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Alteridades

versión On-line ISSN 2448-850Xversión impresa ISSN 0188-7017

Alteridades vol.20 no.39 Ciudad de México ene./jun. 2010

 

Memoria urbana y experiencias de vida de los ancianos

 

Movilidad residencial de los adultos mayores y trayectorias de vida familiares en la ZMVM*

 

Residential mobility of the elder people and the life trajectories of their family in the metropolitan area of Mexico City

 

Guénola Capron** y Salomón González Arellano***

 

** Desde el 7 de octubre de 2010: Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Azcapotzalco, Av. San Pablo núm. 180, col. Reynosa Tamaulipas, delegación Azcapotzalco, 02200 México, D. F.; antes de esta fecha: Centre National de la Recherche Scientifique, CNRS, LISST-Cieu, Université de Toulouse-2 le Mirail/Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos (CEMCA) <guenola.capron@gmail.com>.

*** Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Cuajimalpa. Av. Constituyentes 1054, col. Lomas Altas, delegación Miguel Hidalgo, 11950 México, D. F. <salomonglez@gmail.com>.

 

* Artículo recibido el 19/10/09
y aceptado el 26/07/10.

 

Abstract

The residential mobility of elder people in contexts such as Mexico has been poorly studied. We believe that, unlike other countries in North America and Europe, the changes of residence in the last stage of life, do not respond to the search of a better life after retirement, but are associated with a loss of individual autonomy, compensated by the family support. We analyze the relationships of dependency between elder people and their families, from an exploratory study of the residential mobility of elder people and the links between their life trajectories (family, residence and employment) and the ones of their families, in a large metropolis as the Metropolitan Area of Mexico.

Key words: elder people, residential mobility, life trajectories, Metropolitan Area of Mexico.

 

Resumen

La movilidad residencial de los adultos mayores en contextos como el de México ha sido poco estudiada. Pensamos que, a diferencia de otros países en América del Norte y en Europa, el cambio de residencia en la última etapa de la vida no responde a la búsqueda de mejores condiciones de vida después de la jubilación, sino que está más asociado a una pérdida de la autonomía individual, compensada por el apoyo familiar. Se busca analizar las relaciones de dependencia entre los adultos mayores y sus familiares, apartir de un estudio exploratorio de la movilidad residencial de los primeros y cómo se vincula consus trayectorias de vida [familiar, residencial, laboral) y las de sus familiares en una gran metrópoli como la Zona Metropolitana del Valle de México.

Palabras clave: adultos mayores, movilidad residencial, trayectorias de vida, Zona Metropolitana del Valle de México.

 

Introducción

En el presente artículo proponemos un primer acercamiento a la movilidad residencial de los adultos mayores en el contexto de una gran metrópoli latinoamericana: la Zona Metropolitana del Valle de México (ZMVM).1 Los actuales baby boomers europeos y norteamericanos, que vivieron los Treinta Gloriosos, suelen envejecer en buenas condiciones económicas, a pesar del aislamiento de los individuos de la cuarta edad, que ha sido objeto de preocupación por parte de los poderes públicos. En Europa y en el resto de América del Norte, aunque la movilidad residencial de los adultos mayores es por lo general más baja que para otros grupos de edad, se ha observado un repunte de la migración de los recién jubilados en su recorrido residencial, así como muchas situaciones de birresidencia, poco tenidas en cuenta por las estadísticas oficiales (Attias-Donfut, 2006; Lord et al., 2009). Los hogares que tienen altos recursos y buenas pensiones, en particular en Europa del Norte, Estados Unidos y Canadá, buscan mejores condiciones de vida con un tropismo hacia el sol y el Sur, sea en retirement communities del Sun Belt estadounidense (Pihet, 2003) o en las regiones costeras del sur de Francia y de España. Sin embargo, esta movilidad residencial decae después de los 75 años, ya que está estrechamente ligada a las condiciones de salud de los individuos y a su nivel de ingreso. Esta representación de un grupo paradójicamente muy móvil esconde una realidad mucho más heterogénea que va desde una movilidad (residencial y cotidiana) muy elevada hasta un deseo de anclarse en el territorio, pasando por una inmovilidad debida a enfermedades.2

Sabemos muy poco de la movilidad residencial de los adultos mayores en países como México.3 Con certeza, el fenómeno es muy diferente de lo que se puede observar en países desarrollados, ya que es baja la proporción de la población que recibe una pensión por jubilación. Más bien, pareciera que la vejez coincide con un periodo de mayor vulnerabilidad individual, no sólo física, sino también social y económica: disminución de los ingresos personales, aumento de los gastos de salud, pérdida de autonomía debida a discapacidades frecuentes (Montes de Oca y Hebrero, 2006). La movilidad residencial baja a medida que los individuos envejecen, porque donde las pensiones de jubilación son escasas y la propiedad es generalizada (alrededor de 70% en México), teniendo un fuerte significado social, afectivo y simbólico, hay más probabilidad de que los individuos con edad avanzada sean propietarios y prefieran no cambiar de casa en la última etapa de su vida; y porque, en otros contextos, la vulnerabilidad física de este grupo etario, aún más de la cuarta edad, no favorece la movilidad residencial. Emitimos la hipótesis de que la movilidad residencial, cuando la hay, es más bien una ruptura sufrida por los ancianos. Corresponde a una pérdida de autonomía individual irregularmente compensada por la ayuda familiar.4 En México, nueve de cada 10 adultos mayores viven con un pariente (Montes de Oca, 2001). No obstante, la familia está lejos de ofrecer una convivencia armoniosa e ideal y no es ningún modelo de solidaridad. La familia mexicana constituye un valor moral idealizado, vehiculado por una ideología social, religiosa y política (Montes de Oca, 2004). No carece de tensiones, exclusiones ni conflictos; empero, frente a la poca ayuda estatal, sigue siendo un recurso indispensable. De ahí la importancia de tener enfoques cualitativos sobre las trayectorias de vida y vivencias de los adultos mayores y de su grupo familiar (en particular sobre los itinerarios residenciales), que completen los estudios cuantitativos, más puntuales, sobre movilidad residencial.

