La vulnerabilidad y la desigualdad social son temas de alta relevancia y pertinencia para la investigación social, debido a su intensidad y persistencia, así como a la ineficacia de las acciones para su reducción/superación (Cepal, 2013). Los fenómenos asociados con las desventajas que ciertos grupos viven se constituyen en un punto nodal para comprender los mecanismos de reproducción social, en particular, porque permiten explorar y evidenciar los mecanismos específicos de las diferentes formas de organización social.
Si bien existen herramientas altamente complejas para medir, estableciendo umbrales, la cantidad, la intensidad y la incidencia de estas condiciones, bajo conceptos como pobreza, exclusión social, marginalidad y vulnerabilidad (Paz, 2010; Raya, 2006, Golovanevsky, 2009), se hace necesario analizar con otras herramientas de investigación social las experiencias situadas espacial y temporalmente de los individuos, para comprender cómo se expresan y se vivencian (Aguado et al., 2010).
El presente estudio toma como referencia el concepto de vulnerabilidad social, haciendo uso del modelo AVEO (activos-vulnerabilidad y estructura de oportunidades) para analizar experiencias de familias pobres del municipio de Cali, Colombia, en 2015. El objetivo de este documento es aportar a la comprensión de la vulnerabilidad a partir del análisis de experiencias de familias clasificadas como pobres de dicho municipio.
El municipio de Cali es predominantemente urbano, con una población aproximada de 2 369 821 habitantes en 2015. En 2012, 18.9% de su población estaba clasificada como debajo de la línea de la pobreza y 5.3 en pobreza extrema.1 El 11% no cubría al menos una de las necesidades básicas, con brechas entre lo urbano y lo rural de 10.8% y 18.9%, respectivamente. Se evidenciaba una alta concentración de riqueza (Gini de 0.54) e inequidades entre zonas urbanas y rurales, así como entre sectores y grupos de la población caracterizados por altos niveles de concentración de pobreza, hogares monoparentales con jefatura femenina y población afrodescendiente, migrante y desplazada. La comuna 16, donde se realizó este estudio, se encuentra entre las 10 más pobres de la ciudad, con 30.8% de personas en situación de pobreza.2
REFERENTE TEÓRICO
El concepto central sobre el cual se articula el presente artículo es la vulnerabilidad social. Éste mantiene estrechos vínculos con otros ampliamente difundidos, como la pobreza y la exclusión social. La vulnerabilidad social, al igual que los mencionados, hace referencia a las condiciones de desventaja (Busso, 2001) y rezago social, económico, político y cultural que experimentan grupos sociales como resultado del “orden” social capitalista.
Los análisis de vulnerabilidad surgen a partir de las transformaciones socioeconómicas que caracterizaron las décadas de los años ochenta y noventa del siglo XX, que trajeron consigo, a principios del siglo XXI, una percepción de incertidumbre, indefensión e inseguridad en un gran porcentaje de la población latinoamericana. En el contexto global, se evidencian impactos internos como resultado de la coyuntura económica internacional, volatilidad de los mercados, aumento de la informalidad y precariedad laboral, con variaciones en los salarios reales, retiro del Estado de la provisión de servicios básicos, y cambios en las formas de organización familiar (González de la Rocha, 2008). Lo anterior afectó las condiciones de vida en términos de acceso al empleo, ingresos, consumo, vivienda, crédito y seguridad social (Ministerio de Planificación y Cooperación-División Social, 2002).
Teóricamente, la literatura sobre el tema muestra dos tendencias de análisis: 1) La que se centra en los atributos de individuos, hogares o comunidades vinculados con procesos estructurales que configuran situaciones de fragilidad, precariedad, indefensión o incertidumbre; esto, como resultado de las condiciones históricas que afectan las posibilidades de integración social y mejora de las condiciones de vida. 2) Aquella cuyo foco es el efecto conjunto de factores de riesgo que aquejan a diversas unidades sociales. Esta perspectiva desplaza su foco de los atributos hacia la esfera de distribución de riesgos, que son resultado de procesos colectivos de toma de decisión y que se asocian con las nociones de seguridad. En consecuencia, un individuo, hogar o comunidad es vulnerable como producto del efecto conjunto de múltiples factores de riesgo, que configuran situaciones de vulnerabilidad social (González de la Rocha, 2008).
En términos conceptuales, mientras la pobreza principalmente se refiere a la carencia de ciertos bienes y recursos (Kaen, 2009), y la exclusión social a la ruptura de los vínculos que posibilitan la integración de los individuos a la sociedad (Castel, 1997), la vulnerabilidad tiene relación con la fragilidad, las limitaciones de personas, grupos y regiones para enfrentar situaciones adversas o inclusive cotidianas, y superar situaciones calamitosas o de sufrimiento social. La vulnerabilidad social estaría entonces presente en situaciones de pobreza y exclusión social, pero también, en situaciones previas, en familias o individuos que se encuentran en riesgo de caer en dichas situaciones (Kaztman, 1999).
Se trata de condiciones dinámicas que afectan las posibilidades de integración, movilidad social ascendente o desarrollo (Cruz, 2014). Tomando el planteamiento que hace Carmen Bel Adell (2002: 6) respecto a la exclusión social, la vulnerabilidad social también “es una cualidad del sistema y, por tanto, una cuestión social, enraizada en la estructura y dinámica social general. Se contempla como manifestación, expresión y resultado de una determinada estructura social, en este sentido, es la propia organización social la que elabora en su interior poblaciones sobrantes”, o en este caso vulnerables.
