INTRODUCCIÓN
En los años veinte del siglo pasado, tras el fragor revolucionario (1910-1920), hubo en México un ambiente relativamente propicio para la realización de caminatas fuera de la capital, con el objeto de conocer y explorar las montañas y lugares pintorescos que la rodeaban, así como los sitios arqueológicos que se estaban descubriendo. Con la Constitución política promulgada en 1917 y con los primeros gobiernos posrevolucionarios hubo un período de restablecimiento de la paz social que se fue extendiendo paulatinamente de los centros urbanos al campo. Sólo el movimiento cristero (1926-1929), aunque breve y localizado en el Bajío, volvió a cimbrar la tranquilidad que se iba erigiendo. En este contexto floreció el excursionismo. Su antecedente eran las exploraciones a la montaña que con afán científico habían arraigado con fuerza en Europa en el siglo XIX siguiendo la estela de figuras como Saussure en los Alpes, De Carbonnières en los Pirineos y Humboldt en los Andes de Ecuador (Sunyer, 2000; Guyot, 2006). En México, fueron las grandes alturas del país, Popocatépetl y Pio de Orizaba, los objetivos de las cada vez más frecuentes expediciones -así eran consideradas—practicadas en el siglo XIX. El excursionismo naciente se diferenciaba del montañismo practicado con anterioridad y a su vez enraizaba en él. Fue una actividad mayoritariamente de ocio, de carácter social, que comportaba no solamente el descubrimiento geográfico de una parte peculiar del relieve nacional, las montañas; también contribuyó a la transmisión de valores sociales y culturales y de conocimientos.
El Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua entiende por excursionismo la “actividad que consiste en hacer excursiones (para estudio, recreo o ejercicio)” (DRAE, 24ª edición). El DRAE lo incluye por primera vez en 1925 (15ª edición) adoptado de la definición que realizan Alemany y Bolufer (1917), como “ejercicio y práctica de las excursiones como deporte o con fin científico o artístico”. De ella se desprende una doble finalidad: hay una parte intrínsecamente deportiva y otra de ocio, científica o artística, o más ampliamente, de interés cultural. Por la primera, el excursionismo se ha vinculado a términos como montañismo, alpinismo y andinismo, entre otros, que ha conducido a las formas deportivas extremas actualmente existentes. Por la segunda, el movimiento excursionista desde sus orígenes, en su afán por conocer el territorio en todas sus dimensiones y a sus habitantes en su medio, fue una actividad a todas luces geográfica. El excursionista busca preferentemente los espacios poco frecuentados, o poco hollados por el humano. O aquellos que por su trascendencia conviene visitar recurrentemente. Las montañas, sus cimas y cordilleras, los valles ocultos, los lugares poco menos que desconocidos, han sido para el excursionista la última frontera del espacio geográfico por explorar, y halla en sus escasos habitantes, en sus costumbres y tradiciones, en su forma de poblar el territorio, las esencias de la identidad que los nuevos Estados nación ansiaban apropiarse1.
En México, el excursionismo naciente en los años veinte tuvo un cariz popular, vinculado a la salud, física y moral, a la práctica deportiva en sí, al conocimiento del propio territorio y valoración de lo propio (la cultura y las tradiciones), así como un objetivo social (Leal Sierra, 1971). Era la práctica excursionista, y especialmente la orientada a las grandes montañas, una actividad regeneradora a nivel individual y social, como ellos mismos consideraban. La base asociacionista que se iba a crear, además de respaldar socialmente las salidas fuera de la ciudad, devino núcleo de la cultura del montañismo que se iba a desarrollar y de sus prácticas.
Si bien el excursionismo ha sido objeto de interés de muchísimos autores en diferentes países, los clubes o asociaciones de excursionismo han sido menos estudiados tanto desde el punto de vista sociológico como su aportación geográfica. Menos lo han sido los clubes mexicanos2. Centrándonos en este último aspecto, una lectura geográfica del excursionismo debiera abordar, al menos, tres aspectos: en primer lugar, los lugares elegidos ¿dónde se ubican?; segundo, qué es lo que se observa en ellos, si es que se apreciaba algo; y tercero, qué es lo que hacen, perciben y sienten los excursionistas en esos lugares o a lo largo de los trayectos elegidos. En este artículo nos aproximaremos a los inicios de este excursionismo en México, a sus objetivos y alcances, en sus tres primeros años de existencia. Nos centraremos sobre todo en el primer aspecto mencionado, los destinos excursionistas y las rutas empleadas, aunque también se harán referencias a las observaciones realizadas. Esto lo haremos a partir de los documentos y publicaciones de una de las asociaciones formalmente establecidas más longevas de México como es el Club de Exploraciones de México (CEM). Creado en 1922, el CEM es un buen ejemplo de agrupación que ha animado a muchas generaciones de jóvenes, hombres y mujeres, durante casi cien años a realizar una actividad que ellos mismos consideran más que un deporte.
EL ORIGEN DEL ASOCIACIONISMO EXCURSIONISTA EN MÉXICO
Las primeras asociaciones excursionistas en México se iniciaron en el decenio de 19203 momento en que se dio una fase de popularización del excursionismo y la proliferación de los primeros clubes. En 1922 se constituyó el Club de Exploraciones de México (CEM), que se ha convertido en el decano del excursionismo mexicano en activo, y el que será referente del excursionismo en este país. A él le siguieron otros como el grupo Cuauhtli en 1923 -posteriormente rebautizado Club Montañista México- (Rodríguez, 2013), y el Club Citlaltépetl de México en 1924, ambos escindidos del CEM al poco tiempo de su fundación, y el Club de Exploraciones Tequitépetl, estos dos últimos todavía en activo (Leal, 1971, p. 7; Neyra, 2012)4.
