Posiblemente, la exposición que Aristóteles hace en Ética nicomaquea VII.3 sobre el fenómeno humano de la akrasía o incontinencia sea una de las más enrevesadas de toda su filosofía práctica, y no son pocos los embrollos interpretativos que alberga.1 2 Y ya que VII.3 no basta para entender el tema, los lectores -ingenuamente- esperaríamos que el embrollo se desembrollase en los capítulos siguientes dedicados a lo mismo (VII.4 a VII.10), pero lo que allí yace es otro berenjenal. Es en esta última parte donde, como recurso para delimitar mejor la incontinencia en sentido propio (haplỗs) -es decir, aquella en la cual desobedecemos a la razón por causa de una epithymía o apetito3 (cfr. VII.5, 1149a1-4)-, Aristóteles presenta a la incontinencia por analogía, a saber, la “incontinencia” (con comillas) por causa del thymós o coraje.4
Y si bien para él la “incontinencia” es secundaria, solo lo es en cuanto incontinencia. Es decir: a la hora de entender cómo actúan los seres humanos, el thymós es igual de importante que la epithymía, de modo que, para hacernos una mejor idea de las cosas humanas, así como de la teoría aristotélica de la acción, es imperioso ocuparnos del coraje. Entonces, el propósito de este escrito es proporcionar algunas luces al tema de la akrasía por thymós, concretamente, intentando resolver tres incógnitas: (1)
¿qué es, exactamente, esta pasión? (2) ¿Quiénes son peores, quienes se dejan llevar por sus apetitos (como los que cojean por lujuria o gula) o quienes se dejan llevar por su coraje (como los que cojean por ira o celos), y por qué? Finalmente, (3) ¿somos responsables por los errores que lleguemos a cometer en un arrebato de ira?
Adicional al interés concreto que nos mueve a escribir el presente texto, este artículo, así como otros nuestros,5 se enmarca en el propósito general de explicar qué es la proaíresis o elección deliberada según Aristóteles, para lo cual estas primeras investigaciones resultan necesarias.
I. ¿Qué es el thymós? Una respuesta breve
Como es bien sabido, para Aristóteles el alma humana es capaz de producir deseos (órexis será el término genérico) de tres tipos: boúlēsis o deseo racional, epithymía o apetito y thymós o coraje (cfr., por ejemplo, DA II.3, 414b1-2). En comparación con los dos primeros, el thymós es del que menos, y menos claramente, habla Aristóteles, y aunque «θυμός» es un término de amplia significación (puede aludir al desear comer y beber, al lugar donde yace el pensamiento, a la vida o al corazón),6 Aristóteles, las más de las veces, parece usarlo como sinónimo de «ὀργή (ira)»,7 con lo cual a esta y a aquel los estudiosos suelen tratarles conjunta e indistintamente. Aceptando esto, tendríamos que thymós/orgḗ se define así: «sea8 la ira un deseo de venganza [aparente],9 acompañado de dolor, provocado por un menosprecio aparente contra uno mismo o contra algún allegado,10 sin que el menosprecio estuviera justificado» (Rhet. II.2, 1378a31-34,11 énfasis mío. Cfr. II.2, 1382a8; EN V.9, 1135b25-35; IV.5, 1125b26-1126b10; Top., 156a31-33; DA I.1, 403a31).
Ahora, ¿en verdad es correcto hacer, sin más, la equivalencia entre thymós y orgḗ en la filosofía aristotélica? Llevando a cabo un esfuerzo por exprimir los áridos pasajes en que el término asoma para obtener una distinción tajante, quizás podríamos sostener que el thymós es la “parte” desde donde surge el deseo que mueve a la venganza (cfr. EN VII.6, 1149a30-34) -retomando, acaso, la acepción homérica del término (cfr., por ejemplo, Ilíada XVI.616 y XVII.25412)-. ¿Y ese deseo de venganza, qué nombre recibe? A partir del pasaje de Rhet. II.2 que recién citamos, tendríamos que responder que del thymós surge el deseo de venganza llamado orgḗ. Al bosquejar así el asunto, terminamos en un escenario afín al expresado en Definiciones de Pseudo-Platón: «Ira es el llamado de la parte corajosa para vengarse» (415e11).13Sin embargo, en EE Aristóteles afirma que del thymós surge un dolor -«λύπην τὴν ἀπὸ θυμοῦ γιγνομένην» (EE III.2, 1231b6-7)- al percibirnos humillados, pero, en contra de lo que esperaríamos, pocas líneas después agrega que a ese dolor le llamamos thymós -«τὴν λύπην ἣν καλοῦμεν θυμόν» (1231b15)-. ¿Debemos, pues, desistir de cualquier intento de distinción entre thymós y orgḗ? Creemos que no: más bien somos partidarios de entender, en ciertos pasajes, (1) thymós como “parte” o, dicho de manera menos problemática y más precisa, como una dýnamis, una dýnamis que, además, es multifuncional, es decir, que no se agota en producir la ira, sino también a otras pasiones, como el odio -«si se dijo que el odio sigue a la ira, el odio deberá estar en lo corajoso, pues allí está la ira» (Top. 113a35-b114; cfr. 126a10)-, el miedo -«el miedo, en cambio, <se da> en lo corajoso» (Top. 126a8-915)- e, incluso, el afecto -«es el coraje el que produce el afecto, pues es la facultad del alma que nos hace amar» (Pol. VII.7, 1327b40-1328a1.16 Cfr. 1328a6; EE III.1, 1229a20-32)-. Y, por supuesto, en ciertos otros pasajes hay que entender (2) thymós como aquello que procede de la dýnamis llamada thymós, casos en los cuales este thymós sí sería algo muy cercano a la orgḗ. En ese orden, de entre las múltiples opciones de traducción, todas insatisfactorias, somos partidarios de verter «thymós» en «coraje», pues la amplia significación del término castellano17 nos permite captar (al menos hasta cierto punto) algunos matices que se escapan al usar palabras mucho más puntuales como «ira».