La vulnerabilidad social, entonces, no es una condición o atributo de los individuos, poblaciones o regiones, dada por cuestiones étnico-raciales, edad, origen, género o clase. Corresponde más bien a un efecto social originado por dinámicas históricas excluyentes y vulneradoras de los derechos de diferentes grupos sociales (Aguiló, 2008), que restringe capacidades y libertades.3
Vinculando el contexto con la capacidad de acción, se afirma que la condición de vulnerabilidad se relaciona con la probabilidad de producirse un evento potencialmente adverso (exógeno o endógeno), la incapacidad de respuesta frente a tal contingencia (por carencias internas o de fuentes de apoyo externas), y la inhabilidad para adaptarse al nuevo escenario (Celade, 2002). Siguiendo la misma lógica, la vulnerabilidad social se expresa:
ya sea como fragilidad e indefensión ante cambios originados en el entorno, como el desamparo institucional desde el Estado que no contribuye a fortalecer ni cuida sistemáticamente de sus ciudadanos; como debilidad interna para afrontar concretamente los cambios necesarios del individuo o un hogar para aprovechar el conjunto de oportunidades que se les presenta; como inseguridad permanente que paraliza, incapacita y desmotiva la posibilidad de pensar estrategias y actuar a futuro para lograr mejores niveles de bienestar (Busso, 2001: 8).
COMPONENTES DEL MODELO AVEO
El enfoque de AVEO se ubica en la primera de las tendencias de análisis mencionada, centrada en los atributos de las familias. Sin embargo, al incorporar el análisis de la estructura de oportunidades toma elementos del segundo, ya que explora las condiciones del contexto en cuanto a la producción y la reproducción de activos, que no pueden ser reducidas a la lógica de las familias. En ese sentido, la selección de este enfoque tuvo como consideración la posibilidad que ofrece de articular el análisis micro de los hogares (activos) con el análisis macro (González de la Rocha, 2008).
ESTRATEGIAS FAMILIARES
Para este análisis, la noción de estrategia, concebida racionalmente como el cálculo de medios-fines para maximizar los beneficios, es insuficiente y poco realista. Si bien algunas estrategias pueden estar precedidas por cálculos que evalúan los beneficios relativos de distintas combinaciones de los recursos que controlan, en la mayoría de los casos corresponden a formas habituales de reacción de los hogares frente a situaciones específicas o a la imitación de reacciones de personas o grupos de referencia frente a situaciones similares (Kaztman, 1999).
Las estrategias, entonces, son formas particulares de articulación de recursos para el logro de un fin, inmediato o de más largo plazo. Adriana Clemente (1995) distingue entre estrategias de adaptación al riesgo y estrategias de optimización del medio social de riesgo. En las comunidades de alto riesgo, las estrategias que se generan son predominantemente adaptativas, y en consecuencia tienden a reproducir la situación problema. Las de optimización, en cambio, logran alguna modificación especialmente controlando las condiciones de riesgo presentes en el ambiente familiar y comunitario; sin embargo, anota la autora, en ambos casos se ponen en juego mecanismos de adaptación.
En definitiva, las estrategias son comportamientos o arreglos que se hacen en el ámbito de la familia para “existir” o “vivir”, fin que en muchos casos no pasa del nivel de sobrevivir. Esto significa que abarcan arreglos coyunturales que hacen las familias para enfrentar crisis, e igualmente aquellos de carácter más general ligados con y condicionados por el estilo de desarrollo vigente en una sociedad concreta (Babarino et al., s/f).
ESTRUCTURA DE OPORTUNIDADES
Para Rubén Kaztman (1999), el término “estructura” alude al hecho de que las rutas al bienestar están estrechamente vinculadas entre sí, de modo que el acceso a determinados bienes, servicios o actividades provee recursos que facilitan a su vez el acceso a otras oportunidades. Así, la obtención de niveles aceptables de bienestar está mediada por el acceso a una serie de posibilidades como empleos de buena calidad, altos niveles de formación educativa, redes sociales estables, cuya articulación aumenta la probabilidad que los miembros del hogar se incorporen a actividades valoradas por el mercado y consigan cierto grado de estabilidad psicosocial.
Para Carlos Filgueira (2001), las oportunidades corresponden a recursos que el individuo no controla y sobre los cuales no incide o lo hace en forma marginal (indirecta, mediatizada por estructuras intermedias, compartida con otros miembros). Una definición más precisa indica que la estructura de oportunidades corresponde a las “probabilidades de acceso a bienes, a servicios o al desempeño de actividades. Estas oportunidades inciden sobre el bienestar de los hogares, ya sea porque permiten o facilitan a los miembros del hogar el uso de sus propios recursos o porque les proveen recursos nuevos” (Kaztman, 1999).
RECURSOS: ACTIVOS Y PASIVOS
La idea de recursos enlaza los medios tangibles e intangibles que generan la autosostenibilidad y el desarrollo de individuos y familias. Los recursos tienen que ver no sólo con ingresos económicos procedentes de la fuerza de trabajo, sino también con otro tipo de capitales relevantes para el desarrollo de estrategias y el aprovechamiento de oportunidades, como el capital humano y social (Lampis, 2010). Surgen de la estructura de oportunidades existente, pero a su vez la amplían.
En los análisis de vulnerabilidad se hace una distinción entre recursos y activos. Si bien los recursos son todos los bienes tangibles o intangibles que un hogar controla, los activos son el conjunto de bienes, recursos o atributos que pueden ser movilizados para mejorar el nivel de bienestar o superar situaciones adversas (Moser, 1998). Los pasivos, en contraposición, son las barreras materiales y no materiales para la utilización de ciertos recursos del hogar. Sin embargo, algunos autores prefieren llamarlos inactivos, por su condición potencial de ser activados “en el momento en el cual logren superarse las condiciones que imposibilitan su ‘puesta en juego’, y con ello su aprovechamiento y fortalecimiento futuro” (Kaztman, 1999).
ESTRATEGIA METODOLÓGICA
Enfoque cualitativo. Para la selección de las familias, se partió de una muestra de 75 hogares beneficiarios de programas de superación de la pobreza en la comuna de estudio. En orden descendente, se seleccionaron aquellas con mayor variabilidad de representación en los componentes principales identificados en un índice de vulnerabilidad social (ivs): aspectos socioeconómicos, vulnerabilidad y características de la vivienda. Se siguió el orden de la lista para contactar los hogares y aplicar entrevistas semiestructuradas hasta obtener saturación de contenido con 11 hogares.
A través de un abordaje conversacional con miembros de familias, se buscó una aproximación comprensiva para explorar experiencias de vulnerabilidad social, y se sostuvieron diálogos con hombres y mujeres reconocidas como “jefes de familia”. Coherente con el enfoque, en el texto se incorpora lo que los y las participantes dicen, sus experiencias, actitudes, creencias, pensamientos y reflexiones, tal como son expresados por ellos mismos.
