En México, 6.3% de la población tiene más de 65 años de edad. De este porcentaje, 2.9% son hombres y 3.4% son mujeres. El porcentaje de personas mayores en México casi se ha duplicado desde la década de los años cincuenta, y la previsión es que para 2050 constituya 16% de la población total (Conapo, 2014). La vejez está feminizada en México. De acuerdo con el último Censo de Población y Vivienda (INEGI, 2010), hay más mujeres adultas mayores que varones: por cada 100 mujeres mayores de 65 años, hay 81 hombres. Este gran grupo poblacional ha sido estudiado en relación con diversos aspectos como salud, arreglos familiares, redes de apoyo, migración y acceso a servicios de salud, entre otros aspectos (Cervantes, 2013; Garay Villegas et al., 2014; Manrique-Espinoza et al., 2013; Pelcastre-Villafuerte et al., 2011). Sin embargo, existen escasas investigaciones que aborden las experiencias de violencia de las personas adultas mayores diferenciando entre ámbitos y perpetradores de una forma integral, y más concretamente sobre la polivictimización de las mujeres mayores. Esta investigación busca contribuir a llenar este vacío.
Las personas mayores en México padecen exclusión, discriminación y violencia (Márquez Reyes y Arvizu Iglesias, 2009; Montes de Oca Zavala, 2013). Por ejemplo, la Encuesta Nacional sobre Discriminación 2010 (Conapred, 2011) muestra que 24.4% de la población mexicana considera muy justificable no dar a una persona mayor un trabajo que podría realizar, y que 27.9% de las personas mayores de 60 años ha sentido alguna vez que por su edad no han sido respetados sus derechos.
La vejez está construida socialmente, pues a las personas mayores se les imponen ciertos atributos negativos, como la improductividad, la ineficiencia, la enfermedad, la decrepitud o la decadencia (Montes de Oca Zavala, 2013). El proceso de envejecimiento está cruzado por el género, pues exacerba la desigualdad -también socialmente construida- que las mujeres han experimentado a lo largo de su vida. John Mirowsky y Catherine E. Ross (citados en Brozowki y Hall, 2010) argumentan que tanto las mujeres como las personas de grupos raciales o étnicos minoritarios, al envejecer, sufren una pérdida de estatus debido a situaciones como la jubilación, la dependencia económica o la pérdida de empleo, la reducción de redes sociales, la pérdida de amistades o pareja, así como por la reducción de los limitados recursos que tuvieron alguna vez en la vida. Esta situación es vista por quienes rodean a la persona envejecida como una señal de vulnerabilidad, lo cual puede implicar un mayor riesgo de sufrir múltiples formas de violencia.
La situación de vulnerabilidad asociada con la dependencia económica de las mujeres mexicanas adultas mayores es notable. Los datos de la Encuesta Nacional de Salud y Envejecimiento en México 2001 muestran que sólo 23% de los hombres y 11% de las mujeres que trabajaron alguna vez fuera del hogar reciben una pensión (Murillo-López y Venegas-Martínez, 2011). Aunado a la dependencia económica, durante las últimas etapas de la vida se produce cierto deterioro físico y mental asociado con el proceso de envejecimiento. Este proceso genera dependencia de otras personas para subsistir y para realizar las actividades cotidianas. Es por ello que durante la edad adulta se incrementa la probabilidad de que las personas mayores dependientes experimenten violencia en circunstancias en las que el cuidador/a perciba que la relación con la persona mayor no es equitativa ni enriquecedora (Brozowki y Hall, 2010). Como resultado de la interacción con la persona mayor, se puede desatar en la pareja, cuidador/a o integrantes de la familia, la percepción de una aceleración del proceso del autoenvejecimiento, ante lo cual se puede reaccionar con miedo y enojo, lo que incrementa el riesgo de incurrir en violencia. Ésta es ejercida en gran medida por parte de las personas con las que conviven o de las que son dependientes. Es decir, en gran medida -pero no exclusivamente- por integrantes de la familia. Además, al igual que se produce en el marco de una relación de pareja, en las relaciones interpersonales de las mujeres de edad avanzada existen dinámicas de poder y control, y por lo tanto se pueden emplear tácticas violentas para obtener y mantener el poder.
Para algunas personas, la vejez da lugar al inicio de relaciones violentas. Para otras, la violencia en la tercera edad es sólo la continuación de un largo proceso de abuso y violencia entre los integrantes de la familia, y tiene poco que ver con el incremento de la vulnerabilidad asociada con el envejecimiento (Douglass, 1983). Las experiencias de violencia durante la edad adulta se singularizan de acuerdo con el género, por lo que las expresiones de violencia hacia varones y mujeres de edad avanzada pueden ser distintas (Mancinas Espinoza y Ribeiro Ferreira, 2010).
A pesar de la contundencia empírica, el reconocimiento de la problemática de la violencia en contra de las mujeres mayores y su estudio académico han quedado relegados en comparación con la violencia que experimentan otros grupos de mujeres. Así lo argumentan diversos autores para el caso de América Central y el Caribe, así como en los países nórdicos (Giraldo, 2010a; Giraldo, 2010b; Jönson y Akerström, 2004). Una posible explicación reside en que la evidencia empírica muestra que las personas que agreden a las mujeres mayores son tanto del sexo femenino como masculino, por lo que el hecho de tener a un agresor del sexo femenino pone en entredicho la mayoría de modelos feministas que vinculan la violencia en contra de las mujeres con la subordinación socialmente construida de éstas (Giraldo 2010a; Jönson y Akerström, 2004; Loseke, 2005). Es decir, si como resultado de una sociedad con estructuras patriarcales las mujeres son víctimas de violencia, esta misma explicación no es adecuada para explicar la violencia que ellas mismas ejercen.
Otra explicación reside en que se tiende a considerar a las mujeres mayores como integrantes de la categoría "mujeres adultas", pero se ha ignorado cómo las distintas categorías de opresión y estructuras de poder (edad, raza/etnia, clase social, género o sexualidad) interactúan y ponen en distintos riesgos a las mujeres dependiendo de su ubicación en esta matriz de dominación (Collins, 2000; Crenshaw, 1991; Frías, 2014). Es decir, al esencializar la categoría "mujer", quedan veladas las diferencias entre las mismas (Christensen y Jensen, 2012).
