Ver y creer. Ensayo de sociología visual en la colonia El Ajusco constituye mucho más que un texto; las imágenes, que lo complementan tan bien, de alguna manera toman su propia vida. Una de las cosas más gratas de la obra es que es muy fácil de divulgar y de entender, y se puede presentar muy bien a los colaboradores de la investigación. Por desgracia, libros como éste no son suficientemente bien recibidos dentro de la academia, donde todavía se tiende a privilegiar la palabra escrita. Es evidente que Hugo Suárez actúa con bastante valentía al producir trabajos de este tipo, que tienen un sostén tan fuerte en las imágenes y, en este caso, en el agradable uso del blanco y negro, que les da un toque muy especial.
El libro me gustó mucho por la forma en que son intercaladas las fotografías con las explicaciones, que son bastante escuetas y claras, y con otros elementos que a los antropólogos nos gustan mucho, es decir, partes de la etnografía, del diario de campo, que le brindan una orientación muy peculiar y atractiva al volumen.
Voy a señalar algunos aspectos que me hicieron reflexionar y que se pueden analizar más adelante a través del recorrido tan fascinante que nos ofrece el autor. Reseñaré tres conceptos que aparecen con frecuencia en el texto: espacio, imagen y ritual.
El espacio es un elemento inicialmente biológico; es donde habitan las especies, tanto animales como vegetales. ¿Pero cuáles son las cosas que hacen un espacio humano, un lugar donde puede vivir un grupo social de nuestra especie? En este sentido, los seres humanos somos animales peculiares porque intentamos continuamente modificar nuestro medio ambiente.
¿Cuál es una clara marca de que las personas han estado en un determinado lugar? Más de uno diría que la basura, pero un sociólogo o antropólogo de la religión sostendría que la existencia de un espacio de culto. El hombre tiene que marcar un lugar, como apuntaba Mircea Eliade; para el Homo sapiens es indispensable contar con esos espacios donde pueda encontrarse con lo sagrado.
Este punto se ha trabajado poco, pero en el texto aparece muy claramente. Por ejemplo, cuando las personas llegan a la colonia, le dan importancia al establecimiento de sitios sagrados. Al comprender la relevancia de erigir construcciones para que un lugar sea habitable, de inmediato aparecen estas cuestiones que modifican el entorno y recrean el espacio, según diría Eliade, del axis mundi; de esa relación entre el elemento sagrado donde por primera vez se dio la hierofanía y la reproducción hasta el altar de la casa.
Las fotos lo muestran de una forma fascinante; esa necesidad de crear espacios sagrados no sólo existe en el ámbito público sino también en las casas, donde las personas recrean estos elementos, como los altares floreados que se ponen frente a las iglesias, ejemplo estético tan maravilloso que tiene esa arquitectura popular. No hay nada como una imagen para demostrar la manera en que esto se reproduce dentro del mismo lugar. Este asunto resulta interesante porque los colonos llegan a una localidad de pura piedra de tezontle -son los restos del volcán Xitle- y deben pensar cómo hacer que ese paraje sea un sitio donde puedan vivir y sus hijos crecer; una parte central de este proceso lo constituye establecer sitios religiosos, que humaniza el medio ambiente natural. Es impresionante ver cómo entre las primeras construcciones que realizan las personas se encuentran las capillas, las iglesias y los templos diversos. Todo en un lugar que en principio era inhabitable; es la modificación del área territorial. Sin embargo, cuando se crea un lugar de culto inmediatamente surgen otros, y muchas veces se concentran alrededor de los primeros, como para decir: "¡Si tu Dios está aquí el mío también!". Por eso al visitar ese tipo de colonias uno puede observar en una calle cerca de cinco templos.
Otro asunto relevante que el libro trata es el de las imágenes, que sólo se puede expresar visualmente y que a su vez genera grandes polémicas dentro de las diferentes religiones. Desde el entorno católico aparece rápidamente la noción de poner imágenes de santos, de vírgenes, de Cristo, que con su sola presencia cambian el lugar. El hecho de que estén ahí le da otro sentido al espacio, lo cual se aprecia en las fotografías. Dentro del área habitada es necesario que exista la imagen para hacer notar la presencia de lo divino.