Se elaboró una guía con los siguientes tópicos para orientar los diálogos:
Organización familiar: composición y dinámica.
Bienes: inmuebles, muebles, equipos.
Hábitat: entorno de la vivienda.
Capital humano: salud y educación.
Capital social: redes, relaciones y vínculos.
Capital económico: ingresos, empleo, consumo.
Protección social: programas de asistencia social del Estado u otras organizaciones.
Las conversaciones fueron grabadas y transcritas, con previo consentimiento. Además, se tomaron notas de campo. Se procesó la información en el software ethnografh, 6.0V. Para el análisis se cumplieron tres etapas: la codificación abierta, la codificación axial y la selectiva (Strauss y Corbin, 2002). En cuanto al análisis descriptivo, se construyeron códigos a partir de datos particulares; posteriormente se establecieron relaciones o conexiones entre los diferentes contenidos que arrojaron los resultados descriptivos, y finalmente se integraron categorías.
RESULTADOS
Los hallazgos se presentan de forma descriptiva, destacando los principales aspectos señalados por las familias; en el siguiente apartado se hace una discusión, contrastando con algunos referentes teóricos y resultados de otros estudios.
ACTIVOS
Las familias entrevistadas identificaron dentro de los principales activos: la vivienda, que corresponde a un bien con implicaciones económicas y simbólicas; la formación educativa formal y el “saber hacer” como atributos individuales de algunos miembros de las familias que facilitan el acceso a oportunidades principalmente laborales. Por último, el cuidado de los menores o personas con algún nivel de dependencia física o psicológica, como activos familiares/comunitarios relacionados con la satisfacción de necesidades afectivas y de protección, con implicaciones económicas.
La vivienda (en alquiler, pero también y principalmente propia) se constituye como un recurso de alta significación para las familias asociado con la satisfacción de una necesidad básica, tal vez la más apremiante, que ofrece la sensación de seguridad, de protección tanto presente como futura. Igualmente, es un recurso del cual disponen para generar ingresos o reducir costos: alquilando cuartos, acogiendo a otros miembros de la familia y compartiendo gastos, usándola para ofrecer servicios o vender productos.
Con respecto a la educación formal, las experiencias de las familias muestran que el acceso a niveles de educación superior técnica o profesional permite obtener oportunidades de trabajo; además, genera cierto grado de libertad por cuanto facilita mayores “competencias”, esto es, capacidad para “hacer” y probabilidades de acceso a oportunidades. En este grupo de familias sólo una minoría accedió a estos niveles de educación. Por otra parte, el “saber hacer” no formalizado es un activo de ciertos miembros de las familias que les facilita el acceso a oportunidades laborales o para generar emprendimientos propios.
La rotación de trabajos por parte de algunos hombres les permitió desarrollar habilidades generalmente manuales en algunos oficios, lo que facilita su vinculación laboral. Un testimonio señala: “Como le digo, él sabe de todo un poquito, bendito sea el Señor”. Algunas mujeres, en tanto, desarrollan actividades de cuidado de personas, ofrecen servicios estéticos (arreglo de uñas, peinado, corte de cabello), así como venta de alimentos, lo que les permite generar ingresos. Según esto, los hombres, con base en su “saber hacer” acceden a empleos con mayores niveles de formalidad (aunque predomina la informalidad), y alcanzan salarios dentro de los patrones formales y oportunidades de trabajo extra, mientras que las mujeres acceden a un tipo de trabajo de mayor informalidad, inestable, de menores ingresos, generalmente circunscrito a ámbitos domésticos y comunitarios.
El cuidado de personas es un activo familiar y comunitario en el que se activan redes sociales, que ofrecen oportunidades de protección al interior de las familias o por personas de las comunidades. Al mismo tiempo, estas actividades de cuidado son una fuente de ingresos para algunas mujeres, de manera informal o vinculadas con instituciones del Estado, como el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, que ofrece la modalidad de hogares comunitarios para el cuidado de niños y niñas. Igualmente, son una alternativa para que los miembros de las familias puedan trabajar mientras dejan a los menores u otras personas con algún grado de dependencia al cuidado de otros, más aún en familias monoparentales cuyo jefe de hogar (principalmente mujeres) tiene imperiosamente que salir a trabajar.
[…] Aquí en la casa trabajo, prácticamente sí porque yo cuido unos niños, yo cuido dos niños, que la mamá trabaja entonces desde las seis de la mañana. A las seis y media los llevo a estudiar, a la una de la tarde llevo al otro niño […] (Doris, 2015).
PASIVOS
Dentro de los principales pasivos se encontraron los relacionados con el manejo de los conflictos o deterioro de las relaciones familiares, así como los asociados con la relación problemática entre capital humano (salud-educación) y trabajo/empleo. Del mismo modo, se evidencia una relación de desventaja entre ingresos, necesidades, dinámicas familiares y gastos. Por último, aun cuando se señaló que la vivienda es uno de los principales activos, las posibilidades para acceder a vivienda propia son escasas.
La familia es el grupo social más significativo en la vida de las personas y con el que con mayor frecuencia cuentan para enfrentar situaciones adversas. No obstante, se evidencian relaciones variadas en el interior de las familias: de conflictividad por cuestiones de convivencia cotidiana, por cuestiones económicas (préstamos/deudas, procesos legales). Se puede identificar un conjunto de relaciones en el interior de las familias antes que una unidad organizativa homogénea. Además, se evidencia dentro de los grupos familiares una cierta estratificación social (económica, laboral, según formación y donde se reside) que media las relaciones entre sus miembros, acercándolos o distanciándolos sin que se evidencie un patrón familiar de lejanía entre “clases diferentes” y cercanía entre “clases semejantes”.