Planteamos la siguiente pregunta general: ¿Qué papel actúan los adultos mayores en los modos de organización familiar? Y más específicamente: ¿Cuál es la movilidad residencial de los adultos mayores5 y qué puede explicar su cambio de vivienda entre 1995 y 2000? ¿Cómo se entrecruzan los itinerarios familiares, residenciales y laborales de los adultos mayores con las trayectorias de vida de sus descendientes?

En una primera parte daremos algunos datos sociodemográflcos sobre adultos mayores, basándonos en la muestra censal del 2000 de la ZMVM, y analizaremos sus movilidades residenciales entre 1995 y 2000 en relación con sus condiciones de vida.6

En una segunda parte exploraremos, a partir de un par de entrevistas a profundidad, la relación entre movilidad residencial y trayectorias de vida de los adultos mayores y de sus familiares, con objeto de mostrar la diversidad de casos y los aportes de las entrevistas en cuanto a los datos estadísticos.

 

Movilidad residencial, arreglos familiares y condiciones de vida de los adultos mayores en la ZMVM

En la ZMVM, 4.67% de la población tiene más de 65 años.7 Una quinta parte de los hogares incluye un adulto mayor, quien en 20% de los casos sigue acompañado por su pareja. En los arreglos familiares de los hogares donde viven los adultos mayores predominan hogares ampliados con patrones inversos a aquellos del total de la población. La mitad de los adultos mayores (50.2%) forma parte de un hogar ampliado, contra el 30.5% de la población total; un poco más de un tercio vive en un hogar nuclear8 (37.4%), contra 65.7% de la población total; 9.3% reside en un hogar unipersonal, versus 1.54% de la población total (seis veces menos que los ancianos). El patrón metropolitano difiere significativamente de la estructura nacional: a esta escala, más de la mitad de los adultos mayores de 60 años y más son miembros de un hogar nuclear y sólo 37% de un hogar ampliado (Montes de Oca, 2004: 528). Esta última característica es más acentuada en el centro de la ciudad: en las cuatro delegaciones centrales del Distrito Federal, entre 11 y 17.7% de los adultos mayores vive en un hogar nuclear. En la ZMVM, cerca de la mitad de los ancianos son reconocidos como jefes del hogar (41%), mientras que la otra mitad (38%) tiene algún parentesco con él, lo que parece indicar un alto grado de dependencia.

El deterioro biológico de los ancianos puede ser un factor de pérdida de autonomía. Los adultos mayores de la ZMVM tienden más a sufrir algún tipo de discapacidad: 17.6% de ellos, contra 2.2% del total de la población, lo que representa 150 580 personas. La mitad de las discapacidades están relacionadas con dificultades para moverse (49.5%), 19.8% con la ceguera y 18.4% con la sordera.

Sólo 54.3% de los adultos mayores declaró tener algún ingreso. Además, casi ocho de cada 10 de ellos tiene un ingreso total personal de menos de dos salarios mínimos, y uno de cada 10 entre dos y cinco, lo que sugiere una situación de precariedad económica aguda y extendida.

Estas situaciones (pertenencia frecuente a hogares ampliados, discapacidad, recursos bajos) recalcan el apoyo familiar como una estrategia clave en la manutención y los cuidados de los ancianos. Otros estudios en el ámbito nacional (Wong, 1999; Montes de Oca, 2004) van en esta misma línea. La asistencia familiar depende de la situación económica de los adultos mayores y de sus descendientes, así como de muchos otros factores como el género –los hombres son más vulnerables que las mujeres cuando dependen de la ayuda dentro del hogar–. En algunos casos de hogares ampliados, puede ser el adulto mayor quien brinda techo a sus familiares o quien los abastezca y, aunque por lo general vive conforme arreglos de cierta reciprocidad, no siempre recibe ayuda monetaria de sus allegados (Wong, 1999; Montes de Oca, 2004).