Desde el punto de vista meramente fisiológico, y con una explicación pensada para abarcar tanto a los animales racionales como a los irracionales, para Aristóteles la ira es un incremento en la temperatura corporal -concretamente, «la ebullición de la sangre o de lo caliente en torno del corazón» (DA I.1, 403a30-31.18 Cfr. I.4, 408b7-12)-, lo cual es evidente, declara él, por cuanto quien se aíra experimenta un súbito acaloramiento (de ahí manifestaciones como el enrojecimiento del rostro), mientras que quien tiene miedo o nervios experimenta justo lo contrario (de ahí los temblores en las piernas, manos y el castañeo de dientes -cfr. Probl. 898a4-719 y 889a15-27-).
Y si bien el thymós y la epithymía tienen varios rasgos en común (p. ej.: se cuentan entre los deseos presentes tanto en los irracionales como en los humanos desde la infancia, si no es que desde el nacimiento -cfr. EE II.8, 1224b30-33 y Pol. VII.17, 1334b22-23-), para Aristóteles existe una particularidad para considerar al uno superior a la otra: el thymós, en cierto sentido, escucha a la razón (cfr. EN VII.6, 1149a25-32, citado en nuestro T1). Ya que la aristotélica es, predominantemente, una ética de la moderación y no de la abstinencia, ninguno de los textos abogará por la supresión del thymós -tarea acaso imposible y, si posible, totalmente perniciosa-,20 sino que el ser humano que aspira a ser bueno debe adquirir la disposición habitual (ἕξις) correcta de cara a su thymós, puesto que, como con cualquier otro páthos, cabe hablar de exceso, defecto y término medio. Para el caso concreto, la medianía recibe el nombre de «apacibilidad» (πραότης), su extremo por demasía el de «irascibilidad/ furia» (ὀργιλότης, también llamado en EE «dificultad de carácter», χαλεπότης) y su extremo por deficiencia es declarado anónimo en EN IV.5, mas no en EN II.7 ni en EE III.3, donde figura como «incapacidad de ira» (ἀοργησία) en el uno y como «servilismo» (ἀνδραποδώδης) en el otro, entendiendo este último como el recibir insultos (nosotros o los nuestros) sin airarnos ni defendernos (cfr. EN IV.5, 1125b26-1126b10 y EE III.3, 1231b5-26).
Aunque podemos pensar que algunas personas yacen del todo arraigadas en uno de estos tres modos de ser, lo cierto es que la mayoría de nosotros somos fluctuantes y en algún momento hemos actuado indebidamente, ora arrastrados por la ira, ora porque no cobramos el agravio cuando ameritaba hacerlo,21 y si bien -como señalamos más arriba- estos desatinos sólo cuentan como incontinencia por analogía, no por eso dejan de ser vergonzosos e impropios de una persona virtuosa.
Dejemos hasta aquí la contestación a nuestra primera pregunta, por cuanto ya nos permite ocuparnos de las dos siguientes.
II. Apología de los iracundos: thymós y lógos
Como recién mencionamos, para Aristóteles la “incontinencia” por ira es menos vergonzosa y menos injusta que la incontinencia haplỗs (cfr. EN VII.6, 1149a24-25). Sus argumentos para tal afirmación son, básicamente, cuatro:
El thymós escucha (ἀκούειν)22 o sigue (ἀκολουθεῖ),23 en cierto sentido (πως), a la razón, mas la epithymía no (cfr. VII.6, 1149a25-b3).
Son más perdonables los deseos naturales y más comunes, y experimentar ira es más natural y común que experimentar apetitos de excesos (cfr. VII.6, 1149b4-13).
Quien actúa por thymós no es insidioso o acechador (ἐπίβουλος), ni lo es tampoco el thymós mismo, sino que es “abierto” (φανερός), mientras que la epithymía es, «como dicen de Afrodita», engañosa o artificiosa (δολοπλόκος) y, «como su ceñidor», ladrona de la inteligencia (νοός) hasta del más prudente (cfr. VII.6, 1149b15-17).
El que obra por thymós no ultraja (ὑβρίζει), ultraja el que obra por epithymía (cfr. VII.6, 1149b19-23 y Rhet. II.3, 1380a34-b1).
Por los intereses que motivan este artículo, vamos a concentrarnos solamente en la primera de las razones. Explicándose con un par de metáforas (una de las cuales regresará en nuestro T7), dice Aristóteles:
[T1:] Pues el coraje parece escuchar un tanto a la razón, aunque no la escucha bien, a la manera de los servidores apresurados que antes de escuchar todo lo que se les dice salen corriendo y después yerran en lo ordenado; o de los perros, que antes de mirar si <el que llega> es amigo, con que solo se produzca un ruido, ladran: de igual modo, el coraje, a causa del calor24 y la rapidez de su naturaleza, escucha <a la razón>, por cierto, mas no escucha lo que <esta> le ordena (ἀκούσας μέν, οὐκ ἐπίταγμα δ› ἀκούσας), y se impulsa a la venganza. Pues la razón o la imaginación (λόγος ἢ ἡ φαντασία) le mostraron <al coraje> que <hubo> ultraje o desprecio, y él, como tras haber llegado a la conclusión de que una cosa así debe ser combatida, de inmediato se irrita (χαλεπαίνει δὴ εὐθύς). El apetito (ἐπιθυμία), en cambio, con que solo la razón o la sensación (ἡδὺ ὁ λόγος ἢ ἡ αἴσθησις) le diga que <algo> es placentero, se lanza hacia el goce. De manera que el coraje en cierto modo sigue a la razón, pero el apetito, no; es, entonces, algo peor, pues el que es incontinente en el coraje en cierto modo es vencido por la razón, mientras que el otro <es vencido> por el apetito, y no por la razón. (VII.6, 1149a29-b3, 25 énfasis mío).
