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Alteridades

versión On-line ISSN 2448-850Xversión impresa ISSN 0188-7017

Alteridades vol.22 no.44 Ciudad de México jul./dic. 2012

 

Investigación antropológica

 

Así construí "mi" casa: entre relaciones de género y el (otro) sueño americano de las parejas de migrantes mexicanos*

 

So I built "my" house: between the gender's relation and the (other) american dream of the couples of mexican migrants

 

Fabiana Sánchez Plata, Ivonne Vizcarra Bordi**

 

** Instituto de Ciencias Agropecuarias y Rurales de la Universidad Autónoma del Estado de México. Autopista Toluca-Atlacomulco, km 14.5, San Cayetano de Morelos, Toluca, México <fsanchez@uaemex.mx>, <ivizcarrab@uaemex.mx>.

 

* Artículo recibido el 12/01/12.
Aceptado el 17/05/12.

 

Abstract

This article contributes to studies of gender and migration. It is an analysis of the processes of creation of family assets, specifically the house. We had access to information of 14 couples in a rural area where only men migrate. In addition to economic, social and political causes, we are interest in knowing if building a house is one of the causes why men migrate to USA (United States), and how is this process lived by men and women. We found that the promise to build a house is an excuse for men to migrate to United States. The couple's life changes and rearranges in this process, changing constantly the signification of building a house. The qualitative study was based on the life history of 14 couples from Solis Valley, Temascalcingo, State of Mexico where only men migrate. The houses built by migrants have changed the social dynamics, rural landscape as much as the process of symbolization and gen der relation.

Keywords: house, migration, gender, Mexico, symbolization.

 

Resumen

Este artículo aporta a los estudios de género y migración un análisis sobre los procesos de creación del patrimonio familiar, en particular la casa. Además de las causas económicas, sociales y políticas, se busca saber si la construcción de una casa es lo que motiva a los hombres a emigrar a Estados Unidos, cómo viven las mujeres y los hombres el proceso de construir la casa, y qué beneficios les reporta. Entre las parejas, construir una casa se convierte en una de las justificaciones de los hombres para migrar, lo cual provoca cambios y reacomodos en la vida de la pareja, resignificando constantemente la construcción y la habitación de la casa. El estudio cualitativo se basó en historias de 14 parejas del medio rural (Valle Solís, Temascalcingo, Estado de México), donde sólo han migrado los hombres. La casa del migrante ha cambiado los paisajes naturales rurales y las dinámicas sociales, las simbolizaciones y las relaciones de género que en ésta se producen.

Palabras claves: casa, migración, género, México, simbolización.

 

Introducción

El estudio de la relación entre familia, migración y casa ha interesado a un amplio campo disciplinar: antropológico, económico, social, arquitectónico, geográfico, psicológico, entre otros ( Després, 1991; Perkins, Thorns y Winstanley, 2008), principalmente por los cambios dramáticos que se perciben en el paisaje rural por la construcción de viviendas de los migrantes (Durand, 2000). Sin embargo, entre los estudios sobre las cargas subjetivas que promueven la migración internacional1 y aquellos donde la casa es el espacio de la reproducción familiar, los que tratan sobre las relaciones de género que se establecen en el binomio migración-casa siguen siendo pocos. Por una parte, porque el estudio de las relaciones entre hombres y mujeres refleja procesos sociales complejos que exponen límites estructurales más amplios. Por otra parte, porque genera una convergencia de estrategias individuales, aun cuando en los discursos locales se enfatizan las cualidades de lo que se considera femenino y masculino por encima de otras asignaciones. En este sentido, analizar las relaciones de género que se gestan en la construcción de la casa y en el paso a ser habitada para formar el hogar revela parte del sistema relativamente estable de símbolos y significados que sustentan las prácticas diarias (Su carrat, 2006). Así, algunas investigaciones destacan la importancia de las remesas en la mejora de la casa, en la ampliación o en la construcción de ella, en el papel de las mujeres en estas prácticas, y en las necesidades femeninas de mejorar las condiciones de su vivienda, pues ellas desarrollan gran parte de su vida dentro del hogar (Gregorio Gil, 2005; Flores, 2007; Rodríguez, 2011).

Para las mujeres casadas o emparentadas del medio rural mexicano y de otros países latinoamericanos, acceder a una casa propia significa evitar la residencia patrilocal, dentro de la cual tienen una posición de desventaja (Guadarrama, Vizcarra y Lutz, 2009). En contextos de migración masculina, esta "autonomía" puede ser un logro a largo plazo, pues intervienen factores estructurales (salarios, empleo, tipo de propiedad), culturales (sistemas de creencias, simbolizaciones y significados) y eventos o proyectos individuales. Heidegger (cit. en Ettinger, 2010: 17) diría "construir, habitar, pensar". Es decir, una casa pasa por el ejercicio de pensar, privilegiando las funciones operativas y las simbolizaciones. Construir una casa es el proceso más sublime, casi invisibilizado y, sin embargo, es atravesado por relaciones de desencuentros de intereses de clase y género. La casa hace contacto con lo familiar, lo hogareño, lo privado, lo objetivo y lo subjetivo. En sí, el sentido más profundo de la casa está en la acción de habitarla.

La población de la región de Temascalcingo en el Estado de México, concretamente del Valle Solís,2 registra desde hace décadas una acentuada migración masculina a Estados Unidos de América (EUA), lo cual se evidencia en la residencialización en la superficie de cultivo (Sánchez Plata y Vizcarra Bordi, 2009). Nuestros intereses son saber si la construcción de una casa es una de las motivaciones (sueño americano) que guían a los hombres de esta región a emigrar a EUA; cómo viven ellas y ellos el proceso de construir la casa; y cuáles son los beneficios derivados de esta construcción.

Ahora bien, para responder estos interrogantes partimos del estudio de las relaciones de género3 en la edificación de la casa en tres etapas de la migración internacional masculina: la motivación o la promesa, la separación y ausencia masculina y el regreso al nuevo hogar. En primer lugar, porque el proyecto de tener una casa propia, fuera del dominio patriarcal del esposo, sugiere un ámbito privilegiado para explorar los cambios en las relaciones de género. En segundo lugar, porque analizar el proceso de la construcción de las casas, cuando los esposos no están presentes, permite examinar las relaciones a distancia de las parejas, en contraposición con los matrimonios de la población local. Asimismo, en cada etapa las mujeres viven, actúan y adquieren experiencias que ponen en riesgo el dominio masculino y las jerarquías sociales que imponen las diferencias de género y de generación en relación con el contexto social estudiado.

Nuestra investigación es cualitativa y, por lo tanto, interpretativa. Privilegiamos las historias de vida de parejas que han experimentado la migración masculina internacional y erigido sus casas con el envío de remesas. Este método con perspectiva de género nos sirvió para entender tanto las diferencias vivencia les (subjetivas) en los procesos de cambio entre hombres y mujeres como las relaciones de poder que se generan a partir de éstos (Scott, 1996). De acuerdo con Bartra (1998), esta metodología cualitativa feminista nos acerca a un análisis concienzudo sobre el tema que se trabaje, pues no sólo se manifiestan los sesgos sexistas, sino que también intenta corregirlos, de forma explícita o no, al evidenciar las desigualdades por géneros y las jerarquías sociales que sostienen francas asimetrías en esas relaciones sociales.

Durante la recuperación de la memoria para reconstruir el pasado familiar, las parejas estudiadas del Valle Solís con frecuencia contaron relatos de vida que marcaron alguna vivencia significativa en su trayectoria, de aquí que las narraciones se sustenten en la subjetividad individual, y sugieran una reflexión de lo social que profundice en el mundo de los valores, de las representaciones y subjetividades (Vizcarra Bordi, 2011).4

Fueron 14 las parejas que accedieron a contar sus historias. Aunque de ninguna manera constituyen un dato estadístico representativo, sí logramos ampliar el detalle de la información por medio de otras herramientas metodológicas cualitativas, como la observación participante y las entrevistas temáticas a profundidad, cuyos ejes fueron: motivos de la migración, recursos para construir la casa, necesidades que se resuelven con tener la casa, beneficios de tener la casa, vida emocional durante la migración. Se entrevistó por separado a cada cónyuge, en el ámbito local y por teléfono (desde EUA). Se colectó y armó un archivo de las fotografías de los propios migrantes, las cuales se utilizaron para elaborar las simbolizaciones de la casa, las relaciones afectivas en la pareja e identificar los recorridos de las amplias geografías de las migraciones de estos mexicanos. Por otro lado, se observó directamente el objeto "casa". Con ello se buscó recuperar la experiencia de las mujeres y los hombres durante la migración, para reconstruir los procesos de edificación de la casa.5

Las parejas que participaron tienen entre 29 y 38 años de edad, entre 11 y 22 años de casados y de dos a cinco hijos(as). Los grados de escolaridad y los oficios varían según el sexo; por ejemplo, algunos hombres estudiaron apenas la primaria, otros secundaria, otros preparatoria, y hubo algunos con estudios inconclusos de licenciatura. Mientras están en la comunidad se desempeñan como campesinos, albañiles, comerciantes, profesores (por contratos de corta duración). Por su parte, muchas mujeres dijeron tener al menos estudios de secundaria y otras de licenciatura. Los oficios que desempeñan fuera del hogar son: comerciantes, fotógrafas y profesoras (en primaria y secundaria). Cada una de ellas tiene vivencias específicas respecto de la migración hacia EUA, que pueden o no conectarse con las de otras mujeres de la región.