El Club de Exploraciones de México (CEM) se constituyó por el empuje del estadounidense Otis McAllister (1889- 1980) quien desde hacía unos años residía en el país. Procedente de una familia de posición económica acomodada de San Francisco, California, en 1917 fue llamado a filas al involucrarse su país en la I Guerra Mundial. Él rehusó a presentarse por lo que su padre le conminó a abandonar el país. Huido a México, anduvo varios años deambulando por el país trabajando en el campo y en el ferrocarril5. Llegado finalmente a la Ciudad de México se empezó a ganar la vida dando clases de inglés. Fue precisamente con sus alumnos que comenzó a realizar excursiones por los alrededores de la Ciudad de México, y en marzo de 1922, en una salida por el paraje de la Marquesa, Salazar (Estado de México), decidieron constituirse como Club. Son siete los primeros integrantes: Otis Mc Allister (presidente, aunque él era partidario de que ostentara este cargo un mexicano), Hermann Blobaum (vicepresidente, de procedencia alemana), Rafael Arellano y Guillermo Rodríguez (secretarios); P.J. Walter y David Check (vocales) y Joaquín L. Legorreta (secretario) (Careaga Pardavé, 2005).
La idea de McAllister era la de fundar una asociación semejante a la del Sierra Club, en California, del que además de socio, era hijo y sobrino de dos de sus fundadores. Su reconocimiento al Sierra se puede ver en el diario excursionista de los años 1922 y 1923 que posee el CEM en su biblioteca (McAllister, 1941). En él se puede leer la dedicatoria, manuscrita y en los dos idiomas, “Afectuosamente dedicado al Club de Exploraciones de México por su fundador Otis Mc Allister quien a su vez reconoce la deuda original de formación y educación en los rectos principios de organización de las excursiones a sus consocios del Sierra Club de California” (McAllister, 1941:1). Tampoco dejó de tener contacto con el Sierra y en su boletín publicó notas sobre los avances del CEM (McAllister, 1927, p. 418; 1928, p. 92; 1929, p. 90).
Fundado el 28 de mayo de 1892, el Sierra Club fue promovido por el activista de la naturaleza de origen escocés John Muir y secundado por académicos y personalidades del estado de California. Se constituyó como grupo de presión frente al gobierno estatal, los propietarios, ganaderos y forestales que querían explotar los recursos del valle de Yosemite. Fue así, primero, asociación de defensa de los bosques y montañas del oeste de los Estados Unidos y posteriormente club alpino dedicado a la exploración y conocimiento de las montañas de la Sierra Nevada. Otis y John Hall McAllister, tío y sobrino del fundador del CEM, formaron parte del grupo inicial del Sierra Club y en este ambiente Otis McAllister se inició en los rudimentos y cultura del montañismo.
En estos orígenes del CEM se puede observar una tendencia a recuperar las que se consideraban las esencias de México y que el club iba a tratar de promover. Éstas estaban ligadas, por un lado, a los aspectos raciales del mexicano; por otro, a la exaltación de las raíces prehispánicas leídas éstas en clave nacionalista; y, finalmente, con la revalorización del territorio en sus aspectos paisajísticos y naturales. Varios hechos nos permiten aseverar tales afirmaciones. En primer lugar, el lema de la entidad; segundo, su emblema; tercero, el contenido de los primeros artículos publicados en su órgano de comunicación: El explorador en acción. Abordemos, antes que nada, los objetivos perseguidos por el Club.
De los objetivos del CEM
El primero de marzo de 1924, con motivo del segundo aniversario de la fundación del Club, se estrenó la revista trimestral El explorador en acción. Tan sólo se publicaron dos números, pero en ellos se explica cuáles eran los propósitos que alentaron a un reducido grupo de personas a constituir un club de estas características. En su primera portada definen los objetivos del Club:
Ofrecer a la juventud la oportunidad de mejorar y conservar bien su salud por medio de ejercicios al aire libre; fomentar el espíritu de fraternidad entre los socios sin distinción de razas, credos políticos o religiosos o posición social; interesar al Gobierno en la conservación de sus monumentos y de los lugares histórico-pintorescos, mediante la publicación de artículos y fotografías en la prensa o en el boletín del Club; hacer excursiones a pie cada domingo, de diez kilómetros cuando menos, a puntos de interés en los alrededores de la Ciudad de México, y durante las vacaciones y días de fiesta a puntos más lejanos, para explorar lugares notables por su belleza natural o su interés arqueológico, histórico o científico (Hernández Barrón, 1924, p. 1.).
Se puede observar la asociación entre un objetivo principal, el deportivo, con otras finalidades. El CEM se dirige a la juventud, el futuro de la sociedad. Una juventud que debía de fortalecerse por el contacto con la naturaleza y el ejercicio al aire libre -la caminata—; sensible a la riqueza histórico-arqueológica de México, la «Roma de América»6, que se iba descubriendo, y sensible a las bellezas naturales del país. Todo ello iba aderezado con una finalidad de fraternidad social en la que no importaban orígenes sociales y creencias sino que la misma actividad y el sentido patriótico de sus actividades debían ser los factores aglutinantes de esa pequeña sociedad que se inauguraba. En este sentido, el Club contribuía a un fin superior: a la formación de los individuos que la nueva sociedad surgida de la Revolución necesitaba.