Las relaciones familiares se ven principalmente afectadas por conflictos causados dentro de las dinámicas de agrandamiento de las familias, debido a la cohabitación con miembros de la familia extendida, por la ampliación de las familias ocasionada por embarazos a temprana edad o el retorno de miembros como resultado de rupturas afectivas y/o crisis económicas. En todos estos casos predominan los conflictos propios de la convivencia, sumados a las tensiones causadas por el aumento de miembros, el incremento de gastos y la reducción o inestabilidad de los ingresos. Se mencionan también situaciones de violencia familiar, de los hombres hacia las mujeres, lo cual significa el padecimiento físico y psicológico de la violencia misma y las rupturas que llevaron a que muchas mujeres asumieran la responsabilidad afectiva y económica de sus familias e ingresaran al mercado laboral sin ningún tipo de preparación o experiencia previa.
[…] Ella se fue de la casa con el novio y ya después de todas maneras cuando empezó a irle mal con ese muchacho porque él le pegaba, hasta que se separó y entonces ella estuvo un tiempo en la casa. […] De ahí empezó a trabajar otra vez y a responder por las niñas. Alcanzó a estar como unos cinco años en la casa […]. Se consiguió otro señor, se veía muy formal y todo, pero ¡huy no!, eso era horrible, también la cogía y le daba […] (Amalia, 2015).
En la mayoría de las familias entrevistadas se menciona la ocurrencia de embarazos a temprana edad a lo largo de las últimas dos generaciones. Si bien casi todos reconocen el valor de sus hijos(as) o nietos(as), para las familias y para los y las jóvenes, los embarazos traen consigo importantes cambios en sus vidas que, dadas las condiciones económicas y afectivas que viven, implican el abandono de los procesos educativos formales, para dedicarse al cuidado del bebé (en el caso de las mujeres), el inicio de actividades laborales con baja cualificación, baja remuneración y baja calidad del empleo. Igualmente, supone gastos adicionales para las familias y cambios de residencia para vivir en condiciones habitacionales o relaciones adversas, que en muchas ocasiones generan conflictos, como se indicó antes.
En cuanto a las oportunidades de acceso al mercado laboral formal, todas las familias refieren la recurrencia de bajos niveles educativos y acceso a empleos precarios. Los empleos deficitarios de padres y madres en muchas ocasiones obligan a los hijos(as) a trabajar tempranamente, y con ello viene el abandono escolar. Igualmente, este abandono es consecuencia de embarazos a temprana edad, principalmente en mujeres. En los relatos suele señalarse, además de lo mencionado, que parte de las razones del abandono escolar radica en sentir poco gusto por el estudio, dada su dificultad, pero por otra parte los entrevistados consideran que no cuentan con las capacidades suficientes para finalizar sus estudios. Se evidencia en ellos una inclinación casi “natural” a desarrollar labores manuales en comparación con actividades intelectuales.
[…] Yo soy el menor y pues mi mamá trabajaba para ayudarnos a todos pero le quedaba muy duro, entonces yo decidí no estudiar y ponerme a trabajar para ayudar a mis hermanos, a mi familia, desde los 12 años trabajaba […] (Joaquín, 2015).
Otras barreras para acceder a empleos de calidad tienen relación con condiciones de discapacidad o con la edad, bien sea porque sobrepasan cierta edad o porque debido a su juventud no cuentan con la experiencia necesaria o no inspiran suficiente confianza. La enfermedad y el cuidado son obstáculos adicionales, la primera por cuanto impide realizar algunas actividades y la segunda porque supone destinar tiempo para atender a otros. Vale decir que las actividades de cuidado son realizadas en su mayoría por mujeres, lo cual reduce oportunidades para su inserción en el mercado laboral.
[…] Yo trabajaba en una empresa grande, pero me sacaron porque uno de los gerentes vio mi discapacidad en mi pierna y dijo que yo no podía trabajar allá, que me tenía que sacar porque no podían hacerse cargo que de pronto yo tuviera un accidente y me tuvieran que pagar todo […] (Manuel, 2015).
El género es otra condición que juega en contra del acceso a empleos formales y de calidad. Para las mujeres, acceder a empleos significa superar la falta de experiencia laboral, la baja formación educativa y el cuidado de la familia. Esto, debido a que muchas de ellas abandonaron tempranamente sus estudios, en gran parte por embarazos; tampoco desempeñaron actividades laborales y económicamente dependían de sus familias o de sus parejas, pero además, muchas son cabezas de familia y para salir a trabajar deben dejar a sus hijos al cuidado de otras personas o incluso de ellos mismos.
Para la mayoría de las familias entrevistadas, su “lucha” diaria radica en conseguir los recursos básicos para mantener una vida con los niveles básicos de necesidades satisfechas, muchas veces con serias deficiencias en la calidad de dicha satisfacción. Los principales gastos son los servicios públicos y los gastos de vivienda (arriendo), incluso por encima de la alimentación. También dedican gran parte de sus esfuerzos al pago de deudas relacionadas con la vivienda (impuestos, servicios públicos retrasados). Los recursos para el transporte y la movilidad son escasos, así como para sufragar gastos adicionales de los servicios de salud que no están cubiertos por los subsidios. Cubrir los gastos en los materiales educativos de los niños(as) y jóvenes siempre supone grandes esfuerzos, en detrimento de otros rubros de la economía familiar.
A lo anterior se suman los gastos que implican situaciones adversas que padecen algunos miembros y que para las familias se convierten en gastos fijos. Esto incluye el tratamiento de enfermedades y de adicciones, así como los gastos y el mantenimiento de personas privadas de la libertad. Estas situaciones, además de implicar un costo económico, tienen hondas consecuencias afectivas.
Las familias dan gran importancia al hecho de tener vivienda propia; no obstante, muchas no logran acceder a ella y viven en sitios arrendados o en condiciones de “inquilinos temporales” en casas de miembros de sus familias, aunque esa temporalidad suele extenderse, lo que trae consigo problemas de convivencia. Entre quienes tienen viviendas propias es frecuente encontrar propiedades familiares que se encuentran en procesos judiciales y, por tanto, hay incertidumbre frente a la repartición y la eventual pérdida. También hay otras familias que, debido a antiguas y largas deudas con el Estado (por concepto de impuestos, servicios públicos), asumen compromisos de pago en cuotas mensuales muy onerosas para su poder adquisitivo, exponiéndose al riesgo de perder la vivienda.