El texto consta de tres grandes apartados. El primero corresponde a los marcos teórico y contextual. El recorrido teórico encuadra la discusión de las relaciones sociales y de género que se reproducen en torno a la casa. Luego presentamos las principales características de la transformación de las casas del Valle Solís en tres generaciones de migrantes. En el segundo apartado analizamos las tres etapas de la migración contemporánea y las relaciones de género que se producen en la construcción de casas propias. En el tercero, se aborda la parte de las simbolizaciones y subjetividades del trinomio casa-migración-género y se finaliza con algunas reflexiones.

 

Los marcos teórico y contextual

La casa y sus relaciones sociales

En tanto espacio físico que comparten los miembros de un núcleo familiar, la casa es el principal lugar donde se desarrollan las actividades y relaciones interpersonales cotidianas, y donde se adquieren connotaciones afectivas que dan lugar al concepto de hogar, que llega a identificarse con la propia familia (Després, 1991). En este sentido, surge el concepto de place-identity (Proshansky, Fabian y Kaminoff, 1983), considerado como un aspecto de la identidad personal, compuesto por un conjunto de cogniciones referentes a lugares o espacios donde la persona desarrolla su vida diaria y en función de los cuales puede establecer vínculos emocionales y de pertenencia que le aportan sensación de estabilidad y seguridad ambiental, de modo que el espacio físico se convierte en psicosocial y, en consecuencia, "la casa" en "el hogar". Desde una visión funcionalista, la casa es como una segunda vestimenta para los seres humanos, es el escenario de la vida familiar, el lugar donde se verifican funciones importantes como la reproducción, el descanso, la protección, el resguardo, la intimidad, la preparación de los alimentos y la higiene corporal (Pezeu-Massabuau, 1988). Sin embargo, en la mayoría de los casos el individuo no es consciente de este tipo de vínculos, excepto cuando siente que su identidad es amenazada, como ocurre en situaciones de separación conyugal, temporal o permanente.

Desde la perspectiva feminista, la casa es un espacio social donde se legitiman las diferencias sexuales y se refuerzan las construcciones sociales sobre los ideales de género en torno a diferentes ámbitos de la vida cotidiana. Por ejemplo, el estudio de Yeates (1999) en Irlanda muestra cómo la casa constituye un ejemplo del acceso y control sobre un tipo particular de los recursos de propiedad según el género, donde existen consecuencias para los hombres que se van y no regresan, por lo que eventualmente las mujeres adquieren autonomía. Cuando los hombres regresan, recuperan sus derechos sobre la casa por medio del sometimiento y la dependencia de las mujeres. Al respecto, Perkins, Thorns y Winstanley (2008) han demostrado que las historias personales y sociales implicadas en las decisiones de la vivienda y la experiencia de la casa no pueden separarse de las relaciones de género tanto dentro como fuera del matrimonio.

Además, la casa es el escenario de desenlace de vida, de concreción de los anhelos y las aspiraciones humanas (Ettinger, 2010); un bien material cuya definición evoluciona lo mismo que sus funciones,6 significantes y simbolizaciones. Desde el punto de vista de la geografía humanística, la casa no es un lugar (entidad), sino el resultado de las representaciones de las experiencias de las personas (Ortiz Guitart, 2007). De aquí que la casa tenga influencia sobre la identidad social y de género en cuanto a símbolos del estatus socioeconómico, elementos de expresión cultural e indicadores de la situación familiar (Sadalla, Vershure y Burroughs, 1987; Stokols, 1990), y por lo tanto de transformación (Perkins, Thorns y Winstanley, 2008).

En efecto, el proyecto de tener una casa no obedece únicamente a la necesidad de contar con un lugar de resguardo, privacidad y estabilidad, que responda al proyecto de vida, sino a una de las aproximaciones clásicas de la relación entre familia y vivienda a través de un modelo de vida por etapas propuesto por Clark y Onaka (1983). Esto sugiere, por un lado, que la casa tiene una relación estrecha con la evolución del ciclo vital de la familia, de tal forma que en las fases de expansión familiar (emancipación, establecimiento de pareja, llegada de hijos) se requiere más espacio y habitaciones, mientras que en periodos de recesión (disolución matrimonial, salida de los hijos, envejecimiento, etcétera) disminuyen las demandas espaciales y habitacionales. Por otro lado, el proyecto inicia como una exigencia social, pero se va convirtiendo en algo anhelado: una vida de progreso y prestigio social, conforme la familia evoluciona.

Estos conceptos son adecuados para estudiar las casas que los migrantes han edificado mediante el envío de remesas, así como las relaciones sociales implícitas en ellas. En primer lugar, los migrantes anhelan una casa individual, "hecha a mano" y situada en un espacio social específico, cuya función vaya más allá del "resguardo familiar", que contenga elementos de distinción social a través de tres tipos de inversión: el dinero, el trabajo y lo afectivo. Esto que Bourdieu (2000: 35) denomina campos de objetivación y subjetivación, en tanto que la objetivación de lo material encuentra su mejor acomodo en los modelos de vida por etapas, al mismo tiempo que da lugar a la construcción de identidades (subjetivación) de la casa al constituirse como depositaria de significados, y donde toman sentido los vínculos afectivos entre los seres humanos relacionados en instituciones familiares o de parentesco. Cabe señalar que en las sociedades rurales mexicanas estas instituciones mantienen y legitiman la dominación androcéntrica en ambos campos. Bourdieu (1998) plantea que estas instituciones, junto con la Iglesia, el Estado y la escuela, son las que trabajan sobre las estructuras inconscientes del ser humano para la reproducción de las prácticas de dominación masculina.

Si bien la casa pudiese tener una asignación femenina por ser el espacio privado donde se reproduce lo doméstico, es sobre todo un campo de dominación masculina porque precisamente ahí se somete la construcción de los ideales femeninos patriarcales. Desde esta perspectiva, la casa es también el campo de referencia socialmente aceptable para reproducir vivencias afectivas, prácticas cotidianas, acciones y relaciones de poder entre los individuos. Ello recrea el sentido de apropiación de la casa, en términos de valores y significados sociales, individuales y colectivos (Ortiz Guitart, 2007). En sí, la casa representa más que un espacio físico, psíquico y emocional (Maier, 2006), pues cristaliza la mayor parte de los proyectos de pareja que inician una vida de conyugalidad. Desde la perspectiva de género, es ahí donde se producen y re producen las múltiples relaciones humanas y sociales (de poder, de conflicto, de negociación), casi todas reguladas por las diferencias en la distribución sexual del trabajo y sus funciones estereotipadas de lo masculino y lo femenino localmente definidos.7 La ideología local de género actúa como un sistema articulado de significados, valores y creencias que provee el esquema organizativo para la producción simbólica colectiva, que se protege con toda la fuerza del poder de quienes la reclaman como propia (Comaroff y Comaroff, 1991, cit. en Sucarrat, 2006). Sin embargo, esta perspectiva también abre la posibilidad de observar algunos espacios de influencia femenina que han sido poco explorados en la realización del proyecto de vivienda, sobre todo si existen condiciones de ausencia masculina por la migración internacional.8

 

Las casas del Valle Solís a través de tres generaciones de migrantes

En el Valle Solís, la mayoría de la población fue campesina. Muchas de las familias fundadoras de este valle tienen un pasado asociado con la tierra y el cultivo de maíz principalmente. Poco a poco, la producción que obtenían de ella y el crecimiento demográfico de la región fueron obligando a muchos hombres a buscar otros tipos de ingresos para subsistir y sostener a las familias, que demandaban cada vez más mejores niveles de vida. La tierra entonces sufrió modificaciones en el uso de suelo: cedió cada vez más espacio al crecimiento urbano y al mercado de tierras o terrenos, de modo que los migrantes se han beneficiado de la tenencia de la tierra a bajos precios para construir sus casas. Al igual que en otros estudios, inclusive de Centroamérica, es notable la influencia de la migración y las remesas en la producción de viviendas y en la transformación del paisaje tradicional rural; de hecho, ahora es posible identificar la presencia de migración en los hogares del medio rural por el tipo de construcción y sus grandes dimensiones (Rodríguez, 2011).

De 1943 a principios del siglo XXI ha habido tres generaciones de migrantes a EUA, las cuales han dado cuenta de las transformaciones del Valle Solís (Sánchez Plata y Vizcarra Bordi, 2009). Las más visibles son el consumo de objetos, acumulación de bienes y su impacto en el cambio del paisaje rural a través de la residencialización. Los objetos y bienes materiales como la casa, artículos eléctricos, autos y hasta la vestimenta han sido importantes para el reconocimiento local, la construcción de la identidad del migrante y el testimonio de las experiencias de las migraciones.

La primera oleada de migrantes ocurrió con el Programa Bracero, de 1942 a 1964,9 la cual más adelante se convirtió en la primera generación de indocumentados. Durante la existencia de este programa, los hombres podían disponer de las tierras de cultivo de tipo comunal (o ejido).10 Compartían las tierras de cultivo para producir y vivían dentro de los hogares de la línea paterna hasta construir su propia casa. Lo usual era edificar la casa en tierras no cultivables, y sólo en caso de no tener tierras de cerril la casa se levantaba en una reducida superficie de suelo de cultivo. De este modo, construir una casa con los dólares producto del trabajo en EUA no era objetivo central. El fin de los braceros era trabajar para cumplir compromisos más puntuales, como casarse, aportar a las necesidades primordiales de la familia, sostener sus responsabilidades en la comunidad (cargos, cuotas por otorgamiento de derechos ejidales), comprar animales o un pedazo de tierra de cultivo.

