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Alteridades

versión On-line ISSN 2448-850Xversión impresa ISSN 0188-7017

Alteridades vol.19 no.38 Ciudad de México jul./dic. 2009

 

Lecturas

 

Espacio público y sociabilidad

 

Reseñado por Héctor Tejera Gaona*

 

Roberto Miranda Guerrero y Lucía Mantilla Gutiérrez, Espacio público y sociabilidad, Universidad de Guadalajara, Guadalajara, 2009.

 

* Departamento de Antropología, Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Iztapalapa <gaona@servidor.unam.mx>.

 

Este libro es atrayente porque profundiza en diversas formas y enfoques de sociabilidad, la cual sus coordinadores definen en la introducción como el "sentido genérico de estar juntos, configurando a la sociedad a través de lo que se está experimentando, representando y haciendo" (p. 12). La sociabilidad es productora y reproductora de nuevas formas de identidad que, además de su carácter contemporáneo líquido y difuso, se han convertido en multiidentidades, "la identidad expresada para cada ámbito de la vida social" (p. 17).

A lo largo de sus capítulos se expresan distintas sociabilidades cuyo carácter coyuntural y efímero habla de tensiones entre lo público y lo privado (por ejemplo, cuando se juega a las apuestas en el yak), o de cómo se han generado espacios en los que lo privado (que adquiere tonalidades de soledad) puede acompañarse de una sociabilidad de casino donde, como mencionan Diana Sagástegui y Sonia Roditi (aludiendo a Sennety Augé), "desaparecen los lugares de encuentro y convivencia y son sustituidos por lugares de circulación, sitios donde las personas coexisten sin convivir" (p. 76).

Espacio público y sociabilidad está integrado por siete textos y una sugerente introducción en la que recomiendo detenerse porque facilita la lectura posterior al proporcionar conceptos clave, particularmente para quienes se acercan por primera vez al tema. Es un conjunto de amplias y sugestivas reflexiones.

El primer texto, "Subjetividad situada: hacia una antropología de las pasiones contemporáneas", es de Rossana Reguillo. Hace tiempo leí un ensayo en el que ella discurría sobre los miedos contemporáneos (expresados en el fanatismo, el fatalismo y el gusto por el cine postapocalíptico) y su exacerbación a partir del 11 de septiembre. Aquí, se extiende sobre el tema para abordar tanto la lejanía como la excepcionalidad en cuanto percepciones sociales crecientemente cuestionadas. Aunque no lo aborde de manera directa –no tenía por qué hacerlo ya que la crisis del narco es posterior a la elaboración de este capítulo– anticipa con trazo firme la situación que retrata al México que vivimos en la actualidad: un país donde el sentimiento de muchos es que lo excepcional y distante se ha convertido en cotidiano y peligrosamente cercano. Nos hemos alejado de la tranquilidad que Susanita, la de Mafalda, sintetizaba en la frase "qué bueno que el mundo está tan lejos" al ver las noticias en la televisión.

Reguillo capta con precisión no sólo este escenario, sino que nos previene del creciente autoritarismo del Estado y de las demandas ciudadanas. Autoritarismo que es ahora una realidad alimentada y justificada por la visibilidad de la violencia asociada al narcotráfico.

En la segunda parte, mediante la metáfora de pintar un fresco, presenta tres situaciones sociales aparentemente desarticuladas. Si en amores perros o Babel las historias sólo están cinematográficamente interconectadas, la estrategia que sigue la autora busca develar la anomalía, la cual propone como "pieza fundamental en mi trabajo". Como estrategia analítica, considero que opera dos desplazamientos primordiales para el pensamiento: por un lado, nos vuelve capaces de colocar la norma y el consenso como textos disciplinarios que distribuyen y presuponen la "razón buena" y la "razón mala"; y, por el otro, la anomalía permite revisar los criterios de normalidad con los que la sociedad particular, histórica, situada, opera y, de manera esencial, toca en lo profundo, el espacio de apertura social y capacidad de procesamiento frente a los "eventos" disruptivos. Sus diferentes interpretaciones hablan de formas de la diversidad social y, al abordar las distintas miradas sobre ella, se complejiza nuestra reflexión, lo cual, como al final apunta, "puede ayudarnos a salir de esa 'reprensible posición de espectadores'" (p. 42).

