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Alteridades

versión On-line ISSN 2448-850Xversión impresa ISSN 0188-7017

Alteridades vol.20 no.39 Ciudad de México ene./jun. 2010

 

Memoria urbana y experiencias de vida de los ancianos

 

Presentación

 

El presente número de la revista Alteridades nace de un proyecto colectivo sobre experiencias, representaciones y memoria de la Ciudad de México de adultos mayores.1 Este proyecto busca comprender la vivencia del crecimiento y modernización de la zona metropolitana a lo largo de la vida de sus habitantes. La vinculación entre trayectorias de vida y el proceso de metropolización (Monnet, 2001) de la ciudad durante las últimas décadas es el tema central y ha sido abordado desde distintas perspectivas en este número. Antes de presentar las colaboraciones que lo componen, me parece pertinente hacer una breve discusión sobre los conceptos que articulan los contenidos de los trabajos aquí reunidos: experiencias de vida de los adultos mayores y memoria urbana.

Nuestro interés por el estudio de la relación entre adultos mayores y la ciudad se basa en dos temas de actualidad e importancia, que normalmente se estudian por separado: el envejecimiento demográfico y la memoria social de la ciudad. A nuestro juicio, el proceso de envejecimiento de las sociedades contemporáneas conduce a pensar las ciudades en términos de funcionalidad para una población adulta mayor, con necesidades de comodidad de uso y de acceso a servicios. De una u otra forma, los gobiernos implementan políticas públicas y urbanas para afrontar el fenómeno del envejecimiento de la población. Más allá de estas medidas y de su eficacia, surge la interrogante de conocer la experiencia de vida de los adultos mayores en el contexto urbano, local y metropolitano, así como sus representaciones de la ciudad, a fin de comprender la relación que han construido con el espacio urbano, no sólo en cuanto a prácticas de uso del territorio, sino también en un plano simbólico y afectivo.

En este sentido, la ciudad no debe ser vista únicamente como un marco material, cuyo uso es meramente funcional. Es también el lugar en donde transcurre la vida de sus habitantes, donde se han llevado a cabo los momentos significativos de la historia personal, y en el que han participado de forma directa o indirecta de la construcción social de su espacio de vida. La ciudad y sus barrios son el reflejo de la sociedad que los ha erigido y, como tales, confieren identidad socioterritorial, generan apego y sentimientos de pertenencia o arraigo. Comprender el sentido que la ciudad tiene para los residentes que han envejecido en ella puede ser un primer paso para entender el tipo de re lación que establecen con los espacios urbanos, que permita generar conocimiento sobre la memoria de la ciudad, que, en última instancia, pueda ser útil para la construcción de políticas públicas y urbanas humanas y eficaces.

Existe una amplia literatura pluridisciplinaria en torno al concepto de vejez y los criterios para determinar en qué momento de la vida una persona inicia el proceso de envejecimiento: es una actitud, es una representación social propia o impuesta por los otros, es un estado biológico relacionado con un deterioro en la salud, es una condición jurídica, institucional o laboral. Todos estos criterios, separados o en conjunto, generan experiencias de envejecimiento diferenciadas tanto en lo personal, como en lo social y en lo cultural. Si tan sólo tomáramos el criterio institucional, veríamos que en México el Instituto Nacional de las Personas Adultas Mayores (Inapam) clasifica dentro de la categoría de adulto mayor a toda persona mayor de 60 años. Sin duda, estas políticas sociales están diseñadas para apoyar a sectores desfavorecidos de la población, existiendo la libre decisión de tramitar la credencial para obtener los beneficios otorgados por el Estado a esta categoría de edad. Sin embargo, la fuerza coercitiva de la institución impone la categoría de "adulto mayor" a las personas mayores de 60 años, independientemente de su estado de salud, estatus laboral o imagen social, como si se tratara de una categoría poblacional homogénea, cuando se ha visto que las modalidades de envejecimiento se caracterizan por su heterogeneidad y diversidad, como lo señala Membrado en el artículo que forma parte de este número.