En México, sólo ha habido trabajos acerca de los efectos de la migración internacional sobre el bienestar de los adultos mayores (Wong, 2001), o de las consecuencias de la migración sobre el envejecimiento poblacional. Aquí, a fin de estudiar la movilidad residencial de los adultos mayores, usaremos la muestra censal de hogares del 2000.9 Para la movilidad residencial, la muestra censal registró únicamente los cambios intrametropolitanos e interjurisdiccionales en la zmcm entre 1995 y 2000. Este dato no registra otros dos tipos de migración: la movilidad residencial inframunicipal, que podría ser importante si consideramos el peso, todavía grande, de la cercanía familiar en las estrategias de movilidad residencial (Dureau, Barbary y Lulle, 2004), y la migración interestatal, cuyo impacto no ha sido evaluado. Se trata en particular de las migraciones de retorno. Con base en los resultados de un estudio de Browning y Corona (1995) sobre migraciones nacionales, María Eugenia Negrete Salas (2001) emite la hipótesis de la existencia de migraciones de retorno de adultos mayores de la Zona Metropolitana del Valle de México hacia zonas rurales para el periodo 1987-1992. Sin embargo, una encuesta sobre movilidad residencial de los migrantes en Francia (Attias-Donfut, 2006.) muestra que, en tal contexto nacional, la mayoría de los migrantes instalados desde hace mucho tiempo (70%) quieren quedarse en ese lugar una vez jubilados: están arraigados en el país de llegada, tuvieron hijos, compraron una vivienda, adquirieron la nacionalidad francesa; una cuarta parte (24%), en particular los que tienen más recursos económicos, expresan el deseo de ir y venir; sólo 7% quiere regresar a su país de origen. Suponemos que en la ZMVM, a la inversa, las restricciones económicas, la baja jubilación, así como la redefinición de la identidad que implica la migración en la gran ciudad y el arraigo familiar (y no sólo) en la metrópoli, limitan el regreso al lugar de procedencia, aunque pueda ser el sueño de muchos adultos mayores que se instalaron en la ciudad en su juventud.

Dentro de la ZMVM, un poco más de un millón de personas cambiaron de residencia entre 1995 y 2000, lo que representó 6.34% de la población total al 2000. Para los adultos mayores, esta proporción cae a 3.58% (30 664 personas). A grandes rasgos, la movilidad residencial de los ancianos (mapa 1) sigue el patrón general del resto de la población (véase Sobrino e Ibarra, 2008). Como muestra el mapa 1, no extraña que la zona que concentra un mayor número de individuos de más de 65 años sea también la que genera más desplazamientos por parte de este grupo de población. Como para el resto de los residentes, la ciudad central expulsó adultos mayores que casi en su totalidad se instalaron en espacios intermedios de la zona metropolitana, en especial del norte y del noreste (Tultitlán, Ecatepec, etcétera). Estos espacios recibieron adultos mayores a la vez que los expulsaron, más o menos en cantidades similares. En este periodo las periferias no fueron lugares de mucha movilidad residencial para este grupo de edad, ni en un sentido ni en el otro. Entre 1995 y 2000 las cuatro delegaciones centrales perdieron 14 000 adultos mayores y, en ese mismo lapso, llegaron 7 000 a radicarse ahí. Así, como en otras ciudades mexicanas, el despoblamiento del centro se acompaña paralelamente de un envejecimiento demográfico de éste, a pesar de un balance demográfico negativo para los de más de 60 años. Los adultos mayores están concentrados en el centro: las cuatro delegaciones centrales cuentan con 17.41% de los viejos de la ZMVM, con 148 876 individuos, muy arriba del 9.18% del total de los habitantes que radican en esta misma zona. Como lo recuerda Negrete Salas (2003), en una metrópoli todavía en transición, como la Ciudad de México, el envejecimiento demográfico de un sector urbano es el resultado de tres factores: el envejecimiento en el lugar, los efectos de la migración y la disminución de la tasa de mortalidad.10 Según ella, la migración, incluyendo las movilidades residenciales intraurbanas, podría ser el factor más importante del envejecimiento. Virginia Molina Ludy (2004) recalca el papel creciente del envejecimiento en el lugar. De todos modos, la concentración espacial de adultos mayores suele reflejar los procesos de metropolización, por un lado la expansión física de la ciudad, por el otro la edad de sus barrios (Dureau, BarbaryyLulle, 2004: 152-153). Asimismo, enlazMVM, la distribución de la población por grupos de edad muestra un marcado patrón centro-periferia: las demarcaciones periféricas presentan una mayor proporción de familias jóvenes, en oposición con hogares unipersonales y población de edad avanzada. De la población de la delegación Benito Juárez, la más envejecida, 10.54% tiene más de 65 años, cuando sólo 1.67% de los habitantes del municipio de Chimalhuacán en el oriente tiene más de esta edad. Estos promedios evidentemente esconden variaciones locales a una escala mayor, como puede ser el caso de los fraccionamientos suburbanos de casas de los años 1950-1970, cuyo mercado inmobiliario no es muy flexible. La repartición de los adultos mayores dentro de la ZMVM sigue un patrón opuesto al de la población en su conjunto. En el mapa 2 puede observarse la proporción de adultos mayores que residen en las delegaciones y los municipios de la zona metropolitana respecto al total de la población de estas mismas unidades. La ciudad central es la que aparece como la más envejecida, pues aunque algunos municipios periféricos tienen una alta proporción de residentes ancianos, éstos viven en zonas con densidades habi-tacionales muy bajas y que concentran pocos adultos mayores a escala metropolitana (véase mapa 1).