Esta interpretación se ve reforzada con el artículo publicado en el segundo número de la revista mencionada titulado “Los boy-scouts o Exploradores y el Club de Exploraciones de México” escrito por Hernández Barrón (Hernández Barrón, 1924b, p. 3). En él, su autor establece deliberadamente un paralelismo entre la actual organización internacional de los Boy-Scouts, entonces de reciente creación en México, con los objetivos del propio CEM. En los años de la Revolución hubo varios intentos de introducir este movimiento explorador que no empezó a consolidarse sino hasta mediados de los años de 1920 (Asociación, 2017). En aquellos momentos, una parte del movimiento Scout inicial de México tuvo un carácter marcadamente militar, en el que el apoyo gubernamental parece haber sido sustancial, primero con Venustiano Carranza, y posteriormente con la Secretaría de Educación Pública (Asociación, 2017). Con su texto, Hernández Barrón pretende rescatar el espíritu de esta organización y trasladarlo al CEM. Un carácter del que rehuía un Otis McAllister pacifista, profundamente amante de la naturaleza y vegetariano.
La coincidencia en el término “exploración”, entre los Scouts y el Club de Exploraciones, oculta sin embargo objetivos diferentes. Para los primeros, la finalidad era eminentemente formativa y patriótica, que todavía es reconocida por la propia organización; una formación de la persona forjada con las actividades en la naturaleza y del contacto con ella. En el segundo, el término exploración hacía referencia al descubrimiento, personal y grupal, del territorio mexicano, y su reivindicación en toda su magnitud. Se pueden hallar algunos aspectos comunes al movimiento del excursionismo, pero en realidad proceden del ideario del club californiano Sierra Club. Por un lado, los temas ligados a la salud física y mental y, por lo tanto, moral. Esta salud integral del individuo debía ser fruto del contacto con la naturaleza y del necesario trabajo colectivo con los otros miembros del equipo y, en consecuencia, tendría efectos benéficos en la sociedad, en la nueva sociedad que se abría a los tiempos postrevolucionarios. Por otro lado, hay un afán de recuperar la propia geografía y sus lugares emblemáticos, tanto paisajísticamente, como histórica y culturalmente. En este sentido, de forma explícita, Rubín de Celis, en la revista La Montaña (la sucesora de El explorador en acción a partir de 1928), afirmaba que el CEM ofrece un servicio a la sociedad por medio de sus excursiones, de carácter moral (la corrupta vida urbana frente al noble medio rural), de carácter económico (por el bajo costo que suponen las excursiones), de carácter saludable (disfrutar la naturaleza haciendo ejercicio) y de carácter intelectual (abordar temas como la Geografía, Botánica, Zoología, Mineralogía) (Rubín de Celis, 1928).
Del escudo
El número 2 de la revista “El explorador en acción” tenía como portada el que será escudo del Club hasta nuestros días (Figura 1), y cuya autoría desconocemos. Al interior del blasón circular aparece el glifo toponímico prehispánico de altépetl, caracterizado por una singular montaña y un río a los pies de ésta, con ramificaciones de las que cuelgan pequeñas conchas de mar (Fernández y Urquijo, 2006). El diseño del escudo del Club retomaba la tradición prehispánica de representación de poblados, como símbolo de colectividad, para su propio escudo. En este caso, plasmaron en el centro del glifo toponímico una especie arbórea la cual, por su flor amarilla de la que sobresalen las anteras, y por las alargadas y entrelazadas raíces, podría ser una Ceiba pentandra, árbol sagrado en la tradición maya y otras regiones de México, representante del axis mundi, el eje de unión entre los niveles cósmicos. La ceiba o póchotl, en lengua náhuatl, se caracteriza por cambiar su fisonomía cuando alcanza la madurez y adquiere grandes dimensiones.
Si comparamos el escudo del CEM con el del Sierra Club (Figuras 1 y 2), parece existir una intencionalidad por mexicanizar el símbolo de la entidad californiana, club del que procedía McAllister. El escudo originario del Sierra Club es un medallón ovalado en cuya orla aparece el nombre de la asociación y la fecha de creación. Los elementos internos están conformados por una sequoia centrada en el blasón con el relieve de Yosemite al fondo, y una corriente de agua a sus pies.7
Así, el escudo del CEM ya existente en 1924 y sobre el que no parece haber habido discusión alguna, recuperaba el símbolo del altépetl, la figura del cerro acampanado que representaba a las poblaciones en los códices prehispánicos, y la ceiba. Con ello, a la par que rescata la simbología prehispánica, emula al símbolo del Sierra Club, lo que puede traducirse en ejemplo de la mexicanidad reivindicada.
De los socios
El CEM empezó a allegarse rápidamente de socios. Hernández Barrón (1924b) afirma que en 1924, a dos años de su constitución, eran ya 650 los miembros, “hombres y mujeres, nacionales y extranjeros” (Hernández Barrón, 1924b:1). En ese tiempo realizaron más de cien salidas con una dinámica de participantes en general ascendente. Aunque con fluctuaciones, el promedio estuvo en 21 por excursión, con una gran excepción, la ruta número 100 (Teotihuacán), la del segundo aniversario, que contó con 102 asistentes.