El segundo texto, de Mercedes Palencia y Víctor Gruel, "Contorsiones y contusiones: apropiación juvenil de la lucha libre en Guadalajara", es un panorama estimulante y propositivo sobre los procesos contemporáneos de apropiación cultural de la lucha libre por parte de los jóvenes asistentes al F Bolko y su contraste con la Arena Coliseo. Ello mediante una mirada etnográfica que reconstruye y resignifica lo que sucede dentro y fuera del ring, entre "rudos" y "técnicos" en diálogo (con todo y mentadas de madre) con espectadores "tradicionales" y "vanguardistas". En un ambiente marcado por la música remix (o re mezcla) y el cover (o refrito) , muestran cómo, en el F Bolko, de la burla y la broma, de lo lúdico, se devela el clasismo y racismo imperantes. Si a un luchador se le anuncia como "representante de la raza de bronce" es de inmediato renombrado como Lupe Esparza (ex integrante de Bronco y actualmente vocalista de El Gigante de América); o se le grita Cuisillos, haciendo referencia a un grupo jalisciense con letras tan creativas como: "El sol va cayendo, un adiós espera, ya te vas. Siento que me muero de pensar que nunca volverás". Pero lo interesante es que para disimular sus rasgos indígenas (al parecer con poco éxito, por lo que se desprende del análisis del F Bolko), los integrantes de esta banda hacen acto de presencia pintados de la cara como apaches, pero ataviados con gabardina estilo Humprey Bogart en Casablanca.

En contraste, la lucha libre en la Arena Coliseo se ubica en la tradición; pero la organización espacial divide y sectoriza a los asistentes en "ricos" de luneta y "pobres" en las partes altas del lugar. Así, la lucha libre interactúa con una representación de la lucha de clases donde los de arriba gritan "mantenidos" a los de abajo, y éstos responden " 'obreros envidiosos' mientras muestran sus celulares y las llaves delauto" (p. 64). No hay albur, sino insultos, y ante lo reiterado de la palabra "puto" entre ellos, los autores no tienen más remedio que buscar explicar el papel de este significante "en esa lucha de clases y su paso a la clase de lucha" (p. 72). La riqueza que despliega el texto para observar detalles significativos no puede ser recreada en pocas palabras. Es una mirada crítica e inteligente que muestra matices y descubre sentidos en la sociabilidad que ahí se construye, los cuales escaparían a un espectador no entrenado, presentándonos aspectos de la conflictividad social sólo evidentes en este contexto.

En "No se puede jugar solo. Sociabilidad, mediación tecnológica y juegos de azar", Diana Sagástegui y Sonia Roditi "exploran la evolución y tendencias de espacios de sociabilidad donde se conjuga juego de azar, sociabilidad e innovación tecnológica para crear un espacio colectivo" (p. 78). Lo anterior, mediante la observación participante y entrevistas tanto a personas que asisten asiduamente a los centros de juego como a ex empleados. Con ello buscan descifrar los contenidos asociados a prácticas culturales vinculadas al bingo, las apuestas deportivas, el yak y las que se conocen como "las maquinitas".

Puesto que los centros comerciales son los lugares donde se concentra la sociabilidad de amplios sectores de las clases medias en diversas ciudades del país, en el caso de Guadalajara (al igual que en el Distrito Federal) los centros de juego se han instalado también en ellos. Como resaltan las autoras, ahí se combinan la diversión y el consumo con la concentración y la poca movilidad, propiciando el incremento de las ganancias comerciales. El efecto sinérgico de estos elementos es capitalizado por los centros de juego, donde jugar –como narran en el encuentro entre dos mujeres–no es un vicio sino una terapia.

