El presente artículo busca comprender la trayectoria de vida de mujeres en relación con su biografía familiar, el vínculo con el contexto sociocultural y las diversas modalidades de desigualdad social. Desde la perspectiva de la gerontología feminista e interseccional, este trabajo pone énfasis en el estudio de las trayectorias familiares durante el curso de vida de mujeres centenarias, identificando las trayectorias, las transiciones y los eventos significativos como puntos de inflexión, así como los arreglos domésticos, las relaciones de poder y los trabajos de cuidados desarrollados a lo largo de la vida.
Transformaciones sociodemográficas y contexto de la población centenaria en Chile
El envejecimiento de la población es un fenómeno característico de las sociedades modernas, dado por la disminución de la natalidad y el aumento en la esperanza de vida (CEPAL, 2020). Actualmente, en las sociedades occidentales, más de la mitad de la población sobrevive al menos hasta los 80 años, y el número de personas que llega a cumplir entre 90 y 100 años aumenta cada vez más (Caselli y Luy, 2013). La población que sobrevive luego de los 100 años crece con un índice aún mayor (Caselli et al., 2006; Robine et al., 2006).
Las transformaciones demográficas en América Latina se caracterizan por su heterogeneidad. La esperanza de vida para 2019 (CEPAL, 2020) posicionaba a Costa Rica, Chile, Puerto Rico y Cuba dentro de los países con mayor expectativa de vida. Chile presenta una esperanza de vida promedio de 80.3 años (para ambos sexos), teniendo las mujeres en promedio casi cinco años más de esperanza de vida que los hombres. La población centenaria en Chile es de 4 770 personas (INE, 2017). De este total, 66% corresponde a mujeres. Esta información concuerda con que “los procesos de envejecimiento implican un conjunto de condiciones particulares relacionadas con el predominio de la población femenina, asociadas con una vejez más larga y las mayores probabilidades de enviudar, vivir solas y autosustentarse económicamente” (Andrade, 2020: 66). Territorialmente, la Región Metropolitana es donde se concentra la mayor cantidad de población centenaria.
La Encuesta de Caracterización Socioeconómica Nacional (Ministerio de Desarrollo Social y Familia, 2017) entrega información sociodemográfica sobre los hogares chilenos en varias dimensiones de análisis. En cuanto a la distribución territorial, la población centenaria habita principalmente en zonas urbanas (84%). Según la composición de sus hogares, poco menos de la mitad son padres o madres del jefe o de la jefa de hogar. Aproximadamente un tercio de la población centenaria son jefes o jefas de hogar, es decir, están a cargo de sí mismos/as y del mantenimiento de sus necesidades en el interior de su hogar. Sobre el acceso a salud, la mayor parte de esta población está registrada en el sistema público de salud, 1 particularmente en los grupos de menores ingresos.
La actual población centenaria ha sido parte de importantes transformaciones sociales, políticas y económicas. Sus trayectorias se insertan en un contexto histórico marcado por procesos de urbanización y crecimiento demográfico. En Chile, las oleadas de migración campo-ciudad comenzaron con fuerza desde la primera década del siglo pasado, y fueron más tempranas que en el resto de América Latina (Canales y Canales, 2013). La transición desde una población predominantemente rural a una urbana deviene en una gran concentración de población en la capital e importantes condiciones de desigualdad (Ibid.). El contexto sociohistórico en que se insertan las trayectorias de esta generación se ve marcado por importantes cambios en cuanto a la posición de la mujer en la sociedad. En los comienzos del siglo XX se concreta el acceso de las mujeres a la educación, cuyos programas de estudios aún se veían marcados por estrictas normas de género y labores consideradas “femeninas” (Servicio Nacional del Patrimonio Cultural, S.F). A lo largo de este siglo, la mujer se fue abriendo paso con más fuerza en los ámbitos educacionales y también políticos; fue un logro fundamental la obtención del derecho a voto en las décadas de los años treinta y cuarenta.
En cuanto a las condiciones de salud, destacan la implantación de la Política de Planificación Familiar en 1965 (Castañeda y Salamé, 2018) y los planes internacionales de reducción de la tasa de mortalidad Infantil hacia fines del siglo XX (Venegas, Vásquez y Barría, 2021). La llegada de la dictadura cívico-militar en 1973 marcó casi dos décadas de represión, violaciones de derechos humanos y exilios, además de la instalación de un nuevo modelo económico de orden neoliberal. Estos sucesos, junto a otros elementos sociohistóricos, como la depresión económica de 1929 o el proceso de globalización, marcan la historia y la trayectoria de la actual generación centenaria.
Estudios de población centenaria
Desde la segunda mitad del siglo XX, se desarrolla literatura científica que, impulsada por el aumento sostenido de la esperanza de vida, va destacando los niveles extraordinarios de longevidad en sus análisis. Las primeras referencias se caracterizan por ser análisis descriptivos sobre hábitos de salud de pequeñas poblaciones con altos niveles de longevidad poblacional (Córdoba y Pinazo-Hernandis, 2016), enfatizando la perspectiva biologicista en esta área (Robine, 2003; Córdoba y Pinazo-Hernandis, 2016). Jean-Marie Robine (2003) sugiere que no basta con estudiar la heterogeneidad ambiental, social y biológica, sino que también se hace necesario adentrarse en las trayectorias de vida de las personas para comprender la longevidad humana, situando así en un lugar fundamental los aportes del enfoque del curso de vida. A su vez, el enfoque psicosocial se ha ido integrando cada vez más (Poulain, Herm y Pes, 2013), pero continúa siendo una perspectiva minoritaria dentro del campo de investigación.
La perspectiva de este trabajo se distancia del énfasis en el análisis de la longevidad y más bien busca comprender las trayectorias de vida de las mujeres centenarias, en relación con las dimensiones familiares y las transformaciones con el contexto sociocultural, incorporando un enfoque de género. De manera más específica, el análisis de la familia en el curso de vida de población centenaria es un campo incipiente a nivel nacional. Si bien la relación entre familia y envejecimiento puede abordarse desde diferentes líneas analíticas, es posible notar un especial énfasis en la relevancia de las relaciones familiares respecto a las necesidades de apoyo, cuidado y bienestar en la vejez (Guzmán y Huenchuan, 2005; Herrera, Fernández y Barros, 2016; Herrera et al., 2022). En otros países, se especifica el rol del funcionamiento familiar en la vida de las personas mayores (Wang, He y Dong, 2014).
En cuanto a la dimensión de género, en los estudios de extrema longevidad revisados se evidencia una referencia a éste como una variable comparativa importante en términos empíricos (Córdoba y Pinazo-Hernandis, 2016). No obstante, son escasos los estudios sobre centenarios/as en Chile que consideran esta dimensión (Osorio-Parraguez, Navarrete y Briones, 2018).
Nuestro trabajo aporta un enfoque distinto a partir de estudios anteriores (Osorio-Parraguez, Navarrete y Briones, 2018, 2019), enfatizando el análisis de las dinámicas familiares a lo largo del curso de vida de mujeres centenarias e incorporando un enfoque de género e interseccional en su interpretación. La relevancia de estudiar mujeres centenarias desde esta perspectiva radica en que nos permite comprender la complejidad y el lugar de diversas experiencias e instituciones sociales (como la familia) que van configurando los procesos de envejecimiento femenino a la luz de cambios sociohistóricos de más de un siglo.
