La existencia de mapas antiguos en bazares urbanos es sorprendente. En estos lugares, miles de objetos personales y familiares se exhiben y dan ciertas pistas de su procedencia social, a la vez que se ofrecen al público que los visita semanalmente. Este paradero ha quedado fuera del radar de los especialistas e instituciones oficiales o académicas como los museos, las galerías de arte o las bibliotecas. Tal situación merece la atención en este Editorial de Investigaciones Geográficas, revista del Instituto de Geografía de la UNAM.
Las mapotecas,1 como espacios vigilados, no son el único hospedaje en la vida de los mapas antiguos. Su existencia en ambientes efímeros como el arte urbano, los salones de clases, los cafés, las ferias, las oficinas y, particularmente, el bazar, los expone a la mirada de otro público. Es el espacio del coleccionista, un personaje que busca un tipo de arte o de antigüedades, al que dedica tiempo, recursos económicos y pasión. También es el mundo del chacharero, una figura que recoge o recupera objetos de las más variadas circunstancias, artefactos asociados a la vida cotidiana, personal o familiar que la muerte o la desgracia altera y, por tanto, pierde la protección que le dieron sus dueños originales.
El bazar es el mundo de la cháchara, es un lugar con una variedad de objetos a los que no se les ha prestado suficiente atención, ni se ha teorizado sobre este objeto y su acepción.2 Se considera que la cháchara es, de acuerdo con el Diccionario del Español de México, algo “pequeño, sin importancia, de poco valor” (DEM, s/f). Así, el bazar es el universo de las baratijas popularizadas y revalorizadas como piezas únicas y originales que han perdido su estimación vital y quedan bajo la mirada y valoración de nuevos ojos e intereses.
Lo más cercano al bazar, el tianguis o el mercadillo callejero, para Pilar Gonzalbo (2019, p. 61) es el espacio del “pepenador”, de los “botes de la basura” de la historia. Esta historiadora se plantea: ¿cómo “leer” los objetos? Para esto, indica, se requieren las preguntas y las teorías con las cuales orientamos las interpretaciones del pasado humano. Por tanto, el bazar es un ámbito donde se encuentran las “otras fuentes”, como les llama Gonzalbo, innumerables testimonios de la vida cotidiana, personal o familiar, que nos conducen a otra pregunta ¿cómo se relacionan los objetos con las prácticas culturales, con la adopción de gustos y comportamientos, con las tradiciones o costumbres?
El bazar abre la posibilidad de volverse un lugar del recuerdo, de la memoria (para no olvidar) y de vestigios de la vida cotidiana. Con remotos orígenes en Oriente Medio, funcionan como mercados y centros de una vida comercial y política. Con cierta semejanza, el Parián de la Ciudad de México, un mercado permanente en la Plaza Mayor durante la Colonia, ofrecía objetos del Lejano Oriente, una práctica urbana que perdura ahora en las colonias como la Roma, Condesa, Juárez, Polanco y San Ángel, así como en el Centro Histórico de la capital mexicana. En la Zona Rosa, un espacio urbano e invención de una nueva vida cultural consolidada entre los años sesenta y setenta, la Plaza del Ángel3 es un centro abierto entre semana especializado en arte y antigüedades (es el mundo de los anticuarios), mientras que los sábados alberga un bazar de chácharas en sus pasillos.
En este espacio, los mapas antiguos se encuentran entre monedas, joyería, perfumes, bolsas, biombos, gobelinos, pinturas, dibujos, porcelanas, espejos, baúles, cristalería, lacas, lentes, mesas, sillas, plumas, talavera, lámparas, alfombras, juegos de mesa, juguetes, radios, discos, exvotos, llaves, relojes, instrumentos científicos, fotografias, tarjetas postales, manuscritos coloniales, cartas, reliquias, partituras, libros, catálogos y una casi interminable cantidad de testimonios de todas las épocas. ¿Cuál es la procedencia de todo esto? Su paradero exacto se desconoce y su huella se pierde en el tiempo, cuando dentro de las familias pasa de mano en mano hasta que una generación pierde el interés por el pasado heredado, entonces llega el momento del chacharero, se abre la posibilidad de convertir el objeto personal o familiar en fuentes materiales para descubrir el pasado humano.
¿El mapa es una cháchara? En el contexto del bazar, este es visto como un objeto raro o excepcional por su antigüedad, de ahí que la respuesta sea afirmativa. Una vez que se sostiene un acuerdo entre particulares, el acto de la compraventa, el chacharero transfiere la propiedad del objeto al coleccionista o aficionado e inicia un siguiente ciclo de vida: el mapa antiguo entra en otro ámbito privado donde el nuevo propietario le otorga otro significado, por ejemplo, se inserta en el mundo del diseño de interiores y en la visión de las artes decorativas, al lado de los muebles, cerámica, joyería, escultura o tapices.
Así mismo, los mapas nos recuerdan las preferencias de una cultura geográfica del viaje de un sector de familias mexicanas “asociadas con la modernidad” (Loaeza, 2012, p. 128), abierta a la curiosidad por conocer las ciudades, los paisajes y los países lejanos. Para las clases medias, las vacaciones se volvieron viajes culturales donde los mapas sirvieron para el disfrute, como una guía visual y parte de los recuerdos de aquellas aventuras.4
Un mapa, con aspecto antiguo y “pepenado” entre las chácharas del bazar de la Plaza del Ángel (Figura 1), ejemplifica lo anterior. Este tiene múltiples lecturas del mundo social de Colima, la “ciudad de las palmeras” y capital estatal, a mediados de los años sesenta. Al menos, sobresalen, tres elementos para una visión de conjunto. Primero, registra un espacio político, ya que sitúa la presencia de partidos políticos, como las oficinas del PAN, PRI y los sectores obrero, campesino y popular (CNOP, CNC, CROM y CROC); en segundo lugar, hay un catálogo de épocas históricas en sus calles, como: Xicotencatl, Moctezuma o Cuauhtémoc, Independencia, Corregidora, 5 de mayo, Venustiano Carranza o Lázaro Cárdenas, así como espacios culturales, museos, cinematógrafos, templos católicos, teatros, etc., o una calle con el nombre de Ana Martell, la “primera mujer española que llegó a Colima”; además, alrededor del mapa hay un directorio comercial de la ciudad con la direcciones de oficinas, teléfonos y horarios de atención al público.
Las huellas, como la memoria, existen, la figura de la cháchara es un vestigio entreabierto a la lectura del pasado, en especial para un ojo entrenado que descubre un mundo de posibilidades, que detecta, duda o sospecha. ¿Cómo convertir el bazar en un lugar pedagógico para la geografía e historia? Por lo visto, es un espacio alternativo de autoenseñanza, de práctica y de experimentación, de códigos y de diálogos por nuevos caminos que descubren la curiosidad, el gusto y el placer personal.