En las fotografías del archivo familiar y los testimonios de los exbraceros entrevistados podemos ver que los modelos de casas han variado de manera notable. En los años setenta los contrastes entre las casas eran mínimos, casi inapreciables; predominaban las de material sencillo: muros de adobe, piedra o madera y techos de teja, madera, lámina de cartón, varas o zacatón. Los tamaños eran muy variados, des de las de una sola pieza con usos múltiples hasta aquellas con usos diferenciados, cuarto para dormir y la cocina dentro del cuarto o en otro separado.

En principio, todas las casas de las zonas rurales del Valle Solís tenían múltiples funciones; cobijar a las personas, almacenar las cosechas; resguardar a los animales, los aperos e instrumentos de trabajo agrícola, entre otras. Las casas que más resaltan, sin romper con el paisaje pueblerino, son las de adobe. De éstas destacan dos características: dimensiones y funciones. Acerca de las primeras, vemos que fueron casas rectangulares de muros altos de adobe, con pocas y pequeñas ventanas, interiores con poca luz (más bien oscuras), con techos de teja de dos aguas, pisos de ladrillo o de tierra, con no más de dos cuartos y con cocina separada, donde se mantenía el fogón de piso. Sobresalen los corredores en cuyos muros se colocaban las macetas de hermosas plantas de ornato como única decoración, así como los extensos patios a cielo abierto situados a la entrada. Respecto a las funciones, los habitantes del medio rural no sólo ocupaban su casa para las necesidades humanas, ni las concebían únicamente como ambientes apropiados para la vida (dormir, cocinar, comer, asearse y ejercer la intimidad de las personas), sino que también se pensaban como espacios para almacenar la cosecha, ya sea en los tapancos de madera o en costales apilados en el interior del cuarto de dormir, la cocina o los corredores.

El traspatio fue un espacio multifuncional donde las mujeres ejercían sus roles de reproducción social ampliada; es decir, resguardaban a los animales (rebaños pequeños), animales de carga y tracción, lo usaban como gallinero, para el cultivo de plantas ornamentales, comestibles y medicinales, árboles frutales, entre otras cosas. También se empleaba para dejar secar la cosecha recién traída del campo y, además, muchos eran usados para fiestas cívicos-religiosas (Chávez Mejía y Vizcarra Bordi, 2009) y para reuniones familiares y con amistades, donde se entablaban prolongadas pláticas sobre la vida personal y de otras personas. Era también el lugar preferido de los ancianos para salir durante la mañana a calentarse bajo el sol. Puede decirse que el traspatio funcionaba como vínculo de la familia con el exterior, y debido a su cielo abierto y a que la mayoría del tiempo los habitantes pasaban su vida cotidiana fuera de las paredes de la casa, sus interiores debían ofrecer las condiciones de descanso, de ahí la poca luz en su interior.

Probablemente la asignación de la función de la casa estaba (y sigue estando) asociada a la filiación étnica. Los grupos blancos y mestizos fueron más estrictos en determinar funciones específicas a la vivienda, al establecer fronteras entre los espacios del hogar; cada cuarto una o dos funciones cuando más. En cambio, los grupos otomíes y mazahuas (pueblos indígenas asentados en la región de estudio) respetaban a los animales domésticos, consideraban que tenían las mismas necesidades de cobijo y alimento que los humanos, por lo que no separaban los espacios y sus funciones. El lugar para los humanos también era para los animales, al grado de encontrar en el cuarto, la cocina o el corredor gallinas o guajolotas "echadas" empollando los huevos o sus polluelos, sobre todo en época de lluvias y frío. Este modelo de casa hablaba de los estilos de vida de sus dueños y de la manera en que los habitantes entraban en relación social, así como del valor dado a cada uno de los espacios que la componían. Casas de este tipo, aunque más grandes, también las tenían los caciques de la región. Estas viviendas marcaron una etapa de la historia de los habitantes de la región del Valle Solís.

La segunda generación se constituyó en la década de los ochenta con los hijos de los primeros migrantes indocumentados y exbraceros. Fueron distinguidos por su fuerte relación con objetos o bienes que no eran propiamente locales, y se construyó en dos momentos: antes y después de la Ley de Control y Reforma Inmigratoria (IRCA, por sus siglas en inglés) de 1986. Antes de esta ley, los migrantes, a su regreso de EUA, no traían más que grabadoras, relojes, ropa de moda y antenas parabólicas (que para esos tiempos era lo de mayor valor por su rareza en los pueblos), las cuales se instalaban en los techos de las casas, generalmente de adobe y teja. Éstas resaltaban por su gran tamaño y su contraste con el paisaje rural de ese entonces. Una antena parabólica era un objeto que presentaba a estos hombres como migrantes a Estados Unidos.

Un segundo momento fue cuando, como beneficio de la ley IRCA, se liberó la compra y circulación de autos para los migrantes, lo que posibilitó a quienes estaban en proceso de regularización, y a los que seguían sin documentos en regla, comprar vehículos e introducirlos a México. En ese tiempo se fortaleció la tendencia a comprar camionetas estadounidenses que circulaban en todo el territorio nacional, a las que se les llamó "troca".11

La época de las antenas parabólicas y las camionetas o trocas fue superada por el periodo de las casas. En los años ochenta aparecieron en la región las primeras casas de "colado"; construcciones promovidas por el sector de profesores(as) de educación básica y el de trabajadores de la construcción (albañiles) que trabajaban en la Ciudad de México. Se trata de viviendas sencillas de un solo nivel, menos altas que las tradicionales de adobe, y de tabique o block con techos de loza. Comenzaron a aparecer más ventanas con molduras de herrería. Aquí ya se marcaban las funciones de los espacios: cocina-comedor y habitaciones. Sin embargo, se conservaban otros espacios como el traspatio, que prevaleció con idénticas funciones.

Al final de los años ochenta e inicio de los noventa, junto con el fenómeno de la globalización, aumentó la construcción de las casas de migrantes de la tercera generación. Tres elementos las distinguen de las ya existentes: la arquitectura poco vista en el ámbito rural, el tamaño y la asignación funcional y occidental de los espacios que la conforman. Estas generaciones tienden a construir sus inmuebles en etapas y esperar algún tiempo para habitarlos. Estas construcciones vacías son también fuente de respaldo que los migrantes depositan en garantía a los prestamistas para seguir financiando sus viajes a EUA.

Al fenómeno de erigir casas sin habitarlas se le ha llamado inversión improductiva de las remesas (Reichert, 1981). Con todo, los migrantes no hacen inversiones bajo decisiones mecánicas, y menos cuando el dinero no viene por sí solo. La inversión representa "tener algo" y "mostrar algo" tangible de la migración "al Norte",12 "una expresión de planeación a largo plazo". En el medio rural podemos ver más inversión a través de las casas. Son sus habitantes quienes han estado más desprotegidos por los sistemas estatales de bienestar y vivienda para poder asegurar el patrimonio familiar. Además, esas casas no habitadas hablan de la tardanza de oportunidades laborales en la región para que esos migrantes regresen a disfrutar los beneficios de su estancia en EUA. Se sabe que estos migrantes no sólo mantienen lazos familiares en los sitios de origen, sino sobre todo lazos de afecto y nostalgia por sus andares natales, por lo que sostienen fuertes de seos de regresar para quedarse, pero sueñan hacerlo sin penurias. Por eso, en vez de invertir en un bien productivo, la construcción de casas y sus equipamientos son la principal y mayor inversión de las remesas.

Desde la década de los ochenta se marcaron estas diferencias entre clases y generaciones, con lo que se creó un espectro futurístico a las generaciones más jóvenes, pues en el Valle Solís la ambición de poseer más que otros sólo puede lograrse mediante la migración y su debido éxito. Aunado a la falta de oportunidades locales, regionales y nacionales, los jóvenes de ambos sexos no tienen otra meta más que irse al Norte. Los diferentes estilos arquitectónicos y las nuevas maneras de habitarlas han vuelto a las viviendas forjadoras de nuevas identidades en los migrantes y sus familias. En esta relación, la casa se construye como un espacio depositario de las simbolizaciones y el móvil de la migración a EUA. El sueño americano no inicia cuando salen de casa o cuando han cruzado la línea de la frontera, sino cuando se materializa esa posibilidad de poseer su propia vivienda, ya que la casa construida con el dinero obtenido del trabajo en EUA es valorada como el patrimonio más importante; es portadora del éxito, de simbolismos y beneficios. En este proyecto de vida, la casa puede contar de principio a fin la historia de la experiencia de migrar y las relaciones sostenidas entre los que se van y las que se quedan.

 

Las etapas de la migración: de las motivaciones al regreso a casa

Me voy al Norte para tener mi casa

Una de las preguntas que hicimos a las parejas fue: ¿para qué se van a Estados Unidos? Hombres y mujeres tuvieron diferentes respuestas: ellas argumentaron: "necesitábamos dinero", "él no tenía trabajo", "queríamos tener una casa mejor", "porque ya no quieren estar aquí". Los hombres contestaron: "para hacerme mi casa", "para hacerle su casa a mi señora", "para tener una herencia que dejarle a mis hijos". A éstas se enlazan otras respuestas de tipo económico, como: "ayudar" al padre enfermo y/o a los hermanos menores que estén en aprietos económicos; "objetivos personales" para tener trabajo, comprarse un carro, cambiar de ambiente o vivir una experiencia, y "responsabilidades como cabeza de familia" para pagar deudas, dar sustento económico y una mejor calidad de vida a la familia, incluyendo estudios superiores a sus hijos.