Gerontología feminista e interseccionalidad: aportes hacia el enfoque de curso de vida y las familias
El enfoque del curso de vida surge en las ciencias sociales durante la década de los años setenta. Con una fuerte base sociodemográfica, sus primeras preocupaciones indagan y caracterizan los nexos entre las vidas individuales y los cambios sociales. A través de tres conceptos: trayectorias, transiciones y puntos de inflexión, y cinco principios: tiempo histórico y lugar, perspectiva a largo plazo, timing, vidas interconectadas y agencia (Elder, 1998), se analizan diversos eventos marcadores entre biografías individuales y experiencias colectivas. La trayectoria se refiere a un recorrido a lo largo de la biografía, el cual va estructurando su paso por la vida de acuerdo con costumbres o pautas sociales más amplias. La transición involucra cambios, transformaciones en el recorrido de la trayectoria, los cuales pueden estar definidos socioculturalmente o pueden ser inesperados y responder a situaciones más bien biográficas individuales. Vinculada a las transiciones, surge la temporalidad o el momento en la transformación o evento de cambio (timing). Un punto de inflexión es un hito significativo en la trayectoria, que marca un antes y un después, provocando un giro en la biografía; puede ser individual (muerte del cónyuge, enfermedad) o sociohistórico (golpe militar, crisis económica).
La consolidación de este enfoque es paralela al auge de los “estudios de la mujer” en Estados Unidos, donde un eje político medular para la teorización feminista fue la politización del espacio doméstico en las vidas de las mujeres. Sin embargo, esto no fue suficientemente considerado en los estudios de curso de vida. Si bien las primeras investigaciones de Glen Elder (1974) no portaban una perspectiva de género explícita, en ellas se visibiliza la relación entre familia y trabajo, documentando diferencias entre las trayectorias de curso de vida femeninas y masculinas. Se describen los roles domésticos del hogar, así como los roles tradicionales asignados a las mujeres (como esposas, madres y dueñas de casa, principalmente) en detrimento de la posibilidad de acceso a otras opciones en sus vidas (Blanco, 2011).
La literatura actual sobre curso de vida y vejez (Gastron y Lacasa, 2009; Guichard et al., 2013; Silva et al., 2015) ha reducido el género a una variable discreta y binaria -al sexo (hombre/mujer)- principalmente para procesos de selección de las muestras de estudios de carácter cuantitativos y descriptivos. La tendencia en estas investigaciones es presentar los resultados de ejes como educación, vivienda y trabajo, a través de diferencias porcentuales comparativas entre hombres y mujeres, bajo una idea antagónica y binaria de sexo. Como lo han planteado Eduardo Guichard et al. (2013), es necesario profundizar sobre el género y sus relaciones como eje configurador en el curso de vida, así como posicionarlo como estructurador social.
En cuanto a los estudios del curso de vida centrados en la dimensión familiar, se ha enfatizado en eventos como trayectorias reproductivas, matrimonios, defunciones y uniones (Blanco y Pacheco, 2003) desde una metodología cuantitativa. Asimismo, se ha analizado la estructura familiar y sus cambios en la vejez (Johnson y Troll, 1996). Algunos trabajos han estudiado las percepciones de las personas por edades, respecto de distintas dimensiones a lo largo del curso de vida, una de las cuales ha sido la familia. En ese marco, Liliana Gastron y Débora Lacasa (2009) indagaron en la evaluación de cambios a lo largo de la vida en las trayectorias educativas, ocupacionales, familiares, entre otras, diferenciando estos cambios entre mujeres y hombres. Para el caso de Chile, destacan los análisis sobre trayectorias de salud y trabajo en mujeres jubiladas (Madero-Cabib y Fasang, 2016).
Un conjunto de estudios ha destacado el papel de las mujeres mayores en las dinámicas familiares, evidenciando sus actividades en las tareas de cuidado de otros y otras (Oddone, 2014; Aguirre y Scavino, 2016; Barriga et al., 2020), así como en el trabajo reproductivo, cuestionando la idea de baja actividad de las mujeres de mayor edad en los grupos domésticos. Se ha evidenciado el aporte económico de estas mujeres a los ingresos familiares, posterior a la edad de jubilación (Martínez, 2020).
Sin embargo, se observa que el análisis de la familia de personas mayores desde el enfoque del curso de vida ha relevado las trayectorias normativas de dicha institución, obviando aquellas no lineales y alejadas de los patrones más tradicionales, como los hogares constituidos por mujeres solteras o sin hijos/hijas (Allen y Pickett, 1987; Allen y Walker, 2006). Desde el enfoque de la gerontología feminista, algunos autores y autoras señalan la insuficiencia en la comprensión de la diversidad de composiciones familiares en la vejez, así como la configuración de las familias de mujeres mayores (Walker y Allen, 1991; Allen y Walker, 1992, 2006; McGraw y Walker, 2004), centrándose más bien en composiciones familiares de mujeres más jóvenes (Calasanti y Slevin, 2006). En Chile, el énfasis de la investigación sobre familias y vejez femenina ha estado en cómo las mujeres mayores son parte importante de la organización social del cuidado, tanto en sus familias como en sus comunidades barriales u organizacionales (Gonzálvez Torralbo y Lube Guizardi, 2020). Los roles de las mujeres mayores como cuidadoras son analizados como un trabajo devenido por desventajas acumuladas durante el curso de vida (Gonzálvez Torralbo, 2017).
La literatura revisada indica la necesidad de generar análisis cualitativos sobre la población de mujeres centenarias, al existir un intersticio entre investigaciones longitudinales de centenarios/as y estudios sobre género, vejez y familias en mujeres mayores. Articulado con esto, la propuesta teórica-metodológica que condujo el proceso de levantamiento de información empírica, así como el análisis de datos, fue a través de una relectura del enfoque del curso de vida desde la gerontología feminista (Hooyman et al., 2002) y perspectiva interseccional del curso de vida (Ferrer et al., 2017). Esta última observa la experiencia de la vejez mediada por relaciones entre instituciones, procesos políticos sociohistóricos, roles y normas de género, conectando las biografías individuales con barreras estructurales y sistemas más amplios de poder, dominación y opresión (Ibid.).
El género, en este marco de interpretación, se entiende como constructo de relaciones sincrónicas y dinámicas que sitúan a las personas en distintas posiciones sociales durante el curso de vida. Cuando las vidas de las mujeres son analizadas con un modelo conceptual derivado de las experiencias de los hombres, las “anomalías” son explicadas como diferencias de sexo; las investigaciones que suponen que el género es neutral en realidad refuerzan las jerarquías de género (Gibson, 1996).