En cuanto a la relación entre adultos mayores y la memoria de la ciudad, si reconociéramos la edad de 60 años como criterio práctico de inicio del proceso de envejecimiento, podríamos preguntarnos qué ha significado devenir adulto mayor en la ciudad de México durante las últimas seis décadas, desde 1950 a la fecha. La experiencia de vida de una persona que nació en la ciudad o que ha vivido en ella durante un largo periodo constituye una memoria viva del desarrollo metropolitano. Los contenidos de esta memoria urbana ayudan a comprender procesos importantes de desarrollo urbano, vistos a través de la mirada de los residentes. La década de 1950 es el periodo que Taylor (1999) ubica como aquel que marcará una nueva forma de modernidad en las socie dades occidentales: el cine y la televisión propagaban una confortable vida doméstica y citadina que integraba los adelantos tecnológicos accesibles a las masas mediante el consumo (auto, casa propia suburbana con todas las comodidades, electrodomésticos, etcétera). Al interrogar a las generaciones que han vivido este proceso, podríamos preguntarnos qué recuerdos emergen sobre varios aspectos de la ciudad: la vivencia de la construcción de amplias avenidas para un parque vehicular cada vez mayor, las propuestas modernistas en las formas de habitar la ciudad (de Garay, 2004; Ballent, 1998 y Zamorano, 2007) (surgimiento de fraccionamientos periféricos y unidades habitaciones de estilo funcionalista), el cambio de un paisaje urbano tradicional colonial a otro marcado por altos edificios de formas rectangulares y simples. Estas generaciones también presenciaron cambios importantes en el consumo y la cultura, como el desarrollo de las telecomunicaciones, el surgimiento de los supermercados y centros comerciales, el cada vez más fuerte impacto de modas in ternacionales. Es importante conocer cómo resintieron los actuales adultos mayores el acelerado crecimiento demográ fico en términos de competencia por los servicios y espacios públicos, o la transformación del tamaño de la ciudad, cuya expansión significaba la posibilidad de explorar territorios cada vez más alejados.

A pesar de que la mayor parte de los adultos mayores se concentra en las delegaciones centrales de la Zona Metropolitana de la Ciudad de México (véase el artículo de Capron y González en este número de Alteridad.es), una proporción significativa de esta población vivió la experiencia de llegar a poblar nuevos fraccionamientos periféricos, de construir viviendas en lugares inhóspi tos, lo cual nos remite al proceso de construcción de una identidad de barrio creada desde su origen (Aguilar, 2009). La necesidad de transporte en una ciudad que creció rápidamente, hizo que los adul tos mayores inauguraran nuevas rutas y medios de transporte, transformando sus experiencias del viaje metropolitano (García Canclini, 1996). El metro constituyó sin duda el cambio más radical en este sentido.

La memoria de los hechos históricos implica el recuerdo de sucesos políticos y de la toma de decisiones en cuanto a gestión pública y desarrollo económico, que afectaron las posibilidades de empleo y la calidad de vida de los residentes a lo largo de las últimas décadas. El movimiento estudiantil de 1968 y el terremoto de 1985 son eventos que marcaron la historia de esta ciudad, quedando impresos en sitios emblemáticos (Tlatelolco, por ejemplo) que aún evocan dolorosos recuerdos, dando lugar a conmemoraciones tanto oficiales como civiles.

En fin, el tema de la memoria urbana y de su contraparte, el olvido, parece inagotable. Mi motivación aquí es sólo mostrar la pertinencia del análisis de lo que significa envejecer en una ciudad y del rescate de la memoria de estas experiencias de vida, que bien pueden acuñarse bajo el término de memoria urbana.

El estudio de la memoria de la ciudad presenta básicamente dos vías de análisis: la primera considera al espacio como un sistema de signos que pueden ser interpretados por los residentes o usuarios de un espacio. La ciudad podría verse entonces como un libro de piedra en el que está impresa la historia de la sociedad que la ha construido. La segunda recupera los recuerdos de los actores sociales que han dejado testimonios de la vida pasada. La ciudad es entonces el campo del quehacer político, social y cultural en el que los distintos actores han construido su espacio de vida a través de sus intervenciones.

