En el barrio Los Mangos de un pueblo1 de la Costa Chica oaxaqueña vive una señora desde hace más de una década. Llego a su casa y nos saludamos, pone dos sillas a la sombra de unos zapotes y me ofrece agua de jamaica. Le explico que el tipo de entrevista que voy a hacerle se llama “historia de vida” porque prevé que la persona entrevistada hable de su vida. Carola2 no empieza su relato partiendo desde su niñez, sino desde la historia de su mamá. Su madre se casó cuando era muy joven con un señor más grande que ella, quien se la llevó a fuerza, por un chisme sobre una relación sexual que nunca habían tenido. Tuvieron tres hijos y una noche, él le metió un machetazo en la cabeza. “Acá así le pegan a la mujer”. Años después, Carola está en la casa de su tío y un hombre pasa por allí y la ve. Se la lleva a la fuerza, por el mismo chisme que forzó su mamá a irse. Juntos, tuvieron cuatro hijos. Pasan los años y Carola sufre la misma violencia que sufrió su mamá, callada, sin hablar, llevándose todo dentro, hasta que llega al punto de no poder hablar con los hombres sin empezar a llorar.
Carola es una mujer afrodescendiente de la Costa Chica de Oaxaca, México. Su historia, y la historia de su mamá, tantas veces no son historias extraordinarias de violencia, sino una más de las tantas historias de vida en las que la violencia se ha normalizado y que muchas mujeres de la Costa sufren. Por razones socio-históricas, el machismo en esta región de México es muy arraigado y subyuga a las mujeres en una posición social de impotencia, relegadas a la vida del hogar y a la crianza de los hijos.
A través de los relatos de las mujeres, este estudio quiere abrir una brecha para adentrarse en el contexto sociocultural de las mujeres afromexicanas de la Costa Chica oaxaqueña. Además, la investigación quiere subrayar la importancia y la eficacia de la metodología cualitativa, especialmente para un estudio acerca del relato como representación individual y violencia de género. La interacción con el contexto se sublima aquí a través del grupo de mujeres que han narrado sus historias, abriendo de par en par una ventana sobre su entorno sociocultural y sobre dinámicas colectivas. Citando las palabras del antropólogo Clifford Geertz (1997: 27): “Una buena interpretación -de un poema, una persona, una historia, un ritual, una institución, una sociedad- nos lleva al corazón de lo que ella misma es interpretación”.
Relatar para crear agencia
El relato personal como forma de catarsis emotiva es un instrumento del cual la psicología se sirve ya desde hace tiempo (Ellis y Grieger, 1981: 21; Ginger y Ginger, 2004: 45). Relatar implica ordenar en un discurso racional lo que pensamos y hacemos de una forma que varía según lo que hemos asimilado desde nuestro entorno familiar, sociocultural o histórico. Considerando lo que una persona relata y cómo desarrolla su discurso, podemos aprender mucho sobre ella, y quien relata puede entender mucho también sobre sí misma. Cuando relatamos a otra persona, no solamente estamos comunicando una información, sino que nos estamos “poniendo en ser”, como diría el filósofo Descartes, según la lógica de cogito ergo sum, aquí transformada en narro ergo sum. De hecho, la construcción de nuestra identidad y de lo que pensamos de la realidad que nos rodea viene del relato que nosotros mismos nos contamos y contamos a los demás (Davis, 2013: 2285). La importancia del relato se halla también en su forma de convertirse en instrumento a través del cual una persona puede reinterpretar su propia identidad (Mannel, Ahmad y Ahmad, 2018: 98), oponiéndose a la manera en que los demás o las normas la identifican por su conducta. Es interesante aquí introducir el concepto de interaccionismo simbólico planteado por Herbert Mead a principios del siglo pasado, según el cual las personas se comportan y actúan de acuerdo con la interpretación del sentido que hace su mundo, y no de acuerdo con una verdad objetiva. De hecho, los humanos, por naturaleza, no aceptamos automáticamente las definiciones sociales de la realidad; más bien, las elegimos y rechazamos dependiendo de la situación en que nos hallamos y de los valores en que creemos (Järvinen, 2020: 42). Apoyándose en este concepto, Margaretha Järvinen (2020: 31) propone que, cuando hay problemáticas sociales, esta teoría es muy eficaz para explicar comportamientos y dinámicas. Este estudio quiere aplicar el interaccionismo simbólico a las supervivientes de violencia de género.
La narración que hacemos está influida por la cultura de procedencia de quien relata, tanto en la forma como en los contenidos, precisamente porque la narradora o el narrador provienen de un entorno cultural dado. En este sentido, para poder analizar y entender situaciones o fenómenos, hay que tomar en cuenta el contexto cultural en el que estos se forman y desarrollan (Geertz, 1997: 305). Las situaciones y los fenómenos son expresados por quien los vive a través de la creación artística, espiritual y verbal personal, que tiene cierto impacto en la reproducción y la resemantización, transformando el contexto mismo (Campbell y Mannell, 2016: 11). Estas expresiones, como el relato, en cuanto son a la vez productos culturales y elementos transformadores, pueden ser la clave de acceso a los contextos culturales que los originan y sobres los cuales actúan. Volviendo al relato como catarsis emotiva, al poner en discurso nuestros sentimientos e ideas no sólo los transmitimos, sino que podemos tomar una cierta “distancia” de ellos: estaban sólo en nuestra cabeza, y ahora están afuera y empiezan a verse más claros, más tangibles, más verdaderos. Este proceso nos puede ayudar a plantear quiénes somos y en qué realidad nos movemos cotidianamente. Además, las mujeres, al compartir sus historias de violencia, se dan cuenta de que la historia personal es una historia colectiva con dinámicas estructurales, con causas y consecuencias más lejanas de lo que se habían planteado.
Aquí es relevante introducir el concepto de empoderamiento, definido como la capacidad de “expansión de las habilidades de las personas para tomar decisiones estratégicas para sus vidas en condiciones en las cuales estas habilidades han sido rechazadas previamente” (Kabeer, 1999: 437). En este sentido, relatar puede empoderar a la persona (Young, 1993: 80), porque esta adquiere una nueva perspectiva y toma de conciencia sobre su posición como persona en un contexto con dinámicas culturales, sociales, políticas y económicas bien definidas y vinculadas entre ellas. Asimismo, una historia, al volverse colectiva, crea solidaridad entre quienes la comparten (Jiménez García, 2015: 200), aún más si es una historia difícil, constituida por un pasado o un presente violento. Al compartirse la historia, el relato se vuelve estrategia de supervivencia (Rodríguez, 1981: 248) porque ayuda a la toma de conciencia de la realidad de violencia y al planteamiento de quien comparte esta realidad como víctima y al mismo tiempo como superviviente.
En este estudio, se toma en cuenta el relato como herramienta para hacer frente a la violencia de género, como estrategia de supervivencia y emancipación en relación con su contexto cultural, por parte de mujeres afromexicanas de la Costa Chica oaxaqueña.