Realizan un detenido recuento de la expansión de esta industria y en la cual destaca la buena relación que, en su momento, tuvo Santiago Creel con el grupo Televisa. Como se recordará, poco antes de iniciar su campaña como candidato a la Presidencia por el Partido Acción Nacional (PAN) en 2005, Creel otorgó casi 200 permisos de los cuales 130 fueron otorgados al grupo televisivo. Por supuesto, esto sucedió antes de que, como Woody Allen en Deconstruyendo a Harry, Creel comenzara a salir "borroso" en los noticieros de Televisa.

Las autoras buscan identificar en las reglas del juego una forma de organización de lo social, al mostrar que la "suerte" parece el elemento socialmente articulador. Pero la sociabilidad es marcadamente autónoma e individual, y las interacciones superfluas. Además, la tecnología de algunos juegos y la lógica mediante la cual operan, como es el caso de "las maquinitas", convierten a los asistentes a estos centros en –como certeramente los denominan– "consumidores de posibilidades".

Lo cierto es que, a través del juego, se configura una sociabilidad particular en la que se reducen las diferencias sociales y se establecen vínculos que pasan por relaciones parecidas a las que establece el maná y el don. Es decir, se tiene fuerza, en este caso suerte, o esta suerte puede negociarse como don intercambiable como base para sociabilizarse, donde se comparte el pensamiento mágico asociado a la suerte y las metáforas y metonimias que lo caracterizan (p. 114).

Las autoras concluyen que "Jugar es recobrar de nueva cuenta –así sea en episodios fugaces– la decisión individual sobre el propio tiempo aun si está pautado por las máquinas en un mundo fenoménico donde la experiencia reemplaza al juicio" (p. 116).

Humberto Orozco Barba analiza a los wakarika (o huicholes) y destaca cómo esta etnia ha mantenido la memoria como una forma de persistencia en algunos momentos, y de resistencia en otros. Inicia con una reflexión sobre la historia como antecedente para abordar las diferentes concepciones sobre la manera en que los wakarika conciben el territorio y la comunalidad, y las recomendaciones que plasman en sus testamentos como demostración de su interés por mantener "el costumbre". En la parte final, el autor recupera la experiencia de un niño indígena, Xaure, y la violencia simbólica y real de la cual es sujeto al asistir a la escuela en Guadalajara. La intención implícita de este texto, a mi entender, es subrayar cómo los wakarika han resistido a través del tiempo, aun cuando algo de la información obtenida se haya recabado precisamente en actividades donde se busca fortalecer su cultura. No es uno de los mejores trabajos de la obra debido a que toca tangencialmente, si es que lo hace, el tema central del libro.

El parque como espacio de la sociabilidad es la propuesta de Lucía Mantilla Gutiérrez y Diego Escobar González en "Sin parque no hay domingo. El sentido y la política del lugar en el parque Rubén Darío". En este texto abordan tanto las relaciones en el interior del parque que lleva el nombre del poeta modernista nicaragüense, como las reacciones vecinales ante el dominical arribo masivo de entre 600 y 800 personas, en su mayoría entre los 15 y los 25 años de edad, provenientes de comunidades indígenas de las "huastecas", en particular de Huejutla de los Reyes, Hidalgo. En otras palabras, buscan explicar cómo se construye el lugar abarcando desde la interacción de los jóvenes indígenas que asisten el domingo al parque, hasta las diversas reacciones que ello genera entre los vecinos del lugar.