Sin duda, las preguntas más importantes por hacer a partir de este texto son: ¿en qué sentido el thymós escucha a la razón? ¿Qué es lo que escucha y qué es lo que no?
II.1. La venganza es un plato que se come frío: thymós y deliberación (βούλευσις)
A lo largo de EN VII.7 y hasta VII.10, Aristóteles “espolvorea” una serie de particularidades sobre la incontinencia y la “incontinencia”, pero con una complicación: en muchas de esas ocasiones no especifica a cuál de las dos alude la característica que acaba de presentar. Ese es el caso de una particularidad que podría ayudarnos a resolver la pregunta sobre escuchar a la razón. Afirma el Estagirita:
[T2:] […] los unos deliberan, pero después, a causa de la pasión, no persisten en lo que deliberaron; los otros, por no haber deliberado, se dejan conducir por la pasión (EN VII.8 1150b19-21).26
Buscando averiguar cuál predicado corresponde al incontinente por epithymía y cuál al incontinente por thymós,27 y teniendo presente que en T1 él afirmó que el incontinente por thymós es menos malo porque en cierto sentido sí escucha a la razón, uno podría hacer la asunción simple y sencilla de que “delibera pero no se mantiene en las resoluciones de su deliberación” es otro modo de afirmar “escucha a la razón pero no escucha lo que esta le ordena”, y que, por tanto:
Ese que delibera (pero no atiende a lo deliberado) es el incontinente por thymós.
Ese que no delibera en absoluto es el incontinente por epithymía.
Lo cual, prima facie, no suena descabellado, pues la deliberación (βούλευσις) es sobre el futuro (cfr. EN VI.2, 1139b7-9), pero la epithymía, tal como expresa un célebre pasaje del DA, parece relegada a lo presente temporal y espacialmente hablando (cfr. DA III.10, 433b5-10).
Sin embargo, líneas más abajo nos encontramos con esta idea:
[T3:] Y, de ellos, los que están fuera <de su razón>28 son mejores que los que mantienen la razón pero no se atienen <a ella>, pues <estos> se dejan vencer por una pasión más débil y no sin haber deliberado primero, como los otros (EN VII.8 1151a1-3).29
¿Qué tendríamos hasta aquí? A partir de lo que acabamos de leer, aquella suposición que hicimos de que el incontinente por thymós es el incontinente que delibera ahora nos lleva a concluir que el incontinente por thymós es peor y que el incontinente por epithymía es mejor, lo cual choca con el hecho manifiesto del cual habíamos partido en T1 sobre que el incontinente por thymós era el mejor entre los dos. Así pues, resta que la asunción simple y sencilla que recién hicimos sea equivocada y que, más bien:
Aquel que delibera pero no se mantiene en el resultado de su deliberación es el incontinente por epithymía.
Aquel que no delibera en absoluto es el incontinente por thymós.
Señales de que ahora sí vamos por el camino correcto pueden ser que en otros lugares Aristóteles menciona que algunos actos los hacemos con deliberación previa, y otros sin deliberación, siendo ejemplo de esto último los actos por thymós (cfr. EN III.2, 1111b18-1930 y V.8, 1135b20-22), a fin de cuentas el thymós, incluso en los mejores hombres (cfr. Pol. III.16, 1287a30-32),31 es la pasión más fuerte de todas,32 «pues el coraje es dominante e indomable (ἀρχικὸν γὰρ καὶ ἀήττητον ὁ θυμός)» (Pol. VII.7, 1328a7; cfr. EE III.1, 1229a24-2933 y II.7, 1223b23-25).
Sin embargo, esta nueva ruta nos lleva a varios interrogantes: el primero, el mismo de más arriba y que seguimos sin responder: si el incontinente por coraje no delibera, ¿entonces en qué sentido el thymós sí escucha a la razón? El segundo: si el thymós está asociado con la venganza, y la venganza con el planear y el esperar cierto tiempo antes de cobrar la afrenta (dícese que la venganza es un plato que se come frío), entonces, ¿no es extraño que el incontinente por thymós no delibere en absoluto?
Podría responderse que Aristóteles mismo explica en qué consiste esa no deliberación del thymós cuando, en EN V.8, afirma que los actos impulsados por el coraje no son derivados de la premeditación o previa reflexión (προνοία) porque quien los causa no es aquel que se aíra, sino aquel que provocó al que se airó (cfr. V.8, 1135b25-27). Sin embargo, descreemos que ésta sea la contestación que buscamos por dos motivos: primero, porque allí no habla de βούλευσις, y no estamos seguros de que en Aristóteles προνοία o προνοέω sean sinónimos exactos de dicho término (cfr., p. ej., EE 1226b33, 38). Segundo, esa explicación de V.8 no aporta algo distintivo del thymós, dado que lo mismo podríamos afirmar de los actos por epithymía (algunos, al menos): no son “premeditados” pues no los inicia quien actúa según su apetito, sino quien le incitó ese apetito -la más común y deplorable excusa del que violenta sexualmente a una chica culpándola por su vestimenta-.
