Introducción
La calidad visual del paisaje es un reconocido factor en la localización de actividades económicas. No solo para el caso de aquellos escenarios singulares o excepcionales, con una alta valoración estética, sino también para aquellos otros más comunes, con un significado menos diferenciado o un carácter cotidiano. Para los primeros el paisaje es un elemento diferencial que agrega valor a su existencia; el paisaje constituye una plusvalía territorial que, por ejemplo, distingue unos destinos turísticos de otros. Para los segundos, por el contrario, el paisaje se convierte en un elemento más al cual considerar a la hora de determinar localizaciones. En este último caso, mediante un buen planeamiento territorial, el paisaje puede convertirse en justo lo contrario, puede transformarse en un elemento que se dignifique a través de actuaciones concretas y que aumente su valor mediante procedimientos claramente dirigidos. Este sería el caso, por ejemplo, de la selección de áreas de menor accesibilidad visual, la elección de exposiciones más cerradas o la discriminación de aquellas otras de mayor calidad para ubicar determinadas actuaciones susceptibles de causar impacto. Bajo este prisma la correcta ubicación de actividades impactantes, o con baja valoración estética, no solo no afecta a la calidad visual del paisaje sino que, indirectamente, ayuda a incrementarla.
Este aspecto deviene de máxima importancia en los márgenes urbanos, en las periferias de las ciudades y en aquellos espacios intersticiales, donde confluyen elementos heterogéneos de difícil encaje territorial. Estos lugares, en general, configuran paisajes comunes para muchos ciudadanos, habituales en los trayectos diarios, cotidianos en la vida de cada quien y, sin embargo, a menudo insustanciales y carentes de aprecio, desposeídos de cualquier valor que sus más habituales usuarios pudieran conceder. Quizás ello se deba a una falta de interés por parte de sus usuarios, o tal vez a un desapego hacia lo habitual que, precisamente por serlo, se percibe como banal. En cualquier caso los paisajes más cotidianos, los paisajes más comunes entre nosotros, acostumbran ser también los de menor apreciación estética y, por tanto, los que menor atención reciben cuando se producen crecimientos desordenados o poco planificados. El Convenio europeo del paisaje hace mención expresa a este tipo de configuraciones, resaltando su importancia para la calidad de vida de las personas. Así, no solo los menciona en el Preámbulo, sino que también los recuerda en el artículo 2, dedicado al ámbito de aplicación, y en dos puntos del artículo 6, cuando reflexiona sobre la sensibilización, la identificación y la calificación de paisajes.
El objetivo de esta contribución es presentar una metodología de trabajo diseñada para valorar la calidad visual del paisaje en espacios periurbanos, cotidianos o sin particular distinción estética. La finalidad de esta valoración es establecer las localizaciones más adecuadas para actividades económicas, como aprovechamientos residenciales, industriales, logísticos o de servicios, que puedan resultar perceptualmente discordantes. Para ello se considera la dimensión visual del paisaje y se aplica una metodología de tipo indirecto respaldada por numerosas investigaciones similares, la cual finalmente se desarrolla mediante el uso de SIG. La aplicación y validación de resultados se realiza en Muntanyes d'Ordal, en plena Región Metropolitana de Barcelona (España), un ámbito bien conocido por nosotros y con importantes tensiones territoriales.
Este artículo consta de seis partes principales. La presente, que contextualiza la investigación, señala la oportunidad de estos trabajos en áreas periurbanas y apunta distintos aspectos relativos al paisaje, tanto desde un punto de vista teórico como procedimental. La segunda parte, donde se esbozan las características principales del área en estudio, y la tercera, donde se expone el método seguido para facilitar su replicación en otros ámbitos. El cuarto y quinto apartado, Resultados y Discusión , muestran los valores obtenidos tras la aplicación del método en el área en estudio y su oportunidad y beneficio, tanto en este lugar como en otros de características similares. Finalmente el sexto apartado, Conclusiones, sintetiza los principales aspectos de nuestra contribución.
