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Literatura mexicana

versión On-line ISSN 2448-8216versión impresa ISSN 0188-2546

Lit. mex vol.35 no.1 Ciudad de México ene./jun. 2024  Epub 02-Oct-2024

https://doi.org/10.19130/iifl.litmex.2024.1.025o31s00x55 

Textos y documentos

El rescate de Natural y figura, un figurón republicano de José Tomás de Cuéllar

Rescue of Natural and Figure, a Republican figurine by José Tomás de Cuéllar

a Universidad Nacional Autónoma de México, Ciudad de México, México, freyes@unam.mx


Resumen

El autor rescata la obra Natural y figura o El ranchero de Irapuato, de José Tomás de Cuéllar, proviene de un lote de materiales del archivo de Armando de Maria y Campos (1897-1967) que fue comprado por el Centro de Estudios Literarios de la UNAM a raíz de su fallecimiento. La fuente de nuestro rescate consiste en una copia mecanográfica de 40 cuartillas numeradas (más la portada), cuyos tipos muy bastos y desgastados indican haber sido escrita en una máquina de la primera mitad del siglo pasado. La portada reza al pie de la letra: “El ranchero de Irapuato/ Comedia de costumbres. Escrita en magníficos versos en/ dos actos por el poeta mexicano/ Don José T. de Cuéllar/. -1868-.” Incluye el texto donde se indica que la restauración métrica la realizó José Quiñones Melgoza y la edición correponde a Felipe Reyes Palacios.

Palabras clave: Teatro; Tomás de Cuéllar; Irapuato

Abstract

The author rescues the work Natural y figura or El ranchero de Irapuato, by José Tomás de Cuéllar, which comes from a batch of materials from the archive of Armando de Maria y Campos (1897-1967) that was purchased by the Center for Literary Studies of the UNAM following his death. The source of our rescue consists of a typewritten copy of 40 numbered pages (plus the cover), whose very coarse and worn type indicates that it was written on a typewriter from the first half of the last century. The cover reads verbatim: “The ranchero of Irapuato/ Comedy of customs. Written in magnificent verses in / two acts by the Mexican poet / Don José T. de Cuéllar /. -1868-.” It includes the text indicating that the metric restoration was carried out by José Quiñones Melgoza and the edition corresponds to Felipe Reyes Palacios.

Keywords: Theater; Tomás de Cuéllar; Irapuato

El texto que aquí presentamos de Natural y figura o El ranchero de Irapuato, de José Tomás de Cuéllar, proviene de un lote de materiales del archivo de Armando de Maria y Campos (1897-1967) que fue comprado por el Centro de Estudios Literarios de la UNAM a raíz de su fallecimiento.1 La fuente de nuestro rescate consiste en una copia mecanográfica de 40 cuartillas numeradas (más la portada), cuyos tipos muy bastos y desgastados indican haber sido escrita en una máquina de la primera mitad del siglo pasado. La portada reza al pie de la letra: “El ranchero de Irapuato/ Comedia de costumbres. Escrita en magníficos versos en/ dos actos por el poeta mexicano/ Don José T. de Cuéllar/. -1868-.”

De modo que la primera cuestión que nos plantea esta copia es el porqué del desplazamiento del título. Decimos desplazamiento, y no cambio, ya que El ranchero de Irapuato es en todo caso el subtítulo que se le dio a la comedia Natural y figura, siguiendo la inveterada costumbre, heredada del teatro español, de asignarle un subtítulo o título alternativo a las obras de teatro para promoverlas y hacerlas familiares entre los espectadores, iniciativa debida a los empresarios o a los redactores de los periódicos. Por lo demás, para 1868 ya se había dado el caso, en el teatro mexicano, de un antecedente paronímico: Don Bonifacio o El ranchero de Aguascalientes, de Manuel Eduardo de Gorostiza; los protagonistas de dichas obras tendían así a convertirse en personajes proverbiales.

En segundo término, la susodicha portada, como se puede apreciar, exhibe los rasgos formales de una carátula editorial auténtica, exaltando la identidad nacional y el mérito de su autor, más el año de una supuesta publicación, aunque sin el dato de un impresor. Pero resulta que se ha afirmado redondamente que dicha edición nunca existió.

En efecto, dentro del mismo fólder en que llegó la copia en cuestión aparecieron tres recortes de artículos periodísticos dedicados a José Tomás de Cuéllar. En el texto del que está firmado por Jesús Zavala2 se asevera, después de enlistar las obras dramáticas de Cuéllar, que “con excepción de Deberes y sacrificios [1856], ninguna de las referidas obras se imprimió” (1). De haber sido así, todo ello sugiere que la copia del Centro de Estudios Literarios pudo haberse realizado a partir de un manuscrito destinado a la publicación, aunque ésta no haya tenido efecto. En abono de esta posibilidad se añade el hecho de que, al pie de la portada, después de la lista de personajes, y refiriéndose a la época de la acción, se repite el mismo año: 1868, dato con el que se actualizaría, en la publicación, la fecha de su estreno, que en realidad fue 1866, dos años antes. Si la obra pudo representarse varias veces en pleno Imperio, acabado éste su publicación no tropezaría con la censura.

Pasando a la lectura de la comedia nos encontramos con otra anomalía: no obstante lo que dice la portada, está escrita en prosa, y no en verso. Esta copiada en prosa, diríamos mejor, ya que el ritmo que impone su lectura indica a las claras que su forma original era el verso. ¡Desatinada idea la de operar semejante transformación en perjuicio de un autor! Por respeto a la memoria de un difunto no nos atrevemos siquiera a pensar que tal responsabilidad pudo haber corrido a cargo de un cronista y coleccionista muy respetado en su tiempo como De Maria y Campos. De la lectura completa concluimos que se trata de una copia descuidada, con un número crecido de erratas obvias y algunas omisiones probables. Suponemos hipotéticamente que fue resultado de un encargo realizado en condiciones no adecuadas y por una persona no versada en cuestiones literarias.

Copia descuidada sí, pero no mutilada, hasta donde es posible observar. Se nos presentaba de esa manera -al doctor José Quiñones Melgoza y a quien esto escribe- la posibilidad de realizar una restauración métrica, hecha con todo rigor, de una de las obras dramáticas de Cuéllar extraviadas,3 para sumarla a la otra de la que sí existe ya una edición moderna, el melodrama Deberes y sacrificios. La posibilidad siempre presente de dar con el original -manuscrito o impreso- vendría a poner en evidencia hasta qué punto acertamos y en qué nos equivocamos, así como a precisar el desempeño del copista.

Acerca de esta obra, Jesús Zavala apuntó:

Natural y figura es una sátira, en dos actos, contra los imitadores de las costumbres francesas. Se representó por primera vez -en plena intervención francesa- el 29 de mayo de 1866. Fue acogida con entusiasmo. La Asociación Gregoriana [del Colegio de San Gregorio, donde él estudió] obsequió a Cuéllar -como homenaje- una pluma de oro (1).4

Sátira o comedia de costumbres, como es anunciada en la portada, Natural y figura continúa todavía, después de más de dos siglos, la tradición de la llamada comedia de figurón, de origen barroco, aunque transformada por su evolución.

Una de las acepciones del término figura, según anota Sebastián de Covarrubias en 1611, estuvo asociada en sus orígenes al ámbito teatral, refiriéndose a los tipos de personajes que solían aparecer en una representación escénica, como lo eran el rey, el pastor, la dama y la criada, el señor y el siervo, etcétera. De ahí pasó al medio social, ya que, por extensión, “cuando encontramos con algún hombre de humor y extravagante, decimos del que es linda figura” (Covarrubias, s. v.). La variante figurón está documentada, quizá por primera vez, en El comisario de figuras, de Alonso de Castillo Solórzano en 1631 (Lanot: 133).

De modo que el tío José María, “hablador sempiterno”, “fanático por las antiguas costumbres”, que se vale de “chistes imprudentes”, en el medio social habría sido una “linda figura”, y en el ámbito teatral sería considerado francamente como un figurón, aunque evolucionado.

Los estudios acerca del figurón se han desarrollado ampliamente en las últimas décadas y han establecido, por una parte, que la comedia de figurón avanzó al parejo con el entremés, retroalimentándose,5 a tal grado que la presentación sucesiva de varios figurones que era característica del entremés llegó a trasladarse a cada uno de los tres actos de una comedia, en circunstancias distintas; esquema que puede advertirse en Lo que son mujeres (ca. 1642), de Francisco de Rojas y Zorrilla, y en la mexicana Todos contra el Payo y el Payo contra todos o La visita del Payo en el hospital de locos (s. f.), atribuida a José Joaquín Fernández de Lizardi (Reyes Palacios).

Pero en Natural y figura no se da el caso de un desfile de figurones, por más que en el clímax de cada uno de sus dos actos, la familia de afrancesados pretenciosos enseñe el cobre, mostrando su ignorancia y su sencilla sociabilidad provinciana; al final del primer acto, en una ridícula escena colectiva casi de cine mudo (o mejor, como de farsa francesa), y al final del segundo, con el desastre en que termina una comida que debería haber sido comme il faut.

Ésta ha sido la otra ruta que siguieron los estudios acerca del figurón hispánico, señalando el contraste grotesco entre el seductor y armonioso mundo de la comedia de enredo, con su aire gozoso y sus idealizados caballeros y damas, y en franca oposición, la apariencia estrambótica y la conducta extravagante de quienes no se adaptaban a las maneras de la corte madrileña (Serralta). Entre otros tipos que fueron frecuentes en el segundo grupo se encontraba el de los montañeses, quienes hacían ostentación de su añeja nobleza y se comportaban en la corte del mismo modo que lo harían en la aldea, según explica Salvador García Castañeda:

Su sinceridad y rudeza de siempre son ahora grosería, su frugalidad miseria, su falta de tacto con las damas barbarie, su ignorancia tontería […] en general aparece como un tipo risible, celoso y colérico, finchado y pretencioso, mísero y obstinado, bruto y grosero (90 y 95).

Tal era la imagen del figurón montañés durante el periodo barroco. Pero a la vuelta del siglo xix, como consecuencia del predominio teórico del neoclasicismo y sus afanes didáctico-moralizadores, así como por la influencia del entorno burgués en desarrollo, el figurón montañés se transforma y se convierte en un “hombre de pro”, según ha demostrado García Castañeda. En las tres comedias que su estudio considera, se verá a estos figurones transformados desempeñándose como personas sensatas, prácticas, morigeradas… y, además, ahora son ricos y desconfiados.

Uno de esos casos, que sí fue conocido en México en la época republicana, es el de don Anselmo, el tío santanderino de don Dieguito, en la comedia homónima (estr. 1820; en México, 1825) del hispano-mexicano Manuel Eduardo de Gorostiza. Recién llegado a Madrid, y estando todavía don Anselmo en traje de camino, el primer cortesano que lo ve se secretea burlonamente con don Dieguito:

¿De qué tapiz se arrancó

la figura que allí está?

[…] Por vida mía

que es espantosa visión;

¡qué chupa! ¡qué casacón!

Mullidor de cofradía

cuando menos será el tal (Gorostiza: I, II).

Así su presentación, a la manera barroca. Pero al cabo de veinticuatro horas terminará siendo un personaje triunfador. Percatándose en seguida de que tanto la novia de don Dieguito como sus padres sólo pretenden conseguirle a ella una boda ventajosa, aunque en el fondo lo desprecien por su origen, el tío los engaña a todos con algunos cambios repentinos en su conducta, que incluyen el mostrarse supuestamente interesado él mismo en la muchacha, para provocar el desengaño de don Dieguito y su consiguiente enmienda. Por todo lo cual el subtítulo o título alternativo que mereció esta comedia en los anuncios presentaba a don Anselmo como El montañés astuto.

El tío Juan José de Natural y figura desciende en línea recta de estos ancestros teatrales.6 Ya no es un montañés a la española, sino un próspero ranchero que con su dedicación al trabajo ha doblado ya diez veces sus rentas; presume por ello de franqueza con el dinero en sus diversiones sanas y hasta cultas, a diferencia de los catrines que, además de ser mezquinos, afectan indiferencia en los teatros hacia los artistas (nótese la crítica al público teatral de la Ciudad de México); sigue siendo rudo, pero se ampara en su sinceridad para arrogarse el derecho de corregir conductas; no sólo es tradicionalista, y por ello nacionalista a su modo (rayano en el machismo), sino que esta vez, en pleno Imperio, abiertamente se declara republicano. Aquí tenemos, en conclusión, a un figurón republicano.

La familia de rancheros de quienes es pariente cercano, resiente ya en su convivencia el cambio económico-social por el que transitan, viviendo desde hace una decena de años en la capital:

José. Sí, supe allá que heredaste

por tu mujer algún pico;

pero el maldito dinero

les ha trastornado el juicio

y ya te dejas mandar

por este par de pollitos. (I, X)

Escenario familiar semejante al de la Ensalada de pollos (1869), con dos plumíferos jóvenes que, en nombre del progreso europeizante, reniegan de la educación que sus padres intentan darles, siendo éstos, al cabo, quienes terminan alucinados por el “talento” de los hijos, como cándidamente lo asegura don Cándido en Natural y figura, y como también lo acepta la doña Lola de la Ensalada:

Antes -exclamaba-, los hijos eran dóciles, porque creían saber menos que sus padres, pero hoy tengo que capitular con la ilustración de mis hijos, éstos no reciben de mí más que lo que les conviene, y hasta se atreven a reprenderme cuando procuro corregirlos. Efectivamente algunas veces me han persuadido con sus buenas razones, porque eso sí, mis hijos tienen mucho talento (20).7

La diferencia que hay entre los dos pares de “pollos” de las familias respectivas es de grado. Mientras que los de Natural y figura ya son burgueses y ahora aspiran a ascender más en la escala social, gracias a un buen “pico” de herencia que sus padres han recibido, los humildes plumíferos de la Ensalada apenas están ingresando al trato con la burguesía, sedientos de placeres y ávidos de comodidades, aunque a cada paso que den se aproximen a su perdición. Los identifica a unos con otros su afrancesamiento, puesto que una de las causas determinantes del aumento de los pollos en la Ciudad de México era -según lo explica Cuéllar en la “monografía del pollo” puesta en forma de cartilla- “el torrente invasor de la prostitución parisiense” (40).