No tenemos mucha información sobre los socios del club, más que una relación de nombres de los primeros años (300 socios) y datos a partir de fuentes indirectas diversas, como el diario de McAllister (1941), los anuncios aparecidos en sus publicaciones, detalles de los relatos, y los comentarios ofrecidos por los veteranos del Club8. A partir de ellas se puede decir que era una población, en esos primeros años, mayoritariamente masculina (84%) y de origen mexicano.. También tuvieron peso los socios extranjeros o de origen foráneo, presentes desde las primeras salidas organizadas. Son posiblemente más del 16 por ciento de los socios de estos primeros años. Algunos de ellos con apellidos de origen centroeuropeo descendientes de personas que habían estado afectadas por la Guerra europea de 19149 (C.P. Acitores, 2014).
Socialmente el CEM estaba formado por individuos profesionistas, comerciantes, y personas que, en general, podemos asociar con la incipiente clase media de la capital, quienes podían costearse la cuota anual -que nunca fue excesiva (C.P. Careaga y Mancilla, 2014)—y las salidas dominicales. Entre sus profesiones encontramos fotógrafos y fotógrafos artísticos, dentistas, gestores bancarios, empleados en compañía de seguros, representantes comerciales, pintores de decoración, contadores, profesor de inglés, centro naturista, así como dueños y tenderos de establecimientos diversos (material eléctrico, droguería, camisería, restaurante vegetariano, librería), entre otras. Un indicativo es que muy pocos de ellos poseían automóvil particular por lo que las salidas frecuentemente utilizaban el transporte público colectivo.
LAS EXCURSIONES DEL CEM: EXPLORACIÓN GEOGRÁFICA, DESTINOS Y MEDIOS DE TRANSPORTE
La exploración geográfica del CEM
Además del diario de McAllister (1941), las revistas de la asociación ofrecen datos e información acerca de los destinos seleccionados para reaalizar excursiones. Tanto en El explorador en acción (1924) como más tarde en La Montaña (1928), algunos socios escriben sus reseñas, crónicas y vivencias habidas en sus periplos. Las crónicas de las primeras 89 salidas las hemos hallado relatadas en el diario de McAllister (1941), aunque algunas están también reproducidas en la revista (1924). Posteriormente en el número uno del Explorador aparece un listado con esas primeras excursiones, e inicia con la descripción de la número 88 hasta la 110. Sin embargo, hay que decir que el aficionado al excursionismo es poco dado a tomar la pluma y apenas hay variedad de articulistas. En los primeros años destacan como los más relevantes el presidente entonces del club, Otis McAllister, también Salvador Hernández Barrón (primer redactor de El explorador en acción) y, más adelante, Hermann Blobaum.
Encontramos diversos formatos de reseñas. En algunos casos, se elaboran simples fichas que recogen datos sobre la propia salida (lugar de destino, número de participantes, hora de salida y llegada) que se complementan con informaciones sobre el medio de transporte utilizado (en algunos casos mencionan hasta el precio y la clase del vagón en el que viajaban), el itinerario con sus etapas hasta llegar al lugar deseado, sobre la contratación de guías locales (generalmente indígenas), el material de apoyo (mapas), y la anotación de aspectos geográficos de interés para futuros excursionistas. También se añaden datos sobre los aspectos relevantes que se podían encontrar en el camino o información sobre sucesos acaecidos en su transcurso -con la idea de prevenir males en futuras visitas—. En el caso de las descripciones realizadas por McAllister de las 89 primeras salidas del Club, es patente su deseo por dejar testimonio de los primeros pasos del CEM.
Las reseñas más narrativas se hallan lógicamente en las revistas del Club. Se describe lo acontecido en la jornada o jornadas desde el momento en que se reunían en algún punto de la Ciudad de México hasta su regreso. Hay explicaciones muy puntillosas, algunas con ánimo científico y erudito, otras con intención de hacer sonreír y de animar a los lectores a participar en las excursiones. En todas ellas, sin embargo, siempre hay algún detalle geográfico, cultural, social y humano que convierte este tipo de textos en fuentes de interés para la investigación desde diversos puntos de vista, entre ellas, la geohistórica. En la revista, se intercalan las relaciones de viaje con otros textos de corte instructivo para el lector. Por ejemplo, McAllister suele reflexionar sobre el carácter pacífico del excursionista y sus múltiples intereses:
“Recuerde que la liga que nos une es el amor común a la naturaleza. (…) El Club siempre ha de estar descubriendo y sacando a la luz restos arqueológicos. Sería básico que los socios asistieran a las clases de Arqueología que da el profesor Hermann Beyer. (…) Es deseo de los redactores que este periódico no llegue solamente a manos de los socios, sino también de clubes semejantes del extranjero, y especialmente a manos de la gente rústica de los entornos, para que se dé cuenta de nuestra existencia, de nuestras buenas intenciones” (McAllister, 1924, p. 18).
Tras McAllister, Blobaum es el otro integrante que más se prodiga en los relatos. Incorpora pormenorizadas descripciones geográficas e históricas de determinados lugares que visitan. Por ejemplificar, en una salida al Pedregal de San Ángel, Blobaum relata que:
“en épocas remotas se extendía desde lo que es hoy la población de Coyoacán y Tlalpan, una llanura de suave inclinación, irrigada por las corrientes que descendían de la serranía del Ajusco. (…) Desde el punto de vista geológico pueden distinguirse en las canteras de Copilco tres capas claramente diferenciadas: A. Capa de lava volcánica B. Terreno de estructura blanda en el que aparecen los vestigios arqueológicos y restos humanos C. Terreno de estructura compacta (…)” (Blobaum, 1924, p. 8).
