarios en la lucha social y política.
La idea fundamental de la creación de marcos interpretativos de la oportunidad política radica en que niegan la existencia de situaciones indeseables inmutables, no susceptibles de ser alteradas por medio de alguna forma de acción colectiva. Sin embargo, hay que distinguir las oportunidades de las acciones específicas. A ello dedico el siguiente acápite.
c) Estrategias y recursos para la acción
Hasta aquí hemos visto que el análisis de marcos nos ayuda a precisar dos momentos del proceso de politización de identidades: aquel que define una situación y aquel que construye los actores (amigos-enemigos). Considero que los marcos también orientan las acciones por seguir, así como los recursos que se consideran propicios.
Sobre el particular, quisiera retomar los aportes de Nancy Fraser (1991) respecto a lo que llama "política de las necesidades". Según esta autora, la acción política se produce en un campo de inteligibilidad entre actores que necesitan interpelarse mutuamente. Por ello, tanto las acciones puntuales y concretas como las estrategias generales se utilizan y ponderan en la medida en que se consideran oportunas dentro de un conflicto particular. Las formas en que se da sentido a la acción se basan en recursos de interpretación y comunicación. Tales recursos no sólo están en la base del conflicto, sino que ellos mismos se convierten en objeto de disputa. Por ello,
el discurso de las necesidades se presenta como un espacio en contienda, donde los grupos con recursos discursivos (y no discursivos) desiguales compiten por establecer como hegemónicas sus interpretaciones respectivas sobre lo que son las legítimas necesidades sociales. Los grupos dominantes articulan sus interpretaciones con la intención de excluir, desarmar y/o cooptar las contrainterpretaciones. Por otra parte, los grupos subordinados o de oposición articulan su interpretación de las necesidades con la intención de cuestionar, substituir y/o modificar las interpretaciones dominantes. En ninguno de los dos casos las interpretaciones son simplemente representaciones. En ambos casos son, más bien, actos e intervenciones (Fraser, 1991: 11).
Sobre este tema, Ken Plummer (2006) reconoce que se pueden construir distintas estrategias de acción. Su punto de partida es que, de hecho, los mismos horizontes de acción deben ser construidos. Su análisis se centra en la promoción de una ciudadanía íntima[13] que amplíe los derechos sobre la sexualidad. La pregunta es qué derechos en qué contextos. Los derechos que servirán como núcleo de la acción política no son "dados naturalmente esperando simplemente ser encontrados" (Plummer, 2006: 152). Los derechos son creados con base en negociaciones entre los miembros de un movimiento, los modelos dominantes, los expertos y las situaciones objetivas (el ámbito de lo posible). Hacia dónde se orienta la acción no es una meta fija ni establecida de antemano; es decir, las metas a las que se dirige el movimiento no están predichas. Es a partir de un trabajo de significación que se definen tanto las metas como los cursos de acción. Para este autor, si bien una agenda debe incluir reivindicaciones a partir de la politización de lo íntimo, los cursos y los momentos de acción pueden ser diversos según las relaciones de fuerza presentes.
Vale recordar que la noción de repertorios de acción propuesta por Tilly, McAdam y Tarrow (2005) también alude a formas de intervención y acción que se construyen históricamente, y que sirven como bagaje a distintos actores. Se trata de formas de hacer y proceder que son socialmente contempladas y políticamente efectivas. Remiten a lo que uno sabe hacer y a lo que otros esperan que se haga. La gramática de la contienda se activa en torno a movimientos tácticos y estratégicos que implican a dos o más actores en conflicto. Las formas del conflicto dependen de alguna manera de cómo se interprete y de cuán efectiva (se considere que) sea una acción. No cualquier acto tiene un alto rendimiento, ni un bajo costo o riesgo. Todo curso de acción se define en términos de lo que se contempla como adecuado y potencialmente efectivo en una coyuntura dada.