Este artículo aborda, precisamente, las experiencias concurrentes de violencia o experiencias de polivictimización a las que están expuestas las mujeres mayores en México y examina los factores asociados con las mismas a partir de los datos de la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares 2011 (Endireh) (INEGI e Inmujeres, 2011). El término "polivictimización", acuñado por David Finkelhor y colaboradores (Finkelhor et al., 2007, 2008, 2005; Hamby et al., 2010), se utilizó inicialmente para referirse a las múltiples experiencias de violencia de las que son objeto niños, niñas y adolescentes en un periodo determinado. Recientemente, este concepto se ha utilizado para examinar las distintas expresiones de violencia de las que son objeto las personas adultas y que son perpetradas por diversas personas en distintos ámbitos (Gassoumis et al., 2015; Martins Gil et al., 2015). Este concepto, aplicado a las mujeres mayores, permite estudiar la violencia siguiendo una trayectoria de vida (Williams, 2003), así como examinar situaciones de victimización concurrente. En esta investigación se argumenta que las experiencias de violencia deben entenderse de una forma comprehensiva, mostrando la interconexión entre éstas durante la edad adulta y su vinculación con la violencia experimentada en otras etapas de la vida.
En la primera parte de este artículo se revisa cómo se nombra la violencia en contra de las personas adultas mayores en México. En la segunda se resume la investigación existente en México sobre violencia en contra de las mujeres mayores, enfatizando la falta de estudios que nos permitan conocer la magnitud del problema. La tercera sección revisa algunos de los factores asociados con las experiencias de violencia de las mujeres adultas mayores. En las siguientes secciones se presentan la metodología y los resultados. En la última parte se muestran las principales conclusiones y se discuten las implicaciones de esta investigación para estudios futuros y la formulación de políticas públicas.
Cómo nombrar la violencia en contra de las personas mayores
La primera vez que se documenta el abuso y la negligencia hacia adultos mayores es en la literatura británica, a partir de la segunda mitad de la década de los años setenta, y se refiere a las agresiones físicas violentas hacia las ancianas como "granny bashing", "golpear a la abuela" (Barry, 2002; Giraldo, 2010b). Desde entonces se han llevado a cabo distintas discusiones sobre la problemática de la violencia hacia las personas adultas mayores y sobre el concepto mismo de vejez.
No existe acuerdo sobre la edad en la que inicia la vejez. Internacionalmente se considera que la edad de "adulto/a mayor" comienza a los 65 años. Pero este punto de corte, lejos de ser biológico, es parte de una construcción social influida por la edad en la que se espera que una persona se retire del trabajo, al menos en países con sistemas estables de retiro. La edad es conformada por el tiempo, pero el significado de la vejez es construido por la sociedad, la cultura y el momento histórico. Tampoco existe consenso sobre cuál es el término adecuado para referirse a la violencia que experimentan las mujeres viejas, adultas mayores, de edad avanzada o de la tercera edad. En México se ha utilizado el término "violencia hacia adultos/as mayores o personas mayores" (Giraldo, 2010a; Ruelas González y Salgado de Snyder, 2009) o "maltrato hacia el anciano" (Márquez Reyes y Arvizu Iglesias, 2009).
El maltrato de personas mayores se define como "cualquier acción voluntariamente realizada, es decir, no accidental, que dañe o pueda dañar a una persona mayor, o cualquier omisión que prive a un anciano de la atención necesaria para su bienestar, así como cualquier violación de sus derechos" (Iborra Marmolejo, 2009: 49). Esto debe ocurrir en el marco de una relación interpersonal en la que existe una expectativa de confianza, cuidado, convivencia o dependencia; la persona agresora puede ser un familiar, personal institucional, cuidador contratado, vecino o amigo. En Estados Unidos se ha empleado el término "elder abuse" para referirse a la violencia y el abuso en contra de los ancianos, así como el concepto "abuse in later life", el cual puede traducirse como "abuso/violencia hacia personas de edad avanzada". Este último término fue acuñado por activistas en temas de violencia doméstica y abuso sexual para referirse a la interconexión de distintas formas de violencia: hacia personas mayores, doméstica y abuso sexual (Brandl y Dawson, 2011).
Uno de los mayores problemas para el estudio de esta problemática es que no hay una definición globalmente aceptada que incluya todas las dimensiones de la violencia hacia las personas mayores. Se ha argumentado que la heterogeneidad de definiciones tiene que ver con que están vinculadas con las diferencias en valores, actitudes, creencias individuales y aspectos culturales (Giraldo, 2010b; Kosberg et al., 2003). Es por ello que en 2002, con la Declaración de Toronto, se avanzó en la definición del fenómeno al considerarlo como un conjunto de acciones voluntarias o involuntarias y al identificar sus manifestaciones:
El maltrato a las personas mayores es un acto único o repetido, o la falta de una acción apropiada que ocurre dentro de cualquier relación donde existe una expectativa de confianza que causa daño o angustia a una persona mayor. Puede ser de varias formas: físico, psicológico/emocional, sexual, financiero o simplemente reflejar negligencia intencional o por omisión (OMS, Universidades de Toronto y de Ryerson e INPEA, 2002).
Existen varias teorías para explicar el fenómeno, muchas de ellas adaptadas de la criminología y del estudio de las dinámicas de violencia doméstica. Estas teorías están centradas en la dependencia de la persona mayor y el estrés; en los problemas mentales de las personas agresoras (psicopatologías); en modelos socio-ecológicos que reconocen la multiplicidad de factores asociados con la problemática -comunitarios, individuales, relacionales y estructurales-; en las diferencias de poder entre la persona mayor y quien(es) la agrede(n); en modelos de comportamiento aprendidos, así como en la naturaleza patriarcal de la sociedad y las familias (detalles en Anetzberger, 2012; Jackson y Hafemeister, 2013).