Son descripciones precisas y sin margen a licencias literarias por parte de su autor, algo que contrasta con los artículos de Hernández Barrón en la misma revista, donde deja espacio a sus propias reflexiones, utilizando metáforas didácticas y transmitiendo cierto aire romántico que nos evocan a los paisajistas del XVIII:
“México, como se sabe, (…) es un país muy montañoso; es, por decirlo así, una mesa muy grande cuyas vertientes se dirigen por un lado hacia el Océano Pacífico y por el otro hacia el Océano Atlántico. (…) Qué vasto campo de observaciones y descubrimientos se presenta ante la mirada de aquél que va a estudiar la naturaleza en estas regiones tropicales” (Hernández Barrón, 1924, p. 1).
Los destinos y el interés nacional
Al inicio las excursiones se realizaban cada quince días pero a partir de la quinta salida pasaron a organizarse cada fin de semana. Primero, en los fines de semana habituales, a lugares próximos, mientras que en períodos largos, de asueto, se aprovechaba para viajar a mayor distancia. En aquellos momentos “mayor distancia” significaba salir fuera de la capital, como por ejemplo a los volcanes (Nevado de Toluca, Iztaccíhuatl y Popocatépetl), algunos destinos en los estados próximos de Morelos (las poblaciones y zonas arqueológicas de Tepoztlán, Xochicalco), Hidalgo (El Chico, el primer Parque Nacional de México) y sobre todo ciertos puntos de interés situados en los estados de Querétaro (Peña de Bernal), Puebla (Valsequillo), Tlaxcala.
Las salidas realizadas por el CEM en sus primeros años de existencia denotan ese interés por lugares nacionales emblemáticos, como fueron las zonas arqueológicas (Teotihuacán- Acolman, Cuicuilco- El Pedregal, Huexotla, Tepozteco, Xochicalco, Tezcotzingo), algunas de las cuales estaban en pleno trabajo de recuperación y restauración. A ellas se añaden zonas de valor histórico-artístico prehispánico y colonial como Tepozotlán (Estado de México), el convento de los Remedios y el acueducto (Naucalpan, Estado de México), Tepoztlán (Morelos); zonas boscosas y otras bellezas naturales singulares (bosques de El Chico, lagunas de Zempoala y Hueyapan); a aquellas cimas próximas que prometían espectaculares panorámicas (Ajusco, cerro San Miguel, Coconetla). Un aspecto importante a considerar en la mayoría de las excursiones reseñadas es que siempre se trataba de ascender a alguna formación montañosa, por pequeña que fuera, para gozar del paisaje.
No parece haber tras estos destinos un plan de exploración sistemática, ni en sentido cronológico (Tabla 1) ni desde un punto de vista geográfico (Figura 4). Más bien, el criterio de selección parece basarse en una cierta tradición histórica de bellos lugares cuyo conocimiento conducía a otros. En los reportes de salida frecuentemente se indica la necesidad de “explorar” en futuras excursiones tal valle o tal acceso. La prensa periódica, o la misma legislación existente sobre monumentos arqueológicos, artísticos y bellezas naturales pudo tener un cierto peso, pero no hay claves que indiquen que efectivamente hubo un vínculo de este tipo.
Núm. | Ruta | Transporte | Tipo |
---|---|---|---|
1 | Salazar-La Venta | Tren, a pie | 3,4 |
2 | La Venta-Contreras | Tren, a pie | 3,4 |
3 | Cerro de Teutli, Las cuevas | Tranvía | 1 |
4 | Cerro San Miguel | Tren | 1 |
5 | El cerro Tepozteco en Tepoztlán | Tren | 1, 2 |
6 | Progreso-Teoloyucan | Tranvía | 2 |
7 | Tepexpan- San Juan Teotihuacán | Tren | 1 |
8 | Cerro San Miguel | Tren | 1 |
9 | Dinamos de San Rafael | Tren | 3 |
10 | Xochicuautla | Tranvía | 4 |
11 | Huexotla - Ídolo de Coatlinchán | Tren | 2 |
12 | Cerro del Ajusco | A pie | 3,4 |
13 | Chimalpa de los remedios | Tren | 3 |
14 | Cañada de Contreras | Tren | 4 |
15 | Xochicalco | Tren, automóvil | 2 |
16 | Cerro San Miguel | Tren, tranvía | 3,4 |
17 | Baños del Rey Netzahualcóyotl de Texcoco | Tren | 1,2 |
18 | Fuentes de Rio Magdalena Contreras | Tren | 4 |
19 | Prog. industrial por Lanzarote, Tepotzotlán y Cuautitlán | Tren | 4 |
20 | Cuevas de Teutli | Tren | 4 |
21 | Cerro de Xitli | Tren | 4 |
22 | Puebla y Atlixco | Tren | 3,4 |
23 | Cerro Cuautepec | Tren | 1 |
24 | Serranía de Sta. Catarina desde los Reyes hasta Tlaltenco | Tren | 1 |
25 | Contreras cuarto dinamo hasta el desierto | Tren | 3,4 |