Ahora, «deliberación» (βούλευσις) se define como calcular cuál es el medio más efectivo para alcanzar un fin propuesto. En palabras de Aristóteles:
[T4:] Y no deliberamos acerca de los fines sino acerca de las cosas que llevan a los fines, […] una vez que han puesto el fin, miran cómo y por medio de qué cosas se dará, y si parece que a través de muchas, examinan por cuál <se dará> más fácilmente y mejor; y si se lo alcanza a través de una sola, cómo se dará a través de ella, y esta <a su vez> por cuál, hasta que llegan a la causa primera, que es la última en el descubrimiento (EN III.3, 1112b11-12 y 15-20). 34
¿Será que es en este sentido que el incontinente por thymós no delibera? Creemos que no, y esto por una razón de peso: si le quitamos el poder de deliberación al incontinente por thymós, entonces le quitamos la oportunidad de cobrar venganza, y no nos referimos -Aristóteles tampoco, como veremos- a «venganza» entendida como el puñetazo que X le propina a Y por una lisura que Y le dijo a la pareja de X (tan pronto se la dice), sino a «venganza» como un plan con cierto grado de elaboración por medio del cual alguien tiene la esperanza de desquitarse del agraviador en un futuro más o menos próximo. Un breve análisis de los conceptos «venganza» y «esperanza» nos permite corroborar que esto es lo que Aristóteles tiene en mente cuando habla de «τιμωρία»:
[T5:] […] y a toda ira sigue cierto placer, causado por la esperanza de vengarse; puesto que es placentero creer que se va a alcanzar lo que se desea, y nadie desea cosas que le parecen imposibles para sí, y el iracundo desea cosas posibles para sí. Por eso se ha dicho bien sobre el coraje: “que, mucho más dulce que la miel rezumante, [/] en los pechos de los varones crece” pues la acompaña también cierto placer, por eso y porque se pasa el tiempo vengándose con el pensamiento, y la imaginación que viene entonces causa placer, como la de los sueños (Rhet. II.2, 1378b1-9,35 énfasis mío; cfr. EE III.1, 1229b30-32).
Aristóteles asocia el thymós y la orgḗ con la esperanza de vengarse, pero, de acuerdo con su propia teoría, hablar de «esperanza» es hablar de futuro: «y esperanza es del futuro, memoria del pasado (ἔστι δὲ ἡ μὲν ἐλπὶς τοῦ μέλλοντος ἡ δὲ μνήμη τῶν | παροιχομένων)» (Rhet. II.13, 1390a8-9). De hecho, el Estagirita es aún más claro sobre el placer del que siente ira: «Es evidente que también tienen placeres los que recuerdan o tienen esperanza, puesto que hay sensación. De manera que es necesario que todos los placeres sean o presentes, mientras son sentidos, o pasados, en el recuerdo, o futuros, en la esperanza» (Rhet.I.11, 1370a30-35)36. Con esto, se entiende mejor cuándo está el placer del vengador: no en el presente inmediato a la afrenta recibida, sino en el futuro (cercano o lejano).
En un pasaje al cual no se le suele dar la importancia que merece, Aristóteles afirma que el incontinente, en su persecución del fin indebido (i. e. el ὀρεκτόν puesto por el deseo irracional), es capaz de hacerlo con deliberación mediante. Pues bien, por todo lo anterior, estamos seguros de que dicho pasaje alude tanto al incontinente por epithymía como al incontinente por thymós. Por ser crucial para nuestra exposición, vale la pena revisar el pasaje en cuestión:
[T6:] En efecto, el incontinente y el malvado alcanzarán por medio del cálculo racional (λογισμός)37lo que se propone,†si es agudo†, así que habrá deliberado correctamente, pero habrá obtenido un gran mal (EN VI.9, 1142b18-20,38 énfasis mío; cfr. Rhet. I.10, 1369b8-12 y Pol. VII.13, 1331b30-34).
Yerro enorme cometeríamos al tomar este reconocimiento a la deliberación del incontinente como disidente o espuria: en EN VII.10 Aristóteles acepta que el incontinente puede ser δεινός o agudo -«con todo, nada impide que el agudo sea incontinente (τὸν δὲ δεινὸν οὐδὲν κωλύει ἀκρατῆ εἶναι)» (1152a10-15)-, lo cual nos remite a EN VI.12 y la δεινότης o agudeza, definida como la facultad asertiva para alcanzar los medios que llevan a un fin, facultad que puede tener tanto quien persigue un fin moralmente bueno como quien persigue uno malo -«por eso tanto de los prudentes cuanto de los astutos decimos que son agudos (διὸ καὶ τοὺς φρονίμους δεινοὺς | καὶ <τοὺς>39 πανούργους φαμὲν εἶναι)» (1144a27-28)-.
Negar al incontinente (con y sin comillas) la posibilidad de alcanzar por deliberación el objetivo de sus malos deseos implica destruir, casi por completo, la teoría aristotélica de la acción. ¿Por qué? Porque, al negarlo, los episodios incontinentes quedarían reducidos a la inmediatez, y la teoría de la incontinencia sería una explicación más bien restringida, y un poco caricaturesca, de la acción humana. Me explico: sin la posibilidad del incontinente deliberante no quedaría sino entender a la akrasía limitada a lo más inmediato temporal y espacialmente hablando, ilustrada como un movimiento súbito e impulsivo, casi como un largo y muy elaborado espasmo que acontece en el cuerpo del agente ante la presencia de un objeto deseable, un fenómeno físico poco o nada desemejante al de la atracción magnética. Sin embargo, a todas luces un hombre promedio, ante los deseos de la carne, no sucumbe como un poseso con los ojos en blanco y espumarajo en la boca, y es más claro aún que un hombre con deseos de venganza prefiere la premeditación y la paciencia, aguardar lo necesario hasta el momento adecuado para cobrar su afrenta - pensemos en Tito Andrónico de Shakespeare o en la película surcoreana de 2003, Oldboy-.
