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Tzintzun

versión impresa ISSN 0188-2872

Tzintzun  no.55 Morelia ene./jun. 2012

 

Reseñas

 

Jean-Marie Gustave Le Clézio, El sueño mexicano o el pensamiento interrumpido

 

Luis Armando Villaseñor Hernández

 

(1992), traducción de Mercedes Córdoba y Tomás Segovia, México, FCE, 2008, 278 pp. (primera reimpresión).

 

Facultad de Filosofía Samuel Ramos M. Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo

 

 

A menudo se dice, tanto para los pueblos como para los individuos, que quien no es capaz de recordar su Historia irremediablemente se encuentra condenado a repetirla. ¿En dónde radica la importancia de ese ejercicio exegético que obliga valerosamente a confrontarse con uno mismo o con lo que cree ser?

La Historia de México y los mexicanos, desde el pensamiento, las artes, su filosofía y sus costumbres, oscila entre el vacío y la duda que compromete una carencia: su no saber quién es, de dónde viene o hacia dónde va. Hace falta entonces proponer una ruta, heurística si se quiere, pero no por ello menos importante. Esa ruta existe, desde una postura personal, en el trabajo de comprensión e interpretación de lo que pudo haber constituido la grandeza del pueblo mexicano antes de la Conquista. Es cierto que el siglo XX transcurrió en buena medida, bañando el imaginario social y cultural de nuestro país con la disyuntiva del "ser del mexicano": La vuelta a la supuesta "edad de oro" o la bienvenida al mestizaje variopinto. Sin embargo, parece que optamos por no ser de aquí ni ser de allá, así que desde este pequeño ejercicio propongo, como decía, una ruta, de entre las muchas posibles, no con la finalidad de abolir la discusión, pero sí esperando ofrecer una postal que sirva como pretexto para que cada cual, desde su óptica de nación o sentido de pertenencia reflexione, como quiera que reflexione, pero que reflexione.

Jean-Marie Gustave Le Clézio, notable pluma francesa e incansable viajero, merecedor en 2008 al Premio Nobel de Literatura, nos presenta en El sueño mexicano o el pensamiento interrumpido, un interesante esfuerzo, de precisión milimétrica, que busca reconstruir desde los escombros de la cultura occidental la utópica ilusión -sólo posible por la palabra- que permita reinventar la maravilla y el esplendor de todas y cada una de esas grandes civilizaciones que dieron forma al "Sueño" del mundo prehispánico.

Más que ofrecer una visión académica de la historia lineal de los pueblos indígenas del México antiguo, el autor nos lleva a través de un recorrido magistral, acompañado de un intenso aparato crítico, lleno de citas y referencias a documentos canónicos de la talla del Códice Florentino, la Relación de Michoacán, la Historia general de las cosas de la Nueva España, la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España o Las profecías de Chilam Balam entre tantos otros, por la ruta que conduce al "Dorado".

A caballo de "El sueño del conquistador" inicia el recorrido. Mediante la evocación del asombro y la fascinación que siente Bernal Díaz del Castillo por un mundo aniquilado donde la brutalidad de esa funesta aventura llamada "Conquista" en la que él mismo participa, y llamado a corte por el fantasma de la memoria y la crónica de la destrucción, lo obliga a devolver con su Historia verdadera de la conquista de la Nueva España un trozo de esa luz extinta cuando no hay ya rastro de aquel esplendor, pues: "Para el viejo soldado, es ante todo la dicha de volver a vivir, al escribirla, la exaltación de aquella aventura fabulosa. Con él volvemos a soñar aquel sueño extraño y cruel, sueño de oro y tierras nuevas, sueño de poder [...] cuando el mundo nuevo descubierto por Colón aparece todavía por un breve instante, frágil y efímero como un espejismo antes de desaparecer para siempre", (p. 12)

