El protagonista de este libro es el espacio marítimo, mismo que no es tratado como mero escenario de la historia de México, sino todo lo contrario. Se trata de una aproximación cultural e histórica sobre un entorno, que, en palabras de las coordinadoras, Guadalupe Pinzón Ríos y Flor Trejo Rivera, “suele mostrarse esquivo cuando se trata de rastrear su huella en nuestra sociedad”.1 Los autores comparten la inquietud por discutir las formas en que el mar ha sido representado e interpretado por diversas sociedades. En sus contribuciones encontramos propuestas que llevan a cuestionarnos si podemos considerar al mar, exclusivamente, como un espacio de tránsito o si se trata de un espacio bio-social, significado por las sociedades indígena, mestiza y española a lo largo del tiempo.
Las temáticas giran en torno a dos ejes espaciales: el mar y los litorales, y sobre estos surge un tercero: los contactos marítimos en la historia de México. Estos, a su vez organizan el libro en cuatro secciones, que se comentan a continuación.
Primera parte: “Las percepciones del mar, puertos y entornos marítimos”. Se aborda el papel del mar desde la cosmovisión mesoamericana mediante las aportaciones de Patrick Johansson, Blas Castellón y Emiliano Melgar; mientras que el último, de la pluma de Martín F. Ríos, hace una revisión semejante, en la orilla opuesta, la del Viejo Mundo. En conjunto, las propuestas de Johansson, Castellón y Melgar, permiten reflexionar sobre el proceso de configuración del paisaje cultural de poblaciones que, como en Mesoamérica, se adaptaron a espacios terrestres y acuáticos. El artículo de Ríos, “La percepción del mar en la cronística castellana de la baja edad media”, devela la intención de este apartado, que es dar cuenta de las preocupaciones que moldearon la percepción del mar en las sociedades prehispánica y occidental.
Segunda parte: “Cartografía marítima”. Integrada por dos textos que versan sobre cómo la cartografía manifiesta distintas formas en que las sociedades que los producen, perciben el espacio marítimo. En el artículo: “Bestiarios cartográficos. Criaturas del mar en los mapas de América, siglos XVI-XVII”, Guadalupe Pinzón y Carla Lois abordan el tema de la fauna maravillosa representada en la cartografía americana. Utilizan mapas antiguos como documentos históricos, dando cuenta de las formas de interacción de una sociedad con su entorno, de tal manera que el repertorio de criaturas marinas forma parte de una mirada colectiva sobre el mar. Las transformaciones en cómo se percibían las criaturas marinas transitaron de la monstruosidad a la belleza, de la amenaza a la curiosidad, y finalmente, a convertirse en objeto de ciencia.
En el artículo de Dení Trejo: “La cartografía de la región californiana al final del periodo virreinal”, los mapas se analizan como discursos de poder. La cartografía consultada se concibe como parte del nuevo programa de colonización del noroeste del territorio mexicano. Las descripciones y representaciones cartográficas reflejan, para Trejo, los cambios en el control ejercido sobre el territorio californiano, motivado por presiones externas y por el interés geopolítico de aprovechar los territorios coloniales.
Tercera parte: “Frontera marítima y vínculos comerciales”. Consta de cuatro trabajos enfocados en dos escenarios: el Caribe y el océano Pacífico. En estas regiones, diversas tensiones fueron resueltas a base de políticas bélicas y económicas. El artículo “San Agustín de la Florida: discursos, enemigos y reformas fiscales en la definición de una frontera en el gobierno de Felipe V”, de Yovana Celaya, presenta el análisis de una frontera territorial y marítima en un nuevo proceso de construcción ante la monarquía española, en la primera mitad del siglo XVIII. Por otro lado, el texto: “Mecanismos de defensa en la fachada pacífica del virreinato del Perú: el caso de la fragata Nuestra Señora de La Paz de la Real Compañía de Filipinas (1805)”, de Miguel Luque Talaván, revisa la política naval defensiva de la Corona española en las costas del Pacífico peruano durante los primeros años del siglo XIX.
Otros dos artículos conforman esta sección: “Los cónsules de México en el Caribe y su relación con el mar. Antonio Hoffman y Urquía en La Habana”, de Laura Muñoz, es una reflexión sobre el papel de los diplomáticos mexicanos, como hombres que traían consigo los intereses de la tierra firme, en este caso México, que buscaban ejercer su influencia comercial en el espacio insular caribeño. Karina Busto cierra esta sección con su artículo “Acapulco en la segunda mitad del siglo XIX: ¿estancamiento o desarrollo portuario?”, donde la autora se contrapone a la idea de que una vez que el galeón de Manila ya no desembarcaba en sus costas, su papel como puerto importante habría sufrido una debacle.
Cuarta parte: “Entorno marítimo como medio de vida y comunicación”. La última sección del libro permite reflexionar sobre las dinámicas sociales para establecer un vínculo con el mar, y así generar enlaces comerciales más allá de las costas. El artículo: “Culturas y pueblos precolombinos de la Costa Pacífica. Navegación e intercambio entre los Andes Centrales, el Área Intermedia y Mesoamérica”, de Antonio Jaramillo Arango, plantea la existencia de un corredor marítimo occidental por el Pacífico precolombino, a partir de la revisión de datos arqueológicos y diversas crónicas.
En “Fortuna de mar. Enfermedad y muerte en la carrera de Filipinas, siglo XVII”, de Paulina Machuca, hay una reflexión sobre la dura vida de los trabajadores vinculados a la Carrera de Filipinas. Por otro lado, el artículo: “El puerto de San Blas: con las marismas por muralla”, de Hugo Arciniega Ávila, analiza el espacio costero de San Blas desde la perspectiva urbanística, a partir de indicios arqueológicos y de procesos geomorfológicos, partiendo de la premisa de que el estudio del paisaje permite comprender la respuesta de los pobladores de un asentamiento, a los desastres naturales. Finalmente, el texto “Viajes transatlánticos y tarjetas postales de Veracruz”, de Quirec Chantraine, es una propuesta original en la cual se explica la concepción que en otros territorios —en especial Francia— se tuvo del Puerto de Veracruz a través del análisis de las tarjetas postales.
Estos ejes temáticos, que definen el cuerpo y contenido del libro, están a su vez impregnados de una propiedad valiosa en esta obra: su carácter interdisciplinario, que, desde aproximaciones históricas, arqueológicas, geográficas, literarias y antropológicas, construye puentes que le dan un carácter holístico, posicionándolo contra la sobre especialización y la fragmentación temática. El libro proporciona datos histórico-geográficos y antropológicos de distintas temporalidades y espacios. Tal cúmulo de información se envuelve por un marco teórico más sutil que explícito, el cual evidencia que los estudios sobre las culturas marítimas abiertos en México requieren integrar en su enfoque conceptos como el de paisaje marítimo cultural, nacido en la arqueología marítima europea y que se define como el resultado de la interacción entre las sociedades “marítimas” que se relacionan, apropian, modifican y perciben los entornos acuáticos y terrestres como una sola unidad (Westerdahl, 1992).
Con este concepto en mente, adquiere sentido el cuestionamiento histórico y patrimonialista que las coordinadoras plantean en su introducción: ¿las aguas oceánicas son parte de nuestro patrimonio cultural? Al término del libro le quedará al lector claro que es necesario dejar de observar a las costas y aguas oceánicas como fronteras geográficas. De lo contrario, como lo señalan las coordinadoras, lo único que hacemos es poner límites a nuestra historia, como si esta se circunscribiera exclusivamente a tierra adentro.