Metodología
Para aproximarse al estudio de las trayectorias familiares durante el curso de vida de las mujeres centenarias, se trabajó desde un enfoque cualitativo. Estudiar la longevidad y la cantidad de años de vejez que se puede vivir encierra un desafío metodológico interesante para las ciencias sociales. Gran parte de los estudios sobre longevidad han centrado sus decisiones metodológicas en análisis cuantitativos o mixtos, enfoques comparativos, longitudinales y de casos biomédicos (Córdoba y Pinazo-Hernandis, 2016). Estos han generado conocimiento sobre aquellos factores médicos, biológicos, ambientales y psicosociales que permiten la extensión de la vida más allá de los límites conocidos hasta ahora.
Se trabajó con una muestra intencionada de estudio de casos por conveniencia (Kazez, 2009), seleccionando a cuatro mujeres centenarias que habitaban en la Región Metropolitana, priorizando su diversidad socioeconómica y co-residencial. Esta decisión de grupo poblacional responde principalmente a dos elementos. Por una parte, en términos socioculturales las personas centenarias poseen una carga simbólica que parece no estar presente en otras personas longevas; a partir de los 100 años socialmente se adquiere una hipervisibilidad. Por otra, hacer un estudio de trayectorias con mujeres de más de 100 años nos permite abordar un siglo de transformaciones sociales y de género, analizando sus cursos de vida.
Para la producción de información se enfatizó en la profundidad y la diversidad discursiva, buscando acceder a la particularidad de la experiencia y no generalizar desde ella. La estrategia metodológica implicó la realización de entrevistas en profundidad de carácter biográfico en contextos de trabajo de campo y observación etnográfica. También se aplicó la técnica de calendarios de vidas, sobre la definición de cinco ejes sociobiográficos (residencia, familia, trabajo, educación y otros eventos). Si bien el calendario de vida ha sido utilizado como un instrumento bastante estructurado y cerrado, investigaciones recientes han planteado versiones semiestructuradas para facilitar la investigación cualitativa del curso de vida (Nelson, 2017).
Aplicar calendarios de vida y construirlos desde las biografías de las mujeres nos permitió identificar puntos de inflexión, transiciones y trayectorias significativas que han impactado y configurado la longevidad, abordándolas desde la propia vida de las centenarias y su entorno sociohistórico de más de un siglo. La estrategia de trabajo de campo consideró un primer momento de construcción de vínculo de confianza, explicación de aspectos éticos y presentación del consentimiento informado del estudio, con visitas previas a la aplicación de los instrumentos. Esto permitió realizar observación y registro etnográfico de la vida cotidiana de las participantes. Al tratarse de mujeres tan longevas, la mayoría de ellas vivía con algún familiar o terceras personas, por lo que estas personas fueron el primer contacto para coordinar la participación de las centenarias y muchas veces también participaban del momento de la entrevista, generando relatos polifónicos (Lewis, 1982) en la construcción del curso de vida de la centenaria.
El instrumento de calendarios de vida se aplicó a través de llenado manual; posteriormente estos fueron digitalizados para su análisis e incorporación de citas significativas de las entrevistas. Igualmente, se fue situando el curso de esas vidas en un contexto sociohistórico, donde se relacionaron los hitos mencionados con sucesos o circunstancias históricas mientras se desarrolla el relato. Uno de los principios fundamentales del curso de vida es que lo contextual, el tiempo y el lugar son esenciales. Además, a través de esto es posible visualizar enlaces con el concepto de timing (Lalive d’Epinay et al., 2011). Paralelamente a la producción de información empírica, se analizó información secundaria (datos estadísticos, demográficos e históricos), para enriquecer la comprensión del contexto sociohistórico en el transcurso de las vidas de las centenarias.
El trabajo de campo de la investigación se desarrolló entre noviembre de 2019 y mayo de 2020, por lo que es relevante mencionar que las últimas entrevistas se realizaron en un contexto de confinamiento y cuarentena residencial por la pandemia de Covid-19. Debido al impedimento de contacto físico con las participantes, se decide producir los últimos datos de forma remota y virtual. Esta situación planteó un doble desafío metodológico. Por un lado, no perder la continuidad en el trabajo de campo y, por otro, realizar un proceso de aprendizaje digital con las centenarias en torno al uso de dispositivos tecnológicos para concretar estas entrevistas.
El análisis de los datos se hizo en diálogo con las orientaciones teóricas, rescatando dimensiones emergentes de los relatos y por medio de la triangulación de la información producida a través de las entrevistas, los calendarios de vida y la observación etnográfica. Para ello, se decidió realizar un análisis por caso, con el fin de poder, por un lado, profundizar en el particularismo de cada trayectoria y, por otro, destacar la interseccionalidad de posiciones a lo largo del curso de vida de las centenarias.
Resultados
A continuación se presentan cuatro relatos biográficos que son parte de la construcción de casos realizados a partir de la triangulación de la información producida en el trabajo de campo y que reflejan las diversas maneras en que van configurándose los cursos de vidas de las mujeres centenarias participantes. Los nombres de las personas fueron modificados, para resguardar su anonimato. Las edades indicadas en la presentación de los casos corresponden a la edad registrada en la primera entrevista.
Laura, 100 años: “Yo no soy vieja, yo camino, yo bailo, yo salgo, de todo”
Laura es una mujer pequeña y muy delgada, de carácter fuerte, que posiciona su voluntad e impone límites en lo que desea y no desea hacer. Tiene el pelo corto y teñido color castaño muy claro, de textura fina, tipo “pelusa”. Viste con elegancia y formalidad: blusa negra abotonada, falda que llega bajo la rodilla, de color blanco y correctamente planchada, medias transparentes y zapatos blancos de verano. Usa muchas joyas: un collar, una cadena con una figurilla colgando, un anillo con una piedra morada grande, y una pulsera gruesa con piedras brillantes. Tiene las manos pequeñas y finas, la piel delgada, manchada y venosa.
Ella nació en una localidad rural de la zona central, en la que en esa época no había servicio de inscripción de nacimientos, por lo que su fecha de nacimiento es confusa, aunque se consigna en el 29 de junio de 1919. Los registros existentes son de la iglesia del pueblo; incluso su carnet de identidad no tiene fecha de nacimiento: “Existe, pero no tiene edad”, señala su hijo. Claramente Laura existe, en carne y hueso, en vida presente. Y por el hecho de existir, tiene edad. Sólo que su edad no se puede nombrar, al menos frente a ella. Desde hace algunos años, vive en una residencia privada para personas mayores en un barrio acomodado de la ciudad de Santiago, lugar donde recibe tres veces a la semana a una mujer que la acompaña durante el día. Se podría afirmar que es una mujer independiente, en el sentido de que no vive en ninguna de las casas de sus hijos o hijas. Esta situación residencial de la centenaria durante su vejez es relevante, pues se vincula con la configuración de su curso de vida en cuanto mujer, madre y esposa de clase social acomodada. Afirma que nunca ha vivido sola: “Yo no puedo vivir sola, soy temerosa y me gusta conversar, no me gusta el silencio”.
Su curso de vida se configura con base en continuidades, donde las transiciones biográficas o cambios están marcados por la norma sociocultural cruzada por su posición social y su género. Desde pequeña ingresa a un internado de niñas, donde cursa su educación. A los 21 años sale del hogar paterno y se casa, para constituir su propio hogar y su familia; es madre y esposa y se dedica de forma exclusiva a esas labores.