Así pues, si la teoría aristotélica de la akrasía ambiciona abarcar la realidad humana -lo cual podemos suponer dado su reconocimiento a la posibilidad del incontinente deliberante-, entonces aquello de que los incontinentes por thymós no deliberan no debe ser tomado en el sentido de que no son capaces de buscar los mejores medios para el fin. Pero, si ambos incontinentes deliberan sobre los medios para su mal fin, ¿qué deliberación es, entonces, la que sí hace el incontinente por epithymía y no el de por thymós?
Parte de la respuesta yace en qué se entiende por «deliberación». A nuestro parecer, «βούλευσις» se dice, al menos, en dos sentidos. El primero de ellos es el que vimos más arriba desde EN III.3, 1112b11-20 (nuestro T4), i. e. sopesar los diversos medios que conducen a un fin para optar por el mejor de ellos. Según hemos intentado demostrar, no es con respecto a este primer sentido que Aristóteles afirma que uno de los incontinentes sí delibera mientras que el otro no.
Ahora, en el acto deliberativo correctamente realizado (lo que Aristóteles llama εὐβουλία) no sólo se comparan los diferentes medios que puedan conducir al fin en cuanto a eficacia, sino que además -y este sería el segundo sentido de «βούλευσις»- se examinan cuáles de ellos son moralmente buenos y cuáles no. Es más que obvio que en algún momento dentro del esquema general de la boúleusis debe realizarse una evaluación moral de los medios disponibles, porque no sólo se trata de sopesar los posibles medios para hallar el más eficaz, se trata además (en el caso del hombre bueno) de optar por medios buenos para alcanzar el fin (cfr. EN VI.9, 1142b23-26). Pues bien, este “deliberar” atendiendo a la cualidad moral es el sentido en el que creemos que el incontinente por thymós no delibera y el incontinente por epithymía sí. Aunque sea capaz de planificar los pasos para alcanzar su fin (i. e. su venganza), mientras el furioso esté poseído por su thymós no hará el examen que le permitiría concluir que actuar tan tremendamente como su ira le impulsa está mal. Esa es la diferencia con el incontinente por epithymía, quien, además del cálculo para concretar las acciones con las cuales alcanza su mal objetivo, sí hace el cálculo moral y sabe40 que lo que va a hacer es malo, sabe que debería actuar de otra manera, pero aun así actúa malamente -sí escucha en su interior la orden de la razón, sólo que no la obedece-.
La injustamente subestimada Magna moralia hace lo que Ética eudemia no: presentar una exposición paralela a la de la akrasía de EN VII.3-10. Lo hace, en concreto, en el largo II.6. Traemos la MM a colación no para construir nuestra interpretación (haberlo hecho así nos convertiría en blanco de objeciones fáciles basadas en si ésta es o no una obra del Estagirita), sino porque allí yace un pasaje que confirma lo que hemos expuesto hasta aquí. Como veremos enseguida, éste empieza con la misma metáfora de EN VII.6 1149a26-29 (nuestro T1) sobre el thymós y un sirviente precipitado, aunque la enriquece con algunos detalles:
[T7:] Así, la incontinencia relativa a la ira es semejante, entre los sirvientes, a los dispuestos impacientemente por servir; pues éstos, cuando el amo dice “dame”, siendo llevados por su presteza, antes de escuchar lo que debían dar, ya lo han dado, y en el dar erraron completamente; pues aunque muchas veces debían dar un libro, han dado un estilete (MM II.6, 1202b12-17).41
Después, a diferencia de la imprecisión en EN VII.6, en MM nos da la especificación sobre qué es aquello que el thymós no escucha de la razón:
[T8:] Del mismo tipo es el padecimiento que tiene el incontinente de ira, pues cuando escucha la primera palabra, <es decir,> que se cometió injusticia, su coraje se impulsa a buscar venganza, y no espera a escuchar si debe o no debe <buscarla>, o que al menos no debe <vengarse> así, desmesuradamente (MM II.6, 1202b17-21,42 énfasis mío).
Entonces, aunque el incontinente por thymós sea capaz de deliberar sobre los medios para alcanzar su fin (i. e. su venganza), mientras esté poseído por su ira no realizará aquella deliberación sobre si es bueno o malo vengarse del modo brutal al que la pasión le inclina y, por consiguiente, no llegará a conclusión alguna que le ordenase no realizar aquella acción vengativa.
Así pues, he aquí la diferencia, a la luz de la boúleusis, entre el incontinente por epithymía y por thymós: aunque ambos son capaces de la deliberación sobre medios y fines, sólo el incontinente haplỗs lleva a cabo aquella otra deliberación que le indica que todo lo que se dispone a realizar está moralmente errado. Veamos cómo quedarían los silogismos de los incontinentes que no se limitan a obedecer a su deseo irracional sino que, además, para ello se valen de una deliberación. Primero, del incontinente haplỗs:
PM: Debo llevar una dieta balanceada. (Esto es el dictado de una boúlēsis)
pm: Ninguna se ajusta a una dieta balanceada. _____________ Q: No debo comer ninguna de las tres opciones. (Esto es lo que el incontinente concluye que debió hacer). |
PM_alt: Deseo43 comer carne en cantidades excesivas. (esto es el dictado de una epithymía) Opciones disponibles: a) Tacos. b) Hamburguesa. c) Un kilo de arrachera. Opciones disponibles: pm_alt: un kilo de arrachera es la mejor opción para satisfacer mi apetito. ___________ Q_alt: Como un kilo de arrachera.