Valoración de paisaje
Como es bien sabido el término paisaje es difícil de definir porque engloba numerosas acepciones (Bolòs, 1992; Antrop, 2000). Una de las definiciones más aceptadas es la propuesta por la Convención europea del paisaje:
Paisaje es cualquier parte del territorio, tal como la percibe la población, cuyo carácter sea el resultado de la acción y la interacción de factores naturales y/o humanos (Consejo de Europa, 2000).
Para la mayor parte de la población el paisaje se relaciona con valores escénicos y experiencias visualmente estéticas (Bishop y Hulse, 1994; Lange y Hehl-Lange, 2010). A pesar de notarse una gran diversidad de planteamientos (García y Muñoz, 2002; Busquets y Cortina, 2009), determinados autores centran el término paisaje en su dimensión visual (Daniel y Vining, 1983; Muir, 1999; Danahy, 2001). Esta consideración es más frecuente cuando se realizan investigaciones en percepción y evaluación del paisaje (Berenguer, 2005; Tveit et al. , 2006) o en investigaciones aplicadas (Garré et al. , 2009; Cowell, 2010). La mayor parte de estudios de valoración estética del paisaje se realizan en lugares de cierto reconocimiento escénico, como es el caso de la alta montaña (Beza, 2010), la línea de costa (Ergin et al. , 2010) o las zonas boscosas (Domingo et al. , 2011). También se realizan investigaciones de este tipo de manera asociada al planeamiento urbano y territorial (Schmid, 2001; Valencia et al., 2010). Por el contrario, no son abundantes las investigaciones sobre preferencias estéticas en márgenes de ciudades, paisajes periurbanos, brownfields o espacios intersticiales entre la ciudad y el campo. Se conocen trabajos sobre la relación del paisaje y las periferias urbanas, pero habitualmente se centran en su valoración conceptual (Palang et al. , 2011), económica (López y Sánchez, 2011) o urbana (Cavailhès et al. , 2004), siendo poco frecuentes las experiencias centradas en valoraciones escénicas (Hands y Brown, 2002; Lafortezza et al. , 2008; Yang et al. , 2009).
Existen numerosas técnicas de evaluación del paisaje. Todas asumen que el paisaje posee un valor estético propio o intrínseco (Shuttleworth, 1979; Purcell et al. , 1994), que es apreciado de distinta manera según cada observador o grupo homogéneo de observadores (Ruiz y González, 1982) y que puede ser cualificado de manera cualitativa o cuantitativa (Nogué, 1993; Silvennoinen et al. , 2002). Las preferencias de paisaje no son unitarias, varían entre cada observador en función de su código cognitivo. En este sentido, el trabajo de Coeterier (1996) afirma que los atributos ambientales que influyen con más peso en la percepción del paisaje son la unidad del paisaje, el uso, los componentes abióticos, los componentes bióticos, la evolución temporal, la organización espacial, la gestión y las cualidades sensoriales. Otros autores fijan interés en aspectos de tipo sociodemográfico (Svobodova et al. , 2012), en atributos de tipo visual (Tveit et al. , 2006), o en las expectativas que el observador tiene sobre dicho paisaje (Van den Berg et al. , 2003).
Los métodos de evaluación del paisaje pueden agruparse en distintas categorías según el planteamiento que adopten (Daniel y Vining, 1983). La manera más sencilla de agruparlos es atendiendo a si utilizan procedimientos de tipo directo o indirecto (Briggs y France, 1980). Los primeros se basan en comparar las preferencias de distintos observadores con el objetivo de obtener valores en común. Los segundos se centran en detectar la presencia o abundancia de ciertos elementos con una determinada consideración. Este último método presupone que el valor estético del paisaje deriva del valor estético de cada uno de sus componentes (Linton, 1968). Existen métodos de compromiso que participan parcialmente en cada una de estas perspectivas ideando modelos que, mediante procedimientos matemáticos, determinan las preferencias de paisaje de los observadores (Daniel, 2001; Arriaza et al. , 2004; De la Fuente et al. , 2006; Lindemann et al. , 2010). De la misma manera es común aceptar que no existe un solo procedimiento de valoración correcto y excluyente de los demás. Es por ello que la validez de los distintos métodos acostumbra a centrarse en reconocer un cierto grado de subjetividad y en asegurar la sistematicidad de los resultados (Dunn, 1974).