Hay numerosas expresiones de maltrato hacia las personas mayores, que pueden reunirse en cinco grandes grupos: 1) violencia física -golpear, abofetear, quemar, empujar o zarandear-; 2) maltrato psicológico -rechazar, insultar, aterrorizar, aislar, gritar, culpabilizar, humillar, intimidar, amenazar, imponer situaciones de aislamiento, ignorar sentimientos de amor, afecto y seguridad-; 3) abuso económico, también llamado abuso financiero o material -apropiación, aprovechamiento o mal uso de las propiedades o dinero de la persona mayor-; 4) abuso sexual como tocamientos o besos; introducción oral, anal o vaginal de objetos, dedos o pene; acoso sexual, y obligar a la persona a realizar actos sexuales al agresor o ver material pornográfico, y 5) negligencia, abandono o descuido, desatender las necesidades básicas como alimentación, higiene, vestimenta adecuada al clima y asistencia sanitaria, entre otras (Anetzberger, 2012; Iborra Marmolejo, 2009; Lachs y Pillemer, 2004).
Existe cierto consenso sobre qué constituye el maltrato psicológico, físico, financiero o sexual sobre el anciano, pero no sobre la negligencia. Ésta se conceptualiza como la falta de atención a las necesidades físicas, sociales y emocionales de las personas mayores (McDonald, 2011). Se han establecido diferencias entre negligencia pasiva y activa, que recaen en la habilidad y la posibilidad del cuidador para cumplir ciertas funciones (Douglass, 1983). La negligencia pasiva se refiere a la persona mayor que es ignorada, abandonada, que no recibe lo esencial, como comida, ropa, medicamentos, por una imposibilidad o incapacidad del cuidador. La negligencia activa es el descuido intencional hacia la persona adulta mayor, a la que se le niegan contacto social, comida, ropa, medicamentos o cualquier otro servicio o bien necesario. Incluso se ha desarrollado el concepto de negligencia autoinflingida, consistente en la pasividad de las personas que rodean a la persona mayor ante el daño que esta misma se hace.
Cualquier expresión de violencia y abuso deriva en que la víctima padezca sufrimientos innecesarios, lesiones o dolor, pérdida o violación de sus derechos humanos y deterioro generalizado de su calidad de vida. Estas modalidades de abuso y violencia pueden producirse en distintos contextos: familiar, relación de pareja, ámbito social o público, laboral y educativo, así como en el institucional. Las personas generadoras de violencia son tanto del sexo masculino como del femenino, y no necesariamente deben tener una relación de parentesco. Pueden ser extraños, amigos, familiares, la pareja, cuidadores, entre otros. Aunque en ocasiones las personas mayores padecen violencia en un solo contexto, la violencia debe conceptualizarse de una forma comprehensiva, pues es posible que los individuos padezcan experiencias concurrentes de una o múltiples formas de violencia en distintos ámbitos, perpetrada(s) por una o distintas personas. Es decir, las personas mayores -al igual que otros individuos- son polivictimizadas, y esta experiencia debe entenderse en la intersección del proceso individual de envejecimiento con el contexto económico, cultural y social en el que se produce (Giraldo y Torres, 2011), así como en función de la posición de la persona en los sistemas de estratificación social.
La investigación sobre violencia contra mujeres de edad avanzada en México
La investigación sobre violencia contra mujeres de edad avanzada en México está fragmentada (para una revisión internacional, ver Giraldo, 2010a, 2010b), y se ha realizado principalmente desde el área de la salud pública. Existen algunos estudios de carácter cuantitativo que permiten una aproximación parcial al fenómeno. Se identifican dos grandes grupos de estudios que utilizan metodologías cuantitativas: los que usan muestras probabilísticas y los que usan muestras no probabilísticas basadas en la disponibilidad de los sujetos. Los primeros tienen representatividad regional (en el Distrito Federal: Giraldo, 2006) o local (en Monterrey: Mancinas Espinoza y Ribeiro Ferreira, 2010). Los estudios que se basan en muestras no probabilísticas están centrados en contextos médicos (Barrón et al., 2002; Gómez Ricárdez et al., 2007; Márquez Reyes y Arvizu Iglesias, 2009); también se identifican algunos estudios con muestras de conveniencia en ciertas ciudades (Barrón et al., 2008; Ruelas González y Salgado de Snyder, 2009).
La mayoría de las investigaciones son estudios de caso de corte descriptivo que no permiten diferenciar entre expresiones de violencia, ámbito en el que ocurre, sexo y personas generadoras de la violencia. Por ejemplo, la Encuesta sobre Violencia Intrafamiliar en 19991 reveló que 18.6% de la población con 60 años y más vivía en hogares donde había actos violentos (citado en Márquez Reyes y Arvizu Iglesias, 2009), lo cual no significa que la sufrieran.
La Encuesta sobre Maltrato a Personas Adultas Mayores en el Distrito Federal 2006 examina las experiencias de violencia y abuso en una muestra representativa de ancianos/as en esa entidad federativa y muestra que el maltrato hacia las mujeres es prevalente ante el caso de los hombres (Giraldo, 2006). Más concretamente, 18.4% de las mujeres y 12.6% de los hombres reportaron al menos un incidente de maltrato en el último año; 15% de las mujeres reportó al menos un incidente de maltrato psicológico, 4.8% maltrato económico, 3.7% físico, 1.3% abuso sexual, y 1% negligencia y abandono. Sólo en el caso de la negligencia y el abandono los varones reportaron padecerlos en el último año en mayor medida que las mujeres. Sin embargo, no se diferencian los ámbitos en que se produce la violencia ni la relación entre la persona agresora y la agredida.
Se identificaron estudios de corte cualitativo que documentan y examinan la violencia familiar hacia las mujeres adultas mayores (Barry, 2002; Jiménez Pelcastre, 2012; López-Pozos y Carrasco Rivas, 2013). Se han descrito minuciosamente los abusos de los que son objeto las abuelas cuidadoras en una comunidad rural de Hidalgo, donde los nietos son los principales generadores de violencia (Jiménez Pelcastre, 2012), así como la continuidad de la violencia física, emocional y sexual de pareja en la edad adulta (López-Pozos y Carrasco Rivas, 2013).