Violencia de género en la Costa Chica oaxaqueña
La violencia de género es un fenómeno atemporal y diacrónico, presente en cualquier latitud del mundo. El área geográfica y cultural que este estudio toma en consideración es la Costa Chica oaxaqueña en México. El hilo conductor del machismo nos permite analizar historias de mujeres supervivientes de violencia machista y cómo este relato facilita el proceso de emancipación y sirve como puerta de acceso a la cultura de la relatora para quien escucha, identificando así los lugares y los fenómenos específicos que generan la violencia. La cultura de procedencia de las mujeres oaxaqueñas permite entender el pasado histórico de la población afrodescendiente que tiene consecuencias muy presentes en la forma de pensarse y pensar la realidad social en relación con sí misma, unido a dinámicas patriarcales en que los roles definidos por el género femenino y masculino son omnipresentes y están en la base de las interacciones interpersonales.
Este artículo no quiere analizar el relato desde una perspectiva biomédica, más bien antropo-sociológica, porque, como hacen notar Catherine Campbell y Jenevieve Mannell (2016: 12), el relato como terapia no va a beneficiar a un particular núcleo de sintomatologías, sino que hay que analizarlo en las implicaciones que puede tener en el empoderamiento y la agencia de quien relata. De acuerdo con sus experiencias de investigación con mujeres que sufrieron violencia sexual durante conflictos civiles, Christine Chinkin (2017: 2) y Leora Khan (2019: 1583) afirman que, al hablar de las propias experiencias de violencia, la mujer emprende un proceso de empoderamiento para sí misma y para las demás mujeres que la escuchan cuando también ellas son supervivientes de violencia. De hecho, se puede provocar una dinámica virtuosa para favorecer asistencia y solidaridad entre las mujeres.
La violencia de género tiene diferentes caras y puede ser de varios tipos: desde la más explícita violencia física, sexual, a la violencia psicológica, emocional y económica. En general, la violencia de género no tiene fronteras, pero en diferentes rincones del mundo puede asumir diferentes connotaciones culturales y puede ser más o menos normalizada.
Las participantes en esta investigación viven en un pueblo rural que carece de infraestructuras y estructuras fundamentales para el normal desarrollo de la vida social, cultural y política de la población, como: una biblioteca o centro cultural, una escuela secundaria (de los 14 a los 18), un centro de salud bien equipado y con personal estable, lugares de diversión para niños, adolescentes y adultos, además de calles secundarias pavimentadas e iluminación eficaz. Esto tiene consecuencias muy serias en las vidas de los habitantes, comenzando por su salud, dado que el doctor o la doctora del personal de salud cambia cada nueve meses y es un estudiante de medicina. La ausencia de una escuela secundaria y de transporte público para alcanzar la más cercana implica que los padres deben pagar un taxi colectivo o un piso rentado en el pueblo de la escuela, lo que influye en las finanzas familiares y en las oportunidades de los niños o de otros miembros de la familia. Efectivamente, a menudo los niños van a pescar para ayudar a la familia y las niñas ayudan en la casa preparando comida para vender.
La composición étnica del pueblo está formada principalmente por afrodescendientes, mixtecos y chatinos. Como escuché en comentarios durante el trabajo de campo en el pueblo y en los alrededores, así como fue reportado también por María José Lucero Díaz (2019: 75) durante su estudio en la Costa Chica, la comunidad afromexicana arrastra el estereotipo opresivo de ser vulgar, floja, mala trabajadora y poco fiable, lo que es consecuencia de una narrativa racista y dañina que ha “legitimado” su posición inferior en la sociedad mexicana. Estos estereotipos oprimen sobremanera a las mujeres negras, ya que el patriarcado hunde aún más su agencia y sus oportunidades de trabajo e independencia.
Como consecuencia del contexto, los datos del área geográfica de este estudio se refieren a un escenario de violencia de género normalizada y, en ciertos casos, a una falta de aplicación de la legislación existente. No obstante las medidas adoptadas en los últimos años, el número de víctimas sigue creciendo (Conavim, 2020: 2). El problema de la violencia de género en estas zonas es que muchas actitudes de violencia psicológica, económica y emocional, como comportamientos manipuladores o intimidatorios, no son percibidas como tales por gran parte de la población, sino como rasgos del carácter o hasta como comportamientos propios de un género. Esto se debe a que la violencia está normalizada a través de la convivencia con ella a lo largo de las generaciones y de la vida familiar, y por algunas prácticas socioculturales que ya van cayendo en desuso.
Mujeres afromexicanas
Analizando el contexto sociocultural, hay que introducir unos hechos históricos para una mejor comprensión de las dinámicas aquí matizadas. En México, la raza, que connota “nociones de ascendencia, jerarquía y agrupación” (Sue, 2020: 203), por motivos histórico-políticos, es un componente importante de la vida social y tiene influencia sobre las oportunidades y el tenor de vida de una persona. Efectivamente, a partir de la colonización, las élites crearon una filosofía y una estructura jerárquica de la sociedad que fue instrumental para justificar la marginalización de la población indígena y la invisibilización de la población afrodescendiente (Navarrete, 2004: 55). La jerarquización piramidal de la sociedad incluía a los afrodescendientes, junto con los indígenas, en el nivel más bajo de la escala social, haciendo los trabajos más duros y sin gozar de representación política (Ebert, 2008: 145).
Si bien los primeros africanos -desde Gambia, Guinea, Congo, Angola, Guinea Ecuatorial y Mozambique (CNDH, 2016: 18)- llegaron a México ya en el siglo XVI como esclavos, trayendo consigo culturas, idiomas y cultos específicos, a lo largo de los años, Oaxaca fue el único estado que incluyó en su constitución al pueblo afrodescendiente, en 1998, reconociéndolo en la composición étnica y plural del estado (CIESAS, 2011: 3). Hoy en día los vástagos de esta política se encuentran con las dificultades de autorreconocerse como afromexicanos (durante el trabajo de campo, se ha constatado que en el pueblo hay personas que prefieren reconocerse como costeños o mestizos, por tener ascendientes mestizos o españoles, aunque muy lejanos) y con la discriminación estructural perpetrada por las instituciones mismas, a través del racismo institucional. De hecho, con el concepto de racismo institucional se definen todas aquellas prácticas, normas y comportamientos que resultan en la falta de disponibilidad y de acceso a informaciones, servicios y puestos de trabajo, lo que lleva a una menor participación y a escasez de recursos por parte de la población (Batista da Silva, 2017: 130). Es una subordinación del derecho y de la democracia al racismo, dado que las barreras que se interponen entre el individuo y su derecho a participar o acceder a un servicio o información, al excluirlo, terminan por neutralizar su derecho (Werneck, 2013, APUD Batista da Silva, 2017: 132). Por esto la raza es un elemento importante para analizar y entender el contexto mexicano.