Los hombres que se presentan como jefe de familia hablaron de su necesidad de ser gestores de sus propios progresos económicos,13 pues para ellos tener casa propia otorga prestigio masculino, lo que no significa forzosamente una condición para reconocerse como hombre, pues existen otros mecanismos para asegurar la primicia patriarcal. Por ejemplo, construir una casa "para su mujer" puede ser también visto como una expresión de amor:

Sí me pesa no tener la casa, mi esposa no me presiona para nada, aunque a veces, medio en broma, me dice: "el día que me llegues a hacer una casa" [...], como te decía, no soy eterno, no quiero pasar otros diez años sin tener la casa, tengo esa necesidad, todas las veces que me he ido para allá, para el otro lado, ésa ha sido siempre mi idea, pero no lo he logrado. Yo quiero la casa, la siento muy importante, no porque todos la hagan sino porque es un espacio especial para estar con la familia [Migue, 32 años: 2006].

De la misma manera que el ciclo biológico reproductivo apresura a las mujeres para la maternidad, la edad también presiona a los hombres para construir su casa. Ellos saben que mientras más avanza el tiempo se reducen las posibilidades de trabajo en EUA y con ello la probabilidad de tener su propia casa. De hecho, la edad es una mayor limitante que la condición de indocumentados: cuando son jóvenes no temen ser detenidos y deportados, pues pueden reintentar ingresar a EUA y conseguir empleo, pero cuando tienen más de 40 años se les dificulta pasar la frontera y la inserción laboral, además de que es más difícil el desprendimiento de su familia. En esos términos, la casa concluida de los migrantes que da como testimonio de una vida productiva bien aprovechada. Cabe mencionar que, por el momento, la única opción de asegurar un patrimonio para heredarlo es sin duda la construcción de una casa a través de las remesas.

Mira, yo creo que para eso trabaja uno, para dejarle un patrimonio a la familia, yo por ejemplo he llegado a pensar, la casa es para mis hijos y para ella si algún día nos llegamos a separar, ¿verdad?, porque uno nunca sabe, entonces no me gustaría que ella no tuviera dónde vivir, que se regresara a arrimarse con sus papás. Mejor que tenga un lugar para ella [Migue, 32 años: 2006].

Las 14 parejas del Valle de Solís se juntaron sin casarse por ninguna ley, impulsadas por la atracción sentimental. La prioridad no fue tener un techo propio ni lo económico para comenzar su vida en común, sino que se dejaron guiar por el dicho que reza "cuando hay amor, hasta debajo de un árbol se puede vivir". Ante la no planeación del emparejamiento, 11 de ellas compartieron el techo de los padres, en su mayoría de él, siguiendo la tradición patrilineal que caracteriza esta región. Las otras dos parejas rentaron un cuarto aparte de la familia.

La convivencia de las nuevas parejas con los familiares fue positiva durante las primeras semanas, después empezaron a sentir la urgencia de independizarse, de tomar sus propias decisiones de la pareja y sobre sus hijos. La separación cobra el significado de independizarse de la familia patriarcal, con ella se establecen límites en las relaciones familiares y rupturas en las jerarquías de dominio de los suegros y cuñados. Frente a las pocas posibilidades de construir su casa y las escasas opciones de generar ingresos en la región, la idea de ir al Norte ha sido sostenida con mayor frecuencia por los hombres. Y aunque las mujeres no están del todo convencidas han tenido que resignarse ante la perspectiva de separarse y tener un domicilio propio. A pesar de que el proyecto inicial o de convencimiento de sus parejas era migrar para ofrecer una casa a su familia, constatamos que, poco a poco, ese plan fue aplazándose y que, de no ser por la insistencia de las mujeres, la casa simplemente no se hubiera construido. De aquí que la participación simbólica en la decisión de irse también sea femenina. Rodríguez (2011) señala que en hogares rurales de Nicaragua en un principio no se reconoce que la migración tenga su motivación fundamental en la construcción de las casas, pero que tener como destino EUA favorece el que más rápidamente se pueda construir una vivienda de grandes dimensiones y de varios pisos de altura, y esto gracias a la intervención de familiares que se quedan, porque al parecer no intervienen otros agentes (financieros ni gubernamentales).

Ellas se quedan y ellos se van con la promesa de conseguir un bienestar fincado en la casa, tener automóviles o trocas y, en segundo término, oportunidades para asegurar la educación a sus hijos(as). Sentirse satisfecho y feliz, en contraparte de insatisfecho e infeliz, con la vida que les tocó vivir, sólo se ve reflejado en la conquista de aspectos que hoy en día otorgan prestigio social en el medio rural mexicano: la casa, su equipamiento y la troca que compraron con las remesas que enviaron de EUA. Entre más grande es la casa, el mensaje que envía a la comunidad es de mayor progreso y éxito masculino, lo que los llena de orgullo. Así, la acumulación o expansión de bienes se ha convertido en una forma de identificación y diferenciación entre migrantes. Si bien el prestigio reconocido es en beneficio del ideal masculino, de alguna manera las mujeres ligadas a los migrantes comenzaron a distinguirse de aquellas sin vínculos con la migración internacional. A diferencia de la acumulación material (prestigio masculino), ellas portan vestimentas "de moda", con lo que se remarca la visibilidad pública de quienes se modernizan y de quienes no. Esta diferenciación y a la vez reconocimiento social llega a ser una experiencia que se legitima y se normaliza entre los migrantes y sus familias, al grado de que obtener cosas o bienes se convierte en la condición indispensable para progresar, vivir feliz y satisfecho (Fromm, 2006). En consecuencia, la materialización del sueño americano a través de la casa sirve en primera instancia como contenedor de determinados significados socioculturales. Es decir, se migra para tener, cuando el tener es una práctica que expresa una parte de la búsqueda intangible e inmedible de la migración.

La migración internacional es parte de las estrategias que se han legitimado como tradición y costumbre en la región y en otras más del México contemporáneo. Mas no es suficiente disponer de voluntad para hacerlas valer, se requiere de una edad productiva, contar con personalidad o carácter de aventurero para migrar al Norte, desprenderse de su relación de pareja o de su familia, y disponer de una sólida red social en EUA que con cierta facilidad introduzca al individuo al circuito laboral de migrantes de la región (Rosas, 2008).

Nunca me llevé bien con mi papá, yo en todo lo contradecía, él siempre me decía: "haz tu casa para que el día de mañana tengas dónde llegar", pero yo no hacía caso, yo andaba de novio, estaba bien enamorado de una chava que me doblaba la edad. Esa chava tenía casa, decía que cuando nos casáramos ahí íbamos a vivir, entonces un día le dije a mi jefe, así nomás de broma, "ya me voy a casar", entonces mi jefe me dijo, "ay sí cabrón y no tienes ni dónde meter a la vieja", le dije: "yo no tengo pero ella sí y me voy a ir a vivir con ella", me respondió él: "estás pendejo, no es lo mismo que tú hagas tu casa, si te vas vivir con ella, la pinche vieja te va a traer en chinga, va a querer que vayas a su paso, tú vas a hacer lo que ella diga, vas a ver" [Beto, 29 años: 2006].

Parece que no hay duda de que para un padre es poco honorable que el hijo no pueda llevar las "riendas" de su propia casa, poniendo en duda su hombría (valor de ser hombre) y traicionando la costumbre marcada por las estructuras locales patriarcales. El deseo de todo padre es mostrar a la sociedad cómo se es hombre "de verdad", por ello, la construcción de una casa y ser jefe de hogar son con certeza de las pruebas más valoradas en la comunidad. La casa les otorga autoridad, orgullo, prestigio, éxito público y reconocimiento social. De hecho, las parejas entrevistadas coincidieron en la creencia de que si un hombre no construye una casa y la habita no tiene autoridad en el hogar (ni sobre su esposa e hijos). En otras palabras, en el constructo social de la identidad masculina, un hombre se define exitoso, responsable, serio y respetable, si tiene casa propia y asegura la reproducción de relaciones de poder a través de la figura patriarcal, "el hombre de la casa", siendo ésta la verdadera motivación masculina para probar su hombría (Gutmann, 1998).