La revisión de estudios previos genera tres reflexiones. La primera hace referencia a que en México, como en otros lugares (Brozowki y Hall, 2010), es común que no se distinga entre las dinámicas de violencia de pareja y la violencia ejercida por otras personas, y que no se diferencie el ámbito en que ocurren. La segunda hace referencia a la violencia de pareja. Los estudios sobre violencia de pareja entre mujeres adultas mayores son limitados y tienden a realizarse junto con otras categorías de edad, o al agrupar a todas las mujeres con 60 años y más en una sola categoría. Por ejemplo, los datos de la Endireh 2011 muestran que el riesgo de sufrir violencia física y sexual de pareja tiende a disminuir a medida que se incrementa la edad de la mujer (Casique y Castro, 2012). Por último, mediante el empleo de técnicas cualitativas, se constata que la violencia de pareja en la edad adulta es para muchas mujeres la continuidad de una dinámica iniciada mucho tiempo antes (López-Pozos y Carrasco Rivas, 2013). Al igual que en otras etapas de la vida, la violencia es utilizada para controlar a las mujeres, así como para que el varón conserve o aumente su poder.
Factores asociados con la victimización de mujeres adultas mayores
Un meta-análisis reciente de los factores de riesgo asociados con la violencia en contra de las personas adultas realizado por Mark Johansen y Dina LoGiudice (2013) muestra que los factores asociados con la violencia en contra de las personas adultas mayores son múltiples. A nivel individual, el riesgo de padecer violencia se incrementa para las personas con problemas cognitivos, comportamientos problemáticos, enfermedades psiquiátricas, problemas psicológicos y dependencia funcional, y para las que pertenecen a estratos sociales desfavorecidos o las que tienen problemas con el alcohol. No se encontraron diferencias con respecto al sexo o a la educación. Sin embargo, estudios en México y España muestran que las mujeres sufren los casos más graves de maltrato físico y emocional (Iborra Marmolejo, 2009; Ruelas González y Salgado de Snyder, 2009).
A nivel relacional, la existencia de conflictos familiares y las malas relaciones interpersonales están asociadas con la violencia. Las mujeres mayores sin compañero (divorciadas, separadas y viudas) tienen mayor riesgo de sufrir violencia (Brozowki y Hall, 2010). Con quién y dónde vive el anciano o la anciana también han sido considerados factores de riesgo, ya que en un porcentaje importante de los casos los/las generadores/as de violencia son la propia pareja y los hijos/as (Iborra Marmolejo, 2009; Mancinas Espinoza y Ribeiro Ferreira, 2010). El estrés del cuidador (síndrome de burnout), la propia agresividad de la víctima, la dependencia económica de la mujer, el aislamiento social, la falta de redes de apoyo y experiencias previas de violencia entre cuidador y anciano/a también están relacionados con la experiencia de violencia durante la edad adulta (ver Iborra Marmolejo, 2009; Mancinas Espinoza y Ribeiro Ferreira, 2010; Ruelas González y Salgado de Snyder, 2009).
Factores estructurales como la existencia de una cultura de violencia, así como la presencia de ciertas actitudes y tradiciones culturales como el "edadismo" y el sexismo, también se vinculan con la violencia hacia este grupo de personas (Iborra Marmolejo, 2009; Montes de Oca Zavala, 2013). En algunos contextos, la vejez es vista como algo negativo y como una carga en la familia que justifica determinadas conductas hacia los ancianos (Rueda Estrada, 2008).
Metodología y datos
El estudio de la polivictimización de las mujeres adultas mayores se realiza a partir del análisis de la Endireh. Esta encuesta fue iniciativa del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) y el Instituto Nacional de las Mujeres (Inmujeres), y es representativa de todas las mujeres mexicanas de 15 años y más con independencia de su estado civil. Existe en la encuesta un módulo específico de mujeres con 60 años y más que indaga sobre sus experiencias de violencia.
Esta investigación se basa en una submuestra de mujeres de la Endireh 2011, aquellas con 60 años y más que en el momento de la encuesta se encontraban casadas, en unión libre, divorciadas, separadas y viudas, pues las mujeres separadas y divorciadas también pueden padecer violencia por su ex pareja una vez terminada la unión. Se examinó la prevalencia de abuso físico, negligencia y abuso emocional por parte de personas distintas a la pareja con quien vive (N= 20,940), y la violencia de pareja (N= 19,902, pues algunas mujeres reportaron no haber tenido pareja).
Variables dependientes
Una mujer será considerada víctima de violencia física de pareja si en el último año su actual o última pareja ejerció alguno de los siguientes actos en su contra: la empujó o le tiró de los cabellos; la amarró; la pateó; le arrojó algún objeto; la golpeó con las manos o algún objeto; intentó ahorcarla o asfixiarla; la agredió con un cuchillo o navaja; y/o le disparó con un arma (Cronbach Alpha para la submuestra 0.78). Con respecto a la violencia sexual: le ha exigido tener relaciones sexuales aunque ella no quisiera; al mantener relaciones sexuales la ha obligado a hacer cosas que a ella no le gustan; ha usado su fuerza física para obligarla a tener relaciones sexuales (Cronbach Alpha 0.76). Las variables que miden violencia física y/o sexual están basadas en una adaptación de la Conflict Tactics Scale (Straus et al., 1996) para su uso en México (Castro et al., 2003; Peek-Asa et al., 2002).
Con respecto a la violencia por parte de personas distintas a la pareja, la Endireh 2011 indagó si las mujeres con 60 años y más padecían violencia de familiares cercanos o personas con las que residían. La encuesta no delimita la temporalidad de la ocurrencia al preguntar: "Excluyendo a su ex esposo o ex pareja, dígame si usted pasa o ha pasado por alguna de las siguientes situaciones con sus familiares cercanos o con las personas con quienes vive actualmente". Se plantearon 10 reactivos que tenían por objeto identificar conductas violentas y abusivas. A partir de éstos se crearon tres grandes categorías: violencia física, abuso emocional y negligencia. La violencia física se mide en la encuesta por un solo reactivo. "¿La han lastimado, golpeado o aventado cosas?". El abuso emocional incluye que le dejen de hablar, le griten, la insulten u la ofendan; la hayan amenazado con correrla o sacarla de la casa, le hayan dicho que es un estorbo (Cronbach Alpha 0.69). La negligencia incluye cualquiera de las siguientes acciones: se niegan a ayudarla cuando lo necesita, le piden que haga quehaceres que le cuesta trabajo realizar, la descuidan cuando se enferma o dejan de comprarle sus medicamentos, dejan de darle dinero y la dejan sola o la abandonan (Cronbach Alpha 0.72).
