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Tópicos (México)

versión impresa ISSN 0188-6649

Tópicos (México)  no.49 México jul./dic. 2015

 

Reseñas

 

Agustín Andreu: Del misterio del hombre. Contemplaciones leibnizianas

 

Roberto Casales García

 

Granada: Comares, 2013, 162 pp.

 

Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla, UPAEP.

 

Las contemplaciones leibnizianas que Agustín Andreu propone en el presente texto no son en sentido estricto un mero comentario a la doctrina del hannoveriano, sino que parten de la filosofía de Leibniz para reflexionar sobre una de las cuestiones existenciales más apremiantes a lo largo de nuestra vida, a saber, qué es el hombre. "Esta pregunta", afirma el autor, "viene a expresar de la mejor manera posible el tema mismo del quehacer y el vivir del hombre y lo que tiene que averiguar él mismo viviéndolo y pensándolo, simultáneamente, y lo que necesita saber: capítulo esencial de su destino, capítulo que incluye todo lo demás"(p. 5). Así, Andreu se aproxima al misterio del hombre desde una ontología monadológica, la cual se cifra en términos de infinitud y unidad, ya que éstas "son las categorías implícitas y operantes en todo concepto o perspectiva antropológica, como se verá. Unidad desde dentro, desde el punto metafísico, que es la realidad. Infinitud en toda dimensión posible y de todos los modos posibles"(p. 12).

Partiendo de estas coordenadas ontológicas, Andreu confronta el ser del hombre con el del Creador, cuya infinitud y unidad son originarias. La propia individualidad de cada mónada carecería de sustento metafísico si su ser no reposara en el Ser Necesario. La creatura se manifiesta como una infinitud-finita, en cuanto que todo ser creado tiene su fundamento o razón de ser en Dios. Para Andreu, el cosmos es un todo armónico compuesto de una infinitud de mónadas, donde el hombre se presenta como un hecho radicalmente nuevo. "Lo que encontramos en nosotros de especial es una realidad llamada pensamiento que consiste en darse cuenta de sí y del mundo universo"(p. 27). Se trata, por tanto, de un ser-de-pregunta, de una pregunta viviente que se manifiesta, a su vez, como un ser-de-libertad dispuesto al desarrollo de potencialidades infinitas.

Cada mónada es un ser de conatus, cuyo grado sumo es la mónada espiritual: el hombre es un ser "de responsabilidad propia y última y de sentido o teleología decisiva"(p. 33), donde el cosmos se presenta como "el teatro del hombre"(p. 34). Así, la antropología metafísica que aquí se esboza parte, en primer lugar, de una nueva noción de substancia, la cual garantiza "la con-sistencia y solidez de lo individuado"(p. 39), y, en segundo lugar, de una personalización de la antropología, que postula "una vida de in-personarse en todo, de personalizarlo todo, de elevarlo todo al grado máximo de realidad que consiste en entrar en el entramado de la reciprocidad y el resplandor del sentido en la forma de la persona y su expresión y gesto"(p. 40).

Una perspectiva monadológica del cosmos como la que propone Leibniz, pone su origen en "puntos metafísicos cuya emanación o expresión llamamos corporeidad o materia y cuyo despliegue constituye el universo"(p. 44). La mónada, en este sentido, manifiesta un carácter netamente expresivo, el cual nos permite afirmar que su individualidad consiste propiamente en su conexión con el resto del universo, esto es, cuando se es parte del todo. Así, es en la mónada espiritual en donde "toda la fuerza del conocimiento y apetito y su orbe correspondiente, compenetrado con el resto del Universo y nunca separado ni separable, es un espejo definitivamente profundo de la mente originaria del universo, de la mente de lo que se dice Dios"(p. 47). Desafortunadamente el texto no aborda a profundidad el basto horizonte de la teoría leibniziana de la expresión, a pesar de que es un tema recurrente en el libro, así como tampoco observa las problemáticas que encierra la metáfora del espejo dentro de la misma.

Esto nos conduce a sostener que el misterio de la creación radica en ser un origen absoluto personal cuyo drama se gesta en las relaciones personales. De ahí que las mentes estén en contacto inmediato con el Ente primero, donde el perspectivismo de las mónadas sólo es el modo en que la mente armoniza con la inteligencia infinita. La mente, por ende, no sólo es un ser que conoce las grandes verdades, sino también un ser que está en todo. Es aquí donde se introduce nuevamente la infinitud de la mónada finita y su anhelo por salvaguardar tanto la unidad en la pluralidad como la pluralidad en la unidad. Al mantener una relación personal con el universo, ese ser-de-pregunta asume una dimensión trascendente en virtud de la cual le brota necesariamente la conciencia y co-responsabilidad por el cuidado del otro y su circunstancia.

Para Andreu, es en el hombre donde el cosmos se cuestiona por su ser, su origen y su sentido, tesis que, si bien no aparece explícitamente en Leibniz, favorece la comprensión de sus grandes tesis metafísicas. Todo lo humano sale del Universo mismo a modo de brotes que se gestan desde el fondo monádico o punto metafísico: "Toda realidad está constituida por una mónada principal y un agregado de mónadas mediante el cual la mónada principal se coloca en el universo constituyéndolo al mismo tiempo que se expresa en él, se presenta y expresa para todo el resto infinito de entidades o unidades del universo"(p. 68). El cosmos es un todo orgánico compuesto por infinidad de mónadas cuya realidad se cifra en términos de fuerza o tendencia, donde la mónada se comprende como una unidad irreductible única. Los espíritus, por ende, asumen este perspectivo de modo personal, esto es, según un contexto o situs específico que la distingue del resto de individuos. Andreu, sin embargo, no profundiza suficiente al respecto, dejando al lector la tarea de adentrarse en el pensamiento leibniziano y, concretamente, en su teoría de la expresión.