26 | Los Remedios, Echegaray | Tren | 4 |
27 | Bosque de Ahuehuetes del Contador, Texcoco | Tren | 3 |
28 | Dos Rios a Cuajimalpa | Tren | 4 |
29 | El Pedregal de San Ángel | Tren | 3 |
30 | Los Baños de Netzahualcóyotl | Tren | 2 |
31 | Cerro Gordo | Tren | 2 |
32 | Salazar-La Venta | Tren | 4 |
33 | Cerro del Ajusco | Tren | 1 |
34 | Nevado de Toluca | Tren, automóvil* | 4 |
35 | Laguna de Hueyapan | Tren | 4 |
36 | Cerro Sincoque | Tren | 1 |
37 | Los bosques del chico | Tren, camión | 4 |
38 | Tres Marías, Huitzilac, Cuernavaca, Tepoztlán | Tren | 3 |
39 | Cerro de San Miguel | Tren | 4 |
40 | Ídolo de Coatlinchán | Tren | 2 |
41 | Pirámides y pueblo de San Juan Teotihuacán | Tren | 2 |
42 | El Popocatépetl | Tren | 3 |
43 | Acueducto de Zempoala, Tepeyahualco y Tepa | Tren | 4 |
44 | Cerro de la Columna | A pie | 1,3 |
45 | Los Viveros de Chimalpa | A pie | 4 |
46 | Salazar a Dos Ríos por cerro de la pirámide | Tren | 1 |
47 | Los arcos del Sitio | Tren | 3 |
48 | Cerro de Tlaloc | Tren | 4 |
49 | Presa de San Rafael | Tren | 3,4 |
50 | Pico de Orizaba | Tren | 3,4 |
51 | Piramide de Xochiacalco | Tren | 2 |
51-b | Petroglifos de Santa Cruz de Acalpixca | Tren | 2 |
52 | Salazar hasta Contreras | A pie, camión | 4 |
53 | El Desierto a Contreras | A pie | 3 |
54 | Serranía de Santa Catarina | Tren | 4 |
55 | Progreso, Villa del Carbón, Tepeji del Río | Tren, camión | 4 |
56 | Tepoztlán | Tren | 2 |
57 | Rancho colorado | Tren | 3 |
58 | La Venta al Ajusco | Tren | 4 |
59 | Cerro Malinche de Dos Ríos | Tren | 4 |
60 | Cerro Cuautzin | Tren | 1 |
61 | Obras del Desagüe | Tren | 4 |
62 | Nava de San Nicolás Peralta | Tranvía | 3,4 |
63 | Peña de Bernal, Querétaro | Tren, camión | 4 |
63-B | Salazar a Contreras | Tren, a pie, carruaje | 4 |
64 | Cerro de Alcaparrosa | Tren, camión | 4 |
65 | La Venta a la Cruz de Cólica y el Convento del desierto de los Leones | Tren | 4 |
66 | Tlamanalco, cerro de Tenayo y Temamatla | Tren | 4 |
67 | Ascensión de la Cruz del Marqués el Ajusco | Tren | 4 |
68 | Cerro del Pino | Tren | 1 |
69 | Molino de las flores, baños de Texcotzingo | Tren | 3 |
70 | Cerro Cuautepec desde San Cristóbal | Tren | 3 |
71 | Cerro Pelado | Tren | 4 |
72 | Los petroglifos de Santa Cruz, Acalpica, Milpa Alta, Cerro Teutli, Tulyehualco. | Tren | 1,4 |
73 | La peña del milagro | Tren | 4 |
74 | El Chico a Pachuca por las Monjas | Camión, automóvil | 3,4 |
75 | Xitle, Xicalco, Tepepan | Tren | 1,4 |
76 | Xometla a Texcoco por Acolman y Netzahualcóyotl. | Tren | 3,4 |
77 | Cerro del Ajusco | A pie | 2,3 |
78 | Cerro de Xochitepec | Tren | 1,2,3,4 |
79 | Nevado de Toluca | Tren | 3,4 |
80 | Cima, San Ángel, Cruz de Tlacoxpango | A pie, tren | 1,4 |
81 | Sierra de las Navajas | Tren, camión | 3,4 |
82 | Cerro Gordo de San Juan Teotihuacán | Tren | 1,4 |
83 | Pedregal de San Ángel | Tren | 3 |
84 | La Venta hasta Jajalpa | Tren | 3 |
85 | Barranca del Muerto, Cerro del Judío, Santa Rosa | Tren | 3 |
86 | Iztacihuatl | A pie | 3 |
87 | Cuajimalpa a Río Hondo | Tren | 3 |
88 | Ídolo de Coatlinchán | Tren | 2,3 |
89 | Guadalupe a Azcapotzalco | Tren | 3,4 |
90 | Los Remedios y Tecamachalco | Tren | 3 |
91 | Barranca de Dolores | Tren | 3,4 |
92 | Xochimilco | Tren | 3 |
93 | Cerro de Chimalhuacán | Tren | 1,3 |
94 | Tepotzotlán | Tren | 3 |
95 | Cerro de Zacatepec | Tren | 2,3 |
96 | Calacoaya | Camión | 4 |
97 | La Venta a Contreras | A pie | 4 |
98 | Dos Ríos a Los Remedios | A pie, camión | 2,3 |
99 | Tepetitlán | Tren | 3 |
100 | Teotihuacán | Tren | 2 |
Fuente: Elaboración propia a partir de datos del CEM y bases cartográficas a partir de los mapas de Bartholomew (1922) y McNally (1919-1929).
Otra vía de selección de los objetivos excursionistas procedía de la aportación de socios, o de amigos suyos, algunos con nociones científicas. En las páginas de los boletines del CEM se recogen avisos de cursos impartidos por tal o cual profesor que ayudaría a los participantes de una futura salida a ampliar sus conocimientos. De vez en cuando, hay algún entendido dentro del grupo capaz de otorgar explicaciones de carácter científico en relación con determinadas formaciones naturales (volcanes, cuevas, lagunas) o sobre signos, petroglifos, pinturas, que se hallaban en zonas arqueológicas desconocidas o poco trabajadas oficialmente.