Área en estudio
El ámbito de trabajo se localiza en una región de baja montaña, a pocos kilómetros de la ciudad de Barcelona y en el centro de su Región Metropolitana (Figura 1). El carácter periurbano del sector se manifiesta en la elevada densidad media poblacional, que en 2012 se cifraba en 1 146.7 hab/ km2, y se evidencia en la dispersión de espacios edificados (que ocupan un 17.15% de la superficie total) y la profusión de redes viarias.
El conjunto destaca por la compartimentación del relieve y por su evidente carácter montuoso. A pesar de que las alturas máximas son modestas (únicamente en puntos concretos se supera la cota de los 600 m), la fragmentación y rugosidad del relieve son notables y, ciertamente, influencian las actividades humanas y las cubiertas del suelo. La ocupación mayoritaria queda estructurada por formaciones vegetales de tipo mediterráneo y por algunos campos de cultivo, si bien las clases de más impronta visual son aquellas de carácter antrópico, como es el caso de sectores residenciales, polígonos industriales y logísticos o infraestructuras viarias (Paül y Serrano, 2005). Este carácter periurbano se refuerza si se considera la existencia de sectores protegidos por la Red Natura 2000.
Hay que entender este sector como un área particularmente sensible desde el punto de vista ambiental. Ello se debe, por una parte, a su inclusión en un contexto periurbano, con las presiones y condicionantes que ello comporta, y, por otra parte, a la fragilidad e inestabilidad propia de los relieves montañosos que, aunque modestos, son una constante del lugar.
Metodología
Para la consecución del objetivo perseguido se ha utilizado un método indirecto de evaluación estética del paisaje, considerando esta evaluación desde la perspectiva de la calidad y la fragilidad, como resulta habitual en trabajos de este tipo (Montoya y Padilla, 2001; Martínez et al. , 2003). La calidad visual del paisaje se ha entendido como el valor intrínseco de un paisaje desde el punto de vista de su fisionomía; la fragilidad visual del paisaje se ha asimilado a la susceptibilidad al cambio ante una actuación. Ambos aspectos son de gran interés para trabajos de diagnóstico territorial y planeamiento urbano. Ello no ha sido obstáculo para que, además, se consideraran aspectos relacionados con la valoración ecológica y estructural del paisaje, tal como se ha realizado en otros estudios similares (Ayad, 2004; Otero et al. , 2007) y como parece acertado realizar en ámbitos periurbanos (Sevenant y Antrop, 2009).
Finalmente, hay que decir que el estudio se ha nutrido de un exhaustivo trabajo de campo desarrollado a escala 1:5 000. Los datos colectados han sido cartografiados en formato vectorial y, posteriormente, se han rasterizado tomando como unidad de análisis píxeles de 10 m de lado. Esta matriz de datos ofrece un grado de detalle muy elevado, y resulta adecuada para datos con validez a escala 1:10 000. A pesar de no constituir la fuente de información principal, también se han realizado entrevistas con la población local, con el fin de colectar información relativa a mitos, leyendas o saberes tradicionales que se vincularan a un mayor aprecio del paisaje. El estudio ostenta un grado de detalle extraordinario, hecho que justifica su adecuación en planeamiento urbano y adecuación territorial. El tratamiento de las bases cartográficas se ha realizado con Microstation v8 (c) Bentley, para la preparación de la cartografía, y ArcGis 10 (c) ESRI, para el cruce y análisis de cartografías.