Conclusiones
Los distintos momentos del proceso de politización sólo pueden distinguirse de forma analítica, ya que en la experiencia social y en el despliegue de la acción aparecen juntas. Esto implica, a la vez, reconocer el carácter procesual y constructivo de la acción colectiva. Un movimiento social, como indica Alberto Melucci, es en realidad "una amplia gama de procesos sociales, actores y formas de acción" (1991: 357). Los actores tienen la capacidad de nombrarse, de definir la situación y de definirse a sí mismos de una manera no lineal "sino producida por interacción y negociaciones, y algunas veces por diferentes orientaciones opuestas" (1991: 358). Esto nos alerta sobre la ductilidad de las posiciones de sujeto (identificaciones) según se orienten estratégicamente en el juego político. Esto es de particular relevancia cuando nos referimos a actores sexualmente diversos que pueden posicionarse según facetas y momentos de la lucha. Así, por ejemplo, un mismo actor puede definirse como homosexual en una situación, y en otras como gay, GLBT, queer, maricón, miembro de la sociedad civil, representante de una organización no gubernamental, militante de un partido político, etcétera, siempre en función de lo que situacionalmente se requiera para ganar efectividad política, y según el marco de injusticia al cual esté apelando. Como herramienta analítica, esto nos permite captar las posiciones de sujeto y dar orden a lo que en, a primera vista, aparece como confuso e incluso contradictorio.
Lo que se intenta con estas puntualizaciones es complejizar y ganar en precisión a la hora de investigar la acción colectiva con base en demandas sobre la sexualidad. Lo fundamental ha sido entender que, dado el carácter construido de la acción colectiva,
el término 'identidad' no da cuenta del aspecto dinámico de este proceso, pero señala la necesidad de un nivel de identificación, que es precondición para cualquier cálculo de ganancia y pérdida. Sin la capacidad de identificación, la injusticia no se podría percibir como tal, o no se podrían calcular los intercambios en la arena política (Melucci, 1991: 359).
En suma, en este texto me he planteado discernir las formas en que las identificaciones sexuales se politizan, y me pregunto cómo los conflictos sobre la sexualidad activan mecanismos de articulación política a raíz de esas identificaciones. La afirmación o negación de una identificación sexual como sea que ésta fuese definida responde a menudo a objetivos concretos, situacional y socialmente formados. Propongo que la acentuación pública de una sexualidad particular puede verse como una estrategia, es decir, como el producto de una elección (a veces consciente, a veces no) de grupos de personas para alcanzar ciertos objetivos sociales. La idea no es negar la existencia de un tipo de sexualidad, sino analíticamente relativizar el carácter supuestamente natural de las prácticas sexuales y de las orientaciones políticas de los actores colectivos. Las posiciones de sujeto, las estrategias de acción y los horizontes de las luchas se mueven en un margen definido por las formas de enmarcar y de percibir. Es de esta forma como (también) podemos ver el carácter político de las identificaciones sexuales.
Para finalizar, cabe anotar que aquí he puesto énfasis en la relación entre marcos de acción e identidades sexuales. No he profundizado en las estructuras objetivas que, de hecho, hay que tomar en cuenta en los análisis específicos. Aquí he preferido centrarme en una problematización que ponga énfasis en los aspectos simbólicos de la formación de identidades y de su politización.
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Notas
* La autora agradece a Edison Hurtado, Marco Estrada Saavedra, Gabriela Cano y Gioconda Herrera, así como a los dictaminadores anónimos, por sus cuidadosas lecturas y los acertados comentarios que realizaron en el proceso de cristalización de este artículo.
[1] Movimientos Sociales Gays, Lésbicos, Transexuales, Transgénero.
[2] De acuerdo con varios autores (Plummer, 2000a; Epstein, 2000; Stein, 2000), en la sociología de la sexualidad se pueden advertir tres momentos: a) la sociología de la desviación, que se ocupó de la homosexualidad, principalmente de la homosexualidad masculina; b) los estudios de género y las teorías feministas sobre gays y lesbianas, y c) los estudios queer (que surgieron como resultado de las luchas políticas de grupos organizados, como Queer Nation y Act Up en Estados Unidos).