[…] Mis dos hijos estudiaron su bachillerato, no han podido hacer carrera en una universidad porque no hay cómo, los dos buscando trabajo, mi esposa pues ama de casa, mi nuera pues con la bebé y bregando a ver cómo salimos adelante con la casita, a ver si el Estado nos da la oportunidad de pagar lo que es el catastro por cuotas, ya fuimos a hablar pero que no, que tenemos que esperar que salga que un balotazo, no me acuerdo cómo se llama eso […] (José, 2015).
ESTRUCTURA DE OPORTUNIDADES
Con respecto a la estructura que ofrece el Estado, los entrevistados reconocen la oferta de servicios de salud y educación, los programas de subsidios condicionados y algunos mecanismos de pago de las deudas relacionadas con sus viviendas. De parte del mercado, se evidencian algunas oportunidades para el ahorro, oferta de productos a bajo costo, oferta de formación para el trabajo, pero fundamentalmente oportunidades de trabajo informal. Con respecto a la sociedad civil, las oportunidades se concentran en las redes familiares y comunitarias para el cuidado y las relaciones de solidaridad, la generación de algunos ingresos por vía de la oferta de servicios y el préstamo o el intercambio de bienes y productos.
La oferta más relevante para las familias de parte del Estado es la existencia de hogares comunitarios para el cuidado de los menores y el acceso gratuito a niveles de educación primaria y secundaria. Se añade la escasa oferta de formación técnica y mínimas oportunidades para la educación universitaria (el único caso se refiere acceso a créditos del Estado). En cuanto a salud, se cuenta con instituciones prestadoras de servicios que ofrecen atención básica y posibilidades de remisión para niveles de atención de mayor complejidad. Por otra parte, previa clasificación por la vía de las encuestas de selección de beneficiarios de subsidios,4 algunas familias entrevistadas reciben visitas de funcionarios del programa estatal llamado Red Unidos5 para informarles y orientarlas; algunas familias reciben subsidios según el número de hijos menores, jóvenes y adultos mayores.
Las familias tienen la oportunidad de establecer con el Estado acuerdos para el pago de impuestos atrasados sobre las viviendas y refinanciación de deudas de servicios públicos domiciliarios. Esto se constituye en un mecanismo para reducir las cargas. Son “salvavidas” a los que pueden acceder, para contener riesgos sobre la propiedad de las viviendas y para mantener el suministro de los servicios básicos.
El mercado ofrece oportunidades laborales principalmente en el sector informal: el empleo doméstico, las ventas ambulantes, vigilancia, prestación de servicios de construcción o en otros trabajos manuales, conducción de taxi, sin ningún tipo de contrato o garantía para los(as) trabajadores(as).
[…] Hay gente que es muy humillativa, que cree que la empleada tiene que hacer de todo y ellos le pagan lo que les da la gana, a mí no es que me guste pero a ella le gusta su plata y le gusta ayudarme […] (Luis, 2015).
Se identifican formas de “ahorro” en el interior de algunas organizaciones, donde los empleados guardan mensualmente parte de sus ingresos y luego los solicitan. Vale decir que, según señalan en las entrevistas, corresponden a formas de guardar dinero inseguras, porque con frecuencia éste no es devuelto. Por último, se menciona la presencia en el sector de una amplia oferta de productos que incluye alimentación, vestuario u otros productos, a bajos costos.
[…] Uno va guardando plata y se la dan cuando uno la pida, o sea, si yo en seis meses la necesito la pido, pero la mayoría de los patrones no entregan eso, ellos se la roban porque eso es robar, la mayoría se la roban […] (Elmer, 2015).
La estructura de oportunidades que ofrece la sociedad civil se teje en las redes familiares y comunitarias. Principalmente, como se ha mencionado antes, a través del cuidado de personas. Asimismo, estas redes permiten conocer y acceder a oportunidades de trabajo, así como ofrecer servicios. Igualmente, son una alternativa para obtener bienes y productos a través de actos de solidaridad, (por ejemplo, con mercados de algunos vecinos u organizaciones sociales o religiosas), mano de obra para hacer reparaciones o mejoras a las viviendas o préstamos y regalos de utensilios o equipos para las viviendas (muebles, electrodomésticos).
Se identificaron algunas formas de organización solidaria. Por una parte, gremiales (por ejemplo, de tenderos), que consiguen desarrollar formas cooperativas de ahorro, de acceso a productos más económicos y de sociabilidad. Por otra parte, organizaciones religiosas a las que acuden regularmente algunos miembros de las familias, donde se construyen relaciones de apoyo. En términos políticos, no se evidenciaron formas de organización, por el contrario, hubo un claro rechazo. El vínculo con el sistema político institucional se da con fines electorales, a través del intercambio de votos por algunos bienes, dinero u oportunidades de empleo y educación.
[…] A veces, cuando nos vemos mal, la cuñada de mi esposo, que va conmigo a caminar, ella a veces, allá en la iglesia recogen mercados, entonces pues yo a veces le cuento a ella que pues que uno está mal, no pidiéndole a ella, entonces ella va y le dice a una de las líderes que necesita un mercadito, porque allá reparten, toda la gente lleva cualquier cosita, llenan la canasta y entonces reparten, buscan las personas más necesitadas y me dan […] (Lucrecia, 2015).
ESTRATEGIAS FAMILIARES
Las acciones que realizan las familias pueden ser clasificadas en dos grupos: de mediano y largo plazo, y de respuesta inmediata y cotidiana. Entre las primeras se encuentran las orientadas a mejorar el capital humano a través de la educación o la compra de vivienda, entendiendo éstas como inversiones principalmente para las generaciones futuras. Con respecto a las acciones inmediatas, destacan las dirigidas a obtener recursos económicos, modificar consumos y reducir gastos.
Entre las acciones para mejorar el capital humano se evidenciaron esfuerzos por garantizar la sostenibilidad de los niños(as) y jóvenes en el sistema educativo formal, aunque en muy pocos casos alcanzan niveles de educación técnica y profesional. También se expresa interés de parte de algunas jóvenes madres por continuar su proceso de formación técnica y, con ello, acceder a mejores oportunidades de empleo. Asimismo, un reducido número de familias emprenden procesos de ahorro para la compra de vivienda bajo modalidades de ahorro familiar y subsidios del Estado.