Con el uso de los conceptos de espacio y lugar para analizar esta sociabilidad, los autores ahondan en el sentido y la política que la caracterizan. Enfocan al parque como una comunidad moral donde lo que define la pertenencia y conserva la unidad son valores y tradiciones significativos manifestados como frontera simbólica (p. 154); una forma de escapar del racismo, de encontrar "gente como uno" en un ambiente en el cual, entre otras cosas, se recrean y satisfacen los gustos por la comida característica de los lugares de origen e, incluso, se reproducen los compromisos y la hermandad comunitaria. Un espacio donde puede accederse a la "tanda" como sistema de ahorro que, además, fortalece las relaciones de solidaridad y confianza. Así pues, el parque se convierte en un lugar donde experiencias, objetos, prácticas, representaciones y narrativas enlazan identidad y, por tanto, colectividad (p. 149). Los autores sostienen, con certeza, que la situación prevaleciente en dicho parque contradice, en efecto, la tendencia que se encuentra en muchos de quienes estudian lo público como ámbito de diversidad, tolerancia, sofisticación y participación pública. Por ejemplo, relatan cómo la convivencia de los domingos fue violentada en 2003, lo que provocó el asesinato de algunos indígenas. Aunque éstos han retornado, el descontento de los colonos de Providencia, expresado en las oposiciones entre lo mestizo y lo indígena tales como limpio /sucio, decente/indecente, etcétera, y el hecho de que prefieran no asistir al parque el domingo, ha impulsado cierta organización con el fin de presionar para que los indígenas sean expulsados del lugar que buscan "adoptar".

Eugenia Valenzuela revisa el movimiento pentecostal en su trabajo "La comunidad apostólica de los salvados y el reino de Satán. La ética apostólica y las teodiceas de las clases subordinadas", donde, en diálogo con las propuestas sobre el protestantismo, nos brida un análisis de la dinámica que ha encontrado en la Iglesia Apostólica de la Fe en Cristo, una denominación pentescotal que surge en 1994 y en la que busca un acercamiento empático que le permita interpretarlo. Es también una confrontación entre las tesis de Max Weber sobre el papel de la religión protestante como elemento facilitador para el desarrollo del capitalismo y la situación que encuentra en la Iglesia mencionada.

Nos propone que, si bien existe una adaptación a la modernidad, ello no propicia la racionalidad, sino más bien un rechazo silencioso al mundo existente, lo cual favorece la exclusión social, pero concomitantemente fortalece un proyecto comunitario alternativo. El silencio y la pasividad son considerados por la autora como formas de sobrevivencia que ocultan el resentimiento a los demás.

Valenzuela piensa que la perspectiva weberiana no ha permitido realizar una comprensión más dinámica de la interrelación entre sociedad y religión, por lo que propone desarrollar un marco conceptual más amplio donde la explicación del cambio cultural pueda ser puesta sobre la mesa retomando en el mismo el papel de las ideologías religiosas. Destaca que "el pentecostalismo provee a sus miembros los medios para disentir, resistir y, simultáneamente, adaptarse y legitimar el sistema, lo cual debe ser explicado" (p. 226).

El trabajo que cierra el libro se intitula "¿Cambia la pareja urbana? O de cómo entender al otro o la otra" y ha sido elaborado por Patricia García Guevara, quien propone que "el estudio de la sociabilidad nos puede dar pistas sobre el medio dominante en que se expresan las diferentes formas de la emoción" (p. 233). Sociabilidad que examina con base en ciudadanos y ciudadanas urbanos, de clase media alta, dispuestos a hablar de sus sentimientos y sexualidad.

La autora discurre sobre los cambios en la sexualidad y la intimidad, muchos de los cuales sólo se atisban borrosamente en los datos censales, pero a los que es posible acercarse, por ejemplo, con el análisis de las formas en que se reparte la domesticidad, además de abordarlos desde la esfera psicológica y la cultural. De este modo se profundiza sobre las reflexiones de algunos entrevistados en torno al reparto de gastos, la sexualidad, los roles y expectativas emocionales. Es un texto preliminar que requiere mayor presencia analítica de la autora.

Para terminar, se hace evidente que todos estos trabajos constituyen, en conjunto, una obra densa en el consabido sentido geertziano. Cada autor se detiene en aspectos finos en su análisis, y nos proporciona observaciones detenidas y perspicaces que hacen de este libro un texto sugerente para quienes desean abordar lo cotidiano desde nuevas perspectivas.

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