Calidad visual del paisaje
La calidad visual del paisaje tiene por propósito establecer el valor de cada porción de territorio, desde el punto de vista de la percepción visual y en función a aquellos criterios que, para el área en estudio, se consideran de referencia. En el estudio se ha estimado que un estado ecológico elevado tiene una consideración positiva en la valoración visual del paisaje, motivo por el cual también se han integrado criterios de carácter ecológico. En conjunto se ha atendido a la ocupación del suelo, la caracterización florística y fisionómica de la vegetación, las formas de relieve y la estructura general del territorio. También se han considerado localizaciones puntuales que, por diversos motivos, gozaban de un especial aprecio por parte de la población local.
La valoración se ha realizado atendiendo a las aportaciones de diversos autores (Linton, 1968; Hands y Brown, 2002; Arriaza et al. , 2004; De la Fuente et al. , 2006; Otero et al. , 2007; Tyrväinen etal. , 2007; Lafortezza et al. , 2008; Yang et al ., 2009; Beza, 2010; Lindemann et al. , 2010), así como a la opinión de la población local y el conocimiento propio de la zona en estudio. Generalmente, la literatura científica señala más positivamente las zonas vegetadas que las no vegetadas y las formaciones arbóreas que las herbáceas y arbustivas. Las zonas con topografías accidentadas se acostumbran a considerar mejor que las de topografías llanas, así como los afloramientos rocosos, particularmente si tienen coloraciones vistosas o son de gran verticalidad. Los mosaicos paisajísticos suelen tener una valoración más positiva que las superficies homogéneas. Respecto a las consideraciones de tipo ecológico, se ha atendido al grado de madurez de las comunidades vegetales, la rareza y la riqueza de estratos. De la misma manera, se ha considerado que no todos los elementos del paisaje ejercen un peso por igual en la valoración del mismo. Por ello se han detectado aquellos elementos con valoración positiva, o que suman valor al paisaje, y aquellos otros con valoración negativa, o que restan valor al paisaje; en este proceso han resultado de utilidad las entrevistas desarrolladas con la población local, así como la ponderación de los datos tomados en campo. Acto seguido se han calculado las cuencas visuales de estos elementos, para localizar las apreciaciones más positivas y las más negativas y, finalmente, se han ponderado los valores obtenidos con un puntaje de +2 para el caso de los positivos y de -1 para los negativos (Cuadro 1). La cartografía generada se ha integrado con la de calidad intrínseca del paisaje obteniendo, así, una cartografía final de calidad del paisaje.
Variables | Valoración | |
---|---|---|
Calidad intrínseca | Ocupación del suelo | de 1 a 5 |
Valor sintético de la vegetación | de 1 a 5 | |
Proximidad de la vegetación a la clímax | de 1 a 5 | |
Estado de conservación de la vegetación | de 1 a 5 | |
Rareza de la vegetación | de 1 a 5 | |
Riqueza de estratos de la vegetación | de 1 a 5 | |
Valor estético del relieve | de 1 a 5 | |
Fragmentación del paisaje | de 1 a 5 | |
Calidad extrínseca | Vegetación singular | de +2 |
Relieve singular | de +2 | |
Elementos culturales | de +2 | |
Elementos artísticos | de +2 | |
Artefactos impactantes | de -1 |
Cada uno de los elementos considerados ha sido puntuado del uno al cinco, donde uno corresponde a la valoración mínima y cinco a la valoración máxima. El resultado de la integración de todas las capas de información consideradas ha sido redondeado al número entero más próximo, de tal manera que pudiera trabajarse con valores suficientemente precisos y, al mismo tiempo, ajustados al tipo de valoración que se deseaba desarrollar. Los valores resultantes se han codificado en cinco clases de calidad: muy alta, alta, media, baja y muy baja.
Fragilidad visual del paisaje
La fragilidad visual hace referencia a la susceptibilidad de un paisaje al cambio cuando acoge una actividad determinada. Su valor se relaciona con el deterioro visual que experimentaría el territorio ante determinadas actuaciones. La fragilidad visual resulta de gran interés en planificación, ya que proporciona información para realizar localizaciones impactantes en lugares de difícil percepción y, por el contrario, evitarlas en lugares de fácil exposición. La fragilidad visual, finalmente, es un buen parámetro para evitar el deterioro del paisaje.