Sólo en abril de 2019 el gobierno mexicano reconoció formalmente a la población afromexicana, la cual se encuentra en su mayoría en los estados de Guerrero, Veracruz y Oaxaca; en este último, 5% de dicha población se encuentra principalmente en la zona costera. Cabe destacar que la primera encuesta que reportó a los mexicanos afrodescendientes fue en 2015 (INEGI, 2015: 7), y el primer censo nacional oficial que los incluyó fue en 2020 (INEGI, 2020: 4). También es interesante notar que en 2015 se reportaron 2 millones de afromexicanos, mientras que cinco años después el número ha aumentado a más de 2.5 millones. Estos datos deben leerse como un aumento en el autorreconocimiento y la aceptación, un proceso aún en marcha que tardará décadas y que es fomentado por proyectos de sensibilización sobre la cultura y la historia afro en México por parte de movimientos y organizaciones. Efectivamente, “a pesar de haberse incluido este dado cuantitativo, el problema del reconocimiento constitucional y el goce efectivo de los derechos colectivos de la población afromexicana siguen irresueltos” (Lucero Díaz, 2019: 53). El resultado de las prácticas racistas organizadas por las élites a lo largo de los siglos hoy en día tiene consecuencias en la sociedad mexicana en la forma de marginalización y pobreza de la mayor parte de las comunidades afrodescendientes, que son más pobres, menos educadas, menos sanas y peor alimentadas que las mestizas (INEGI, 2015: 22), además de la enorme pérdida en términos culturales de los usos y costumbres de estas poblaciones.
Los afromexicanos de la Costa Chica oaxaqueña, junto con los otros pueblos originarios (entre ellos, mixtecos y chatinos, en el área del estudio de caso), viven en las localidades urbanas y rurales más marginadas y con alto rezago social. El diagnóstico del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología y Sociología (CIESAS)3 sobre la situación de las mujeres afro de la Costa Chica menciona:
En […] la Costa Chica subyace una estructura social, económica y política altamente jerarquizada y polarizada con fuertes raíces históricas (por ejemplo, el caciquismo que tiene como base la concentración del poder económico y político en un reducido sector de la población), pero también como resultado de procesos más recientes asociados al modelo de desarrollo neoliberal y a la globalización (CIESAS, 2011: 6).
De acuerdo con Marisa Belausteguigoitia (2009: 7), las mujeres negras mexicanas son “sujetos marcados jerárquicamente por el género, el color, la sexualidad o la clase, como algunas de las variables más importantes de la diferencia que se traduce en desigualdad”. Como en otros contextos afuera de México, también aquí los cuerpos de las mujeres negras son sexualizados de una forma distinta que los cuerpos de las indígenas o mestizas. Las raíces de la erotización de sus cuerpos se hallan en el pasado colonial donde, traídas desde África para trabajar en las plantaciones y como prostitutas, eran sistemáticamente abusadas sexual, física y psicológicamente por sus amos. Eran utilizadas como máquinas para parir nueva mano de obra para ir incrementando el fructífero mercado de esclavos. Fue así como se edificaron estereotipos e imaginarios machistas, racistas y androcéntricos que veían a las mujeres afro como mujeres de fácil acceso, disponibles para todos los deseos sexuales que el hombre blanco quería satisfacer (Pineda, 2016: 15). La discriminación interseccional a la que son sujetas las mujeres afrodescendientes (en México como en otros países) concierne a su clase social, su género y su raza en cuanto son discriminadas por el color de su piel y por la sexualidad exacerbada que se les atribuye.
Las mujeres afromexicanas, en contextos como el del caso de estudio, suelen ser amas de casa, vendedoras de pescado, campesinas, jornaleras, comerciantes de productos alimentarios y artesanales, y se hallan en la parte más baja de la jerarquía social mexicana. Esto es sugerido también por las bajas tasas de alfabetización y acceso a la educación (INEGI, 2020: 20) Además, hay una distinción muy clara en la tasa de alfabetización entre hombres y mujeres: 76% de las mujeres saben escribir y leer, contra 86% de los hombres; también se puede ver en la tasa de matriculación de primaria a secundaria: 68% de las mujeres se inscriben a la escuela, contra 72% de los hombres. La correlación entre escolaridad y número de hijos es un tema ya ampliamente trabajado (Barro y Lee, 2013: 15; Livi Bacci, 2017: 60) y los resultados demuestran que pobreza a menudo significa baja tasa de educación, lo cual impacta en la tasa de fertilidad: hay una correlación inversamente proporcional entre nivel escolar y número de hijos. En 2020 la tasa de fertilidad de las mujeres del estado de Oaxaca era de 1.6, pero se registró más alta entre las mujeres afromexicanas, con 2.5 (INEGI, 2020: 10).
En el pueblo, así como en otras localidades de la Costa Chica, las mujeres (tanto afrodescendientes como indígenas) suelen embarazarse a una edad muy temprana: entre los 14 y los 16 años es el promedio del primer embarazo (datos del centro de salud del pueblo). Esto significa que las jóvenes abandonan la escuela por el embarazo y se convierten en amas de casa. Uno de los datos más impactantes y elocuentes se refiere a los ingresos: en 2011, en promedio las mujeres afrodescendientes de la Costa Chica ganaban $2 275 pesos al mes, mientras que sus maridos ganaban $5 801 pesos; esto significa que las mujeres en promedio ganaban 39% de lo que obtenía un hombre (Plan Estatal de Desarrollo 2011-2016, 2011, APUD CIESAS, 2011: 41). De hecho, las mujeres afrodescendientes tradicionalmente se han dedicado al trabajo doméstico, al cuidado y crianza de los hijos, y contribuyen a la economía del hogar a través de la preparación y venta de comida (especialmente pescado y tortillas) y venta de productos de belleza. Por esto, incluso dentro de sus comunidades, han sido consideradas como “cocineras”, “madres” y “cuidadoras”, y esto también se reflejó en el movimiento afromexicano, que al principio las marginaba.
A partir de la década de los años noventa, el movimiento afromexicano comenzó a crecer y a plantear posturas de reconocimiento político, luchando contra la discriminación y la marginación (Varela Huerta, 2021: 195). Aunque las mujeres también formaban parte del movimiento en ese entonces, incluso en su propia comunidad no eran tratadas como iguales a los hombres. Ha sido el activismo político lo que les ha proporcionado el poder y la agencia para tomar conciencia de su situación y empezar a luchar contra estas discriminaciones, arrojar luz sobre la posición y las especificidades de las mujeres afromexicanas en la sociedad mexicana y enriquecer la mirada feminista (2021: 198). Este es un hito importante, ya que una mayor representación política y el activismo pueden conducir a una menor marginación de las comunidades afromexicanas y, por lo tanto, también a un mayor apoyo a las supervivientes de la violencia de género. Efectivamente, la importancia de su lucha viene subrayada también por Aura Cumes (2008: 39), quien señala que, en América Latina, ellas, más que los hombres, han sido marginadas por la intersección de sistemas de poder racistas, patriarcales y clasistas.