Uno de los temas centrales en ambas obras es, pues, la preocupación de Cuéllar por la educación de la juventud, preocupación que compartió con Altamirano, lo mismo que su confianza en las posibilidades educativas y moralizadoras de la literatura, orientadas a tal objetivo. De modo que las razones que expone el tío Juan José en la escena XI del acto primero (y que luego amplía al final del segundo), para preguntarle a don Cándido si su hijo se conformará con ser “cajonero o empleado”, volverán a aparecer en la Ensalada, esta vez en el discurso directo de Cuéllar:

La juventud se refugia en las oficinas o detrás de los mostradores, y se encanija a la sombra de la molicie, se llena de vicios antes de adquirir ni fuerzas físicas ni morales, y luego se exhibe, pulcramente ataviada, como una muestra de degeneración y de raquitismo (92).

Estos personajes comunes a ambas obras, o al menos muy cercanos entre sí, comparten necesariamente los puntos de diversión neurálgicos del espacio citadino de la segunda mitad del siglo xix. Por razones de economía dramática, los presuntuosos pollos de Natural y figura no deambulan por dichos puntos a la vista del espectador, porque ello hubiera exigido los escenarios múltiples que sí tiene a su disposición el novelista; pero los tienen en mente todo el tiempo y los invocan a la menor provocación, presumiendo que todas las mañanas, o después de comer, toman la copa en la pastelería de Plaisant o en el café de Fulcheri, sin olvidar mencionar el Tívoli del Elíseo. Del café de Fulcheri consta en la Ensalada que no era un lugar muy anodino; bajo su cobijo tienen lugar los primeros escarceos eróticos de la desgraciada Concha.

Por las semejanzas descritas, y teniendo en cuenta la cronología de ambas obras, estamos convencidos de que en Natural y figura alientan ya tres de los primeros especímenes de la plumífera especie que poblará las páginas de Ensalada de pollos tres años después.

Ubicados en la cronología, nos percatamos también de que la ida de Cuéllar a San Luis Potosí, a principios de 1868, fue una circunstancia que pudo haber influido, de alguna manera, para que el autor no llevara a cabo la publicación de Natural y figura.

Si a pesar de las semejanzas señaladas y la continuidad discursiva perceptible en la producción de Cuéllar, se tuviera duda de que los dos títulos que hemos registrado correspondan a la misma obra, la propia versión mecanográfica lo corrobora. En su portada se da el caso del desplazamiento del título original por el alternativo (El ranchero de Irapuato), pero la moraleja que propone en su última escena (al igual que todas las comedias moralizadoras) se refiere connotativamente al mismo personaje, quien habla de sí mismo: “Mi padre allá me enseñó, / que al natural y figura…, / pues, hasta la sepultura”.

En la edición que presentamos seguimos la norma del respeto casi absoluto al texto que manejamos, excepto en los cambios ortográficos históricos y las erratas obvias. Nuestras intervenciones para completar versos truncos o para auxiliar al lector con alguna acotación escénica están señaladas con corchetes. Los paréntesis de Cuéllar, de acuerdo al uso tradicional, indican apartes.

De modo que comenzamos restituyéndole a esta obra su título original.

NATURAL Y FIGURA o EL RANCHERO DE IRAPUATO

Comedia de costumbres. Escrita en magníficos versos en dos actos

por el poeta mexicano

DON JOSÉ T. DE CUÉLLAR

1868

Restauración métrica de

José Quiñones Melgoza

Edición de

Felipe Reyes Palacios

PERSONAJES

Don Cándido, padre El señor Mirafuentes

Doña Ruperta, madre La señora Mirafuentes

Carlitos, hijo Pancho Lira, amigo

Lola, hija Cinco criados

José María, tío

La acción es contemporánea y pasa en la capital de México. 1868.

Acto primero

El teatro representa una sala antigua, adornada con mal gusto. Puertas laterales y,

al fondo, sobre la mesa, un periódico.

Escena I

Cándido, sentado a la mesa. Ruperta, entrando.

RUPERTA

¡Jesús! ¡Jesús! ¡Qué cansancio!

Andar toda la mañana…

Cándido, dame una silla

que me quiere dar el asma.

No te puedes figurar

cómo está el comercio, espanta.

CÁNDIDO

¿Muy pobre está?

RUPERTA

¡Ta… ta… ta… ta!

¡Qué pobre! Si lo que falta

es el dinero. Eso sí,

yo ya no entiendo palabra

de la mera jerigonza

de estos tiempos que alcanzamos.

CÁNDIDO

¿Pero por qué? Pues, ¿qué pasa?

RUPERTA

Que en mis tiempos era todo

tan sencillo que bastaba,

para vestirse a la moda,

pronunciar cuatro palabras:

percal, alepín, erigüela,

tafetán, raso… y bastaba.

No era muy larga la lista;

pero hoy, ¡la Virgen me valga!,

balzoriña, brillantina,

pelerina, alpaca, holanda,

baré, trüé, calicot…

pero, eso sí, ¡qué bretaña!

Es un ayete, un horrón.

De aquellos tiempos no hay nada.

Hoy es una ciencia aparte,

una cosa muy pesada

comprar en esos cajones

dizque al estilo de Francia.

CÁNDIDO

Pero bien, al fin compraste.

RUPERTA

Sí, compré; pero me falta

el rabo por desollar.

De lo que yo quiero, nada.

No hay medias de la patente,

increíble. Y la mentada

civilización de aquí,

¿de qué nos sirve? ¡De nada!

No hay mascadas de la India,

tápalos chinos, bufandas.

Nada de lo de mis tiempos.

Ya no hay capotas bordadas;

‘ora se llaman abrigos,

beduinos, paltós… ¡patrañas!

Botandas y miravar,

y carlotas y damianas…

Ni profanación más rara

que poner nombres de gentes

y de santos a las capas.

¡Vamos!, que vengo mohína.

¿Y a esto cultura se llama?

Ya se ve, si en este siglo

¡todo es farsa!, ¡todo es farsa!

CÁNDIDO

En verdad me estoy temiendo

con que hoy el sastre me salga

con una majadería.

RUPERTA

¿Ya viste al sastre?

CÁNDIDO

Sí, acaba

de marcharse hace un momento.

RUPERTA

¿Don Canuto, el de “La estampa

de…”?

CÁNDIDO

¿Qué dices? No, señor.

Si Carlitos ya no pasa

por don Canuto; le dice,

espera un poco… le llama…

¡El señor don Rinconelli!

RUPERTA

¡Rinconelli! ¡Qué canalla!

Si vistió al marqués de Aguayo8

y hasta al señor de Apodaca.

CÁNDIDO

Ya lo sé; pero Carlitos

me dijo: papá, mañana

viene mi sastre. ¿Es francés?

Por supuesto. ¿Quién aguanta

al sastre si no es francés?

RUPERTA

¿Todo francés? ¡Dios me ampare!

CÁNDIDO

Hoy todo es así. Las casas,

las fondas…

RUPERTA

Qué pocas cosas

quedan a la mexicana.

CÁNDIDO

Sí, Ruperta, sí, muy pocas

nos quedan, y por desgracia

de las malas.

RUPERTA

¡Ay qué tiempos!

CÁNDIDO

Conque, en fin, esta mañana

vino el sastre, yo no sé

pronunciar su nombre… acaba

con,con,con

RUPERTA

Algún“monsieur”.

CÁNDIDO

Le dije: Quiero una capa.

¿Imperial? No, no señor,

capa española y bien larga

que me dé por los tobillos.

¡Y lo creerás! En mis barbas

se rio el monsieur… Pretendí

componerlo y… yo pensaba,

le dije, que un barragán…

Un… ¿qué?... No comprendo nada/

¡Un barragán con sus forros!

Yo no he visto de esas capas,

me dijo. De eso no se usa,

y su hijo de usted me encarga

que lo vista yo a la moda.

Así, si usted no se enfada,

tomaremos las medidas

y ¡puf!, ¡puf!, en dos patadas

quedó mi triste figura

con lápiz fotografiada.

Y ‘ora en vez de barragán

voy a apechugar con calma

con… con… no sé qué visón

a la francesa. ¡No es nada

[la antigua] invención!

RUPERTA

Farsa

y nada más que farsa!

CÁNDIDO

Y no hay que retroceder,

que Carlos y Lola acaban

por trastornarnos el juicio,

si nos resistimos.

RUPERTA

¡Vaya!

Sobre que han dado en que saben

más que nosotros.

CÁNDIDO

¡Caramba!

Los jovencitos del día

ya no respetan las canas.

Escena II

Dichos. Un criado, trayendo una caja de cartón y bultos del comercio.

Después Lola.

RUPERTA

Ya están aquí.

CÁNDIDO

Llama a Lola.

RUPERTA

Por aquí, sobre esta mesa,

esto, que es lo que interesa,

lo demás en la consola.

(Sale el criado. Llamando.)

Lola, Lola, ven acá…

Se va a quedar encantada.

Escena III

Dichos y Lola, por la izquierda.

LOLA

¿Me llamaba usted, mamá?

RUPERTA

Sí, ven acá, en el cajón

hice una compra estupenda.

(Señalando a Lola los efectos.)

LOLA

Me temo que usted no entienda

mucho de esto.

CÁNDIDO

Introducción.

RUPERTA

Mira, [mira] este percal.

(Mostrando una pieza de indiana con flores grandes.)

LOLA

¡Ay, Jesús, ay!

RUPERTA

¿Qué, criatura?

CÁNDIDO

Ya comienza la aventura.

LOLA

Ha elegido usted muy mal.

¿Para qué es esto mamá?

RUPERTA

Es para dentro de casa.

LOLA

Pero, mamá, esto no pasa

ni entre los indios.

CÁNDIDO

¡Ja! ¡Ja!

RUPERTA

Es muy bonito floreo

y son indianas muy lindas.

LOLA

Mamá, si aun para cortinas

es horriblemente feo.

RUPERTA

Mira, Cándido…

CÁNDIDO

Lo dije,

si va a haber muchos disgustos.

RUPERTA

Bah, si en materia de gustos…

En fin, cada quien elige…

Vamos, ¿conque no te agrada?

LOLA

Mamá, pero si es horrible.

RUPERTA

Ya veo que no es posible

que acierte contigo en nada.

A ver si el tápalo…

(Tápalo de color claro, de burato, que sea antiguo.)

LOLA

¡Ay, Dios!

RUPERTA

Es de burato, hija mía.

LOLA

¡Jesús, qué parecería!

[Aparte.]

¡Jesús, qué mamá!

CÁNDIDO

Y van dos.

RUPERTA

Pues ésa sí es mucha flema

y yo no sufro más risas.

LOLA

Mamá, compre usted camisas.

RUPERTA

¿Camisas? Bonito emblema.

¿Quién te comprende, mujer?

A las jóvenes del día,

¿quién darles gusto podría?

Si no se puede creer.

Toda mi vida he pasado

en afanarme por ti,

y hoy que te conozco así,

encuentro tan mal pagado

mi afán, ingrata.

LOLA

Mamá,

ruego a usted que no se ofenda;

pero no es fácil que entienda

de modas.

RUPERTA

Quítate allá…

¡Pues he quedado lucida!

¿Lo ves, Cándido, lo ves?

Esto es inicuo, esto es

¡la ilustración maldecida!

CÁNDIDO

¿Qué quieres?, como ha de ser;

ten calma.

RUPERTA

Tú eres un santo.

CÁNDIDO

El mundo ha cambiado tanto.

RUPERTA

No soy de ese parecer.

Estas pollitas del día

son las que cambian, ¡qué horror!

El ejemplo corruptor

de Europa las extravía.

Todo ha de ser de París,

todo ha de ser como allá,

y nada de lo de acá

vale un granito de anís.

LOLA

Pero es natural, mamá.

Las naciones extranjeras

son en todo las primeras.

Todo nos viene de allá.

RUPERTA

Todo, menos el talento.

LOLA

Hasta el talento.

CÁNDIDO

Eso no,

talentos conozco yo

que son, Lolita, un portento.

RUPERTA

Los daría de barato

por mis tiempos, que era un sol

aquel gobierno español,

aquel feliz virreinato.

LOLA

Tiempos del oscurantismo.

RUPERTA

De mucha sinceridad.

LOLA

Pero ya pasó esa edad.

Los tiempos no son lo mismo.

Escena IV

Dichos. Entra Carlos. Continuando lo que habla[ba] Lola.

Carlos

Las leyes, las matemáticas,

y las cuestiones odiosas

de las ciencias, y Lancáster

y toda esa jerigonza;

que habiendo plata, todo

lo demás nos sobra…

Desde que estoy elegante

es mi vida deliciosa

y ya en la alta sociedad

me inicio, y ya soy persona

concurrente a la tercena

donde no hay joven de moda

que no gaste allí su tiempo;

ya son contadas, muy pocas,

las personas de alto rango

que no me tuteen ahora.

LOLA

¿A dónde vas a parar?

CARLOS

No interrumpas, me encocoras.

Hablando con Pancho Lira…

LOLA

¿Con quién? ¿Con Pancho?

CÁNDIDO

Algún pasma.

CARLOS

Un joven muy elegante.

LOLA

Y muy rico.

CARLOS

Tiene todas

las cualidades… buen mozo,

tira muy bien la pistola,

monta muy bien a caballo…

(Aparte. A Cándido.)