Las acciones inmediatas se orientan a mejorar sus ingresos, principalmente a través del trabajo, vale insistir, dentro del sector informal. Del mismo modo, empleando la vivienda, bien sea alquilando cuartos, prestando servicios o vendiendo productos desde el lugar de residencia. Para reducir gastos, las familias comparten con otros sus viviendas, distribuyendo especialmente el pago de servicios públicos y alquiler. Igualmente, restringiendo los gastos de consumo: alimentos, ropa, transporte, salud, educación y recreación. Algunas familias suspenden definitivamente ciertos gastos, incluso en detrimento de su bienestar.
[…] Aquí lo que más se compra es pepas y granos para el alimento. Hace días no se puede hacer mercado grande, que días hice uno de 100 000 pesos pero ahorita estamos comprando al diario, o sea, yo le doy a mi esposa y ella va y compra diario y cocina […] (Eliseo, 2015).
Otra forma de reducir los gastos es actuando sobre la forma de pagar las deudas y generando nuevas deudas. Los pagos de los servicios públicos, los alquileres, impuestos u otras deudas de las viviendas, así como algunos gastos de educación, se difieren en cuotas, lo cual permite reducir los gastos fijos. Por otra parte, esto puede ir acompañado de la adquisición de deudas, principalmente con familiares y amigos.
CÍRCULO VICIOSO ENTRE UNA ESTRUCTURA DE OPORTUNIDADES DEFICITARIA Y UN DÉBIL DESARROLLO DE ACTIVOS
Los casos analizados reflejan claramente configuraciones sociales de vulnerabilidad que dejan entrever los vínculos dialécticos entre las condiciones objetivas de las estructuras de oportunidades con el desarrollo y la potenciación de recursos y capacidades de las familias y los individuos. Se evidencian configuraciones de desventaja social intergeneracionales y biográficas: de partida, es decir, se nace en desventaja; a lo largo de la vida, respecto a la distribución y acceso a oportunidades, y frente a los resultados, expresados en los capitales (humano, económico, social, cultural) y las capacidades (cognitivas, afectivas, biológicas) que poseen los individuos y las familias.
Aunque las cifras mostraron mejoras en el empleo formal en cuanto a la oferta y los ingresos de los hogares en América Latina y en Colombia durante la primera década de este siglo, lo que favoreció en mayor medida a los integrantes de hogares de menores ingresos (Weller y Kaldewei, 2014), aún quedan sectores que se encuentran al margen de estos beneficios. Se evidencia una heterogeneidad estructural marcada por una fuerte segmentación en el mercado laboral con sectores de alta productividad, con ingresos más elevados y sectores de escasa productividad, con ingresos más bajos, condiciones laborales más precarias y menor nivel educativo relativo (Cepal/OIT, 2012). Dentro de estos sectores de baja productividad se sitúan todos los casos analizados como población que está “al margen” o “en el margen” del sistema social, a causa del capitalismo, tal como señala José Nun (2003).
Mientras los sectores medios y altos de la sociedad tienen periodos de empleo y desempleo con niveles variables de ingresos, producto de los ritmos de la economía, en los sectores vulnerables el desempleo, la inestabilidad y la precariedad del empleo son permanentes. El carácter periférico de estos grupos poco depende del sector formal de la economía; en cambio, se sustenta por las oportunidades de la oferta laboral del sector informal y el autoempleo. El déficit de activos les impide entrar en la competencia para vincularse en el sector formal. Esto ubicaría a esta población en el segmento que permanece en el sector informal por necesidad y bajo condiciones de subordinación y precariedad, y no en el segmento que estando dentro de este sector lo hace por decisión propia, con algún grado de control sobre recursos (Weller y Kaldewei, 2014).
Esto muestra ciertas continuidades históricas y total coincidencia entre las características de las familias analizadas, con aquellos sectores vulnerados y por tanto vulnerables, descritos por Aníbal Quijano (1970) en la década de los años setenta bajo la denominación “polo marginal”. Con este término, el autor se refiere a segmentos de población que no quedan totalmente fuera del sistema social, sino como un sector integrado por mano de obra impedida de ocupar roles de mayor productividad y, por lo tanto, forzado a refugiarse en actividades económicas insignificantes para las necesidades productivas de los sectores dominantes de la sociedad. En los casos analizados todos los y las participantes estaban vinculados laboralmente con el sector informal: venta callejera, reciclaje, trabajo doméstico y trabajos ocasionales mal remunerados.
La oferta estatal para estas poblaciones se concentra principalmente en el sector educativo y de asistencia sanitaria, así como en programas para la superación de la pobreza con acciones en los sectores antes mencionados y orientadas a la inserción laboral, el autoemprendimiento, la formación para el trabajo y la entrega de subsidios condicionados, entre otras. En cuanto al capital humano, que es uno de los ejes para la superación de la pobreza, fue evidente la creación de mayores oportunidades para el ingreso a la educación básica y secundaria, hecho que coincide con el aumento de las matrículas en los sectores más desfavorecidos, a partir de los años noventa, en toda la región latinoamericana (Buonomo y Yanes, 2014; Tassara et al., 2015). Sin embargo, y como rasgo propio de la vulnerabilidad, se encuentran una alta deserción6 y la casi imposibilidad de continuar con niveles de formación superior, técnica o profesional7 (Cepal, 2010; UNESCO, 2012). Esto fractura el círculo virtuoso del que tanto se habla para superar la pobreza, que establece que entre mayor nivel educativo, las personas acceden a mejores trabajos y mayores ingresos.
