Existen diversas clasificaciones de los libros, no tanto por el género, sino por la razón o actitud que provocan. José Vasconcelos decía hace poco menos de 100 años que había libros para leer de pie y libros para leer sentado. Se refería al objetivo, a la reacción en general que podrían generar, al tipo de libro. Se puede glosar de distinta manera esta tipología para los textos sobre teorías de comunicación o historias del campo, y señalar que hay libros que se leen “con la cabeza” o “con el corazón”. Qué duda cabe que las entrevistas y el proyecto que aquí se encarna, comienza con la lectura de la razón histórica, la memoria de los autores, y termina con el corazón, con un nuevo sentido hacia la vida y obra de quienes participan.
Por otra parte, más allá de su contenido, el proceso mismo vale una mención, ya que estamos ante un proyecto iniciado hace más de 20 años que finalmente, producto de casualidades, pudo salir a la luz pública. Beatriz Solís fue la destinataria de unas cintas —de esas que ya no se pueden conseguir hoy día— que en 1997 le dio el periodista, comunicador, publicista y pedagogo uruguayo Mario Kaplún (1923-1998). En esas cintas había entrevistas a cinco egregios profesores, periodistas que pueden entrar en la etiqueta de “padres fundadores” del pensamiento latinoamericano de la comunicación: Luis Ramiro Beltrán —recientemente fallecido, y a quien junto con el propio Kaplún va dedicado el libro— de Bolivia; Eleazar Días Rangel y Antonio Pasquali de Venezuela; José Marques de Melo de Brasil; Rafael Roncagliolo de Perú; Héctor Schmucler de Argentina, y Fátima Fernández de México. Por entonces Solís era responsable del programa editorial de la Federación Latinoamericana de Facultades de Comunicación Social (FELAFACS) y tenía aparte una interesante librería, por mucho tiempo, un oasis para encontrar libros de comunicación latinoamericana. Esta librería, “Opción”, cerró y con ello Solís tuvo que empacar y embodegar todo cuanto tenía, entre ellas las cintas de Kaplún que quedaron bajo montañas de cajas y archivos. Una de esas felices casualidades hizo que en 2010, Beatriz encontrara unas viejas y arrumbadas cajas de zapatos y con ellas las cintas que son la base de este libro y proyecto. De manera adicional ello permitió resarcir el atraso y cumplir la promesa que Solís hiciera a Kaplún, quien había fallecido un año después de haber entregado las emblemáticas cintas mencionadas.
Posteriormente el encuentro de Solís con Jerónimo Repoll, académico de la Universidad Autónoma de Metropolitana (UAM) Xochimilco, especialista en el estudio de audiencias y editor de la joven editorial Tintable dio un nuevo impulso al proyecto con la idea de digitalizar, organizar y rehacer las entrevistas inconclusas, lo que de hecho pudo llevarse a cabo con el apoyo del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (FONCA). Si bien este libro resulta una continuidad, de alguna manera con el impulso de Repoll adquirió otra personalidad. Por una parte incluye información derivada de nuevas entrevistas que hizo Repoll —como por ejemplo la realizada a Schmucler que tuvo que rehacerse debido a que dichas cintas no aparecieron—, y por otro lado se elaboró un micrositio complementario donde el lector puede completar varias tareas (Tintable, 2014a).
En él es posible escuchar fragmentos de las entrevistas en la voz original de los autores; ser oyente de los mismos y con ello azuzar la imaginación a la que invitan la voz de los actores y participantes. De manera adicional Repoll desarrolló cinco “programas de radio” (Tintable, 2014b) en el que participa la propia Solís; en uno de ellos se entrevista adicionamlente a Raúl Fuentes Navarro sobre la historia del campo, y este importante autor realiza comentarios a las propias entrevistas. Por ejemplo en el programa tres prosigue la conversación entre Repoll, Fuentes Navarro y Solís sobre el campo “procurando ahora reconocer las características que fue adquiriendo la investigación de la comunicación en América Latina: de los esfuerzos aislados a la conexión con la academia, la proliferación de las escuelas y la preocupación por el cambio social. ¿Qué ganamos y qué perdimos con la institucionalización del campo?” (Tintable, 2014d).
Finalmente este libro-proyecto incluye en el micrositio unos podcast, y donde además de la entrevista en extenso se hace una edición de las intervenciones de cada autor por temática (Tinable, 2014d). Por ejemplo en el segundo podcast, explica Repoll: “decidimos reunir y ofrecer en un mismo documento sonoro las reflexiones de los entrevistados en torno a los resultados del NOMIC y las políticas nacionales de comunicación” (Tintable, 2014e).
