Este libro fue publicado por Éditions Hispaniques como resultado de la cooperación histórica entre la Universidad Nacional Autónoma de México y la Sorbonne Université y es de celebrarse su edición, pues será de gran interés no solo para los académicos que cultivan la geografía cultural sino también para todos aquellos académicos interesados en comprender la importancia de la cultura en la construcción y la transformación de los paisajes naturales por las sociedades. La perspectiva cultural de la geografía brinda una mirada que enriquece mucho la lectura e interpretación de las investigaciones sobre los procesos socioeconómicos en el territorio a través de un enfoque integral e interdisciplinario.
Lo primero que llama la atención es el título: El petate y la jícara, dos palabras de origen náhuatl, y que como el editor mismo lo aclara, hacen referencia a una antigua metáfora de origen maya que sintetiza al paisaje tal como lo concebían las culturas mesoamericanas: la superficie de la Tierra donde viven los seres humanos es el petate o estera desenrollada, y la jícara es una vasija que, colocada al revés sobre el petate, simula la esfera celeste. Esta metáfora refleja la cosmovisión de nuestros ancestros indígenas en la que solo se podía concebir el paisaje habitado como una unidad formada por el medio biofísico como elemento material y los elementos intangibles, de naturaleza mágico-religiosa, ligados a las representaciones, a lo simbólico, a lo sagrado, presente en todos los aspectos de la vida comunitaria.
El objetivo de esta obra es presentar una síntesis de los estudios que sobre el paisaje se han realizado en México desde una perspectiva cultural. El libro muestra cómo la gran riqueza cultural de México, que viene desde tiempos antiguos, ha marcado la relación que sus habitantes han mantenido con su espacio, la manera de percibirlo, de sentirlo, de identificarse con él y a partir de ello, de dejar su huella, de construirlo, de transformarlo a través de procesos de larga duración. El espacio como un producto social vinculado a la cultura que lo ha moldeado, que le ha dado forma, es el planteamiento que permea todos los trabajos que conforman este libro.
La obra inicia con un prefacio a cargo de Federico Fernández Christlieb, investigador del Insituto de Geografía de la UNAM, un prólogo a cargo de Paul Claval, geógrafo emérito de la Sorbonne Université y una Introducción de Edith Fagnoni, académica de la misma universidad. Este libro presenta una estructura muy equilibrada pues se conforma de siete capítulos en que los autores abordan la relación entre el paisaje y la geografía cultural, y en los cuales se tratan los conceptos que le dan sustento y su evolución epistemológica, además de brindarnos un panorama sobre el estado que guarda el enfoque cultural en el estudio de los paisajes mexicanos a través del tiempo, Además, la obra transita a través de la historia de los paisajes mexicanos haciendo referencia a etapas clave del pasado y del presente, pero también aborda procesos rurales y urbanos, y hace referencia a las escalas global, nacional, regional y local; asimismo, incluye además algunos ejemplos de investigaciones temáticas sobre paisajes concretos realizadas desde el enfoque cultural de la geografía, como a continuación se presenta.
En el capítulo 1, Federico Fernández aborda con detalle las tres herencias culturales que se pueden reconocer en los paisajes mexicanos y que han marcado sus cambios más profundos: la primera, la de las culturas ancestrales de Mesoamérica y que dio como resultado los paisajes del altépetl (que es una comunidad de personas y el territorio que habitan, más los simbolismos que moldearon su interrelación); la segunda, la que irrumpe a partir de la llegada de los conquistadores españoles, que dio como resultado una nueva organización del espacio rural en la forma genérica de “pueblos” (además de las haciendas y la ciudad de México que sustituyó a la gran Tenochtitlán); y la tercera, la que surge en la segunda mitad del siglo XIX y se prolonga durante el siglo XX con la influencia cultural de los Estados Unidos, caracterizada por los paisajes “urbanos” derivados de la etapa de industrialización y terciarización de la economía.