Diversos factores inciden en la vulnerabilidad socioeconómica y la marginalidad en la Costa Chica, causados especialmente por la corrupción y el racismo institucional. Debido a estos y otros problemas, existe también un alto índice de emigración a Estados Unidos y a otros estados de la República Mexicana. El fenómeno de la emigración a Estados Unidos comenzó hace aproximadamente 30 años en esta parte de la Costa (CIESAS, 2011: 57), y ahora casi todas las familias cuentan con algún miembro que se fue “al norte”, como dicen en los pueblos. El municipio donde se realizó la investigación tiene una de las tasas de emigración más altas de la Costa Chica. Este sigue siendo un fenómeno masculinizado, aunque en la última década ha aumentado el número de mujeres viudas, solteras o separadas que emigran con sus hijos.
Tomando en cuenta todo esto, el presente artículo se centra en la pregunta de investigación “¿En qué medida el relato de las mujeres supervivientes de violencia de género les sirve para replantear su propia posición social en términos de agencia y al mismo tiempo otorga una vía de acceso a las dimensiones y los espacios socioculturales donde la violencia se reproduce?”
Metodología
Diseño y muestra
Antes de hacer el trabajo de campo, se estableció contacto con el primer informante clave a través de las redes sociales: el presidente de una asociación civil que había trabajado con un grupo de mujeres en el pueblo. Después, con el método bola de nieve, se hizo contacto con las demás informantes, algunas de los cuales hospedaron a la investigadora en el pueblo durante toda la estancia. De hecho, algunas de las entrevistadas son mujeres que trabajan juntas en una cooperativa local. Gracias a las redes de vecinas, amigas y parientes de los informantes clave, fue posible contactar a las 10 mujeres afrodescendientes y supervivientes de violencia de género que tomaron parte en la investigación. Sus perfiles están resumidos en la siguiente tabla:
Edad | Estado civil | N° años de casamiento | N° hijos | Escolaridad | Situación laboral | N° años viviendo en el pueblo | |
---|---|---|---|---|---|---|---|
Sujeto 1 | 42 | casada | 15 | 3 | primaria | ama de casa y vendedora | 42 |
Sujeto 2 | 58 | casada | 44 | 5 | primaria incompleta | ama de casa | 23 |
Sujeto 3 | 61 | casada | 45 | 4 | primaria incompleta | ama de casa | 10 |
Sujeto 4 | 23 | casada | 8 | 2 | primaria | ama de casa | 4 |
Sujeto 5 | 30 | casada | 10 | 3 | bachillerato y primero de universidad | pescadora | 23 |
Sujeto 6 | 47 | viuda | 21 | 4 | primaria | vendedora de pescado | 21 |
Sujeto 7 | 68 | viuda | 34 | 3 | primaria incompleta | ama de casa y asadora de pescado | 24 |
Sujeto 8 | 52 | separada | 15 | 2 | secundaria | vendedora de tortillas | 9 |
Sujeto 9 | 34 | casada | 14 | 3 | secundaria | ama de casa | 34 |
Sujeto 10 | 49 | casada | 32 | 3 | primaria | ama de casa y vendedora | 15 |
Fuente: Elaboración propia.
Instrumento
Se adoptó una metodología etnográfica con entrevistas semi-estructuradas, abiertas e historias de vida, dependiendo del contexto y del tiempo que cada entrevistada ponía a disposición. Además, fue imprescindible para la realización del estudio la observación participativa gracias a la convivencia con una familia del pueblo, entre noviembre de 2018 y febrero de 2019. Los motivos de inclusión en la muestra fueron el hecho de ser mujer afrodescendiente (por parte de los dos padres o sólo de uno) y haber sufrido maltrato a lo largo de su vida, sexual o físico. El único motivo de exclusión fue no encajar en el perfil descrito. En la tabla 2 se puede encontrar el guión preparado para las entrevistas y las historias de vida, si bien ha variado en diversas ocasiones, para no interrumpir bruscamente el flujo narrativo de la entrevistada, resaltando así las temáticas y las modalidades de relato que las mujeres quisieron adoptar. Las preguntas que se encuentran en este guión sirvieron para “romper el hielo” y para estimular activamente el relato. Se hicieron preguntas más puntuales sólo cuando aquéllas no encontraron respuesta durante la narración de la entrevistada. Esta técnica demostró ser fructífera, lo que llevó también a datos inesperados que han enriquecido este estudio.
Códigos | Variable | Indicador con pregunta de la entrevista |
---|---|---|
VEM0001 | Edad | ¿Cuántos años tiene usted? |
VEM0002 | Hijos | ¿Tiene hijos? |
VEM0003 | Edad de los hijos | ¿Cuántos años tienen ellos? |
VEM0004 | Años de residencia en el pueblo | ¿Desde hace cuántos años vive usted aquí? |
VEM0005 | Ocupación | ¿De qué se ocupa usted? |
VEM0006 | Estado civil | ¿Está casada? |
VEM0007 | Años de casamiento | ¿Hace cuánto tiempo? |
VEM0008 | Ocupación de la pareja/Emigración de la pareja | ¿Su marido de qué se ocupa? |
VEM0009 | Educación de los hijos | ¿Su marido tiene la misma idea sobre la educación de los hijos? |
VEM0010 | Inicio maltrato | ¿Cuándo empezaron a ponerse feas las cosas? |
VEM0011 | Tipo de violencia | ¿Qué tipo de violencia su marido ha ejercido/ejerce sobre usted? |
VEM0012 | Sentimientos causados por el maltrato | ¿Cómo le hace sentir? |
VEM0013 | Percepción del futuro en el pasado | ¿Cómo se imaginaba el futuro cuando era chamaca/niña? |
VEM0014 | Identidad | ¿Ahora cómo se identifica usted? |
VEM0015 | Percepción del futuro en el presente | ¿Cómo se imagina el futuro ahora? |
VEM0016 | Compartición de experiencia de maltrato | ¿Tuvo la ocasión de compartir su experiencia con alguien más? |
VEM0017 | Conocimiento de mujeres maltratadas | ¿Conoce a otras mujeres a quienes les pasó lo mismo? |
VEM0018 | Inequidad de género | ¿Hay algo en específico de la cultura de acá que afecta a la mujer? |
VEM0019 | Inequidad de género | ¿Qué debería cambiar para que la mujer pueda vivir mejor? |
Fuente: Elaboración propia.
Procedimiento
Una vez individuadas las mujeres correspondientes al perfil requerido (afromexicanas que habían sufrido violencia por parte de un hombre), la entrevistadora acudió a sus casas para hablarles del proyecto. En caso de que quisieran tomar parte en este, se fijó una fecha para hacer la entrevista cuando ellas se encontraran solas en casa o los hombres del hogar estuvieran ausentes, lo que creaba un ambiente más íntimo y a gusto para la mujer. Antes de empezar, se informaba a la mujer que su entrevista iba a ser grabada.
Estrategia de análisis
En total, se grabaron 10 entrevistas de mujeres afromexicanas supervivientes de violencia doméstica (dado que los perpetradores son sus parejas) en un pueblo de la Costa Chica de Oaxaca, en México. Las entrevistas fueron grabadas en las casas y en los patios de las mujeres, previo consentimiento informado; luego se transcribieron y analizaron los puntos en común entre los relatos. Posteriormente, se hizo un análisis a través del programa Atlas.ti, categorizando los datos según las variables y las dimensiones seleccionadas. En el análisis de los datos se aplicaron códigos basados en los objetivos de la investigación, lo que permitió explorar en profundidad otros temas emergentes en las narraciones de los participantes. Para ello se utilizó la codificación interpretativa abierta (Smit, 2002).