Durante el relato de Bernal Díaz vemos reflejada la doble naturaleza del choque cultural, pues lo que hay allí "[e]s el furor de un sueño moderno que extermina a un sueño antiguo; un deseo de poder que destruye a los mitos", (p. 9) Ante la mirada del soldado, mirada de asombro y exaltación, cronista y verdugo a la vez; una a una, se suceden como en un fatídico escenario las piezas del drama de la Conquista. Desde el desembarco y ese primer encuentro con el mundo mexicano que maravillará a los españoles al ver de frente la gran ciudad blanca de los mayas a la que nombrarán "El gran Cairo" empieza a tomar forma el proyecto de aniquilación con que se verán revestidas las mentes peninsulares. Sin lugar a dudas el motor de la destrucción lleva nombre y apellido, tristemente célebre por cierto, que hará posible la avanzada del mundo occidental y cristiano en pos de una cruzada más. A la cabeza de Hernán Cortés y de un puñado de aventureros y oportunistas la Historia moderna dará nombre a "[...] lo que llamamos civilización: la esclavitud, el oro, la explotación de las tierras y de los hombres, [finalmente] todo lo que anuncia la era industrial".

De aquí en adelante la crónica irá por sendos caminos ofreciendo sólo tumbos y dolores a los pueblos indígenas. ¡Dividir para vencer! será sólo la primera variante en el tablero. La astucia y sagacidad de Cortés enfrentará a las diversas poblaciones indígenas que harán posible la última parada: El asalto a Tenochtitlán. Atrás quedarán la primera batalla frente a los mayas que dará la reputación de guerreros invencibles a los españoles; la toma de posesión que simbólicamente hará Cortés buscando herir en lo más hondo a los vencidos, asestando tres cuchilladas al árbol de Ceiba, sagrado para los mayas; el derrumbe de los ídolos desde lo alto de los templos, golpe mortal que anunciará también la caída de los hombres y el final del mundo prehispánico; la siempre legendaria "Malinche", lengua, intérprete e instrumento más eficaz de la debacle; la temeridad del gran Moctezuma, y asimismo la osada valentía del magnánimo Cuauhtémoc, último rey mexica. Con todo esto, el escenario no hubiera podido ser otro cuando se enfrentaban, palmo a palmo, el oro, las armas modernas y el pensamiento racional contra la magia y los dioses.

Quizá, de entre las múltiples imágenes que puedan dar cuenta del verdadero ser de la conquista, valga la pena recordar una, que sin lugar a dudas, se vuelve paradigmática por cuanto simboliza. El fascinante y vertiginoso encuentro de Cortés y Moctezuma, descrito en el libro, que revela en primer plano el instante supremo del encuentro entre esos dos mundos, esos dos sueños. Así, como en una suerte de síntesis metafórica podemos pensar que: "La historia de la conquista de la Nueva España, [...] es la de esas dos palabras opuestas que se cruzan, se buscan e intentan convencerse antes de enfrentarse; la palabra astuta y amenazadora del español, la palabra angustiada y mágica del rey mexica. Esas dos palabras no pueden encontrarse [...] pues son dos palabras radicalmente extrañas una de la otra: mientras que una reina en un mundo de ritos y de mitos, la otra expresa el pensamiento pragmático y dominador de la Europa del Renacimiento", (p. 32)

En un estupendo movimiento de claroscuro, Le Clézio contrapone a la mirada de Bernal Díaz del Castillo, esa otra gran descripción que surge en "El sueño de los orígenes" donde, por virtud de la maravillada y al mismo tiempo horrorizada pluma de Bernardino de Sahagún, el franciscano lega a la posteridad el primer gran libro del pueblo mexicano a manera de monumento final: su Historia general de las cosas de la Nueva España. Después del asedio a Tenochtitlán, que marca el final y sella la derrota del mágico sueño prehispánico, lo único que podía quedar en pie era "El silencio". Con la guerra, las enfermedades venidas de occidente, el hambre y las rivalidades; con la nobleza, los guerreros y la parte activa de la población desaparecida, el mundo antiguo en su totalidad quedó extinto. Sobre la base de ese silencio abrumador surge la obra de Sahagún que nada espera sino mostrar al mundo el pasado fabuloso del pueblo destruido, su grandeza, su fe y su filosofía, pues sabe bien que "[...] escribir este libro es reconocer la belleza y la armonía de esta civilización aniquilada por la violencia de la conquista", (p. 61) Detrás de esa voluntad de trascendencia vemos reunidos una vez más esos dos sueños: el del pueblo mexicano y su mítica fuerza legendaria, el genio de su lengua y su poesía que se expresan a través de las últimas voces con vida antes de ser tragadas en la nada; enfrente, el del cronista español que sólo es el intérprete, ciertamente apasionado, insaciable y curioso, pero sólo intérprete de una palabra cuyo sentido cabal se le escapa. De una u otra manera: "El sueño de ambas es el mismo: ir más allá del destino, salvando del olvido lo que pueda ser salvado", (p. 60)