(Esta conclusión, que es lo que finalmente hace, sería una acción incontinente por epithymía fruto de una deliberación). |
(Como se puede observar, el incontinente por epithymía delibera (1) sobre el medio más eficaz para satisfacer su apetito (sopesa qué opción gastronómica, de entre las disponibles, es mejor), pero, además, (2) sobre si es bueno o malo hacer todo aquello de cara a una boúlēsis buena del tipo «debo llevar una dieta balanceada» que también está presente en su alma). |
Esquema 1 |
Como podemos observar, de cara a tres alimentos, y con dos deseos opuestos por dentro, el incontinente por epithymía lleva a cabo un doble ejercicio deliberativo: el primero, la deliberación con base en su epithymía para hallar qué medio es el óptimo para satisfacer su apetito;44 el segundo, la deliberación con base en su boúlēsis buena con la cual él concluye qué no debe hacer y cuyo resultado no acata. Esta última deliberación es la que no lleva a cabo el incontinente por thymós -no hasta que se le pase la ira, claro-. Siendo así, cuando Tito Andrónico, en la tragedia del mismo nombre, descubre quiénes fueron los autores materiales e intelectuales de la violación y mutilación de su hija amada, no delibera sobre si matar a los culpables está bien o mal; solamente, frente a la afrenta, delibera sobre qué medio es mejor para consumar su venganza, si torturándolos (y cómo) o matándolos (y con qué) o, más bien, matando a los autores materiales para luego preparar con su carne un pastel que habrá de dar de comer a la autora intelectual de la afrenta, su propia madre (de ellos). Ilustremos el asunto:
PM: Debo vengar los ultrajes de forma mesurada. (Esto es el dictado de una boúlēsis)
pm: _________ Q: |
PM_alt: Debo vengar excesivamente el ultraje cometido por Tamora y sus hijos. (Esto es el dictado de un thymós) Opciones disponibles: a) Torturándola. b) Matándola. c) Matando a sus hijos y rdándoselos de comer.
pm_alt: Matar a sus hijos y hacerla comerlos es la mejor opción. ____________ Q_alt: Vengo el ultraje de Tamora matando a sus hijos y dándoselos de comer. (Esta conclusión, que es lo que finalmente hace, sería una acción incontinente por thymós fruto de una deliberación) |
(El incontinente por thymós delibera sobre el medio más efectivo para vengar el ultraje padecido, pero no hace reflexión alguna, de cara a su buena boúlēsis , sobre si es bueno o malo hacerlo por estos medios, o en este momento, etc.) |
Esquema 2 |
Para explicar esa obnubilación moral, temporal y de duración variable,45 rescatamos lo dicho en T3 y en nuestros comentarios ad hoc:
el thymós es la pasión más fuerte, tanto que es capaz de arrebatar el buen juicio a las personas (incluso «a los mejores hombres», decía Pol. III.16, 1287a30-32),46 de modo que no pueden distinguir como malo aquello que están tramando o llevando a cabo. Tal es la razón por la cual el Estagirita considera que se debe ser menos severo con quien ni siquiera delibera (i. e. quien no sabe que está haciendo mal) que con quien delibera (i. e. quien sí sabe que está haciendo mal) y de todos modos sigue adelante con su plan (cfr. VII.8, 1150b36-1151a3 y VII.7, 1150b19-21). Este último es, como señalamos, el incontinente por epithymía. Por eso, continuando con T7 y T8, cierra la MM con una condena:
[T9:] Así pues, por una parte, tal impulso hacia la ira, que parece ser la incontinencia por ira, no es muy reprochable; por otra parte, el impulso hacia el placer ciertamente es censurable. Pues difiere <la incontinencia por epithymía> con respecto a aquella <i. e. la incontinencia por thymós> a causa de la razón, que exhorta a no actuar, y no obstante, actúa contra la razón; por eso <la incontinencia por epithymía> es más censurable que la incontinencia por ira (MM II.6, 1202b21-26,47 énfasis mío; cfr. 1203b6-7).
Hasta aquí hemos explicado que tanto el incontinente por epithymía como el incontinente por thymós son capaces de deliberar (en el sentido de buscar los mejores medios para su fin), y que el incontinente por epithymía delibera en un sentido adicional en el que el incontinente por thymós no lo hace (para saber si lo que hará está bien o mal). Sigue, no obstante, sin quedar resuelto en qué sentido el incontinente por thymós escucha en cierto sentido a la razón y el incontinente por epithymía no. Vamos con el siguiente punto.
II.2 Desear como humanos: thymós y sus objetos de deseo
Al leer los pasajes sobre la akrasía, es imposible no hacerle la siguiente pregunta a Aristóteles: ¿cómo puede ser peor alguien que (como el del esquema 1) come en exceso que alguien que (como el del esquema 2) desmenuza a dos hombres y hace que su progenitora se los coma? O pensemos en el siguiente caso de inspiración homérica, que acaso dejará más claro el peso del cuestionamiento anterior: supongamos que Paris, el príncipe troyano, sedujo a la bella Helena en un episodio de incontinencia por epithymía, y que la guerra contra Troya es un episodio de incontinencia por thymós por parte de Menelao y Agamenón. De nuevo: ¿cómo puede ser peor que un hombre seduzca a la esposa de su anfitrión que el hecho de que dos hombres hagan una guerra y aniquilen a todos los habitantes de una ciudad? ¿Por qué, entonces, Aristóteles es más benevolente con la incontinencia por thymós?
Para entender su posición cabe señalar que él nunca muestra interés alguno por comparar ambas incontinencias a la luz de sus efectos, sino sólo a la luz de su origen. Dicho de otra manera: para decidir cuál incontinencia es mala y cuál peor, él no se propone llevar a cabo un análisis histórico sobre si los actos más atroces han sido motivados por apetitos sexuales desenfrenados o por iras fuera de control. Él se propone analizar qué tan humana o animal es la naturaleza de la epithymía y del thymós.