[3] Siguiendo con Epstein, la palabra queer tuvo como objeto reemplazar las políticas gay/lésbicas dentro del paraguas de los nuevos repertorios organizativos del grupo Queer Nation en Estados Unidos desde la década de los años ochenta. Su uso tuvo varias connotaciones: a) "invocar la palabra queer como un acto y un reclamo lingüístico por un grupo estigmatizado" (Epstein,1994: 198); b) oponerse a los proyectos de la corriente dominante de las políticas gay/lésbicas, ejemplificadas en los discursos de derechos y libertades civiles; c) describir "la política de la provocación, una en la cual los límites de la tolerancia liberal sean constantemente cuestionados" (Epstein, 1994: 198); d) diferenciar las comunidades gay/lésbicas/queer; e) apelar a una política de lo co-sexual; f) ofrecer un camino para caracterizar todo aquello en oposición a un "régimen normalizador"; "reflejar el 'descentramiento' de la identidad" (Epstein, 1994: 199); h) situar las políticas queer como políticas constructivistas, remarcando las expresiones fluidas de la sexualidad, y j) también como evocadoras de "políticas esencialistas" que, desde nuevas formas de expresión, "reifican otra categoría de identidad, en términos separatistas o nacionalistas, como el propio nombre Queer Nation puede implicar" (Epstein, 1994: 199).
[4] En La distinción, Bourdieu (2002), por ejemplo, llamará la atención sobre la pertinencia de los enclasamientos antes que de las clases sociales predefinidas. Un ejercicio analítico similar es el reto que supone historizar la formación de la clase obrera, con sus avatares culturales y sociales concretos, y no su presunción teórica per se (Thompson, 1989).
[5]Esta idea emerge al ver, por ejemplo, cómo la moda de lo queer es adoptada por actores sin agenda política ni mayor densidad conflictiva. Lo queer podría terminar siendo únicamente una categoría descriptiva que, como señala Epstein (1994: 199), ha servido para referir "un considerable rango de proyectos políticos, así como de identidades individuales y colectivas".
[6]El punto es que la sociología debe estar alerta a esos procesos de identificación, situados, relacionales, procesuales; en una palabra, ¿cómo sociologizamos a Butler?
[7] Se trata de ver a las identidades en su dimensión estratégica, relacional, en la que las adscripciones categoriales se activan en la disputa política y de acuerdo con las características situacionales de esas disputas.
[8] "El momento de la transgresión se caracteriza por la constante invención y reinvención de nuevas percepciones de uno mismo y de los nuevos retos para las instituciones y tradiciones heredadas que hasta ahora habían excluido estos nuevos temas" (Weeks, 1998: 36).
[9]El momento de la ciudadanía refleja "el derecho a igual protección de la ley, a la igualdad de derechos en el empleo, la crianza, la posición social, el acceso a los servicios de asistencia social y a los derechos de asociación, o incluso matrimonio para parejas del mismo sexo" (Weeks, 1998: 37).
[10]Para Gamson (1992), los marcos de acción colectiva poseen tres componentes. Por un lado, la injusticia, que se refiere a la toma de conciencia de la situación y a la indignación moral de los actores. En segundo lugar, la agencia, que se refiere a las acciones emprendidas para alterar condiciones o políticas. Y finalmente la identidad, que implica el proceso de definición de un "nosotros" en oposición a un "ellos".
[11] Para Snow, Bedford, Worden y Rochford (2006), tanto las teorías psicológicas funcionalistas como las teorías de movilización de recursos no complejizan los agravios dentro de los procesos de acción colectiva, es decir, no miran los aspectos interpretativos que suponen "la ubicuidad y constancia de los agravios que llevan a la movilización [...] pasando por alto el hecho de que los agravios o el descontento están sujetos a diferentes interpretaciones y que las variaciones entre las interpretaciones entre individuos, entre organizaciones de movimientos sociales y en el tiempo, pueden influir sobre si se actúa o cómo se actúa al respecto" (Snow et al., 2006: 35).
[12] Los autores dialogan con William Sewell para entender la estructura de oportunidad política como dinámica referida a "formas de hacer las cosas de acuerdo con nuestro bagaje cultural" (Gamson y Meyer, 1999: 400). Para ellos, "la oportunidad política implica la percepción de una posibilidad de cambio, es decir, tiene un componente que es, básicamente, un 'constructo social" (401).
[13] Por ciudadanía íntima, Plummer entiende "el control (o no control) del propio cuerpo, emociones, relaciones; acceso (o no) a ser representado, a las relaciones, a los espacios públicos, etcétera; y a elecciones socialmente fundamentadas (o no) sobre identidad y experiencias de género" (Plummer, 1995: 151, énfasis en el original).