 

Ellos allá y ellas acá mientras se construye

Edificar una casa empieza por cumplir tres condiciones: 1) tener un empleo estable, 2) haber pagado las deudas contraídas por el paso y 3) tener un techo de ahorro. El techo de ahorro con el cual empezaron a construir variaba en los años 2006-2008 entre 15 y 60 000 pesos mexicanos. De aquí que la capacidad de ahorro se haya convertido en una premisa de prestigio y éxito para los migrantes, que depende por completo de la tarea y responsabilidad de las mujeres para ahorrar. Debido a que se ve con gran aceptación que el hombre se vaya a ganar dinero y que es más valioso cuando van a "arriesgar la vida por su familia", las mujeres están más comprometidas a "ayudar" para ello: están dispuestas a trabajar, reducir el gasto y aumentar el ahorro, para lo cual hace falta disminuir el gasto en la alimentación y salir a trabajar en fin de semana en los oficios que ellas han desarrollado. De las participantes en el estudio, la mayoría decidió generar sus propios ingresos, pero por ser menores que los provenientes de las remesas, no son reconocidas por sus aportes económicos al hogar, razón por la cual no perciben un cierto grado de independencia del destino de las remesas. En efecto, debido a que los hombres aportan los recursos económicos para los gastos más fuertes en la construcción de la casa, ellos exigen ser reconocidos en la jerarquía más alta del hogar, asegurando el respeto de su familia y su grupo social. Entre tanto, las mujeres son vistas como beneficiarias del éxito de la migración masculina, siendo que, en la práctica, la construcción de la vivienda depende de su agencia desde la propuesta hasta que llega a terminarse y habitarse. Estas formas de sujeción son de las más significativas a analizar en las relaciones de género, pues el conjunto de estrategias que las mujeres ponen en práctica encuentran los límites estructurales que definen las realidades sociales (Wolf, 1999), esto es que, pese a nuevas posibilidades económicas femeninas, su dependencia no es intercambiable por autonomía, porque la estructura local de poder no lo permite.

Mediante la construcción de la casa, las mujeres pueden ser calificadas como "buenas o malas esposas" de un migrante. Una "buena esposa" es aquella que, además de realizar de manera eficiente el trabajo doméstico y de cumplir con todas las funciones sociales y económicas en ausencia de su marido, "ahorró cada peso que el esposo envió". Con ese ahorro, se facilitan los medios para construir el patrimonio de la familia. En otras palabras, la "buena esposa" es la que recoge los beneficios del trabajo de su pareja en el Norte, cumple con lo que se espera de ella, a veces exonerando al hombre de sus obligaciones y de toda crítica. Se considera que es una "mala esposa" quien usa las remesas en gastos "banales" o malgasta el dinero y no ahorra.

Mira, si el hombre se va para trabajar, que el dinerito que él manda, pues que ella lo guarde, que lo ahorre, porque si no, ¿te imaginas?, el hombre allá hace todo lo que puede para mandar y acá la mujer nomás se lo gasta, ¡pues no! Tan sólo aquí te pongo un ejemplo, la señora que acaba de venir a comprar, sin mentirte, su esposo está en el Norte desde hace cinco años, él manda y manda dinero pero ella te apuesto que así como llega se lo lleva a la boca, se va a Temas y viene con una bolsa de mandado que ni ella misma puede cargar. Anda bien vestida y seguro que por ahí tiene un amante, el hombre no se puede regresar porque para qué se regresa si la mujer no le tiene nada ahorrado [Toño, 38 años: 2006].

Al parecer, la transferencia de responsabilidades masculinas hacia las mujeres, más que contribuir a un proceso de empoderamiento, refuerza las relaciones asimétricas. La subordinación afectiva y la dependencia basada en el dinero son los elementos que profundizan esas asimetrías entre las parejas. El dinero y los afectos van de la mano y, en algunos casos, no se disocian ni al terminar de construir la casa. La migración masculina se califica como una ambición individual para obtener dinero, pero los beneficios se hacen extensivos a la familia y, en este juego, el aprendizaje femenino queda subordinado ante el progreso familiar. Los dueños del dinero siguen siendo los hombres, ellas reciben las remesas y las administran, pero siempre bajo vigilancia: tienen que rendir cuentas, recibir condicionamientos y controlar el comportamiento "no deseado" (Guadarrama Romero, Vizcarra Bordi y Lutz Bachere, 2009).

Al condicionamiento para enviar las remesas Coria (2005) lo llama método del goteo, cuya eficiencia se garantiza desde lo afectivo. Ante esas nuevas sujeciones y la insistencia de supervisar la construcción de la casa, las mujeres viven desgastes emocionales que se manifiestan en presión, preocupación, desórdenes alimenticios (aumento o disminución de peso), insomnio, ansiedad, intranquilidad e insatisfacción: "¿ya no tienes dinero?", "¿qué le hiciste si apenas te mandé tanto?", "¿cómo que no te alcanzó?", "a ver si eso que mandé alcanza para lo que falta", "ora te voy a mandar hasta tal fecha", "pídele prestado a alguien de mi parte", todas éstas son frases que causan inestabilidad y que salieron a relucir en las conversaciones con las esposas de los migrantes (entre 2006 y 2008).

Una vez demostrado el control económico y afectivo, las mujeres entran en el círculo de la violencia de género simbólica y psicológica, de la cual es más difícil salir. En ese tenor, no es precisamente el juego del mercado de trabajo en el que se insertan los migrantes en EUA lo que impone las condiciones para el envío de remesas al hogar, sino el juego estratégico de poder que sostienen los hombres. Sin duda, el uso y el control de las remesas generan muchas discusiones en la pareja, alimentadas por la desconfianza de los migrantes al no estar físicamente para controlar los recursos. Entre sus reclamos se subrayan aquellos que reprochan la incapacidad de sus esposas de hacer "rendir" el dinero, y que gasten el dinero en otras cosas menos urgentes e importantes. No obstante, las mujeres afirmaron que no logran cumplir con los mandatos de sus esposos porque ellos no prevén los compromisos comunitarios que caracterizan esta región, como faenas de infraestructura y fiestas cívico-religiosas, o bien los gastos extraordinarios asociados a enfermedades, accidentes de familiares o amigos y otros imprevistos que bien pueden asociarse al proceso de construcción de la casa.

En cambio, las llamadas "buenas madres" obtienen tal reconocimiento por administrar las remesas de sus hijos aún solteros y conducen la construcción mientras ellos no están. Todo como una prolongación de sus obligaciones de madre. Reguladas con mecanismos similares (rendición de cuentas y ahorro), las madres se someten al mismo estrés que las parejas de los migrantes, pero sin beneficios directos como vivir en la casa del hijo una vez que él forme su hogar. Un tanto resignadas como parte de su rol mater no, estas "buenas madres" ven como recompensa, el bienestar de su hijo y familia.

Ahora bien, desde el inicio del proyecto hasta su terminación (incluyendo el equipamiento de la vivienda), se conjugan una serie de eventos económicos, afectivos y de trabajo que muestran enseñanzas en las relaciones de pareja. Sin embargo, quienes aprenden más de este proceso son las mujeres, pues ellas tratan directamente con los albañiles, compran los materiales, cobran las remesas e informan del avance de la obra a sus maridos. Está por demás recordar que quienes toman las decisiones en cuanto a la aprobación o no de cualquier presupuesto o modificación de la obra son sus esposos. En este sentido, uno de los primeros retos es transmitir a los albañiles las órdenes del hombre, además de manejar el lenguaje y las nociones de la construcción. De igual manera, lograr que los trabajadores respeten a las mujeres como portavoces de las instrucciones de sus esposos es otro de los retos a los que se enfrentan en un mundo masculino, donde la obra sólo se trata entre hombres. Este camino viene acompañado de dificultades, violencia verbal y malos recuerdos para muchas de ellas, pero a su vez declaran con satisfacción haber vencido cada uno de los obstáculos que ello conlleva.

Nadie les enseña cómo asumir funciones masculinas, por lo que resulta ser una tarea asociada a diversos sentimientos, a veces contradictorios entre sí, pues la construcción social del ideal de cada género no permite transitar de un género a otro. Así, en la confusión por lo que debe ser y lo que es se recrean sentimientos duales, miedo-alegría, confianza-desconfianza, amor-desconcierto, entre otros, los cuales derivan en estados de inseguridad, inestabilidad, incertidumbre. Pese a todo, la autorreflexión forma parte del aprendizaje femenino, y al saber que no pueden volver atrás, con el transcurrir de los años, cada una va descubriendo un campo individual de poder y proyección al haber conquistado espacios masculinos antes inimaginables para ellas.

Desde que acabamos la casa, él me dio a elegir que me viniera o siguiera con mi suegra, sí tenía ganas de cambiarme pero dije no, mejor lo espero, falta poco tiempo para que él regrese. El día que llegó, yo estaba muy nerviosa, cuando él me dijo: "vámonos pa'la casa a dejar las cosas", yo pensé, "chin, falta que no le va[ya a] gustar lo que hice". Vinimos y yo me quedé en la puerta, él se pasó y estuvo recorriendo toda la casa, yo seguía con los nervios, pero a mí sí me gustaba mi casa, según yo, me quedó bonita pero no sabía si le iba a gustar a mi viejo, me lo imaginaba a él diciendo "no, es que así no era", "que este color no me gusta". Cuando él terminó de recorrer la casa, salió y me dijo "así soñé mi casa", dije ¡ah!, qué bueno! (ríe a carcajadas), cuando él me dijo "es lo que soñaba", yo sentí que respiré, yo dije, ¡bueno! No estuve tan mal, a mi viejo le gustó [Chela, 32 años: 2007].

En este andar de experiencias y aprendizajes, ellas planifican, coordinan cada una de las fases y responden por las decisiones de ellos; se involucran directamente en la compra de los materiales de construcción, movilizan el dinero y el personal de albañilería. Todo a la par con sus labores domésticas,14 las cuales se duplican. En el proceso de aprendizaje, adquieren conocimientos intangibles que pueden posicionarlas en condiciones de igualdad en determinadas circunstancias, aunque para ello deben transformar el sistema de creencias sobre las mujeres que prevalece en la región.