La fragilidad visual se compone de dos elementos: la fragilidad visual intrínseca y la fragilidad visual extrínseca. La fragilidad visual intrínseca se forma por aquellas variables del paisaje que aumentan o disminuyen la capacidad de absorción visual como, por ejemplo, la altura de la vegetación, la pendiente o la orientación del relieve, que condicionan el ángulo de incidencia visual del observador. La fragilidad visual extrínseca hace referencia a la susceptibilidad de un territorio de ser observado. Este aspecto se ha establecido a partir del cálculo de cuencas visuales desde puntos de mayor altura, miradores, núcleos urbanos, red ferroviaria y la red viaria de primer, segundo y tercer orden (Cuadro 2). A tal efecto se ha considerado una altura estándar de 1.80 m para el observador y un alcance de observación de 4 km, tal como ya se ha aplicado con éxito en otras experiencias (Martínez et al. , 2003).
Variables | Valoración | |
---|---|---|
Fragilidad intrínseca | Estratos de vegetación | de 1 a 5 |
Orientación del relieve | de 1 a 5 | |
Pendiente del relieve | de 1 a 5 | |
Fragilidad extrínseca | Cuencas visuales desde miradores | de 1 a 5 |
Cuencas visuales desde núcleos urbanos | de 1 a 5 | |
Cuencas visuales a partir de la red ferroviaria | de 1 a 5 | |
Cuencas visuales a partir de la red viaria | de 1 a 5 |
Finalmente, la fragilidad visual del paisaje se estableció combinando los mapas de fragilidad visual intrínseca y extrínseca. El resultado es un mapa de cinco categorías de fragilidad, que se correlacionan con cinco categorías nominales: muy baja, baja, media, alta y muy alta.
Síntesis de valores
Las dos cartografías realizadas, calidad y fragilidad del paisaje, tienen validez por sí solas. Sin embargo, para facilitar su aplicación en tareas de planeamiento y su uso por gestores del territorio, se ha creído oportuno sintetizarlas en un único documento. Así, ambas capas de información se han combinado y, posteriormente, reclasificado, de tal manera que mostraran la idoneidad del territorio para recibir nuevas actuaciones. La armonización de valores de calidad y fragilidad se ha realizado de acuerdo con las siguientes premisas: cuando la fragilidad visual es baja y la calidad baja, el territorio muestra una capacidad elevada para recibir actuaciones e, inversamente, cuando la fragilidad es alta y la calidad elevada, la capacidad para recibir actuaciones resulta escasa. Como en los casos anteriores, para una mejor comprensión, los resultados se han expresado en una leyenda de cinco categorías: muy baja, baja, media, alta y muy alta.
Resultados
La Figura 2 muestra la cartografía de calidad visual del paisaje. En ella se señala el valor estético del paisaje, según el procedimiento aplicado. La mayor parte del área en estudio (40.31%) ostenta un valor de calidad media, seguido por un 31.31% de valor alto; en ambos casos la explicación de estas cifras se encuentra en la cubierta forestal, que ocupa la mayor parte del sector, si bien lo hace de forma discontinua (hecho que explica la importancia de los valores medios). Los valores bajos se cifran en un 24.44%, y se relacionan con las superficies edificadas o, lo que es un matiz importante, aquellas exposiciones de calidad media, fácil accesibilidad visual y con elementos de valoración negativa. Su distribución, hacia el sureste del área en estudio, asevera esta afirmación. Los valores de muy baja calidad (3.42%) se ubican de forma dispersa en la parte más meridional y oriental, coincidiendo con sectores bien visibles y ocupados por formaciones vegetales degradadas o superficies antropizados de valoración negativa. Por último se encuentran aquellas superficies de calidad más elevada que, con un 0.52% del área en estudio, aparecen en aquellos sectores de mayor altitud en el área norte y centro y con mejores muestras de vegetación natural.