Respecto de las variables independientes, en función de la revisión de la literatura y de la disponibilidad de variables en la encuesta se identificaron variables de carácter individual, relacional y contextual. Entre las variables de carácter individual, estado conyugal es una variable categórica que mide si la mujer mayor reportó, en el momento del levantamiento de la encuesta, estar en unión libre, separada, divorciada, viuda o casada. El tratamiento de la variable edad se hace tanto de forma continua como en tres grandes grupos de edad: a) 60-69 años; b) 70-79, y c) 80 y más. Habla lengua indígena es una variable dicotómica que adopta el valor de 1 si la mujer habla una lengua indígena, y 0 en el caso contrario. El estrato socioeconómico es una variable categórica conformada por cuatro categorías: muy bajo, bajo, medio y alto. Esta variable, desarrollada por Carlos Javier Echarri (2008), se basa en tres características de los hogares en que la persona está inserta: 1) años de educación de los miembros del hogar; 2) el estatus ocupacional del miembro del hogar con el mayor potencial de ingreso basado en la media de esa ocupación, y 3) servicios disponibles en el hogar, como agua o electricidad, las características estructurales de la vivienda, el número de personas por habitación y la disponibilidad de cocina en una estancia separada. Años de escolaridad es una variable continua. Empleada es una variable dicotómica que captura si la mujer, durante la semana previa al levantamiento de la encuesta, estuvo empleada fuera de su hogar a cambio de un salario. Las últimas dos variables individuales hacen referencia a la dependencia de la mujer, discapacidad en el caso que tenga algún tipo de discapacidad que le impida desplazarse sola, y dependencia económica para las que indicaron reportar depender económicamente de alguien (esposo, pareja, hijas/os, nietas/os, u otras personas).
Un segundo grupo de variables hace referencia a las características del hogar en el que residen. Número de integrantes del hogar es una variable continua que mide cuántas personas viven en el mismo hogar que la mujer objeto de estudio, y tipo de localidad se determina con la variable urbano/rural (punto de corte: 2 500 habitantes).
El último grupo de variables se refiere a las experiencias previas de violencia. Estas variables son relevantes para entender si la violencia que experimentan las mujeres durante la edad adulta es resultado de la vulnerabilidad asociada con el proceso de envejecimiento o es parte de ciertos patrones que se han ido produciendo a lo largo de sus vidas. La variable atestiguó violencia en su familia de origen es una variable dicotómica que captura si la mujer fue testigo de violencia física en su familia de origen; experimentó violencia física en su familia de origen, si la experimentó.
Análisis descriptivo de la violencia contra adultas mayores a partir de la Endireh 2011
En la Tabla 1 se presentan datos sobre las distintas experiencias de violencia de las que son objeto las mujeres mexicanas con 60 años y más. El 1.45% de las mujeres ha padecido violencia física por parte de su pareja; 1.06% ha padecido violencia sexual. Respecto de la violencia de la que es objeto por aquellas personas con las que vive, menos de 1% ha sido objeto de violencia física; 13.53% lo ha sido de violencia emocional, y 10.74% de negligencia. Esta tabla también muestra que la prevalencia de estas formas de violencia parece estar asociada con la edad, pues la violencia física y sexual de pareja tiende a ser mayor entre las mujeres de 60 a 70 años que entre las de mayor edad. La misma tendencia se observa para la violencia física y emocional perpetrada por personas distintas a la pareja. La negligencia, no obstante, es más prevalente entre las mujeres de mayor edad que entre las de los grupos de edad inferiores.
Fuente: Elaboración propia a partir de la Endireh 2011.
Notas: Prueba de Chi cuadrada
*** p<.0001; ** p<.05; *< p.010
En la Tabla 2 se muestra quién es el perpetrador en cada uno de los tipos de violencia que no es de pareja, así como la prevalencia general de cada uno de los actos. Se presentan los porcentajes de fila, que pueden sumar más de 100%, pues las mujeres pudieron reportar haber sufrido violencia o abuso por más de una persona. Los hijos y las hijas son quienes perpetran la mayor parte de la violencia contra las mujeres con 60 años y más. Los hijos varones emergen como los principales responsables de las formas más severas de violencia. Entre las mujeres que reportaron haber sido objeto de violencia física, 31.14% responsabilizó a su hijo. Los datos de la Endireh 2011 apuntan a que los hijos les gritan, insultan u ofenden en mayor medida que las hijas (33.27% vs. 29.28%), las amenazan con correrlas o sacarlas de la casa (32.27% vs. 20.8%), las obligan a hacer quehaceres que no pueden realizar (43.52% vs. 36.16%), y dejan de darles dinero (65.14% vs. 44.31%). En cambio, las hijas son señaladas como las principales personas en hacerlas sentir como un estorbo (39.32%), les dejan de hablar (26.91%) y les niegan ayuda (49.14%). Por los patrones de residencia patrivirilocal pueden vivir varios hijos/as en el mismo hogar, por lo que es probable que estas mujeres puedan ser objeto de violencia tanto por parte de sus hijos como de sus hijas, lo que las convierte en polivictimizadas.
Los actos de negligencia son también perpetrados en más de dos terceras partes por hijos/as, probablemente por la responsabilidad que se les atribuye de cuidar a las mujeres mayores. Siete de cada 10 mujeres que indicaron que las descuidan cuando están enfermas o no les compran medicinas señalaron a sus hijos/as como responsables. De igual forma, tres de cada cuatro mujeres mayores de 60 años indicaron que sus hijos/as las dejan solas, las abandonan o les niegan ayuda. Asimismo, dos de cada tres mujeres reportaron que sus hijos/as las obligaban a realizar quehaceres que les cuestan trabajo.