¡No te creas!, sí me costó mucho trabajo, sobre todo cuando empecé a comprar la loseta. Él me dijo: "es tu casa, tú decides, haz lo que tú quieras", entonces yo me tuve que fletar con todo, ver el color de la loseta, el tipo de ventanas y puertas. Al principio era un problema, no tenía ni idea, pero me fui metiendo y ya más o menos fui aprendiendo. Cuando fui a ver las ventanas, el señor me preguntó: " ¿y cómo las quiere?, y me dice: "descríbame los niveles de la pared", pues como pude le expliqué, luego voy con el carpintero, pues igual me dice: "¿cómo quiere su cocineta?", y que le enseño la foto que me había enviado él desde allá (Estados Unidos), y este señor me dijo: "mmm, no se la puedo hacer así, le puedo hacer unas parecidas", me quedé ¡chin!, ¿y ahora cómo le hago?, luego me pregunta las medidas del piso al techo y de las paredes, yo no las llevaba, terminé por decirle que viniera a la casa a tomar toda esa información [Chela, 32 años: 2007].

El sentido de construir una casa a través de las remesas es el derecho a poseerla, habitarla, decorarla a su estilo, administrarla, disfrutarla y mostrarla a los demás (Bourdieu, 2000). Según la experiencia vivida en el proceso de su construcción, los beneficios se diferencian entre hombres (proveedores) y mujeres (gestoras). Las mujeres identifican la casa por sus funciones universales, como un techo para la familia y un lugar donde se está "seguro" y "protegido", de tal modo que surge un sentimiento de propiedad, va creciendo en cada etapa de la obra y se consolida cuando está terminada y es habitada. Aunque para ambos representa un patrimonio que sirve para dar forma y proyección a la pareja y a la familia, los sentimientos que imprimen sobre ella corresponden a diferentes eventos que se manifiestan en las subjetividades según el género.15 Por ejemplo, el tiempo de convivencia con el proyecto (hasta que se habita) es más largo, directo y forma parte de la vida cotidiana de las mujeres; en cambio, los hombres son ajenos a este proceso y llegan tarde a sentirse dueños de la casa a su regreso, situación que poco incomoda a los recién llegados, pues de todas formas el sistema ideológico que permanece en la comunidad ase gura la apropiación masculina de su espacio.

 

Mi casa, mi esfuerzo: el regreso

Gracias al desempeño femenino, los migrantes pueden exhibir el logro de su propia casa. Regresar del Norte y encontrarse con la grata sorpresa de tener la "casa de sus sueños" y ser "el dueño de la casa" resulta ser aún más gratificante para ellas, aunque entre los discursos del reconocimiento social esto no aparezca. Harris (1984) ya había comprobado que, cuando la conexión de una localidad con el exterior acentúa una mayor dependencia económica, la relación entre hombres y mujeres de un grupo doméstico realza la mayor necesidad y control de capital, lo que refuerza la figura del dueño de la casa, dejando a las mujeres el control en el ámbito de las afecciones. Para ellas, el valor de la casa no es precisamente económico, sino afectivo: proviene de la satisfacción de vencer retos, de la habilidad para salir de los grandes problemas relacionados con el dinero y los aprendizajes que quedan para ellas. Por desgracia, entre las subjetividades también se van tejiendo desigualdades sociales, marcadas por la desvalorización de lo afectivo ante la valorización económica, terrenos en los cuales lo femenino vuelve a quedar en una relación asimétrica, jerárquica y supeditada a la ideología patriarcal, y ante el poder del prestigio masculino; la invisibilidad del desempeño femenino queda, una vez más, como la marca de las relaciones de las parejas.

En el transcurso de sus narraciones, ellas repasan uno a uno los desafíos de su trayectoria como esposas de migrantes: destacan el goce de los bienes un poco superficiales, como es el sentarse en su sala, mostrarnos su casa y cada una de las partes que la forman. Verlas conjugar en primera persona del singular: "yo hice", "yo fui", "yo me lancé", "yo le dije", "yo busqué", "yo encontré", "yo compré", "yo pensé", e igualmente "yo no quise", "yo le propuse", "yo no estuve de acuerdo", "yo me enojé", entre otras frases de autorreconocimiento, nos permite aportar nuevos elementos al de bate teórico en los estudios que abordan el tema de la migración y el género en México y en América Latina.

Es que yo, como que no creía, yo [...] pues cuando hablábamos ella me contaba todo y me pedía que para esto que para el otro, yo lo más que llegaba era a darme una idea de cómo era mi casa, ya que la vi, ¡pues n'ombre! Estaba bien diferente a como ella me la había descrito. Yo llegué un domingo en la noche, al siguiente día, me levanté y estuve recorriendo la casa, y no, pues como que yo me sentía extraño, pues sí daba alegría porque vi de manera real que ahí estaba el dinero que yo mandé, sí me dio un enorme gusto, pero es que yo no la sentía mía. Y todavía a la fecha, siento que no es mi casa, que es más de mi esposa porque pues ella estuvo aquí siempre, desde el inicio, a lo mejor hace falta que yo viva más tiempo en mi casa para que pueda decir "es mi casa" [Javi, 32 años: 2007].

La subjetividad es alimentada por las inversiones de dinero y trabajo, de tiempo, de inseguridad, autoestima y de la esperanza de recomponer la vida de pareja, pues se entiende que para que esa casa exista hubo o está de por medio la ida de los hombres a EUA. El tamaño, el estilo, los terminados y la decoración también tienen una parte subjetiva que cambia según el género. Hablar de la casa y describirla depende de quién la habite, de las funciones de cada habitación y de los espacios asignados para reproducir los roles de género: la cocina para las mujeres, la sala para los hombres (Devlin, 1994).

Tener una casa es tener algo que nada más es mío, que, por decir, hay la certeza de que de ahí nadie me corre, ¿no?, porque a veces cuando uno no tiene casa, uno ve caras, en cualquier momento lo pueden correr, en cambio uno ya sabiendo que tiene su casa, pues hay la seguridad de que es mi casa [Rosy, 34 años: 2008].

En la vida cotidiana, vivir en casa de los padres de él marca una gran parte de los resentimientos y de los problemas de la pareja. Este periodo es el más gris para ella; tiene que ver con los tiempos de conflictos, chismes, malos entendidos y relaciones jerarquizadas entre suegra y nuera. Bajo estas condiciones, las esposas o parejas de los migrantes sufren vigilancia permanente y se validan todos los mecanismos de control sobre ellas cuando sus esposos no están (Guadarrama, Vizcarra y Lutz, 2009). Por esto, al terminar la casa, reciben con honores a su marido, pues no pueden habitar su nueva casa hasta que ellos regresen. Pero la alegría y la esperanza de comenzar una nueva vida provienen de la idea de dejar el domicilio de la suegra y, al mudarse, la liberación parece ser completa, pues hasta los muebles y menesteres del hogar que pudiesen haber adquirido durante la estancia se dejan en casa de los suegros.

Con mi suegra era una vida muy rígida, yo diría estricta, nada más fíjate, nos levantaba [a su cuñada y a ella] a las 4:30 de la mañana para ir al molino, regresábamos, hacíamos las tortillas mientras ella hacía la comida, luego almorzábamos, yo llevaba a mi niña a la escuela y de regreso yo empezaba a hacer la limpieza de la casa. Mi suegra es una señora muy exigente, no le gusta una casa tirada, todo lo quiere en cierto orden, estés o no estés de humor, te sientas bien o te sientas de la fregada, si no haces el trabajo luego empiezan las habladas de que uno es esto, o lo otro. Ahora que tengo mi casa, ya decido yo [Chela, 32 años: 2007].

Alejarse de un ambiente donde se profundizan esas relaciones de conflicto es de un gran valor. Para ellas, que también crecieron con carencias, resulta muy gratificante acceder a un espacio para su privacidad (Gregorio Gil, 2005). Hasta para establecer por primera vez relaciones de intimidad individual y conyugal.

Ahora que veo el fruto de nuestro esfuerzo, comprendo que valió la pena estar separados y luego dice uno: ¡gracias a mi esposo que tengo mi casa!, yo sé que él allá sufrió mucho, y no sólo allá, sino cuando cruzan el desierto, ¿te imaginas? Si a él le hubiera pasado algo, pues cómo estaría uno, con el remordimiento, ¿verdad?, pero gracias a Dios que él se ha arriesgado y mira, ahí están los frutos [Angy, 32 años: 2008].

Aun con los atenuantes posibles, para esas mujeres el logro de tener su casa gracias a la migración masculina a EUA es una extensión de sus nuevas conquistas, no porque ahí descansen sus actividades y desempeños domésticos, los cuales han sido por largos años el punto de cuestionamiento de las teorías feministas, pues en éstos se encuentran contenidos de los significados del cautiverio de las mujeres, sino, más bien, porque la casa es percibida como un recurso, un escenario donde toman nuevas transformaciones en sus relaciones de pareja y de familia. Es el patrimonio anhelado para heredar mejores condiciones de seguridad a sus hijos.

 

Subjetividades

Luego de analizar cada uno de los discursos de las parejas es posible elaborar una lista de significaciones que evidencian las dimensiones intangibles de la migración al Norte y el hecho de tener un techo producto de ésta. La casa del migrante, en cuanto un bien material, es útil para adentrarnos en el complejo mundo de las simbolizaciones de los objetos. Así, la casa es: competencia entre hombres, estabilidad económica, necesidad material, ilusión, éxito, triunfo, resguardo, satisfacción, prestigio social, marcador de estatus social, entre otras cosas.