Resultados
En este apartado se exponen los datos analizados, poniendo voluntariamente en el centro las voces de las mujeres a través de sus relatos. También en la estructura se ha elegido representar la estructura de la narración, introduciendo al lector poco a poco en el contexto sociocultural de este pueblo mexicano, pasando, a través de distintas temáticas, desde la historia personal a hechos sociales compartidos por toda la región. Además, cada apartado corresponde a una de las variables tratadas que más se matizaron en las entrevistas.
Inequidad de género: división social y espacial
Todas las mujeres de este estudio se identifican con su origen afrodescendiente, por parte de uno de los padres o por ambos. Sus historias difieren, desde su trasfondo social hasta su visión personal, pero tienen en común el tipo de violencia sufrida por parte de sus parejas, ex parejas o parientes cercanos y/o adquiridos.4 Además, el hilo conductor representado por la cultura machista traspasa sus relatos como una violencia omnisciente, si bien no siempre palpable, como una nube en la cotidianidad de las interrelaciones humanas del pueblo. De hecho, aquí los roles de género son muy marcados y separan a hombres y mujeres tanto en la división laboral como en la división espacial: las mujeres se ocupan del cuidado de la casa, de los hijos y de personas mayores, mientras que los hombres van a trabajar; de esto se sigue naturalmente una vivencia distinta de los espacios: las mujeres suelen pasar más tiempo en la esfera doméstica y los hombres en la pública.
La división espacial de las personas en el pueblo no sólo es atribuible al tipo de tareas desempeñadas; no se trata sólo de una división sexual de los espacios, sino también de una división entre las mujeres mismas, que no tienden a comunicarse mucho con las personas fuera de su familia. Esto no favorece el proceso de compartición y desahogo de las experiencias, especialmente en un contexto adverso y violento. Esta soledad y falta de apoyo del entorno hace que las mujeres que sufren violencia se encuentren sin salidas viables y entonces intentan soportar todo, lo que agrava su carga psico-emotiva y a veces hasta resulta en enfermedades psicosomáticas. En este contexto, relatar las propias experiencias es importante para crear agencia en las mujeres y para facilitar el proceso de empoderamiento a través del planteamiento de la propia situación en cuanto mujer, esposa, hija, hermana y habitante del pueblo. Esto demuestra que los relatos no sólo sirven para quien escucha, sino también para quien relata.
Traigo una carga atrás cargada y es una enfermedad para mí. Porque es cosa grande. Por eso yo no puedo ver que alguien llegue y que no haya mujeres, me siento mal. Ahora ya es mejor, ¿ves?, te lo estoy contando todo. Aprendí a compartir. Compartir y convivir con otras mujeres. Ahorita nomás me quedo con la carga, pero ya se me soltó el nudo [en la garganta]. Puedo hablar sin llorar. Y esto es mucho para mí (sujeto 2, entrevista, 29 de diciembre de 2018).
Compartir experiencias en un contexto seguro, entre otras mujeres, no solamente ha ayudado a las participantes a adquirir una nueva perspectiva en sus vidas, sino que ha significado un cambio en su personalidad. Como también lo ha analizado Gemma María González García (2021: 122), parte del proceso de empoderamiento que emprenden implica cambios en su forma de ser y de relacionarse con los demás, como se relata a continuación:
Antes me daba pena [hablar]. Me daba mucha vergüenza hablar con la gente, platicar… A alguien que no conocía, no le platicaba, mejor quedarme calladita. Y ahorita sí, me gusta hablar más. Me gusta ver cómo las mujeres hablan y ver cómo podemos alzar la voz, porque sí valemos (sujeto 4, entrevista, 17 de enero de 2019).
Inequidad de género y racialización
Una de las variables que se han tomado en consideración corresponde a prácticas socioculturales propias de la población afromexicana en el pueblo. De las entrevistas y las pláticas informales durante el trabajo de campo se conoce que, al menos en el contexto analizado, no hay tradiciones o costumbres culturales propias sólo de la población afrodescendiente que afecten la vida de la mujer. Entre las prácticas que más afectan a las mujeres y que minan su empoderamiento sociopolítico se encuentran las consecuencias de la fetichización y la hipersexualización que los hombres hacen con ellas. La sexualización del cuerpo de las mujeres negras se relaciona con la prostitución (Hooks, 1992: 69) o con disponibilidad sexual (Viveros Vigoya, 2016: 12). En las entrevistas ese tema también ha emergido en relación con la violencia de género:
Siempre para acá las mujeres son putas. Si no fuéramos putas, no pariéramos. Cada quien sufre de diferentes maneras, pero sí, sufrimos. Ya sea violencia, psicológica, moral, golpes... de todo. Y todas lo sufren. Ninguna mujer queda de excepción, ninguna (sujeto 6, entrevista, 12 de diciembre, 2018).
La fetichización tiene su raíz en la época de la Colonia pero, como Marisol Alcocer Perulero (2017: 22)5 reporta en su investigación, “el racializado también racializa y se racializa”. Lo que aquí se quiere subrayar es que la fetichización de los hombres y de las mujeres afrodescendientes se da dentro de la comunidad afromexicana misma, con consecuencias en los comportamientos sexuales y en la violencia de género también. Lo que subrayan los estudios en ese campo, lo que está en la base de la violencia, no son prácticas culturales, sino la falta de formas alternativas de masculinidades positivas (Castro y Riquer, 2008: 163, APUDAlcocer Perulero, 2017: 24). Los mismos comportamientos sociales señalan contradicciones que a la vez “posibilitan el uso de la violencia y los que posteriormente la justifican” (2017: 121).
Algunas de las entrevistadas han señalado la fetichización de sus cuerpos en cuanto afro como un obstáculo a su empoderamiento, porque es una proyección externa que las hace sentir impotentes y que desde pequeñas han percibido y hasta llegado a normalizar. En los relatos, tanto el marido como la familia de él las hicieron sentir marginadas en las familias mismas, por no ser lo bastante blancas o delgadas. Durante el trabajo de campo a menudo se escucharon comentarios sobre cómo “lo blanco mejora la raza” y lo moreno está asociado a rasgos fenotípicos feos, a pesar de la sexualización que se hace del cuerpo de las adolescentes y de las mujeres afrodescendientes.
De aquí la importancia que algunas de ellas hallaron al hablar con otras mujeres afrodescendientes de sus experiencias, porque podían encontrar a alguien que pudiera entender sus sentimientos por haber sufrido lo mismo. Además, cuando se percatan de que la violencia doméstica es fruto de estructuras de poder más grandes que la historia personal, esto amplía los horizontes de la mirada de las mujeres, lo que genera una conciencia de sí mismas y de su comunidad más fuerte; esto incluso puede convertirlas en agentes de cambio social, al participar en la vida política del pueblo de forma más activa.