Todo lo anterior, más las notas que el editor realiza en el texto de las entrevistas sobre lo originalmente recuperado y aquello que tuvo que añadirse, dan definitivamente la impresión de un libro que se hace delante de nosotros, un texto “para leer también con el corazón” las historias narradas. En el libro se dan las especificaciones para diferenciar lo que sí pudo recuperarse de la entrevista original hecha por Kaplún a principios de los años noventa y lo que Repoll añade o completa. Todo este proceso, no demerita al texto ni a las entrevistas originales, sino que le otorga una nueva frescura en el sentido de que nos muestra una historia “haciéndose”, más cercana, y que a más de 50 o 60 años de algunos hechos narrados siguen siendo pertinentes para comprender la historia y una parte del sentido de nuestro trabajo como estudiantes, docentes o investigadores.
Comunicación: Memorias de un campo podría ser un libro sobre la historia de la comunicación, o de las ideas de comunicación en la extensa región de América Latina; es también el relato de recuerdos, sentimientos y cruces que no es frecuente escuchar de manera integrada en las entrevistas que de algunos de estos autores hemos leído en otros espacios. A lo largo de sus páginas no solamente es posible enterarnos de hazañas y datos sabidos de dictaduras o fundaciones de escuelas o redes de comunicación —como la relatada INTERCOM del famoso Marques de Melo o el ININCO de Pasquali, o bien el relato de Schmucler sobre la famosa revista Comunicación y Cultura—, sino también de detalles y menciones a la vida privada: la estancia en la cárcel de Díaz Rangel y del propio Schmucler; el peso de la familia numerosa que tuvo Fernández o la vida del padre de Beltrán, por mencionar solo algunas.
Aparte de las entrevistas, el libro cuenta con una sugerente introducción que el importante académico Gabriel Kaplún hace sobre su padre y en la que expone un acercamiento no solo al pensamiento de Mario, el cual se realiza de manera sintética y atractiva, sino y sobre todo, al perfil profesional de quien incluso conociendo los vericuetos del mundo práctico de la comunicación como la publicidad, optó por la pedagogía, la comunicación popular y alternativa, y una opción más que ideológica, realista, de la comunicación en tanto proyecto social y adyuvante en la concreción de un nuevo tipo de sociedad. El epílogo está hecho a manera de mirada transversal por Fuentes Navarro, cronista —voluntario e involuntario— del llamado campo y de las ideas en comunicación, quien dedica unas palabras a la importancia del libro y a las entrevistas de Kaplún.
¿Qué encontramos significativamente en estas entrevistas? En primer lugar es un espacio en extenso donde los autores se explayan sobre su historia familiar, sus influencias, sus investigaciones, sus propias narrativas y disquisiciones; en la transcripción de la entrevista se respetaron los giros y movimientos de oralidad, las interrupciones, y las elipsis realizadas. Mario Kaplún —y Repoll también— elige un criterio cronológico, aunque a veces el discurrir de los propios autores lleva por otros caminos y aparecen temáticas diversas. Ello se debe a que más que sesudos cuestionamientos, Kaplún da pie con alguna pequeña pregunta para que el entrevistado narre todo lo que considere pertinente.
En el estilo de respuesta hay varias reacciones: algunas son más explícitas y detalladas como las de Pasquali o Marques de Melo, unos se muestran más acotados como Díaz Rangel; algunos insisten especialmente en lo académico o teórico, como Marques de Melo; otros nos regalan detalles del contexto histórico político como Díaz Rangel o Roncagliolo, y alguien más nos muestra aspectos sentidos y cercanos de su vida personal como Schmucler o Fernández, de tal manera que nos permiten conocer —quienes hemos tenido la suerte de enriquecernos con su obra— elementos cualitativos de los temas, los argumentos y los detalles para caracterizar los medios o la comunicación, las políticas de comunicación, así como la comunicación humana.
El hilo de la charla, que sin demasiada elaboración anima Kaplún, nos permite sorpresivas indagaciones, como por ejemplo enterarnos de que Beltrán estudió en el Colegio Alemán o cuando afirma “yo creo que no soy un científico de carrera, sino un científico a la carrera” (p. 39, comillas en el original), durante la Segunda Guerra Mundial, o que Eleazar Díaz Rangel estuvo preso más de un año en una cárcel de Venezuela, así como el contexto particular en que Schmucler llevó al famoso libro Para Leer el Pato Donald de Chile a Argentina.