De la iglesia a los espacios públicos es bastante obvio este elemento tan mesoamericano de las recreaciones paisajísticas. Por ejemplo, cuando ponen la figura de la Virgen en medio del tezontle o de los montecitos que hacen en las calles. Constituyen realmente obras de arte temporales, que sólo así pueden captarse, y que son una escenificación y a su vez una reproducción de cuando la Virgen se apareció en el Tepeyac.
Pero hay una reacción de varios grupos evangélicos que no aceptan las imágenes, pues hay una relación polémica y fascinante entre símbolo y significado. Respecto a la significación, dentro del catolicismo popular la imagen tiene una relación no de metáfora sino de metonimia, lo cual abordó muy bien Gilberto Giménez en su clásico trabajo ya agotado Cultura popular y religión en el Anáhuac (1978). En el mundo cristiano-católico se supone que la imagen posee parte de los elementos que representa, algo tiene de la divinidad y por eso es que puede hacer milagros; es una forma didáctica para recordar aquello que expresa de la divinidad. En cambio, en el mundo evangélico, la imagen es simple metáfora y además maligna, porque hace confundir al objeto con aquello que representa. Por ello, en los templos evangélicos lo único que es permitido es una cruz.
Recordemos a Martín Lutero recuperando el libro del Deuteronomio del Antiguo Testamento que establece el culto a las imágenes como idolatría y no permite su veneración (Weber, 1983). No voy a entrar en la polémica de si esto es algo que cambia las culturas, las destruye o algo más. Sólo lo menciono para darnos cuenta cómo en el texto se expresa esta interacción entre representación y devoción y se ve (literalmente) de una manera sorprendente. Sirva de ejemplo la sección de las imágenes donde aparecen las vírgenes. Hay además una fotografía muy interesante donde hay una figura tremenda de un guerrero Shango en la casa de un creyente de la santería afrocubana. Es ahí donde podemos ver que la imagen es algo que comparten esos elementos de la singularidad de un culto.
Pero la práctica religiosa no se queda simplemente en la imagen y el símbolo. Hay una parte vital que comparten todos los credos. En la presentación de la nueva edición de las formas elementales de la vida religiosa, de Émile Durkheim, se señaló que, además de las creencias, están las prácticas. Esto también es algo que humaniza el espacio: hacer rituales, lo cual plantean tanto Durkheim como Eliade. El ritual modifica la naturaleza de algo; es notable cuando las calles o el atrio se transforman al celebrar una fiesta; cualquier espacio cambia por la naturaleza del ritual. Éste transforma en ese momento un lugar cualquiera en un espacio sagrado, porque está transcurriendo asimismo el elemento de la festividad.
El espacio de los rituales aparece con frecuencia como un componente muy importante; es patente el contraste de diversas religiones cuando aparecen los distintos elementos que pueden transformar una localidad. En el libro se exhiben expresiones maravillosas como las fotos de los chinelos, o de un grupo de mariachis cantándole a la Santa Muerte. Una foto que me gustó mucho es en la que aparece un predicador evangélico con su biblia, hablando con la gente, porque dentro de la religión protestante, la predicación es un acto ritual y se realiza públicamente. Es llevar la palabra al espacio público. Presentarse frente a los demás es el equivalente evangélico de la peregrinación católica. El predicador transforma ese lugar terrenal en uno donde se difunde la palabra de Dios.
Creo que esta obra es una aportación bastante útil e interesante, que nos permite advertir la trascendencia que tiene la parte visual dentro de los estudios etnográficos. La imagen hace posible ir descubriendo aspectos que podrían pasar desapercibidos, además de que constituye un elemento de comunicación fundamental para entender las diferencias de interpretación que tantas veces se omiten entre los investigadores y sus sujetos.
Ver y creer es una publicación que muchos residentes de la colonia El Ajusco van a querer tener. En lugar de llegar con una típica tesis de doctorado, el investigador puede regresar a su sitio de pesquisas con un texto bellamente ilustrado y entregárselo a la comunidad, lo que ésta, sin duda, apreciará mucho. Seguramente en años venideros alguien va a emocionarse al decir: "¡Mira, aquí está don Pancho, mi tío!". Esperemos que éste sea un ejemplo que contribuya a que obras de tal calidad puedan seguirse realizando en la comunidad académica.