Identidad y vínculos solidarios
Al contar su historia de violencia, las mujeres objetivan de alguna forma su experiencia y el relato sirve para que puedan modelar una nueva identidad de ellas mismas, no simplemente víctimas, sino supervivientes y guerreras. Esta nueva identidad, muy personal, que a menudo ni siquiera dan a conocer a los demás, se crea gracias a un proceso de entendimiento crítico de su situación sociocultural y a la renegociación de sus experiencias frente a ellas mismas y a quien las escucha (Baines y Stewart, 2011: 258). Esta es una pauta importante en su proceso de empoderamiento: entender quiénes son, de qué son capaces y cuáles son los valores que quieren perseguir les permite generar cierta agencia en sus vidas. Al compartir sus experiencias y sus visiones sobre los contextos que viven, empiezan a combatir sus miedos y a colectivizar sus historias (González García, 2021: 121). Compartiendo sus historias con otras mujeres, estrechan los vínculos de amistades, que son estratégicas en contextos adversos (Mitra, Bang y Abbas, 2018: 5), y pueden dar ellas mismas apoyo y consejos a las demás, con lo que se sienten útiles y más fuertes de lo que pensaban, pues entienden que sus historias pueden ayudar a alguien en su misma situación:
Compartiendo aprendes a conocer otras mujeres que tal vez están pasando lo mismo que tú. Y pues no pueden hacer nada, pero te pueden dar alguna orientación, tú ya puedes dar orientaciones a otras… Es hermoso, yo antes no lo hacía (sujeto 2, entrevista, 29 de diciembre de 2018).
Además, en el momento en que relatan lo que les ha pasado, tienen la oportunidad de obtener ayuda y/o apoyo por parte de otras mujeres, vecinas, amigas y colegas:
Es conocido que uno de los efectos de la violencia, sea doméstica o de otro orden, es que afecta la confianza de la persona, en sí misma y en los otros, y por ello la violencia lesiona las redes sociales (Jimeno, 2007: 170).
Propongo que el proceso que permite sobrepasar la condición de víctima pasa por la recomposición del sujeto como ser emocional, y esto requiere de la expresión manifiesta de la vivencia y de poder compartirla de manera amplia, lo que a su vez hace posible recomponer la comunidad política (Jimeno, 2007: 171).
Alcocer Perulero (2017: 186) subraya también cómo la comunidad, al enterarse de la violencia, pone en juego comportamientos y actitudes sancionatorias en contra de la pareja violenta. Efectivamente, a lo largo de las entrevistas, hablando sobre el apoyo recibido, dos participantes relataron de qué forma un grupo de la comunidad, en un caso, y su familia, en el otro, las habían apoyado. En el primer caso, lo que se puso en marcha fue una verdadera sanción social hacia la pareja violenta dado que una vez tuvo comportamientos agresivos en el lugar de trabajo de ella, lo que significó que la violencia no sólo tuvo consecuencias por ello, sino también para quien trabajaba en el lugar, dado que perdieron clientes. De ese momento en adelante, no sólo las colegas se hicieron más empáticas con ella, sino que, al prohibir el ingreso al marido en el lugar, hicieron que ese sitio se convirtiera en un espacio seguro para ella misma. Las consecuencias se extendieron también a la exclusión de otros eventos de la comunidad y de grupos de trabajo.
En el segundo caso, siendo la mujer entrevistada y su hijo mayor los únicos que llevaban dinero a la casa (el marido se había quedado enfermo), el hijo se enojó con el padre por la situación de violencia doméstica y después de esta confrontación “de hombre a hombre”, aquél dejó de pegarle a su pareja. En este último caso también se puede ver lo importante que puede ser el apoyo de la familia para la víctima de violencia. Dejar de naturalizar la violencia puede hasta romper esta dinámica y dar la fuerza para reaccionar.
A pesar de esto, pocas fueron las entrevistadas que recibieron apoyo o dieron a conocer de forma más o menos pública su situación a la comunidad o a sus familias, por miedo de repercusiones y de compartir asuntos tan privados. Algo que a menudo ha emergido en los relatos es el hecho de soportar y aguantar la situación de violencia, lo cual constituye el eje sobre el cual modelar la propia identidad de mujer valiente y fuerte. De hecho, ellas son muy conscientes del esfuerzo extenuante que ha significado en sus vidas quedarse a lado del marido violento, y las empodera saber que ellas lo aguantan y soportan para el bien de sus hijos y por las circunstancias socioculturales y económicas en las cuales se encuentran o se han encontrado. Al final, frente a la comunidad no son consideradas como mujeres fracasadas porque se quedaron con su esposo, y son buenas madres y mujeres honradas.
Empecé a sufrir mucha violencia, muchas cosas, me pegaba mucho él, me hacía mucho daño porque yo no era señorita y él querría saber quién, y yo no podía hablar […]. Así fue pasando el tiempo. Pero he aguantado y Dios me ha dado la fuerza de sacar a mis hijos adelante. Son 20 años que mi marido ya no trabaja. Soy yo la que trae dinero a la casa y así pude mandar mis hijos a la escuela. Le doy gracias a Dios que estudiaron los cinco que tengo. Una nada más me salió de contadora, la más chiquita (sujeto 1, entrevista, 29 de diciembre de 2018).
Ocupación: trabajar dentro o afuera de la casa
La mayoría de las mujeres que han tomado parte en este estudio son amas de casa; a diferencia de las mujeres entrevistadas que trabajan, lo que fuertemente emerge desde sus historias es el deseo de compartir sus historias con alguien interesado en sus vidas. La variable ocupación es importante en el grupo de mujeres entrevistadas porque, según la ocupación de la mujer (trabajadora doméstica o trabajadora afuera del hogar), cambia el nivel de involucramiento a nivel socio-político. Efectivamente, en esta muestra, aquellas mujeres que trabajan en espacios feminizados6 coinciden con una conciencia social, política y feminista más fuerte que las demás, porque tuvieron la oportunidad de tomar parte en talleres y charlas sobre temas de equidad de género y participación política. Como causa y consecuencia de hacer estos tipos de experiencias, algunas mujeres entrevistadas lograron juntarse con otras para constituir dos grupos de trabajo distintos (en un caso, una cooperativa mixta, y en el otro, un grupo de trabajo de mujeres afrodescendientes).
Por otro lado, el empoderamiento psicológico, para aquellas mujeres que son amas de casa, tuvo consecuencias importantes en sus vidas, en varios niveles, como lograr reconocer que sus ideas valen y que no deben tener miedo de expresarlas durante reuniones de la comunidad, en el trabajo o en la familia. También el empoderamiento se manifiesta en tener más confianza en los demás, particularmente en la posibilidad de construir relaciones de amistad, o de reforzar la relación con los hijos, por ejemplo, yendo a visitarlos más a menudo. Gracias a estas pautas, lograron también tomar parte en eventos y charlas organizadas en el pueblo, algo fundamental para aumentar su agencia y poder político-social en la comunidad. Finalmente, algunas de ellas, como se mencionó anteriormente, lograron involucrarse en espacios de trabajo feminizados reconocidos por el pueblo y por las instituciones locales, y se volvieron ejemplos para toda la comunidad. La relevancia de empezar un proceso de empoderamiento a través del relato subyace al futuro empoderamiento político de las mujeres y de sus comunidades.