Otros familiares también juegan un papel importante como generadores de violencia hacia las mujeres con 60 años y más; 21.4% de ellas indicaron que el generador de la violencia física era(n) otro(s) individuo(s) de la familia distintos a sus hijos/as o nietos/as. Entre 25% y 38% de los casos reportaron que otros familiares les gritan, insultan u ofenden, les dejan de hablar, les han hecho sentir que son un estorbo o las han amenazado con correrlas de la casa. Asimismo, personas no emparentadas con las mujeres ejercen violencia física hacia ellas (21.47%); les gritan, insultan u ofenden (11.5%), y las obligan a hacer quehaceres que le cuestan trabajo (10.3%). Estos datos revelan que la violencia hacia las mujeres adultas mayores no sólo se ha de buscar en el núcleo de personas cercanas y emparentadas consanguíneamente con la mujer. Otras personas, algunas de ellas sin ser integrantes de la familia, ejercen distintas acciones u omisiones constitutivas de violencia hacia las mujeres mayores de 60 años. Además, si se suman los porcentajes correspondientes a los/las responsables de la violencia, en todos los casos el porcentaje es superior a 100%. Esto indica que varias de las personas con las que residen las mujeres también ejercen violencia y abusos hacia ellas. Por lo tanto, se evidencia la polivictimización entre este grupo de mujeres.
En la Tabla 3 se presenta el análisis bivariado de algunas variables asociadas con las experiencias de violencia entre las mujeres con 60 años y más en México. Los datos muestran que las unidas y las separadas reportaron los mayores niveles de violencia de pareja (física y sexual) durante el último año, así como de violencia no de pareja por parte de las personas con las que viven. Entre las mujeres en unión libre, 3.19% padeció violencia física de pareja, y 3.79% violencia sexual. Respecto de la violencia generada por otras personas, 0.58% padeció violencia física, 14.47% negligencia y 14.72% violencia emocional. Las mujeres casadas, aunque presentan niveles de violencia de pareja altos, reportaron los menores niveles de violencia generada por personas con las que viven. A nivel bivariado, la violencia de pareja en esta muestra no está asociada con su condición de hablante de lengua indígena. Sin embargo, comparado con las que no la hablan, las que la hablan reportaron mayores niveles de violencia física (1.53% vs. 0.66%), negligencia (15.19% vs.10.33%) y violencia emocional (18.09% vs. 13.11%) por parte de las personas con las que conviven. Asimismo, las que pertenecen a los estratos socioeconómicos inferiores tienden a reportar mayores niveles de violencia de pareja y por parte de personas distintas a ésta que las de los estratos superiores. El ámbito de residencia emerge como una variable asociada con las experiencias de violencia, ya que la violencia sexual de pareja y la negligencia es mayor entre mujeres de zonas rurales (1.36% vs. 0.97% y 12.04% vs. 10.39%), mientras que la violencia emocional no de pareja fue reportada en mayor medida por mujeres que residen en zonas urbanas (13.82% vs. 12.51%).
Fuente: Elaboración propia a partir de la Endireh 2011.
Notas: Porcentaje de filas a 100%. Pruebas estadísticas para las diferencias entre grupos. Prueba de Chi cuadrada para las variables categóricas. Pruebas de ANOVA para las variables continuas (edad de la mujer, escolaridad y número de integrantes en el hogar).
*** p<.0001; ** p<.05; * p<.10.
La condición de discapacidad de la mujer está asociada con la violencia que ejercen integrantes del hogar distintos a la pareja, pero a nivel bivariado no está vinculada con la violencia física y sexual de pareja. Las mujeres que dependen económicamente de otra persona reportan mayores niveles de violencia física y/o sexual de pareja, así como negligencia por parte de las personas con que viven. Sin embargo, un mayor porcentaje de mujeres que perciben ingresos propios que las que no los reciben ha sido objeto de negligencia (11.97% vs. 9.2%), probablemente porque las personas a su alrededor piensan que son autosuficientes.
Las variables vinculadas con la exposición previa a situaciones violentas confirman la ya establecida relación entre haber estado expuesta a la violencia durante la infancia y la posterior experiencia de la misma. Invariablemente, las mujeres mayores de 60 años que padecieron violencia física durante su infancia y adolescencia y/o las que atestiguaron violencia entre las personas con las que vivían reportan mayores niveles de violencia de pareja y por parte de las personas con quienes residen. Por ejemplo, 2.17% de las que indicaron haber padecido violencia física durante la infancia o adolescencia sufrió violencia física de pareja en el año anterior (vs. 0.99% de las que no la padecieron). Asimismo, el porcentaje de mujeres que padecen las tres formas de violencia no de pareja identificadas en este estudio es casi el doble entre las que padecieron violencia física durante la infancia o atestiguaron ésta durante este periodo.
En la Tabla 4 se presentan los datos de cinco regresiones logísticas en las que se examinan los factores asociados con que las mujeres ancianas padezcan distintas formas de violencia en su relación de pareja y con las personas con las que viven. Como se verá a continuación, los datos sugieren la necesidad de estudiar de forma independiente los factores asociados con cada una de las formas de violencia que experimentan las mujeres adultas mayores.
Fuente: Elaboración propia a partir de la Endireh 2011.
Notas: Las categorías de referencia están entre paréntesis.
*** p<.0001; **p<.05; *p<.10.
a n= 19901, 1.31% de la muestra -no ponderada- ha sido objeto de violencia física; b n= 19902, 1.03% de la muestra -no ponderada- ha sido objeto de violencia sexual; cn= 20225, 0.72% de la muestra -no ponderada- ha sido objeto de violencia física no de pareja; dn= 20227, 12.13% de la muestra -no ponderada- ha sido objeto de violencia emocional no de pareja; en= 20226, 10.94% de la muestra -no ponderada- ha sido objeto de negligencia no de pareja.