Los principales motivos de mudanza de los adultos mayores entre 1995 y 2000 son completamente diferentes de los de la población en general: predominan "reunirse con la familia" (25.34%) y "por motivos de salud" (13.31%), contra 12.10y 1.40%, respectivamente, para el conjunto de la población. Como se podría esperar, las razones "fue a buscar trabajo" (2.58%) y "por un matrimonio o una unión" no son comunes para los mayores de 65 años, en tanto son las primeras que declara el total de la población (12.39 y 7.38%, respectivamente). Por desgracia, elabanico de respuestas propuestas no dice nada sobre los cambios del tipo de ocupación de la vivienda.

La movilidad residencial pareciera estar asociada con algunas características personales y familiares de los adultos mayores, en particular con el tipo de hogar al cual pertenecen: aquellos que viven en hogares ampliados tienden a migrar con mayor frecuencia que aquellos que forman hogares nucleares. Del mismo modo, los ancianos con algún tipo de discapacidad tienen una mayor propensión a cambiar de domicilio que los que no sufren ninguna. Los hogares unipersonales de adultos mayores muestran una ligera tendencia a no moverse. Finalmente, aquellos que tienen una mayor autonomía económica con ingresos más altos tienden a no migrar, en comparación con los adultos mayores con salarios más bajos. Esto sucede de manera inversa a los ingresos de los hogares, ya que aquellos con mejores ingresos que cuentan con al menos un adulto mayor presentan una tendencia ligeramente superior a migrar que los hogares con menores salarios y que también incluyen un anciano. Como lo mencionan otros autores (Gomes da Conceigáo, 2001), vivir sólo depende de la capacidad socioeconómica y física de mantener un hogar independiente. Pareciera que los factores que provocan una movilidad residencial a una edad avanzada son la pertenencia a un hogar ampliado, los bajos recursos personales y una discapacidad mayor. En todos los casos se refuerzan los riesgos de que el adulto mayor pierda autonomía. Esto coincide con las conclusiones de Molina Ludy (2004: 141-142) sobre los adultos mayores del Distrito Federal: "los adultos mayores procuran conservar su vivienda y sólo la abandonan en casos críticos en los que se presentan circunstancias desfavorables como la muerte de un cónyuge que contribuye a los ingresos, crecientes costos de mantenimiento o en impuestos prediales o la disminución de los ingresos".

El estudio de la relación entre condiciones de vida, arreglos familiares y movilidad residencial de los adultos mayores en la ZMVM, sobre todo fuera del Distrito Federal, podría profundizarse más. Los primeros datos aquí expuestos hacen pensar que la movilidad residencial de los adultos mayores está caracterizada en general por una merma de su autonomía y acentúa la precariedad de sus condiciones de vida (véase también Molina Ludy, 2004; Montes de Oca y Hebrero, 2006). Las nociones de bienestar o de calidad de vida remiten tanto a datos objetivos y mensurables como a percepciones subjetivas. En este sentido, siguiendo los lincamientos de otros autores como Verónica Montes de Oca (2004) y Virginia Molina Ludy (2004), nos parece importante completar estos análisis basados en la estadística con estudios de caso que, si bien no pretenden ser representativos, permiten insistir en la relevancia de análisis longitudinales sobre itinerarios residenciales de los adultos mayores y de sus familiares, y no sólo sobre su movilidad. Asimismo, posibilitan entender cómo la movilidad residencial de los ancianos se inscribe dentro de estrategias familiares más amplias y cuál es el papel de aquéllos en éstas. Entre otras cosas, para los sectores medios, como lo recalca Claudia Zamorano Villarreal (2008: 141), la propiedad de la vivienda puede ser uno de los parachoques que permite a las familias protegerse contra los sobresaltos de la vida en contextos de incertidumbre con leyes que desprotegen a los inquilinos.

 

Movilidad residencial y trayectorias de vida de los adultos mayores y de sus familiares

Los materiales que aquí se analizan fueron recogidos a partir de entrevistas exploratorias, a profundidad, abiertas o semiestructuradas, que tuvieron como objeto el estudio de las trayectorias de vida (principalmente familiar, residencial y laboral) de adultos mayores, de sus ascendientes y sus descendientes. Cabe hacer hincapié en que la entrevista, cualquiera que sea su forma –historia de vida, entrevista abierta o semiestructurada–, nos pareció más adaptada a los olvidos y traslapos temporales que hacen los viejos con los eventos de su vida al momento de recordar su propia historia.

La estabilidad residencial de los profesionistas de clase media alta beneficiados por el Estado corporativista: un caso de trayectorias de vida polarizadas por los padres

La pareja que formaron Nacha, de 74 años, y Moisés, de 78, presenta una gran estabilidad geográfica y una ascensión social propia de la clase profesionista que sacó provecho del Estado corporativista en los años sesenta. El se desempeñó como ingeniero eléctrico en la Compañía de Luz y Fuerza y se retiró a los 55 años con una buena pensión. Ella estudió pero, como muchas esposas de clase media en su tiempo, nunca trabajó, porque su marido se lo prohibió. Se dedicó a ser sana, de casa y a criar a sus cinco hijos. Después de casarse en 1958, vivieron un año con la suegra en un departamento rentado de la colonia Tlaxpana, donde él había morado toda su vida, y un año más en otro departamento. Gracias a un crédito muy bajo, pudieron construir una casa en un terreno adjudicado por Luz y Fuerza en un flamante fraccionamiento suburbano, Ciudad Satélite, en pleno auge. Pero en 1961 Luz y Fuerza envió a Moisés a trabajar a Nueva Necaxa, en Puebla, donde rentaron una casa. En 1971 regresaron con sus hijos a la Ciudad de México para vivir en su casa que, mientras tanto, alquilaban. Hasta la fecha de la entrevista radicaban ahí. Los cinco hijos de la pareja, que tienen entre 41 y 49 años, no tuvieron hijos; tres de ellos son solteros y se quedaron hasta los 40 años o más en la casa de sus papas. La crisis económica de 1994 no ayudó a que los hijos encontrarán fácilmente trabajo y se despegaran de la casa familiar; sin embargo, la familia se apoya en un esquema patriarcal, que en un país como México es muy acentuado.