Inequidad de género: apoyo recibido y obstáculos para el empoderamiento
La falta de apoyo a una mujer superviviente de violencia de género proviene tanto de la familia como de las fallas del sistema judicial. En los municipios donde se realizó el trabajo de campo se han denunciado casos de falta de justicia debido a jueces que no han querido atender a las mujeres alegando que debían ir acompañadas de una “delegación oficial” del municipio de procedencia, cuando esto no es obligatorio por ley. Es interesante destacar que, hasta la fecha de fin del trabajo de campo, no había juezas en la zona, y esto puede ser un factor que no favorezca el iter judicial de los casos de violencia de género. Además, la corrupción extendida es un serio obstáculo para encontrar justicia; aunque dejemos de lado la corrupción económica: si el juez es un “carnal” (amigo muy cercano) o “compadre” (relación de parentesco adquirida) o simplemente un conocido de la pareja violenta, no estará propenso o dispuesto a procesar realmente al agresor. Confirmando esta información, el Estado ha decretado la “alerta de violencia de género contra las mujeres” en 2016 y luego la ha reafirmado en 2018. Esto significa que el gobierno federal otorga un presupuesto para actuar de manera rápida y efectiva en proyectos para la erradicación de la violencia de género. Por todo esto, la desconfianza por parte de las mujeres en las instituciones refleja el racismo institucional y un sistema patriarcal que limita los derechos básicos de las mujeres afrodescendientes. Es la violencia estructural de las instituciones y de las políticas que acaba siendo violencia directa en el día a día de las personas racializadas, aún más sin son mujeres (Smith, 2016: 35).
La falta de apoyo para una mujer superviviente de violencia de género se debe también al hecho de que, en el pueblo, el mismo día de la boda, la esposa deja la casa de sus padres y se va a vivir a la casa de los suegros o del marido, y de aquí en adelante su vida se desarrollará principalmente en el clan familiar del marido. Esto significa perder el contacto con amigos y familiares y enlazar nuevas relaciones en un nuevo contexto de poder. De hecho, las suegras tienen un rol fundamental para las mujeres: a menudo con ellas desempeñan tareas domésticas y las primeras establecen los parámetros morales que las segundas deben cumplir para ser consideradas buenas mujeres. Los esposos pueden recurrir a sus madres para asegurarse de la lealtad y el comportamiento de sus mujeres cuando ellos no están. Como subraya Srilatha Batiwala (1997: 196), desde mucho tiempo las mujeres toman parte en su propia opresión a través de “[…] un tejido complejo de sensaciones religiosas, tabúes sociales y culturales, supersticiones, jerarquías entre las mujeres al interior de la familia, condicionamientos, retraimientos, ocultamientos, limitaciones de movilidad física, discriminación de alimentos, control de su sexualidad […]”.
Cuando él [el marido] se fue al Norte yo nomás hacia los quehaceres y cuidaba a mis hijos. Fue muy duro porque yo tenía 17 años y quería distraerme. Pero ella [su suegra] todos los días venía a verme para controlarme. “¿Y pa’ qué sale una a la calle? Eso yo no lo entiendo”, me decía. Ni siquiera a las velas del pueblo podía irme solita. Nomás con ella (sujeto 4, entrevista, 17 de enero de 2019).
El papel de las familias es muy importante para que las mujeres puedan hablar de violencia. Efectivamente, la familia es uno de los contextos en los que se aprende a normalizar actos y comportamientos violentos: ya sea normalizando directamente, al ser testigo o víctima de violencia, o de forma indirecta, aprendiendo en el proceso de socialización (Labrador Rivera, 2016: 15). Además, las familias tienden a no dar apoyo a la superviviente de violencia de género (Salmerón García, 2020: 53670), porque la mentalidad edificada por el marianismo7 (mentalidad que se encuentra tanto en México como en otros países y continentes) hace que el rol y la aceptación social de la mujer se construyan con el eje de priorizar a la familia y su unión antes de todo, incluso antes de la mujer misma. Claramente, esto tiene serias consecuencias para poder y lograr hablar de la violencia sufrida, y constituye un obstáculo concreto para el empoderamiento psicológico, social y político de la mujer (Muñoz-Martínez y Aguilar-Cacho, 2022: 77).
Emigración de la pareja
Cuando la entrevistada habla de “irse al Norte”, está mencionando un aspecto social presente en prácticamente cada familia del pueblo, consecuencia de la condición socioeconómica de la población: la emigración a Estados Unidos. Los altos costos del viaje, para los cuales las familias suelen endeudarse, muchas veces no son suficientes para llevar a los emigrantes más allá de la frontera.
Vendimos todo: las redes de pesca, la lancha, hasta se fue a Guerrero para pedir dinero prestado a la familia de su madre. Con el coyote8 se conocían desde chamacos, y aun así… Un día me llama y me dice que el carro para pasarlos al otro lado de la frontera nunca llegó. Que llevan dos semanas esperando. Ni las sábanas para dormir en el suelo tenía. Todavía sigue allá. Trabajando en Caborca para ahorrar dinero e intentarlo otra vez [pasar la frontera]. Y nosotros acá. Ay, mamacıta. Pero aguantamos, así lo hacemos las mujeres: aguantando (sujeto 5, entrevista, 4 de enero de 2019).
La migración al Norte es un cambio muy fuerte para la pareja, que se enfrenta a nuevos desafíos y nuevas presiones. Las mujeres deben arreglárselas con menos recursos económicos, al menos durante los primeros meses, antes de que su marido encuentre trabajo y gane el suficiente dinero para remitirlo a casa, e incluso así no es anormal que no remitan nada y hagan nuevas familias allá. Es interesante notar que al alejamiento geográfico de la pareja no siempre corresponde a una mayor autonomía o libertad, más bien, a menudo empieza una situación de control y violencia coercitiva sobre el comportamiento por parte de la familia del marido, de la comunidad misma y por parte de la pareja a través del teléfono. De hecho, a través de este, las familias y amigos que están en el pueblo relatan a los maridos cómo se portan sus mujeres, muchas veces pasando chismes también. Además, con las llamadas el marido ejerce una forma de control y manipulación psicológica sobre la mujer.
A pesar de la mayor carga de responsabilidades hacia la familia que la migración de la pareja comporta para la mujer, lo que se ha reportado en las entrevistas es que este cambio les proporcionó tiempo para pensar en su futuro y en cómo replantear sus vidas, y empezaron a cuestionar normas sociales y a estrechar relaciones de mutuo apoyo con otras mujeres.
Había veces que tenía la autoestima por arriba. Pero había veces que él me bajaba toditita la moral por abajo. Y yo me decía: No, no, no. Yo no tengo que hacerle caso a él. Él no me pidió permiso para hacer las cosas y ahora ni siquiera está. Así pues. empecé a ir a vender. Y aquí sigo (sujeto 8, entrevista, 12 de enero de 2019).