¿Qué responde? Veámoslo así: en el caso de los apetitos, como cuando uno tiene deseos de comer o de relaciones sexuales, la motivación interna es, por decirlo de alguna manera, tan visceral, tan carnal que podríamos llegar a afirmar que provienen de una parte específica del cuerpo -el hambre del estómago, la lascivia de los genitales-. En cambio, en el caso del thymós, como cuando uno tiene deseos de venganza, la motivación interna viene dada por toda una serie de razonamientos con base en la valía propia48 y la ajena que habrán de incluir abstracciones tales como la dignidad, el respeto o el honor, además de demandar la “percepción” (con comillas)49 de un ultraje recibido. A todas luces, y a pesar de las posibles manifestaciones físicas de la ira (por ejemplo, el enrojecimiento del rostro o el ceño fruncido), la sed de vengar una afrenta no es ubicable en algún lugar del cuerpo humano (no en uno tangible, en todo caso), y más bien nos viene por aquella cópula de conceptos más la interpretación, relativamente compleja, de un evento en el mundo.
Salta, entonces, a la vista cómo los placeres con que se asocia la epithymía son de un orden mucho más visceral o corporal, más irracional, que aquellos con los cuales se asocia el thymós. Son más naturales50 el deseo por la comida, la bebida o las relaciones sexuales que el deseo por hacer respetar nuestro buen nombre o el de los nuestros, cosas que sólo se aprecian desde una racionalidad. Tal es el primer motivo por el cual Aristóteles afirma que la epithymía no escucha a la razón mientras que el thymós sí, esto es, el thymós escucha a la razón por cuanto sus objetos de deseo sólo son comprensibles en el marco de cierta racionalidad.
En efecto, una de las clasificaciones que hace Aristóteles de la akrasía es a partir de los objetos placenteros hacia los cuales cada tipo de deseo se excede, si son objetos «necesarios (τὰ ἀναγκαῖα)» o si son «elegibles por sí mismos (τὰ αἱρετὰ δὲ καθ› αὑτά)» (cfr. EN VII.4, 1147b22-24). Mientras que entre los elegibles por sí mismos están «el honor, la riqueza, y los bienes y placeres de esa índole» (1147b28-29), entre los necesarios están aquellos relacionados con el cuerpo, como los referentes al alimento, al amor carnal «y aquellos corporales con los que relacionamos el desenfreno y la moderación (καὶ τὰ τοιαῦτα τῶν σωματικῶν | περὶ ἃ τὴν ἀκολασίαν ἔθεμεν καὶ τὴν σωφροσύνην)» (1147b26-27 -énfasis mío; cfr. 1148a7-9). ¿Y cuáles son aquellos placeres que relacionamos con el desenfreno y la moderación (y la incontinencia, habría que agregar)? En primer lugar, descarta que sean los del alma, como el placer de los honores o de aprender, de oír o contar historias (cfr. EN III.10, 1117b28-1118a1); luego descarta que sean todos los corporales, como el placer de ver, de oír o de oler (cfr. 1118a2-24); resta, entonces, que sean los del tacto y los del gusto. Dichos placeres, según el Estagirita, son los más crasamente vergonzosos por cuanto no requieren nada de la racionalidad para ser disfrutados y, al contrario, para hacerlo nos basta nuestra animalidad:
[T10:] La moderación y la intemperancia se refieren a tales placeres, de los que participan también los demás animales, por lo que se muestran como propios de esclavos y de bestias. Ellos son el tacto y el gusto. […] Así pues, la intemperancia se liga con el sentido más común, y cabe pensar que se la reprueba con justicia, porque no se da en nosotros en tanto somos hombres sino en tanto animales. El complacerse en cosas de esa índole y apreciarlas por sobre todo, tiene, por tanto, algo de bestial (EN III.10, 1118a24-26 y 1118b1-4,51 énfasis mío).
No es, pues, un factor como las consecuencias lo que para Aristóteles cuenta a la hora de calificar como mala o peor a cada incontinencia - algo que quizá podríamos reprocharle a su teoría-: es la naturaleza de lo que origina a cada una lo único que le importa. Según acabamos de ver, desde esa perspectiva merece ser calificada de “peor” aquella akrasía que obedece a deseos desmedidos que tenemos en cuanto animales, y de “mala” aquella que obedece a deseos desmedidos que tenemos en cuanto racionales.
Hasta aquí tenemos el primer motivo por el cual decimos que el thymós escucha a la razón pero la epithymía no. Queda, no obstante, otro más: la “percepción” del ultraje.
II.3 ¿Cómo “vemos” el ultraje? Thymós y lógos
Como pudimos observar en nuestro T1, al inicio de EN VII.6 Aristóteles afirma que, mientras la epithymía se activa por influjo de la razón o los meros sentidos («ὁ λόγος ἢ ἡ αἴσθησις»), el thymós lo hace por influjo de la razón o la imaginación («λόγος ἢ ἡ φαντασία»). Este detalle tiene nada de insignificante.