La Figura 3 señala la fragilidad visual del paisaje, es decir, aquellas porciones del territorio que muestran distintos grados de accesibilidad visual. Los valores más frecuentes corresponden a la categoría de fragilidad media (27.70% de la superficie del área en estudio). Se encuentran seguidos prácticamente por igual por valores bajos (20.63%) y altos (20.20%). Los valores medios se reparten de forma errática por todo el sector, con concentraciones muy notables en aquellos sectores más llanos. Los valores bajos y altos también presentan una corología dispersa, si bien concentrada en el interior de Muntanyes d'Ordal. En general estos valores se explican por la combinación de valores elevados de pendiente (de elevada fragilidad visual) y valores elevados de cobertura y pluriestratificación vegetal (de baja fragilidad visual). Siguen por significado aquellos sectores de muy alta fragilidad (17.12%), que se localizan en los márgenes del área en estudio, mayormente en zonas llanas u onduladas y fácilmente visibles desde la red viaria. Finalmente se encuentran aquellos puntos de muy baja fragilidad (14.35%), es decir, aquéllos con mayor resistencia al cambio, que se emplazan en topografías quebradas fáciles de ocultar visualmente, como es el caso de determinados fondos de valle y los surcos fluviales.
La Figura 4 es la síntesis de las dos cartografías anteriormente citadas. Aquí se representan aquellas localizaciones que, de acuerdo con su valor escénico y su exposición visual, resultan más adecuadas para recibir nuevas actuaciones. Un porcentaje bajo del territorio (5.97%) tiene una capacidad muy alta para recibir nuevas actuaciones, mientras que la mayor parte de la superficie del área de estudio (44.71 y 25.08%) muestra valores altos y medios.
Discusión
El ejercicio realizado ofrece un nivel de aplicabilidad muy elevado. El cartografiado de los resultados permite detectar aquellos lugares más adecuados para realizar nuevas intervenciones, así como aquellos otros que resulta más conveniente preservar. Sin duda se trata de una herramienta de gran utilidad para gestores y planificadores del territorio, porque permite realizar zonificaciones y proponer, con gran precisión, lugares donde, bajo criterios de paisaje, resulta más adecuado intervenir. Si se considera el carácter periurbano del sector esta utilidad aún muestra mayor significado. Esto es porque la correcta ubicación de actuaciones impactantes permite camuflar posibles apreciaciones estéticas negativas e, inversamente, realzar aquellas otras de mejor consideración.
La existencia de un sector protegido por la Red Natura 2000 ofrece un interés particular al ejercicio, ya que permite planificar el territorio de forma ambientalmente estratégica. 4 329. 29 ha, es decir un 65.29%, de la superficie protegida tiene una capacidad alta o muy alta para recibir nuevas actuaciones. Un planeamiento coherente evitaría intervenciones impactantes en el interior del espacio protegido y, en sentido inverso, promovería la restauración ambiental y la recuperación de áreas degradadas en estas ubicaciones, con el propósito de aumentar su calidad e incrementar el valor del conjunto. Por el contrario, fuera del área protegida, existen 6 537.45 ha, poco más del 50% del conjunto con capacidad elevada para recibir actuaciones. Así, si se toma como referencia la ampliación de zonas residenciales, el ejercicio realizado indica que 4 978.86 ha tienen una valoración alta o muy alta para acoger nuevos usos residenciales. Es decir, existen prácticamente 5 000 ha que, o bien son adyacentes a zonas ya edificadas o bien se encuentran a una distancia igual o inferior a 50 m, y que tienen una capacidad adecuada para recibir ampliaciones residenciales sin mermar de forma significativa el valor escénico del paisaje. Si en lugar de considerar ampliaciones de zonas residenciales se consideran crecimientos industriales, el aumento se traduce en 2 915.32 ha, que pueden concentrarse a 1 736.13 ha vecinas a ocupaciones ya existentes. Como ya se ha visto, tanto las zonas de crecimiento residencial como las de crecimiento industrial, pueden ser mayores si en vez de considerarse crecimientos cercanos a actuaciones ya existentes se atiende a implantaciones alejadas de estos usos.