La perspectiva semiológica de la memoria urbana interroga al espacio, a través de un análisis de los significados que emiten los elementos arquitectónicos o las formas urbanísticas, interpretados como mensajes del pasado (Barthes, 1970; Choay, 1987 y Monnet, 1993), como lugares de memoria (Nora, 1986). Al respecto, Michael Hebbert (2005) opina que se ha dado una excesiva atención al rescate de la memoria de espacios monumentales, que han sido escenarios de la "tragedia" de cada sociedad, dejando de lado la recuperación de la memoria de los espacios de la vida cotidiana, escenarios de la "comedia", que recrean las tradiciones y costumbres en el día a día. Por su parte, David Gross (1990) propone que el rescate de la memoria de los vestigios urbanos da continuidad a una identidad social amenazada por la modernidad y la posmodernidad. Reconocer el sentido de la memoria urbana contrarrestaría, de acuerdo con el autor, los efectos negativos de la fluidez y rapidez del momento presente que imprime la economía globalizada a las ciudades.

La ciudad vista como escenario de la memoria social responde a las acciones emprendidas por ciertos grupos o comunidades para revivir el pasado con distintos fines: la reivindicación de un sentido de pertenencia que otorgaría derechos de apropiación del territorio (los conflictos entre originarios y nuevos allegados en cuanto a los derechos de uso del espacio), la legitimación de identidades ancladas en el espacio, las disputas por la memoria entre distintos actores sociales que tienen versiones diferentes de hechos relevantes (el movimiento estudiantil del 2 de octubre, por ejemplo), o simplemente la recuperación de la memoria viva para no dejar caer en el olvido formas de vida, tradiciones o costumbres de antaño.

Varios de los artículos que conforman este número proponen alguna de las vías de aproximación de la memoria urbana antes mencionadas, o una combinación de ambas. Maurice Halbwachs (1950) plantea que reconstruimos el recuerdo a partir del presente y de la posición que ocupamos en las estructuras sociales. En ese sentido, se esperaría que las representaciones y la memoria de la ciudad de los especialistas de lo urbano fueran distintas de las del residente "ordinario", en cuanto que la observan desde una perspectiva particular. En su interesante trabajo "Recordando el futuro de la Ciudad de México. Testimonios orales de sus arquitectos, 1940-1990", Graciela de Garay se enfoca en la visión del especialista. Analiza las representaciones, los ideales urbanísticos y las utopías modernistas, que guiaron la práctica de los arquitectos más importantes en la historia de México a lo largo del siglo XX. La autora recupera el papel del sujeto en la reconstrucción de la historia, dando voz a las experiencias de la vida profesional de quienes, por su formación, estarían destinados a contribuir con sus proyectos a modernizar el país durante el periodo posrevolucionario, dando luz a edificios, equipamientos, trazos urbanos, colonias, fraccionamientos y unidades habitado nales, diseñados bajo la influencia del funcionalismo europeo. La autora va tejiendo las narrativas de los arquitectos con la historia reciente de la Ciudad de México, lo que nos permite comprender el estado actual de la zona metropolitana.

Claudia C. Zamorano Villarreal nos presenta un caso particular de la memoria de esas utopías modernistas: la colonia Michoacana, erigida para obreros y empleados por los arquitectos radicales en la década de los treinta. A través de una metodología original que triangula entre los códigos que transmiten los vestigios urbanos de "concreto", los documentos de archivo (fotografía histórica y familiar, aérea) y entrevistas a profundidad, la autora se interroga sobre la memoria urbana que se puede rastrear en dos elementos espaciales, de particular trascendencia, en el trazo original de la colonia: un jardín y el Monumento a la Madre Petrolera. Los elementos teóricos que le permiten seguir el camino de la memoria de "concreto" son las ideas sobre la producción del espacio urbano y los códigos que ésta genera, así como la revisión de la aplicación de los fundamentos del funcionalismo modernista en el caso mexicano posterior a la Revolución.

Al igual que Graciela de Garay, Claudia Zamorano señala cuáles fueron los aspectos de la vida nacional que impidieron que no se cumplieran las utopías modernistas y que no se aplicaran los planes de una urbanización ordenada que los arquitectos de la época tenían en mente. La capital mexicana se convirtió a lo largo de los años en lo que Zamorano describe atinadamente como un "archipiélago de la modernidad funcionalista". Una zona metropolitana tan expandida y poblada que terminó por no tener más sentido para los célebres entrevistados de Graciela de Garay, aun cuando fueran especialistas en el tema.