En este mundo moderno, competir es otra práctica que mueve al individuo y el migrante no escapa de ella. La competencia se da y se vive de forma cotidiana. Debido a su sutileza, no es perceptible incluso para los individuos implicados. Ésta se manifiesta por un deseo de "igualarse con el otro", de tener lo que el otro tiene e incluso superarlo con respecto a lo material, de tal modo que este comportamiento se legitima como normal o "natural", y, aunque no es exclusivo de los hombres, en ellos es más recreado tanto por los propios actores como por su entorno social. La competencia en su forma más pura conlleva satisfacer los deseos y las necesidades recurriendo a los objetos. Por su parte, las mujeres identifican esta práctica (casi de exclusividad masculina) como un punto negativo, pues a causa del deseo de ganar el prestigio, ellos permanecen más tiempo en EUA y se alejan poco a poco de la familia.

En la cultura de la migración al Norte o "al otro lado" (EUA), "tener" cada vez más objetos parece ser el fin deseado. Pese a que para Fagetti (2000) este fenómeno corresponde a un compromiso moral de "no quedarse atrás", el prestigio alcanzado a través del consumo, a veces desmesurado, concierne sobre todo a las ideologías dominantes de un mundo globalizado, que alcanza a los migrantes con mucha eficacia.

Si la esencia de esa competencia está en tener la casa, ésta tiene que reflejar el éxito masculino de los migrantes. En este sentido, las casas son cada vez más grandes, con estilos que rompen la arquitectura de la región, con lo que se remarca la occidentalización para demostrar la aculturación16 como un símbolo de la migración, aunque también impregnan en ellas un toque de pertenencia por lo que se refiere a la decoración y colores de los exteriores. Parece normal que entre los migrantes se desarrolle y legitime la competencia por tener una casa "mejor" o por lo menos igual que la del vecino:

pues sí, aunque uno a veces dice que no pero es cierto, sí nos pesa, cómo que no, pues te imaginas aquel amigo (señala la casa del vecino), antes no tenía nada y nomás se fue pa'l otro lado y ya nos aventajó, entonces uno dice, no pues ¿cómo?, entonces ahí vamos también, ¿por qué no?, pues uno dice cómo es posible que aquél sí y yo no [Domingo, 38 años: 2007].

Por otro lado, las casas de los migrantes simbolizan la estabilidad económica. A simple vista, la casa y su mantenimiento son sin duda un marcador de mejoramiento en la condición de vida de los hogares, pues con la casa parece quedar de manifiesto la capacidad de ahorro, el poder adquisitivo y, en alguna medida, se cree que las familias están libres de deudas.

La mayoría de los hogares rurales pobres del Valle Solís viven al día, en muchas ocasiones dependen del dinero que ingresa al hogar según la oportunidad de empleo diario o de la venta al menudeo que logren tener los miembros. Bajo condiciones de subsistencia, estas familias se benefician de programas de asistencia social como el Programa Oportunidades:17 reciben ayudas y transferencias monetarias directas, condicionadas para invertir en mínimos de bienestar (salud, alimentación y educación), pero no son suficientes para mejorar o construir viviendas dignas. Ante tal realidad, las casas de los migrantes son la diferenciación social más notable, ya que en ellas se idealiza la estabilidad y el progreso económico. Sin embargo, algunas de estas casas resultan ser una pantalla social. Es decir que en las casas grandes y de arquitectura vanguardista habitan también mujeres abandonadas por sus esposos migrantes, que no reciben remesas y están imposibilitadas de vender la propiedad porque les pertenece a ellos. Empobrecidas por estas condiciones y estigmatizadas en las comunidades como "gente rica", quedan desprovistas de ayudas gubernamentales, "no necesitan la ayuda, tienen una buena casa" (notas de trabajo de campo, 2008). Las dificultades de estas mujeres y sus familias son mayores cuando no pueden abandonar esas casas por no tener otro lugar adonde ir: terminan por cuidar los bienes del otro sin más beneficio que tener un techo temporal.

La migración hacia EUA no es necesariamente un acto progresista para lograr el bienestar social del hogar en el futuro, sobre todo si las remesas sólo se invierten en la construcción de casas en el medio rural, donde el mercado de bienes inmuebles es inexistente. Los límites del éxito del migrante pueden acabar con su propia casa: la suerte dura mientras las remesas llegan al hogar. De esta manera, el triunfo depende de que los migrantes mantengan sus relaciones con sus parejas por largo tiempo, para que sigan enviando remesas y acumulando bienes. Un hombre con suerte es quien tiene abundancia y bienes materiales, y uno sin ella es quien, a pesar de migrar, no logra obtenerlos.

Estas sociedades no juzgan mal a quien emigra, pues a partir de ello se fijan los parámetros para clasificar el éxito masculino, eximiendo al mismo tiempo a quienes no han tenido suerte. En consecuencia, queda abierta la opción de alcanzar el éxito con un poco de suerte. No tener suerte y tener mala suerte se interpretan como sinónimos, pero son de contenidos diferentes. No tener suerte se considera como no haber pasado la frontera en el primer intento o no contar con un empleo donde se gane un buen salario; la mala suerte, en cambio, es referida al hecho de no obtener el trabajo soñado o ideal, o bien ser víctimas de diversos crímenes en el proceso migratorio. La mala suerte aparece como "opuesto multiplicativo del triunfo" (Castaingts Teillery, 2002: 78). De hecho, los testimonios abundan en frases como: "me ha ido bien", "he tenido suerte de pasar con bien", "he tenido suerte de tener un buen trabajo", "he tenido suerte de tener mi casa". Igual peso tienen aquellos testimonios donde resalta el: "al pobre no le ha ido bien", "no ha tenido suerte". Por lo regular, esta queja es de las mujeres de aquellos migrantes que no han tenido logros materiales.

El triunfo y la suerte forman parte, desde hace mucho tiempo, del lenguaje cotidiano de estas sociedades vinculadas a la migración a EUA. La suerte es meramente coyuntural y el triunfo obedece a razones estructurales (Castaingts Teillery, 2002). El factor suerte es tan fuerte en una sociedad con migrantes a EUA porque magnifica o minimiza al individuo migrante, e incluso al no migrante. Por eso, muchos de los potenciales migrantes manejan el ideal del Norte para ir a probar suerte. De ahí el sueño americano.

Cabe aclarar que la suerte tiene significaciones diferentes entre los géneros (masculinos y femeninos). La suerte de las que se quedan se deriva de la del esposo. En su forma tradicional, ésta se ve representada en los beneficios, resultado de la prolongación del rol de esposa del migrante. Tener un esposo trabajador, proveedor cumplido, acumulador de beneficios, exitoso, es sinónimo de suerte. En el marco de la migración, esa suerte se exalta al conservar la relación de pareja a pesar de la distancia, tener la casa de sus sueños, poseer una familia e hijos. Este tipo de suerte es lo que Singly (2004: 85) llamaría "ganancias simbólicas de la mujer". Las mujeres que no tienen fortuna son aquellas cuyos esposos no emigraron y son pobres, pero las mujeres abandonadas por los migrantes, que no lograron casarse, conservar la pareja o que son madres solteras, son estigmatizadas como fracasadas.

Para las mujeres con suerte y esposo ausente, los sentimientos de negación o contradicción están asociados al tiempo de ausencia del marido. No así para las abandonadas; las contradicciones se vuelven episódicas desde el momento en que se dio por sentado el abandono. Ellas sienten un vacío emocional, un fracaso.

Yo ahora digo que no sirve de nada tener grandes cosas materiales, para qué vamos acumulando y acumulando cosas, si no tenemos tiempo de disfrutarlas como pareja, él está allá y cuando venga, ya para qué, yo le digo a mi hermana o a mis tías, mi casa sí es mi logro mío, pero si no está él, a poco la casa me va a consolar cuando me siento de la fregada [...], él promete y promete que ya va estar aquí, a ver si es cierto [Rosy, 34 años: 2008].

El impacto de la ausencia del hombre (esposo-padre) es intenso y se vive como la tragedia más larga de sus vidas. Quienes están en situación de abandono terminan por no habitar la casa, porque representa la dualidad (separada en dos momentos) de una esperanza de vivir en pareja y el fracaso de su existencia como mujeres. Muchas se quedan viviendo ahí con la esperanza del regreso, no obstante, una vez confirma da la separación definitiva, se ven obligadas a salir de la casa por los mecanismos regulatorios y de control comunitarios que se ponen en marcha: el "chisme", el "qué dirán", o ideas del tipo "cómo va a vivir en una casa sin un hombre". Además, en estas comunidades no es bien visto que otro hombre sustituya al esposo en la casa de este último.

Yo siempre le eché ganas para terminar la casa, así habíamos quedado, conforme iba pasado el tiempo, yo veía que la casa se iba terminando, compré los muebles, porque eso sí, todo lo compré, no me traje nada de la casa de mi suegra, le dije no, de aquí no me quiero llevar nada, entonces yo me apuré, compré todo y le pregunté a él ¿cuando vas a venir?, él me dijo: "ahorita no me puedo ir porque quiero juntar algo de dinero" [...] pasó un año y no se regresó. Y la casa pues ahí está; nunca la habitamos, mejor me vine para casa de mis papás, de vez en cuando voy a recoger, a barrer, abrir para que no guarde malos olores, pero no me hace ninguna ilusión verla, es más, ahora ya quité las fotos de nosotros que yo había llevado a colgar ahí, pensando en que nos íbamos a vivir allá en cuanto él regresara [...] la foto de él, por ejemplo, ya la quité, mis hijos me dijeron un día: "ya quita la foto del 'chon', ya no lo queremos ver" [Cirila, 31 años: 2007].