La figura del guía local es importante al menos en estas primeras salidas. Sobre todo las efectuadas a lugares en los que existían yacimientos arqueológicos o cuando se efectuaban recorridos largos y en los que las posibilidades de perderse eran considerables. Éste podía ser una persona de la localidad quien, con calzón, manto y sombrero, acompañaba a los exploradores hacia las altas montañas o al destino que se terciase, aunque no siempre sucedía así (Figura 3). Había personas nativas de algún lugar de interés de visita, que podían residir por razones laborales en ciudad de México y que dado el caso podían desempeñarse como guías del grupo. En otras ocasiones, sobre todo en áreas con zonas arqueológicas, existía ya alguna persona que fungía como “guardián” o “velador” y que a un precio módico les explicaba historias de la tradición oral o que aleccionado con lo que expertos del tema le pudieran haber explicado, repetía con mayor o menor imaginación lo escuchado. En todo caso, el guía parecía saber lo que podía ser atractivo a los visitantes y se los mostraba. Eso podía ser desde cuevas interminables -túneles de lava— a pinturas rupestres o campos llenos de tepalcate (cerámica troceada y dispersa). En cualquier caso, el guía parece ser la contraparte del excursionista, tanto en su origen rural, en su forma de vestir y en sus costumbres, como en la forma de pensar y actuar, y era el vínculo con lo que podían considerarse las esencias del país. En cualquiera de los casos, el socio del CEM parece ser una persona interesada no únicamente por la parte deportiva de las excursiones, sino que parece poseer un afán de conocimiento amplio. La admiración hacia el pasado remoto, el colonial y hacia las bellezas naturales de esta parte central del país, con sus paisajes de la montaña y la alta montaña, se reflejarían en una mayor querencia hacia lo patrio y en un mayor interés por la historia y la cultura de los pueblos prehispánicos, así como una mejor comprensión del período colonial. En definitiva, se ama lo que se conoce y los miembros del CEM se muestran especialmente receptivos a caminar y a aprender.
Dados los cambios habidos en el valle de México en los casi cien años de vida del CEM, cuesta entender hoy en día el atractivo que pudo tener para los primeros excursionistas algunos de los objetivos dominicales planteados. Lugares como los Remedios, Tepozotlán, Atzapotzalco, hacia el norte de la ciudad fueron bastante visitados, si bien hoy se hallan dentro del continuo urbano de la metrópolis capitalina. Hablamos de una ciudad de México que en esos mismos años era una urbe relativamente pequeña cuya industrialización no llegó propiamente sino hasta mediados de los años cincuenta con la política de producción por “substitución de importaciones”, con todos los cambios que ello supuso. En las primeras décadas del siglo XX, el país seguía siendo fundamentalmente rural.
Centrando la atención en las primeras cien excusiones, hemos hecho una clasificación temática en función a la ruta y los destinos propuestos en cada salida (Tabla 1). Se pueden identificar cuatro tipos de destinos excursionistas:
Ascensión a cerros y volcanes entre los que hallamos las cimas principales del país (Pico de Orizaba, Popocatépetl, Iztaccíhuatl, Nevado de Toluca). Mucho más frecuentados son los cerros próximos a la ciudad, a saber, Ajusco (Cruz del Marqués y Pico del Águila), Xitle y cerro san Miguel.
Lugares de interés arqueológico: los internos al antiguo Distrito Federal, como la zona arqueológica de Cuicuilco (al sur de la ciudad); algo más alejado está Teotihuacan, los Baños de Nezahualcóyotl o Tezcotzingo (60 km); y como más remotos (150 km o más de distancia de la capital) tenemos el Tepozteco (Tepoztlán, Morelos) y Xochicalco (Morelos).
La búsqueda de parajes agradables o atractivos próximos a la ciudad, como la Marquesa, el Molino de Flores, la Cañada de Contreras.
Recorridos largos -caminatas— por escenarios diversos que ofrecían vistas de interés o simplemente realizadas por motivo de “exploración”.
Si clasificamos las primeras cien salidas organizadas en estos cuatro grupos observamos un cierto equilibrio entre ellos, si bien es cierto que los tipos 3 y 4, más genéricos, comparten la clasificación con la 1 y 2 en numerosas rutas. Tenemos 20 subidas a cerros y volcanes, 18 a zonas arqueológicas, 49 catalogados como parajes agradables, 52 recorridos largos por escenarios diversos.
Atendiendo a la distribución geográfica de las salidas (Figura 4), la zona que concentra mayor número de destinos se halla al suroeste de la ciudad de México, en el rumbo hacia Toluca. Entre ambas ciudades se encuentra la Sierra de las Cruces, donde actualmente se ubica el Parque Nacional Insurgente Miguel Hidalgo. El cerro San Miguel, el Desierto de los leones (luego Parque Nacional), Acopilco, Salazar, así como los Dínamos (la cañada del río Magdalena o de Contreras), al SW de la ciudad, fueron los más visitados por los excursionistas del CEM, y aún lo son ahora por la población de Distrito Federal. Es una zona muy concurrida por la calidad de sus bosques y sus panorámicas.