Ciudad Satélite polarizó las movilidades residenciales y profesionales de los hijos: sólo una hija se fue a vivir al sur de la ciudad, las otras dos residen cerca, y los dos hijos varones comparten la casa con sus padres a cambio de una ayuda familiar. Como ya se dijo, Moisés, beneficiario típico de El Milagro Mexicano, se jubiló muy joven (a los 55 años), por lo que él y su esposa aprovecharon para viajar varios años por la República Mexicana. Mas a los 74 años Moisés sufrió graves problemas coronarios, que lo dejaron inválido y los inmovilizó casi totalmente a los dos. Ella tuvo que reducir de manera considerable sus actividades. A pesar de que tienen los recursos económicos para pagar una enfermera y de que Nacha sigue teniendo buena salud, uno de los hijos varones dejó de trabajar durante dos años para cuidar a su padre después de su accidente cardiovascular. El hijo mayor abandonó la casa que se había comprado cerca de su lugar de empleo en Cuautitlán Izcalli y que habitaba solo desde hacía dos años, para regresar a la casa paterna. Al mismo tiempo que la pareja resiente que se reduzca su ámbito social (en particular el de Moisés) y que se debiliten sus redes sociales, le cuesta resignarse a la inmovilidad después de tantos años de ser activos. Dice que sus hijos siguen siendo la única fortaleza contra la soledad y que tiene un sentimiento de desintegración que tal vez remite a la experiencia del envejecimiento.

 

Quiebres de vida y pérdida de la autonomía residencial: el sentimiento de desarraigo de un adulto mayor "joven" de clase media

Otro caso de clase media es el de Emigdio, de 66 años, quien sigue estando activo pero, a pesar de un ascenso social en su juventud, perdió su autonomía residencial después de un accidente personal, la enfermedad y el deceso de su esposa, que constituyó un "turning point" (Montes de Oca y Hebrero, 2006). Se tuvo que mudar a los 62 años al departamento de su hija fuera del Distrito Federal. El caso de Emigdio ilustra la dificultad de mantener un hogar unipersonal, ya que requiere ingresos elevados.

De niño, Emigdio vivió en varias vecindades de Tacuba y San Cosme con su madre y sus cuatro hermanas, ya que su papá, chofer, murió cuando él tenía cinco años. No terminó la licenciatura en Administración de Empresas en la Universidad Nacional Autónoma de México, sin embargo después estudió Mercado tecnia en un instituto privado, lo que le permitió trabajar como comerciante. Ahora habita un departamento en la Unidad Habitacional Infonavit Los Héroes, en Ixtapaluca, con su hijo de 31 de años, su hija de 39 y su nieta. A pesar de que tuvo un ascenso social importante, Emigdio no se benefició de una protección social tan sólida como Moisés y Nacha (cuenta con seguro social pero no tiene jubilación; sus dos hijos estudiaron una licenciatura en la universidad y trabajan como empleados municipales). Vivió una fase de crecimiento económico, pero luego de la muerte de su esposa su vida estuvo caracterizada por cierta inestabilidad.

Cuando Emigdio se casó, a finales de los sesenta, se compró un departamento en la Unidad Habitacional Aragón al noreste del Centro, cerca de los abuelos paternos y maternos, y ahí vivió 17 años con su esposa y sus dos hijos. Después se mudaron a la colonia Reforma Iztaccíhuatl, al sureste del Centro, cerca de la estación de metro Nativitas. Trabajó primero a los 18 años de office boy y poco a poco fue ascendiendo. Ingresó como empleado contable en las oficinas del Departamento del Distrito Federal en el Zócalo. Después laboró en el Departamento de Compras de una empresa en Industrial Vallejo y a partir de ahí siguió en el sector privado en varias fábricas en compras y ventas. Su etapa de mayores ganancias fue en bienes raíces. La enfermedad y la muerte de su esposa dieron un nuevo rumbo a su vida, provocando un descenso social: tuvo que emplearse de comerciante ambulante en las calles. Al quedarse viudo, se vio obligado a vender su casa y empezó a tener una gran movilidad residencial: se mudó a Pedregal del Carrasco, la Noria, Apatlaco, Mixcoac, Colonia Obrera, Villa Coapa. A raíz de su cambio al departamento de su hija en Ixtapaluca, hace poco más de tres años, expresa una suerte de quiebra residencial: aunque tenga recursos (luego del fallecimiento de su esposa trabajó en una empresa turística, y desde hace cinco años vende seguros médicos), no posee la suficiente autonomía económica para estar solo en una vivienda. No le gusta la colonia donde residen, se siente aislado y exiliado del Distrito Federal, adonde tiene que viajar diariamente, pasando varias horas en pesero y en metro.