En otros casos, aun estando en otro sitio, el hombre está presente a través de fotografías en lugares específicos de la vivienda. Son esas fotografías, junto con la terminación de la casa, lo que aligera la espera del esposo. Es pensar en el regreso definitivo de ellos para reconstruir la vida en pareja, como al inicio del emparejamiento. El ideal de vida para estas mujeres es pensado entonces en tres áreas: la casa, la pareja y los hijos; ahí descansa la plenitud de una mujer. Algunas dijeron: "ya lo teníamos casi todo, sólo nos hacía falta dónde vivir". Esto es, hacía falta un elemento que los complementara como familia. En la casa se cifraba la expectativa de completar su felicidad.

Muchas aprendieron que la carga de sus subjetividades femeninas se sostiene en una casa. Los discursos sobre los beneficios y las ganancias en su espacio propio no están a discusión; en cambio, sí pueden ser criticados los discursos de quienes ya tienen su casa y quedan en vivencias contradictorias inherentes a la ambivalencia de los hombres en su condición de migrantes. Admitimos que los discursos contrapuestos se fundamentan en el hecho de conseguir cosas materiales, pero que no se ven claras las expectativas del retorno del esposo. Hasta el aplazamiento del regreso del esposo es un factor que lleva a posiciones encontradas en relación con la casa, lo que ha quedado de manifiesto en los discursos de los migrantes.

 

Consideraciones finales

La presente investigación nos permitió asentar que la migración masculina, sostenida por el móvil de la responsabilidad económica y materializada en la vivienda, da paso a las relaciones inequitativas en las parejas del medio rural. Los hombres han encontrado el espacio ideal –la casa– no únicamente para justificar la ida a EUA, sino para rescatar su valía como hombres, proveedores y jefes de familia. Sólo así se sienten dignos de los aprendizajes heredados por los padres. Al construir la casa, ellos ganan por las dos figuras: de migrante y de hombre, y reúnen los cánones del género masculino: exitoso, valioso, responsable y valiente. No ocurre lo mismo con las mujeres, cuyos beneficios, sin demérito de los aprendizajes obtenidos al asumir funciones masculinas, se concentran en obtener un satisfactor a sus necesidades prácticas, sin que se reconozca la aportación del trabajo físico, intelectual y monetario, ni el tiempo y la sobrecarga de trabajo que padecen.

Otra de las relaciones inequitativas se observaron en los beneficios concretos de tener una casa. Para ellas, no van más allá de la independencia de acción o de sentirse dueñas del proceso más no de la casa. Es decir, que la confianza depositada en ellas para gestionar y dirigir la construcción forma parte del deber u obligación de una madre-esposa y del afecto-respeto a sus esposo e hijos. El derecho a un hogar constituye parte de la recompensa social, como si se tratara de un mérito intangible, lo que les reduce las posibilidades de la propiedad legal de la casa. En todos los casos estudiados, las mujeres estaban desprovistas de protección patrimonial en caso de ruptura o separación conyugal. Esta condición de vulnerabilidad, las somete de nueva cuenta a mecanismos de sujeción que forman parte de la violencia de género.

El estudio de la vivienda de los migrantes en contextos de transformación local implica analizar cómo se perpetúa la desigualdad en las relaciones de género y cómo se legitiman las identidades inmersas en los procesos de constante reestructuración basados en prestigios, éxitos y fracasos según el género. Todo ello conlleva necesariamente adentrarnos en el mundo de las prácticas, sus significados y las subjetivaciones. La configuración de la identidad social local de ser mujer del migrante y ser hombre migrante es legitimada en la experiencia del proceso de migración, concretada en la casa, la cual no está libre de las estructuras de poder que se conservan en la localidad y que cobran sentido cuando los vecinos y familiares niegan a las mujeres el reconocimiento de sus capacidades y de su poder real de la gestión de las remesas para construir sus casas.

 

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Notas

1 Para esta investigación, la migración internacional es definida como el movimiento que realizan las personas de una población y que implica un cambio de localidad en su residencia habitual en un intervalo de tiempo determinado; puede ser temporal o cíclica. Nos referiremos a migración trasnacional cuando se manifiestan múltiples relaciones sociales que ligan a la comunidad de origen del migrante con el lugar de destino, y se enfrentan y superan límites geográficos, culturales y políticos (Herrera, 2006).

2 Valle Solís es el nombre que las poblaciones locales le asignaron a las tierras que conformaban la Hacienda de Solís, regadas por su propia presa (la Presa Solís). En la actualidad, subsisten 16 comunidades de origen otomí, mazahua y mestizas que fundaron el valle (Sánchez Plata y Vizcarra Bordi, 2009).

3 Por relaciones de género se entienden las normas y creencias que regulan, en posición de desigualdad, la distribución de poder entre hombres y mujeres (Lamas, 1999).

4 En este estudio, consideramos que las historias de vida son el resultado de las múltiples redes de relaciones en las que, día a día, los grupos humanos entran, salen y se vinculan por diversas necesidades (Ferrarotti, 1991). Puesto que estas experiencias vivenciales ocurren para (y entre) sujetos, la construcción de la realidad a partir de lo cotidiano, de la experiencia, no puede estar sino dentro del dominio subjetivo. Es decir que la vida cotidiana, al ser esfera de realidad para un sujeto, se convierte en significante, en sentido, en percepción, en discurso, en gestos, en el modo de pensar o de sentir, y no en el objeto en sí mismo (Berger y Luckmann, 1968).

5 El trabajo de campo se realizó de 2006 a 2008.

6 No obstante, todas esas funciones que se mantienen en el tiempo, así como los estilos, la talla y los significados que van adquiriendo las viviendas a través de las generaciones no se producen sin relaciones de poder, dominadas por ideologías jerárquicas y asimétricas. La migración de hombres y de mujeres, cualquiera que sea su duración, demanda un movimiento geográfico y entre posiciones sociales, económicas, geográficas, simbólicas y emocionales.

7 Según Gamba (2008), la perspectiva de género permite reconocer a) las relaciones de poder que se dan entre los géneros, en general favorables a los hombres como grupo social, y discriminatorias para las mujeres; b) que dichas relaciones han sido constituidas social e históricamente y son constitutivas de las personas, y c) que las mismas atraviesan todo el entramado social y se articulan con otras relaciones sociales, como las de clase, etnia, edad, preferencia sexual y religión.

8 Véanse los trabajos compilados por Barrera Bassols y Oehmichen (2000) para darse cuenta de las múltiples formas de resignificar las relaciones de género en México frente a contextos de migración masculina internacional.

9 El Programa Bracero (Mexican Farm Labor Program) fue un "programa de trabajador huésped" que duró de 1942 a 1964. En un acuerdo binacional entre México y EUA, se contrató de manera temporal la mano de obra mexicana y se patrocinó el cruce de varios millones de trabajadores mexicanos para asegurar la producción agrícola luego de la Segunda Guerra Mundial (Durand, 2000).

10 El ejido es una forma de obtener tierras de cultivo a través de la copropiedad social y en contrato con el Estado.

11 El término hace referencia a la camioneta de origen estadounidense; ha sido invención de los migrantes, es parte del lenguaje ordinario de la mayoría de quienes se regresan de EUA. En la región de Solís, este término es poco empleado y, en todo caso, quienes lo utilizan lo hacen impulsados más por el lenguaje de moda.

12 Con la frase "al Norte" hacemos referencia a la migración hacia EUA.

13 Varios informantes coincidieron en que en la región hay tres formas de hacer dinero, una es ser político o funcionario público, otra es volverse migrante, y la última es hacer una carrera universitaria (idea que no comparten las nuevas generaciones) y tener un trabajo con sueldo.

14 Durante el periodo en que se construye la vivienda, es una buena costumbre ofrecer a los albañiles, que por lo regular son familiares o vecinos, la comida de mediodía. La preparación de esos alimentos es responsabilidad de la dueña de la casa. Durante este tiempo se duplican los trabajos domésticos.

15 Al hablar de subjetividades según el género nos referimos a la construcción de los sujetos sexuados en masculinos y femeninos, en cuanto agentes sociales que participan en la vida mundana y que, gracias a sus variadas experiencias sociales y sus relaciones entre hombres y mujeres, son capaces de pensarse a sí mismos, reposicionarse y resignificarse, modificando la estructura social y el sistema de pensamiento continuamente con cada experiencia y en cada relación (Cerri, 2010).

16 Sin ignorar que este concepto se encuentra en un continuo debate en contextos de migración, pues los migrantes también producen efectos en las culturas receptoras, aquí nos referimos sólo al proceso sociocultural que influye de manera determinante en la personalidad de quien adquiere las características de otra cultura diferente de la suya, como son los hábitos, costumbres, valores, tradiciones, etcétera.

17 Oportunidades, antes Progresa (1998-2002), es un programa gubernamental concebido para combatir la pobreza extrema en México, principalmente en las poblaciones rurales e indígenas (Vizcarra Bordi y Guadarrama Romero, 2008).

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