Algunos factores están relacionados con todas las formas de violencia examinadas, y esta asociación va en la misma dirección. Por ejemplo, el hecho de que durante su infancia la mujer atestiguara violencia entre las personas con las que vivía o que la padeciera invariablemente incrementa el riesgo relativo de padecer violencia física y/o sexual de pareja, así como de ser objeto de negligencia y violencia emocional por parte de las personas con las que vive. Por ejemplo, comparadas con las mujeres que no experimentaron violencia física en la infancia, las que la padecieron tienen un riesgo relativo 66% mayor de padecer violencia emocional y 62% mayor de sufrir actos constitutivos de negligencia. A medida que aumenta el estrato socioeconómico de pertenencia disminuye el riesgo de que la mujer padezca estas formas de violencia durante la edad adulta, exceptuando la violencia sexual de pareja. La misma tendencia se observa respecto de la situación de discapacidad de la mujer adulta mayor: tener algún tipo de discapacidad que le impida desplazarse sola está asociado con un mayor riesgo relativo de sufrir violencia por parte de la pareja y de las personas con las que reside (47% mayor riesgo de padecer violencia física de pareja, 110% mayor en el caso de la violencia física no de pareja, 53% para la negligencia y 28% para la emocional).
Para otras variables, la dirección de la asociación depende de si la violencia la ejerce la pareja u otras personas. Por ejemplo, las mujeres que hablan una lengua indígena -en comparación con las que no la hablan- tienen un riesgo relativo 39% menor de padecer violencia física de pareja y 42% menor de sufrir violencia sexual de pareja. Sin embargo, tienen respectivamente un riesgo 89%, 18% y 30% mayor de padecer violencia física, negligencia y abuso emocional por personas con las que viven. Asimismo, el número de personas en el hogar incrementa el riesgo relativo de que la mujer padezca violencia de pareja, pero disminuye el riesgo de que sea objeto de violencia física, negligencia o violencia emocional por otras personas con las que viven.
Un tercer grupo de variables están asociadas únicamente con la violencia no de pareja. Este es el caso de la edad y el ámbito de residencia. Las mujeres que reportaron residir en una zona urbana -comparadas con las de zonas rurales- tienen un riesgo relativo mayor de reportar haber padecido las tres formas de violencia no de pareja examinadas en este estudio: 50% de padecer violencia física, 19% de sufrir negligencia, y 36% de experimentar violencia emocional. De forma similar, el riesgo relativo de padecer violencia física por parte de las personas con las que reside disminuye en 3% por cada año adicional de edad, y 1% para el caso de la violencia emocional. Sin embargo, el riesgo de ser objeto de negligencia aumenta en 1% por cada año adicional de edad de la mujer.
En el contexto mexicano de precariedad en el empleo, estar empleada no necesariamente implica que la mujer sea autosuficiente. Las mujeres adultas mayores empleadas presentan un mayor riesgo relativo de padecer violencia sexual de pareja, así como negligencia y violencia emocional por personas con las que conviven. Sin embargo, las mujeres que dependen económicamente de otras personas tienen un menor riesgo de padecer estas formas de violencia, exceptuando la sexual. La interpretación de estos resultados es compleja, ya que es posible que, derivado de que las mujeres cuenten con estos recursos, sus familiares o allegados descuiden sus obligaciones con estas mujeres.
La Tabla 4 también muestra diferencias por situación conyugal. En comparación con las mujeres casadas, las mujeres en unión libre tienen un riesgo relativo 98% mayor de sufrir violencia sexual de pareja. Las mujeres viudas tienen un riesgo relativo 50% mayor de padecer violencia física por parte de las personas con las que viven (p< 0.10), así como 38% mayor de experimentar negligencia y 17% de padecer violencia emocional. Las mujeres en unión libre y las separadas también tienen mayor riesgo relativo de padecer negligencia. Sin embargo, salvo para las mujeres viudas, el riesgo relativo de padecer violencia física y emocional por personas distintas a la pareja es el mismo para las mujeres casadas, unidas, separadas y divorciadas.
Conclusiones y discusión
Dos de cada 10 mujeres mayores mexicanas han padecido violencia por parte de su pareja y/o de las personas con las que residen. El 1.45% de las mujeres mayores fue objeto de violencia física de pareja, y 0.76% de violencia sexual durante el año anterior. Asimismo, 0.74% de las mujeres fue víctima de violencia física por parte de alguna persona con la que vive; 13.53% padeció violencia emocional, y 10.74% negligencia. Como se puede observar, las dimensiones de violencia que capturan estas variables son reducidas en comparación con las de otros estudios que utilizan instrumentos más sofisticados (Giraldo, 2006; Sooryanarayana et al., 2013). Por lo tanto, es preciso recabar datos detallados sobre violencia en otros ámbitos, con instrumentos más completos, para poder examinar de forma comprehensiva este tipo de experiencias.
Esta investigación muestra cómo detrás de la violencia que padecen las mujeres por parte de las personas con quienes residen hay múltiples perpetradores/as. Por ejemplo, detrás de una adulta mayor que reportó padecer violencia emocional no hay una sola persona perpetradora; con frecuencia varios integrantes del hogar ejercen la violencia, y pueden ser personas que no tienen un vínculo familiar con la mujer, por lo que esta mujer adulta mayor es polivictimizada. Esto ocurre por parte de personas con las que se supone que la mujer tiene una relación de confianza y afectiva, y muchas veces de dependencia.
Las cifras que se presentan en esta investigación son conservadoras, ya que en el reporte de violencia de pareja -y probablemente otros tipos de violencia- intervienen los problemas de memoria y la deseabilidad social. Las mujeres mayores, debido a la forma en que fueron criadas y los valores imperantes en la sociedad durante sus primeras etapas de socialización, tienden a sentir, en mayor medida que las mujeres jóvenes, que las experiencias de violencia son vergonzosas y que deben vivirlas en silencio. Es menos probable que las mujeres mayores hablen abiertamente con extraños y otras personas de su entorno sobre sus relaciones de pareja (Hagemann-White, 2001; López-Pozos y Carrasco Rivas, 2013; Piispa, 2004). La violencia en contra de las mujeres mayores tiende a ser de naturaleza más emocional y en menor medida de carácter físico y sexual (Barbara Nägele et al., citados en Stöckl, Watts y Penhale, 2012). Sin embargo, es más fácil reconocer estas dos últimas, por estar en mayor medida en el imaginario popular.