A pesar de su particular "desorden" (Duhau y Giglia, 2008), la Ciudad de México mantiene símbolos urbanos que le otorgan una fuerte identidad, en tanto que reviven una memoria que permite tejer una continuidad con su pasado. Tal es el caso de los vestigios prehispánicos, de los centros históricos y cascos antiguos de los poblados que fueron incorporados al tejido urbano en la medida en que crecía la metrópoli. El artículo "Sentido del lugar y memoria urbana: envejecer en el Centro Histórico de la Ciudad de México", de Martha de Alba González, se aboca precisamente a analizar el papel de la memoria viva del Centro Histórico en las representaciones sociales que construyen los residentes que han radicado varias décadas en el "corazón" de la ciudad. Examinar mapas mentales y las narrativas de los adultos mayores permite observar cómo han experimen tado el proceso de "monumentalización" por el que ha pasado el Centro a lo largo de varias décadas, de qué manera vivieron eventos importantes como el terremoto de 1985, los significados que tiene este espacio patrimonial en cuanto lugar de residencia, además de las prácticas y usos del territorio para llevar a cabo su vida cotidiana. En sus actuales representaciones del Centro Histórico, el proceso de rehabilitación emprendido desde el año 2000 carece de importancia frente al peso de la vida social propia de este espacio, su significado histórico, o la memoria de su biografía vinculada con el lugar.

La experiencia que los adultos mayores tienen de la ciudad es muy significativa, no sólo para conocer la memoria social, extraoficial, del espacio, sino también para comprender en qué medida el territorio, a nivel local o de zona metropolitana, proporciona calidad de vida. En su artículo "Experiencias de envejecer y experiencias urbanas: un estudio en el suroeste francés", Monique Membrado, aporta ideas novedosas en cuanto a la relación que los adultos mayores de 75 años mantienen con la ciudad, experimentada a partir de tres contextos residenciales en Toulouse: el centro, el suburbio y la vivienda de interés social de la periferia urbana. Plantea que el uso de la ciudad no desaparece con la edad avanzada, sino que se modifica al incorporarse al proceso de envejecimiento, marcado por una reconversión identitaria (personal y social), una reorganización de la vida, selección de lugares y de vínculos sociales, que la autora acuña bajo el término de "déprise".2 La relación con la ciudad se va transformando en la medida en que se van adoptando estrategias que permiten a los ancianos llevar una vida acorde con sus deseos y necesidades. Por ejemplo, el anciano privilegiará el uso de espacios que den continuidad a la vida y a la identidad que ha construido a lo largo de los años, o bien aquéllos en donde encuentre posibilidades de entretenimiento, tranquilidad, consumo y acceso a servicios apropiados a sus expectativas. El artículo de Membrado nos alerta también sobre las representaciones sociales desvalorizadas de los ancianos, que imperan en los discursos políticos, y aún en los académicos, al presentar al adulto mayor como minusválido. La autora nos invita a pensar en la necesidad de analizar el proceso de envejecimiento tomando en cuenta la heterogeneidad de experiencias, en estrecha vinculación con las formas de vida de las condiciones locales.

El trabajo de Guénola Capron y Salomón González Arellano, "Movilidad residencial de los adultos mayores y trayectorias de vida familiares en la ZMVM", presenta un análisis de la situación de los ancianos, tanto a nivel individual, como demográfico, en el contexto de la metrópoli mexicana. Los autores sugieren que el cambio de residencia de los adultos mayores de la Ciudad de México se relaciona con la pérdida de autonomía y con el papel que juega el anciano en la familia, más que con la búsqueda de mejores condiciones de vida tras la jubilación, como suele suceder en ciudades europeas o norteamericanas. Los autores llevan a cabo un estudio socioespacial a partir de los datos censales del año 2000, en el que muestran la relación entre movilidad residencial, pérdida de autonomía del adulto mayor y arreglos familiares en la Zona Metropolitana en un lapso de cinco años (de 1995 a 2000). Los resultados son contundentes en cuanto a la fuerte inserción de los ancianos en la familia: cerca de 90 por ciento de las personas mayores de 65 años vive en un entorno familiar, sólo 9.3 por ciento reside en hogares unipersonales. Otros hallazgos importantes que los autores resaltan aluden a la distribución de los adultos mayores en la Zona Metropolitana y a sus patrones de movilidad. La ciudad central concentra altas proporciones de adultos mayores, mientras que las zonas periféricas presentan mayor proporción de familias jóvenes. Los desplazamientos de lugar de residencia de los ancianos se dieron en las zonas céntricas e intermedias de la metrópoli. En un segundo momento, Capron y González Arellano recurren a las trayectorias de vida de adultos mayores con características particulares, para ejemplificar con detalle cómo se dieron los arreglos familiares y los cambios de casa a lo largo de varias décadas.