La utilidad de ejercicios de este tipo es muy elevada, y aún puede incrementarse si además de criterios de paisaje se incluyen criterios de tipo urbanístico o socioeconómico. Metodologías de este tipo resultan de gran provecho en ordenamiento territorial, particularmente en ámbitos periurbanos y en los alrededores de grandes ciudades, por las fuertes presiones y las amenazas antrópicas que en ellos se encuentran. En lugares como Cataluña, donde el Observatori del Paisatge realiza una gran labor de sensibilización y protección de los valores del paisaje, trabajos como el presente resultan de un interés innegable. En otros lugares experiencias similares pueden complementar los numerosos estudios de planificación y zonificación que se requieren para un correcto ordenamiento territorial. En ambas situaciones ejercicios como el expuesto se revelan de gran utilidad para los gestores finales del territorio y, sin duda, se configuran como una herramienta de interés en la valorización de ámbitos periurbanos o con intereses contrapuestos, tal como defiende el Convenio europeo del paisaje.
Conclusiones
Se conocen distintos procedimientos para evaluar el paisaje desde un planteamiento visual y primordialmente estético. Habitualmente se distingue entre metodologías de tipo directo y metodologías de tipo indirecto, según si consideran la experiencia de los observadores de primera mano o de forma oblicua. La mayor parte de experiencias de valoración del paisaje se desarrollan en paisajes emblemáticos, de carácter singular, de reconocido valor o prestigio social. No se cuentan, sin embargo, excesivas experiencias en ambientes periurbanos, en los bordes de grandes ciudades o en ambientes urbanísticamente marginales. Resulta curioso notar este hecho, pues son precisamente estos paisajes los más frecuentados y los más vividos por la mayor parte de la población. Estos paisajes también son los más delicados y los de mayor sensibilidad, a causa de las tensiones que sufren por ubicarse en la periferia de grandes ciudades.
Bajo esta coyuntura se ha aplicado una metodología para valorar el paisaje en ámbitos periurbanos. A tal efecto se ha tomado como referencia Muntanyes d'Ordal, un área de montaña media, eminentemente urbanizada y con unas dinámicas netamente periurbanas, en el seno de la Región Metropolitana de Barcelona. La premisa de partida para desarrollar el estudio ha sido la misma que la postulada por Dunn (1974), según la cual no existe una metodología universal y con carácter excluyente. Es por ello que la bondad de la investigación reside en saber seleccionar un procedimiento correcto y aplicarlo de forma sistemática, reconociendo siempre los errores y subjetividades que pudieran asociarse.
El estudio parte de valorar el paisaje desde dos posiciones complementarias, según si se atiende a su calidad visual o a su fragilidad. Por calidad visual del paisaje se entiende su consideración estética y, también, su estado ecológico. Por fragilidad se comprende la capacidad de respuesta de un paisaje a un cambio determinado. Ambos aspectos, calidad y fragilidad, resultan de máxima importancia a la hora de realizar valoraciones estéticas y territoriales, particularmente en vistas al ordenamiento y gestión del territorio. La síntesis de ambos planteamientos conduce a una cartografía donde se señalan aquellas porciones del territorio con una mayor capacidad para recibir actuaciones. Esta síntesis resulta de gran beneficio para gestores y planificadores del territorio. En la ejemplificación realizada, casi un 6% del área en estudio reúne características idóneas para recibir nuevas actuaciones, mientras que prácticamente un 70% tiene particularidades que, según la naturaleza de la intervención, podrían considerarse adecuadas desde el punto de vista de la apreciación estética del paisaje.
Estudios de este tipo ofrecen una elevada e interesante aplicabilidad. Su utilidad en ordenación del territorio resulta evidente y su importancia en planeamiento y gestión urbana innegables. Los gobiernos locales encuentran en planteamientos como el presente una herramienta de gran provecho y conveniencia y, al mismo tiempo, un instrumento con el cual dignificar y poner en valor los paisajes cotidianos que, precisamente, son los menos valorados.