Y oiga usted: le gusta Lola.

CÁNDIDO

¡Es posible!

RUPERTA

¿Qué? ¿Qué es eso?

CÁNDIDO

¿Rico? Pues es otra cosa…

RUPERTA

Pero, ¿qué?

(Con ansia de saber.)

CÁNDIDO

Calla, mujer,

pues ya es el novio de Lola.

RUPERTA

Tan rico, y así es su novio.

(Aparte/. A Lola.)

Oye, niña, dime a qué hora

le has visto.

LOLA

Yo…

Carlos

Si es mi amigo.

RUPERTA

¿Tu amigo?

CARLOS

Sí, en la fonda

comemos juntos y luego

tomamos algunas copas

en Fulcheri, porque es hombre

que bebe como enamora.

RUPERTA

¿Borracho? ¿Y así es tu amigo?

CARLOS

No, mamá, toda persona

decente debe beber;

que la gente pobretona

es la única que hace gestos

al ofrecerle una copa.

RUPERTA

¿Qué es lo que oigo? ¡Conque el vicio

de embriagarse es de moda!

Cándido, ¿lo ves? ¡Dios mío!

Qué costumbres tan odiosas.

CARLOS

Pues ésa es la sociedad.

El buen tono. En toda Europa

verá usted lo mismo.

RUPERTA

¿Sí?

CARLOS

Sí, señora; todos toman.

RUPERTA

Con razón he visto yo

al salir una vez que otra,

que hay tantas vinaterías.

CARLOS

¡Qué dice usted!, si las copas

no se toman en las tiendas.

¡Los pobres, es otra cosa!

RUPERTA

Pues, ¿en dónde?

CARLOS

En Plaisant,

en Fulcheri.

RUPERTA

¡Ay, qué cosas!

CARLOS

Allí nomás caballeros

se reúnen.

RUPERTA

¿A tomar copas?

¡Tabernas de caballeros

son nomás aunque te opongas!

LOLA

No digas eso, mamá.

Papá, ¿verdad que es la moda?

CÁNDIDO

Sí, pero es un poco fea

porque en el fondo… es la propia

costumbre de los plebeyos:

uno en jarro, y otro en copa.

CARLOS

Pero si más me interrumpen

no acabo en mi vida. Hay cosas

de importancia que deciros.

¿Me escuchan?

CÁNDIDO

Sigue en buena hora.

CARLOS

Pues, señor, como decía,

hablaba con Pancho […]. Todas

las mañanas en Plaisant

nos vemos para las copas.

RUPERTA

Dale con el vicio.

CÁNDIDO

(A Ruperta.)

¡Calla!

CARLOS

Sí, que lo que digo importa.

Ya sabe usted que mi ahínco,

mis esfuerzos, en fin, toda

mi ambición se está cifrando

en unirnos con personas

de alto kirio; porque, en fin,

nuestra posición ahora

exige ya que tratemos

con la aristocracia toda.

CÁNDIDO

Muy bien pensado, eso es.

¿Lo oyes Ruperta? ¡Qué gloria!

Y por supuesto seremos

en México gente gorda.

Así, de polendas. ¡Bien!

Y tú, por supuesto, Lola,

te casas y… no te pierdes.

¡Picarona, picarona!

LOLA

Y saldremos en mi coche

todas las tardes, y todas

las noches al Coliseo…

CARLOS

¡Al Coliseo! ¡Qué tonta!

Al teatro, se dice…

RUPERTA

No.

Coliseo, aunque te opongas.

CARLOS

Pero eso no es de buen tono.

Ruperta

Dale bola, dale bola,

si es preciso que yo aprenda

a nombrarles a las cosas

de otro modo, es necesario

que a deletrear me pongan.

¡Habráse visto!...

CARLOS

Ello es que

o usted aprende o nos mofan.

CÁNDIDO

Sí, mujer, pon atención

y habla poco, yo ya ni hablo.

LOLA

¿Conque de Pancho decías?...

CARLOS

Sí, y a propósito, encargo

muy especial. En tratándose

de personajes muy altos,

aunque no se les conozca

ni siquiera por retrato,

nombrarlos como si fuera

uno su amigo o su hermano.

Así, por ejemplo, Pepe

el ministro; o el tocayo,

hablando del arzobispo.

Manuelón, el secretario;

Miguel, al gobernador;

don Francisco o don fulano,

al consejero, al deán,

o al secretario de Estado.

LOLA.

Eso hago yo. A mis amigas

del colegio así les hablo,

qué tal muchachas, decía

cada rato. ¿Quieres? Vamos

todas las damas de honor.

¡Ay, si tienen tan buen trato!

CARLOS.

Ése es un rasgo magnífico;

ya verás el resultado.

LOLA.

Ya lo vi, si me tenían

una envidia…

CARLOS.

¡Bravo, bravo!

RUPERTA.

Ay, Jesús, qué falsedades.

Qué mentiras y qué escándalo.

¿Y qué sacas de eso, niña?

LOLA.

Qué he de sacar, que yo pase

por una joven de moda.

Cándido.

Pues eso es lo que deseamos.

RUPERTA.

¿Conque apruebas? ¡Sea por Dios!

Ah, qué tiempos alcanzamos.

CARLOS.

Pues, señores, vuelvo al punto,

que no hay cuento desgraciado

como el cuentero…

LOLA.

Sí, sí.

Conque decías que Pancho…

CARLOS.

Me presentó con su tía,

condesa de no sé cuántos.

CÁNDIDO.

Pues averígualo [tú].

CARLOS.

Sí. Pierda usted cuidado;

es una señora rica,

elegante y…¡Vaya trato!

¡Qué maneras! Al momento

que yo le fui presentado,

no abrió la boca, nomás

hizo así… Es buen tono

al saludar a un extraño,

no hablarle ni una palabra,

y no mover ni los labios.

Y dije yo para mí.

No habla, por de contado

que es toda una cortesana,

es señora de alto rango…

LOLA.

Conque, ¿cómo?

CARLOS.

Así…

(Saludando cortésmente con la cabeza.)

LOLA.

¿Y después?

CARLOS.

Así…

(Indicándole asiento.)

LOLA.

Eso es, señalando

un asiento. Ya otra vez

vas a ver qué bien lo hago.

CARLOS.

Yo con mi genio, ya saben…

yo no ando corto, y el diálogo

entablé con cierto énfasis:

Mi tío el que está en Palacio

me ha dicho… (Fue introducción.)

La marquesa de Los Álamos

me ha dicho… En la hacienda tengo

tantos y tantos caballos….

En fin, que en cinco minutos,

muy amigos, congeniamos.

CÁNDIDO.

¿Pero quién es esa tía?

CARLOS.

Van a quedar espantados.

LOLA.

¿La que tiene más haciendas

por Tampico o por Durango?

CARLOS.

La misma, aquella señora

que te enseñé en el teatro.

LOLA.

Ah sí, ¿conque ya es tu amiga?

CARLOS.

Y que vendrá a saludarnos.

CÁNDIDO.

¿Cómo es posible?

RUPERTA.

¿Qué dices?

CARLOS.

Y muy pronto, si ya estamos

iniciados, y es de veras….

¡Ah, tened mucho cuidado!

CÁNDIDO.

La voy a echar a perder.

¿Qué me aconsejan? ¿No hablo?

CARLOS.

Sí, papá, pero habla poco,

y todo muy estudiado.

RUPERTA.

Yo voy a quedar lucida.

Si yo no sé hablar de modas

[ni] de Corte ni de teatros.

¿Qué haré yo, si esa señora

me habla a la francesa? Vamos,

que no daré palotada,

y luego son los regaños,

y me dices que soy brusca,

y que yo no tengo trato.

¡Válgame Dios! Mira, mira,

yo te ruego mucho, Cándido,

que la recibas aquí

y entretanto yo me largo.

Le dices una mentira,

vale que es aristocrático

mentir descaradamente.

Miente, y carga tú el pecado.

Yo, me voy a la Profesa

a seguir mi novenario.

CÁNDIDO.

¿Qué vas a hacer? Ya digamos

que nos hemos resignado

a instruirnos en estas prácticas

de sociedad.

RUPERTA.

Ay, Dios santo.

Qué prácticas tan opuestas

a mi genio. El mundo es raro,

y yo que no le conocía

aún, a pesar de mis años.

CÁNDIDO.

Yo sí le conozco bien,

Ruperta, mas sin embargo,

si se acerca la ocasión,

no sé si estaré atrojado.

Eso es, la caravana

es dificililla, vamos.

Carlitos…

(Mira hacia sí.)

¿[Así] está buena?

CARLOS.

[Algo] exagerado.

Usted, mamá.

RUPERTA.

¿Yo hacer muecas?

¡Pues es divertido el caso!

Qué voy a hacer cucamonas.

Yo le hablaré como le hablo

a todo el mundo, y si no

está bien, tal día hará un año…

Mire usted que… ¡Vaya, vaya!

LOLA.

Mamá, pues ése es el trato

de las gentes, es preciso.

Las personas de alto rango

están en todo y critican.

CARLOS.

Y seguro hace un fiasco.

RUPERTA.

¿Hace qué?

CARLOS.

[Un] fiasco.

RUPERTA.

No entiendo

mucho…

CÁNDIDO.

¿No entiendes, mujer?

(Es el caso que yo tampoco).

Otra vez me has explicado…

CARLOS.

Fiasco es palabra italiana

Y es así como quien dice…

CÁNDIDO.

Quien dice… sí… ¡la amolamos!

CARLOS.

¡Eso es!

CÁNDIDO.

¿Lo oyes, mujer?

RUPERTA.

Sí, ya… fiasco… fiasco… fiasco.

CARLOS.

En fin, prevénganse ustedes,

que acaso no será extraño

que venga hoy con la señora…

LOLA.

¿Quién?

CARLOS.

El señor.

CÁNDIDO.

¿Sí?

CARLOS.

¡Sí!

RUPERTA.

Vamos,

¿qué va a decir de estos muebles?

CARLOS.

No hay cuidado, no hay cuidado;

como yo he de estar aquí,

y soy un gran diplomático…

CÁNDIDO.

Y luego que no ha venido

el sastre.

CARLOS.

Para este caso….

estoy también prevenido.

LOLA.

¿Así estoy bien?

CARLOS.

Sí, de paso

sería bueno…

LOLA.

¿Qué?

CARLOS.

Tener

entre manos un bordado.

LOLA.

Ya, ya entiendo, es de buen tono

bordar uno que otro rato.

Ya verán.

CARLOS.

Conque a vestirse.

LOLA.

¡Vamos, papá!

CÁNDIDO.

(A Ruperta.)

¡Vamos!

RUPERTA.

¡Vamos!

(Mutis.)

Escena V

CARLOS.

Carlos.

¡Esto se llama lucir!

Yo tengo mucho talento.

¡Brillar! Lo demás es cuento.

No tengo más que pedir.

Qué bien le he dado a la bola.

Pancho cae a no dudarlo;

no para[ré] hasta casarlo;

qué dichosa va a ser Lola.

Al fin ya está limadita.

¡Si así estuviera papá!

Mas con respecto a mamá,

¡un siglo se necesita!

Como siga mis consejos

se salvará todo escollo,

que en ocasiones un pollo

sabe más que muchos viejos.

Escena VI

CARLOS y PANCHO.

PANCHO.

¡Carlos!

CARLOS.

Carísimo.

PANCHO.

Y bien.

CARLOS.

¿Tú por acá?

PANCHO.

Contingencia.

CARLOS.

¿Viste a Concha?

PANCHO.

La paciencia

estoy perdiendo también.

CARLOS.

Oye, esa chica te arruina.

PANCHO.

No soy tonto.

CARLOS.

Es terrible.

PANCHO.

Sí, [se] la echa de sensible,

pero no me contamina.

CARLOS.

Óyeme, ya pronto cae

la del estanquillo.

PANCHO.

¿Sí?

CARLOS

Figúrate, para mí,

si creeré que se distrae.

PANCHO

Ésa sí vale la pena.

CARLOS.

Bien vale seis meses.

PANCHO.

Más.

En doce no quebrarás.

CARLOS.

Puede ser, ella es tan buena.

¡Ya tengo tres!

PANCHO.

Y yo cinco.

CARLOS.

¿Cinco? No lo puedo creer.

PANCHO.

La francesita de ayer;

Concha, Luisa y la del brinco…

CARLOS.

Son cuatro.

PANCHO.

Y la vieja aquella…

CARLOS.

Quita allá, si es una harpía.

PANCHO.

Es tan guapa que diría

que ama más que una doncella.

CARLOS.

Silencio, que alguno viene.

Escena VII

Dichos, y Lola con un bastidor.

LOLA.

Mira, Carlos, mi bordado.

PANCHO.

¡Ay, Dios! Qué susto he llevado.

CARLOS.

Mi hermana Lola.

(Presentándola.)

LOLA.(Aquí empieza

[ya] la lección.)

CARLOS.([Carlos] le hace señas de que se siente y haga una caravana.)

Mi amigo

PANCHO LIRA.

PANCHO.

Señorita.

[Aparte.]

Ay, ay, ay, qué entumidita.

(Después de hacerse cumplimientos para sentarse.)

¿Ha ido usted al teatro?

LOLA.

Sí, estuvimos la otra noche.

PANCHO.

¿Y al paseo?

LOLA.

Se rompió el coche.

PANCHO.

¿El nuevo?

LOLA.

Creo que sí.

CARLOS.

(Bien; esta chica promete,

ya aparece con dos coches.)

PANCHO.

¿Y qué hace usted en las noches?

LOLA.

Cenamos como a las siete,

si hay visitas más de cuatro;

si son de mucha etiqueta

las invitamos al teatro.

PANCHO.

Es un fastidio, yo voy;

pero me duermo.

LOLA.

¿Es posible?