En cuanto a los programas de superación de la pobreza, se observaron problemas en la focalización y el acceso a los mismos, pues aunque todas estas familias se encontraban clasificadas como “pobres”, sólo una minoría de ellas recibía beneficios. Esto refleja un desfase entre un amplio desarrollo institucional y técnico de parte del Estado colombiano para identificar población pobre, crear una burocracia estatal y estructurar técnica y legalmente programas de superación de la pobreza (Tassara et al., 2015, Tassara, 2015), y una implementación que no necesariamente cubre la totalidad de los sectores clasificados como beneficiarios. Por otra parte, para quienes se benefician, estos programas operan como contenedores de una situación,8 pero en ninguno de los casos como vehículos para la movilidad social y superación de condiciones de vulnerabilidad.9
En cuanto a la sociedad civil como campo de estructura de oportunidades, se evidenció un claro déficit de capital social que otrora fuera reconocido como un capital denso en los sectores más pobres (Moser, 1998). En los casos estudiados, se observaron comportamientos de solidaridad ligados con el cuidado o frente a situaciones calamitosas, pero un manifiesto desinterés por participar en espacios comunitarios y mantener/construir vínculos externos a la familia. Se produce lo que algunos autores denominan “ineficacia normativa”, caracterizada por sentimientos de inseguridad y desconfianza interpersonal que conllevan dificultades para construir lazos sociales que produzcan sinergia, y la falta de actores sociales que logren plantear las insatisfacciones comunes ante los poderes públicos (Kaztman y Filgueira, 2006).
La familia es el grupo de referencia más significativo para enfrentar situaciones cotidianas, para satisfacer necesidades o enfrentar dificultades. Sin embargo, también es un espacio de conflictos, en gran medida debido a las propias condiciones de vulnerabilidad (hacinamiento, deudas e incumplimiento de pagos), así como de expresiones de violencia, principalmente contra las mujeres. Esta vulneración contra las mujeres a veces se articula con una sobrecarga de labores: trabajo mal remunerado, labores domésticas; en muchas ocasiones asumen exclusivamente la jefatura del hogar.10 Son evidentes algunas similitudes con el panorama de América Latina, donde se observa que las mujeres trabajan más horas que los hombres, sin mencionar las labores domésticas que muchas están compelidas a realizar por razones culturales (Tassara et al., 2015). “Las mujeres y niñas aportan el 70% de este trabajo no remunerado y son pobres en términos de tiempo. Las mujeres pobres son doblemente pobres: en términos de ingresos y de tiempo” (Cecchini y Madariaga, 2011: 152).11
En términos generales, los hallazgos muestran coincidencias con otros estudios, lo que evidencia una configuración de campos interrelacionados que actúan en la producción de la vulnerabilidad. La segregación espacial lleva a las personas a situarse en sectores con déficit habitacionales, en cuanto a la calidad de las viviendas, el equipamiento urbano, el acceso a servicios, la conectividad, la movilidad y la seguridad. Se produce un rezago de las condiciones de bienestar respecto a bajos niveles de salud, vivienda, educación y nivel de desarrollo cultural. Hay una marginación económica y productiva, toda vez que las personas tienen ingresos de subsistencia y empleos inestables y precarios. Hay un resquebrajamiento de la participación política, debido a que no forman parte de organizaciones políticas que los representen ni participan en las tareas que deben emprenderse para la solución de los problemas sociales, incluidos los propios. En consecuencia, hay una pérdida en la capacidad de autogestión o agencia, ya que no pueden superar su condición por sí mismos (Carmona y Brugué, 2005; Cepal, 2008; Secretaría de Salud/DIF Nacional, 2014).
Los resultados muestran, en ese sentido, el carácter crónico de la vulnerabilidad, debido a la debilidad de la estructura de oportunidades para facilitar el desarrollo y la movilidad de activos y la potencia/eficacia de las estrategias familiares (todos los casos se mantienen dentro de niveles de vulnerabilidad). Por tanto, dentro de una posible clasificación de los procesos de vulnerabilidad social encontramos que los casos analizados corresponden a familias vulnerables por tiempo indefinido, con una histórica incapacidad de respuesta, en contraste con otras posibles variaciones de familias vulnerables por procesos de pauperización o transitoriamente, debido a factores coyunturales o imponderables de la naturaleza.
¿QUÉ HACEN LAS FAMILIAS CON LO QUE TIENEN Y PUEDEN?
Las estrategias familiares identificadas coinciden con la clasificación que propone Giovanni Cornia (en Arteaga, 2007): 1) las destinadas a la generación de recursos, a) mediante la oferta de fuerza de trabajo en el mercado, con una inserción diferencial entre hombres y mujeres; b) incremento de la producción propia (servicios); c) endeudamiento (vecinal); d) aumento del flujo por ingresos de transferencias privadas o públicas (subsidios, subvenciones y comidas escolares); 2) estrategias para mejorar la eficacia de los recursos existentes (orientada a moderar los descensos en el nivel de consumo material: cambios de hábitos de consumo de artículos básicos y no básicos; y 3) estrategias de familia extendida y migración: cambios en la composición y organización familiar.
Los hallazgos muestran que priman las estrategias económicas orientadas a evitar gastos de consumo, ganar dinero extra o para cambiar acciones mercantiles por acciones no monetaristas para sobrevivir (Meert, 2000). Estas estrategias evidencian la imposibilidad de configurar procesos de planificación en el interior de las familias, como organización, así como para cada uno de sus miembros, y básicamente operan de forma adaptativa (Arteaga, 2007).
Por otra parte, tal como afirma Diego Palma (1984), estas estrategias no surgen fundamentalmente por causas de las crisis, más bien, se consolidan como prácticas recurrentes asociadas con las circunstancias en que las clases subalternas deben reproducirse en condiciones de desventaja social, económica y cultural, como se señaló en párrafos anteriores. Las estrategias económicas principalmente buscan paliar situaciones cotidianas, sin conseguir transformar las condiciones de vida. Por otra parte, el grado de inserción en redes sociales y de relaciones derivadas de éstas es frágil (vulnerable) y de bajo impacto, debido a que quienes las constituyen comparten condiciones de vulnerabilidad;12 sin embargo, se reconoce su potencial afectivo, así como para afrontar situaciones de emergencia.