En el eje trabajo del calendario de vida de Laura, se identifica el principio de las vidas interconectadas (Elder, 1998), por la conexión de su trayectoria con la actividad laboral del esposo. Desde ese punto de vista, los ingresos y la sostenibilidad económica a lo largo de su curso de vida están marcados por la figura masculina como la proveedora del sustento económico: de pequeña el padre, de adulta el esposo y de mayor el hijo. Afirma que nunca trabajó -“Nunca he trabajado. No tuve necesidad ni de soltera, ni de casada ni de viuda, nunca he trabajado”-, sólo en los quehaceres domésticos, y que realizaba trabajo de voluntariado durante la adultez, “porque en ese tiempo yo pololeaba con un médico que conocía muchos de esos problemas y me dijo: Mira, tú te vas a entretener y vas a hacer un bien”.
Debido a su posición social, sus hijos e hijas pasan tiempo en el extranjero, ya sea por estudios u otros motivos; este hecho también la lleva a vivir de forma bastante autónoma durante su vejez. Su núcleo familiar lo componen dos hijos y dos hijas; el hijo menor es quien está pendiente de las necesidades de su madre. Él paga la residencia y cubre los gastos de Laura; si bien está muy presente, no la cuida directamente, sino que paga para que otros/as provean los cuidados a su madre. Estos arreglos familiares para los cuidados de la centenaria están cruzados por la posición social y el género. Se observa una “mercantilización de la vida íntima” (Russell, 2008) de la centenaria, en cuanto contrata a una persona para que le haga compañía y salga con ella: “Venía una amiga conmigo y salíamos a tomar té y lo pasábamos regio”.
A pesar de que Laura siempre tuvo una mujer contratada para los quehaceres del hogar, su socialización femenina la lleva a estar vinculada al cuidado de otros, sean familiares o personas más necesitadas. Es así como, durante ocho años y siendo ya una mujer mayor, cuida a su esposo. “De rodillas yo le daba de comer. [...] El cáncer tiene mal olor. Pero tú entrabas a mi pieza y no notabas que había alguien con cáncer. Porque yo lo lavaba en la mañana y en la noche. Porque tenía una empleada regia, yo no hacía nada más que dedicarme a mi marido”.
Hasta que enviuda a los 69 años, su curso de vida es normado, siguiendo las pautas de composición familiar y de residencia. Sin embargo, luego de la muerte de su esposo, lo que se identifica como un punto de inflexión, en 1989, su vida toma otro rumbo. “Después de viuda hice de todo. Casada no podía, si estaba cuidándolo a él y antes con los niños chicos. Claro que siempre tuve empleada”.
A lo largo de todos estos años, su trayectoria de salud se configura a través de un envejecimiento saludable, posibilitado también por sus condiciones sociales de origen y el buen pasar económico durante su vida, incluyendo el tránsito por la vejez avanzada. No acumuló durante su curso de vida las cargas a las que tradicionalmente se van más expuestas las mujeres, como la realización del trabajo doméstico y de cuidados, toda vez que pudo remunerarlos. Esta situación la llevó a desarrollar mayores grados de autonomía, los cuales disminuyen cuando asume el cuidado de su esposo por enfermedad, lo que crea una situación de dependencia mutua y con probabilidad de alteraciones en su salud física y mental.
A los 70 años decide ingresar a talleres de teatro ofertados por programas públicos, y se dedica a actuar en obras que se presentan en residencias de personas mayores, además de trabajar en algunos comerciales de televisión. Esta actividad ella la identifica como su trabajo. Su etapa como actriz finaliza cuando se va a vivir a la residencia de personas mayores; esto lo significa como una transición en su trayectoria. La vejez de Laura y sobre todo su vejez avanzada están caracterizadas por la agencia de tejer su propia vida, por su autonomía más allá de su funcionalidad, enfatizando en su propia imagen de mujer mayor que “baila, sale a caminar y hace todo”.
Su vida como mujer viuda se presenta como punto de inflexión, no sólo en lo afectivo, sino en sus condiciones de vida y composición “familiar”. La movilidad residencial aparece como un cambio significativo posterior al fallecimiento de su esposo: “¿Dónde y con quién viviré?”, se preguntaba. Vivir sola no era opción para ella, por lo que comienza a vivir con amigas y posteriormente, con cuidadoras, con quienes hacía y hace su vida cotidiana en ausencia de su esposo, hijos e hijas. “Si hay algo que no puedo, que no soporto, es la soledad. Mira, para mí la soledad es prima hermana o gemela de la tristeza. A mí me produce angustia, no puedo. Por eso vivo así”.
Selma, 101 años: “Esa fue mi vida. Luego, a cuidar guagüitos”
En una localidad rural de la zona central de Chile, nace Selma en 1918. De estatura media baja, cabello cano, delgada, con arrugas y manchas en su piel que dejan en evidencia el paso del tiempo en su figura. Ella da la impresión de mantenerse íntegra y lúcida ante lo que ocurre en su entorno. En el momento de nacer, la configuración familiar de su hogar está compuesta por su padre, su madre, una hermana y un hermano, de un total de seis que serían. Narra que, durante su infancia, murieron al menos tres de sus hermanos porque eran “ofrecidos por mi madre a la Virgen”. La trayectoria económica familiar durante esta época está sostenida en el trabajo que padre y madre desarrollan en el casino de una ciudad minera. Su infancia transcurre entre la escuela y su hogar, al cuidado de una mujer contratada para ello.
Las necesidades económicas de la familia marcarán transiciones en la trayectoria residencial del hogar. Primero, dado el cierre de la mina en 1933 -Selma tiene 15 años-, se traslada hacia la capital. Se marca el hito de la migración campo-ciudad para el reloj de vida de esta familia. Este fenómeno de movilidad migratoria se extendió hasta mediados del siglo XX en Chile. A la luz de los fundamentos del curso de vida, se observa cómo el principio de tiempo histórico y lugar de los cambios y procesos macros del país se incrusta en el tiempo de la vida familiar de Selma, primero con el cierre de la mina, y luego con el proceso migratorio campo-ciudad.
En la capital, su padre aporta el principal ingreso económico del hogar. Por sus motivaciones laborales, la familia se traslada hacia una zona rural de la capital. Se aprecia la interdependencia entre los cursos de vida de Selma y el de su familia, en particular el de su padre, con lo que se evidencia el principio de vidas interconectadas.
A los 16 años, Selma ingresará a estudiar enfermería: “Había algo que yo ahora no me explico, pero era algo así como un colegio de médicos”. Desde 1906 existe en Chile la Escuela de Enfermería del Estado, estrategia política en materia de salud orientada a fomentar y capacitar enfermeras en el naciente servicio público. A los 18 años se marca un punto de inflexión en su vida, pues ingresa a trabajar como enfermera en un hospital público. Desde entonces, la vida de Selma es significada por ella desde el lugar de su rol como enfermera, pasando a ser el eje que guía el sentido del curso de su trayectoria de vida.