CARLOS.

Ya se ve, si es insufrible;

de tu misma opinión soy.

LOLA.

¿Y a usted le gusta aplaudir?

PANCHO.

Señorita, es de mal gusto;

y como soy tan adusto…

daría mucho en qué decir.

CARLOS.

Hay algunos ignorantes

que aplauden; mas ya se ve,

bien se comprende por qué:

como no llevan guantes.

LOLA.

En eso no hay qué decir,

con un guante bien calzado,

mientras más se está ajustado

menos se puede aplaudir.

PANCHO.

Y que no vale la pena.

Yo nada supremo noto;

¿a qué viene ese alboroto,

si no hay una cosa buena?

En Europa es otra cosa;

allí hay cantantes y hay todo;

mas aquí de ningún modo.

¿Y en crónica escandalosa

cómo está usted?

LOLA.

¿Yo?

CARLOS.

Es muy corta.

PANCHO.

Pues si algo quiere saber

de todo le he de imponer

por si el negocio le importa.

CARLOS.

¿Quieres fumar?

PANCHO.

Yo no fumo.

CARLOS.

Cómo que no, a todas horas.

PANCHO.

Pero sé que a las señoras

les molesta mucho el humo.

LOLA.

(Qué fino es.) No señor; [pero]

fume usted, no me molesta.

PANCHO (A Carlos.)

¡Buen puro!

CARLOS.

Cada uno cuesta

un peso… y es pasadero.

LOLA.

(Fanfarrón hasta el exceso.

Hoy no le gustan de a peso

y fumaba de Monzón.)

PANCHO.

En fin, ¿vienes?

CARLOS.

¿Qué hora es?

PANCHO.

Voy a ver.

Carlos.

¿El de Lozada?

PANCHO.

El cronómetro.

LOLA. (Encantada

me tiene.)

PANCHO.

Las doce y tres.

CARLOS.

Hay tiempo, vamos.

PANCHO.

No quiero

ser molesto.

CARLOS.

Volveremos;

un negocito tenemos.

PANCHO.(Despidiéndose.)

Señorita.

LOLA.

Caballero.

Escena VIII

LOLA.

LOLA.

Ah, qué visita tan corta,

y qué guapo; qué buen chico.

Tiene no sé qué de amable,

y unos modales tan finos;

la gente decente, siempre

acostumbrado a ser rico,

lleva la ropa tan bien.

Y tiene unos piececitos,

qué bien calzado. Y el guante

qué bien puesto. El fistolito

colocado… y la corbata…

todo, todo bien prendido…

Si no se habrá figurado…

quisiera saber qué ha dicho…

si le seré indiferente…

Ya van más de tres domingos

que me ve salir de misa

y me echa el lente, y he visto

que me sigue; yo le haré

que caiga; si lo consigo,

ya podré contar a todas

que tengo un novio divino.

Escena IX

CÁNDIDO y LOLA.

CÁNDIDO.

Vamos, ponme tú la gorra.

LOLA.

Así está bien, papacito;

está usted muy elegante.

CÁNDIDO.

Pero, ¿no será ridículo?

LOLA.

No, papá, si ése es el traje

de casa, es muy sencillo.

Y como no viene el sastre,

es un recurso magnífico.

CÁNDIDO.¿[Viene] la de Mirafuentes?

¿Vendrá también el [marido]?

LOLA.

Puede ser, lo dijo Carlos.

CÁNDIDO.

Vaya, entretanto, aquellito

ensayaremos los dos.

En el espejo me he visto

y ya no me sale mal,

mira, mira, así me inclino.

[Llevando la cara abajo.]

LOLA.

Pa’, un poco menos.

CÁNDIDO.

No atino.

Carlos hizo así…

LOLA.

No, no,

con más chic y con más tino.

CÁNDIDO.

¿Con más qué?

LOLA.

Chic.

CÁNDIDO.

¿Qué es eso?

Lola.

Vea usted. Eso es lo mismo

que… en fin, chic quiere decir…

Pero que venga Carlitos

y le explique a usted, papá,

él sabe bien.

CÁNDIDO.

¿Será “chico”?

LOLA.

No, papá: chic.

CÁNDIDO.

Vaya cosa,

yo no atino. No se te olvide.

y temo que no desbarre,

si acaso esa señora

[entra y] me pone en palillos,

que no es muy fácil hablar

[correcto y] sin desatinos.

LOLA.

Pierda usted [todo] cuidado.

Carlos y yo del peligro

le sacamos, si se tuerce

o se atranca en el camino.

CÁNDIDO.

No te pareces a mí.

¿Ya será hora?

LOLA.

No se sabe

a punto fijo.

CÁNDIDO.

Pon cuidado,

creo que tocan.

LOLA.

Se oyó muy claro

el sonido de la campana.

CÁNDIDO.

Tienes razón. Estaremos

dispuestos y prevenidos.

LOLA.

Usted leyendo el periódico

y yo bordando.

(Ocupan sus lugares y hay una pausa muy grande. El uno leyendo y la otra bordando.)

CÁNDIDO.Bendito

sea Dios. Oye, Lola,

mira si por las pantuflas

se me ven los calzoncillos.

LOLA.

No, papá.

CÁNDIDO.

¿Y esta postura?

LOLA.

Está bien.

CÁNDIDO.

Siento un poquito

de este lado la montera…

LOLA.

Gorra griega, papacito.

CÁNDIDO.

Pues la griega ponla bien.

LOLA.

De lado es mejor.

CÁNDIDO.

Lo dicho.

Yo no entiendo una palabra

de eso… eso es… de “chito”.

LOLA.

Chic, papá.

CÁNDIDO.

Tienes razón,

ya el idioma es tan distinto.

Siento pasos.

LOLA.

Era bueno

que avisaran.

CÁNDIDO.

¡Qué suplicio!,

¿qué…?, ¿no cambio de postura?

LOLA.

Está usted bien.

CÁNDIDO.

Me resigno.

(Rato de silencio en que vuelven ambos la cara de vez en cuando hacia la puerta, con precaución, como para no ser sorprendidos.)

Escena X

Dichos. JOSÉ MARÍA, que se detiene en el fondo contemplando el cuadro.

CÁNDIDO

(Sin moverse.)

¡Ahí está!

LOLA.(Lo mismo.)

¡Calle usted!

José.¡Cándido!

CÁNDIDO.

¡Qué veo, Dios mío!

¿Tú por aquí, buena alhaja?

JOSÉ.

Dame un abrazo, primito.

¡Qué gordo estás y qué guapo!

¡Estás hecho un arzobispo!

¿Y esta chica?

CÁNDIDO.

Es Lola.

JOSÉ.

¡Cómo!,

tan grande…

CÁNDIDO.

Mira a tu tío.

Salúdalo.

JOSÉ.

¿Cómo te va?

¡Oh!, qué linda estás, gormijo.

Si yo he dejado de verte…

sí, desde cincuenta y cinco

te dejé que parecías

una muñeca. ¡Dios mío,

qué viejos somos! ¿Y Carlos?

Estará hecho un beduino;

un gendarme; ¿Dónde está?

CÁNDIDO.

¿No está en casa?

LOLA.

No. Ha salido.

JOSÉ.

Y Ruperta tu mujer,

¿qué tal?

CÁNDIDO.

Va bien.

JOSÉ.

¿No hay más chicos?

Cándido.

No, a Dios gracias.

JOSÉ.

Es mejor.

Pero a todo esto, primito,

tú te estás volviendo loco.

Cándido. ¿Por qué?

JOSÉ.

Porque estás vestido

de mojiganga y tu hija

tiene un copete magnífico.

LOLA.

¡Qué brusco es el tío!

CÁNDIDO.

Yo no, como siempre me visto

a mi gusto.

JOSÉ.

¿No? ¿Pues quién

se encarga de este capítulo?

CÁNDIDO.

¡Ay, Pepe!, si tú supieras…

Se han rebelado mis hijos

y nos tienen en un brete;

nos dan lecciones de finos

modales, de urbanidad,

pues de ese modo exquisito

que se usa en la nueva Corte,

entre gente de alto kirio,

porque es preciso hacer esto

desde que ya somos ricos.

JOSÉ.

Sí, supe allá que heredaste

por tu mujer algún pico;

pero el maldito dinero

les ha trastornado el juicio

y ya te dejas mandar

por este par de pollitos.

¿Y no cuentas que a tu edad

cargarás con el ridículo?

CÁNDIDO.

¡Qué quieres, Pepe, qué quieres!

Si todo es tan preciso.

JOSÉ.

No, señor, majaderías,

invenciones de estos niños.

LOLA.

Señor, no son invenciones,

que en sociedad es preciso

darse uno el lugar que tiene

y entrando en el alto kirio

portarse con la decencia

y el decoro merecido.

JOSÉ.

¡Válgame la Virgen prieta!,

que has hablado de lo lindo;

en primer lugar, tú debes

no decir señor; tu tío,

y muy tu tío. ¿Lo entiendes?

Con respeto de[l] alto kirio,

no me tientes de paciencia,

porque te pongo en ridículo:

que cada uno de nosotros

ha de ser como Dios lo hizo.

¡Habráse dado manía!…

LOLA.

No es manía, es el destino

que le toca a cada cual

en el mundo: así vivimos

en una esfera elevada.

JOSÉ.

¡Qué esfera ni qué rodillo!

Aquí no hay más monadas

y tenlo bien entendido.

¡Vaya una chica! ¡Te luces!

¡Cándido, eres un borrico,

dejarte así gobernar

como si fueras un chico!

[A Lola.]

Anda a llamar a Ruperta,

dile que aquí está su primo,

que ésa sí no ha de pasar

por esta farsa. Pues digo:

¡válgame la Virgen prieta!

¡Pues si estás hecho un ministro!

LOLA.

Me voy, pues me va a dar algo.

[Aparte.]

¡A qué hora ha llegado el tío!

Escena XI

CÁNDIDO y JOSÉ MARÍA.

JOSÉ.

No tengas miedo, aquí estoy.

Verás como a esos muchachos…

CÁNDIDO.

Oye, primo, es un suplicio

esto del buen tono.

JOSÉ.

¡Al diablo

con el buen tono y con todo;

ande uno cómodo y ancho

y que se ría la gente.

No haciendo a la gente caso,

mírame a mí, soy feliz:

aumentando mis atajos

he doblado ya diez veces…

Y mira… los mexicanos

aquí echamos el dinero:

¡anchas bolsas, y a gastarlo!

(Suena las bolsas.)

De que yo miro a un catrín

que al pagar se va sacando

de la bolsa del chaleco

portamoneda[s] abrochado,

y saca con los dos dedos

medio o muchas veces tlaco…

Digo yo, ¡ya ese maldito

no quiere ser mexicano!

¡Qué mezquindad! Oye, primo;

por más que te hayan contado

que en otras partes del mundo

es todo mejor, ¡qué diablos!...

No hay como México, sí…

Este país tan denigrado

es un país como no hay otro

al otro lado del charco.

Qué me vienes ahora tú

con esos humos extraños,

con que todo a la francesa,

a la inglesa. ¡Pues estamos

lucidos! ¡No, señor! [¡No!]

Ante todo, ¡mexicanos!

Amemos nuestras costumbres

que si este país es malo

no vendrán más extranjeros;

y si es bueno, ¿qué ganamos

con imitar las costumbres

del que su país ha dejado?

Cándido.

¡Por Dios, primo!

JOSÉ.

¡Nada, nada!

Ya me ves, pues más de cuatro

quisieran tener mis rentas.

Eso sí… ¡de mi trabajo!

No necesito pedir yo

ni a tirios ni a troyanos,

que me mantengan; yo busco

la vida con el trabajo,

si otros hicieran lo mismo,

otro sería el estado

de México; no que todos

quieren vivir del erario.

Y esta ardiente juventud

con talento y buenos brazos,

aprende a leer y escribir,

luego algunos latinajos,

y como son niños finos

aborrecen el trabajo.

“Mamá, me voy al cajón”;

y un joven barbicerrado

se pone a vender bretaña

y se mide hasta los tápalos.

Y otro, que no aprendió

casi nada, ve al cuñado,

al pariente, y con empeños…

empleadito asalariado.

Si tiene disposición,

si pudiera valer algo,

en máquina de escribir

se va la vida pasando.

Que cerraron la oficina,

al portal, a la miseria

a dar lástima. ¡Muchachos!,

¿cuándo querrán comprender

que es un tesoro el trabajo?

¿Y tu hijo Carlos será

cajonero o empleado?

CÁNDIDO.

No es nada…

JOSÉ.

Para marqués

tal vez estará estudiando.

¡Ay, primo, te compadezco!

Si meto un poco la mano

pongo a todos en cintura

y ya verán…

CÁNDIDO.

¡Por Dios santo,

primo, te ofrezco…!

JOSÉ.

¡Bah! ¡Bah!

Estás tu ruina labrando.

En fin, ¿Ruperta no sale?

CÁNDIDO.

Es que se estaba ataviando

porque esperamos visitas.

JOSÉ.

¡Malo, malo! ¡Malo, malo!

CÁNDIDO.

¿Por qué, primo, estás furioso?

JOSÉ.

¿Por qué?... Qué sé yo qué pájaro

serán estas gentes.

CÁNDIDO.

Mira,

esas gentes son muy altos

y muy nobles personajes.

JOSÉ.

¿Nobles? ¡Malo, malo, malo!

CÁNDIDO.

Pero hombre, ¿por qué?

JOSÉ.

¿Por qué?

Mira, los nobles… Me callo,

que ya en mejor ocasión

te apagaré esos humazos,

porque ahora me voy.

CÁNDIDO.

¿Qué es esto?

JOSÉ.

Sí, primo. He tomado un cuarto

en el hotel, y además,

tengo qué hacer, voy al teatro.

CÁNDIDO.