 

Las trayectorias de vida organizadas en torno al adulto mayor: las estrategias familiares de "capitalización" inmobiliaria

Como lo expone también Molina Ludy (2004), son recurrentes los casos de adultos mayores de clase media o baja que conviven en su propio departamento o en viviendas vecinas en un mismo predio, más o menos grande en la época en que ellos se instalaron, y donde algunos de los hijos y nietos construyeron sus propias casas. Los adultos mayores realizan pequeños servicios como criar a los nietos o bisnietos, ir a recogerlos a la escuela, darles de comer, etcétera, y como retribución reciben cierta ayuda familiar (alimenticia y de diversa índole), aunque no siempre. La autora cita los casos de familias con ingresos bajos y medios de la delegación Venustiano Carranza, que han dejado a sus familiares construir cuartos y casas adicionales en sus terrenos, para que puedan ahorrar y construir, aveces a cambio de cuidados y de pequeños servicios. Estas estrategias crean cierta cercanía, por lo menos espacial, entre las generaciones.

Por ejemplo está el caso de Juana, de 78 años, quien es analfabeta pero aprendió sola a leer el periódico. Su accidentada vida refleja la vulnerabilidad e inestabilidad individual, familiar y social de los pobres que tuvieron que migrar a la Ciudad de México, frente a los coletazos de la vida y de la economía. Desde los siete años se empleó como doméstica en varios lugares de la Ciudad de México, por lo general en la zona céntrica. Tuvo dos parejas con quienes no duró, pero con cada una quedó embarazada. Su tercera pareja, el padre de sus tres últimos hijos, con quien tenía una fuerte relación afectiva, falleció accidentalmente cuando ella tenía 4 7 años, y entonces debió criar sola a sus cinco hijos. En el temblor de 1985 perdió la vivienda que estaba rentando en una vecindad de la colonia Santa María la Ribera. Con todo, en 1987, gracias a la ayuda de un ex patrón, pudo beneficiarse del programa de reubicación para los damnificados. Le dieron un crédito muy barato para comprar una vivienda con tres habitaciones en una vecindad de la colonia Moreíos. Ella pidió la colonia Santa María la Ribera, donde moraba y tenía todas sus redes familiares y sociales, pero le asignaron otra colonia donde no conocía a nadie.

No obstante, elacceso a la propiedad, a los 57 años, aun siendo el resultado de una política coyuntural, le proporcionó una estabilidad afectiva, si no económica, que sólo había tenido antes con el padre de sus tres últimos hijos: "No me gusta la colonia, pero la casa donde vivo me encanta, fue mi primera casa, porque yo nunca he tenido casa propia, siempre era rentada, y ahora es mía, todas mis hijas dicen "véndela", "ay no, si me costó tantas lágrimas". Eso le permitió alojar a varios de sus familiares, en particular en momentos en que fueron víctimas de la desindustrialización de la Ciudad de México y perdieron sus empleos en fábricas de Santa María la Ribera o de municipios cercanos al Distrito Federal. Como para muchas familias mexicanas, su apoyo permitió que sus hijas trabajaran, ya que se ocupó de los niños, cocinó y se encargó de los quehaceres domésticos. Fue parte de un intercambio tácito: ella cuidó la casa y albergó a sus hijos, mientras ellos ganaban los sueldos que permitían la reproducción social del hogar. Ahora Juana comparte el departamento con una de sus hijas y sus cuatro nietos, otra nieta y su bisnieto. Es beneficiaría del programa Apoyo Alimentario, Atención Médica y Medicamentos, del Gobierno del Distrito Federal.11 Si bien sus otros hijos viven lejos y no la vienen a ver tan seguido, Juana reparte entre todos ellos los productos alimentarios que obtiene gracias a su tarjeta.

El caso de Juana y de su familia ilustra la importancia económica y afectiva de una propiedad estable y legal para adultos mayores que viven en hogares ampliados con bajos recursos, lo cual no sólo constituye para ella un capital económico que le permite "negociar" la ayuda de los familiares que viven bajo su techo (más aún desde que, a los 68 años, tras un accidente cerebral y una caída, se quedó relativamente inválida, lo que limitó mucho su autonomía, sus desplazamientos y sus actividades), sino que también los ayuda a ahorrar para que puedan tener su propia vivienda algún día: "Es el único cascarón que les voy a dejar a mis hijos cuando yo me muera." Por último, se destaca que la propiedad de una vivienda por parte del adulto mayor no necesariamente garantiza un buen trato de los familiares corresidentes (Montes de Oca, 2004: 543).