En sus veintes conoce a quien sería su marido e inician una relación de pareja. Por contraparte, sufre el deceso de su madre por una afección cardiaca y, por la normativa de género, decide o debe cuidar a sus dos hermanas menores, a la par que continúa trabajando asalariadamente. El curso de su vida está mediado entre las necesidades familiares e individuales de esta transición de la muerte materna. El rol de hermana y madre a esta edad permite poner a la luz el principio del timing, es decir, cuándo y cómo acontece esta transición.
A los 27 años contrae matrimonio. Abandona el hogar familiar (del ahora viudo padre) y surge el hogar matrimonial. La configuración de su nueva familia estará formada por su marido y sus hermanas, a quienes continúa cuidando. El hogar se sostiene económicamente en función de los ingresos de ella como enfermera y de él como jinete de la hípica.
El periodo que marca sus 30 y 40 años está atravesado indeleblemente por la vida y la muerte de los suyos. Primero su familia vuelve a reconfigurarse por el nacimiento de sus hijas. La muerte también se hace presente marcando episodios críticos: el fallecimiento (en un lapso de siete años) de tres hijos/as al nacer: “¡Aquí me tiene, con mi guagüita [bebé] muerta porque usted lo quiso! ¡Porque no me quiso operar!”, es lo que recuerda Selma. También en este periodo muere su padre; sus hermanas se irán del hogar, se casarán y tendrán sus propias familias. En ese sentido, el matrimonio como institución social es una transición normada, que marca cambios similares en el curso de su vida y en el de sus hermanas: todas, al contraerlo, salen del hogar de origen y viven cambios en sus trayectorias residenciales y familiares.
Los hechos que van marcando su curso de vida, particularmente conformando su propia familia, evidencian que, si bien tal vez no hay alteraciones en su salud física, sí se producen repercusiones en el plano psicoemocional, aunque no sean afirmaciones explícitas. Los fallecimientos de tres hijos/as al nacer debido a negligencias médicas son acontecimientos dolorosos, posiblemente traumáticos, los cuales van modelando su trayectoria de salud.
Si hasta aquí el eje que guía la narrativa del curso de su vida es el que la tiene a ella desempeñándose como enfermera, esto tendrá un giro cuando a los 40 años abandona su trabajo asalariado, para cuidar a sus hijas y dedicarse al trabajo doméstico. Los motivos de esta decisión los deja entrever como producto de disposiciones que su marido la obligó a tomar. Abandonar su rol como enfermera a los 40 años está fuera de lo esperado en su trayectoria laboral, marcando el desfase del timing de este evento. Se produce en ella un cambio en la significación de su curso de vida, retrospectiva y prospectivamente: “Esa fue mi vida. Luego, a cuidar guagüitos [bebés]”. Esta afirmación devela un conflicto en el plano de su intersubjetividad, un conflicto consigo misma que repercute en su salud mental, toda vez que pierde sentido el ámbito del reconocimiento desde el cual ella se posicionó hasta entonces como enfermera pública. De aquí en adelante, los ingresos económicos del hogar provienen del salario de su marido y de la pensión recibida por ella como ex trabajadora de salud.
Cerca de los 60 años se produce una nueva reconfiguración familiar. El matrimonio como rito de paso marca la salida del hogar de dos de sus hijas. En un lapso de 13 años nacen los/as seis nietos/as de Selma. Vivirá con una de ellas y su hija menor hasta su muerte.
La movilidad residencial es un elemento característico en la trayectoria de su vida, cambiando de domicilio por diferentes razones. Desde que abandona el hogar de origen cuando contrae matrimonio hasta el último en el que vive en 2020, ocurrieron ocho cambios de domicilio en 64 años. La última de esas transiciones, en el año 2009, la tendrá viviendo en el departamento de su hija Victoria, acompañada de su marido y de su nieta.
A medida que transita hacia la vejez avanzada, son pocos los hitos que Selma señala como significativos. Es interesante ver que sólo a partir de sus 90 años se siente una mujer vieja. En esta misma etapa se produce el fallecimiento de su esposo; ella tiene 93 años entonces. El cáncer de su marido y el difícil camino de cuidados brindados a él son elementos que fueron minando su salud mental y las dinámicas relacionales en el hogar. Una de las expresiones tradicionales de quien asume cuidados de personas en situación de dependencia es el síndrome del burnout (Gil Junquero y Navajas-Pertegal, 2021), con una serie de alteraciones multidimensionales, entre ellas la salud física y psicoemocional.
Sin embargo, este punto de inflexión significa un renacer y un reencuentro consigo misma, hijas y nietas: “Nada pues, después empecé a salir más, a estar más suelta cuando murió”, dirá ella. Al estado de viuda en que quedó Selma, se suman también los fallecimientos de los maridos de sus dos hijas: “Se eliminaron todos los hombres y quedamos puras mujeres en la familia”.
Selma debe ser nombrada desde el pasado, una vida centenaria que se ha apagado a la edad de 101 años. Ella fallece como resultado de una caída y una fractura de cadera, la cual había sido operada, pero que le significó repercusiones de las que no pudo sobreponerse. Terminó su vida una tarde de marzo.
Minerva, 102 años: “El luchar por algo te da una razón para vivir. Sin esa razón, la vejez se hace muy difícil”
Minerva es una mujer delgada y de estatura media baja, de paso calmo y lento, sonriente, que usa el pelo corto y cano. Tiene una voz fuerte, directa y clara, como de la vieja líder política, intelectual, militante izquierdista y feminista que fue y sigue siendo. Su curso de vida se edifica sobre discontinuidades detonadas principalmente por sucesos sociohistóricos. La trayectoria política-social articula su discurso biográfico, mientras que la trayectoria familiar no emerge espontáneamente en sus memorias habladas. Si bien ella se inserta en normas tradicionales de género (madre, esposa), en su reflexividad biográfica estos roles parecen no encadenarla más que el devenir histórico y los conflictos políticos de la época.
Sus primeros años de vida transcurren en el seno de una familia relativamente “acomodada”. El hogar era compartido con inquilinos/as, trabajadoras domésticas y una extensa familia paterna allegada. Y es esto uno de los elementos que más extrañará al mudarse junto a su familia a Santiago en 1930, cuando su padre pierde sus ingresos como consecuencia de la crisis económica que afectó al mundo y significó un punto de inflexión en su vida, manifestándose así la influencia del tiempo histórico y lugar.
La migración hacia la capital permite a la familia acceder a una mejor educación; mejor dicho, a los hombres de la familia: “Mi mamá no pensaba que yo pudiera estudiar una carrera, pero los hombres sí tenían la obligación de estudiar”. Su trayectoria educacional finaliza a los 17 años, cuando ingresa a trabajar asalariadamente como cajera en un banco: “Yo tenía que trabajar para que mis hermanos estuvieran en la universidad”. Esto muestra las restricciones y normas de género existentes para una mujer proveniente de una posición socioeconómica acomodada. El tránsito por su trayectoria educacional muestra la continuidad de diferentes espacios formativos que Minerva desarrolla de manera autónoma durante todo su curso de vida, lo que manifiesta el principio de agencia. Recuerda animosamente cómo esto dio pie a un proceso de transición hacia la consolidación de ideales políticos.