¿Al teatro?

JOSÉ.

A tomar boleto,

porque vengo de Irapuato

para ver a la Peralta

que me dicen es un pájaro.

Como es mexicana, dije,

[venga], venga mi caballo

que voy a aplaudir y quiero

observar también de paso

qué hacen ciertos extranjeros

en la ópera, mirando

que hay ángeles…, ¡y muy lindos,

en país de pobres diablos!

CÁNDIDO.

Pero oye, no habrá boletos.

JOSÉ.

Los consigo a puñetazos,

porque es la última función.

Conque, nos vemos, Cándido.

Cándido. Ve con Dios… ¡Si cada día

se hace este Pepe más bárbaro!

Escena XII

CÁNDIDO y CARLOS que llega.

CARLOS.

¡Vengo ahogándome, papá!

¡Ya vienen!...

CÁNDIDO.

¿Quién? ¿Esas gentes?

CARLOS.

[Sí, ya,] la de Mirafuentes.

¡Lola!,ven pronto. ¡Mamaaá!

CÁNDIDO

¡Jesús!, ¡se acercó la hora!

Carlos.Dentro de un momento llega.

CÁNDIDO.

¿Tengo bien puesta la griega?

Carlos. ¡Lola! ¡Mamá! ¡La señora!...

Escena XIII

Entra Lola cargando un bastidor, dos grandes ramilletes, un tarjetero de mesa con muchas tarjetas y un álbum de retratos. Es seguida de Doña Ruperta, que viene vestida de muy mal gusto y atrojada, poniéndose guantes blancos.

LOLA.

¡Cógeme esto!...

RUPERTA.

¡Ave María!

Carlitos, ¿así estoy bien?

CARLOS.

Sí, mamá.

LOLA.

Y esto también.

Carlos.

Eso es. ¿Qué se diría

de nosotros sin bouquet?

LOLA.

Sin álbum, sin tarjetero…

CÁNDIDO.

¿Cuál es bouquet?..., ¿ese florero?

CARLOS.

Éste, conózcalo usted.

CÁNDIDO.

No se llamaba así antes.

RUPERTA.

¡Nada sabemos los viejos!

¿Y para qué?, son trebejos.

CARLOS.

¡Quítese usted esos guantes!

CÁNDIDO.

Oye, Carlos, ven acá,

¿qué cosa es chic?

CARLOS.

Luego, luego.

LOLA.

Yo, a mi bordado me entrego.

Ruperta. Y yo, ¿qué hago?

CARLOS.

Usted se está

sentada allí.

LOLA.

¡Como gustes!

El periódico, papá.

CÁNDIDO.

Sí, [sí,] ya lo sé.

RUPERTA.

Yo, ya

me estoy quitando los guantes.

CARLOS.

Pero ¿dónde se ha metido?

¿Qué dirán de usted las gentes?

RUPERTA.

Para el señor Mirafuentes

dejaba el sillón, querido.

CARLOS.

Después será. (A Cándido.) Bien, así

está usted perfectamente.

LOLA.

Oye, será conveniente

que nos avisen…

CARLOS.

Sí, sí.

(A la puerta.)

Oye, Pascasio o Tomás,

O ¿cómo te llamas?

Lola, Pablo.

CARLOS.

Pues, Pablo, ven que te hablo…

Escena XIV

Dichos. Y Un criado.

CARLOS.

Cerca del portón te estás.

Cuando vengan las visitas

que no entren a la sala;

a pasar a la antesala

al momento las invitas,

y dices: “Voy a avisar,

¿a quién anuncio?” Y su nombre

te dirán. ¿Lo entiendes, hombre?

Y te vienes sin tardar,

corre. Es un criado muy vivo.

(Viendo que permanecen en la misma postura.)

No hay que fatigarse tanto.

CÁNDIDO.

Bueno, porque ya no aguanto.

CARLOS.

Nada de tono festivo,

nada del pasado, nada;

ser en extremo prudente;

si mentamos un pariente

damos una campanada

y al momento se sabría…

CÁNDIDO.

Sí se va a saber, Dios mío,

porque ha llegado tu tío…

CARLOS.

¿Quién?

CÁNDIDO [¿Que] quién? José María.

CARLOS.

Somos perdidos.

RUPERTA.

¿Qué pasa?

¿Aquí está José?, ¡qué bueno!

CARLOS.

Malo; viene a mal terreno.

¡A ver! No estamos en casa.

RUPERTA.

¿Pero ¿cuándo vino? ¿Cómo?

Cándido.

¡Qué!... ¿No te ha avisado Lola?

RUPERTA.

No, si yo me he estado sola.

CARLOS.

¡Bárbaro de tomo y lomo

de Irapuato! ¿Quién colige

que allí pueda haber un hombre

que por rústico no asombre

si a la Corte se dirige?

Si aquí entre la flor y nata,

entre el lujo y el boato

hay brutos, en Irapuato,

¿qué ha de haber más que de resta?

CÁNDIDO.

Pero, oye, no digas eso.

RUPERTA.

Yo he conocido personas…

CARLOS.

De fuera, monos y monas,

no conocen el progreso.

CÁNDIDO.

¡Cáspita!, ¡qué fuerte estás!

Carlitos tiene talento.

RUPERTA.

Mira, pues mucho lo siento,

pues sin talento valía más.

LOLA.

Yo ya estoy muy impaciente.

CARLOS.(A Lola.)

Ya vendrán; nombras la hacienda.

LOLA.

Por supuesto.

CARLOS. (A Ruperta y Cándido.)

¡Conque enmienda,

otro modo enteramente!...

Escena XV

Dichos y el Criado.

CRIADO.

¡El señor de Mirafuentes!

RUPERTA. ¡Jesús!

CÁNDIDO.

¡Mi papel!...

CARLOS

Que pasen.

(Se va el criado.)

A ver qué hacen ustedes

para estar indiferentes.

(Pausa ligera.)

Escena XVI

Cándido, Carlos, Lola, Ruperta y el Señor y la Señora Mirafuentes.

CARLOS.

¡Oh, señor de Mirafuentes!

Señora, beso los pies.

Pasen ustedes, ésta es

su casa. Estamos pendientes

del menaje, mil perdones,

como amigos verdaderos;

¡oh! Si estos tapiceros

todos son unos bribones.

Papá…, mamá…

CÁNDIDO.

¡Ya!

CARLOS.

El señor,

la señora Mirafuentes.

(Se cambian cuatro genuflexiones: los Mirafuentes, naturales, y los demás, ridículos.)

Mi hermana Lola.

(Idem, saludos.)

Las gentes

que nos hacen el favor

de visitarnos, toleran

estos muebles; porque, en fin,

usted conoce el trajín

de poner casa; exasperan

aquí mucho los artesanos.

¡Por aquí!... ¡No!... ¡Por aquí!

(Después siguen cambiándose cumplimientos mudos, siempre exasperados y ridículos por parte de los de la casa. Hay muchos movimientos para llegar a sentarse. La escena muda durará todo el tiempo que los actores quieran sostenerla. Ya cuando todos estén sentados y pendientes unos de los otros, como esperando que alguno comience a hablar, cae el telón poco a poco.)

Natural y figura o El ranchero de Irapuato

José Tomás de Cuéllar

Acto segundo

Escena I

CÁNDIDO y JOSÉ MARÍA, sentados.

JOSÉ.

Pues oye, sólo un cenzontle

o un piano de esos buenos

pueden hacer lo que hace

la Peralta: ¡qué gorjeos!

¡Si da gusto! Qué bien hice

en venir sin perder tiempo.

CÁNDIDO.

¿Y el público?

JOSÉ.

Mira, el público…

entendámonos, yo cuento

entre lo que forma el público,

tanto en uno y otro sexo,

a quien gusta del teatro

y va a gastar el dinero

por divertirse, es decir,

por gozar con lo de adentro,

con la comedia o la ópera

no ignorando el argumento

pero no es público, primo,

esa ringla de podencos

de guantes blancos, que charlan

o están haciendo muñecos

con los programas, o están

nomás a los palcos viendo.

Esos nenes no son público,

no pueden tener buen seso;

y luego que van entrando

al segundo acto; hay muñecos

de esos que entran a media ópera,

que en el pórtico están hechos

un demonio por entrar;

pero más puede el deseo

de darse tono y fingir,

a los que cantan, desprecio.

CÁNDIDO.

¿Es posible?

JOSÉ.

¡Bah! Si vieras

que un catrín se estaba riendo

porque yo para entender

la ópera, en el libreto

que compré, iba consultando

todo lo que estaba oyendo.

CÁNDIDO.

Pero eso es muy natural.

JOSÉ.

Ya se ve; pero es muy feo,

según todos esos títeres

que nunca compran libretos.

CÁNDIDO.

¡Vaya cosa!... Es necesario

preguntar, [y] luego, luego,

a Carlitos, si es mal tono

leer el libro.

JOSÉ.

Otra y te pego,

si le consultas a Carlos.

¡Ya, ya!

CÁNDIDO.

Como ya es sujeto

que sabe todas las modas…

JOSÉ.

Los modos, dirás.

CÁNDIDO.

Pues eso,

no olvidaré preguntarle.

JOSÉ.

Pues como te iba diciendo,

ninguno de esos peleles

aplaudió ni hizo algún gesto.

Al principio, dije yo…,

pues curioso [es] el suceso,

¡cuántos sordos se han juntado!

Es original; yo creo

que esos niños como tapia

tienen los oídos, pero

en el entreacto observaba

que se entendían teniendo

conversación y modales

como todos; y ahora vengo

a colegir que esos chicos

no tienen mucho talento.

Y mira lo que es el gusto,

los de los palcos terceros

y los de arriba, aplaudieron;

pero oye, primo, ¡frenéticos!...

Se conoce que sentían

y que se ponían huecos

de ver en la mexicana

tan admirables progresos.

Y tú, ¿qué te hiciste anoche?

CÁNDIDO.

Pues anoche era en extremo

preciso, según Carlitos,

felicitar a un sujeto

que me parece es ministro…

o no sé qué…

José.

¿Qué es eso?

¿Fuiste a hacer una visita

sin saber a quién?

CÁNDIDO.

No, pero

como mi hija cada rato

está conque… hoy tenemos

que dar estos días; mañana

el pésame al consejero.

Después una enhorabuena,

o el general está enfermo…

JOSÉ.

Pues, hombre, tú no tenías

tantas relaciones.

CÁNDIDO.

Cierto;

pero Carlitos

se empeña

en que es preciso ir teniendo

amistades de gran tono.

JOSÉ.

Dale con el embeleco

del gran tono; cada cual

se esté donde lo pusieron

su nacimiento y su clase,

su cabeza y su dinero.

Porque, no te canses, primo,

los que rústicos nacieron

aunque los vistan de frac

y sean ricos como Creso,

se les ha de ver la hilaza

y no dejarán el pelo

de la dehesa. Y ahora tú,

que a tu edad estás creyendo

que puede dar en el mundo

aristocracia el dinero;

oye, no hay aristocracia

más que una: la del talento.

Que tu hijo Carlos es hombre

de letras y ha descubierto

la cuadratura del círculo,

un planeta, otro hemisferio,

la piedra filosofal

o, en fin, que en el mundo ha hecho

algún bien a sus hermanos….

Yo me quitaré el sombrero

y le llamaré marqués

o conde, y no me avergüenzo.

Pero porque don Zoquete

ha tenido más dinero

que tú, te creas inferior,

eso, primo, es… de mal género.

Yo sé bien lo que te digo.

El ser rico no es un mérito.

CÁNDIDO.

Pero oye.

JOSÉ.

Nada de argucias;

lo dicho, no me doblego;

si tú sales de tu esfera,

ya verás qué lindo es eso;

y como que eres mi primo,

y como primo te quiero,

yo no debo permitir

que te andes con esos cuentos

que van a costarte caro:

te arruinas en un momento.

Yo no me opongo a que goces

y a que gastes tu dinero

en lo que quieras; pero, hombre,

que no sirva de tormento

cada paso que tú des;

goza a tu modo y laus Deo.

Cándido. En parte tienes razón.

JOSÉ.

Pues ya se ve que la tengo;

y si no, dime en confianza,

¿estás así más contento,

en compañía de los tuyos

con libertad, con sosiego,

sin estudiar las palabras

ni forzar hasta los gestos,

en una reunión de amigos,

como tú de medio pelo,

pero mostrando a su modo

el cariño verdadero?

Un franco apretón de manos,

un “oye chico”… es más bueno

que esas largas reverencias

que hacen tan mal.

CÁNDIDO.

No lo niego.

JOSÉ.

Pues si lo conoces, primo,

por qué no te pones tieso

y dices: ¡Aquí yo mando!;

y le haces ver al muñeco

de tu hijo, que es una farsa

lo que contigo está haciendo.

CÁNDIDO.

¡Qué! Si tú no lo conoces.

¡Pondría el grito en el cielo!...

JOSÉ.

Muy bien me parece, primo,

¿y qué tenemos con eso?

CÁNDIDO.

Que la verdad, como ya

hemos consentido…

JOSÉ.

Pero,

¿qué importa? Precisamente

lo malo es que consintieron;

y nunca es tarde, querido,

para corregir un yerro.

CÁNDIDO.

Tienes razón, lo conozco.

Pero quizá andando el tiempo

lleguemos a acostumbrarnos.

JOSÉ.

¡Hola, hola!... Según veo

ya te vas aclimatando;

la vanidad es veneno,

y antes de que tome creces,

cortaré este mal a tiempo.

Ya verás lo que te espera.

Por ahora, adiós, ya vuelvo.

CÁNDIDO.

¿A dónde vas?

JOSÉ.

Hace años

que no he visitado México.

Tengo que ver la Academia

de San Carlos y el museo,

algunas fábricas nuevas

y el ferrocarril de Arbeu.