Más arriba señalamos que la causa del encendimiento del thymós era la percepción de un ultraje. Debemos analizar estos dos elementos, al menos brevemente. ¿Qué es un ultraje? Para aludir a aquello queprovoca el deseo de venganza, las más de las veces Aristóteles usará los términos «ὀλιγωρία» (que acá traducimos como «menosprecio/ desprecio») y «ὕβρις» (que acá traducimos como «ultraje»),52 entendido como «humillar», esto es, tratar al otro como si fuese de inferior valía cuando no es el caso, pero, además, por el mero placer de tratarlo mal (cfr. Rhet. II.2, 1378b22-31 y EN VII.6, 1149b21).53
Ahora, ¿cómo sabemos que estamos siendo ultrajados? Pongamos un ejemplo: desde la simple percepción, escuchar a alguien decirnos «eres muuuuuuuy inteligente» es un elogio; sin embargo, interpretando esto, teniendo en cuenta la inflexión particular de la voz con que se dijo, o los gestos del hablante, o el contexto (por ejemplo, si acabamos de cometer un error) o la elongación artificial de la «u» y otros detalles de ese tipo, «eres muuuuuuuy inteligente» se devela como un comentario sarcástico con el cual alguien menosprecia nuestras capacidades intelectuales. Vemos entonces que el ultraje no es patente a la mera percepción, sino que se nos “manifiesta” por medio de una interpretación racional de los hechos. Por ello es coherente asociar al lógos tan estrechamente con la activación del thymós, y este es el segundo motivo por el cual Aristóteles afirma que el thymós escucha a la razón. Aun asumiendo que el siguiente texto en realidad pertenece a un peripatético menor, no tenemos duda de que refleja a la perfección las ideas del Estagirita:
[T11:] ¿Por qué se habla de incontinentes sólo en relación con los apetitos, aunque la incontinencia también se puede aplicar a la ira? ¿Quizá porque incontinente es el que hace algo contrario a la razón, y la incontinencia es la conducta contraria a la razón? Los apetitos son, hablando en líneas generales, contrarios a la razón; sin embargo, las iras están acompañadas de razón, no en el sentido de que la razón las haya ordenado, sino en el sentido de que ha sido <la razón> la que ha dejado en evidencia el trato insolente o la acusación (Probl. 949b13-19,54 énfasis mío)
Ya para terminar, pasemos al último de los cuestionamientos que nos habíamos propuesto resolver.
III. ¿Somos culpables por lo que hacemos en un arrebato de furia?
Como hemos visto, Aristóteles no esconde cierta indulgencia para con la akrasía por thymós, pero, ¿la consideraría del todo excusable? En la sección anterior, vimos que el encendimiento del thymós depende de la interpretación que le demos a lo que percibimos, ¿pero qué tanto somos dueños de cómo percibimos el mundo?
Quizá obligándonos a recordar gente a quien no queremos, pensemos en una persona muy dada a la furia. Quienes son de este tipo suelen ver los errores de los demás diez veces peores que los propios, suelen ver una ofensa en cualquier crítica a su trabajo, ven cualquier falta de reverencia como un desplante y, si tienen una relación sentimental, ven cualquier cortesía de su pareja hacia otra persona como una insinuación y un coqueteo. ¿Podríamos afirmar que esa persona furiosa es responsable de cómo ve todo aquello?
La respuesta de Aristóteles es positiva. Él estaría de acuerdo con que cada uno de nosotros actúa a partir de cómo ve el mundo o, en sus propias palabras, si todos, todo lo que hacemos, lo hacemos buscando el bien, entonces nuestro actuar dependerá de cómo se nos aparece el bien.
¿Y eso depende de nosotros? Responde el Estagirita:
[T12:] Si alguien dijera que todos tienden al que se les aparece como bien y que no son dueños de la manera en que las cosas se les aparecen, sino que, según como es cada uno, tal se le aparece el fin, <cabe responder:> pues bien, si cada uno es, en cierto modo, causante de la disposición habitual que tiene, también será, en cierto modo, causante él mismo de la manera en que se le aparecen las cosas; si no, nadie sería el causante de su propio mal obrar […] (EN III.5, 1114a31-b4,55 énfasis mío).
¿Somos, pues, dueños de cómo vemos el mundo? Según Aristóteles, sí: según el carácter de cada quien, las cosas se nos presentan de determinada manera (si yo soy una persona que tiende a la apacibilidad, veo una crítica como una oportunidad para mejorar; si soy una persona que tiende a la irascibilidad, veo la misma crítica como un craso insulto a mi genialidad indiscutible); ahora, el carácter de cada quien no es sino el resultado de sus disposiciones habituales («ἕξεις», que, según se orienten, llamamos virtudes o vicios), y las disposiciones habituales son el resultado de nuestros hábitos («ἔθη»), entendidos como la repetición de acciones de igual cualidad. ¿Y somos dueños de nuestros hábitos? Por supuesto: de lo contrario habría que afirmar que no seríamos imputables ni legal ni moralmente por lo bueno o malo que llegásemos a hacer.
Visto así, podríamos afirmar que la persona que tiende a la irascibilidad ve las cosas de esa manera (i. e. de la peor manera) por no haberse habituado a controlar su coraje y ahora posee un coraje (o el coraje lo posee) capaz de hacerle ver el mundo del modo en que lo ve. Es verdad que, una vez que la persona ha adquirido una disposición habitual estable (i. e. ser iracundo, apacible o servil ya no como un estado temporal y fluctuante, sino permanente), no dependerá de ella ver las cosas de otro modo, y quien es ya de vicio iracundo siempre verá las cosas como una provocación para su ira. Pero incluso en ese caso cabe hablar de responsabilidad: como señalamos, cómo somos cada uno de nosotros es resultado de nuestro hábito, así que dependió no menos del apacible como del iracundo practicar las acciones que le llevaron a adquirir tales hábitos.56 Entonces, si bien el thymós es la pasión más fuerte, y si bien no es tan aborrecible como la epithymía, actuar malamente por un arrebato de furia no es del todo excusable.
Suficiente por ahora. Queda todo lo dicho a discusión.