Su vida como mujer política inicia formalmente a los 15 años, cuando milita por primera vez en un partido político: “Me quedé pensando qué fue importante para mí”, refiriéndose al lugar del feminismo en su vida como eje articulador. Su memoria viaja a través de su participación política “con y por mujeres”, organizándose en diferentes agrupaciones. En una de ellas, Minerva encarna la figura feminista de promotora de salud sexual y reproductiva, movilizada por un contexto sociosanitario (décadas de los años cincuenta y sesenta) con altas tasas de mortalidad materna. Ella expresa críticamente la subestimación por parte de “los compañeros” de la época hacia las mujeres militantes, a quienes trataban de “compañeritas”: “Ellos entendían, pero sin valorar, que las mujeres tenían que organizarse y luchar”. Sus reflexiones autobiográficas emergen como una constante articulación entre eventos del curso de vida y contextos sociohistóricos: voto femenino, cambios de gobierno, guerras, fundación de movimientos políticos.
Su vida matrimonial comienza a los 26 años y marca la salida del hogar materno-paterno. El diálogo entre su activismo político con sus trabajos domésticos y crianza de hijos/as se ve facilitado por la presencia de otras mujeres -familiares y trabajadoras contratadas-; aquí se ve nuevamente cómo interactúan las normas de género con las condiciones socioeconómicas. “Alternaba mis trabajos sociales con los de la familia. […] No fue fácil, pero mis obligaciones sociales las cumplía”.
La década de los años setenta se ve profundamente marcada por la actividad política. Al concretarse el proyecto político-educacional que convierte a su esposo en una destacada figura pública, Minerva deja parte de sus trabajos para apoyarlo en sus responsabilidades laborales; se manifiesta así el principio de vidas interconectadas. Cuando ella habla de su matrimonio, lo hace desde los acontecimientos históricos y políticos que inundaban su agenda social. Pero, cuestionando el exceso de dependencia que solían tener las mujeres con respecto a sus maridos, indica: “Las tareas de mi marido están todas en un libro, así es que a eso no me voy a referir”.
La militancia política fue también lo que señaló dolorosamente su vida familiar. El golpe de Estado de 1973 marca un punto de inflexión que redireccionará para siempre su curso de vida. Mientras su esposo es enviado como preso político a una isla remota, su hijo menor es torturado: “Fue más doloroso saber que lo torturaron, a cuando después enfermó y murió de cáncer”. La centenaria conecta sus sentires sobre este difícil periodo con “formas de ser” sociohistóricas: las muestras de solidaridad colectiva van articulándose en el relato de Minerva como estrategias para paliar el sufrimiento. En octubre de 1973, se organiza con otras mujeres familiares de detenidos políticos para crear una agrupación que sería fundamental en su vida hasta hoy.
El asilo político en el extranjero marcará otro punto de inflexión que dará inicio a 13 años de exilio del matrimonio, y al desarrollo de una vida que deberá ser constantemente re-armada. Mientras su esposo impartía clases en la universidad desde una posición de alto prestigio, Minerva, como “esposa de”, habitaba un país en el que nunca se sintió a gusto. En medio de un contexto complejo, logra encontrar consuelo en sus antiguas pasiones: el feminismo y la organización política: “Teníamos que ponernos en contacto con organizaciones para contar la verdad sobre Chile”.
Con la vuelta a Chile en los años noventa, el retorno de la pareja se ve entrecruzado por la lucha en torno a los derechos humanos; la dificultad para recuperar su casa propia; el comienzo del cáncer de su compañero -a quien cuida durante dos años, hasta que muere-, y la imposibilidad de acceder a la pensión de viudez, debido a la manipulación militar de los ahorros de su marido. Opera el principio del timing, en tanto que el escenario de retorno de la pareja se da cuando ya son personas mayores. Aquí se ve cómo las transiciones sociopolíticas se articulan con transiciones asociadas a la vejez. La vida de Minerva se ve tensionada por la posterior enfermedad del hijo, a quien cuida y acompaña durante ocho años, hasta el día de su muerte, mientras ella cumplía 90 años: “Me faltaba un tramo más en la vida dolorosa”.
El trabajo de cuidados desarrollado siendo ya una mujer mayor, primero hacia su esposo (también mayor) y luego hacia su hijo, se transforma en hitos significativos que moldean su trayectoria de salud, caracterizada por altos grados de autonomía y bienestar en ese sentido. Por otro lado, vivenciar de cerca episodios dolorosos y traumáticos asociados al golpe militar de 1973 es un catalizador de repercusiones negativas en su salud mental y física (pese a que no lo manifieste). Estas repercusiones se evidencian de manera más clara cuando pasa a transformarse en cuidadora durante su vejez avanzada.
Ya en 2000, la centenaria deja en claro sus apreciaciones sobre el siglo XXI, abordando esta parte de su vida a través de un análisis de las transformaciones ocurridas en el mundo. A ello, suma su reflexión como mujer longeva asegurando: “A los viejos nos ha tocado un periodo muy difícil”.
Actualmente, Minerva comparte su cotidianidad con Julia, mujer que desde hace años trabaja con ella realizando labores domésticas: “Ella también es una mujer mayor, no tan mayor, pero igual mayor”. La diáspora y la dispersión familiar por la dictadura militar y exilio se expresa en vagas referencias a sus hijas, nietos/as y bisnietos/as.
Ya no participa en las protestas en el espacio público; “no salgo por mi edad”, señala. Claro que ella no se refiere a su edad cronológica, sino a su contexto corporal y de movilidad. La mujer pública, de puertas afuera, ahora acciona puertas adentro, pero su trabajo político sigue activo en su vejez avanzada. Señala que la vida es dura en cualquiera de sus tantas formas, y que, gracias a su activismo político como razón de vivir, ha encontrado consuelo en los tiempos dolorosos de antaño y presentes.
Amanda, 102 años: “Tuve mucha suerte con toda la gente que conocí, porque toda la gente que conocí me trataba bien, me cuidaba”
Como si no pudiera creer que tiene 102 años, Amanda, riéndose de ella misma, dice: “Soy viejaza”. Su hogar lo componen ella, su hija Palmenia de 76 años -postrada por una enfermedad neurológica degenerativa-, su nieto de 41 años y un gato. Usualmente viste ropas abrigadoras: chalecos, camisas y faldas de telas gruesas, zapatos de casa y delantales floreados. Es una persona autovalente y que puede realizar la mayoría de las actividades diarias, aunque Palmenia, desde su cama clínica, debe recordarle algunas cosas. El nieto trabaja asalariadamente, por lo que está fuera gran parte del día. Las mujeres tienen pocas visitas, en su mayoría de los equipos de programas de cuidados domiciliarios de la red de salud pública.
Existe una complicidad y relaciones de poder entre ambas mujeres, ya que, si bien Amanda ejerce un rol maternal y de provisión de cuidados hacia su hija, es Palmenia quien tiene la autoridad adultocéntrica, preocupada por su madre “anciana”. Amanda prefiere hablar de su vida cotidiana, de sus lazos afectivos y su buen vivir: “Tengo buena salud, sólo que me falla la memoria”, señala constantemente. Es Palmenia quien apoya a reconstruir el curso de vida de su madre en la adultez, vejez y vejez avanzada.