CÁNDIDO.

Adiós.

JOSÉ.

Hoy como contigo.

CÁNDIDO.

Es posible… ¡Santo cielo!

Escena II

CÁNDIDO.

Cándido. ¿Comer con nosotros hoy

que vienen los Mirafuentes?

¿Qué pensarán esas gentes?

(Llamando.)

¡Ruperta, perdido estoy!

Seguro que este jayán

suelta una de tomo y lomo.

Hoy es día que no como,

pues me va a amargar el pan

la cultura, el chic de Carlos

y la finura de Lola.

¡Oh!, qué linda carambola

vamos a hacer al juntarnos.

Escena III

CÁNDIDO y doña RUPERTA.

RUPERTA.

¿Qué te sucede?

CÁNDIDO.

¡Ven, ven!,

es una calamidad.

Pepe tiene la bondad

de comer acá.

RUPERTA.

Muy bien.

CÁNDIDO.

¿Cómo muy bien? ¡Del infierno!

¡Que de huirle no me eximo!

¿Qué no conoces que el primo

es hablador sempiterno?

Y por más que tú te encumbres

en el mundo aristocrático,

él siempre será fanático

de las antiguas costumbres,

y nos pondrá en evidencia

ante el señor Mirafuentes,

con sus chistes imprudentes.

RUPERTA.

Pues, ¿qué no tendrá prudencia?

Al ver persona tan alta

no dirá cosas atroces.

CÁNDIDO.

Ruperta, no le conoces.

RUPERTA.

Pues, señor, sólo esto falta.

Pero bien visto, ¿por qué

temes? Como es ranchero,

entenderá el mundo entero

que lo hace de buena fe.

CÁNDIDO.

No me comprendes, bendita.

Va a decir la Mirafuentes:

¡Qué parientes, qué parientes

tiene doña Rupertita!

RUPERTA.

Pues Pepe no es tan mal mozo.

CÁNDIDO.

Pero es burdo.

RUPERTA.

Sí, en confianza.

CÁNDIDO.

Siempre es el mismo.

RUPERTA

En chanza…

CÁNDIDO.

Va a echar el agua al pozo.

RUPERTA.

Yo no creo.

CÁNDIDO.

Ya vendrá Carlos,

que opinará como yo.

RUPERTA.

Puede, mas creo que no.

CÁNDIDO.

¿Parientes? ¡Para quemarlos!

Escena IV

Dichos y un CRIADO.

CRIADO.

Vienen unos cargadores

con trastos.

CÁNDIDO.

Al comedor,

será la vajilla.

RUPERTA.

Por eso

Carlos no deja renglón,

en todo está.

CÁNDIDO.

¡Corre, corre!,

allá en ese aparador

o como se llame el mueble

grande que ayer se compró,

allí lo colocas todo.

Ve a ver eso.

RUPERTA.

Sí, voy, voy.

Escena V

CÁNDIDO.

CÁNDIDO.

Vajilla nueva, eso es,

¿sí tendrá puesto el blasón?,

porque Carlitos me ha dicho

que ése es el estilo de hoy:

en cada plato un escudo.

¿Cuál será el nuestro? Yo no

lo conozco, tal vez eso

no sea de precisión.

No todo el que tiene armas

entiende de dónde son.

Teniéndolas en los platos

y en el coche, se acabó.

Si el señor de Mirafuentes

me pregunta, diré yo:

¿las armas? ¡Oh!, sí, estas armas,

el escudo, sí señor,

y así saldré bien del paso;

desde antes de anoche estoy

pensando que muchas veces

que he preguntado algo yo

no he entendido la respuesta;

y sintiendo algún rubor

de confesar mi ignorancia,

he dicho: sí, sí señor.

Y con esto a otra materia

nos pasamos de rondón.

Hablaré poco, muy poco,

¡y acertaré por quien soy!

Escena VI

CÁNDIDO y CARLOS.

CARLOS.

¿Ya trajeron la vajilla?

CÁNDIDO.

Sí, ya está en el comedor.

Carlos. Bueno; ¿y monsieur Coquelet?

Cándido. Algún ministro.

CARLOS.

No, no,

Coquelet, el del restaurante.

CÁNDIDO.

¿El de dónde?

CARLOS.

¡Sea por Dios!

Papá, no comprende usted.

CÁNDIDO.

No conozco esa nación.

CARLOS.

Si restaurante es la fonda.

CÁNDIDO.

¡Acabaras!, qué sé yo

de “restorán”; si me hubieras

dicho que del bodegón…

CARLOS.

Ya no se usa decir fonda…

CÁNDIDO.

Lo sé para otra ocasión.

¿Conque “res… to…rán”?

CARLOS.

¿Y Lola?

CÁNDIDO.

En la cocina.

CARLOS.

¡Qué horror!,

en la cocina a estas horas

y ya van a dar las dos.

CÁNDIDO.

¿A qué hora vienen?

CARLOS.

No tardan.

CÁNDIDO.

Está cociendo el arroz.

CARLOS.

¡Dios mío, qué desarreglo!

¡Qué criados! ¡Es un horror!

¡Este país, esta gente,

estas costumbres! No, no,

¡si no se puede sufrir!,

mañana mismo me voy

a buscar un cocinero

inglés que tenga reloj.

Escena VII

Dichos y Lola sin crinolina y con un mandil.

LOLA.(Llorando.)

¡Papá, Carlos! ¡Qué desgracia!

¡Oh, desesperada estoy!

CÁNDIDO.

¿Qué te sucede hija mía?

CARLOS.

Di, ¿qué te pasa, por Dios?

LOLA.

Que ya la pasta de almendras

¡otra vez se me cortó!

CÁNDIDO.

Y, ¿eso es todo?

CARLOS.

Bueno, bueno

te dije que era mejor

que trajeran esas cosas

de la fonda.

CÁNDIDO.

¡Sea por Dios!

CARLOS.

Deja la pasta de almendras

y escucha: circunspección,

aplomo, cierta ironía,

luego alguna que otra tos.

LOLA.

Ya entiendo.

CÁNDIDO.

¿De qué se trata?

CARLOS.

Viene Pancho Lira hoy.

CÁNDIDO.

¿Y qué?

CARLOS.

Que alecciono a Lola.

CÁNDIDO.

¿Para qué?

CARLOS.

Porque él es vivo,

pero más vivo soy yo,

con ciertas lecciones cae…

Papacito, es un millón…

Cándido. Pero, hombre…

CARLOS.

Ya lo oyes, Lola.

LOLA.

No necesito orador.

Yo sé muy bien lo que hago.

Cándido. Ya maestros son los dos.

Y dime: ¿también se usa

fraguar intrigas de amor

delante de sus papás?

CARLOS.

Calle usted, ¡es un millón!

Cándido. Vaya una razón de peso.

Carlos.

Papacito, el mundo de hoy

está muy adelantado.

CÁNDIDO.

¡Mucho!

CARLOS.

Falta una lección.

Di que traigan unos platos

cubiertos, mantel, que yo

tengo que hacer un ensayo

con ustedes porque hoy

va a ser la primera vez

que con gente comme il faut

comemos, y es necesario

estar en todo.

LOLA.

¡Voy, voy!

Escena VIII

CARLOS y CÁNDIDO.

CÁNDIDO.

¿Qué será “milfó”? Oye Carlos,

¿qué es “milfó”?

CARLOS.

No, comme il faut.

CÁNDIDO.

Pero bueno, ¿eso es pescado

en aceite o en licor?

CARLOS.

Es una frase francesa.

CÁNDIDO.

¡Ah! ¿pues no lo digo yo?

Si dijeras: comeremos

con mucho… chic. (Ya salió.)

¿Estuvo bien aplicado?

CARLOS.

Sí, papá.

CÁNDIDO.

Bueno, esta voz

es más sencilla, se entiende;

pero la otra de “milfó…”

Escena IX

Dichos. Lola y doña Ruperta. Lola seguida de dos Criados que traen una mesa con mantel, platos, vasos, copas de distintas clases. En seguida doña Ruperta, cargando también algunos trastos.

LOLA.

Aquí está ya.

CARLOS.

Por aquí.

(Colocan la mesa.)

Bien, a sentarse. Esta silla

(a cabecera derecha.)

es del señor Mirafuentes.

(La cabecera derecha.)

[Refiriéndose a la señora Mirafuentes]

La niña… ésta es la mía

(Idem a su derecha.)

Tú acá.

LOLA.

¿Junto a Pancho Lira?

CARLOS.

Sí, es natural [que] en la mesa

se procure que juntitas

estén algunas personas.

Los jóvenes con las niñas…

Los papás con los papás,

y así cada uno platica

más a gusto; usted mamá,

tome el cuchillo y divida.

RUPERTA.

Pero ¿qué?

CARLOS.

Es un quid pro quo.

RUPERTA.

¡Ah! sí, en caldillo de harina.

CÁNDIDO.

No mujer, una verbigracia.

RUPERTA.

¡Ah!, pensé que “quid pro guo”

era así, gallo o gallina.

CARLOS.

Se toma así el tenedor,

así el cuchillo, se trincha,

se parte… No abrir los codos

así, se deja enseguida,

se cambia acá el tenedor,

y entretanto se mastica,

se cambia otra vez, se parte,

se deja, se cambia, arriba

y otra vez. Vamos a ver.

CÁNDIDO.

A ver.

RUPERTA.

Ánimas benditas,

es muy larga la maniobra

yo no la aprendo en mi vida.

LOLA.

No, mamá; míreme usted:

es la cosa más sencilla.

CARLOS.

Alecciona tú a mamá,

yo a papá. No, derechita

la mano.

CÁNDIDO.

Si es muy forzado.

CARLOS.

Eso era en aquellos días

en que no había cultura,

hoy la cosa es muy distinta;

nada es forzado, vea usted:

en un tiempo así se hacía,

al pasar un plato; ahora

se pasa así. Es más bonita

la actitud, más elegante;

el puño de la camisa

se ve con todo y mancuernas;

y, sobre todo, esto indica

que uno sabe lo que trae

entre manos.

RUPERTA.

Las copitas

¿son para el vino?

CARLOS

No, no.

Vea usted, son todas distintas,

ésta para el burdeos,

para el jerez, y estas chicas

para el licor.

RUPERTA.

¡Virgen santa!

Es mucho, por más que digan,

el vicio de la embriaguez

está en boga, y ya no atinan

las gentes con tantas copas

de figuras tan distintas.

Cuidado, que en estos tiempos

un libro se necesita

para aprender todo eso;

en mi tiempo se ponían

vasos y copas, y todos

a su gusto se servían,

sin andar con distinciones.

¡Ay!, pero todo varía.

Carlos. A repetir la lección.

Todos como yo.

(Pausa.)

RUPERTA.

Hija mía, …

no puedo más.

CARLOS.

Adelante.

CÁNDIDO

¿Así está bien?

CARLOS.

Más juntitas

las manos; así está bien.

Escena X

Dichos en su sitio y José María entrando.

JOSÉ.

Que aproveche.

CÁNDIDO.

¡Ave María!

Mi primo.

JOSÉ.

Qué bien lo hacen.

¡Buena salud! ¿Qué haces, prima?

¿Cómo te va de apetito?

RUPERTA.

Es un “quid pro guo”.

JOSÉ.

Lolita,

¿y Carlos? Ah, buena pieza,

ven acá; si ya te pinta

la barba, ya eres grande, hombre.

¿No me abrazas?

(Carlos se separa de la mesa y se acerca a José.)

¿Te resignas?...

Sé que no te ha de gustar

mi modo, porque tú estilas

todo al revés. Vamos, [vamos,]

¿no me ofreces [nada,] niña?

LOLA.

Si no es nada, mire usted.

JOSÉ.

¡Cómo! ¿Pues qué? ¿No comían?

CARLOS.

Era sólo la lección,

que daba yo a mi familia.

JOSÉ.

Lección, ¿de qué, señor sabio?

Diga usted.

CARLOS.

De cortesía.

JOSÉ.

¿Y quién te enseñó, pelele,

que de maestro practicas?

CÁNDIDO.

Mira, primo, mi hijo Carlos

tiene maneras muy finas.

RUPERTA.

Es así por nacimiento.

JOSÉ.

¡Oiga! ¿Por la cortesía?

Maestro de ceremonias,

por vocación te dedicas.

[A Lola.]

Y tú, ¿qué sabes hacer?,

¿sabes remendar camisas?

LOLA.

¡Dios me libre! Es un trabajo

sólo para gentes ínfimas.

JOSÉ.

Sí, es denigrante, muchacha.

Para las personas ricas,

labrar, traducir idiomas,

dibujar, economía

doméstica, historia o algo.

LOLA.

Nada de eso sé, en cocina

es otra cosa.

JOSÉ.

¿Te aplicas

hoy al arte culinario?

RUPERTA

¿Al arte qué?

JOSÉ.

De cocina.

RUPERTA.(Aparte a Cándido.)

¿Está bien dicho?

CÁNDIDO.

No sé.

Sabes que en palabrería

no soy fuerte.

RUPERTA.

¡Culinario!

Señor, ¿qué lengua es la mía?

José. ¿Y aprendieron la lección,

Carlitos?

CARLOS.

Sí, es tan sencilla…

JOSÉ.

Pues deben estar contentos,

que así es mejor la comida.

LOLA.

No, no; pero el qué dirán…

JOSÉ.

Dirán tanto… que querría

estar sordo. Tú te pierdes.

CARLOS. [A LOLA.]

Oye, sal a ver si quitan

esa mesa. [Bajo.] Disimula.

(Sale Lola.)

Escena XI

CARLOS, CÁNDIDO y JOSÉ MARÍA.9

JOSÉ.

Conque primo, va de serio;

tengo que hablarte y ahorita…

CÁNDIDO.

Pero oye, primo, es el caso

que esperamos las visitas.