Nuestro viaje contra el tiempo continúa con una minuciosa exploración en aerostático donde nuestro autor detalla de manera exquisita un inventario pormenorizado del enorme caudal de imágenes, colores, ritmos, ritos, costumbres, manifestaciones artísticas y modos de organización que dieron forma a la piedra angular que hace a cada uno de esos diversos y variados pueblos tan distintos de sí mismos como complementarios, encomiables civilizaciones. De todo el candor y la fuerza creadora que animó el florecimiento y la majestuosa expresión del mundo prehispánico, resulta indispensable destacar las líneas que dedica Le Clézio al brillo y colorido del rey poeta: Nezahualcóyotl. Deudor de la desesperanza y la angustiosa fascinación por los ocasos, propia del pensamiento y cosmovisión de su tiempo, el "coyote famélico", Nezahualcóyotl revela a flor de piel con sus cantos y su fastuosa poesía lírica "la primera literatura mexicana al separarla del mito colectivo y de los himnos meramente religiosos", (p. 147) Dentro de la mágica expresión del rey poeta podemos encontrar en medio del colorido de la ceremonia ritual, de las danzas, el sonar de las caracolas y el perfume embriagador del copal, la representación de un sentido singularísimo que se ve guiado por una inquietud personal, una interrogación de sí mismo y del mundo, muy propia de la creación literaria.

Y con todo ello por encima de la grandeza de esta "fiesta de las palabras" que hay en la pluma del rey poeta, lo que nos conmueve a pesar de la enorme distancia es que: "esta poesía, la única voz viva de este mundo abolido por los conquistadores españoles, también es la voz de un hombre sencillo que nos dice con fuerza las cosas más emocionantes y verdaderas de la vida cotidiana: la fragilidad de la amistad y del amor, el tiempo que pasa, la insolente belleza de la juventud, su ardor, su efímero triunfo, y -siempre- ese mundo destinado a la muerte y a la destrucción ante la mirada del dios que lo ha creado", (p. 146)

Finalmente, y esperando mostrar un cuadro general que pueda dar cuenta de la trascendencia y el altísimo valor de ese mundo prehispánico mutilado, Le Clézio detalla, a manera de conclusión, en "El pensamiento interrumpido de la América india" una sucinta exposición de todos los grandes temas que acompañaron el florecimiento y esplendor de las principales culturas mesoamericanas. Sin ilusión ni vanidad, nuestro autor nos invita a reflexionar cabalmente y de corazón abierto sobre la posibilidad de animar una vuelta más al sitio donde todo comenzó.

Vuelvo a mi tierra, abro los ojos.
Me reconozco en todos
y cada uno de sus rostros.
El arado y el campo, el maíz y el metate,
el barro y sus formas.
Pero también el llanto y las balas,
esas anidadas, en la conciencia triste de mi tierra cansada.
Uno a uno, sus pasos me dicen que vuelva.
Que no olvide.
De aquí soy, de aquí vengo y aquí habré de quedar.
Yo sé, aunque no siempre lo tenga presente,
que diste vuelo a mis alas,
tierra de hermanos y abuelos, con sangre, fuego y sudor.
Por eso mismo te digo tierra valiente,
que anhelo, óyelo bien, que no olvido,
que pienso y que sueño.
Que de entre cenizas vamos
y al viento con rabia volcánica nos lanzamos.
Que digan tierra guerrera, que sientan
todos los que te tientan... que somos resistencia.

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