Su trayectoria biográfica parte de un sector rural de la zona central de Chile, donde nace en 1917. De la alianza de su padre y su madre nacieron tres hermanos/as, siendo ella la menor. Amanda y su núcleo familiar migran constantemente entre localidades rurales y centros urbanos. La existencia de una transición biográfica, histórica y política entre el campo y la ciudad está marcada por procesos vinculados al trabajo de su padre, quien era campesino y accedía a empleos temporales: “Buscaban un trabajo que les convenía más y se cambiaban”. La centenaria cuenta que, cuando joven, se muda del campo a un centro urbano, donde vive con una mujer que era profesora. Esta señora era muy amable y se preocupaba de que ella fuera a la escuela. La moneda de cambio por dar techo y facilitar los estudios eran los trabajos domésticos que la pequeña Amanda realizaba en esa casa.
Siguiendo una secuencia normativa del curso de vida, se casa a los 20 años. En 1942 nace su hijo Sereno, y en 1944 nace su hija Palmenia. El nuevo núcleo familiar continúa migrando. De la vida acostumbrada a ciudades pequeñas, se genera un punto de inflexión en 1950 al mudarse a la capital, Santiago. Posteriormente se trasladan su madre y su hermana, mujeres “solteras-solas”, a vivir con ella, conformando nuevamente un grupo familiar extenso. Bajo el principio de vidas interconectadas, la movilidad de la familia extensa era la norma y la estrategia implícita.
La centenaria encarna una trayectoria laboral-feminizada como costurera. Desde pequeña en el campo, como aprendizaje obligado para las niñas, y luego como oficio remunerado en Santiago. El término de su trabajo estuvo marcado por el principio del tiempo histórico y lugar, por la apertura económica neoliberal hacia el exterior, en la década de los años ochenta: “Ahí se nos descompuso. Porque ya no me mandaban a hacer tanta [ropa]. Antes de que llegara la ropa americana, recibía mucha costura yo”. Fue este trabajo remunerado, y de carácter informal, el que le permitió sostener a su familia cuando enviudó.
Tanto Palmenia como Sereno estudian pedagogía, y por motivos laborales migran de Santiago en la década de los años setenta. “Después empezaron mis hijos a ser la raíz en la casa”, dice, señalando la interdependencia que mantiene en términos socioeconómicos y residenciales con él y ella. Amanda viaja constantemente a ver a su hija y a su hijo. Con mucho orgullo relata que ella hacía estos viajes sola: “Nunca tuve miedo, nunca fui miedosa”. Pasa una temporada viviendo con Palmenia y su nieto recién nacido en la Patagonia, y luego retornan juntas a Santiago.
Volver a la capital se enmarca en el periodo en que Palmenia se enferma, lo que reconfigura el curso de vida de ambas mujeres. Desde 1980 residen en varios sectores céntricos y siempre en departamentos. En estos años, ambas viven nuevamente con la madre de Amanda, a quien esta cuida hasta que fallece. Ella señala que le gusta moverse, que para ella no es problema: “Aunque yo no soy, no he sido nunca mañosa para eso de los cambios, que hay gente que rezonga tanto que hay que cambiarse y qué sé yo. Yo no, me da lo mismo”. En sus palabras hay una justificación de estos constantes arreglos domésticos, normalizando estos eventos. Los contextos de vida, sus relaciones con desplazamientos territoriales y los motivos, tienen implícitos mandatos de género anclados al cuidado de otros y otras, así como la búsqueda de un mayor bienestar socioeconómico y residencial.
El relato pierde densidad respecto a su curso de vida como mujer mayor y longeva. Los eventos que van marcando son los cambios de residencia, configurados como transiciones en su curso de vida. No son eventos abruptos ni disruptivos, ya que la movilidad está normalizada. Menciona que tiene una salud muy buena, sin enfermedades crónicas diagnosticadas. Los eventos que menciona vinculados a su salud son dos caídas de las que no ha tenido secuelas, tan sólo el susto, arraigado en una percepción de fragilidad. Sin embargo, la construcción de su trayectoria como mujer cuidadora en varios pasajes de su vida refleja que las repercusiones de las sobrecargas del trabajo de cuidados estuvieron presentes, incidiendo en su bienestar, pese a los grados de autonomía con que ella señala que fue desarrollando su vida o el contar con buena salud. Trayectoria de cuidadora que continúa perfilando en torno a su hija en condición de dependencia. Actualmente sostienen su hogar con su pensión estatal por vejez, la pensión por discapacidad de Palmenia e ingresos del trabajo remunerado de su nieto.
En el curso de vida de Amanda -interconectado con el de Palmenia- existen desigualdades socioestructurales y situaciones biográficas que llevan a que estas mujeres estén constantemente diseñando estrategias para tener un buen vivir, en lo que se manifiesta el principio de agencia. Es posible observar cómo su vida se ha configurado por trabajos socialmente feminizados, invisibilizados y no remunerados, como la marca de la provisión de cuidados durante todo el curso de vida y vejez de Amanda. La centenaria reflexiona sobre estos eventos y los significa desde la reciprocidad y la solidaridad: “Tuve mucha suerte con toda la gente que conocí, porque toda la gente que conocí me trataba bien, me cuidaba”.
Discusiones y conclusiones
Este trabajo se propuso comprender la trayectoria de vida de las mujeres en relación con su biografía familiar, el vínculo con el contexto sociocultural y las diversas modalidades de desigualdad social. A partir de ello, pudimos identificar los eventos, transiciones y puntos de quiebre relevantes del curso de vida de las centenarias. El análisis de las relaciones familiares permitió establecer resultados novedosos, que iluminan aspectos relevantes de este grupo poco conocido. Desde las perspectivas desarrolladas en este trabajo, es posible identificar rasgos transversales y otros específicos en los cursos de vida de las mujeres centenarias, respecto de sus trayectorias familiares y relaciones domésticas. Es importante destacar que la incorporación de la perspectiva de la gerontología feminista permitió acercarse de una manera crítica a las trayectorias familiares de las mujeres centenarias, enfocándose en aspectos poco visibilizados en los estudios tradicionales sobre curso de vida, como los trabajos de cuidados y los arreglos domésticos, entre otros, destacando las dimensiones vinculadas a las relaciones de poder, negociación y conflicto. La incorporación de entrevistas cualitativas enriqueció el análisis, al identificar sentidos, significados y valoraciones de las mujeres respecto de sus trayectorias y curso de vida.
Destacan aspectos comunes en los cursos de vida de las mujeres analizadas. Su vida ha transcurrido durante 100 años, iniciando en las primeras décadas del siglo XX, caracterizada por la existencia de relaciones familiares y de género tradicionales, con una estricta división sexual del trabajo en los vínculos domésticos, en el marco de una sociedad con fuertes rasgos de ruralidad (Arteaga, 1995). En este contexto se evidencia la estructura del patriarcado (Lerner, 1990) como eje central de las configuraciones domésticas analizadas, así como orientando gran parte de los puntos de inflexión, las trayectorias y las transiciones de las vidas femeninas.