En consecuencia, para el grupo de familias estudiadas es posible afirmar que los arreglos, mecanismos o comportamientos específicos para lograr su reproducción material se constituyen dada la incapacidad mostrada por el sistema para asegurarles condiciones estables de las cuales se deriven los recursos materiales y no materiales necesarios (Argüello, 1981). Así las cosas, las estrategias de sobrevivencia comportan una trama de conductas de resistencia ante condiciones estructurales o procesos deteriorantes a los que están subyugados amplios sectores poblacionales (Valdés y Acuña, 1981). Sin embargo, estas “respuestas” o “readaptaciones” no son necesariamente exitosas, debido a su fragilidad y débil impacto a causa de la escasa disponibilidad de activos, la acumulación de pasivos y la precaria estructura de oportunidades.
Por otra parte, en todos los casos analizados, las estrategias familiares presentan tensiones entre ellas, así como desvíos o interrupciones, esto es, ninguna estrategia logra tener únicamente los efectos esperados. En la mayoría de los casos altera otras o se ve alterada por otras, con resultados negativos para las familias. Igualmente, con frecuencia, los propósitos de una determinada acción terminan distorsionándose o interrumpiéndose debido a la falta de control individual, familiar o social. Por ejemplo: un ensanchamiento de la familia como estrategia para generar ingresos, disminuir gastos fijos distribuyendo costos y garantizar el cuidado de los menores o de personas adultas mayores, puede generar tensiones debido a las condiciones de las viviendas para albergar a todos los miembros del hogar: incrementa el hacinamiento, aumenta la dependencia económica por la inestabilidad de los empleos, aumenta los conflictos familiares y en ocasiones puede favorecer la ocurrencia de violencia familiar.
CONCLUSIONES
El AVEO es un marco amplio que permite analizar esferas de la realidad que constituyen los procesos de vulnerabilidad social, reconociendo su interdependencia. Si bien es evidente el peso de lo estructural sobre el sujeto, no tiene un carácter determinista, pues ofrece posibilidades para analizar la capacidad de agencia. Adicionalmente, este marco permite contextualizar los análisis para entender cómo esas esferas se expresan en dinámicas concretas. Obliga a aterrizar, por ejemplo, el modelo económico o político a sus expresiones en acciones de gobiernos que entran en contacto con sujetos concretos. Asimismo, permite repensar las definiciones genéricas de términos como capital social, capital humano, relaciones familiares, trabajo/ocupación, entre otras, para entender cómo son experimentadas, construidas, significadas y transformadas a través de relaciones e intercambios sociales, lo que permite superar ideas rígidas o dadas de antemano de “personas o comunidades carentes”, y así discutir los conceptos utilizados en este campo de conocimiento y de intervención social.
Igualmente, utilizando esta perspectiva es posible hacer análisis históricos, pues permite, estudiar los mecanismos que conllevan la reproducción de situaciones de vulnerabilidad, al igual que las rupturas que han generado transformaciones y procesos de movilidad social dentro de la estructura de clases. En este sentido, permite rastrear historias biográficas e intergeneracionales, así como establecer diálogos con estudios realizados en otros tiempos y contextos latinoamericanos; por ejemplo, los estudios de marginalidad en la segunda mitad del siglo XX. Desde este alcance histórico se identifican continuidades y discontinuidades de los procesos macro y sus relaciones con procesos sociales que reflejan el sino crónico y estructural de este fenómeno social.
Quedan claros en este estudio el carácter acumulativo de la vulnerabilidad y su enraizamiento estructural en el marco de sociedades capitalistas y de democracias frágiles. Con respecto al sistema económico, se reitera la capacidad de la dinámica económica capitalista para producir históricamente poblaciones sobrantes, desvinculadas de los circuitos de trabajo y de consumo. En cuanto a la democracia, se evidencia la incapacidad del sistema político de generar condiciones de equidad y, en consecuencia, ejercicios de ciudadanía generalizados. Los derechos sociales, económicos, culturales, ambientales y políticos son negados o entregados de forma deficitaria.
Los programas dirigidos a las poblaciones vulnerables son de baja calidad en cuanto a la oportunidad, a su capacidad resolutiva y a su continuidad. Cumplen una función de contención, cuando no de mayor pauperización, pero en muy pocos casos de promoción o de superación. En el mejor de los casos, se es menos pobre pero se sigue siendo pobre.
Con respecto a las relaciones, redes y vínculos sociales de las familias participantes, se evidencia un debilitamiento de los vínculos vecinales, comunitarios, sociales y de carácter político. Las relaciones se circunscriben en mayor medida al ámbito privado (familia próxima o a relaciones interpersonales), sin ningún tipo de trascendencia colectiva. El déficit histórico de ciudadanía económica, política y social se suma a la erosión de los vínculos comunitarios, lo que dificulta que las personas y las comunidades puedan construir activos suficientemente fuertes para enfrentar no sólo lo inesperado sino su devenir cotidiano, y más aún, transformarlo.
Se recomienda, para estudios futuros, analizar con mayor profundidad la interacción de condiciones socioeconómicas atravesadas por cuestiones de género, etnia, identidad sexual, edad, origen y lugar de residencia. En esa dirección, usar enfoques mixtos para dimensionar, a través de técnicas cuantitativas, la distribución y la magnitud de la vulnerabilidad, según diversas categorías sociales, en el trabajo, la educación, la vivienda, la salud, pero al mismo tiempo, la profundización de las vivencias de personas en las cuales el género, la etnia o su identidad sexual, no son un dato sino un aspecto constituyente de su vida, que la atraviesa y al mismo tiempo configura sus relaciones sociales. Incluir estas coordenadas permite ampliar el marco de análisis de los estudios centrados en la clase social o en situaciones socioeconómicas, hacia abordajes que incluyan los elementos sociales que históricamente han generado formas de discriminación, jerarquización social, dominación, explotación y violencia.
Del mismo modo, se recomienda analizar la vulnerabilidad comparando familias e individuos que se ubican en diferentes niveles de la escala social. Así, es posible comprender procesos de reproducción social, de movilidad social y de diferenciación y estratificación en contextos diferenciados, identificando los mecanismos a través de los cuales las políticas públicas, el acceso y la calidad de los servicios, el acceso a ciertos bienes y las formas de relacionamiento social son aprovechados y experimentados por diferentes sectores poblacionales.