Los destinos al sur de la ciudad coinciden con la zona de mayor altitud de lo que ha sido Distrito Federal, como la serranía del Ajusco (posteriormente, declarado Parque nacional Cumbres del Ajusco, en 1936) y la Sierra de las Cruces (hoy repartido entre el Parque Nacional Insurgente Miguel Hidalgo y el Parque estatal Otomí-Mexica). Son áreas de espléndidos bosques de oyamel (Abies religiosa) y se puede considerar como la alta montaña próxima a la ciudad con cumbres próximas a los 4,000 metros.
El ferrocarril y los destinos excursionistas
Los medios de transportes disponibles en la década de los años veinte es otro aspecto fundamental en el desarrollo del excursionismo, así como para entender los destinos elegidos por los socios del CEM. En los años en los que hemos centrado este trabajo, 1922 a 1924, todavía no existía un sistema de carreteras10 y no se había producido el declive del ferrocarril en detrimento del automóvil, circunstancia que empezará a ocurrir al finalizar la misma década (Mendoza, 2015). En ese contexto, identificamos claramente que el medio más utilizado para dirigirse a los puntos de salida donde iniciar la caminata es el tren (86 ocasiones). También usaban el tranvía (tren eléctrico y tren de mulas) si éste llegaba a un punto deseado (en 5 ocasiones). El autobús (camión) y el coche, particular o rentado, fueron usados en 11 ocasiones. A pie, sin hacer uso de ningún medio de transporte, llegaron en 7 ocasiones y en una mencionan el uso de carruaje.
Sin duda la extensa red de ferrocarriles contribuyó al afianzamiento y la popularización del movimiento excursionista. En este sentido, los antiguos ferrocarriles de Toluca (hacia el W), Cuautitlán (hacia el N), Pachuca (NE) y Cuernavaca (S) con sus respectivas estaciones en la ciudad de México (San Lázaro, al Este de la ciudad; la de Colonia, al Oeste, Buena Vista, en el Centro, y la de Hidalgo, al NE) ayudaron a organizar el mayor número de salidas a los destinos antes mencionados. Las estaciones también eran importantes para el regreso y en muchos de los relatos se explica el esfuerzo denodado por alcanzar el último convoy para la capital. En el mapa de la Figura 4 se muestran los principales destinos de los excursionistas del CEM y su proximidad a las vías de ferrocarril y caminos principales. Se indican con un pequeño rombo la ubicación de las estaciones intermedias que serían utilizadas para llegar a destino y para el regreso.
En algunos casos, cuando las salidas podían llegar a ser multitudinarias, se empezó a solicitar servicios exclusivos de las compañías de ferrocarril para los socios. Es notable el interés de McAllister, autor de la mayoría de las reseñas excursionistas de esta primera etapa del Club, por testimoniar el habitual uso que hacían de este medio de transporte. Incluso en las propias fotografías que se conservan en el archivo del CEM, muchas son tomadas desde los vagones. Pareciera que transmiten una cierta predilección por este medio de transporte; incluso por las poses de los fotografiados, en actitudes intrépidas sobre el techo del vagón. Esas imágenes transmiten un auténtico espíritu aventurero y nos invitan a pensar que la aventura no era tan solo el destino al que llegar sino desde el mismo instante en que salían de la urbe (Figuras 5 y 6).
APUNTES FINALES
En esta primera aproximación al excursionsmo y a los aspectos geográficos de este movimiento, nos hemos centrado en uno de los clubes, el Club de Exploraciones de México, una entidad paradigmática en muchos sentidos y de la que en sus primeros años de existencia se derivaron otras más. El CEM popularizó el excursionismo en México y la ascensión a las montañas del país tras la Revolución. Al igual que en Europa, el excursionismo mexicano fue un fenómeno urbano promovido por ciudadanos de la clase media de entonces, que anhelaban llenar sus momentos de ocio y a su vez profundizar en el conocimiento del país a través de sus montañas. También tuvo su matiz nacionalista, reflejado en el escudo de la entidad y en la exaltación de la mejora de la raza derivada del contacto con la naturaleza y del ejercicio físico. Ciertos objetivos excursionistas, como las zonas arqueológicas, contribuían a alimentar ese nacionalismo identitario: un tercio de las salidas fueron a zonas arqueológicas o a la búsqueda de yacimientos.
Los medios de transporte jugaron un papel fundamental en la expansión de sus horizontes geográficos. Si bien es con los pies como el excursionista dialoga espacialmente con el territorio la mayoría de los objetivos no hubieran sido posibles sin ellos. La estructuración territorial conformada por la red de trenes y tranvías permitían viajes a lugares en muchas ocasiones alejados, en un momento en que el poseer vehículo propio no estaba al alcance de cualquiera.
El excursionismo mexicano, al menos el inicial, a partir de las fuentes consultadas, no parece poseer las inquietudes científicas, o cientificistas, que motivaron la creación de clubes alpinos europeos y norteamericanos. Salvo ciertos socios, en el caso del Club de Exploraciones de México no parecen ser estas las principales preocupaciones, contrariamente a lo que algunos ya han estudiado (Martí, 1989, 1994, 1996). Esto no le resta importancia al valor geográfico de lo que realizaban mismo que el estudio de otros centros excursionistas coetáneos o contemporáneos al CEM esperamos que nos ofrezca en un futuro. Estos nos proporcionarán un panorama más amplio y completo del desarrollo del excursionismo, de los intereses científicos que pudieron albergar, así como de los temas asociados entre ellos el conocimiento geográfico y cultural que pudieron incorporar.