En realidad las entrevistas no nos dan mucha información del pensamiento formal del autor; no encontramos aquí resúmenes de teorías o reflexiones, sino un recuento diverso y variopinto de situaciones y contextos de algunas partes de la vida de cada autor; quizá la excepción sea Pasquali, quien presenta los párrafos más extensos en la transcripción, la exposición más hilada con apartados y subapartados donde podemos leer su preocupación ética y moral de la comunicación, las menciones al sentido del servicio público de las comunicaciones, la diferencia entre la comunicación pública y la comercial, etc. Aunque también tenemos acceso a las mencionadas anécdotas y relatos de vida como la estrategia que siguió para resolver problemas cuando fue director de la complicada Escuela de Letras, o algunos detalles de su vida en París cuando realizó su doctorado (en filosofía).
Leyendo estas entrevistas se tiene un marco de mayor claridad sobre las inclinaciones de la comunicación en América Latina que de alguna manera quedan sintetizadas en las sugerencias y acciones del famoso Informe Mc Bride que Repoll y Solís citan en extenso en la introducción del libro y que aparece como el marco de lectura que se sigue en las entrevistas. De hecho, en el micrositio aparece la participación de otros académicos e investigadores (Delia Crovi, Guillermo Orozco, entre otros) que completan la perspectiva sobre uno de los principales temas abordados: la cuestión de las políticas de comunicación.
Pero no es este el único tópico. Por ejemplo, de manera particular nos llama la atención esa especie de “corte de caja” (no olvidemos que estas entrevistas se realizaron en su mayoría, a principios de los años noventa) de Pasquali respecto de la perspectiva crítica hacia los medios, y también sobre los prejuicios con que se interpretó la influencia de la Escuela de Frankfurt en la región; pero también asistimos al ejercicio reflexivo de Marques de Melo en cuanto a conciliar el conocimiento aplicado, empresarial de los medios o sobre la comunicación, con la visión dialógica, alternativa, con que se concebía a la comunicación latinoamericana en las décadas de los sesenta y setenta. Resultan muy útiles por ejemplo los comentarios que Marques de Melo hace sobre el famoso Paulo Freire, indiscutible padre fundador en la perspectiva de la comunicación, incluso cuando no “militara” formalmente en el campo ni reflexionara a profundidad sobre la comunicación mediática. Frente a la desconfianza de Freire, de Melo reivindica cierta autonomía de la comunicación y la necesaria —más que oposición— tensión entre una perspectiva productiva y otra, básica o teórica.
En las entrevistas los autores realizan balances propios, lo que constituye verdaderas perlas porque no solamente se resumen lo político o lo teórico, sino lo personal y vivencial de cada trayectoria. Así varios de los autores hacen un doble ejercicio: reconocen el avance, los intentos —algunos de ellos incluso con presencia en el sector gobierno por primera vez, como el caso de Fernández—, pero también la permanente dificultad de esa transformación general. Los autores reflexionan sobre lo que consideran hicieron o dejaron de hacer, de la misma manera que exponen sus propuestas para el desarrollo de la comunicación en el fin de siglo. Por ejemplo Pasquali reconoce que el método de la acción social ya no puede partir de lo general (políticas globales, nuevo orden mundial) hacia las realidades específicas de los países, sino que es necesario ir ahora “isla por isla”, abordando específicamente cada caso para hacer los matices, las evaluaciones y las políticas de acción. Fernández nos comparte y resume su actitud al final de su entrevista: “me he llevado muchos golpes por querer seguir recetas, mucha frustración, pero al mismo tiempo ... estoy dispuesta a retroceder y volvería a empezar aunque yo hubiera creído que por ahí estaba encontrando cosas” (p. 107).
En suma, una de sus virtudes es que se erige como un libro abierto que encuadra las coordenadas de las temáticas que se abren, las implicaciones que tienen los asuntos, las anécdotas, los afectos que se tejen en estas historias entrelazadas; suma de intentos pero también de casualidades. Ese ir y venir de la historia como algo dinámico y vivo es uno de los muchos aportes de este trabajo, acaso el primer intento con estas características del que tengamos noticias. Por ello incluso cuando se pudieron haber realizados anotaciones al pie para precisar expresiones y profundizar algunos detalles; rescribir los guiños de oralidad para ganar más fluidez en la lectura, son cuestiones menores en relación con todo lo que nos ofrece, por ello hay que festejarlo y difundirlo en lo que por otra parte Ítalo Calvino nos enseñaba: cómo los clásicos nunca agotan lo que tienen que decir, por ello siempre es pertinente su visita, como en este caso que actualiza, desde la historia, la vigencia de los relatos y de sus enseñanzas.