Otro caso es el de Felipa, de 74 años, quien vive en la casa que autoconstruyó su manía en un terreno invadido del pueblo de los Reyes en la delegación Coyoacán, cuando ella tenía 18 años. Poco a poco, dos de sus nueve hijos y sus nietos levantaron sus casas al lado. Felipa no terminó la primaria y viene de una familia pobre. Sus papas eran originarios del Distrito Federal, y ella nació en la colonia Nativitas. Después de la muerte de su padre, se mudó con su madre, su abuela y su hermano al barrio Santa Catarina cerca de los Viveros de Coyoacán, donde su mamá construyó una casita de madera. Hasta que llegaron a los Reyes. Empezó a trabajar de niña, vendiendo tortillas en el mercado y repartiendo a domicilio con su mamá. A los 16 años tuvo su primer hijo. Tuvo nueve hijos con su marido, quien, aunque trabajador, también era inestable, alcohólico y violento. Después de varios años de ir y venir, se separaron. Ella casi siempre se ha dedicado a vender dulces, adquiridos en La Merced. Como Juana, es beneficiaría del programa para adultos mayores del Gobierno del Distrito Federal, lo que mejora sustancialmente sus ingresos. Vive en un cuarto pequeño, en malas condiciones, con techo de lámina y apenas un lugar para cocinar. Dice recibir alguna ayuda de sus nietos que viven en las casas vecinas. A cambio va por sus dos bisnietas a la escuela. Casi toda su vida ha transcurrido en la misma zona, entre el barrio de Santa Catarina y el pueblo de los Reyes. De sus nueve hijos, tres viven en Querétaro, dos en otras áreas de la Zona Metropolitana del Valle de México, y cuatro residen en la misma zona: uno en la misma colonia; otro en la colonia Xico, que está cerca; y dos en el mismo predio. Su hermano, quien falleció, también vivía en la misma colonia, así como gran parte de sus numerosos sobrinos, con quienes, pese a ello, no convive directamente.

 

Conclusión

Este trabajo no pretende acabar con el tema. Hemos llegado a resultados parciales y todavía inconclusos. En los países desarrollados, la movilidad residencial puede ser asociada a la búsqueda de un "estar mejor" en la última etapa de la vida, a través del regreso (poco frecuente) al lugar de origen, de las llamadas migraciones de retiro, de la mudanza a una gated community para seniors o incluso del ingreso a una institución. En México, en contraste, la vejez pareciera estar acompañada por una debilitación física y socioeconómica de individuos en situaciones de alta vulnerabilidad, como cambios "accidentales" en el ciclo de vida, por ejemplo la viudez, o la aparición de una enfermedad, que significan pérdida de autonomía. A su vez, el bienestar del adulto mayor no sólo debe considerarse en el momento de la vejez: es el resultado de una trayectoria de vida (social, residencial, familiar) que redefine a lo largo del ciclo de vida los arreglos familiares y construye patrones espaciales (concentración, dispersión de los miembros, etcétera) que son condiciones para la ayuda familiar cotidiana. Un cambio residencial no elegido en la última etapa de la vida puede constituir una ruptura con las redes sociales construidas a lo largo de la vida y puede provocar un fuerte sentimiento de desarraigo cuando las personas tienen mucho tiempo de vivir en el mismo lugar.

Los casos que expusimos sólo son algunos ejemplos de interrelaciones entre las trayectorias residenciales y de vida de adultos mayores y su familia. Faltarían muchos más: ancianos que viven en hogares unipersonales, otros que se tienen que mudar a la casa de familiares por enfermedad, o, más recientemente, individuos con altos ingresos que se mudan a residencias especializadas como en Santa Fe o Huixquilucan. Todos estos casos tienen un punto en común: muestran la importancia de contar con una propiedad estable y legalizada, sea autoconstruida, de interés social o del mercado privado, que pueda llegar a constituir un frágil capital "negociado" con los familiares corresidentes en el momento de la vejez y una posible herencia para los descendientes del adulto mayor después de su muerte. Recordemos que, siguiendo a Monique Bertrand12 (2003: 15), "las familias desempeñan un papel central a través de la organización de la circulación de sus miembros, de sus apoyos y transmisiones, de bienes y valores, en distintas etapas del ciclo de vida de las parejas" (traducción propia).

Empero, nos podemos preguntar si, en una metrópoli como México, los adultos mayores de hoy, en particular de las clases medias y altas que ascendieron socialmente en los años sesenta y setenta gracias al Estado mexicano corporativista, conocieron un periodo de prosperidad nacional excepcional, aunque fuese para pocos. Como lo señala Molina Ludy (2004), eso explica que muchos de los hijos, en especial de clase media y media-baja, cuyas trayectorias laborales cruzaron la crisis de 1994 y se caracterizaron por periodos de desempleo recurrentes, no puedan volverse independientes de sus padres y siguen viviendo con ellos. De ahí la relevancia de las políticas de vivienda de interés social.

Por último, habría que interrogarse cuál es la importancia del factor metropolitano en los arreglos familiares de los hogares donde viven adultos mayores y en sus trayectorias residenciales, cómo influye el contexto urbano (centro/periferia, barrio tradicional/ suburbio/conjunto de viviendas de interés social, etcétera) sobre el bienestar del adulto mayor, o cuál es el papel de los grupos de edad en la movilidad residencial. En fin, muchos trabajos sobre vejez quedan por hacerse en México.

 

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Notas

1 Esta investigación se realizó en el marco del proyecto Experiencias, Representaciones y Memoria de la Metrópoli: el Caso de los Adultos Mayores en la Ciudad de México, coordinado por Martha de Alba y con financiación del Consejo Nacional deCiencia y Tecnología. Agradecemos a Elizabeth Trujillo, Lizeth Cruz Jiménez y Carlos Filiberto Miguel Aguilar, asistentes del proyecto, quienes nos permitieron utilizar las entrevistas de Emigdio y Felipa.