El capítulo 2, de Alfredo López Austin, profundiza sobre el paisaje mesoamericano. Y de la cosmovisión que se refleja en el paisaje de esta etapa es precisamente de donde deriva el nombre del libro: el paisaje formado por la tierra y el cielo, en donde lo sagrado, representado por múltiples dioses, está presente en todos los aspectos de la vida cotidiana y en las relaciones de los habitantes con los elementos de la naturaleza. Resalta los aspectos comunes en la cosmovisión de las sociedades mesoamericanas, la importancia del sol, los dioses, las almas de los seres vivos y los ciclos de energía que sustentan el paisaje y el funcionamiento del cosmos.
El capítulo 3, de Raquel Urroz, presenta la aplicación del enfoque cultural de la geografía a la literatura, particularmente a la del siglo XIX en el contexto del romanticismo, que exalta los sentimientos y el contacto con la naturaleza, y la forma en que intelectuales como José Joaquín Fernández de Lizardi, Ignacio Manuel Altamirano, Guillermo Prieto, y Manuel Payno, entre otros, a través de sus escritos describieron y recrearon los paisajes rurales y urbanos de México -en particular los de la capital del país-, las costumbres, la vida cotidiana, los significados de los espacios y las relaciones de los habitantes con los lugares, contribuyendo con ello a construir la identidad nacional y cultural.
El capítulo 4, de Pedro Urquijo, hace un recorrido detallado por la evolución de los estudios del paisaje en México desde la perspectiva de la geografía cultural a través de sus principales exponentes; inicia con los fundamentos aportados por Carl O. Sauer y la Escuela de Berkeley, y la respuesta académica a estas investigaciones en México a partir del decenio de 1940, pero sobre todo desde 1970 hasta nuestros días, y explica los distintos enfoques con que se han abordado los estudios del paisaje: ecológico, histórico-cultural, de los antiguos pueblos indios, interdisciplinarios e integrales, y sobre la evolución ambiental, entre otros.
El capítulo 5, de Alicia Lindón, aborda el estudio de los paisajes urbanos de la periferia de la Ciudad de México a partir de las narrativas o historias espaciales de vida de sujetos individuales, desde la perspectiva del espacio de la experiencia, del espacio vivido; a partir de ello, aborda la vida cotidiana de actores anónimos y su relación con su espacio desde sus múltiples dimensiones: las prácticas y su significado, los saberes espaciales, la memoria espacial, los imaginarios espaciales, la forma de habitar el espacio, los sentimientos y emociones que evoca, entre otros, todo lo cual contribuye a la interpretación de los paisajes urbanos desde la visión cultural de los actores que los habitan.
El capítulo 6, de Virginie Thiébaut, presenta un análisis de los paisajes rurales desde la perspectiva cultural e histórica tomando como ejemplos dos tipos de paisajes: 1) uno natural: la cuenca baja del río Papaloapan y el sentido de identidad y pertenencia que ha generado en la vida de los habitantes asentados en su zona ribereña, a través de la incorporación de esta corriente fluvial a sus tradiciones culturales y costumbres; el segundo es un paisaje socioeconómico: el dominado por el cultivo de la caña de azúcar en dos regiones: el Valle de Los Reyes en Michoacán, y la cuenca baja del río Papaloapan, en donde los paisajes cañeros tienen significados diferentes como factores de identidad y de vínculo cultural para los habitantes.
Finalmente, el capítulo 7, de Liliana López Levi, aborda un fenómeno reciente en el paisaje urbano asociado a la globalización económica: el de los centros comerciales, su evolución espacial y su influencia en la transformación de la cultura urbana. Analiza su significado a partir del deseo colectivo de consumo impulsado por la mercadotecnia y los imaginarios que los habitantes urbanos han construido alrededor de ellos, no solo como espacios de compra de bienes y servicios, sino también de reunión, de esparcimiento, de escape de la realidad poco alentadora, comunicada a través de los noticieros; y hace énfasis en cómo estos espacios transmiten a los visitantes ideales de belleza, de moda, de status, de valores que exaltan más el sentido de “poseer” que el de “ser”, es decir, el personaje que representamos frente a la sociedad, a nuestro entorno, y no la esencia de quien realmente somos.
En conclusión, esta obra aporta al lector los elementos esenciales para interpretar los paisajes mexicanos y ayuda a comprender la importancia de la cultura en la construcción y la transformación de los paisajes naturales por las sociedades a distintas escalas y a través del tiempo.