Muchas de estas mujeres ya habían padecido violencia en etapas anteriores de su vida. Por lo tanto, debe conceptualizarse la violencia que padecen durante la edad adulta como una continuidad de las experiencias vividas en otros momentos. Éste es el caso de la violencia de pareja, ya que probablemente ésta se inició con anterioridad. Destaca el impacto que tiene en la edad adulta haber estado expuestas a violencia en algún momento de su trayectoria de vida. Por ejemplo, el riesgo de que las mujeres padezcan violencia por parte de las personas con las que viven se incrementa si en algún momento de su vida fueron víctimas de violencia física o sexual de pareja. Además, haber estado expuestas o haber padecido violencia durante la infancia o adolescencia en la familia de origen incrementa invariablemente el riesgo de padecerla durante la edad adulta, lo cual corrobora la hipótesis de la transmisión intercontextual de la violencia (Frías y Castro, 2011).
En esta etapa de la vida, las vulnerabilidades asociadas con la dependencia económica y las discapacidades incrementan el riesgo de que las mujeres adultas mayores sufran violencia, tanto de pareja como por parte de las personas con las que conviven. Esta investigación muestra que el riesgo relativo de padecer violencia en la etapa adulta -al menos en las dimensiones estudiadas- se debe buscar en la intersección de las diferentes posiciones que ocupan las mujeres en los sistemas de estratificación social: edad, raza/etnia y estrato socioeconómico. Por lo tanto, es necesario desarrollar investigaciones que permitan entender cómo las experiencias de violencia de las mujeres adultas mayores son contingentes a su posición en estas estructuras.
Uno de los aspectos más relevantes de esta investigación apunta a la necesidad de estudiar de forma separada los ámbitos y las formas de violencia en contra de las mujeres adultas mayores. Como se mencionó con anterioridad, la mayoría de los estudios nacionales e internacionales no diferencian entre sujetos generadores de la violencia ni ámbitos en los que esta violencia ocurre. Esta investigación muestra cómo algunas características individuales o contextuales de las mujeres tienen un impacto diferente según el tipo de violencia que se esté examinando. De esta forma, mientras que un mayor número de integrantes del hogar funge como un factor que inhibe la violencia no de pareja generada por las personas corresidentes, en el caso de la violencia de pareja parece incrementar el riesgo. Asimismo, residir en un ámbito urbano está asociado con que las mujeres de 60 años y más tengan un riesgo relativo mayor de padecer violencia no de pareja, pero no está asociado con sus experiencias de violencia física y/o sexual de pareja.
Los hijos/as aparecen como los principales perpetradores de la violencia no de pareja hacia las mujeres adultas mayores. Sin embargo, el tipo de violencia que ejercen está también cruzada por el género. Mientras que los hijos son responsabilizados de no proporcionar recursos materiales, de gritar y golpear, las hijas son señaladas como responsables de no atenderlas y hacerlas sentir que son un estorbo. Estudios previos muestran que los hijos varones tienden a proporcionar mayor ayuda material o económica, y que las mujeres tienden a ofrecer ayuda personal y doméstica (Montes de Oca Zavala, 1999), y éstas son quienes en mayor proporción les ofrecen ayuda exclusiva. En esta línea, cabe destacar que los hijos -a pesar de que probablemente pasan menos tiempo en contacto con las mujeres mayores- ejercen principalmente muchas de las formas de violencia. Por ejemplo, poco más de una de cada tres mujeres objeto de violencia física indicó como responsable a un hijo. Futuras investigaciones deben examinar este hallazgo con mayor detalle. Es posible que las personas del sexo femenino puedan generar violencia por tener contacto más continuo con las mujeres adultas mayores y en los casos de limitaciones físicas para caminar o moverse (20.05% de la muestra) por el malestar generado por las demandas del cuidado. No obstante, debe estudiarse la naturaleza de la violencia ejercida por los hijos.
Es preciso desarrollar instrumentos que permitan avanzar en la investigación de las experiencias de violencia de las mujeres adultas mayores mexicanas. Deben ser más completos y precisos para medir de una forma comprehensiva las distintas formas en que se manifiesta la violencia en las mujeres de este grupo de edad (ver, por ejemplo, Giraldo, 2006). Es decir, que las encuestas adecuen las definiciones operativas a las definiciones conceptuales. La Endireh 2011, a pesar de ser una encuesta que busca medir las dinámicas familiares, descuida las experiencias de las mujeres adultas mayores al centrarse principalmente en la dinámica de pareja. Por lo tanto, es muy probable que la prevalencia reportada en esta investigación refleje sólo una parte de la problemática. Los instrumentos por desarrollar deben permitir recabar información completa sobre las experiencias de vida y de violencia de este grupo social, contemplando la diversidad de ámbitos y expresiones de violencia de que son objeto las mujeres.
En este artículo se realiza una aproximación a la violencia de pareja y violencia por parte de las personas con las que residen las mujeres adultas mayores. Esta aproximación es limitada debido al uso de datos secundarios que captan parcialmente algunas dimensiones de la problemática, pero descuidan otras. Las mujeres adultas mayores también pueden ser objeto, por ejemplo, de violencia institucional en su relación con las agencias y dependencias del Estado, y en el ámbito comunitario. Estas experiencias no han podido ser estudiadas, ya que se carece de información al respecto.
Los resultados de esta investigación pueden servir para informar políticas públicas e intervenciones gubernamentales, pues muestran que el riesgo de que las mujeres adultas mayores padezcan algunas formas de violencia durante la edad adulta es contingente a circunstancias individuales y situacionales. Es preciso visibilizar las experiencias de las mujeres mexicanas adultas mayores desde la óptica de la polivictimización, ya que en esta etapa pueden emerger o continuar variadas situaciones de violencia en diversos ámbitos y por parte de distintas personas. Las acciones públicas deben contemplar la complejidad del fenómeno de la violencia en la edad adulta y cómo ésta interactúa con los distintos sistemas de estratificación social. De igual forma, deben estudiarse las violencias, los abusos y la discriminación en esta etapa de la vida en términos de continuidad, discontinuidad y nueva aparición.