Por ejemplo, fue con la emigración del marido que algunas de ellas empezaron a trabajar. Para hacer esto, la ayuda entre vecinas fue imprescindible, y con esto resultó más fácil también abrirse con ellas y hablar de sus vidas. Fue así que algunas de ellas empezaron a relatar sus experiencias de violencia y encontraron, en algunos casos, mujeres que estaban pasando por lo mismo. Este proceso, a pesar de las dificultades que la emigración ha comportado, también ha sido positivo por dos aspectos. Primero, la ausencia del marido les ha permitido tomar decisiones que no hubieran tomado con él en la casa. Segundo, como consecuencia de estas decisiones, pudieron reflexionar también sobre sí mismas, y entendieron cuáles son sus fuerzas y sus límites y cómo pueden usar sus herramientas y sus conocimientos para incrementar su agencia y su bienestar psicológico y emotivo, así como el de sus hijos.
Percepción del futuro
En el presente estudio, esta es una variable importante porque refleja cómo se siente realmente la persona en relación con sí misma y con su vida, a pesar de las narrativas de cada una. Dejando de un lado las diferencias y los casos particulares, lo que se puede analizar es que quien ha recibido apoyo de la familia, vecinas y amigas, y sobre todo ayuda concreta de las instituciones, tiene una percepción del futuro más positiva, enfocada en encontrar y perseguir sus pasiones, a crecer como persona en una comunidad, a construir activamente un futuro mejor para sus hijos y para la comunidad en su conjunto.
-¿Cómo te imaginas el futuro ahora?
-Diferente, o sea, para mí es mejor, así como estamos. Y que siga mejorando más, por los hijos, por los nietos, por todo. Que ya no haya violencia. Que no haya machismo. Nosotras vamos trabajando por nuestros hijos, nuestros nietos, por todo esto. Y por ellos, uno es capaz de todo. Pero antes no lo miraba yo así. ¿Sabes cómo miraba yo mi vida? Aaaay. Quería que me llevaran lejos y me mataran y que nadie supiera nada de mi vida. Porque yo no tenía mi familia, mi mamá, mi hermanito, no tenía a nadie (sujeto 3, entrevista, 5 de enero de 2019).
Aquellas mujeres que se identifican más como guerreras sienten que tuvieron que adoptar esta narración de sí mismas para no caer en desánimo total y para lograr que las personas de las cuales se hacían o hacen cargo pudieran tener aquellas oportunidades que ellas no tuvieron. La falta de apoyo por parte de las instituciones -se identifica la figura del Estado en la falta de un centro de salud más equipado y con personal entrenado para casos de violencia de género y ayuda psicológica- puede tener un peso importante a la hora de imaginar el propio futuro. La soledad que deriva de la falta de escucha por parte de las personas cercanas o por parte del Estado en sus varios representantes influye particularmente en el proceso de empoderamiento psicológico, y en el largo plazo político-social de las entrevistadas.
Los temas que emergieron a través de las historias de estas mujeres nos ofrecen la oportunidad de acercarnos a las dinámicas socioculturales de la población afromexicana de la Costa Chica de Oaxaca a través de una mirada femenina, abordando así las problemáticas de las mujeres con un análisis interseccional. La narración de historias ofrece un medio para dar forma a la identidad y a las normas sociales, revelando así el poder transformador de las historias mismas. El hecho de relatar las experiencias de violencia sufrida corresponde a un esfuerzo para las entrevistadas, pero al mismo tiempo todas han sentido este esfuerzo recompensado, si bien en formas diferentes: algunas, por el hecho de entender con nuevos ojos situaciones que antes veían de otra manera: otras, por sentirse apoyadas y escuchadas; algunas más, por plantear y afirmar en voz alta su fuerza en cuanto supervivientes, y todas, por compartir historias.
Conclusiones
En los relatos de las participantes en el estudio emergen temáticas clave de la vida de las mujeres afrodescendientes de la Costa Chica de Oaxaca: desde el planteamiento de la propia condición de mujer, hasta las consecuencias que diferentes fenómenos sociales y culturales tienen en ellas.
Tres son los bloques principales según los cuales se pueden delinear las conclusiones, aquí expuestos de forma esquemática para una mejor comprensión.
Primer bloque: espacio de escucha. Puede generarse de forma espontánea o gracias a las oportunidades generadas por el segundo bloque:
Segundo bloque: fuentes de oportunidades. Las oportunidades pueden ser generadas por el primer bloque o por los siguientes puntos:
Tercer bloque: percepción del futuro (depende de los primeros dos). Depende de:
La relevancia de espacios de escucha es generada por una “solidaridad de género [que] también se experimenta debido a las experiencias de violencias que viven de manera colectiva, donde además se apropian de conceptos como el machismo, el patriarcado, el racismo, la violencia de género y los derechos de las mujeres” (Lucero Díaz, 2019: 157)
La narración ofrece una herramienta para (re)modelar la propia identidad y las normas sociales (Mannel, Ahmad y Ahmad, 2018: 98), haciéndonos comprender las dinámicas sociales y culturales. El interaccionismo simbólico permite analizar y dar importancia al significado que las propias mujeres dan a los hechos, haciéndoles adquirir una mirada más personal, sin emitir juicios externos, demostrando la importancia de este enfoque para el estudio de contextos de violencia de género, y en general de problemas sociales (Järvinen, 2020: 31). Asimismo, destaca el relato como herramienta de empoderamiento (Chinkin, 2017: 1; Kahn, 2019: 1585) en el mediano-largo plazo, por llevarlas a actuar estratégicamente para incrementar su bienestar en situaciones de estrés severo.
Todas las entrevistadas, en sus relatos sobre la violencia, hicieron hincapié en el hecho de “soportar y aguantar”, demostrando que, gracias a su esfuerzo, ahora son capaces de hablar y discutir su situación como mujeres supervivientes en un contexto machista. Asimismo, el hecho de encontrar, antes o después, un espacio de escucha donde empezar a cuestionar el statu quo, donde entender que la violencia sufrida en sus vidas es resultado tanto de siglos de opresión de la mujer y de los afrodescendientes como de procesos de pauperización debidos a dinámicas neoliberales, las hace replantear su propia posición como personas en el mundo. Las hace adquirir una mirada más amplia y de reivindicación social que se refleja, por ejemplo, en la educación de los hijos, así como en sus ganas de aprender más sobre estos temas participando en pláticas, asambleas y talleres. Para concluir, el rol del Estado y sus fallas para asegurar el pleno goce de los derechos sociales y civiles de la población afrodescendiente y también indígena en México se traducen en las dinámicas que permiten la violencia de género, a la cual no se responde de forma idónea.
Este estudio corrobora los datos oficiales sobre la incidencia de la violencia de género en la población costeña (Conavim, 2020: 5) en cuanto a su difusión: la normalización de la violencia doméstica y la cultura machista llevan a las mujeres a ser sujetos aislados a la hora de buscar ayuda.