Hemos decidido proponer el artículo "La memoria de los lugares urbanos", de Denise Jodelet, en la sección de Traducción de este número de Alteridades, por considerar que constituye una contribución importante para el tema central del mismo. En este trabajo, la autora expone las dis tintas corrientes teóricas que han abordado el tema de la memoria de los espacios en las ciencias sociales. A través de un recorrido por las distintas disciplinas que se han ocupado de la relación del sujeto social con la ciudad, articula su propia propuesta para el estudio de la memoria social de lo urbano.

Además de los artículos que corresponden directamente a la temática central de este número, Alteridades da lugar en él a otra serie de trabajos agrupados bajo los rubros de Investigación Antropológica, Diálogos y Lecturas. A continuación haré una breve presentación de ellos.

En el artículo titulado "Sobre la definición de los dominios transculturales. La antropología del parentesco como teoría sociocultural de la procreación", Aurora González Echevarría y otros autores, plantean una discusión teórica esencial para la antropología del parentesco, que es válida para los estudios transculturales en general. Señalan el riesgo que corre el investigador al aplicar conceptos propios a su campo cultural para analizar fenómenos sociales distantes. Por ejemplo, indican que las similitudes encontradas en los modelos de parentesco de sociedades o épocas diferentes no se deben necesariamente a una semejanza "real", sino al hecho de que se utilizaron los mismos conceptos y modelos teóricos para describir relaciones sociales (consanguíneas o no) que podrían ser distintas si se definieran con mayor cuidado en el interior de la cultura observada.

En esa línea de la antropología del parentesco se ubica el trabajo "Motivaciones genéticas y experienciales: el discurso de las MSPE sobre la fecundación asistida como vía de acceso a la maternidad en solitario", de María Isabel Jociles Rubio y Ana María Rivas Rivas. Abordan un fenómeno poco estudiado en Iberoamérica, a pesar de que la monoparentalidad por elección constituye una nueva modalidad de familia en las sociedades occidentales. Analizan las representaciones de las mujeres que decidieron de forma voluntaria (y desde "siempre") desarrollar un proyecto familiar en solitario, por medio de la adopción o del uso de métodos biológicos, como la reproducción asistida. Cuestionan el modelo genético-biologicista dominante que asocia la sexualidad a la reproducción entre parejas heterosexuales, en matrimonio y familias nucleares, el cual resulta poco válido para comprender las formas familiares contemporáneas.

En el artículo "Identidad, creencia y realidad: temas posibles para una antropología freudiana", Ricardo Falomir Parker desarrolla el tema de la relación teórica existente entre el psicoanálisis y la antropología sociocultural. Coloca al estudio de la diferencia como tema central de esta disciplina, junto con otros como el de las creencias y el de la relación que los hombres establecen con la realidad. Propone que el psicoanálisis es un referente conceptual que puede acompañar al antropólogo en el estudio de estos temas, sobre todo en lo concerniente a las representaciones y construcciones simbólicas a través del lenguaje, las contribuciones de Freud sobre las creencias y la alteridad.

Este número de la revista Alteridades cierra con una reseña, elaborada por Alessandro Questa Rebolledo, del libro Antropología y simbolismo, coordinado por Patricia Fournier, Saúl Millán y María Eugenia Olavarría. La reseña resalta la riqueza de la obra debido a la diversidad de temas que siguen un hilo conductor (el simbolismo de una antropología reflexiva), así como por las experiencias investigativas que se presentan en ella.

 

Martha de Alba González

 

Bibliografía

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Notas

1 Proyecto financiado por Conacyt (CB 2007-2011), coordinado por la autora, en el que participan el doctor Salo món González (UAM-C), la doctora Guénola Capron (UAM-A) y la doctora Claudia Zamorano (Ciesas-DF).

2 Concepto que remite a una suerte de negociación que el adulto mayor hace para afrontar su vida conforme avanza la edad y que corresponde en gran parte a una economía de fuerzas.

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