JOSÉ.

Es que trato de impedir

que vengan.

CÁNDIDO.

¡Ave María!

Escena XII

CARLOS.

CARLOS.

Vaya un ranchero pesado.

¿De dónde salió ese tío

que me atosiga, Dios mío,

como un dolor de costado?

¿Qué haré para que se vaya?

¡Vamos, si no es para gentes!

Y ante el señor Mirafuentes,

va a pasarse de la raya.

Escena XIII

CARLOS y LOLA.

LOLA.

¡Carlos, Carlos, yo me aburro!

¡Qué gente, por Dios, qué gente!

La cocinera imprudente…

CARLOS.

¿Qué te ha hecho? Si voy la zurro.

Lola. Ha sido en vano mi ahínco.

La comida, ¡sea por Dios!,

debía estar a las dos,

y no estará ni a las cinco.

CARLOS.

¡Cómo así!, pues yo la mato,

le doy una garrotiza…

LOLA.

Carlos, entonces, ¿quién guisa?

Es funesto ese arrebato,

[t]en calma…

CARLOS.

Sí, este país…

todo está tan atrasado;

jamás hubiera pasado

una cosa así en París…

Vas a ver.

(Sale.)

Escena XIV

LOLA.

LOLA.

¡Carlos, Carlitos!…

Pues corre, que, si arde Troya,

no va a quedar ni una olla

y va a ser una de gritos

que yo entretanto me sumo

y que, pues sola me dejan,

mientras allá se festeja,

creo que es oportuno

ver mi carta. (Leyendo.) “Señorita”…

Se declara Pancho Lira.

Me lo esperaba, delira

por mí. ¿Y estará suscrita?

Sí… Francisco de pe Lira.

Aquí se declara. Vaya,

eso al momento se nota.

Escena XV

LOLA y un CRIADO.

CRIADO.

Señorita, unos señores

quieren ver al niño Carlos.

LOLA.

Pues que pasen a la sala.

Sin tardar, me voy volando.

Escena XVI

Se va Lola y el criado introduce a los otros cuatro criados vestidos de negro con centro blanco y guantes de hilo. Sale Doña Ruperta y desde la puerta hace a los criados algunas reverencias. Después se acerca a ellos y hace la señal estudiada para que tomen asiento. Los criados se sientan.

RUPERTA.

Señores, siéntense ustedes.

Un criado.

Señora…

RUPERTA.

Pero sentaos,

no se molesten ustedes,

yo voy a avisarle a Cándido,

ustedes lo disimulen,

que aquí se ha estado esperando;

pero, vamos, caballeros

no permanezcan parados.

(Se sientan.)

[Aparte.]

No me han ofrecido asiento,

no han hecho así [hace la seña], será acaso

porque son cortos… yo debo

sentarme y cumplimentarlos.

(Se sienta.)

Escena XVII

Dichos y CARLOS.

CARLOS.

¿Qué es esto? ¿Qué hacen ustedes?

No me gusta que sean llanos

los que me sirven, parece

que ellos son los convidados.

¿Pero usted qué hace, mamá?

RUPERTA.(Parándose.)

Pues yo… pues… cumplimentarlos.

CARLOS.

Hoy todo sale al revés

me están llevando los diablos…

Pero, mamá…, mire usted,

creo que la están llamando,

vaya usted, porque si no,

no respondo de lo que hago.

[Sale Ruperta.]

Escena XVIII

Dichos, menos Ruperta.

CARLOS.

¿Los remite Coquelet?

Un criado. Sí, señor, si nos sentamos

es porque…

CARLOS.

Ya sé por qué.

Mi mamá no ve muy claro.

Conque tú pones cubiertos;

y tú te llevas los platos;

tú te encargarás del vino,

ya sabes, ir destapando.

¿Conoces ya bien las copas?

Vino tibio y vino helado,

todo a su hora como en Tívoli,

todo muy pronto y cuidado.

[Salen los criados.]

Escena XIX

Al salir los criados entra Cándido, quien al hacer una reverencia se endereza bruscamente a la voz de Carlos.

CÁNDIDO.

Señores…

(Inclinándose.)

CARLOS.

Qué señores,

son los criados.

CÁNDIDO.

¿Es posible?

CARLOS.

A la cocina, volando.

CÁNDIDO.

Oye Carlos, pero ¿qué

no te habrás equivocado?

CARLOS.

No papá, qué no ve usted.

Cualquiera ve que son criados.

CÁNDIDO.

¡Cáspita! Tienen [la] facha

de ser unos diplomáticos.

CARLOS.(Después de un movimiento de impaciencia.)

¿Y por dónde está mi tío…?

CÁNDIDO.

Quedó leyendo periódicos.

CARLOS.

Ojalá tenga[n] opio

y [se] quede aletargado.

Escena XX

Dichos, un criado, después el Señor y la Señora Mirafuentes.

CRIADO.

Los señores Mirafuentes.

CARLOS.

Que pasen. Mucho cuidado,

no hay que exagerar aquello.

CÁNDIDO.

Si ya no me sale malo.

CARLOS.

¡Oh, señor de Mirafuentes!

Niña!

MIRAFUENTES.

¡Señor don Cándido!

¿Cómo está usted?

CÁNDIDO.

¡Ah! Muy bien,

sí…

SEÑORA.

Beso a usted la mano.

MIRAFUENTES.

¿Qué tal la salud?

CÁNDIDO.

Muy bien,

mil gracias.

CARLOS.

Todos deseamos

que [la] excesiva bondad

de ustedes en esta ocasión

alcance hasta disculparnos.

Cuando se pone una casa

y son nuevos los crïados,

se nota cierta torpeza…

En fin…

MIRAFUENTES.

¡Oh!, señor don Carlos,

de usted es la bondad

que [se] ha servido invitarnos.

SEÑORA.

Ciertamente.

CARLOS.

Muchas gracias.

Permítanme ustedes.

Es mucho, mucho el honor

que hoy nos están dispensando.

(Toca la campanita, sale el criado.)

Avisa a [mi] mamá

y a Lola que hay visita.

(Atraviesa el criado la escena.)

¿Qué tal vamos de negocios?

MIRAFUENTES.

Así, así…

CÁNDIDO.

(Hace tiempo

que yo no hablo.)

(A la señora.)

Y de frío ¿cómo vamos?

Señora. Hace días que no ha helado.

¿Consulta usted el termómetro?

CÁNDIDO.

El ter…, sí, señora.

SEÑORA.

Y ¿cuántos

grados…?

CÁNDIDO.

¿Grados, dice usted?

Pues, así, así, como cuatro.

MIRAFUENTES.

¿Qué dice usted?

CARLOS.

No, papá.

Se ha de haber equivocado.

Los números del termómetro

están un poco borrados.

MIRAFUENTES.

Ya se ve, es frío de polo.

CÁNDIDO.

Polo, sí, por de contado.

Eso es, yo lo conozco,

un señor que hace retratos.

CARLOS.

No, papá; si habla el señor

de otra cosa.

Señora.(A Mirafuentes.)

Este don Cándido,

tiene sus equivoquillos,

juega al retruécano.

Mirafuentes. Es claro.

CÁNDIDO.

No, señor, yo nunca juego.

Yo no sé ni el entripado.

CARLOS.(Tosiendo ligeramente.)

Y… usted señalará el día

para que todos vayamos

a Tacubaya, es preciso;

hoy una casa de campo

es lo más indispensable

porque el aire es tan malsano

en la capital, y aún más

cuando uno está acostumbrado…

Escena XXI

Dichos, RUPERTA y LOLA.

RUPERTA.(Sin acordarse de la caravana y abrazándola.)

¿Qué hace usted, mi alma?

SEÑORA.

Señora…,

¿cómo está usted?

RUPERTA.

Yo, pasando…

SEÑORA.(A Lola.)

Señorita…

RUPERTA.

Mi señor…

(Abrazándolo.)

Pero sentados, sentados.

LOLA.

¿Está usted bien?

MIRAFUENTES.

El honor

que en su casa disfrutamos,

me obliga a darle las gracias.

RUPERTA.

No hay de qué.

LOLA.

Me estoy matando

por conocer esa casa

de Tacubaya.

SEÑORA.

Pues cuando

ustedes gusten.

LOLA.

Mil gracias.

SEÑORA.

Vea usted. En cuanto

a lo de la conferencia,

no se ha dado un solo caso

de que haya habido persona

que se suscriba con tanto.

Lola. Son nomás doscientos pesos

cada mes, y tenemos tanto,

que en socorrer a los pobres

no es nada.

SEÑORA.

¡Oh! Sin embargo…

(A Ruperta.)

¿Y lee usted los estatutos?

RUPERTA.

¿Los esta… tutos? Fray Pablo,

mi confesor, no me deja

que lea yo libros malos,

no sé si estará prohibida

esa obra.

CARLOS.

No, mamá.

Los reglamentos. El caso

es que hay una novela

prohibida a la que llamamos

estatutos.

SEÑORA.

No sabía.

Mirafuentes.(Dirigiéndose a don Cándido.)

¿Y la hacienda es de ganados

de esquilmos? ¿Se da buen trigo?

¿Es de riego?

CÁNDIDO.

No, de Ocampo.

Mirafuentes.

Ya lo sé, pero ¿es de riego?

CÁNDIDO.

No señor, es mía.

CARLOS.

Es el caso,

señor, que se llama Riego

el que tenía los pastos.

MIRAFUENTES.

¡Ah! ¿Y cuántas caballerías?

CÁNDIDO.

No señor, nunca han pasado

caballerías, sólo infantes.

MIRAFUENTES.

¿Cuántas fanegas?

CARLOS.

Contamos

ciento treinta y siete mil…

MIRAFUENTES.

¡Ah! Sí, sí, el mundo es ancho.

CARLOS.

(Dije una barbaridad,

pero adelante y triunfamos.)

SEÑORA.

¿Qué opina usted de la Alba?

¡Qué bien canta!

RUPERTA.

Yo a las cuatro

me levanto siempre, y la oigo

todos los tiempos.

SEÑORA.

El teatro

ha estado muy concurrido.

RUPERTA.

Pero es tan ocasionado.

MIRAFUENTES.[A Cándido.]

¿Le traen a usted La Estaffete?

CÁNDIDO.

Todos los días la comemos,

somos muy aficionados

a las legumbres.

CARLOS.

Papá,

el señor habla del diario.

CÁNDIDO.

¡Ah!, sí, mi mujer lo tiene

en su ropero guardado.

MIRAFUENTES.

Eso es. [Lo entiendo].

CARLOS.

(Vamos,

que esto ya me desespera,

me están llevando los diablos.)

Escena XXII

Dichos y Pancho Lira.

PANCHO.

Señores, su servidor,

según lo que estoy notando,

llego a los postres muy bien.

¿Cómo le va, señor Cándido?

¿Qué tal?... ¿Y usted?

MIRAFUENTES.

Muy bien.

PANCHO.

Señorita, Carlos…

CARLOS.

Pancho…

PANCHO. [A Lola.]

¿Leyó usted mi carta?

LOLA.(A media voz.)

¡Chit! Lo están oyendo.

PANCHO.

¡Qué diablo!

No tiene ningún misterio.

(Creerá que es de amor.)

[A Lola.]

Diga usted, ¿la leyó?

LOLA.

He estado tan ocupada.

PANCHO.

Vea usted, en ella le hablo

de una cosa muy sencilla.

Quería yo que un muchacho

amigo mío, que hace versos,

hiciera para usted algo,

y escribió a usted una esquela

pidiendo su álbum.

LOLA.

(Qué chasco.)

No había podido leerla,

es verdad… allá lo mando.

PANCHO.

Yo tengo mucho quehacer.

(Se para.)

CARLOS.

¿Te vas?

PANCHO.

Sí, tengo a las cuatro

una cita, ya tú sabes…

CÁNDIDO.

Siéntese usted otro rato.

PANCHO.

De todo punto imposible;

otra vez seré más largo,

vendré esta noche.

(Tomando su sombrero.)

Conque,

señores, hasta otro rato.

[Sale Pancho.]

SEÑORA.

Sí, disimúlenlo ustedes

porque está tan ocupado…

MIRAFUENTES.

¡Está de novio!

CARLOS.

¡Eso es!

CÁNDIDO.

¿Cómo?

MIRAFUENTES.

Sí, ya está presentado.

LOLA.

¡Oh!

CARLOS.

¡Sí!

CÁNDIDO.

Conque…

RUPERTA.

Ya sabía…

MIRAFUENTES.

Y la novia es un dechado

de perfecciones.

CÁNDIDO.

No

RUPERTA.

Sí…

MIRAFUENTES.

¿No es verdad?, su prima Amparo…

CARLOS.

¡Uf!

LOLA.

Pues yo me alegro mucho.

CARLOS.

Yo también. (Como el ahorcado.)

Escena XXIII

Dichos. José María aparece por el fondo y se coloca en observación.

CÁNDIDO.

Conque decididamente

compro la casa, ¿no Carlos?

CARLOS.

¡Ah!, sí, papá, por supuesto;

porque ya viene el verano,

y es cosa de muy mal gusto,

no trasladarse uno al campo.

En París así se hace;

y como estamos montados

a la francesa…

MIRAFUENTES.

Sí, sí…

CARLOS.

Pero son las tres y cuarto.

¡Oh!, disimulen ustedes

que haya habido este retardo

por hoy; nuestro cocinero

quiso echar el resto, ha dado

en que no ha de prescindir

de poner hígados grasos.

CÁNDIDO.

Hígados…

CARLOS.

Vea usted, papá…

(¡Ah!, por Dios, mucho cuidado.)

En París, allí se come

muy bien, cogen muchos gansos.

CÁNDIDO.

Y ¿qué animales son ésos?

CARLOS.

Así como nuestros patos;

sino que ahí son mejores,

se entiende, todo es mejor allí.