Su ser-de-pregunta constitutivo o mente de infinitud-finita se gesta desde el momento en que el feto es humano. De ahí que el hombre no sea un extraño en el cosmos, sino una conciencia reflexiva de sí en situación cósmica: "es una pluralidad interior, íntima, del dentro constitutivo, pero una pluralidad en el punto metafísico simple, y en consecuencia, no es sino –numéricamente- una fuerza o energía, una unidad metafísica"(p. 81). Aunque Andreu no menciona que esta unidad metafísica también se gesta en cualquier otro ser viviente, aclara que la mónada espiritual es ser-de-ser cuya realidad se presenta en la tensión entre su estar-en-el-mundo y su trascendencia cósmica, tensión que hace de la soledad una mera quimera, en cuanto que la mónada tiene un carácter netamente expresivo.

Una de las grandes novedades de este texto de inspiración leibniziana consiste en abordar la femineidad desde una perspectiva monadológica, según la cual "la mujer tiene un ser personal de recepción; su valor propio y el sentido de su ser es el de recibir la existencia y el acoger en la existencia. Es el ser personal hecho recepción y acogimiento. Su realización llena de posibilidad a la existencia, su fallo es el mayor en la existencia. Su responsabilidad en ello puede ser compartida, pero la radicalidad personal, no"(p. 95). A esta aproximación monadológica a la mujer le acompaña una perspectiva leibniziana de la sexualidad en su índole personal, ya que: "una concepción no personal de la sexualidad trae consecuencias deplorables en todos los sentidos y una deformación de la humanidad" (p. 96).

Desde esta perspectiva monadológica del cosmos, cada ser humano es un ser-de-libertad que expresa de una forma única el universo, y pone nuestro destino en nuestras manos. Así, la libertad se encuentra en un punto metafísico primigenio en el que, a pesar de ser el lugar en el que reside el origen del mal, se puede pensar la mejor composibilidad posible. Andreu, sin embargo, se limita a enunciar la vitalidad de la libertad dentro de la metafísica leibniziana, sin por ello profundizar en las implicaciones mismas de su definición, esto es, como espontaneidad ligada a la razón.

La mónada espiritual o mente se manifiesta en su vecindad y parentesco con el Origen del Universo y, en ese sentido, se dice que pertenece a lo originario. "La mónada es en su expresión esencial o radical siempre; dispuesta a saltar al cosmos donde sabe que tendrá un sitio y un tiempo que se concretarán en virtud de lo que será necesitada y llamada a la luz de su aventura"(p. 112). Este carácter expresivo de la mónada, según Andreu, hace de los espíritus un ser-de-presencia, donde cada persona es indispensable para el ser de la otra. Así, la mónada personal es un ser-de-presencia cuya responsabilidad por el otro es siempre personal y nunca individual: "en la percepción del otro, lo que se percibe es la presencia, el ser-de-presencia, lo abrumador de esa presencia que es interrogativa, que se impone", de manera que "no hay un más allá del orden interpersonal o de reciprocidad reflexiva"(pp. 118-119).

Para Leibniz, según el autor, la noción de creación ex nihilo significa la plenitud de la autodonación divina creatural, mientras que la conservación significa la creación continuada. De manera que el cosmos es el brote eterno de la divinidad, el cual se gesta de manera gradual y sucesiva: cada creatura es una fulguración de la divinidad. "Este ser de monadicidad consiste en la presión constitutiva del todo hacia la existencia en universo, en unidad de reciprocidad infinita, en espacio-temporalidad, en dimensión que está en estado permanente de originación y fenómeno profundizable"(p. 128). He aquí el carácter de reciprocidad de la mónada, su ser de extensión y expresión: "la mónada que es en el cosmos en cuanto se extiende y expresa, prosigue su realización mediante la acción en libertad, haciendo mundo e historia, lugar del hombre... Es mónada en extensión y expresión radical y en existencia de permanente realización creciente"(pp. 135-136).

Así, la mónada sólo puede realizarse a través de sus interconexiones activas y pasivas con el cosmos de personas. La mónada mental, según Andreu, es un ser cuya expresividad se manifiesta en el donarse-entregarse-conectarse, en la reciprocidad constitutiva de su ser-de-libertad: "es un ser expulsado de la naturaleza, expulsado a medias, y que tiene que moverse o vivir en una esfera determinada por las reciprocidades personales fundamentalmente"(p. 139). De manera que la creación del universo sólo tiene sentido a través de la infinitud de mónadas en reciprocidad y composibilidad. "El ser de libertad no puede hacerse y formarse más que mediante libertad, y como es un ser de reciprocidad personal, no puede hacerse más que en sociedad e historia"(pp. 140-141). La creación misma se gesta en la reciprocidad de las relaciones interpersonales: se trata de un cosmos personal cuya necesidad no sólo es física y moral, sino también estética. "Pues bien, el cosmos existe por necesidad óptima, porque la infinitud del Origen no deja de emanar o espirar o emitir, es decir, dar existencia, vida, vida personal o plenitud de existencia en reciprocidad"(p. 147). Sólo así se puede sostener que es en el hombre donde se realiza la gloria de la autodonación divina: "porque la realidad última del cosmos, la realidad verdaderamente densa o central, la realidad de la realidad es la reciprocidad de las personas y la personalización de cuanto hay"(p. 152).

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