2 Existen pocas investigaciones sobre el tema. Como lo mencionan Lord et al. (2009), los estudios empíricos tienen resultados contrastados. La encuesta longitudinal que llevaron a cabo estos autores, en 1999 y 2006, con los mismos adultos mayores que viven en suburbios de la ciudad de Quebec, muestra más bien cierta voluntad, por parte de los individuos, de envejecer en su lugar de residencia, a pesar del deterioro de su estado de salud.

3 En México, entre los trabajos sobre adultos mayores destacan los de los demógrafos, como Verónica Montes de Oca, Rebeca Wong, Maria Cristina Gomes da Conceicáo y Rodolfo Tuirán. También, de manera más puntual, profundizaron en el tema geógrafos como Carlos Garrocho o María Eugenia Negrete Salas (el primero sobre la distribución de la población anciana en el Área Metropolitana de Toluca, y la segunda en la ZMVM), sociólogos y antropólogos, por ejemplo Virginia Molina Ludy (2004). Aquí nos apoyaremos, en particular, en el trabajo exploratorio de esta última autora. Son pocas las investigaciones de politólogos, mas sobresalen las de Elizabeth Caro sobre la emergencia de políticas públicas y legislación. Las primeras publicaciones sobre envejecimiento poblacional en revistas como DemoS (de la Universidad Nacional Autónoma de México), Estudios Demográficos y Urbanos (de El Colegio de México) y Papeles de Población (de la Universidad Autónoma del Estado de México), son de 1997. A partir de 1998 se cuenta con los primeros números especiales, y después del 2000 se multiplica este tipo de publicaciones. Agendas oficiales y académicas parecen coincidir. Gran parte de la literatura latinoamericana sobre vejez está centrada en la evolución del papel de la familia en la ayuda a los ancianos.

4 Sin embargo, la estructura familiar y el papel de los allegados presentan perfiles muy diferentes en América Latina, con variaciones internas, donde, a pesar del fuerte proceso de me tropo lización, la familia se mantiene en su rol de ayuda a los adultos mayores (Hakkert y Guzman, 2004).

5 Siguiendo a la Organización Mundial de la Salud, la Ley de los Derechos de las Personas Adultas Mayores, de 2002, y el Consejo Nacional de Población (Conapo) fijan la edad estadística oficial del adulto mayor a 60 años. Para los fines denuestro estudio sobre movilidades residenciales, consideramos el límite de 65 años. En efecto, la pregunta que hace el Censo: "¿Dónde vivía 5 años antes?", nos llevó a incluir en el grupo estadístico estudiado a quienes tenían 60 años y más en 1995 y 65 años y más en 2000. No obstante, habría que profundizar el estudio de la movilidad residencial por grupos de edad. Las etapas etáreas (según el Conapo, para los adultos mayores: 60-64 años, "prevejez"; 65-74 años, "etapa funcional"; 75-79 años, "plena vejez"; más de 80 años, "vejez avanzada") permiten entender mejor la manera en la cual se vive la vejez, que depende de datos tanto objetivos como subjetivos.

6 Censo de Población y Vivienda, 2000. Otras fuentes utilizadas para conocer los patrones familiares y sociales de los adultos mayores son la Encuesta sobre Salud, Bienestar y Envejecimiento (1999) para el Área Metropolitana de la Ciudad de México –véase, por ejemplo, Palma (2002)–. También, en el plano nacional, la Encuesta Nacional de Salud y Envejecimiento (Enasem) 2001, trabajada por autores como Montes de Oca y Hebrero (2006).

7 Según lo recuerda Elizabeth Caro López (2003), las Naciones Unidas y la Organización Mundial de la Salud consideran que una población es vieja cuando más de 7% de la población es mayor de 65 años y 10%es mayor de 60 años.

8 Para los arreglos familiares, los datos del Censo no permiten desglosar ciertas categorías como la de los hogares nucleares familiares, que en el caso de los adultos mayores incluyen eventualmente la pareja y los hijos solteros. Otras fuentes permiten hacerlo: la encuesta Salud, Bienestar y Envejecimiento (SABE) para el Área Metropolitana de la Ciudad de México (Palma, 2002). A escala nacional véase Gomes da Conceicáo (1997), a partir del censo de 1990, y Montes de Oca y Hebrero (2006), con base en la Enasem 2001.

9 La muestra censal otorga datos individuales sobre los arreglos familiares, la composición de los hogares, las características demográficas y sociales, la vivienda, las migraciones y movilidades residenciales. No obstante, lo que la encuesta gana en términos de precisión individual lo pierde en precisión geográfica, ya que la unidad espacial de referencia es el municipio (la delegación para el Distrito Federal).

10 Para el análisis longitudinal del envejecimiento en la Ciudad de México, véase el artículo de esta misma autora (Negrete, 2003).

11 En 1997, el Gobierno del Distrito Federal comienza a impulsar una nueva política social hacia los adultos mayores. En 2000 se vota la Ley de los Derechos de Personas Adultas Mayores y se lanza el Programa de Apoyo Alimentario, Atención Médica y Medicamentos Gratuitos para los Adultos Mayores de más de 70 años (véase Caro López, 2002 y 2003). En 2003 se establece la Ley de Derecho a la Pensión Alimentaria para Adultos Mayores de más de 70 años.

12 Quien, a su vez, se apoya en textos de Anne Gottman y Catherine Bonvalet, así como de Emile Le Bris.

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