Se cumple un año de la primera entrega fotográfica, realizada por José Manuel Crespo Guerrero, que se exhibió en la planta baja del edificio principal del Instituto de Geografía, en la Universidad Nacional Autónoma de México (Jiménez, 2016). Hace 12 meses el tema se centró en la actividad pesquera comercial ribereña que se realiza en la Reserva de la Biosfera El Vizcaíno, Baja California Sur. Ahora accedemos a una segunda exhibición, del 6 de marzo al 7 de abril de 2017, en el mismo lugar, bajo un eje similar al anterior, pero con un par de cambios. Uno se refiere a la zona que exhibe, las áreas naturales protegidas de Campeche y Yucatán, respectivamente: Área de Protección de Flora y Fauna Laguna de Términos y Reserva de la Biosfera de Ría Celestún. El otro, la temporalidad: abarca el pasado y el presente.
Hacia 1930 Vygotsky (1978, 1979) introdujo la noción sobre la zona de desarrollo próximo para referirse al potencial que cada persona tiene para continuar aprendiendo. Varias décadas después Wood, Bruner y Ross (1976) retoman el concepto en sus planteamientos y utilizan el término andamiaje (scaffolding) —Bruner es el más conocido porque lo proyectó en sus trabajos posteriores—. El andamiaje ilustra la importancia de la participación de los expertos que levantan plataformas, de manera similar a los albañiles, para que los aprendices escalen cada vez más alto y agranden la construcción. En este caso, el andamiaje que José Manuel Crespo Guerrero proporciona por medio de las imágenes apor ta al aprendizaje sobre la actividad pesquera en México.
Como buen facilitador, además de la obra propia, en la exposición se nota un esfuerzo por retomar las contribuciones de quienes en otra época realizaron registros fotográficos sobre la pesca a pequeña escala en el occidente de la península de Yucatán. Una actividad que se remonta en el tiempo y se actualiza permanentemente. Ocho son las fotografías elegidas en los resguardos y cedidas por la Fototeca Pedro Guerra de la Universidad Autónoma de Yucatán, el Archivo Histórico de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes y la Fototeca Nacional. La exposición se acompaña de un mapa realizado por Giselle Campos Flores, que muestra la distribución de las áreas naturales protegidas de Campeche (Figura 1). Cartografía complementada con información de las unidades económicas y permisos de pesca. El texto explicativo informa que Campeche tiene, bajo alguna figura de conservación, el 40% de su territorio, el 70% del litoral y el área marina salvaguardada equivale, en extensión, al tamaño del estado de Morelos. Yucatán protege 675 000 ha, entre la superficie terreste y marina, es decir, cuatro veces y medio la extensión de la Ciudad de México. De ahí la importancia del papel de la pesca comercial ribereña en la zona.
El autor organizó la exposición fotográfica en seis bloques temáticos. El primero, de naturaleza histórica, compuesto por ocho imágenes, narran la actividad pesquera de mediados del siglo XX. Las fotografías acercan al espectador a los barrios de pescadores, la construcción de embarcaciones, el desembarco de productos del mar y, por supuesto, su transporte a pequeña escala desde la playa al mercado local. Las imágenes en blanco y negro remueven la añoranza de los tiempos pasados. El mar limpio, las playas sin congestión y la vegetación más abundante. Por contraparte, la limitada tecnología de las embarcaciones y artes de pesca, el vestuario y los rostros cansados por el duro trabajo, obligan a reflexionar sobre las dificultades cotidianas durante las faenas. A este conjunto fotográfico le siguen otros que reflejan los temas actuales de la actividad pesquera comercial ribereña ¿qué cambios se observan en los paisajes pesqueros del siglo XXI? Indudablemente las herramientas de trabajo se modernizaron, no hay embarcaciones sin motores fuera de borda ¿será porque cada vez hay que ir más lejos para pescar? ¿Quizás porque se requiere agilizar el trabajo y volver cuanto antes, para entregar oportunamente los productos, a los demandantes mercados? ¿Se debe a la competencia con otros sectores, como el turístico, el petrolero o la agricultura intensiva de palma africana, que también ocupan los espacios? ¿Se han modificado las condiciones de trabajo para los pescadores?
Un grupo de fotografías es testigo de los importantes cambios que está sufriendo el sector con la aparición de nuevas cooperativas. Organizaciones sociales, al menos en la forma legal, con instalaciones modernas que se adaptan a las exigencias de los mercados internacionales de mayor poder adquisitivo: Estados Unidos, la Unión Europea y Japón. Las transformaciones son claras también en las propias embarcaciones con puntales más altos. Lo que permite surcar distancias que llegan a alcanzar los 100 kilómetros desde la línea de costa. Longitudes que, para una pesca comercial ribereña, parecen excesivas. La falta de recursos en el área inmediata, quizás por la sobreexplotación derivada de los buenos precios que ofrecen los mercados internacionales, es motivo para agudizar el ingenio de las empresas privadas más pujantes que operan en las aguas de Celestún (Figura 2). Estas han transformado las lanchas de 10.5 metros de fibra de vidrio en barcazas que recuerdan los antiguos botes-viveros ya desaparecidos.
Ocho fotografías muestran la participación de las mujeres que, aunque ausentes en el acto de la pesca, aparecen vivamente en la limpia y secado del pescado (Isla Aguada); en la selección, amarre (Figura 3) y empaquetado de la jaiba (Isla Aguada); transporte del producto a pequeña escala (pacotillera de Celestún); y en la venta y compra del pescado (Mercado Felipe Alonso Andrade de Ciudad del Carmen). Los últimos tres bloques de fotografías exponen escenas pesqueras de Atasta, Isla Arena y Celestún. De la primera localidad, Crespo Guerrero se detiene en mostrar profundas zanjas realizadas por excavadoras para la obtención de tierra, con el fin de construir la carretera MEX-180 (Cd. del Carmen-Villahermosa) y la posterior reutilización, aprovechando su encharque, para la acuicultura de la tilapia. En Isla Arena, la mirada se dirige a las labores de reparación de los artes de pesca. Destaca el compañerismo de los pescadores jubilados que se reunen para contar sus historias y es, realmente, una forma de ser. Las imágenes de Isla Arena desprenden una atmósfera sobre usos de los aprovechamientos marinos menos industrializados que los de Celestún: así lo muestra su puerto de abrigo y las embarcaciones que allí aparecen amarradas. Por último, de Celestún llama la atención la competencia en la ría, entre las embarcaciones turísticas y las pesqueras ribereñas. Las basuras y las viejas embarcaciones abandonadas, en las proximidades de la antiquísima salinera y el puerto de abrigo, son un verdadero problema, en la gestión del área natural protegida.
La exposición es sumamente didáctica. En su narrativa lo mismo aporta a expertos que a quienes incursionan por primera vez en el conocimiento sobre la pesca comercial ribereña. Hace un justo reconocimiento a los antecedentes. Expresa una buena cantidad de cambios favorables, con el recordatorio sobre la obligación de cuidar los recursos naturales y generar bienestar para los pescadores: eslabones básicos en la cadena productiva. Además, estimula para seguir construyendo más andamios para que las generaciones actuales y siguientes tengamos la posibilidad de continuar ascendiendo en la comprensión de la cultura, ver “sus complejidades y contradicciones [... y] crear un mundo que dé significado a nuestras vidas, a nuestros actos, a nuestras relaciones” (Bruner, 1997: 10). Andamios que acerquen lo lejano, lo extraño, lo diverso. Compartiendo, negociando, formando, mediante la comunicación con imágenes.