En los cuatro casos se refleja la presencia de determinadas instituciones sociales que van moldeando sus trayectorias y reorientando sus cursos vitales: las más relevantes son la familia, la escuela, el matrimonio y la maternidad. Todas nacieron en contextos rurales, migraron a la capital, se casaron y tuvieron hijos/as. Si se incorpora una mirada de género, los mandatos en este ámbito se enlazan con las transiciones en las vidas femeninas, en los eventos de migración, movilidad, matrimonio y maternidad. Las mujeres cumplen con una trayectoria que podríamos denominar típica, de acuerdo con el contexto sociocultural en el que viven.
En este escenario, el curso de vida se encuentra interconectado (Elder, 1998) entre las mujeres e integrantes de la familia, particularmente los padres, luego los cónyuges y los/as hijos/as, atendiendo a la condición de mujeres casadas y de madres de las mujeres centenarias. Ello marca y orienta sus transiciones durante la mayor parte de su vida: trayectorias de movilidad territorial, cambios de residencia, así como el ingreso a la escuela, los eventos en sus actividades laborales, matrimonio, maternidad, educación, entre otras dimensiones. En ese sentido, los cambios de empleo de los padres o esposos, o las necesidades educativas o de salud de la familia, orientan la movilidad de residencia femenina, así como los arreglos domésticos a lo largo de sus vidas.
El mandato del cuidado y la maternidad femenina son un eje central que entreteje los cambios y las demandas familiares durante su curso de vida. Las tareas de cuidado se desarrollan desde edad temprana, en la responsabilidad por hermanos/as menores, cuidados de hijos/as, enfermos y apoyo a sus cónyuges. Dichas tareas son parte de la vida cotidiana y siguen realizándolas hasta su edad actual, aunque con menor intensidad.
Destaca la intergeneracionalidad de los cuidados en las mujeres y la solidaridad familiar. Todas cuidaron a sus hijos/as y más tarde, dos de ellas viven con hijas y nietos/as, formando hogares multigeneracionales (Osorio-Parraguez, Navarrete y Briones, 2018). Se evidencia la dimensión diacrónica y generacional de los cuidados a lo largo de la vida, lo que da paso a diversas configuraciones en los trayectos familiares, con distinto número de integrantes y composiciones etarias.
El trabajo doméstico no remunerado no es visibilizado ni reconocido por la familia ni por las mujeres como un trabajo, sino como una extensión de su rol de género. Este estudio permitió visualizar las raíces androcéntricas y heteronormativas que han caracterizado algunos estudios desde el enfoque del curso de vida (Gibson, 1996; Hooyman et al., 2002; Pickard, 2019), que oscurecen la centralidad de los trabajos domésticos y de cuidados en las vidas de las mujeres; el acceso a trabajos remunerados; dependencia e interdependencia en relaciones sociales y familiares, entre otras, que están presentes en las narrativas biográficas de las centenarias.
Desde el enfoque interseccional, se evidencia la relación entre género y posición de clase de las mujeres en este aspecto. Existen desigualdades entre las que han contado con apoyo remunerado en las labores de cuidado y las que no. En el caso de mujeres de familias con mayores recursos económicos, esta posibilidad ha permitido el desarrollo de actividades diversas por parte de las centenarias a lo largo de sus vidas -música, participación social, aprendizajes artísticos-, así como una menor intensidad en el rol de cuidados a otros/as en la familia.
No obstante, en la relación entre lo normativo y el curso de vida de estas mujeres es posible observar puntos de inflexión que provocan cambios en las trayectorias aparentemente inamovibles de las centenarias. Ellos vienen dados por la reflexividad junto a condiciones o situaciones específicas, que llevan al desarrollo de estrategias de resistencia en sus cursos de vida. Dichos puntos de inflexión se vinculan o pueden vincularse con la viudez o el crecimiento y la independencia de sus hijos/as, como señalan las mujeres, lo que da paso al inicio de actividades novedosas o la intensificación de algunas que se dejaron de lado para asumir las responsabilidades domésticas.
Al realizar el análisis interseccional, se evidencia de qué forma las determinadas posiciones estructurales de estas mujeres, en relación con cada una de estas instituciones, se traducen en sus experiencias diversas como estudiantes, trabajadoras, esposas y otros roles asumidos a lo largo de sus vidas. Las diferencias se advierten en el ámbito de la educación y el empleo, que muestra desigualdad entre las mujeres a partir de los recursos económicos. Las centenarias de familias de menores recursos realizan actividades remuneradas independientes -costura (Amanda) y enfermería (Selma)-; en el caso de quienes tienen mayores recursos, no trabajan de manera asalariada (Laura) o lo hacen junto a su marido (Minerva). En ambos casos, estas mujeres realizan actividades complementarias de formación y activismo.
El acceso a recursos económicos pareciera también incidir en los arreglos familiares establecidos en las etapas de envejecimiento avanzado de las mujeres. En el caso de Laura y Minerva, centenarias de familias más acomodadas, viven con personas ajenas a la red de parentesco -una de ellas, en una residencia para personas mayores- con las cuales hay una relación de cuidados y de compañía. Dichas relaciones se encuentran mediadas por un vínculo económico. En contraposición, Selma y Amanda viven con familiares, lo cual implica mayores obligaciones recíprocas y vínculos más íntimos. Ello podría mostrar una característica emergente de la composición del hogar y sus cambios, de acuerdo con el género y la clase social, que es necesario profundizar en otros estudios.
Otras distinciones encontradas de acuerdo con el nivel socioeconómico se relacionan con el vínculo de las mujeres de mayores ingresos con actividades sociales. Esto es más claro en el caso de Minerva y su temprana participación política, pero también está presente en Laura, a partir de su labor de beneficencia y trabajo voluntario.
Al complementar la información de los calendarios aplicados con los datos cualitativos, se advierten imposiciones y negociación entre las expectativas y necesidades familiares, por un lado, y las de ellas, por otro. Esto se relaciona con la manera en que proyectan el curso de sus vidas y cómo lo hacen respondiendo a la norma de género socialmente establecida del siglo XX, en cada una de las dimensiones de su vida, tanto en la familia como fuera de ella. Un aspecto transversal en tres casos es el punto de inflexión de la viudez, lo que es concebido por las entrevistadas como un evento que cambia sus vidas y les abre un camino de nuevas posibilidades, pasado el periodo del duelo. Puede decirse que el principio de agencia del curso de vida (Elder, 1998), en el caso de las centenarias, se relaciona con este evento, que da paso a cambios en la autonomía de estas mujeres, aunque de manera tardía en sus vidas.
A modo de cierre, se subraya el carácter interpretativo descriptivo del estudio, en ningún caso representativo de la diversidad de cursos de vida de la población centenaria. En el actual contexto de longevidad de la población, se hace necesario expandir investigaciones cualitativas que logren profundizar en el conocimiento de los grupos de personas centenarias desde perspectivas interseccionales y feministas, para dar cuenta de cómo ejes de subordinación, resistencia y agencia permean no sólo trayectorias biográficas, sino también presentes añosos.