Pues los tales pájaros

son colgados de las alas,

como los ajusticiados;

se les arrancan los ojos

y se les harta. Los gansos

engordan horriblemente

y se hipertrofian. Entonces

se les abre con cuidado

y se les arranca el hígado,

que es el más rico regalo.

RUPERTA.

Qué invenciones de los hombres,

¡pero eso ha de ser pecado!

MIRAFUENTES.

Se ha adelantado bastante

en el arte culinario.

RUPERTA.

(Qué tal; eso no es muy bueno,

le preguntaré a fray Pablo.)

Escena XXIV

Dichos y un CRIADO.

CRIADO.(A Carlos.)

¡Señor, señor!...

CARLOS.

¿Qué se ofrece?

¿Ya está la sopa? Señores,

cuando ustedes…

CRIADO.

No señor,

dispense usted.

CARLOS.(¿Pues qué, entonces?)

Criado.

¡Venga usted pronto, señor!

CARLOS.

Estos criados son atroces.

[Sale.]

Escena XXV

El señor MIRAFUENTES, LOLA, RUPERTA, don CÁNDIDO y JOSÉ MARÍA en su puesto.

JOSÉ.

(Ya me tienen en un brete

con tanta brutalidad.)

SEÑORA.

Y a los bailes de palacio,

¿han ido ustedes?

LOLA.

Mamá

no ha querido, yo sí estuve,

bailé con un general.

MIRAFUENTES.

No he visto a usted en la lonja.

CÁNDIDO.

No, señor… (Lonja… ¿qué será?

No ha de ser jamón.) No,

yo no he ido jamás.

(Se oye un gran ruido de trastos y de voces confusas. Todos se paran asustados.)

¡La vajilla!

RUPERTA.

¡Ave María!

LOLA.

¡Ay, Dios mío! ¿Qué será?

Ya esas gentes se pelearon

y adiós comida, papá.

Voy a ver.

(Sigue el murmullo.)

CÁNDIDO.

No, son los criados.

RUPERTA.

Sigue la bulla…

CÁNDIDO.

Ya, ya…

SEÑORA.

¿No será alguna desgracia?

CÁNDIDO

¿Desgracia, señora? ¡Quia!

No, no tenga usted cuidado.

Escena XXVI

Dichos, y Carlos y criados por el fondo.

Uno.

¡Nos vamos todos!

RUPERTA.

¡Ay, ay!...

Otro. Voy por el diurno y verán.

CARLOS.

¡Silencio! ¡O mataré a todos!

LOLA.

¡Carlos! ¡Por Dios, no! ¡Papá!

CÁNDIDO.

¿Qué es esto?

CARLOS.

Que esta canalla…

CÁNDIDO.

¡Calma, calma!

CARLOS.

es infernal.

CRIADOS.

Sí, pero no somos negros,

y ¡viva la libertad!

Otro.Se conoce que estos rotos

nunca han sabido mandar.

CARLOS.

¡Fuera, fuera, estos bandidos…!

(JOSÉ MARÍA, que se ha adelantado al proscenio, mientras los demás han acudido a la puerta del fondo.)

JOSÉ.

¡Me alegro!, que así sabrán

que no puede sostenerse

otra posición social

que en la que uno ha nacido.

Y ya voy yo, y ya verán.

(Se ve pasar por el fondo a varios criados y otros vuelven a escena.)

Señora, a los pies de usted.

Señor primito, ¿qué tal?

¿Qué hay, Carlitos? Esto así

es un fiasco, ¿no es verdad?

El señor Mirafuentes,

que es persona muy formal,

como abogado de usted

con gusto me aceptará.

A nombre de esta familia

que ha nacido para errar,

le pido yo mil perdones

y le suplico, además

que escuche usted un instante.

MIRAFUENTES.

Señor, puede usted mandar.

JOSÉ.

¿Conque soy apoderado

de ustedes?

LOLA.

Sí, sí, papá,

que ninguno de nosotros

puede ni siquiera hablar.

JOSÉ.

A Carlos no le parece;

muy bien, se va a disculpar.

A ver, habla tú, discúlpate.

CARLOS.

Yo… si… como… en fin…

JOSÉ.

Ya, ya,

estás vencido. Tú, Lola,

di algo, que extrañarán

estos señores, que yo,

a quien no han visto jamás,

sea el que tome la palabra,

y no quisiera pasar

por intruso.

LOLA.

No, no, tío.

JOSÉ. (Ya soy su tío.) ¿Conque te das

ya también por vencida?

LOLA.

Quién no se ha de avergonzar.

JOSÉ.

¿Conque tengo facultades

amplísimas?

LOLA.

Sí, papá.

CÁNDIDO.

Eso es.

JOSÉ.

Y lo que yo haga

¿por bien hecho se dará?

RUPERTA.

Por supuesto.

JOSÉ.

Pues chitón,

y que me dejen hablar.

[Bien,] señor de Mirafuentes,

Cándido no comprará

la casa de Tacubaya.

CARLOS.

Pero…

JOSÉ.

Silencio que ya

ha hecho usted dimisión.

Y tampoco cooperará

Ruperta en la conferencia

con esa suma mensual.

Ésta es la primera parte

porque es lo más principal.

Usted que es hombre de mundo,

persona de sociedad,

acostumbrado a ser rico

y a más de eso, perspicaz,

habrá visto en esta casa

una comedia nomás;

en que estos pobres actores

no saben por dónde van.

Que el papel de gran señor

en este mundo falaz,

nunca lo puede hacer bien

el que no lo fue jamás.

Lo que se hereda y se mama

es tan sólo la verdad.

Y no se aprende a ser culto,

por el buen corte de un frac.

Dicen que todo el dinero

en este mundo nos da,

que el dinero es rey del mundo…

sí, pero rey liberal.

Deja a cada uno que goce;

pero si quiere gozar

fuera de la ley alguno,

bien caro lo ha de pagar.

El oro da brillo al grande,

pero al pobre sólo pan;

gozar como el potentado

no ha de poder el jayán,

aunque tenga más dinero,

porque le falta algo más.

Si quieres brillar, Carlitos,

bueno, bien puedes brillar,

que todavía eres joven

para ponerte a estudiar.

Ennoblécete a ti mismo.

Mira, aquí en la frente está

el valor de cada hombre;

esta corona ideal

que el hombre ciñe, es la única

que al mundo subyugará.

¿Tienes ambición? Pues busca

la luz y te alumbrará,

y no tengas como timbres

elegancia y fatuidad.

De nada te sirve el oro,

si humo tienes nada más

en la cabeza, llénala

de saber, de luz, y entonces

el oro te buscarás.

Primo, es poco lo que tienes;

siempre has sido pobre, y ya

que en tu tranquila vejez

Dios te deja descansar,

asegura tu dinero,

vive con comodidades…

y pon a escoger a Carlos:

o estudio o mendicidad.

Cándido. ¡Ah!, tienes mucha r

azón.

RUPERTA.

Tengo ganas de llorar…

Sí, Pepe ha hablado muy bien.

LOLA.

Si no parece jayán.

JOSÉ.

Conque, perdonen ustedes;

pero, señor, vale más

hablar así, que ponerse

en ridículo.

CÁNDIDO.

Cabal.

JOSÉ.

Ese furor de los jóvenes

que tratan de figurar,

creyendo que sólo el oro

en el mundo ha de brillar,

los arrastra a la ignorancia

y al desprecio universal.

Conque… al colegio, Carlitos,

a ser hombre muy cabal

y llegarás a reírte

de los elegantes.

CÁNDIDO.

Bah!

Si yo le he dicho siempre,

estudia latinidad.

RUPERTA.

¿Qué dirán estos señores?

CÁNDIDO.

Sí, Ruperta, ¿qué dirán?

MIRAFUENTES.

No, no hay que mortificarse

otra vez…

Ruperta. ¡Lance fatal!

Oye, ¿y toda la vajilla

se quebró?

CARLOS.

Toda, mamá;

pero no es eso lo peor.

La comida está infernal,

no está presentable, ¡vamos!

Dice Pablo que no hay más

que mole de guajolote.

RUPERTA.

Lo comeremos con pan,

es más decente.

CARLOS.

No, no.

No hay trufas ni volován

y dijo la cocinera

en un tono muy formal,

que era todo a la francesa,

y ya se ve… La verdad,

estoy muy avergonzado,

pero el cocinero... ya…

si con toda esta canalla…

JOSÉ.

Silencio, enmienda y callar.

MIRAFUENTES.

Nos vamos.

JOSÉ.

Sólo un momento.

Ya ustedes han perdonado

y estas gentes han quedado

escarmentadas del cuento.

Pero en cuanto a mi persona

necesito otros favores;

con su permiso, señores

mi incapacidad me abona,

yo soy así… de Irapuato…

ranchero… En la capital

todo me parece mal,

y es porque no tengo trato;

pero quiero a mis parientes,

y los quiero así, a mi modo,

así es que no apruebo todo

lo que hacen aquí las gentes.

Mi padre allá me enseñó,

que natural y figura…

pues… hasta la sepultura,

y de aquí no paso yo.

Y pues que siempre así fui

y siempre como hoy seré…

la verdad pura diré

como yo la concebí.

Si somos republicanos

y a nuestra patria queremos,

hermanos, nunca olvidemos,

que nacimos mexicanos.

FIN

Referencias bibliográficas

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Zavala, Jesús. “José Tomás de Cuéllar”. Recorte de periódico sin datos. Archivo de Armando de María y Campos. México.Instituto de Investigaciones Filológicas, UNAM .2023 [ Links ]

1 Otro lote de dicho archivo fue adquirido por el Centro de Investigación Teatral “Rodolfo Usigli” (CITRU), y pasó a constituir parte importante de su acervo documental, según consta en el “Archivo Virtual Armando de Maria y Campos”, en línea.

2Dicho texto abarca sendos fragmentos de dos páginas de un periódico sin identificación. De índole enciclopédica, incluye datos biográficos precisos, referencias igualmente puntuales a algunas de las obras dramáticas de Cuéllar (fechas y lugares de estreno, compañías dramáticas, actores, breves apreciaciones críticas), así como a su producción novelística, de lo cual se colegiría haber sido escrita por un conocedor, aunque esta observación habrá que matizarla después. Es posterior a 1933, ya que menciona la bibliografía publicada ese año por Francisco Monterde.

3Además de Deberes y sacrificios, Francisco Monterde enlistó seis obras: Azares de una venganza, Arte de amar, Natural y figura, Un viaje a Oriente, Redención y Cubrir las apariencias (Monterde: 109). A ellas Jesús Zavala añadió El viejecito Chacón, ¡Qué lástima de muchachos! y Pastorela (Zavala: 2); de ésta, otra fuente da como título completo: Charada pastoril propuesta por medio de un idilio en acción. Monterde agregó que la obra que nos ocupa fue “representada varias veces por la compañía del actor [Eduardo] González, en la época del llamado Imperio” (109).

4Acerca de la supuesta fecha de estreno mencionada, es de considerar que Luis Reyes de la Maza y su fuente la refieren a un homenaje que se le hizo a Cuéllar, y no al estreno de la comedia (150). Así entonces, Belem Clark de Lara, autora de una amplia relación acerca de la producción dramática de Facundo, documenta el 7 de marzo de 1866 como fecha de su estreno, seguido de al menos seis exitosas funciones más y su posterior prohibición por las autoridades imperiales. A mediados de 1867 se hizo todavía una representación más, dedicada a Benito Juárez (Clark: 23-29). El de Jesús Zavala es, pues, un dato erróneo.

5Para Jean-Raymond Lanot, no se trata de la conversión histórica de un género menor en uno mayor, sino de una retroalimentación de motivos cómicos, del uso de “un fondo cultural y social común”, “un arsenal risible contemporáneo” (134).

6Las otras obras de que se ocupa García Castañeda son La familia a la moda (1805), de María Rosa Gálvez, y Un año después de la boda (1826) de Antonio Gil y Zárate.

7No se me escapa que este fragmento proviene de una edición posterior a la primera; pero siendo equivalentes, podría sustituirse con este otro de la edición de 1869: “Concha y Pedrito se avergonzaban de la incuria de sus padres, prueba inequívoca del adelanto de la civilización. / Eran dos seres regenerados por el torrente de las costumbres europeas, y se emancipaban en cuerpo y alma de las costumbres de familia. Se civilizaban. Eran dos pollos que tiraban el cascarón y lo pisoteaban. / Subían un escalón de la escala social, hacían su entrada en la clase media, aspiraban al confort, los seducían las modas, y como se empeñaban en lo aprender los vejestorios que les enseñaba doña Lola, se reían cuando ésta les enseñaba a rezar. / Doña Lola llegó a convencerse de que sus hijos sabían más que ella, y permitió que se cambiaran los papeles” (Cuéllar: 22).

8Probable omisión del sujeto. Debe de referirse a don Canuto, el antiguo sastre.

9No hay acotación indicando en qué momento ha salido doña Ruperta.

Recibido: 11 de Enero de 2023; Aprobado: 10 de Julio de 2023

*

Felipe Reyes Palacios es Licenciado y Maestro en Letras con especialidad en Arte Dramático por la UNAM (1974, 1991) y Doctor en Letras Mexicanas (2006) por la misma institución. Ha realizado estancias de investigación en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (Madrid) y en la Nettie Lee Benson Library de Austin, Texas. Es investigador titular A. Ha orientado su quehacer al área de la teoría dramática y al estudio histórico de la novela y el teatro mexicanos del siglo XIX, realizando recopilaciones y ediciones críticas de José Joaquín Fernández de Lizardi, Nicolás Boileau-Despreaux y Luisa Josefina Hernández, lo mismo que estudios acerca de Manuel Eduardo de Gorostiza, Antonin Artaud y Jerzy Grotowski.

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